CAPÍTULO XXV

LA FORMACIÓN DE LOS HIJOS

A la señora Diana de Foix, condesa de Gurson

a | Jamás he visto a un padre que, por jorobado o tiñoso que sea su hijo, deje de reconocerlo.[1] No es, sin embargo, a menos que el sentimiento le obceque por completo, que no repare en su defecto, pero, en cualquier caso, es suyo. Por mi parte también veo, mejor que nadie, que esto no son más que desvaríos de alguien que, de las ciencias, sólo ha probado la primera corteza en su infancia y sólo ha retenido una imagen general e informe: un poco de cada cosa y nada del todo, a la francesa. Porque, en suma, sé que existen la medicina, la jurisprudencia, las cuatro partes de la matemática,[2] y sé burdamente cuál es su objetivo. c | Y tal vez sé también la pretensión de las ciencias en general de ser útiles a nuestra vida. a | Pero, penetrar más allá, haberme roído las uñas en el estudio de Aristóteles,[3] c | monarca de la doctrina moderna, a | o haberme obstinado tras alguna ciencia, nunca lo he hecho; c | ni sabría describir siquiera las líneas básicas de arte alguno. Y no hay niño de los cursos medios que no pueda decirse más docto que yo, que ni siquiera estoy capacitado para examinarlo de su primera lección.[4] Y si me fuerzan a hacerlo, me veo obligado, con no poca inepcia, a plantear alguna materia de alcance general, con la que examino su juicio natural —lección que les resulta tan desconocida a ellos como a mí la suya.

No he establecido trato con ningún libro sólido salvo Plutarco y Séneca, de donde saco agua como las Danaides, llenando y derramando sin tregua. Añado alguna cosa suya a este papel; a mí mismo, casi nada. a | La historia es más mi campo en materia de libros, o la poesía, a la que amo con particular inclinación. Porque, lo decía Cleantes, así como la voz, constreñida en el estrecho canal de una trompeta, surge más aguda y más fuerte, me parece también que el sentido, oprimido por los cadenciosos metros de la poesía, se alza con mucha mayor brusquedad y me golpea con una sacudida más viva.[5] En cuanto a mis facultades naturales, cuya prueba tenemos aquí, las siento ceder bajo el fardo. Mis concepciones y mi juicio sólo avanzan a tientas, vacilantes, tropezando y dando traspiés; y cuando he llegado lo más lejos de que soy capaz, no estoy en absoluto satisfecho. Sigo viendo tierra más allá, pero con una visión turbia y nublada, que no puedo aclarar. Y, pretendiendo hablar indistintamente de todo aquello que se ofrece a mi fantasía, y sin emplear más que mis medios propios y naturales, me sucede a menudo que encuentro por azar en los buenos autores esos mismos asuntos que he intentado tratar, como acaba de ocurrirme en Plutarco ahora mismo con su discurso sobre la fuerza de la imaginación.[6] Entonces, al reconocerme en comparación con ellos tan débil y miserable, tan torpe y adormilado, me compadezco a mí mismo o me desprecio. Pese a todo, me complace que mis opiniones tengan el honor de coincidir a menudo con las suyas; c | y que al menos los siga de lejos, asintiendo. a | También, que tengo algo que no todo el mundo tiene: sé la extrema diferencia que hay entre ellos y yo. Y, no obstante, dejo correr mis invenciones tan endebles y bajas como las he producido, sin embozar ni remendar los defectos que esta comparación me ha descubierto.[7] c | Hay que tener los riñones muy firmes para intentar andar mano a mano con esa gente. a | Los escritores poco juiciosos de nuestro siglo, que, en medio de sus obras sin valor, siembran pasajes enteros de los autores antiguos para honrarse, consiguen lo contrario. Porque la infinita diferencia de lustres confiere un aspecto tan pálido, tan apagado y tan feo a lo que es suyo, que pierden mucho más de lo que ganan. c | Ha habido dos fantasías contrarias. El filósofo Crisipo mezclaba en sus libros no ya pasajes sino obras enteras de otros autores, y, en uno de ellos, la Medea de Eurípides; y Apolodoro decía que, si se eliminara de él lo que le era ajeno, el papel quedaría en blanco.[8] Epicuro, en cambio, en trescientos volúmenes que legó, no incluyó ni una sola cita.[9]

a | Me sucedió hace poco que di con un pasaje de este tipo. Me había arrastrado lánguidamente tras unas frases francesas tan exangües, tan descarnadas y tan vacías de materia y de sentido, que en verdad no eran sino frases francesas; al final de este largo y tedioso camino, topé con un fragmento alto, rico y elevado hasta las nubes. Si se hubiera tratado de una pendiente suave y de una subida un poco prolongada, habría tenido excusa; pero era un precipicio tan recto y tan escarpado que, con las seis primeras palabras, me di cuenta de que volaba al otro mundo. Desde allí, el pozo del que procedía se me reveló tan bajo y tan hondo que nunca más tuve el ánimo de volver a bajarlo. Si rellenara uno de mis discursos con esos ricos despojos, arrojaría demasiada luz sobre la necedad del resto.

c | Censurar en otros mis propias faltas no me parece más contradictorio que censurar, como hago a menudo, las de otros en mí. Hay que denunciarlas allí donde estén y arrebatarles cualquier refugio. Pese a todo, no ignoro la audacia con la que intento yo mismo igualarme siempre a mis hurtos, ir a la par con ellos, no sin la temeraria esperanza de poder engañar la mirada de los jueces al distinguirlos. Pero lo hago tanto por la manera en que los aplico como por medio de mi invención y mi fuerza. Y, además, no lucho ni en general ni cuerpo a cuerpo con esos viejos campeones; lo hago mediante asaltos continuos, pequeños y leves. No me enfrento con ellos, me limito a tantearlos; y más que ir, amago con ir. Si pudiera resistir su envite, sería un hombre honorable, porque los ataco sólo por donde son más fuertes.

Hacer lo que he descubierto que hacen algunos, protegerse con armas ajenas hasta el extremo de no enseñar siquiera la punta de los dedos, llevar adelante un propósito —como es fácil para los doctos en una materia común— por medio de invenciones antiguas recogidas aquí y allá, es en primer lugar, en quienes pretenden esconderlas y apropiárselas, una injusticia y una cobardía. No poseen bien alguno con el que exhibirse y tratan de presentarse por medio de un valor del todo ajeno. Y, además, es una gran necedad contentarse con adquirir engañosamente la aprobación ignorante del vulgo, y desacreditarse entre la gente de entendimiento, que arruga el ceño ante esta incrustación prestada, y cuya alabanza es la única que importa. Por mi parte, es lo último que querría hacer. No alego a los otros sino para alegarme tanto más a mí mismo. Esto no se refiere a los centones que se publican como centones; aparte de los antiguos, en estos tiempos he visto algunos muy ingeniosos, entre otros uno cuyo autor es Capilupi.[10] Se trata de espíritus que destacan tanto en otras cosas como en esto, al modo de Lipsio en el docto y laborioso tejido de sus Políticas.[11]

a | En cualquier caso, y sin que importe cómo son estas sandeces,[12] quiero decir que no he pensado en esconderlas, como tampoco escondería un retrato que me mostrara calvo y canoso, en el cual el pintor hubiera fijado no un semblante perfecto sino el mío. Porque también éstas son mis inclinaciones y mis opiniones. Las ofrezco como lo que yo creo, no como aquello que debe creerse. Lo único que me propongo aquí es mostrarme a mí mismo, que seré tal vez distinto mañana si un nuevo aprendizaje me modifica. No poseo la autoridad de ser creído, ni lo deseo, pues siento que estoy demasiado mal instruido para instruir a los demás.

Así pues, alguien que vio el artículo precedente me decía hace poco en mi casa que debería haberme extendido un poco en el discurso sobre la educación de los hijos.[13] Pues bien, señora, si tuviera alguna competencia en el asunto, no podría emplearla mejor que para hacer un presente al hombrecito que amaga con efectuar muy pronto una bella salida de vuestro seno —sois demasiado noble para empezar de otra manera que con un varón—.[14] Porque, tras haber participado tanto en la realización de vuestro matrimonio, tengo algún derecho e interés en la grandeza y prosperidad de todo aquello que surja de él. Además, el antiguo dominio que ejercéis sobre mi servicio me obliga de sobra a desear honor, bien y provecho a todo aquello que os concierne.[15] Pero, en verdad, sólo alcanzo a entender que la dificultad mayor y más importante de la ciencia humana parece estar allí donde se trata de la crianza y formación de los hijos. c | Así como en agricultura los usos que preceden a la plantación son seguros y fáciles, igual que la propia plantación, pero, una vez que lo plantado cobra vida, se produce una gran variedad y dificultad en los usos para el cultivo, también en los hombres se requiere poca destreza para plantarlos, pero, una vez que han nacido, asumimos la carga de una tarea variada, llena de preocupación y de temor, para formarlos y criarlos.[16] a | La manifestación de sus inclinaciones es tan tierna y tan oscura a esta tierna edad, las promesas son tan inciertas y falsas, que es difícil fundar ningún juicio sólido. b | Ved cómo Cimón, Temístocles y mil más se desmintieron a sí mismos. Los oseznos y los cachorros de perro muestran su inclinación natural, pero los hombres, dado que se entregan de inmediato a las costumbres, las opiniones y las leyes, cambian o se disfrazan fácilmente.[17] a | Pese a todo, es difícil forzar las propensiones naturales. De ahí que, a falta de haber escogido bien su camino, nos esforzamos a menudo en vano, y empleamos mucho tiempo en formar a los hijos en cosas en las cuales no pueden pisar firme. Sin embargo, mi opinión en esta dificultad es encaminarlos siempre hacia lo mejor y más provechoso, y que debemos aplicarnos poco a esas ligeras adivinaciones y pronósticos que basamos en los movimientos de su infancia. c | Platón, en su República, me parece atribuirles excesiva autoridad.[18]

a | Señora, la ciencia es un gran ornato y un instrumento de extraordinaria utilidad, en especial en las personas elevadas a un grado de fortuna semejante al vuestro. Con certeza, su verdadero uso no está en manos viles y bajas. Se enorgullece en mucha mayor medida cuando presta sus medios para dirigir una guerra, regir un pueblo, ganar la amistad de un príncipe o de una nación extranjera, que cuando se trata de forjar un argumento dialéctico, defender una apelación o prescribir un puñado de píldoras. Así pues, señora, porque creo que no olvidaréis este aspecto en la educación de los vuestros, vos que habéis saboreado su dulzura y que formáis parte de una estirpe letrada —conservamos todavía, en efecto, los escritos de los antiguos condes de Foix,[19] de los que descendéis el conde, vuestro marido, y vos; y François, el señor de Candale, vuestro tío, hace surgir todos los días otros que extenderán la noticia de este rasgo de vuestra familia por muchos siglos—,[20] quiero deciros al respecto una única fantasía que tengo contraria al uso común. Es todo lo que puedo aportar a vuestro servicio en este asunto.

