LOS CANÍBALES
a | Cuando el rey Pirro pasó a Italia, tras examinar el orden del ejército que los romanos mandaban contra él, dijo: «No sé qué clase de bárbaros son» —en efecto, los griegos llamaban así a todas las naciones extranjeras—, «pero la disposición del ejército que veo en absoluto es bárbara».[1] Otro tanto dijeron los griegos del que Flaminino llevó a su país,[2] c | y Filipo, observando desde una colina de su reino el orden y la disposición del ejército romano mandado por Publio Sulpicio Galba.[3] a | Así pues, hemos de evitar atenernos a las opiniones vulgares, y hemos de juzgarlas[4] por la vía de la razón, no por la voz común.
He tenido a mi lado, durante mucho tiempo, a un hombre que permaneció diez o doce años en ese otro mundo que ha sido descubierto en nuestro siglo, en el lugar donde Villegagnon desembarcó, llamado por él la Francia Antártica.[5] Este descubrimiento de un país infinito parece ser muy importante. No sé si puedo estar seguro de que no se descubra otro en el futuro, habida cuenta de que tantos personajes más grandes que nosotros han errado en esta materia.[6] Temo que nuestros ojos sean más grandes que nuestra tripa,[7] y que seamos más curiosos que capaces. Todo lo abarcamos, pero no apretamos sino viento. Platón presenta a Solón narrando que los sacerdotes de la ciudad egipcia de Sais le enseñaron que en otro tiempo, antes del diluvio, existía una gran isla llamada Atlántida, enfrente de la boca del estrecho de Gibraltar, la cual ocupaba un territorio mayor que África y Asia juntas. Los reyes de la región, que no sólo poseían la isla, sino que se habían expandido de tal manera en tierra firme que dominaban África hasta Egipto, y Europa hasta la Toscana, se propusieron saltar a Asia y someter todas las naciones que bordean el Mediterráneo hasta el golfo del mar Mayor;[8] y, para lograrlo, atravesaron las Españas, la Galia, Italia, hasta Grecia, donde los atenienses los detuvieron. Pero, cierto tiempo después, el diluvio engullió tanto a los atenienses como a ellos y su isla.[9] Es muy verosímil que esta extrema devastación de las aguas causara extraños cambios en los lugares habitados de la Tierra, tal como se sostiene que el mar separó Sicilia de Italia:
b | Haec loca, ui quondam et uasta conuulsa ruina,
dissiluisse ferunt, cum protinus utraque tellus
una foret;[10]
[Dicen que estos lugares se separaron por la violencia de una vasta
convulsión, mientras que habían constituido una única tierra];
a | Chipre de Siria, y la isla de Negroponto de la tierra firme de Beocia;[11] y tal como en otros sitios unió tierras que se encontraban divididas, llenando de barro y de arena las fosas que había en medio:
sterilisque diu palus aptaque remis
uicinas urbes alit, et graue sentit aratrum.[12]
[y, durante mucho tiempo pantano estéril, y apto para los remos,
nutre las ciudades vecinas y siente el ominoso arado].
Pero no es muy verosímil que esa isla sea el nuevo mundo que acabamos de descubrir, pues se hallaba casi tocando a España, y sería un efecto increíble de la inundación que la hubiese hecho retroceder hasta donde está, a más de mil doscientas leguas. Además, las navegaciones de los modernos casi han descubierto ya que no se trata de una isla, sino de tierra firme y unida a la India oriental por un lado, y a las tierras que están bajo los dos polos por la otra parte. O, si está separada de ellas, que lo está por un estrecho y un espacio tan pequeño que por esto no merece ser llamada isla.[13]
b | Parece que en esos grandes cuerpos, como en los nuestros, se producen movimientos, c | unos naturales, otros b | febriles. Cuando considero la erosión que mi río Dordoña produce hoy en día en la orilla derecha, con su descenso, y que en veinte años ha ganado tanto, y ha arrebatado la base a muchas construcciones, me doy perfecta cuenta de que se trata de una alteración extraordinaria. Porque, si hubiera avanzado siempre a este paso, o lo hiciera en el futuro, la imagen del mundo se transformaría por completo. Pero les afectan cambios: a veces se expanden por un lado, a veces por otro, a veces se contienen. No hablo de las inundaciones repentinas, cuyas causas conocemos. En Medoc, en la costa, mi hermano, el señor de Arsac, ve cómo un terreno suyo es sepultado bajo la arena que arroja el mar —todavía es visible la techumbre de algunos edificios—; sus rentas y dominios se han convertido en pastizales casi estériles.[14] Dicen los lugareños que, desde hace algún tiempo, el mar se abre camino con tanta fuerza hacia ellos que han perdido cuatro leguas de tierra. Esas arenas son sus precursoras; c | y vemos grandes montículos de arena móvil que avanzan una media legua por delante y ganan terreno.
