CAPÍTULO XIX

QUE FILOSOFAR ES APRENDER A MORIR

a | Dice Cicerón que filosofar no es otra cosa que prepararse para la muerte.[1] El motivo es que el estudio y la contemplación retiran en cierto modo el alma fuera de nosotros, y la ocupan aparte del cuerpo, lo cual constituye cierto aprendizaje y cierta semejanza de la muerte; o bien que toda la sabiduría y la razón del mundo se resuelve, a fin de cuentas, en enseñarnos a no tener miedo de morir. A decir verdad, o la razón se burla, o su único objetivo debe ser nuestra satisfacción, y todo su esfuerzo debe tender, en suma, a hacernos vivir bien y felizmente, como dicen las Sagradas Escrituras.[2] Todas las opiniones del mundo coinciden c | en que el placer es nuestro objetivo, a | aun cuando adopten medios distintos; de lo contrario, las desecharíamos desde el principio. En efecto, ¿quién iba a escuchar a alguien que se fijara como fin nuestro sufrimiento y malestar?[3]

c | Las disensiones entre escuelas filosóficas son, en este caso, verbales. Transcurramus solertissimas nugas[4] [Pasemos por alto estas sutilísimas minucias]. Tienen más de obstinación y de charlatanería de lo que corresponde a tan santa profesión. Pero, sea cual fuere el papel que el hombre asuma, entretanto nunca deja de interpretar el suyo. Digan lo que digan, incluso en la virtud el objetivo último al que nos dirigimos es el placer.[5] Me agrada azotarles los oídos con una palabra que les disgusta tanto. Y, si significa un placer supremo y una satisfacción extrema, conviene más que asista más a la virtud que a ninguna otra cosa. Este placer, por ser más airoso, enérgico, robusto, viril, no es sino más seriamente placentero. Y deberíamos darle[6] el nombre de placer, más favorable, más dulce y natural; no el de vigor, con el cual la hemos denominado.[7] Este otro deleite más bajo, en caso de merecer tal hermoso nombre, debería compartirlo, no poseerlo en exclusiva. Me parece menos libre de inconvenientes y de obstáculos que la virtud. Aparte de que su sabor es más momentáneo, pasajero y caduco, tiene sus vigilias, sus ayunos y sus tormentos, y su sudor y su sangre. Y, además, en particular, sus sufrimientos agudos de muchos tipos, y, por añadidura, una saciedad tan pesada que puede equipararse con una penitencia. Caemos en un gran error pensando que tales inconvenientes sirven de aguijón y de condimento a su dulzura, al modo que en la naturaleza el contrario se vivifica con el contrario,[8] y diciendo, al referirnos a la virtud, que consecuencias y dificultades similares la abaten, la vuelven arisca e inaccesible. Al contrario, con mucha mayor propiedad que al deleite, ennoblecen, avivan y realzan el placer divino y perfecto que nos brinda. Si alguien compara su coste con su beneficio, ciertamente es muy poco digno de su trato, y no conoce ni sus gracias ni su uso. Quienes nos enseñan que su búsqueda es escabrosa y ardua, y su posesión grata,[9] ¿qué nos dicen con eso sino que es siempre desagradable? Pues ¿qué medio humano alcanza jamás su posesión? Los más perfectos se han contentado con aspirar a ella, y con acercársele sin poseerla. Pero se equivocan, pues en todos los placeres que conocemos la misma persecución es placentera. La empresa se siente partícipe de la cualidad de aquello que pretende. Es, en efecto, buena parte del resultado, y consustancial a él. La felicidad y la beatitud que brillan en la virtud colman todas sus dependencias y accesos, desde la primera entrada hasta el último límite. Ahora bien, entre los principales beneficios de la virtud, figura el desprecio de la muerte, medio que procura a nuestra vida una muelle tranquilidad, y que nos vuelve su sabor puro y amable, sin lo cual todo otro deleite se extingue.