La tarea del tutor que le daréis, de cuya elección depende todo el resultado de su formación, comprende muchos otros aspectos importantes, pero no los trato, porque en ellos[21] nada valioso puedo aportar —y de este artículo, sobre el cual me dedico a aconsejarle, creerá aquello que vea plausible—. A un hijo de buena familia, que no persigue las letras por la ganancia —pues un fin tan abyecto es indigno de la gracia y el favor de las Musas, y además atañe y está sujeto a otros— ni por las ventajas externas tanto como por las suyas propias y para enriquecerse y adornarse interiormente, con el deseo de llegar a ser un hombre capaz más que un hombre docto, yo querría también que pusiéramos cuidado en elegirle un guía que tuviera la cabeza bien hecha más que muy llena,[22] y que requiriésemos en él las dos cosas, pero más el comportamiento y el juicio que la ciencia, y que llevara a cabo su tarea de una manera nueva.

No cesan de gritarnos en los oídos, como si vertieran en un embudo, y nuestro cometido se limita a repetir lo que nos han dicho. Yo querría que corrigiera este aspecto, y que desde el primer día, según el alcance del alma que tiene entre manos, empezara a sacarla a la pista, haciéndole probar, elegir y distinguir las cosas por sí misma. A veces abriéndole camino, a veces dejándoselo abrir a ella. No quiero que conciba y hable solo; quiero que escuche hablar a su discípulo cuando sea su turno. c | Sócrates y después Arcesilao hacían en primer lugar hablar a sus discípulos, y luego les hablaban ellos. Obest plerumque iis qui discere uolunt auctoritas eorum qui docent[23] [A menudo la autoridad de los que enseñan perjudica a los que quieren aprender].

Es bueno que lo haga trotar ante él para juzgar su paso, y juzgar hasta qué punto debe descender para acomodarse a su fuerza. A falta de esta proporción, lo echamos todo a perder. Y saberla escoger, y mantenerse en ella en forma mesurada, es una de las tareas más arduas que conozco; y es la acción de un alma elevada y muy fuerte saber condescender a sus pasos pueriles y guiarlos. Yo marcho más firme y más seguro hacia arriba que hacia abajo. Aquellos que, como requiere nuestra costumbre, pretenden instruir con la misma lección y similar patrón de conducta a muchos espíritus de medidas y formas tan distintas, no es extraño que, entre una multitud de niños, encuentren apenas a dos o tres que saquen algún fruto adecuado de su enseñanza.

a | Que no le pida tan sólo cuentas de las palabras de su lección, sino del sentido y de la sustancia. Y que juzgue el provecho que ha obtenido no por el testimonio de su memoria sino por el de su vida. A lo que acabe de aprender, ha de hacer que le dé cien rostros, y que lo acomode a otros tantos temas distintos, para ver sí además lo ha entendido bien y se lo ha hecho bien suyo, c | fundando la instrucción de su progreso en la pedagogía de Platón. a | Regurgitar la comida tal como se ha tragado es prueba de mala asimilación e indigestión. El estómago no ha realizado su operación si no ha hecho cambiar la manera y la forma de aquello que se le había dado para digerir.[24]

b | Nuestra alma sólo se mueve por obediencia, sujeta y sometida al antojo de las fantasías de otros, sierva y cautiva bajo la autoridad de su lección.[25] Nos han sujetado hasta tal extremo al ronzal que no sabemos ya andar libres. Nuestro vigor y libertad se han extinguido:

c | Nunquam tutelae suae fiunt.[26]

[Nunca dejan de estar bajo tutela].

b | En Pisa traté familiarmente a un hombre honorable pero tan aristotélico que su creencia más general es que la piedra de toque y la regla de todas las imaginaciones sólidas y de toda verdad es la conformidad con la doctrina de Aristóteles; que, fuera de ella, todo es quimérico y vano; que él lo vio y dijo todo. Esta proposición, por haber sido interpretada con cierta excesiva amplitud e iniquidad, le puso en cierta ocasión y le mantuvo mucho tiempo en apuros c | en la Inquisición b | en Roma.[27]

a | Que se lo haga pasar todo por el cedazo, y que no aloje nada en su cabeza por simple autoridad y obediencia; que los principios de Aristóteles no sean para él principios, como tampoco los de estoicos o epicúreos. Debe proponérsele esta variedad de juicios; que elija si puede; si no, que permanezca en la duda:[28]

a2 | Che non men che saper dubbiar m’aggrada.[29]

[Dudar me gusta tanto como saber].

a | Porque si abraza las opiniones de Jenofonte y de Platón por su propio razonamiento, no serán ya las de éstos sino las suyas. c | Quien sigue a otro, nada sigue. Nada encuentra; más aún, nada busca.[30] Non sumus sub rege; sibi quisque se uindicet[31] [No estamos sometidos a un rey; cada cual debe vindicarse a sí mismo]. Que al menos sepa que sabe. a | Debe imbuirse de sus inclinaciones, en lugar de aprender sus preceptos. Y que no tema olvidar, si quiere, dónde las ha cogido, pero que sepa apropiárselas. La verdad y la razón son comunes a todos, y no pertenecen más a quien las ha dicho primero que a quien las dice después. c | No es ya a juicio de Platón sino a mi juicio, pues él y yo lo entendemos y vemos de la misma manera. a | Las abejas liban aquí y allá las flores, pero después elaboran la miel, que es suya por completo —no es ya tomillo ni mejorana—.[32] De igual modo, transformará y fundirá los elementos tomados de otros para hacer una obra enteramente suya, a saber, su juicio. Su educación, su esfuerzo y estudio no tienen otro propósito que formarlo.

c | Que esconda todo aquello que le haya servido de ayuda, y que sólo muestre en qué lo ha convertido.[33] Los ladrones, los prestatarios exhiben sus edificios, sus compras, no lo que sacan de otros. No ves los pagos en efectivo del parlamentario; ves las alianzas que ha logrado, y los honores para sus hijos.[34] Nadie lleva un registro público de sus ingresos; todo el mundo lo hace con sus adquisiciones.

El beneficio de nuestro estudio es volvernos mejores y más sabios. a | Es el entendimiento, decía Epicarmo, el que ve y el que oye; es el entendimiento el que todo lo aprovecha, el que todo lo dispone, el que actúa, el que domina y el que reina; las demás cosas son todas ciegas, sordas y carentes de alma.[35] Ciertamente, lo volvemos servil y cobarde por no dejarle libertad para hacer nada por sí mismo. ¿Quién preguntó jamás a su discípulo qué le parecen b | la retórica y la gramática, a | tal o cual sentencia de Cicerón? Nos las emplastan en la memoria con plumas y todo, como oráculos en los que letras y sílabas pertenecen a la sustancia de la cosa. c | Saber de memoria no es saber; es poseer lo que se ha guardado en esta facultad. Cuando sabemos algo cabalmente, disponemos de ello sin mirar el modelo, sin volver la vista hacia el libro.[36] ¡Qué enojosa capacidad la que es meramente libresca! Yo espero que sirva de adorno, no de fundamento, siguiendo el parecer de Platón, para quien la firmeza, la lealtad y la sinceridad son la verdadera filosofía, y las demás ciencias y las que tienen otros propósitos sólo artificio.[37]

a | Me gustaría que Paluello o Pompeyo, buenos bailarines de estos tiempos, enseñaran a hacer cabriolas sólo con ver cómo las hacen ellos, sin que nos movamos del sitio,[38] tal como éstos quieren instruir nuestro entendimiento sin inquietarlo; c | o que nos enseñaran a manejar un caballo, o una pica, o un laúd, o la voz, sin ejercitarnos, como éstos quieren enseñarnos a juzgar bien y hablar bien sin ejercitarnos ni en hablar ni en juzgar. a | Ahora bien, para este aprendizaje, sirve como libro suficiente todo lo que se muestra a nuestros ojos; la jugarreta de un paje, la necedad de un criado, una conversación de sobremesa son otras tantas nuevas materias. Por eso, las relaciones humanas le convienen extraordinariamente, y la visita de países extranjeros, no sólo para aprender, a la manera de los nobles franceses, cuántos pasos tiene la Santa Rotonda,[39] o la riqueza de las enaguas de la Signora Livia,[40] o, como otros, hasta qué punto el semblante de Nerón en alguna vieja ruina de allí es más largo o más ancho que el de cierta medalla similar, sino para aprender sobre todo las tendencias y costumbres de esas naciones, y para rozar y limar nuestro cerebro con el de otros. Yo quisiera que empezaran a pasearlo desde la primera infancia y, en primer lugar, para matar dos pájaros de un tiro, por aquellas naciones vecinas cuyo idioma dista más del nuestro, y al cual, si no la formas desde muy temprano, la lengua no puede adaptarse.