a | El otro testimonio de la Antigüedad al que se pretende referir el descubrimiento está en Aristóteles, en caso de que el pequeño librito de las maravillas inauditas sea suyo.[15] Cuenta en él que ciertos cartagineses que se habían lanzado, a través del mar Atlántico, más allá del estrecho de Gibraltar, y que habían navegado durante mucho tiempo, descubrieron finalmente una gran isla fértil, toda cubierta de bosques, y bañada por grandes y profundos ríos, muy lejos de cualquier tierra firme. Añade que ellos, y después otros, atraídos por la bondad y la fertilidad del terreno, acudieron con mujeres e hijos, y empezaron a establecerse en él. Los señores de Cartago, viendo que su país se iba despoblando poco a poco, prohibieron expresamente, bajo pena de muerte, que nadie más fuera allí, y expulsaron a los nuevos habitantes; temían, por lo que se dice, que con el paso del tiempo llegaran a multiplicarse, al punto de suplantarlos a ellos mismos y de arruinar su Estado. Tampoco esta narración de Aristóteles se corresponde con nuestras nuevas tierras.
El hombre que tenía conmigo era simple y burdo, lo cual es una condición apropiada para dar testimonio verídico.[16] La gente refinada, en efecto, observa con mayor curiosidad, y más cosas, pero las comenta; y, para realzar su interpretación y hacerla persuasiva, no puede evitar alterar un poco la historia. Jamás nos presentan las cosas simplemente, las decantan y enmascaran según el aspecto que les han visto; y, para dar crédito a su juicio y atraernos a él, añaden gustosamente a la materia por ese lado, la alargan y amplifican. Se requiere o un hombre muy fiel o uno tan simple que sea incapaz de forjar y de volver verosímiles falsas invenciones; y que no haya abrazado nada. El mío era así; y, además, me ha presentado en distintas ocasiones a muchos marineros y mercaderes que había conocido en su viaje. En consecuencia, me doy por satisfecho con esta información, sin indagar qué dicen los cosmógrafos.
Necesitaríamos topógrafos que nos hicieran el relato particular de los sitios donde han estado. Pero, por tener la ventaja sobre nosotros de haber visto Palestina, pretenden gozar del privilegio de contarnos noticias de todo el resto del mundo.[17] Me gustaría que cada cual escribiera lo que sabe, y en la medida que lo sabe, no en esto solamente, sino en todos los demás asuntos. Alguien puede tener, en efecto, cierta particular ciencia o experiencia de la naturaleza de un río o de una fuente sin que por lo demás sepa otra cosa que aquello que todo el mundo sabe. Intentará, sin embargo, para hacer cundir ese trocito, escribir toda la física. De este vicio proceden muchos grandes inconvenientes.
