CAPÍTULO XXVII

LA AMISTAD

a | Considerando cómo lleva a cabo su tarea un pintor que tengo, me han venido ganas de imitarlo. Elige el lugar más bello[1] y más centrado de cada pared para situar en él un cuadro elaborado con toda su habilidad, y el vacío a su alrededor lo llena de grotescos, que son pinturas fantásticas sin otra gracia que la variedad y la extrañeza. ¿Qué son también éstos, a decir verdad, sino grotescos y cuerpos monstruosos, compuestos de miembros diferentes, sin figura determinada, sin otro orden, continuidad y proporción que los fortuitos?[2]

Desinit in piscem mulier formosa superne.[3]

[Lo que empieza en mujer acaba en pez].

Voy bien en el segundo punto con mi pintor; pero me quedo corto en la otra, y mejor, parte. Mi habilidad, en efecto, no llega hasta el punto de osar acometer un cuadro rico, pulido y conforme al arte. Se me ha ocurrido tomar prestado uno a Étienne de la Boétie, que honrará el resto de esta tarea. Es un discurso al que llamó La servidumbre voluntaria,[4] pero que después fue rebautizado con mucha propiedad El contra uno por quienes ignoraban su nombre.[5] Lo escribió a manera de ensayo, en su primera juventud,[6] en honor de la libertad contra los tiranos. Desde hace mucho, circula en manos de gente de entendimiento, no sin una muy grande y merecida consideración, pues no podría ser más gentil ni más rico. Con todo, dista mucho de ser lo mejor de lo que era capaz.[7] Y si a la edad en que le conocí, más avanzada, hubiera concebido como yo el proyecto de poner sus fantasías por escrito, veríamos abundantes cosas singulares y que nos acercarían mucho al honor de la Antigüedad, pues, sobre todo en cuanto a talento natural, no conozco ninguno que le sea comparable.[8] Pero no ha quedado de él más que este discurso, y aun por casualidad —creo que jamás volvió a verlo después que se le escapó de las manos—, y ciertas memorias sobre el edicto de enero famoso por nuestras guerras civiles, que tal vez tendrán aún cabida en otro sitio.[9] Es cuanto he podido recuperar de sus reliquias —c | yo, a quien nombró, con una recomendación tan amorosa, cuando tenía la muerte en los dientes,[10] heredero de su biblioteca y de sus papeles mediante su testamento—,[11] a | aparte del librito de obras suyas que he hecho salir a la luz.[12] Tengo, además, una deuda particular con esta pieza, porque sirvió de medio para nuestra primera relación. Me la mostraron, en efecto, mucho tiempo antes[13] de que le conociera, y me dio la primera noticia de su nombre. Encauzó así la amistad que hemos alimentado entre nosotros, mientras Dios ha querido, tan entera y tan perfecta que ciertamente los libros apenas hablan de otras semejantes, y, entre los hombres de hoy, no se encuentra huella alguna en vigor. Se precisan tantas coincidencias para formarla, que es mucho si la fortuna la alcanza una vez en tres siglos.