Igualmente, todo el mundo admite la opinión de que no es razonable criar a un niño en el regazo de los padres. Este amor natural los enternece y los ablanda en demasía, aun a los más sabios. No son capaces ni de castigar sus faltas ni de verlo criar de un modo burdo y azaroso, como se debe. No pueden soportar que vuelva sudado y polvoriento de su ejercicio, c | que beba caliente, que beba frío, a | ni verlo sobre un caballo difícil, ni empuñar el florete contra un duro espadachín, ni el primer arcabuz. No hay remedio, en efecto: si se quiere hacer de él un hombre de bien, sin duda alguna no debe reservársele en la juventud, y a menudo hay que contrariar las reglas de la medicina:

b | uitamque sub dio et trepidis agat

in rebus.[41]

[que viva a la intemperie y entre riesgos].

c | Endurecerle el alma no basta; hay que endurecerle también los músculos. El alma sufre excesivo agobio si no es secundada, y tiene demasiado trabajo para proveer por sí sola a dos cometidos. Yo sé cómo pugna la mía junto a un cuerpo tan blando, tan sensible, que se abandona en tal medida, en contra de ella. Y, cuando leo, observo muchas veces que, en sus escritos, mis maestros consideran como magnanimidad y fuerza de ánimo ejemplos que seguramente dependen más bien del espesor de la piel y de la dureza de los huesos. He visto hombres, mujeres y niños que han nacido de tal manera que una tunda de palos les afecta menos que a mí un papirotazo, que no mueven ni la lengua ni el ceño si se les golpea. Cuando los atletas remedan la resistencia de los filósofos, se trata más bien de vigor muscular que anímico. Ahora bien, acostumbrarse a soportar el esfuerzo es acostumbrarse a soportar el dolor. Labor callum obducit dolori[42] [El esfuerzo opone un callo al dolor]. Hay que avezarlo al esfuerzo y a la dureza de los ejercicios, si se quiere disponerlo al esfuerzo y a la dureza de la dislocación, del cólico, del cauterio, y también de la cárcel y de la tortura. Porque también puede estar expuesto a estas últimas, que en estos tiempos afectan tanto a los buenos como a los malos. Estamos expuestos a tales pruebas. Quien se enfrenta a las leyes, amenaza a la gente de bien[43] con el látigo y con la soga.

a | Y, además, la presencia de los padres interrumpe y estorba la autoridad del tutor, que debe ser suprema sobre él. Aparte de que, el respeto que le profesa toda la casa, su conocimiento de los medios y las grandezas de su familia, no son a mi entender pequeños inconvenientes a esta edad. En la escuela de las relaciones humanas, he observado con frecuencia el vicio de que, en lugar de dedicarnos a conocer a los demás, sólo nos esforzamos en darnos a conocer, y nos preocupamos más por despachar nuestra mercancía que por adquirir una nueva. El silencio y la modestia son cualidades muy convenientes en el trato con los demás. Formaremos a este niño para que escatime y reserve su capacidad, una vez adquirida; para que no se tome en serio las necedades y fábulas que se digan en su presencia. Es, en efecto, una impertinencia y una incivilidad oponerse a todo aquello que no se acomoda a nuestro gusto. c | Que le baste con corregirse a sí mismo. Y que no parezca reprochar a los demás todo lo que él se niega a hacer, ni contrariar las costumbres públicas. Licet sapere sine pompa, sine inuidia[44] [Se puede saber sin ostentación, sin envidia]. Que evite esos aires de dominio del mundo e insociables, y esa pueril ambición de querer parecer más astuto por ser distinto, y, como si las censuras y las novedades fuesen una mercancía difícil, el querer conseguir con ellas reputación de alguna cualidad peculiar.[45] Igual que no conviene sino a los grandes poetas valerse de las licencias del arte, sólo a las almas grandes e ilustres se les permite arrogarse privilegios por encima de la costumbre. Si quid Socrates et Aristippus contra morem et consuetudinem fecerunt, idem sibi ne arbitretur licere: magnis enim illi et diuinis bonis hanc licentiam assequebantur[46] [Si Socrates y Aristipo hicieron algo contra la costumbre y la usanza, que nadie piense que puede hacer lo mismo: ellos podían tomarse, en efecto, esa licencia por sus grandes y divinas cualidades].

a | Le enseñaremos a no implicarse en discursos y disputas sino cuando vea a un campeón digno de su lucha, y a no emplear, ni siquiera entonces, todos los recursos que puedan servirle, sino únicamente aquellos que le puedan ser más útiles. Debemos volverlo exigente para elegir y seleccionar sus razones, y amante de la pertinencia, y por tanto de la brevedad. Hay que enseñarle sobre todo a rendirse y a ceder las armas a la verdad en cuanto la perciba: lo mismo si surge de la mano de su adversario que si surge en él mismo merced a un cambio de opinión. Porque no se le pondrá en una cátedra para que recite un papel prescrito. No está atado a causa alguna sino porque la aprueba. Ni desempeñará aquel oficio en el cual se vende sólo al contado la libertad de poderse arrepentir y rectificar.[47] c | Neque, ut omnia quae praescripta et imperata sint defendat, necessitate ulla cogitur[48] [Y ninguna necesidad le obliga a defender todas las cosas prescritas e impuestas].

Si su tutor comparte mi inclinación, formará su voluntad para ser muy leal servidor de su príncipe, y muy afecto y muy valeroso; pero enfriará su deseo de adquirir con él otro compromiso que el del deber público. Aparte de muchos otros inconvenientes que vulneran nuestra libertad con tales obligaciones particulares, el juicio de un hombre a sueldo y comprado o es menos íntegro y menos libre, o es tachado de imprudencia y de ingratitud. Un simple cortesano no puede tener ni derecho ni voluntad de hablar y de pensar sino a favor de un amo que, entre tantos millares de súbditos, le ha elegido a él para educarlo y criarlo por su mano. El favor y el interés corrompen y ofuscan, no sin alguna razón, su franqueza. Por eso, vemos por lo común que el lenguaje de esta gente es diferente de cualquier otro lenguaje en un Estado, y poco digno de confianza en tal materia.

a | Que su conciencia y su virtud resplandezcan en su lenguaje, c | y no tengan otra guía que la razón. a | Que le hagan entender que confesar el error que descubra en su propio discurso, aunque sólo él lo perciba, es un acto de juicio y sinceridad, que son las principales cualidades que persigue. c | Que la obstinación y la disputa son rasgos vulgares, más visibles en las almas más bajas; que cambiar de opinión y corregirse, abandonar un mal partido en un momento de ardor, son cualidades raras, fuertes y filosóficas.

a | Le advertiremos de que, cuando esté en una reunión, dirija la mirada por todas partes; me parece, en efecto, que los primeros puestos están ocupados por regla general por los hombres menos competentes, y que las grandezas de fortuna raramente se encuentran unidas a la capacidad. He visto cómo mientras en el extremo principal de la mesa se charlaba sobre la belleza de un tapiz o sobre el sabor de la malvasía, se perdían muchas hermosas agudezas en el otro extremo. Escrutará la capacidad de cada uno: un boyero, un albañil, un transeúnte; hay que emplearlo todo y coger prestado de cada uno según su mercancía, pues todo se aprovecha: aun la necedad y la flaqueza ajena le servirán como instrucción. Al examinar las gracias y los usos de cada cual, engendrará en sí mismo el deseo de los buenos y el desprecio de los malos.

Es preciso infundir en su fantasía una honesta curiosidad para indagarlo todo; verá cuanto haya de singular a su alrededor: un edificio, una fuente, un hombre, el sitio donde se libró una antigua batalla, el lugar por donde pasaron César o Carlomagno:

b | Quae tellus sit lenta gelu, quae putris ab aestu,

uentus in Italiam quis bene uela ferat.[49]

[Qué tierra enfría el hielo, cuál el calor vuelve polvorienta,

qué viento empuja las velas hacia Italia].

a | Preguntará por las costumbres, los recursos y las alianzas de uno y otro príncipe. Son cosas cuyo aprendizaje es muy grato y cuyo conocimiento es muy útil.

En este trato con los hombres, entiendo que ha de incluirse, y de manera principal, a quienes no viven sino en la memoria de los libros. Frecuentará, por medio de los libros de historia, las grandes almas de los siglos mejores. Es un estudio vano, si se quiere;[50] pero también, si se quiere, es un estudio de considerable provecho[51]c | y el único, como dice Platón, que los lacedemonios habrían reservado para ellos—.[52] a | ¿Qué provecho no sacará, a este respecto, de la lectura de las vidas de nuestro Plutarco?[53] Pero que mi guía recuerde cuál es el objetivo de su tarea; y que no imprima tanto en su discípulo c | la fecha de la destrucción de Cartago como el comportamiento de Aníbal y de Escipión; ni tanto a | dónde murió Marcelo como por qué no estuvo a la altura de su deber morir allí.[54] Que no le enseñe tanto las historias como a juzgarlas. c | Ésta es, a mi entender, entre todas, la materia a la cual nuestros espíritus se aplican en una medida más distinta. Yo he leído en Tito Livio cien cosas que otro no ha leído. Plutarco ha leído cien aparte de las que yo he sabido leer y aparte, acaso, de lo que el autor había registrado.[55] Para algunos, es un mero estudio gramatical; para otros, la disección de la filosofía, mediante la cual se penetran las partes más abstrusas de nuestra naturaleza.

a | Hay en Plutarco muchos discursos extensos, muy dignos de ser conocidos, pues a mi entender es el artífice principal de tal tarea; pero hay en él otros mil que simplemente ha tocado. Se limita a señalar con el dedo por dónde hemos de ir, si lo deseamos, y se contenta a veces con hacer un solo asalto en lo más vivo de un asunto. Hay que arrancarlos de ahí y ponerlos sobre el mostrador. b | Como esa frase suya, que los habitantes de Asia eran siervos de uno solo porque no sabían pronunciar una única sílaba, esto es, «no», brindó quizá a La Boétie la materia y la ocasión de su Servidumbre voluntaria.[56] a | El hecho mismo de verle elegir una leve acción en la vida de un hombre, o una frase al parecer insignificante, vale por un discurso. Es una lástima que la gente de entendimiento ame tanto la brevedad; sin duda su reputación sale ganando, pero nosotros salimos perdiendo. Plutarco prefiere que le elogiemos por el juicio antes que por la ciencia; prefiere dejarnos con ganas de él antes que hartos. Sabía que incluso en lo bueno puede decirse demasiado, y que Alexándridas tuvo razón cuando reprochó a uno que pronunciaba ante los éforos discursos buenos pero demasiado largos: «¡Oh extranjero, dices lo que conviene de otra manera que como conviene!».[57] c | Quienes tienen el cuerpo flaco, se lo engordan con borra; quienes andan pobres de materia, la inflan con palabras.