Ahora bien, me parece, para volver a mi asunto, que nada hay en esta nación que sea bárbaro y salvaje, por lo que me han contado, sino que cada cual llama «barbarie» a aquello a lo que no está acostumbrado. Lo cierto es que no tenemos[18] otro punto de mira para la verdad y para la razón que el ejemplo y la idea de las opiniones y los usos del país donde nos encontramos. Ahí está siempre la perfecta religión, el perfecto gobierno, el perfecto y cumplido uso de todas las cosas.[19] Ellos son salvajes como llamamos «salvajes» a los frutos que la naturaleza ha producido de suyo y por su curso ordinario, cuando, a decir verdad, deberíamos más bien llamar «salvajes» a los que hemos alterado y desviado del orden común con nuestro artificio. En ellos están vivas y vigentes las verdaderas y más útiles y naturales virtudes y propiedades, que hemos bastardeado en éstos, acomodándolos al placer de nuestro gusto corrompido. c | Y, pese a todo, incluso el sabor y la delicadeza de diferentes frutos de esas regiones, sin cultivo alguno, resultan excelentes a nuestro gusto, rivalizando con los nuestros. a | No es razonable que el artificio gane el punto de honor sobre nuestra grande y poderosa madre naturaleza. Tanto hemos recargado la belleza y la riqueza de sus obras con nuestras invenciones, que la hemos sofocado por completo. Sin embargo, allí donde reluce su pureza, produce extraordinaria vergüenza a nuestras vanas y frívolas empresas:
b | Et ueniunt ederae sponte sua melius,
surgit et in solis formosior arbutus antris
et uolucres nulla dulcius arte canunt.[20]
[La hiedra crece mejor espontáneamente, el madroño brota más hermoso en los antros solitarios y los pájaros cantan con más dulzura sin arte].
a | Todos nuestros esfuerzos no alcanzan ni tan sólo a reproducir el nido del menor pajarito, su disposición, su belleza y la utilidad de su uso, ni siquiera la trama de la endeble araña. c | Todas las cosas, dice Platón, son producto o de la naturaleza o de la fortuna o del arte. Las más grandes y más hermosas, de una u otra de las dos primeras; las menores y más imperfectas, del último.[21]
a | Estas naciones me parecen, pues, tan bárbaras porque han sido muy poco moldeadas por el espíritu humano y porque están aún muy próximas a su naturaleza original. Las leyes naturales mandan aún sobre ellas, muy poco corrompidos por las nuestras. Pero es con una pureza tal que a veces me produce amargura que no se haya sabido antes de ellas, en un tiempo en que había hombres que habrían sido capaces de juzgarlas mejor que nosotros. Me disgusta que Licurgo y Platón no las conocieran; me parece, en efecto, que lo que vemos por experiencia en estas naciones sobrepasa no sólo todas las descripciones con que la poesía ha embellecido la edad de oro,[22] y todas sus invenciones para fingir una feliz condición humana, sino incluso la concepción y hasta el deseo de la filosofía. No han podido imaginar una naturalidad tan pura y tan simple como la vemos por experiencia; ni han podido creer que nuestra sociedad pueda mantenerse con tan poco artificio y tan poca ligazón humana. Es una nación, diría yo a Platón, en la que no existe especie alguna de comercio, ningún conocimiento de las letras, ninguna ciencia de los números, ningún título de magistrado ni de superioridad política, ningún uso de servidumbre, de riqueza o de pobreza, ningún contrato, ninguna herencia, ninguna repartición, ninguna ocupación que no sea ociosa, ninguna consideración de parentesco salvo la general, ningún vestido, ninguna agricultura, ningún metal, ningún empleo de vino o de trigo. Hasta las palabras que designan la mentira, la traición, el disimulo, la avaricia, la envidia, la maledicencia, el perdón, son inauditas. ¡Hasta qué punto le parecería la república que imaginó[23] alejada de esta perfección!:[24]
b | Hos natura modos primum dedit.[25]
[La naturaleza otorgó primero estas maneras].