A nada parece habernos encaminado más la naturaleza que a la sociedad. c | Y dice Aristóteles que los buenos legisladores se han preocupado más de la amistad que de la justicia.[14] a | Ahora bien, éste es el punto culminante de su perfección. c | Porque, en general, aquellas que forja y nutre el placer o el provecho, la necesidad pública o privada, son menos bellas y nobles, menos amistades, en la medida que hacen intervenir otra causa, fin y fruto en la amistad que ella misma. Tampoco concuerdan con ella, ni conjuntamente ni por separado, esas cuatro especies antiguas: natural, social, hospitalaria y erótica.[15] a | De hijos a padres, se trata más bien de respeto. La amistad se nutre de comunicación, y ésta no puede darse entre ellos porque la disparidad es demasiado grande y acaso vulneraría los deberes naturales. Porque ni pueden comunicarse a los hijos todos los pensamientos secretos de los padres, para no crear una intimidad indecorosa, ni las advertencias y correcciones, en las que radica una de las primeras obligaciones de la amistad,[16] podrían ejercerse de hijos a padres. Ha habido naciones donde, por costumbre, los hijos mataban a sus padres, y otras donde los padres mataban a sus hijos, para evitar las trabas que a veces pueden ponerse entre sí, y el uno depende por naturaleza de la destrucción del otro.[17] Algunos filósofos han desdeñado este lazo natural. Prueba de ello, c | Aristipo. a | Le insistieron en cierta ocasión sobre el afecto que debía a sus hijos por haber surgido de él, se puso a escupir y dijo que también eso había salido de él, y que engendrábamos igualmente piojos y gusanos.[18] Y otro, a quien Plutarco quería inducir a entenderse con su hermano, replicó: «No le tengo más en cuenta porque hayamos salido del mismo agujero».[19] A decir verdad, el nombre de hermano es hermoso y está lleno de dilección; por eso lo convertimos, él y yo, en nuestra alianza.[20] Pero compartir bienes, los repartos,[21] y el hecho de que la riqueza de uno conlleve la pobreza del otro, diluyen extraordinariamente y aflojan el lazo fraternal. Al tener que conducir el curso de su promoción por el mismo camino y al mismo paso, es forzoso que los hermanos tropiecen y choquen a menudo. Además, ¿por qué ha de darse en ellos la correspondencia y relación que generan las amistades verdaderas y perfectas? Padre e hijo pueden tener temperamentos enteramente alejados, y los hermanos también: «Es mi hijo, es mi pariente, pero un hombre brutal, un malvado o un necio». Y también, en la medida que se trata de amistades impuestas por la ley y la obligación natural, tienen tanto menos de elección nuestra y de libertad voluntaria.[22] Y nuestra libertad voluntaria no tiene producción más propiamente suya que el amor y la amistad. No es que yo no haya probado cuanto puede darse por ese lado. He tenido el mejor padre que jamás ha existido, y el más indulgente, hasta su extrema vejez, y pertenezco a una familia famosa y ejemplar de padre a hijos en lo que se refiere a concordia fraternal:

b | et ipse

notus in fratres animi paterni.[23]

[y yo mismo soy conocido por mi ánimo paterno con mis hermanos].

a | El amor por las mujeres, aun cuando nazca de nuestra elección, no se le puede comparar, ni cabe asignarle este papel. Su ardor, lo confieso,

neque enim est dea nescia nostri

quae dulcem curis miscet amaritiem,[24]

[y, en efecto, no me es desconocida la diosa

que mezcla una dulce amargura con las cuitas],

es más activo, más agudo y más violento. Pero es un ardor ligero y voluble, fluctuante y diverso, un ardor febril, expuesto a accesos y remisiones, y que nos une sólo por una esquina. En la amistad se produce un calor general y universal, por lo demás templado y regular, un calor constante y reposado, lleno de dulzura y pulcritud, que no tiene nada de violento ni de hiriente. Es más, en el amor se trata tan sólo del deseo furioso de aquello que nos rehuye:

Come segue la lepre il cacciatore

al freddo, al caldo, alla montagna, al lito,

né più l’estima poi che presa vede,

et sol dietro a chi fugge affretta il piede.[25]

[Como el cazador que persigue a la liebre con frío o con calor, en la montaña o en el llano, deja de apreciarla cuando la ve presa, y sólo apresura el paso cuando le rehuye].

En cuanto se convierte en amistad, es decir, en acuerdo de voluntades, desmaya y languidece. El goce lo destruye, porque su fin es corporal y es susceptible de saciedad.[26] La amistad, por el contrario, se goza a medida que se desea; se eleva, nutre y va en aumento tan sólo con el goce, porque es espiritual y porque el alma se purifica con el uso. En otros tiempos estas pasiones volubles han tenido cabida en mí por debajo de la amistad perfecta; por no hablar de él, que las confiesa de sobra con sus versos.[27] Ambas pasiones se han llegado, pues, a conocer entre sí en mi interior; pero nunca a compararse. La primera ha mantenido su ruta con un vuelo altivo y soberbio, mirando desdeñosamente cómo la otra seguía su camino muy por debajo de ella.