a | El juicio humano extrae una maravillosa claridad de la frecuentación del mundo.[58] Estamos contraídos y apiñados en nosotros mismos, y nuestra vista no alcanza más allá de la nariz. Preguntaron a Sócrates de dónde era. No respondió «de Atenas», sino «del mundo».[59] Él, que tenía la imaginación más llena y más extensa, abrazaba el universo como su ciudad, proyectaba sus conocimientos, su sociedad y sus afectos a todo el género humano, no como nosotros, que sólo miramos lo que tenemos debajo. Cuando las viñas se hielan en mi pueblo, mi párroco deduce la ira de Dios sobre la raza humana, y piensa que la sed debe adueñarse ya de los caníbales. Al ver nuestras guerras civiles, ¿quién no exclama que esta máquina se trastorna y que el día del juicio nos agarra por el pescuezo, sin reparar en que se han visto muchas cosas peores, y en que, mientras tanto, las diez mil partes del mundo no dejan de darse la buena vida? b | Yo, con arreglo a su licencia e impunidad, me admiro de verlas tan dulces y blandas. a | A quien le cae granizo sobre la cabeza, le parece que todo el hemisferio sufre tempestad y temporal. Y decía el savoyardo que si ese necio del rey de Francia hubiera sabido dirigir bien su fortuna, tenía capacidad para llegar a ser mayordomo de su duque.[60] Su imaginación no concebía otra grandeza más alta que la de su amo. c | Todos padecemos insensiblemente este error —error de gran consecuencia y perjuicio—. a | Pero si alguien se representa, como en un cuadro, esta gran imagen de nuestra madre naturaleza en su entera majestad, si alguien lee en su rostro una variedad tan general y constante, si alguien se observa ahí dentro, y no a sí mismo, sino a todo un reino, como el trazo de una punta delgadísima, ése es el único que considera las cosas según su justa medida.[61]

Este gran mundo, que algunos incluso multiplican como especies bajo un género,[62] es el espejo en el que debemos mirarnos para conocernos como conviene. En suma, quiero que éste sea el libro de mi escolar. Tantos humores, sectas, juicios, opiniones, leyes y costumbres nos enseñan a juzgar sanamente los nuestros, y le enseñan a nuestro juicio a reconocer su imperfección y su flaqueza natural —cosa que no es pequeño aprendizaje—. Tantas mutaciones políticas y cambios de fortuna pública nos enseñan a no ver la nuestra como un gran milagro. Tantos nombres, tantas victorias y conquistas sepultadas en el olvido, vuelven ridícula la esperanza de eternizar nuestro nombre por la captura de diez arqueros o de una bicoca que no se conoce sino por su caída. El orgullo y la altivez de tantas pompas extranjeras, la majestad tan hinchada de tantas cortes y grandezas, nos fortifica y asegura la vista para resistir el fulgor de las nuestras sin pestañear. Tantos millones de hombres enterrados antes de nosotros nos animan a no temer ir al encuentro de tan buena compañía en el otro mundo. Y así sucesivamente.

c | Nuestra vida, decía Pitágoras, se parece a la grande y populosa asamblea de los juegos olímpicos. Unos ejercitan el cuerpo para adquirir la gloria de los juegos; otros llevan mercancías para vender en busca de beneficio. Hay algunos —y no son los peores— que no persiguen otro fruto que observar cómo y por qué se hace cada cosa, y ser espectadores de la vida de los demás hombres para juzgarla y ordenar la suya.[63]

a | A los ejemplos se les podrán propiamente asociar todos los discursos más provechosos de la filosofía, en relación con la cual deben contrastarse las acciones humanas, que han de tenerla como su regla. Le diremos,

b | quid fas optare, quid asper

utile nummus habet; patriae charisque propinquis

quantum elargiri deceat: quem te Deus esse

iussit, et humana qua parte locatus es in re;

quid sumus, aut quidnam uicturi gignimur,[64]

[qué es lícito desear, para qué sirve una moneda nueva, hasta qué punto hay que entregarse a la patria y a los estimados padres, qué te ordena Dios que seas, y en qué lugar te ha situado entre los hombres, qué somos y con qué propósito hemos sido engendrados],

a | qué es saber e ignorar, cuál debe ser el fin del estudio, qué es el valor, la templanza y la justicia, la diferencia que hay entre ambición y avaricia, servidumbre y sujeción, licencia y libertad, con qué señales se reconoce la verdadera y sólida satisfacción; en qué medida debe temerse la muerte, el dolor y la vergüenza,

b | Et quo quemque modo fugiatque feratque laborem,[65]

[Y cómo evitar o sobrellevar las penas],

a | qué motivos nos empujan, y cómo se producen los movimientos tan variados que se dan en nosotros.[66] Me parece, en efecto, que los primeros discursos con los que debe abrevársele el entendimiento han de ser aquellos que regulen sus costumbres y su juicio, aquellos que le enseñen a conocerse a sí mismo y a saber morir bien y vivir bien. c | Entre las artes liberales, empecemos por el arte que nos hace libres.[67] Todas ellas sirven en verdad de alguna manera a la instrucción y práctica de nuestra vida, como le sirven también de alguna manera las demás cosas. Pero elijamos aquella que le sirve directa y expresamente.

Si supiéramos reducir las dependencias de nuestra vida a sus justos y naturales límites, descubriríamos que la mayor parte de las ciencias que están en uso no tienen uso alguno para nosotros; y aun en aquellas que lo tienen, hay extensiones y recovecos muy inútiles, que mejor haríamos en dejar ahí, y, de acuerdo con la formación socrática, limitar el curso de nuestro estudio a aquéllas donde falta la utilidad:[68]

a | sapere aude,

incipe: uiuendi qui recte prorogat horam,

rusticus expectat dum defluat amnis; at ille

labitur, et labetur in omne uolubilis aeuum.[69]

[Atrévete a ser sabio, empieza: quien aplaza la hora de vivir rectamente, hace como el rústico que espera a que se seque el río; pero éste fluye y fluirá voluble por siempre jamás].

Es una gran simpleza enseñar a nuestros hijos

b | Quid moueant Pisces, animosaque signa Leonis,

lotus et Hesperia quid Capricornus aqua,[70]

[En qué influyen los Peces y los signos animosos del León,

en qué Capricornio, que se baña en las aguas de la Hespéride],

a | la ciencia de los astros y el movimiento de la octava esfera, antes que los suyos propios:

Tί πλειάδεσσι κᾀμοί;

Tί δ' ἀστράσι βοώτεω;[71]

[¡qué me importan las Pléyades, las estrellas del boyero!]

c | Anaxímenes escribe a Pitágoras: «¿Con qué juicio puedo dedicarme a los secretos de las estrellas si tengo la muerte o la esclavitud siempre presentes ante los ojos?» —por aquel entonces, en efecto, los reyes de Persia preparaban la guerra contra su país—.[72] Todo el mundo debe hablar así: si me golpean la ambición, la avaricia, la ligereza, la superstición, y tengo en mi interior estos otros enemigos de la vida, ¿me pondré a reflexionar sobre el movimiento del mundo?

a | Tras enseñarle lo que sirve para volverlo más sabio y mejor, le hablaremos de qué es la lógica, la física, la geometría, la retórica; y, con el juicio ya formado, dominará enseguida la ciencia que elija. Su lección se impartirá a veces charlando, a veces con libros; en ocasiones el tutor le abastecerá con el autor mismo apropiado para determinado objetivo de su formación, en ocasiones le proporcionará la médula y la sustancia ya masticada. Y si él carece de familiaridad suficiente con los libros para encontrar tantos hermosos razonamientos como contienen, para lograr su propósito se le podrá asociar algún hombre de letras que suministre en cada caso las provisiones que necesite para distribuirlas y dispensarlas a su criatura. Y que esta lección sea más fácil y natural que la de Gaza, ¿quién puede dudarlo?[73] En ésta todo son preceptos espinosos y desagradables, y palabras vanas y descarnadas, en las que no hay asidero alguno, nada que nos despierte el espíritu. En la otra el alma encuentra dónde morder y dónde nutrirse. El fruto es más grande, sin comparación, y aun así madurará antes.

Es muy notable que las cosas en nuestro siglo hayan llegado al punto de que la filosofía sea, aun para la gente de entendimiento, un nombre vano y fantástico, que se considera de nula utilidad y nulo valor, c | tanto en la opinión como de hecho. a | Yo creo que la causa radica en esos ergotismos que han ocupado sus accesos.[74] Se comete un gran error pintándola inaccesible a los niños y con un rostro ceñudo, altivo y terrible. ¿Quién me la ha enmascarado con ese falso semblante, pálido y repelente? Nada hay más alegre, más airoso, más divertido y casi diría que retozón. No predica otra cosa que fiesta y buen tiempo. Un rostro triste y transido muestra que no reside ahí. Demetrio el Gramático encontró en el templo de Delfos a un grupo de filósofos que se habían sentados juntos, y les dijo: «Si no me equivoco, por el gesto tan apacible y tan alegre que os veo, no estáis discurriendo sobre nada importante». Uno de ellos, Heracleón de Mégara, respondió: «Son quienes indagan si el futuro del verbo βάλλω va con doble λ, o quienes indagan la derivación de los comparativos χεῖρον y βέλτιον, y de los superlativos χείριστον y βέλτιστον, los que han de fruncir el ceño al hablar de su ciencia. Pero, en cuanto a los razonamientos filosóficos, suelen alegrar y regocijar a quienes se ocupan de ellos, no enfadarlos y entristecerlos».[75]

b | Deprendas animi tormenta latentis in aegro

corpore, deprendas et gaudia: sumit utrumque

inde habitum facies.[76]

[En un cuerpo enfermo pueden descubrirse los tormentos secretos del alma, también las alegrías: el semblante adopta uno y otro estado].