a | Por lo demás, viven en una región muy agradable y bien templada, de suerte que, según me han dicho mis testigos, es raro ver a un hombre enfermo; y me han asegurado no haber visto a nadie tembloroso, legañoso, desdentado o curvado por la vejez[26]. Habitan a lo largo de la costa, y encerrados por el interior por grandes y altas montañas, en un área de cien leguas de anchura. Disponen de gran abundancia de pescado y de carnes, que en nada se parecen a los nuestros, y los comen sin más arte que asarlos. El primero que llevó un caballo hasta allí, aunque los había visitado en otros muchos viajes, les causó tal horror con esa montura que lo mataron a flechazos antes de llegar a reconocerlo.[27] Sus construcciones son muy largas, y tienen capacidad para doscientas o trescientas almas; están cubiertas con la corteza de grandes árboles, sujetas al suelo por un extremo, y sostenidas y apoyadas entre sí por la techumbre, al modo de algunas de nuestras granjas, cuyo tejado cuelga hasta el suelo y sirve de pared lateral. Disponen de una madera tan dura que con ella cortan y fabrican sus espadas y sus parrillas para asar los alimentos. Las camas son de un tejido de algodón y cuelgan del techo, como las de nuestros barcos, una para cada uno; las esposas duermen, en efecto, separadas de los maridos. Se levantan con el sol, y una vez levantados comen enseguida para todo el día, pues no hacen otra comida que ésta. En ese momento no beben, como dice Suidas de otros pueblos de Oriente, que bebían fuera de las comidas; beben muchas veces a lo largo del día, y en gran cantidad. Su bebida está hecha de cierta raíz, y tiene el color de nuestros vinos claretes. Sólo la beben tibia; no se conserva más que dos o tres días, tiene un sabor un poco picante, nada humoso, es saludable para el estómago y laxante para quienes no están habituados a ella; muy agradable para quien se ha acostumbrado.[28] En lugar de pan, emplean cierta materia blanca, como coriandro confitado.[29] Lo he probado; tiene un sabor dulce y un poco insípido. Pasan el día entero bailando. Los más jóvenes salen a cazar animales con arcos. Una parte de las mujeres se dedica entretanto a calentar la bebida, que es su principal cometido.[30] Uno de los ancianos, por la mañana, antes de empezar a comer, predica a toda la granja a la vez, andando de un extremo a otro, y repitiendo la misma frase muchas veces, hasta que da una vuelta completa —pues son construcciones que llegan a tener unos cien pasos de longitud—[31]. Sólo les recomienda dos cosas: valor contra los enemigos y amistad hacia sus esposas. Y nunca dejan de señalar esta obligación, como su estribillo, que ellas son quienes les mantienen la bebida tibia y preparada. Se ve en muchos sitios, y entre ellos en mi casa, la forma de sus camas, de sus cordones, de sus espadas y de los brazaletes de madera con que se cubren las muñecas en los combates, y de unas grandes cañas abiertas por un extremo, con cuyo sonido sostienen la cadencia cuando bailan. Van rasurados por todas partes, y se afeitan con mucha mayor perfección que nosotros con una simple navaja de madera o de piedra.[32] Creen que las almas son eternas, y que las que han hecho buenos méritos ante los dioses se alojan en el lugar del cielo donde se alza el sol; las malditas, del lado de Occidente.[33]
Tienen no sé qué sacerdotes y profetas que se presentan muy raras veces al pueblo, pues viven en las montañas. A su llegada se celebra una gran fiesta y la solemne reunión de numerosos poblados —cada granja, como la he descrito, constituye un poblado, y están, uno de otro, aproximadamente a una legua francesa de distancia—. El profeta les habla en público, exhortándolos a la virtud y al deber; pero toda su ciencia ética no consta sino de estos dos artículos: determinación en la guerra y afecto a sus mujeres. Les pronostica el futuro y los resultados que deben esperar de sus empresas, los encamina o aparta de la guerra; pero lo hace con la condición de que, si falla y lo que les ocurre no es lo predicho por él, lo destrozan en mil pedazos en caso de atraparlo y es condenado como falso profeta. Por tal motivo, al que se ha equivocado una vez, no se le ve más.