En cuanto al matrimonio, es un contrato en el cual sólo la entrada es libre —la duración es obligada y forzosa, depende de otra cosa que de nuestra voluntad—,[28] y un contrato que suele establecerse con vistas a otros fines.[29] Además, en él surgen mil enredos externos que hay que desenmarañar, capaces de romper el hilo y de turbar el curso de un vivo afecto.[30] En la amistad, en cambio, no existe otro asunto ni negocio que el de ella misma. Aparte de que, a decir verdad, la capacidad habitual de las mujeres no llega a la altura del diálogo y la comunicación que nutre este santo lazo; ni su alma parece lo bastante firme para sostener la presión de un nudo tan apretado y tan duradero. Y ciertamente, sin esto, si fuera posible establecer una relación de este tipo, libre y voluntaria, en la cual no sólo las almas obtuviesen un goce perfecto, sino también los cuerpos participaran en la alianza, c | en la cual estuviese implicado el hombre entero, a | es cosa segura[31] que la amistad sería más plena y más cumplida. Pero este sexo todavía no ha podido alcanzarla con ningún ejemplo, c | y el acuerdo general de las escuelas antiguas lo excluye de ella.[32]

a | Y en lo que concierne a la licencia griega, nuestras costumbres la abominan justamente.[33] c | Sin embargo, tampoco respondía del todo a la unión y el acuerdo perfectos que demandamos aquí, ya que, según sus usos, comportaba una necesaria disparidad de edades y diferencia de funciones entre los amantes. Quis est enim iste amor amicitiae? cur neque deformem adolescentem quisquam amat, neque formosum senem? [¿Qué es, en efecto, este amor de la amistad? ¿Por qué nadie ama ni al adolescente deforme ni al anciano hermoso?].[34] Porque ni siquiera la descripción que de ella efectúa la Academia me desautorizará, según creo, si digo esto de su parte:[35] que el primer furor inspirado por el hijo de Venus en el corazón del amante con respecto a la flor de una tierna juventud, al cual permiten todas las insolentes y apasionadas acometidas que puede producir un ardor inmoderado, se fundaba simplemente en la belleza externa, falsa imagen de la generación corporal. No podía, en efecto, fundarse en el espíritu, cuya manifestación permanecía todavía oculta, que apenas empezaba a nacer y no había alcanzado la edad de germinar. Que si este furor se adueñaba de un ánimo abyecto, empleaba como medios para su persecución las riquezas, los regalos, el favor para ascender a cargos importantes y otras bajas mercancías del mismo estilo, que ellos reprueban.[36] Si caía en un ánimo más noble, los medios eran en igual medida nobles: lecciones filosóficas, enseñanzas para venerar la religión, para obedecer las leyes, para morir por el bien del país, ejemplos de valentía, prudencia y justicia. El amante se esforzaba por hacerse aceptable merced a la amabilidad y belleza de su alma, dado que las de su cuerpo se habían marchitado mucho tiempo antes, y esperaba establecer, a través de esta relación mental, una alianza más firme y duradera. Cuando la persecución tenía éxito en el momento oportuno, surgía en el amado el deseo de concebir espiritualmente por medio de una belleza espiritual. En efecto, no le exigen al amante[37] que dedique tiempo y sensatez a su empresa, pero sí se lo exigen con todo rigor al amado, pues éste había de evaluar una belleza interior, cosa que es difícil de reconocer y ardua de descubrir. Ésta era para él la principal; la del cuerpo, accidental y secundaria: justo al contrario que para el amante. Por eso, prefieren al amado[38] y demuestran que también los dioses lo prefieren. Y censuran con fuerza al poeta Esquilo por haber concedido el papel de amante a Aquiles, que se hallaba en la primera e imberbe lozanía de la adolescencia y era el más hermoso de los griegos, en su amor con Patroclo.[39]

De esta relación general, cuando la parte dominante y de mayor dignidad[40] desempeñaba sus funciones y prevalecía, dicen[41] que producía frutos muy útiles tanto en lo privado como en lo público. Que constituía la fuerza de los países que aprobaban su práctica, y la principal defensa de la equidad y la libertad. Prueba de ello, los saludables amores entre Harmodio y Aristogiton.[42] Por eso la llaman sagrada y divina, y, a su juicio, tan sólo se le oponen la violencia de los tiranos y la cobardía de los pueblos. Al cabo, no podemos conceder a favor de la Academia sino decir que era un amor que terminaba en amistad, cosa que concuerda bastante con la definición estoica del amor: «Amorem conatum esse amicitiae faciendae ex pulchritudinis specie»[43] [El amor es un intento de trabar amistad a partir de la apariencia de belleza]. Vuelvo a mi descripción, de carácter más justo y más uniforme. Omnino amicitiae corroboratis iam confirmatisque ingeniis et aetatibus iudicandae sunt[44] [En general, la amistad se ha de juzgar una vez que el temperamento y la edad han madurado y se han confirmado].