a | El alma que alberga la filosofía debe, con su salud, volver sano también al cuerpo. Debe hacer que brille hasta fuera su serenidad y su dicha; debe formar en su molde el porte exterior, y armarlo por consiguiente de una graciosa nobleza, de una disposición activa y alegre, y de una actitud satisfecha y bondadosa. c | La señal más clara de la sabiduría es el gozo constante; su estado es como el de las cosas más allá de la luna: siempre sereno.[77] a | Son Baroco y Baralipton los que vuelven a sus adeptos tan enfangados y ahumados,[78] no es ella: no la conocen sino de oídas. ¿Cómo? La filosofía hace profesión de serenar las tormentas del alma, y de enseñar al hambre y a las fiebres a reír, no por medio de ciertos epiciclos imaginarios, sino mediante razones naturales y tangibles. c | Tiene como objetivo la virtud, que no está, como dice la Escuela, plantada en la cima de un monte escarpado, abrupto e inaccesible.[79] Quienes se le han acercado, la consideran, por el contrario, situada en una hermosa planicie fértil y floreciente, desde donde lo ve todo muy por debajo de ella; pero, aun así, puede llegarse hasta ella, si se sabe el camino, por senderos sombreados, cubiertos de césped y suavemente perfumados, de manera grata y con una pendiente fácil y lisa, como la de las bóvedas celestes. Por no haber frecuentado esta virtud suprema, bella, triunfante, amorosa, deliciosa a la par que valiente, enemiga profesa e irreconciliable de la acritud, el disgusto, el temor y la constricción, con la guía de la naturaleza, con la fortuna y el placer como compañeros, se han inventado, con arreglo a su debilidad, esa necia imagen, triste, pendenciera, irritada, amenazante, huraña, y la han puesto sobre una roca apartada, entre zarzas, como un fantasma para asustar a la gente.[80]

Mi tutor, que sabe que ha de llenar la voluntad de su discípulo de afecto tanto o más que de reverencia hacia la virtud, le sabrá decir que los poetas siguen las inclinaciones comunes,[81] y sabrá hacerle evidente que los dioses han destinado el sudor a los accesos de los gabinetes de Venus más bien que a los de Palas.[82] Y, cuando empiece a reparar en sí mismo, le presentará a Bradamante o a Angélica[83] como amante que gozar, y una belleza natural, activa, noble, no hombruna sino viril, frente a la belleza blanda, afectada, delicada, artificial —una travestida en muchacho, tocada con un casco refulgente; la otra vestida de muchacha, tocada con un gorrillo perlado—. Juzgará masculino su amor aun si su elección es del todo diferente de la del afeminado pastor de Frigia.[84]

Le dará esta nueva lección: que el valor y la altura de la verdadera virtud residen en la facilidad, la utilidad y el placer de su ejercicio, tan alejado de dificultades, que los niños son capaces de él igual que los hombres, los simples igual que los sutiles. Su instrumento es la mesura, no la fuerza. Sócrates, su primer favorito, renuncia expresamente a su fuerza para deslizarse en la naturalidad y facilidad de su camino.[85] Es la madre nutricia de los placeres humanos. Volviéndolos justos, los vuelve firmes y puros. Moderándolos, los mantiene en vilo y apetitosos. Recortando los que rechaza, nos aguza para aquellos que nos deja; y nos deja abundantemente todos los que quiere la naturaleza, y hasta la saciedad, si no hasta el hartazgo, maternalmente —salvo que por ventura pretendamos decir que la mesura que detiene al bebedor antes de la borrachera, al que come antes de la indigestión, al lascivo antes de la calvicie,[86] sea hostil a nuestros placeres—. Si le falta la fortuna ordinaria,[87] la elude o se las arregla sin ella, y se forja otra enteramente suya, ya no fluctuante y móvil. Sabe ser rica y poderosa y docta, y yacer en colchones almizclados. Ama la vida, ama la belleza, la gloria y la salud. Pero su tarea propia y particular es saber usar esos bienes de manera mesurada, y saberlos perder con entereza: tarea mucho más noble que áspera, sin la cual todo curso de vida se vuelve desnaturalizado, turbulento y deforme, y se le pueden justamente asociar esos escollos, esas breñas y esos monstruos. Si el discípulo resulta de una condición tan distinta que prefiere escuchar una fábula a la narración de un hermoso viaje o unas sabias palabras, cuando las oiga; que, al son del tamboril que arma el joven ardor de sus compañeros, se desvía hacia otro que le llama a los juegos malabares; que, en sus deseos, no encuentra más agradable y más dulce volver polvoriento y victorioso de un combate que del frontón o del baile con el premio de este ejercicio, entonces no veo otro remedio sino[88] que lo ponga de pastelero en alguna rica ciudad, aunque sea el hijo de un duque —de acuerdo con el precepto de Platón de que hay que situar a los hijos según las capacidades de su alma, no según las capacidades de su padre.[89]

a | Puesto que la filosofía es la que nos enseña a vivir, y puesto que la infancia dispone de su propia lección, como las demás edades, ¿por qué no se la comunicamos?

b | Vdum et molle lutum est; nunc nunc properandus et acri

fingendus sine fine rota?[90]

[El barro es húmedo y blando; rápido, rápido, hay que

apresurarse y moldearlo en el ágil torno que gira sin fin].

a | Nos enseñan a vivir cuando la vida ha pasado. Cien escolares han cogido la sífilis antes de llegar a su lección de Aristóteles sobre la templanza.[91] c | Cicerón decía que, aunque viviese la vida de dos hombres, no se tomaría el tiempo de estudiar a los poetas líricos.[92] Y estos ergotistas son, me parece, aún más tristemente inútiles. Nuestro niño tiene mucha más prisa: no debe a la pedagogía más que los primeros quince o dieciséis años de su vida —el resto, lo debe a la acción—. Empleemos un tiempo tan breve en las enseñanzas necesarias. a | Son abusos; si eliminas todas las sutilezas espinosas de la dialéctica, con las que nuestra vida no puede mejorarse, si tomas los sencillos razonamientos de la filosofía, si los sabes elegir y tratar a propósito, cuestan menos de entender que un cuento de Boccaccio.[93] El niño tiene capacidad para ello a partir de la lactancia, mucho más que de aprender a leer o a escribir. La filosofía posee discursos para el nacimiento de los hombres como para la decrepitud.

Opino como Plutarco que Aristóteles ocupó menos a su gran discípulo en el arte de componer silogismos o en los principios de la geometría que en instruirlo con buenos preceptos acerca del valor, la heroicidad, la magnanimidad y la templanza, y la confianza de no temer nada; y lo envió con esta munición, todavía niño, a subyugar el imperio del mundo provisto solamente con treinta mil hombres de a pie, cuatro mil caballos y cuarenta y dos mil escudos. Las demás artes y ciencias, dice, Alejandro las honraba mucho, y loaba su excelencia y nobleza; pero, aunque le complacieran, difícilmente se dejaba sorprender por el sentimiento de querer ejercerlas.[94]

b | petite hinc, iuuenesque senesque,

finem animo certum, miserisque uiatica canis.[95]

[venid aquí a buscar, jóvenes y viejos, un objetivo

firme para el alma, un viático para las miserables canas].

c | Es esto lo que decía Epicuro al inicio de su carta a Meneceo: que ni el más joven rehúse filosofar, ni el más viejo se canse de hacerlo. Quien actúa de otro modo, parece decir o que aún no ha llegado el momento de vivir feliz, o que ya no es el momento.[96]

a | Por todo ello, no quiero que encarcelen a este muchacho. No quiero que lo abandonen a la cólera y al humor melancólico de un furioso maestro de escuela. No quiero corromper su espíritu sometiéndolo a la tortura o al trabajo como se hace con los demás, catorce o quince horas al día, igual que un mozo de cuerda. c | Tampoco me parecería bien que si por cierto temperamento solitario y melancólico le viéramos entregado con una aplicación demasiado insensata al estudio de los libros, se la alimentáramos. Eso los vuelve ineptos para las relaciones sociales, y los aparta de mejores ocupaciones. ¿Y a cuántos hombres he visto en mí tiempo embrutecidos por una temeraria avidez de ciencia? Carnéades contrajo una locura tal que nunca más tuvo tiempo de arreglarse el cabello y las uñas.[97] a | Tampoco quiero estropear sus nobles costumbres con la insociabilidad y barbarie de otros. La sabiduría francesa fue antiguamente proverbial como sabiduría que empezaba muy pronto y apenas duraba.[98] En verdad, vemos aún que nada hay tan gentil como los niños pequeños en Francia; pero por lo general traicionan la esperanza que han hecho concebir, y, una vez adultos, no se ve en ellos excelencia alguna. He oído sostener a gente de entendimiento que los colegios donde se les envía, de los cuales tienen un grandísimo número, los embrutecen de este modo.

Para el nuestro, un gabinete, un jardín, la mesa y el lecho, la soledad, la compañía, la mañana y el atardecer, todas las horas le serán iguales, todos los sitios serán para él estudio. En efecto, la filosofía, que, como formadora de los juicios y de la conducta, será su principal lección, tiene el privilegio de inmiscuirse en todo. A Isócrates, el orador, le pidieron en un banquete que hablara de su arte; todo el mundo cree que tuvo razón al responder: «Ahora no es el momento para lo que yo sé hacer; y aquello de lo que ahora es el momento, yo no sé hacerlo».[99] Porque ofrecer discursos o discusiones de retórica a un grupo reunido para reír y comer bien, sería una mezcla demasiado difícil de acordar. Y otro tanto cabría decir de las demás ciencias. Pero, en cuanto a la filosofía, en la parte que se ocupa del hombre y de sus deberes y obligaciones, ha sido juicio universal de todos los sabios que, dada la dulzura de su trato, no debía ser rehusada ni de los festines ni de los juegos. Y Platón la invita a su banquete y vemos cómo habla a los asistentes de una manera amena y acomodada al tiempo y al lugar, aunque sea con sus discursos más elevados y más saludables:[100]

Aeque pauperibus prodest, locupletibus aeque;

et, neglecta, aeque pueris senibusque nocebit.[101]

[Aprovecha igualmente a pobres y a ricos; y si

la descuidan, perjudicará a niños y a viejos].