c | La adivinación es un don de Dios. Por eso, abusar de ella debería ser una impostura punible. Entre los escitas, cuando los adivinos no acertaban los ponían, con los pies y manos cargados de cadenas, en carros llenos de brezos, tirados por bueyes, en los que los hacían quemar.[34] Quienes se dedican a las cosas sujetas a la dirección de la habilidad humana tienen excusa si hacen lo que pueden. Pero estos que nos engañan, asegurándonos que poseen una facultad extraordinaria fuera del alcance de nuestro conocimiento, ¿no deben ser castigados por no hacer realidad su promesa y por la temeridad de su impostura?
a | Sus guerras son contra las naciones que están más allá de las montañas, tierra más adentro. Van a ellas completamente desnudos, sin más armas que arcos o espadas de madera afiladas por un extremo, al modo de los hierros de nuestros venablos. Es cosa admirable la firmeza de sus combates, que jamás terminan sino con muerte y efusión de sangre.[35] No saben, en efecto, qué son las huidas y el miedo. Como trofeo, cada uno trae la cabeza del enemigo al que ha matado, y la sujeta a la entrada de su vivienda. A los prisioneros, durante mucho tiempo los tratan bien y con todas las comodidades que se les ocurren. Después, el dueño celebra una gran reunión con sus conocidos. Ata una cuerda a un brazo del prisionero, c | por cuyo extremo le mantiene sujeto a unos cuantos pasos de distancia, por miedo a que le ataque, a | y da al amigo más querido el otro brazo para que lo sujete del mismo modo; y entre ambos, ante toda la concurrencia, lo matan a golpes de espada. Hecho esto, lo asan y comen de él en común, y envían pedazos a los amigos ausentes.[36] No lo hacen, como se cree, para alimentarse, como lo hacían antiguamente los escitas;[37] lo hacen para demostrar una extrema venganza.[38] Y la prueba de esto es que, al darse cuenta de que los portugueses, que se habían aliado con sus adversarios, utilizaban contra ellos otra clase de muerte cuando los apresaban —los enterraban hasta la cintura, les arrojaban sobre el resto del cuerpo un sinfín de dardos y después los colgaban—, pensaron que esa gente del otro mundo, puesto que habían esparcido la noción de tantos vicios en sus proximidades, y eran maestros muy superiores a ellos en toda suerte de malicia, no elegían sin motivo ese tipo de venganza, y que debía ser más acerba que la suya, por lo cual empezaron a abandonar su antigua costumbre para seguir ésta. No me enoja que señalemos el bárbaro horror que hay en tal acción, pero sí que juzguemos bien acerca de sus faltas y estemos tan ciegos para las nuestras. Creo que hay más barbarie en comerse a un hombre vivo que en comerlo muerto;[39] en desgarrar, con tormentos y torturas, un cuerpo lleno aún de sensibilidad, hacerlo asar cuidadosamente, hacer que lo muerdan y maten perros y cerdos —como lo hemos no sólo leído[40] sino visto recientemente, no entre viejos enemigos sino entre vecinos y conciudadanos, y, lo que es peor, bajo pretexto de piedad y religión—, que en asarlo y comerlo una vez muerto.
Crisipo y Zenón, cabezas de la escuela estoica, pensaron que no había mal alguno en servirse de nuestra carroña para cualquiera de nuestras necesidades, ni en obtener alimento de ella.[41] Así, nuestros ancestros, sitiados por César en la ciudad de Alesia, decidieron resistir el hambre del asedio merced a los cuerpos de ancianos, mujeres y demás personas inútiles para el combate:[42]
b | Vascones, fama est, alimentis talibus usi
produxere animas.[43]
[Los vascones, según se cuenta, sobrevivieron usando tales alimentos].
a | Y los médicos no temen servirse de ella en toda suerte de usos favorables a la salud, sea para aplicarla por dentro o por fuera; pero jamás hubo opinión tan desenfrenada que excusara la traición, la deslealtad, la tiranía, la crueldad, que son nuestras faltas habituales.