a | Por lo demás, lo que solemos llamar amigos y amistades no son más que relaciones y familiaridades entabladas por alguna ocasión o ventaja a cuyo propósito nuestras almas se unen. En la amistad de que yo hablo, se mezclan y confunden entre sí con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que las ha unido. Si me instan a decir por qué le quería, siento que no puede expresarse c | más que respondiendo: porque era él, porque era yo.[45] a | Hay, más allá de todo mi discurso, y de cuanto pueda decir de modo particular, no sé qué fuerza inexplicable[46] y fatal mediadora de esta unión. c | Nos buscábamos antes de habernos visto y por noticias que oíamos el uno del otro, las cuales causaban en nuestro afecto más impresión de la que las noticias mismas comportaban, creo que por algún mandato del cielo.[47] Nos abrazábamos a través de nuestros nombres.

Y en el primer encuentro, que se produjo por azar en una gran fiesta y reunión ciudadana, nos resultamos tan unidos, tan conocidos, tan ligados entre nosotros, que desde entonces nada nos fue tan próximo como el uno al otro.[48] Él escribió una excelente sátira latina, que se ha publicado, con la cual excusa y explica la precipitación de nuestro entendimiento, tan pronto llegado a la perfección.[49] Dado que iba a durar tan poco y dado que se había iniciado tan tarde —pues los dos éramos hombres hechos, y él más, por algún año—,[50] no tenía tiempo que perder, ni había de ajustarse al modelo de las amistades blandas y ordinarias, en las cuales se requieren las precauciones de un largo trato previo. Esta no tiene otra idea que la suya propia, y no puede referirse sino a sí misma. a | No fue una consideración especial, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni mil; fue no sé qué quintaesencia de toda esta mezcla lo que, captando mi entera voluntad, la llevó a hundirse y a perderse en la suya, c | lo que, captando su entera voluntad, la llevó a hundirse y a perderse en la mía, con un afán y empeño semejante. a | Digo «perderse» de verdad, sin reservarnos nada que nos fuera propio, ni que fuera suyo o mío.[51]

Cuando Lelio, en presencia de los cónsules romanos que, tras la condena de Tiberio Graco, perseguían a todos sus cómplices, preguntó a Cayo Blosio, su mejor amigo, qué habría aceptado hacer por él,[52] éste le respondió: «Todo». «¿Cómo todo?», prosiguió el otro; «¿y qué si te hubiese ordenado incendiar los templos?». «Nunca me lo habría ordenado», replicó Blosio. «Pero ¿si lo hubiese hecho?», añadió Lelio. «Habría obedecido», respondió. Si su amistad con Graco era tan perfecta como dicen los libros de historia, no tenía necesidad alguna de ofender a los cónsules con esta última y osada confesión; y no debía apartarse de su confianza en la voluntad de Graco.[53] Pero, con todo, quienes tachan de sediciosa su respuesta no entienden bien este misterio, y no presuponen, como es el caso, que estaba seguro de la voluntad de Graco, por poder y por conocimiento. c | Eran más amigos que ciudadanos, más amigos que amigos o enemigos de su país, que amigos de la ambición y del desorden.[54] Confiando plenamente el uno en el otro, los dos tenían por completo sujetas las riendas de la inclinación del otro. Y, si haces que el tiro sea guiado por la virtud y la dirección de la razón —por lo demás, es del todo imposible engancharlo sin esto—, la respuesta de Blosio es la correcta. Si sus acciones empezaron a fallar, no eran amigos el uno del otro según mi medida, ni amigos de sí mismos.

Al fin y al cabo, a | esta respuesta no suena de otro modo que como sonaría la mía si alguien me preguntara: «¿Matarías a tu hija si tu voluntad te ordenara matarla?», y yo dijera que sí.[55] Porque esto no prueba en absoluto que yo consintiera en hacerlo, pues no albergo dudas sobre mi voluntad, ni tampoco sobre la de un amigo semejante. Todos los razonamientos del mundo no pueden privarme de mi confianza en las intenciones y los juicios del mío. Ninguna de sus acciones podría serme presentada, fuere cual fuere su aspecto, sin que yo descubriese al instante su motivo. Nuestras almas han tirado juntas del carro de una manera tan acompasada,[56] se han estimado con un sentimiento tan ardiente, y se han descubierto, con el mismo sentimiento, tan íntimamente la una a la otra, que no sólo yo conocía la suya como si fuese la mía, sino que ciertamente, con respecto a mí, habría preferido fiarme de él a hacerlo de mí mismo.[57]