Así pues, sin duda descansará menos que los demás. Pero, de la misma manera que los pasos que dedicamos a pasear por una galería, aunque sean tres veces más, no nos cansan tanto como los que empleamos en un camino predeterminado, nuestra lección, si se hace como al azar, sin obligación de tiempo ni de lugar, y si se mezcla con todas nuestras acciones, penetrará sin hacerse notar. Aun los juegos y los ejercicios constituirán una buena parte del estudio: la carrera, la lucha, c | la música, a | la danza, la caza, el manejo de caballos y armas. Quiero que el decoro exterior y la cortesía, c | y la compostura personal, a | se modelen al mismo tiempo que el alma. No se forma un alma ni un cuerpo, sino un hombre; no hay que tratar a los dos por separado. Y, como dice Platón, no debe formarse una parte sin la otra, sino conducirlas a la par, como a una pareja de caballos uncidos al mismo timón.[102] c | Y, si le escuchamos, ¿no parece dedicar más tiempo y atención a los ejercicios del cuerpo, y considerar que el espíritu se ejercita a la vez que él, y no al contrario?[103]

a | Por lo demás, la formación debe conducirse con una dulzura severa, no como suele hacerse.[104] En lugar de incitar a los niños a las letras, lo cierto es que no se les ofrece otra cosa que horror y crueldad. Eliminadme la violencia y la fuerza; a mi juicio, nada bastardea y aturde tanto una naturaleza bien nacida. Si deseas que tema la vergüenza y el castigo, no le acostumbres a ellos. Acostúmbrale al sudor y al frío, al viento, al sol y a los riesgos que debe desdeñar; prívale de cualquier blandura y delicadeza al vestir y al dormir, al comer y al beber; acostúmbralo a todo. Que no sea un niño bonito y un caballerete, c | sino un muchacho vivo y vigoroso. Niño, hombre, viejo, siempre he creído y pensado lo mismo. Pero, entre otras cosas, el orden de la mayoría de nuestros colegios me ha disgustado siempre. Se cometería tal vez un error menos dañino inclinándose hacía la indulgencia. Es una verdadera cárcel de jóvenes cautivos. Los vuelven desenfrenados castigándolos antes de que lo sean. Si llegas a un colegio en el momento de la tarea, no oyes más que gritos de niños torturados y de maestros ebrios de cólera. ¡Qué manera de despertarles el gusto por su lección, a esas almas tiernas y temerosas, guiarlas con una faz terrorífica, con las manos armadas de látigos![105] Es una costumbre inicua y perniciosa. Además, como muy bien observó Quintiliano, esta imperiosa autoridad comporta consecuencias peligrosas, y en particular con nuestra manera de castigar.[106] ¡Hasta qué punto sería más conveniente que sus clases estuvieran tapizadas de flores y de hojas, y no de trozos sangrantes de mimbre! Yo haría pintar en ellas el gozo, la alegría, y a Flora y a las Gracias, como hizo el filósofo Espeusipo en su escuela.[107] Ojalá allí donde está su provecho, estuviera también su diversión. Los alimentos que son saludables para el niño deben azucararse, y amargarse los que le son nocivos.[108]

Es extraordinario cómo Platón se muestra cuidadoso, en sus leyes, de la alegría y los pasatiempos de la juventud de su ciudad, y cómo se detiene en sus carreras, juegos, canciones, saltos y danzas, cuya dirección y patronazgo, según dice, la Antigüedad atribuyó a los mismos dioses, a Apolo, las Musas y Minerva.[109] Se extiende en mil preceptos para sus gimnasios. De las ciencias letradas, se ocupa muy poco, y parece no recomendar particularmente la poesía sino para la música.[110]

a | Toda extrañeza y particularidad en nuestros hábitos y costumbres debe evitarse como hostil a la sociedad.[111] ¿Quién no se asombraría de la complexión de Demofonte, mayordomo de Alejandro, que sudaba a la sombra y temblaba al sol?[112] a | He visto a alguno huir del olor de las manzanas más que de los arcabuzazos, a otros asustarse por un ratón, a otros vomitar al ver nata, a otros al ver sacudir un colchón de pluma, como Germánico no podía soportar ni la vista ni el canto de los gallos.[113] Tal vez haya en esto alguna propiedad oculta, pero la extinguiríamos, a mi juicio, si hiciéramos las cosas en su momento. La educación ha logrado, ciertamente no sin algún trabajo, que, salvo a la cerveza, mi apetito se acomode indistintamente a todo aquello con lo que nos nutrimos. Puesto que el cuerpo todavía es maleable, debemos conformarlo a todas las maneras y costumbres. Y con tal de que puedan mantenerse el deseo y la voluntad bien sujetos, no debe temerse acomodar a un joven a todas las naciones y compañías, incluso al desenfreno y al exceso si es necesario. c | Que su ejercicio siga la costumbre. a | Que pueda hacerlo todo, y no ame hacer sino lo bueno.[114] Ni siquiera a los filósofos les parece loable que Calístenes perdiera la simpatía del gran Alejandro, su amo, por no haber querido beber tanto como él.[115] Reirá, retozará, se desenfrenará con su príncipe. Quiero que aun en el desenfreno supere en vigor y en firmeza a sus compañeros, y que no deje de hacer el mal por falta de fuerza ni de ciencia, sino por falta de voluntad. c | Multum interest utrum peccare aliquis nolit aut nesciat[116] [Hay gran diferencia entre no querer y no saber hacer el mal]. a | Pensaba honrar a un señor tan alejado de estos desenfrenos como nadie en Francia preguntándole, en buena compañía, cuántas veces a lo largo de su vida se había emborrachado por necesidad de los asuntos del rey en Alemania. Lo entendió así y me respondió que tres veces, que refirió. Conozco a alguno que, por carecer de tal facultad, se ha visto en grandes dificultades cuando ha tenido que tratar con esta nación.[117] Me he fijado a menudo, con gran asombro, en la extraordinaria naturaleza de Alcibíades, capaz de transmutarse tan fácilmente en formas tan distintas, sin perjuicio de su salud —superando a veces la suntuosidad y la pompa persas, a veces la austeridad y la frugalidad lacedemonias; tan comedido en Esparta como voluptuoso en Jonia—:[118]

Omnis Aristippum decuit color, et status, et res.[119]

[A Aristipo le convino toda apariencia, situación y fortuna].

Así querría yo formar a mi discípulo:

quem duplici panno patientia uelat

mirabor, uitae uia si conuersa decebit,

personamque feret non inconcinnus utramque.[120]

[admiraré a quien con paciencia se reviste de doble paño si se acomoda a una forma cambiada de vida, y asume no sin gracia uno y otro papel].

Estas son mis lecciones.[121] c | Las aprovechará mejor el que las lleve a cabo que el que las sepa. Si lo ves, lo oyes; si lo oyes, lo ves. ¡Dios no quiera, dice alguien en Platón, que filosofar sea aprender muchas cosas y disertar sobre las artes![122] Hanc amplissimam omnium artium bene uiuendi disciplinam uita magis quam literis persecuti sunt[123] [Esta, la más amplia de todas las artes, la disciplina de vivir bien, la observaron más con la vida que con las letras]. Leonte, príncipe de los fliasios, preguntó a Heráclides el Póntico qué ciencia, qué arte profesaba. Éste le respondió: «No sé ningún arte ni ciencia; pero soy filósofo».[124] Le reprochaban a Diógenes cómo, siendo ignorante, se dedicaba a la filosofía. «Me dedico a ella», dijo, «con tanta más razón».[125] Hegesias le rogaba que le leyera algún libro. Él le respondió: «Eres gracioso; eliges los higos verdaderos y naturales, no los pintados; ¿no elegirás también los ejercicios naturales y verdaderos, y no los escritos?».[126] Más que decir su lección, la hará. La dirá en sus acciones. a | Veremos si es prudente en sus empresas, si es bondadoso y justo en su comportamiento, c | si posee juicio y gracia al hablar, vigor en las enfermedades, modestia en los juegos, templanza en los placeres, orden en la administración, a | indiferencia en el gusto, trátese de carne, pescado, vino o agua. Qui disciplinam suam, non ostentationem scientiae, sed legem uitae putet, quique obtemperet ipse sibi, et decretis pareat[127] [Que considere su disciplina no como ostentación de ciencia, sino como ley de vida, que se obedezca a sí mismo, y siga sus principios]. El verdadero espejo de los razonamientos es el curso de las vidas.

a | Alguien le preguntó a Zeuxidamo por qué los lacedemonios no ponían por escrito los preceptos del heroísmo y no los hacían leer a sus jóvenes. Le respondió que los querían acostumbrar a las acciones, no a las palabras.[128] Compara con éste, al cabo de quince o dieciséis años, a uno de esos latinizantes de colegio, que habrá dedicado el mismo tiempo a no aprender otra cosa que hablar. El mundo no es más que cháchara, y jamás he visto a nadie que no hable más bien más que menos de lo que debe; sin embargo, la mitad de nuestra vida se va en eso. Nos tienen cuatro o cinco años para entender las palabras y ensartarlas en frases; otros tantos para componer un gran cuerpo, extendido en cuatro o cinco partes, y otros cinco, por lo menos, para que las sepamos mezclar y entrelazar brevemente de cierta manera sutil.[129] Dejemos esto a quienes lo profesan de manera expresa.

Yendo un día a Orleans, me encontré, en la llanura que hay antes de Clery, a dos profesores que venían a Burdeos, a unos cincuenta pasos el uno del otro. Más lejos, detrás de ellos, vi a un grupo encabezado por un señor, que era el difunto conde de La Rochefoucauld. Uno de mis criados preguntó al primero de los profesores quién era el gentilhombre que venía tras él. Como no había visto la comitiva que le seguía y creyó que le hablaban de su compañero, respondió graciosamente: «No es gentilhombre; es gramático, y yo soy lógico». Ahora bien, nosotros que intentamos aquí, por el contrario, formar no a un gramático o a un lógico, sino a un gentilhombre, dejemos que ellos abusen de su tiempo. Nosotros tenemos trabajo en otra parte. Pero si nuestro discípulo está bien provisto de cosas, las palabras las seguirán, hasta el exceso; él las arrastrará, si no quieren seguirlas.[130] Oigo que algunos se excusan porque no son capaces de expresarse, y simulan tener la cabeza atestada de muchas cosas bellas, pero no poder sacarlas a la luz por falta de elocuencia. Esto es una bobada. ¿Sabéis de qué se trata, a mi juicio? Se trata de sombras que surgen en ellos de ciertas concepciones informes que no son capaces de desenmarañar y de aclarar en su interior, ni por consiguiente de presentar al exterior. No se entienden ni siquiera a sí mismos. Y si observas un poco su tartamudeo en el momento de darlas a luz, entenderás que su dificultad no radica en el parto sino en la concepción, y que no hacen otra cosa que lamer aún esa materia imperfecta.[131] Por mi parte, sostengo, c | y Sócrates lo prescribe, a | que si alguien posee en su espíritu una viva y clara imaginación, la manifestará, sea en bergamasco,[132] sea con muecas si es mudo:

Verbaque praeuisam rem non inuita sequentur.[133]

[Y las palabras seguirán sin violencia a la cosa vista de antemano].