a | Por eso, todas las reglas coinciden y convienen en este artículo.[10] Y aunque todas ellas nos conduzcan también, de común acuerdo, a despreciar el dolor, la pobreza y otros infortunios a los que está expuesta la vida humana, no lo hacen con el mismo esmero.[11] Y ello se debe a que tales infortunios no tienen la misma necesidad —la mayoría de hombres pasa la vida sin probar la pobreza, y algunos, incluso sin sentir ni el dolor ni la enfermedad, como Jenófilo el músico, que vivió ciento seis años en perfecta salud—,[12] y también a que, en el peor de los casos, la muerte puede poner fin y hacer cesar, cuando nos plazca, todos los demás inconvenientes. Pero, en cuanto a la muerte, es inevitable:

b | Omnes eodem cogimur, omnium

uersatur urna, serius ocius

sors excitura et nos in aeternum

exitium impositura cymbae.[13]

[Todos nos vemos obligados a ir allí, se revuelve en la urna la suerte que, tarde o temprano, nos embarcará hacia la muerte eterna].

a | Y, por consiguiente, si nos da miedo, es un motivo continuo de tormento, y que no puede aliviarse de ninguna manera. c | No hay lugar de donde no nos llegue; podemos volver sin descanso la cabeza en una y otra dirección, como en país hostil:[14] quae quasi saxum Tantalo semper impendet[15] [que siempre amenaza, como la roca a Tántalo]. a | Con frecuencia nuestros parlamentos envían a ejecutar a los criminales al lugar donde se cometió el crimen.[16] Durante el camino, puedes pasearlos por casas hermosas,[17] puedes darles todos los banquetes que se te antoje,

b | non Siculae dapes

dulcem elaborabunt saporem,

non auium cytharaeque cantus

somnum reducent,[18]

[los festines de Sicilia ya no tendrán un sabor dulce, y no habrá pájaro ni cítara que pueda inducirlos al sueño],

a | ¿acaso crees que son capaces de disfrutarlo, y que la intención final del viaje, que no dejan de tener ante los ojos, no les altera y embota el gusto para todos estos placeres?

b | Audit iter, numeratque dies, spacioque uiarum

metitur uitam, torquetur peste futura.[19]

[Se informa sobre la ruta, y cuenta los días, y mide su vida

según la duración de los caminos, se tortura por la desgracia futura].

a | La meta de nuestra carrera es la muerte,[20] es el objetivo necesario al que nos dirigimos:[21] si nos asusta, ¿cómo vamos a poder dar un paso adelante sin fiebre? El remedio del vulgo es no pensar en ello. Pero ¿qué brutal estupidez puede ocasionarle una ceguera tan burda? Hay que hacerle embridar el asno por la cola:

Qui capite ipse suo instituit uestigia retro.[22]

[A uno que pretende andar con la cabeza hacia atrás].

No es nada asombroso que caiga con tanta frecuencia en la trampa. Nuestra gente se asusta sólo con mencionar la muerte, y la mayoría se santigua, como si se tratara del nombre del diablo. Y, dado que en los testamentos se menciona, no esperes que les echen mano hasta que el médico les haya dado la extremaunción; y Dios sabe, entonces, en medio del dolor y del espanto, con qué buen juicio te lo pastelean. b | Como esta sílaba les golpeaba con excesiva rudeza los oídos, y el vocablo les parecía de mal agüero, los romanos aprendieron a suavizarlo, o a extenderlo en una perífrasis. En lugar de decir «ha muerto» o «ha dejado de vivir», dicen «ha vivido».[23] Con tal de que sea vida, por más que pasada, se consuelan. Nosotros les hemos tomado prestado nuestro difunto maestre Juan.[24]