Que nadie me sitúe en este rango las amistades comunes. Las conozco tanto como el que más, y de las más perfectas en su género. b | Pero no aconsejo que se confundan sus reglas; nos engañaríamos. En estas otras amistades hay que avanzar con la brida en la mano, con prudencia y precaución. El lazo no está anudado de forma que no debamos desconfiar un poco. «Amalo», decía Quilón, «como si algún día hubieras de odiarlo; ódialo como si algún día hubieras de amarlo».[58] Este precepto, que es tan abominable en la amistad suprema y capital, resulta sano para la práctica de amistades ordinarias y comunes. c | Con respecto a éstas debe aplicarse una sentencia que le era muy familiar a Aristóteles: «¡Oh amigos míos, no existe amigo alguno!».[59]

a | En esta noble relación, los servicios y los favores, que nutren a las demás amistades, no merecen siquiera ser tenidos en cuenta. La causa es la fusión tan plena de las voluntades. La amistad que me profeso a mí mismo no se acrecienta por la ayuda que me proporciono en caso de necesidad, digan lo que digan los estoicos, y en absoluto me agradezco el servicio que me presto.[60] De igual manera, la unión de tales amigos, al ser verdaderamente perfecta, les hace perder el sentimiento de estos deberes, y detestar y excluir de entre ellos palabras de división y diferencia como «favor», «obligación», «reconocimiento», «ruego», «agradecimiento» y otras semejantes.[61] Dado que entre ellos todo es efectivamente común,[62] voluntades, pensamientos, juicios, bienes, mujeres, hijos, honor y vida, c | y dado que su acuerdo constituye un alma en dos cuerpos, según la muy certera definición de Aristóteles,[63] a | nada pueden prestarse ni darse. Por eso, los legisladores, para honrar el matrimonio por medio de alguna semejanza imaginaria con esta alianza divina, prohíben las donaciones entre marido y mujer. Pretenden con ello demostrar que todo debe ser de los dos, y que no han de dividir ni repartir nada entre ambos.[64] Si en la amistad de la que hablo uno pudiera dar al otro, sería el favorecido quien obligaría al compañero. Dado que ambos aspiran, más que a cualquier otra cosa, a favorecerse mutuamente, el que procura materia y ocasión de ser favorecido es quien asume el papel de generoso, brindando al amigo la satisfacción de efectuar con él aquello que más desea.[65] c | Cuando el filósofo Diógenes necesitaba dinero, no decía que lo pedía a los amigos, sino que lo exigía.[66]

a | Y, para mostrar cómo se pone esto en práctica, contaré un singular ejemplo antiguo. El corintio Eudamidas tenía dos amigos: Carixeno de Sición y Areteo de Corinto. A punto de morir en la pobreza, mientras que sus dos amigos eran ricos, redactó así su testamento: «Lego a Areteo el mantenimiento y cuidado de mi madre en su vejez; a Carixeno, el casamiento de mi hija y la asignación de la dote más grande que le sea posible. Y en caso de que uno de los dos faltare, nombro sustituto de su parte al superviviente». Los primeros que vieron el testamento se burlaron; pero los herederos, al ser advertidos, lo aceptaron con singular satisfacción. Y como uno de ellos, Carixeno, falleció cinco días más tarde, se procedió a la sustitución en favor de Areteo. Este mantuvo con toda solicitud a la madre y, de cinco talentos que poseía, dio dos y medio para casar a su única hija, y los otros dos y medio para casar a la hija de Eudamidas, cuyas bodas celebró el mismo día.[67]