Y como decía aquél, tan poéticamente en su prosa: «Cum res animum occupauere, uerba ambiunt»[134] [Cuando las cosas han ocupado el ánimo, las palabras las envuelven]. c | Y aquél otro: «Ipsae res uerba rapiunt»[135] [Las cosas mismas arrastran las palabras]. a | No sabe el ablativo, el conjuntivo, el sustantivo, ni la gramática; tampoco la sabe su lacayo ni la vendedora de arenques del Petit Pont,[136] y, aun así, te hablarán hasta la saciedad, si así te apetece, y acaso las reglas de la lengua les estorbarán tan poco como al mejor maestro en artes de Francia.[137] No sabe retórica, ni, como preludio, captar la benevolencia del cándido lector, ni le interesa saberlo. En verdad, toda hermosa pintura es borrada fácilmente por el brillo de una verdad simple y genuina. Tales gentilezas sólo sirven para entretener al vulgo, incapaz de ingerir el alimento más sólido y más firme, como Afer muestra con toda claridad en Tácito.[138] Los embajadores de Samos habían acudido ante Cleómenes, rey de Esparta, preparados con un bello y largo discurso para inducirlo a la guerra contra el tirano Polícrates. Tras dejarles hablar, les respondió: «En cuanto al inicio y exordio, ya no me acuerdo, ni por consiguiente de la parte del medio; y en cuanto a la conclusión, no quiero saber nada de ella».[139] He aquí una buena respuesta, me parece, y unos oradores bien pasmados. b | Y ¿qué decir de éste? Los atenienses habían de elegir entre dos arquitectos para realizar una gran edificación. El primero, más astuto, se presentó con un bello discurso premeditado sobre la obra, y obtuvo el juicio favorable del pueblo. Pero el otro se limitó a tres palabras: «Señores atenienses, lo que éste ha dicho, yo lo haré».[140]

a | En el mejor momento de la elocuencia de Cicerón, muchos le admiraban, pero Catón, sin dejar de reírse, decía: «Tenemos un cónsul divertido».[141] Vaya delante o detrás, una útil sentencia, una bella agudeza, siempre es oportuna. c | Si no cuadra con lo que va delante ni con lo que viene detrás, está bien en sí misma. a | No estoy entre quienes piensan que la buena rima hace el buen poema.[142] Déjale alargar una sílaba corta si quiere; en esto, ninguna obligación; si los hallazgos sonríen, si el ingenio y el juicio han hecho bien su tarea, diré que es un buen poeta, pero un mal versificador:

Emunctae naris, durus componere uersus.[143]

[De fina nariz, rudo componiendo versos].

Aunque se le haga perder a la obra, dice Horacio, todas sus costuras y medidas,

b | Tempora certa modosque, et quod prius ordine uerbum est,

posterius facias, praeponens ultima primis,

inuenias etiam disiecti membra poetae,[144]

[Ritmos determinados y medidas, invierte el orden de las palabras, haciendo de las primeras las últimas y de las últimas las primeras; aun así hallarás los miembros descompuestos de un poeta],

a | no por eso se contradirá a sí misma: aun los pedazos serán hermosos. Esto es lo que respondió Menandro cuando le recriminaban, al acercarse al día en el que había prometido una comedia, no haber empezado todavía: «Está compuesta y lista, sólo falta añadirle los versos».[145] Como tenía las cosas y la materia dispuestas en el alma, el resto le importaba poco. Desde que Ronsard y Du Bellay han dado prestigio a la poesía francesa, no veo aprendiz tan modesto que no hinche las palabras, que no ordene las cadencias más o menos como ellos. c | Plus sonat quam ualet[146] [Tiene más resonancia que valor]. a | Jamás hubo tantos poetas en lengua vulgar. Pero, así como reproducir sus rimas les ha resultado muy fácil, se quedan en cambio muy cortos al imitar las ricas descripciones del uno y las delicadas invenciones del otro.

Cierto, pero ¿qué hará si le apremian con la sutileza sofística de algún silogismo?: el jamón hace beber, beber apaga la sed, por tanto el jamón quita la sed. c | Que se burle de ella. Es más sutil burlarse de ella que darle respuesta.[147] Que tome de Aristipo esta graciosa contrasutileza: ¿por qué voy a desatarlo, si atado me estorba?[148] A uno que proponía sutilezas dialécticas contra Cleantes, Crisipo le dijo: «Juega a estas prestidigitaciones con los niños, y no distraigas los pensamientos serios de un hombre mayor».[149] a | Si esas necias argucias —c | contorta et aculeata sophismata[150] [sofismas intrincados y espinosos]— a | le han de persuadir de una mentira, es peligroso; pero si quedan sin efecto y no le inducen sino a risa, no veo por qué ha de cuidarse de ellas. Algunos son tan necios que se desvían de su camino un cuarto de legua para correr en pos de una agudeza —c | aut qui non uerba rebus aptant, sed, res extrinsecus arcessunt, quibus uerba conueniant[151] [o quienes no adaptan las palabras a las cosas, sino que introducen cosas extrañas a las que las palabras puedan convenir]. Y el otro: «Qui alicuius uerbi decore placentis uocentur ad id quod non proposuerant scribere»[152] [Hay algunos que se dejan arrastrar hacia lo que no se habían propuesto escribir por una bella palabra que les gusta]—. Me gusta mucho más torcer una hermosa sentencia para unirla a mí que rectificar mi camino para ir a buscarla. a | Al contrario, a las palabras les corresponde servir y seguir, y que el gascón llegue si el francés no alcanza. Quiero que predominen las cosas, y que llenen hasta tal punto la imaginación del oyente que éste no recuerde nada de las palabras. El lenguaje que me gusta es un lenguaje simple y natural, igual sobre el papel que en la boca, un lenguaje suculento y vigoroso, breve y denso, c | no tanto fino y cuidado como vehemente y brusco,

Haec demum sapiet dictio, quae feriet,[153]

[Sólo tendrá sabor el lenguaje que hiera],

a | más difícil que aburrido, alejado de la afectación, irregular, suelto y audaz —que cada pieza tenga cuerpo propio—; no pedantesco, no frailesco, no pleiteante, sino más bien soldadesco, como Suetonio llama al de Julio César;[154] c | y con todo no percibo bien por qué lo llama así.[155]

b | Me ha gustado imitar el desaliño que se ve en nuestra juventud en la manera de vestir —manto a la bandolera, capa sobre el hombro, una media floja—, que manifiesta un orgullo desdeñoso de ornamentos extraños y despreocupado por el arte. Pero me parece aún mejor empleado en la forma de hablar. c | La afectación, en especial en la alegría y libertad francesa, cuadra mal con el cortesano. Y, en una monarquía, todo gentilhombre debe formarse según la conducta del cortesano. Por eso hacemos bien en decantarnos un poco hacia lo natural y desdeñoso.[156]

a | No me gusta el tejido en el que se ven las uniones y las costuras, del mismo modo que en un cuerpo hermoso no deben poderse contar los huesos y las venas.[157] c | Quae ueritati operam dat oratio, incomposita sit et simplex[158] [El discurso que sirve a la verdad, debe carecer de arte y ser simple]. Quis accurate loquitur, nisi qui uult putide loqui?[159] [¿Quién se esmera en hablar sino quien quiere hablar afectadamente?]. La elocuencia que nos desvía hacia sí misma es injusta con las cosas.

Así como en los atuendos es de pusilánimes pretender destacar por algún rasgo particular e inusitado, en el lenguaje la búsqueda de expresiones nuevas y de palabras poco conocidas surge de una ambición escolar y pueril. ¡Ojalá pudiera servirme tan sólo de aquellas que se emplean en el mercado de París! Aristófanes el Gramático no entendía nada cuando regañaba a Epicuro por la simplicidad de sus palabras y por el propósito de su arte oratorio, que era sólo la claridad del lenguaje.[160] La imitación del lenguaje, gracias a su facilidad, se difunde de inmediato a todo el pueblo. La imitación del juicio, de la invención, no va tan deprisa. La mayoría de lectores piensan muy equivocadamente que, por haber encontrado una ropa semejante, tienen un cuerpo semejante. La fuerza y los nervios no se toman prestados; se toman prestados los atavíos y el manto. La mayoría de quienes me frecuentan hablan igual que Los ensayos; pero no sé si piensan igual.

a | Los atenienses, dice Platón, tienen a su favor el cuidado de la abundancia y la elegancia del lenguaje; los lacedemonios, el de la brevedad, y los cretenses, el de la fecundidad de las concepciones más que del lenguaje.[161] Estos son los mejores. Decía Zenón que había dos clases de discípulos: unos, que llamaba φιλολόγους, atentos a aprender las cosas, que eran sus favoritos; los otros, λογοφίλους, que se cuidaban sólo del lenguaje.[162] No puede negarse que hablar bien es una cosa bella y buena, pero no es tan buena como se pretende; y me irrita que toda nuestra vida se dedique a esto. Yo querría en primer lugar saber bien mi lengua, y la de aquellos vecinos con los que tengo trato más habitual. El griego y el latín son sin lugar a dudas un adorno hermoso e importante, pero se adquieren a un precio excesivo. Voy a contar aquí una manera de obtenerlos a mejor precio de lo acostumbrado, que se probó en mí mismo. Sírvase de ella quien quiera.

Mi difunto padre, tras hacer todas las indagaciones posibles entre la gente docta y de entendimiento de una forma de educación esmerada, fue advertido de este inconveniente usual; y le decían que el mucho tiempo que empleábamos en aprender las lenguas, c | que ellos aprendían sin esfuerzo, a | es el único motivo por el cual no podíamos alcanzar la grandeza de ánimo y de conocimiento de los antiguos griegos y romanos. Yo no creo que éste sea el único motivo. En cualquier caso, el expediente que halló mi padre fue que, en plena lactancia y antes de que la lengua se me empezara a soltar, me dejó al cargo de un alemán, que después ha muerto siendo un médico famoso en Francia, del todo ignorante de nuestra lengua y muy bien versado en la latina.[163] Éste, al que había hecho venir expresamente y que cobraba un salario muy alto, me tenía continuamente en brazos. Junto a él había también otros dos, inferiores en saber, para vigilarme y para aliviar al primero. No me hablaban en otra lengua que no fuera la latina. En cuanto al resto de la casa, era regla inviolable que ni él mismo, ni mi madre, ni ningún criado ni camarera hablasen en mi compañía más que las frases en latín que todos habían aprendido para chapurrear conmigo. Es asombroso el fruto que sacamos todos. Mi padre y mi madre aprendieron suficiente latín para entenderlo, y adquirieron de sobra para servirse de él en lo necesario, como lo hizo también la otra gente de la casa que estaba más ligada a mi servicio. En suma, nos latinizamos tanto que rebosó hasta los pueblos del derredor, donde existen todavía, y se han arraigado por el uso, muchos nombres latinos de artesanos y herramientas.