a | Acaso ocurre que, como suele decirse, la tardanza vale la pena. Yo nací entre las once y el mediodía del último día de febrero de 1533, según la manera de contar actual, empezando el año en enero.[25] Hace sólo exactamente quince días he cumplido treinta y nueve años; me quedan por lo menos otros tantos;[26] entretanto, agobiarse con el pensamiento de una cosa tan lejana sería una locura. Pero, ¡en fin!, jóvenes y viejos abandonan la vida en la misma condición. c | Nadie sale de ella de otro modo que como si entrara ahora mismo.[27] a | Además, no hay hombre tan decrépito que, mientras vea a Matusalén por delante, no piense que todavía le quedan veinte años en el cuerpo.[28] Y también, pobre loco como eres, ¿quién te ha fijado los términos de tu vida? Te fundas en las cuentas de los médicos. Mira más bien el hecho y la experiencia. Según el curso ordinario de las cosas, vives desde hace mucho por favor extraordinario. Has rebasado los términos habituales de la vida. Y, como prueba de que es así, cuenta entre tus conocidos cuántos han muerto antes de tu edad: más de los que la han alcanzado; e incluso entre los que han ennoblecido su vida con renombre, haz un registro, y apostaré que son más los que han muerto antes que los que han muerto después de los treinta y cinco años. Es muy razonable y muy piadoso tomar ejemplo aun de la humanidad de Jesucristo: ahora bien, acabó su vida a los treinta y tres años. El hombre más grande entre los simplemente hombres, Alejandro, murió también en ese plazo.

¿Cuántas formas de sorpresa tiene la muerte?

Quid quisque uitet, nunquam homini satis

cautum est in horas.[29]

[Nunca el hombre será bastante cauto ante los peligros a evitar].

Dejo de lado fiebres y pleuresías. ¿Quién habría jamás pensado que a un duque de Bretaña le asfixiaría la multitud, como le sucedió a aquel en la entrada del papa Clemente, mi vecino, en Lyon?[30] ¿No has visto matar a uno de nuestros reyes mientras se divertía?[31] ¿Y no murió uno de sus antepasados por el choque con un cerdo? Aun cuando Esquilo, amenazado por el derrumbamiento de una casa, se mantuviese alerta, ahí le tenemos, abatido por el caparazón de una tortuga que se le escapó de las patas a un águila que pasaba volando. Otro murió a causa de un grano de uva;[32] un emperador, por el rasguño de un peine cuando se arreglaba el cabello; Emilio Lépido, por golpear con el pie contra el umbral de su puerta; y Aufidio, por haber chocado al entrar con la puerta de la estancia del consejo; y entre los muslos de una mujer, el pretor Cornelio Galo, Tigelino, capitán de la guardia de Roma, Ludovico, hijo de Guido de Gonzaga, marqués de Mantua, y, con aún peor ejemplo, el filósofo platónico Espeusipo y uno de nuestros papas.[33] El pobre juez Bebio, mientras cita a una parte ocho días después, es él el embargado tras expirar el plazo de su vida. Y el médico Cayo Julio se encontraba untando los ojos de un paciente, y de repente la muerte cierra los suyos. Y, si debo referirme a mí: uno de mis hermanos, el capitán Saint Martin, de veintitrés años, que ya había dado suficientes buenas pruebas de valor, estaba jugando a pelota y la bola le golpeó un poco por encima de la oreja derecha, sin ninguna contusión ni herida aparente. No se sentó ni hizo reposo, pero, cinco o seis días después, murió a causa de una apoplejía producida por el golpe. Con tales ejemplos, tan frecuentes y tan comunes, pasándonos ante los ojos, ¿cómo es posible que podamos librarnos del pensamiento de la muerte, y que no nos parezca a cada instante que nos tiene cogidos por el cuello?

¿Qué importa, me diréis, cómo sea con tal de que no se sufra? Ésta es mi opinión, y, sea cual fuere la manera en que uno pudiese ponerse a cubierto de los golpes, aunque fuese bajo la piel de un ternero,[34] yo no me echaría atrás. Porque a mí me basta con estar a gusto; y las mayores facilidades que puedo procurarme, las asumo, aunque, por lo demás, sean tan poco gloriosas y ejemplares como gustéis:

praetulerim delirus inersque uideri,

dum mea delectent mala me, uel denique fallant,

quam sapere et ringi.[35]

[preferiría parecer demente o inepto, mientras mis defectos me deleiten, o al menos escapen de mi vista, a saberlo y rabiar].