El ejemplo es magnífico, salvo por una circunstancia: la multitud de amigos. La perfecta amistad de la que hablo es indivisible: cada uno se da tan completamente al amigo, que no le queda nada que repartir para los demás; al contrario, le apena no ser doble, triple o cuádruple, y no poseer múltiples almas y voluntades para entregarlas todas a este objeto. Las amistades comunes pueden repartirse: podemos amar en uno la belleza, en otro el carácter afable, en otro la generosidad, en aquél la condición de padre o de hermano, y así sucesivamente. Pero la amistad que posee y rige el alma con plena soberanía no puede ser doble. c | Si dos amigos pidieran ayuda al mismo tiempo, ¿a cuál acudirías? Si requirieran de ti servicios contrarios, ¿qué solución encontrarías?[68] Si uno confiara a tu silencio algo que al otro le fuera útil saber, ¿cómo te las arreglarías? La amistad única y principal libera de todas las demás obligaciones. El secreto que he jurado no revelar a nadie puedo comunicarlo, sin perjurio, a quien no es otro sino yo mismo.[69] Desdoblarse es ya un gran milagro, y no conocen su eminencia quienes hablan de triplicarse. Nada es extremo si tiene un igual.[70] Quien suponga que, entre dos, amo a uno tanto como al otro, y que se aman entre ellos y me aman a mí en la misma medida que yo los amo, multiplica en cofradía la cosa más única y unida, y de la que hallar una sola es ya lo más raro del mundo. a | El resto de la historia se acomoda muy bien a lo que yo decía. Eudamidas, en efecto, concede a sus amigos, a modo de gracia y favor, utilizarlos a su servicio. Les deja en herencia un generoso don que consiste en procurarles los medios de favorecerle. Y, sin duda, la fuerza de la amistad se manifiesta con mucha más riqueza en su acción que en la de Areteo.[71]

En suma, se trata de hechos inimaginables para quien no los ha experimentado, c | y que me llevan a honrar de forma extraordinaria la respuesta de un joven soldado a Ciro. Al preguntarle éste por cuánto cedería un caballo con el que acababa de ganar el premio de una carrera, y si lo querría cambiar por un reino, le dijo: «Ciertamente no, Majestad, pero sí lo entregaría de buena gana por adquirir un amigo, si hallara a alguien digno de semejante compromiso».[72] Decía con razón «si hallara a alguien». Porque es fácil encontrar hombres convenientes para una relación superficial, pero en ésta, en la cual se negocia desde lo más profundo del corazón, que no reserva nada, es necesario que todos los motivos sean perfectamente claros y seguros.

En aquellas alianzas que sólo están unidas por un extremo no debe atenderse sino a las imperfecciones que conciernen de modo particular a ese extremo. La religión de mi médico o de mi abogado no puede importar; tal consideración no tiene nada que ver con los servicios de la amistad que me deben. Y en la relación doméstica que mis sirvientes establecen conmigo, hago lo mismo. De un lacayo apenas pregunto si es casto; averiguo si es diligente. Y no temo tanto al mulero jugador como al débil, ni al cocinero que jura como al ignorante. No me dedico a decirle a la gente lo que tiene que hacer —ya hay bastantes que se dedican a ello—, sino lo que hago yo:

Mihi sic usus est, tibi ut opus est facto face.[73]

[Esta es mí costumbre, tú haz lo que te convenga].

A la familiaridad de la mesa asocio lo ameno, no lo prudente. En el lecho, la belleza antes que la bondad.[74] Y en la reunión para conversar, la capacidad incluso sin honradez. Igualmente en lo demás.

a | Aquel al que encontraron a caballo de un bastón, jugando con sus hijos, rogó al hombre que le sorprendió que no dijera nada hasta que él mismo fuese padre.[75] Consideraba que la pasión que surgiría entonces en su alma lo volvería juez equitativo de una acción tal. Del mismo modo, yo desearía hablar a gente que hubiera experimentado lo que digo. Pero no ignoro qué lejos se encuentra del uso común este tipo de amistad, y hasta qué punto es rara, de modo que no espero encontrar ningún buen juez. Porque los discursos mismos que la Antigüedad nos ha legado sobre el asunto me parecen flojos en comparación con mi sentimiento. Y, en este punto,[76] los hechos superan incluso a los preceptos de la filosofía.[77]

Nil ego contulerim iucundo sanus amico.[78]

[Mientras mantenga la cordura, nada será para mí comparable a un amigo].