Así pues, podemos muy bien llamarlos bárbaros con respecto a las reglas de la razón, pero no con respecto a nosotros mismos, que los superamos en toda suerte de barbarie. Su guerra es enteramente noble y generosa, y es tan excusable y bella como puede serlo esta enfermedad humana; entre ellos, no tiene otro fundamento que el simple celo por el valor. No está en cuestión la conquista de nuevas tierras, pues gozan aún de la fertilidad natural que les proporciona, sin trabajo y sin esfuerzo, todo lo necesario, con una abundancia tal que no precisan ensanchar sus límites.[44] Viven todavía en el feliz estado de no desear sino aquello que prescriben sus necesidades naturales; todo lo que va más allá les resulta superfluo. Los de la misma edad se llaman todos, entre ellos, hermanos; hijos, los que son menores; y los ancianos son padres para todos los demás. Estos dejan a sus herederos en común la plena posesión de sus bienes indivisos, sin otro título que aquel, enteramente puro, que la naturaleza confiere a sus criaturas cuando las arroja al mundo.
Si sus vecinos cruzan las montañas para atacarlos, y logran la victoria frente a ellos, el beneficio del vencedor es la gloria y la ventaja de haber sido superiores en valor y en virtud. En efecto, no precisan para otra cosa los bienes de los vencidos, y regresan a su país, donde no les falta nada necesario, tampoco la gran cualidad que consiste en saber gozar felizmente de la propia condición y en contentarse con ella.[45] Lo mismo hacen éstos llegado el caso. No piden a sus prisioneros otro rescate que admitir y reconocer que están vencidos; pero, en todo un siglo, no hay uno solo que no prefiera la muerte a rebajar ni siquiera un ápice, ni con el gesto ni con la palabra, una grandeza de ánimo invencible. No hay nadie que no prefiera que lo maten y coman a pedir simplemente que no lo hagan. Los mantienen en plena libertad,[46] para que la vida les resulte tanto más estimable; y les suelen hablar de las amenazas de su futura muerte, de los tormentos que habrán de sufrir, de los preparativos que se efectúan con tal objeto, del desgarramiento de sus miembros y del festín que se realizará a su costa. Todo ello lo hacen con el único fin de arrancarles de la boca alguna palabra blanda o abatida, o de suscitarles el deseo de huir, para lograr la superioridad de haberlos asustado y de haber forzado su entereza. Además, en efecto, si lo consideramos bien, la verdadera victoria consiste tan sólo en este punto:
c | uictoria nulla est
quam quae confessos animo quoque subiugat hostes.[47]
[no hay otra victoria que aquella que, reconocida
por los vencidos, subyuga también su ánimo].
Antiguamente, los húngaros, combatientes muy belicosos, no proseguían su avance una vez habían sometido al enemigo a su merced. En efecto, tras arrancarles ese reconocimiento, los dejaban ir indemnes, sin rescate, salvo, a lo sumo, el de obtener la promesa de que a partir de entonces no tomarían las armas contra ellos.[48]
a | Bastantes de las victorias que logramos sobre nuestros enemigos son victorias prestadas, no propias. Tener los brazos y las piernas más fuertes es una cualidad digna de un cargador, no de la virtud; la salud es una cualidad muerta y corporal; hacer tropezar al enemigo es un golpe de fortuna, lo mismo que deslumbrarle los ojos con la luz del sol; ser hábil en la esgrima es un recurso de arte y ciencia, y que puede darse en una persona cobarde y sin valor. El mérito y la valía de un hombre radican en el ánimo y en la voluntad; ahí es donde reside su verdadero honor; la valentía es la firmeza no de piernas y brazos, sino del ánimo y del alma; no consiste en el valor de nuestro caballo, ni de nuestras armas, sino en el nuestro. Quien cae obstinado en su valentía, c | si succiderit, de genu pugnat[49] [si ha caído, pelea de rodillas], a | quien no rebaja ni un ápice su confianza por ningún peligro de muerte inminente, quien, al rendir el alma, sigue mirando a su enemigo con una mirada firme y desdeñosa, es derrotado no por nosotros sino por la fortuna; cae muerto, no derrotado.[50] b | Los más valientes son a veces los más desafortunados.