Pero es una locura pensar llegar hasta ahí de esa manera. Van, vienen, trotan, danzan; sobre la muerte, ninguna noticia. Todo eso es bonito. Pero también, cuando les llega, a ellos o a sus mujeres, hijos y amigos, y les sorprende de improviso y sin protección, ¿qué tormentos, qué gritos, qué rabia y qué desesperación no les abruman? ¿Has visto jamás nada tan abatido, tan turbado, tan confuso? Hay que prepararse con más adelanto; y esa despreocupación brutal, aunque pudiera alojarse en la cabeza de un hombre de entendimiento —cosa que me parece del todo imposible—, nos vende su género a un precio excesivo. Si se tratara de un enemigo que cupiera evitar, yo aconsejaría tomar prestadas las armas de la cobardía. Pero, dado que no se puede, b | dado que te atrapa huyendo y cobarde no menos que hombre honorable,

a | Nempe et fugacem persequitur uirum,

nec parcit imbellis iuventae

poplitibus, timidoque tergo,[36]

[En efecto, también persigue al que huye, y no perdona las cobardes piernas y la temerosa espalda de la juventud],

b | y dado que ningún temple de coraza te protege,

Ille licet ferro cautus se condat aere,

mors tamen inclusum protrahet inde caput;[37]

[Aunque, desconfiando del hierro, se proteja con

bronce, la muerte extraerá su cabeza encerrada];

a | aprendamos a oponerle resistencia a pie firme y a combatirla. Y, para empezar a privarle de su mayor ventaja contra nosotros, sigamos un camino del todo contrario al común. Privémosle de la extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella. No tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte. Nos la hemos de representar a cada instante en nuestra imaginación, y con todos los aspectos. Al tropezar un caballo, al caer una teja, a la menor punzada de alfiler, rumiemos enseguida: «Y bien, ¿cuándo será la muerte misma?», y, a partir de ahí, endurezcámonos y esforcémonos. En medio de las fiestas y de la alegría, repitamos siempre el estribillo del recuerdo de nuestra condición, y no dejemos que el placer nos arrastre hasta el punto de que no nos venga a la memoria, de vez en cuando, de cuántas maneras nuestra alegría está expuesta a la muerte, y con cuántos medios ésta la amenaza. Así lo hacían los egipcios, que, en pleno banquete, y en medio de la mejor comida, hacían traer el esqueleto de un hombre para que sirviera de advertencia a los comensales:[38]

Omnem crede diem tibi diluxisse supremum.

Grata superueniet, quae non sperabitur hora.[39]

[Piensa que cada día te ha amanecido como el

último. Grata te será la hora que no esperes].

Es incierto dónde nos espera la muerte; esperémosla por todas partes. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir.[40] c | La vida nada tiene de malo para aquel que ha entendido bien que la privación de la vida no es un mal. a | Saber morir nos libera de toda sujeción y constricción.[41] A uno al que el miserable rey de Macedonia, prisionero suyo, le enviaba para rogarle que no le llevara en su triunfo, Paulo Emilio le respondió: «Que esa petición se la haga a sí mismo».[42]

A decir verdad, en cualquier cosa, si la naturaleza no ayuda un poco, es difícil que el arte y la habilidad lleguen muy lejos. No soy melancólico por mí mismo, sino soñador. Nada he tenido más en la cabeza, desde siempre, que las imágenes de la muerte. Incluso en la época más licenciosa de mi vida,

b | Iucundum cum aetas florida uer ageret,[43]