Un antiguo, Menandro, llamaba feliz a quien había podido encontrar siquiera la sombra de un amigo.[79] No le faltaba en absoluto razón, sobre todo si había experimentado alguno. Porque en verdad, si comparo todo el resto de mi vida —aunque, con la gracia de Dios,[80] la haya pasado dulce, dichosa y, salvo la pérdida de un amigo así, exenta de grave aflicción y llena de tranquilidad de espíritu, pues me he dado por satisfecho con mis bienes naturales y originales, sin buscar otros—, si la comparo toda, digo, con los cuatro años[81] que me fue concedido gozar de la dulce compañía y del trato de este personaje, no es más que humo, no es sino una noche oscura y enojosa. Desde el día que le perdí,

quem semper acerbum,

semper honoratum (sic Dii noluistis) habebo,[82]

[que siempre consideraré aciago, que siempre

consideraré honrado —así, dioses, lo quisistéis—],

no hago más que arrastrarme lánguidamente.[83] Y aun los placeres que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan mi dolor por haberlo perdido.[84] Íbamos a medias en todo; me parece que le arrebato su parte:

Nec fas esse ulla me uoluptate hic frui

decreui, tantisper dum ille abest meus particeps.[85]

[He decidido que no es bueno gozar de ningún placer

en ausencia de quien los compartía conmigo].

Estaba ya tan hecho y acostumbrado a ser siempre el segundo que me parece no ser ya sino a medias:[86]

b | Illam meae si partem animae tulit

maturior uis, quid moror altera,

nec charus aeque nec superstes

integer? Ille dies utramque duxit ruinam.[87]

[Si un golpe prematuro se llevó aquella mitad de mi alma, ¿por qué he de quedar yo, la otra mitad, sin ser estimado y sin sobrevivir íntegro? Aquel día trajo la ruina de las dos].

a | No hay acción ni imaginación en que no le eche en falta, como también él me habría echado en falta a mí. En efecto, de la misma manera que me superaba infinitamente en toda otra capacidad y virtud, lo hacía también en el deber de la amistad:

Quis desiderio sit pudor aut modus

tam chari capitis?[88]

[¿Qué pudor o qué moderación puede haber

en la añoranza de un ser tan querido?]

O misero frater adempte mihi!

Omnia tecum una perierunt gaudia nostra,

quae tuus in uita dulcis alebat amor.

Tu mea, tu moriens fregisti commoda frater

tecum una tota est nostra sepulta anima,

cuius ego interitu tota de mente fugaui

haec studia, atque omnes delicias animi.[89]

[¡Oh hermano que, desgraciado de mí, me has sido arrebatado! Contigo se han desvanecido todas nuestras alegrías que, mientras vivías, tu dulce amor alimentaba. Tú, al morirte, has destruido mis placeres, hermano; contigo ha sido sepultada toda nuestra alma. Yo, a su muerte, he expulsado del fondo de mi espíritu estos afanes y todas las delicias del espíritu].

Alloquar? audiero numquam tua uerba loquentem?

Numquam ego te uita frater amabilior

aspiciam posthac? at certe semper amabo.[90]

[¿Podré hablarte?, ¿te oiré alguna vez decir alguna cosa?,

¿nunca más te veré, hermano más amable que la vida?

Pero, ciertamente, siempre te amaré].

Pero oigamos un poco hablar a este muchacho de dieciséis años.[91]

He visto que esta obra ha sido publicada después, y con mala intención, por quienes intentan turbar y cambiar el estado de nuestro orden político, sin preocuparse por si lo mejorarán, que la han mezclado con otros escritos de su estofa.[92] Me he desdicho, por ello, de darle cabida aquí. Y para que la memoria del autor no sufra daño entre aquellos que no han podido conocer de cerca sus opiniones y sus actos, les advierto de que trató este asunto en la infancia,[93] a manera solamente de ejercicio, como un asunto vulgar y trasegado en mil lugares de los libros. No pongo en duda que creyera lo que escribía, pues era lo bastante escrupuloso para no mentir ni siquiera jugando. Y sé, además, que, de haber tenido que elegir, habría preferido nacer en Venecia a hacerlo en Sarlat, y con razón.[94] Pero tenía otra máxima soberanamente impresa en el alma: la de obedecer y someterse con todo escrúpulo a las leyes bajo las que había nacido.[95] Nunca hubo mejor ciudadano, ni más apasionado del reposo de su país, ni más contrario a los desórdenes y a las novedades de su tiempo. Habría empleado su capacidad en extinguirlos antes que en brindarles más motivos de agitación. Su espíritu estaba moldeado en el patrón de otros siglos que éstos.[96]

Ahora bien, sustituiré esta obra seria por otra más alegre y más festiva, producida en la misma época de su vida.[97]