c | Se producen también derrotas triunfantes que pueden rivalizar con las victorias. Ni siquiera esas cuatro victorias hermanas, las más bellas que el sol jamás haya visto con sus ojos, Salamina, Platea, Micale, Sicilia, osaron nunca oponer toda su gloria junta a la gloria de la derrota del rey Leónidas y los suyos en el paso de las Termopilas. ¿Quién marchó jamás con un afán más glorioso y ambicioso al éxito en un combate que el capitán Iscolas a la derrota? ¿Quién se aseguró la salvación con más ingeniosidad y celo que él la ruina? Su misión era defender cierto paso del Peloponeso contra los arcadios. Se veía del todo incapaz de hacerlo, dada la naturaleza del lugar y la desigualdad de fuerzas, y era consciente de que todo lo que se expusiera al enemigo, iba a quedarse necesariamente ahí. Por otra parte, consideraba indigno de su propia virtud y magnanimidad, así como del nombre lacedemonio, incumplir la misión. Tomó entre ambos extremos una determinación intermedia, que fue la siguiente. A los más jóvenes y más dispuestos de su ejército, los preservó para la protección y el servicio de su país, y los hizo volver; y, con aquellos que se echarían menos en falta, decidió defender el pasaje, y, con su muerte, hacer que los enemigos pagaran su entrada tan cara como le fuera posible. Y así sucedió. Los arcadios lo rodearon de inmediato por todas partes, y, tras causar una gran carnicería, él y los suyos fueron todos, en efecto, pasados a cuchillo.[51] ¿Hay algún trofeo asignado a los vencedores que no merezcan más estos vencidos? El papel propio de la verdadera victoria es la lucha, no la salvación; y el honor de la virtud radica en combatir, no en vencer.
a | Para regresar a nuestra historia, los prisioneros, lejos de rendirse por las cosas que les hacen, mantienen, por el contrario, una actitud alegre durante los dos o tres meses que los guardan; urgen a sus amos a apresurarse a ponerlos a prueba, los retan, los injurian, les reprochan su cobardía y el número de batallas perdidas contra los suyos.[52] Tengo una canción hecha por un prisionero que incluye esta tirada: «Que se atrevan todos a venir, y que se reúnan para comer de él, pues comerán a la vez a sus propios padres y abuelos, que sirvieron de alimento y nutrición a su cuerpo. Esos músculos», dice, «esa carne y esas venas son los vuestros, pobres insensatos; no caéis en la cuenta de que todavía se conserva en ellos la sustancia de los miembros de vuestros ancestros. Saboreadlos bien, hallaréis el gusto de vuestra propia carne».[53] Es una invención que no tiene traza alguna de barbarie. Quienes pintan la manera en que mueren, y representan la acción en que les quitan la vida, pintan al prisionero escupiendo a la cara de quienes los matan y haciéndoles muecas.[54] A decir verdad, no dejan de retarlos y desafiarlos con palabras y gestos hasta el último suspiro. Sin mentir, en comparación con nosotros, son hombres bien salvajes. Porque es necesario que realmente lo sean ellos o que lo seamos nosotros —hay una extraordinaria distancia entre su forma[55] y la nuestra.