[Cuando la juventud me ofrecía la alegre primavera],

a | entre damas y juegos, alguno me creía ocupado en digerir para mis adentros determinados celos o alguna incierta esperanza; mientras tanto pensaba en no sé quién sorprendido unos días antes por una fiebre caliente, y en su fin, a la salida de una fiesta similar, y con la cabeza llena de ocio, de amor y de buen tiempo, como yo, y en que otro tanto me amenazaba a mí:

b | Iam fuerit, necpost unquam reuocare licebit.[44]

[Pronto habrá pasado y ya nunca podremos volverlo a llamar].

a | Tal pensamiento no me hacía arrugar la frente más que otro cualquiera. Es imposible que al comienzo no sintamos punzadas por estas figuraciones. Pero, a la larga, manejándolas y repasándolas, sin duda uno se familiariza con ellas. De lo contrario, yo estaría continuamente asustado y frenético. En efecto, jamás nadie se fió menos de su vida, jamás nadie dio menos por descontada su duración. Ni la salud, que hasta ahora he disfrutado muy vigorosa, y pocas veces interrumpida, prolonga mis esperanzas, ni las enfermedades me las recortan. A cada minuto me parece que me escapo. c | Y me repito sin descanso: «Todo lo que puede hacerse otro día, puede hacerse hoy». a | A decir verdad, los riesgos y peligros nos acercan poco o nada a nuestro fin; y, si pensamos en cuántos millones más penden todavía sobre nuestras cabezas, sin este accidente que parece amenazarnos más, veremos que, sanos o con fiebre, en el mar o en casa, en la batalla o en reposo, la tenemos igualmente cerca.[45] c | Nemo altero fragilior est; nemo in crastinum sui certior[46] [Nadie es más frágil que otro, nadie está más seguro del día de mañana]. a | Para acabar mi tarea antes de morir, todo tiempo me parece corto, aunque sea trabajo para una hora. Alguien, hojeando el otro día mis notas, encontró una memoria de cierta cosa que me gustaría que se hiciese tras mi muerte. Le conté, y así era en realidad, que me encontraba apenas a una legua de casa, y sano y fuerte, cuando me había apresurado a escribirla, porque no estaba seguro de poder llegar hasta ella. c | Como hombre que continuamente me envuelvo con mis pensamientos, y los aplico en mí, estoy siempre preparado en la medida que puedo estarlo. Y la llegada de la muerte no me advertirá de nada nuevo.

a | Hay que tener siempre las botas calzadas, y estar dispuesto a partir en lo que dependa de nosotros, y, sobre todo, en ese momento, hay que evitar ocuparse de otra cosa que de uno mismo:

b | Quid breui fortes iaculamur aeuo multa?[47]

[¿Por qué hacer tan grandes proyectos si la vida es tan breve?]

a | Tendremos bastante que hacer, en efecto, sin añadir nada. Uno se lamenta, más que de la muerte, de que le interrumpe el curso de una bella victoria; otro, de tener que partir antes de casar a la hija, o de supervisar la formación de los hijos; uno lo siente por la compañía de la esposa, otro por la del hijo, como placeres principales de su ser.

c | En este momento me hallo en una situación tal, a Dios gracias, que puedo partir cuando Él lo tenga a bien, sin lamentar cosa alguna.[48] Suelto amarras en todo; me he despedido ya de todo el mundo,[49] salvo de mí mismo. Jamás nadie se preparó para abandonar el mundo de manera más absoluta y plena, ni se desprendió más completamente de él de lo que yo me esfuerzo en hacer. Las muertes más muertas son las más sanas:

b | miser o miser, aiunt, omnia ademit

una dies infesta mihi tot praemia uitae.[50]

[infeliz, oh infeliz, dicen, un solo día aciago

me arrebata juntos todos los gozos de la vida].

a | Y el constructor dice:

manent opera interrupta, minaeque

murorum ingentes.[51]

[Las obras y las grandes murallas

amenazadoras quedan interrumpidas].