En cuanto a mí, tenía más de seis años y no entendía más el francés o el perigordino que el árabe. Y, sin arte, sin libro, sin gramática ni precepto, sin látigo y sin lágrimas, había aprendido un latín tan puro como el que sabía mi maestro; en efecto, no podía haberlo mezclado ni alterado. Si me querían dar un tema como ensayo, como se hace en los colegios, a los demás se les daba en francés; pero a mí había que dármelo en mal latín, para que lo pasara al bueno. Y Nicolás Grouchy, que ha escrito De comitiis romanorum;[164] Guillaume Guérente, que ha comentado a Aristóteles; George Buchanan, el gran poeta escocés;[165] a2 | Marc-Antoine Muret, c | que Francia e Italia reconocen como el mejor orador del momento,[166] a | mis preceptores domésticos, me han dicho a menudo que tenía esta lengua en mi infancia tan pronta y tan a mano que temían abordarme. Buchanan, a quien vi después en el séquito del difunto mariscal de Brissac, me contó que se proponía escribir sobre la formación de los niños, y que tomaba la mía como modelo. Estaba entonces, en efecto, al cargo de ese conde de Brissac al que después hemos visto tan valeroso y tan bravo.[167]

En cuanto al griego, del que apenas entiendo nada, mi padre proyectó hacérmelo aprender por medio de un artificio, pero con un método nuevo, en forma de diversión y de ejercicio. Jugábamos con las declinaciones, como hacen quienes aprenden aritmética y geometría con ciertos juegos de tablero. Porque, entre otras cosas, le habían aconsejado que me diese a probar la ciencia y el deber con una voluntad no forzada y por mi propio deseo, y que criara mi alma con total dulzura y libertad, sin rigor ni constricción. Quiero decir, con un escrúpulo tal que, dado que algunos sostienen que despertar a los niños por la mañana de repente y arrancarlos del sueño —en el que están mucho más sumergidos que nosotros— de golpe y con violencia altera su tierno cerebro, me hacía despertar con el sonido de algún instrumento; y jamás me faltó alguien para rendirme este servicio.[168]

Este ejemplo bastará para juzgar del resto, y para recomendar también la prudencia y el afecto de un padre tan bueno. Al cual no hay que echarle la culpa si no cosechó ningún fruto a la altura de tan esmerado cultivo. Dos cosas fueron la causa: primero, el campo estéril e inadecuado. Pues, aunque tuviera una salud firme y completa, y al mismo tiempo un natural dulce y tratable, era por lo demás tan torpe, blando y adormecido que no podían arrancarme de la ociosidad, ni siquiera para hacerme jugar. Lo que veía, lo veía bien, y bajo ese torpe temperamento alimentaba imaginaciones audaces y opiniones por encima de mi edad. El ingenio lo tenía lento, y no avanzaba sino en la medida que lo conducían; la aprehensión, tardía; la invención, floja, y, al cabo, una increíble falta de memoria. No es asombroso que de todo esto no pudiera sacar nada de valor. En segundo lugar, así como aquéllos a quienes apremia un deseo furioso de curarse se entregan a toda suerte de consejos, ese hombre bueno, con un miedo extremo a equivocarse en una cosa que se tomaba tan a pecho, se dejó arrastrar finalmente a la opinión común, que sigue siempre a los que van delante, como las grullas, y se adhirió a la costumbre, pues no tenía ya a su alrededor a quienes le habían proporcionado esas primeras formas de educación traídas de Italia; y me envió cuando tenía unos seis años al Colegio de Guyena, en aquel entonces muy floreciente, y el mejor de Francia.[169] Y allí es imposible añadir nada al cuidado que puso en elegirme preceptores de cámara capaces y en todas las demás circunstancias de mi educación, en la que mantuvo muchas formas particulares contra el uso de los colegios. Pero en cualquier caso no dejaba de ser un colegio. Mi latín degeneró al instante, y después, por falta de costumbre, he perdido su empleo. Y esta insólita formación mía sólo me sirvió para saltar desde el principio a las primeras clases. Porque, a los trece años salí del colegio, acabado mi curso —así lo llaman—, y en verdad sin fruto alguno que pueda ahora registrar.

Mi primer gusto por los libros me vino del placer de las fábulas de la Metamorfosis de Ovidio. En efecto, cuando tenía unos siete u ocho años rehuía cualquier otro placer para leerlas, porque ésa era mi lengua materna, y era el libro más fácil que conocía y el más conforme a la flaqueza de mi edad a causa de la materia. Porque de los Lancelotes del Lago, b | de los Amadises, a | de los Huones de Burdeos y todo ese fárrago de libros con el que se entretienen los niños, ni siquiera conocía el nombre, ni conozco todavía el cuerpo, tan estricta era mi disciplina.[170] Me volvía con ello más descuidado en el estudio de las demás lecciones que tenía prescritas. Ahí me resultó especialmente oportuno tratar con un preceptor que era un hombre de entendimiento y que supo transigir hábilmente ante ese desenfreno mío y otros semejantes. En efecto, de esta manera encadené de un tirón la Eneida de Virgilio, luego Terencio y después Plauto y comedias italianas, embelecado siempre por la dulzura del tema. De haber sido tan insensato como para romper la cadena, me parece que no habría sacado del colegio sino el odio a los libros, como le sucede a casi toda nuestra nobleza. Se manejó ingeniosamente aparentando no ver nada. Aguzaba mi apetito no permitiéndome engullir esos libros sino a escondidas y manteniéndome suavemente a raya en cuanto a los demás estudios regulares. Porque las principales cualidades que mi padre buscaba en aquéllos a cuyo cargo me dejaba eran la bondad y la sencillez de temperamento. Por lo demás, el mío no tenía otro vicio que la languidez y la pereza. El peligro no era que hiciese algo malo, sino que no hiciera nada. Nadie predecía que llegara a ser malo, sino inútil. Preveían en mí holgazanaría, no malicia. c | Me doy cuenta de que así ha sido. Las quejas que me zumban en los oídos son de este tipo: «Es ocioso, frío en los deberes de la amistad y del parentesco; y en los deberes públicos, demasiado particular». Los más injuriosos no dicen: «¿Por qué ha cogido?, ¿por qué no ha pagado?», sino: «¿Por qué no dispensa de la deuda?, ¿por qué no da?».

Tomaría como un favor que no desearan de mí sino tales acciones supererogatorias. Pero son injustos exigiéndome lo que no debo mucho más rigurosamente de lo que ellos se exigen lo que deben. Al condenarme a tal cosa borran la benevolencia de la acción y la gratitud que me sería debida. Por el contrario, el obrar bien activo debería pesar más viniendo de mí, habida cuenta que no tengo ninguno pasivo. Puedo disponer de mi fortuna con más libertad en la medida que es más mía; y de mí, en la medida que soy más mío. Sin embargo, si fuese un gran adornador de mis acciones, tal vez enviaría a paseo esos reproches; y les enseñaría a algunos que no les ha ofendido tanto que no haga lo bastante como que pueda hacer bastante más de lo que hago.

a | Con todo, mi alma no dejaba, al mismo tiempo, de experimentar en su interior movimientos firmes, c | y juicios seguros y abiertos sobre los objetos que conocía; a | y los digería sola, sin comunicación alguna. Y, entre otras cosas, creo, en verdad, que habría sido del todo incapaz de rendirse a la fuerza y la violencia. b | ¿Registraré esta facultad de mi infancia: la seguridad en el semblante y la versatilidad de voz y de gesto para aplicarme a los papeles que interpretaba? Porque, antes de tener la edad,

Alter ab undecimo tum me uix ceperat annus,[171]

[Apenas había cumplido entonces doce años],

asumí los papeles protagonistas de las tragedias latinas de Buchanan, Guérente y Muret, que se representaron en nuestro Colegio de Guyena con dignidad.[172] En eso, Andrés de Gouvea, nuestro rector, como en todos los demás aspectos de su cargo, fue sin comparación el más grande rector de Francia[173] —y me consideraban su maestro de obras—. Es un ejercicio que no desapruebo para los niños de buena familia; y después he visto a nuestros príncipes entregarse a él en persona, siguiendo el ejemplo de algunos antiguos, honesta y loablemente. c | En Grecia era lícito que la gente honorable lo convirtiera incluso en su profesión. Aristoni tragico actori rem aperit: huic et genus et fortuna honesta erant; nec ars, quia nihil tale apud Graecos pudori est, ea deformabat[174] [Descubre el asunto al actor trágico Aristón, cuyo nacimiento y fortuna eran dignos; y su profesión en nada lo rebajaba, pues nada hay de vergonzoso en ello entre los griegos].

b | En efecto, siempre he acusado de impertinencia a quienes condenan estas distracciones, y de injusticia a quienes rehúsan la entrada en nuestras buenas ciudades a los comediantes que lo merecen, y niegan al pueblo estos placeres públicos.[175] Los buenos gobiernos se preocupan de reunir y aunar a los ciudadanos, tanto en los oficios serios de la devoción como en los ejercicios y juegos. De esta manera, su asociación y amistad aumentan. Y, además, no podrían concedérseles pasatiempos más rectos que aquellos que se hacen en presencia de todos, y a la vista aun del magistrado. Y me parecería razonable que el príncipe, a sus expensas, gratificara de vez en cuando al pueblo con ellos, con un afecto y una bondad como paternales; c | y que, en las ciudades populosas, hubiera lugares destinados a tales espectáculos, y dispuestos para ellos —distracción de actos peores y secretos.

a | Para volver a mi asunto, no se trata sino de seducir el deseo y el sentimiento; de lo contrario, no se logra otra cosa que asnos cargados de libros. Se les da en custodia, a latigazos, su bolsita llena de ciencia. La cual, para hacerlo bien, no basta con alojarla en uno; hay que abrazarla.