Los hombres tienen muchas mujeres, y su número es tanto mayor cuanto mejor es su reputación de valentía.[56] Hay algo singularmente hermoso en sus matrimonios: el mismo celo que nuestras esposas dedican a impedirnos la amistad y benevolencia de otras mujeres, las suyas lo dedican a conseguírsela. Más preocupadas por el honor de sus maridos que por cualquier otra cosa, intentan tener el máximo número de compañeras que pueden, y se esfuerzan en ello, porque es una prueba de la virtud del marido. c | Las nuestras clamarán que se trata de un milagro; no lo es. Es una virtud propiamente matrimonial, pero del tipo más elevado. Y, en la Biblia, Lía, Raquel, Sara y las esposas de Jacob ofrecieron sus bellas sirvientas a sus maridos;[57] y Livia secundó los deseos de Augusto en su perjuicio;[58] y la mujer del rey Diotaro, Estratónice, no sólo entregó al uso de su marido una bellísima joven camarera que le servía, sino que crió con todo esmero a sus hijos, y los respaldó para que heredaran los cargos de su padre.[59]
a | Y, para que no se crea que todo esto se hace por simple y servil obligación a sus usos, y por la fuerza de la autoridad de su antigua costumbre, sin razonamiento ni juicio, y por tener un alma tan estúpida que no puedan decidir otra cosa, conviene aducir algunas muestras de su capacidad. Además de la que acabo de referir, sacada de una de sus canciones guerreras, tengo otra, amorosa, que empieza así: «Culebra, detente; detente, culebra, para que mi hermana extraiga del patrón de tu imagen la forma y la obra de una rica cinta que pueda regalar a mi amiga. Ojalá tu belleza y tu salud sean siempre preferidas a todas las restantes serpientes». Esta primera estrofa es el estribillo de la canción. Ahora bien, tengo suficiente intimidad con la poesía para juzgar no sólo que no hay barbarie alguna en esta fantasía, sino que es por entero anacreóntica.[60] Su lengua, por lo demás, es dulce, y posee una sonoridad agradable,[61] que evoca las terminaciones griegas.[62]
Tres de ellos, ignorando el coste que tendrá un día para su reposo y felicidad conocer las corrupciones de esta orilla, e ignorando que de tales relaciones surgirá su ruina, que, por lo que yo supongo, está ya avanzada —miserables por caer en el engaño del deseo de novedad, y por haber abandonado la dulzura de su cielo para venir a ver el nuestro—, fueron a Rouen cuando el difunto rey Carlos IX se encontraba allí.[63] El rey les habló durante un buen rato; les mostraron nuestras maneras, nuestra pompa, la forma de una hermosa ciudad. Tras esto, alguien les pidió su opinión y quiso saber de ellos qué les había parecido más admirable. Respondieron tres cosas, de las cuales he olvidado la tercera, y lo lamento mucho; pero todavía me acuerdo de dos. Dijeron que les parecía, en primer lugar, muy extraño que tantos hombres mayores, barbudos, fuertes y armados como había alrededor del rey —es verosímil que se refirieran a los suizos de su guardia— se sometieran a la obediencia de un niño, y que no se eligiera más bien a uno de ellos para mandar; en segundo lugar, que habían observado que, entre nosotros, había hombres llenos y ahítos de toda suerte de bienes, mientras que sus mitades —tienen una manera de hablar por la que llaman a los hombres mitades unos de otros— mendigaban a sus puertas, demacrados por el hambre y la pobreza; y les parecía extraño que esas mitades necesitadas pudieran soportar una injusticia así sin coger a los otros por el cuello o prender fuego a sus casas.
Hablé un buen rato con uno de ellos; pero mi intérprete me seguía tan mal, y tenía, a causa de su necedad, tantas dificultades para asimilar mis fantasías, que no pude conseguir nada valioso. Le pregunté qué ventajas obtenía de la superioridad que ejercía entre los suyos —pues se trataba de un capitán, y nuestros marineros le llamaban rey—, y me dijo que marchar el primero en la guerra; le pregunté cuántos hombres le seguían, y me mostró el espacio de una legua, queriendo decir que tantos como cabían en un espacio así —podían ser cuatro o cinco mil hombres—; le pregunté si, fuera de la guerra, toda su autoridad expiraba, y me dijo que le restaba una cosa: al visitar los pueblos que dependían de él, le abrían caminos a través de los setos de los bosques por los que podía pasar cómodamente. Todo eso no está demasiado mal; pero, ¡vaya!, no llevan pantalones.