No debemos proponernos nada de tan larga duración, o, al menos, con un propósito tal que nos apasionemos por ver cómo acaba. Hemos nacido para actuar:[52]

Cum moriar, medium soluar et inter opus.[53]

[Cuando muera, que sea en plena labor].

Quiero que se actúe, c | y que se prolonguen los deberes de la vida en la medida de lo posible, a | y que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero despreocupado de ella, y aún más de mi jardín imperfecto. Vi morir a uno que, cuando estaba en las postrimerías, no dejaba de lamentar que su destino interrumpiese el hilo de la historia que tenía entre manos, del decimoquinto o decimosexto de nuestros reyes:

b | Illud in his rebus non addunt, nec tibi earum

iam desiderium rerum super insidet una.[54]

[Pero no añaden al respecto: y ya no te dominará

la inquietud de ninguna de estas cosas].

a | debemos librarnos de estos humores vulgares y nocivos. Así, hemos situado los cementerios junto a las iglesias, y en los lugares más frecuentados de la ciudad, para acostumbrar, decía Licurgo, al pueblo bajo, a las mujeres y a los niños, a que no se asusten al ver a un hombre muerto, y para que el continuo espectáculo de osamentas, tumbas y sepelios nos advierta de nuestra condición:[55]

b | Quin etiam exhilarare uiris conuiuia caede

mos olim, et miscere epulis spectacula dira

certantum ferro, saepe et super ipsa cadentum

pocula respersis non parco sanguine mensis.[56]

[Además, en otros tiempos tenían la costumbre de alegrar los banquetes con muertes, y de mezclar con las comidas los crueles espectáculos de luchas de gladiadores, cuyos combatientes a menudo caían hasta sobre las copas, inundando abundantemente las mesas con su sangre].

c | Y los egipcios, tras los banquetes, hacían que alguien mostrara a los asistentes una gran imagen de la muerte, mientras les gritaba: «Bebe y goza, porque cuando estés muerto serás así».[57] a | Del mismo modo, me he acostumbrado a tener la muerte no sólo en la imaginación sino continuamente en la boca. Y de nada me gusta tanto informarme como de la muerte de los hombres —qué palabra, qué semblante, qué actitud han mantenido—, ni hay lugar de los libros de historia que examine con tanta atención. c | Lo evidencia la abundancia de mis ejemplos, y que tengo particular apego a la materia. Si me dedicase a componer libros, haría un registro comentado de las diferentes muertes. Si alguien enseñara a los hombres a morir, les enseñaría a vivir. Dicearco escribió uno de título semejante, pero con una finalidad distinta y menos útil.[58]

a | Me dirán que el hecho sobrepasa a tal punto el pensamiento que no hay esgrima tan bella que no se pierda cuando se llega hasta ahí. Dejadles decir: la premeditación proporciona sin duda una gran ventaja. Y, además, ¿no es algo llegar sin alteración y sin fiebre al menos hasta ese momento? Es más: la naturaleza misma nos echa una mano y nos infunde valor. Si se trata de una muerte breve y violenta, no nos da tiempo de temerla; si es de otro modo, observo que, a medida que me adentro en la enfermedad, caigo de manera natural en cierto desdén por la vida. Veo que me cuesta mucho más digerir la determinación de morir cuando estoy sano que cuando padezco fiebre. En efecto, ya no aprecio tanto los placeres de la vida, pues empiezo a perder su uso y disfrute, y, por tanto, veo la muerte con ojos mucho menos espantados.

Y eso me lleva a esperar que, cuanto más me aleje de aquélla y me acerque a ésta, tanto más fácilmente me acomodaré al cambio de la una por la otra. He comprobado en muchas más ocasiones lo que dice César: que las cosas nos parecen a menudo más grandes de lejos que de cerca.[59] He visto también que las enfermedades me horrorizaban mucho más con buena salud que cuando las padecía. La vivacidad, el placer y la fuerza que experimento hacen que el otro estado me aparezca tan desproporcionado con éste que imagino el doble de inconvenientes, y los concibo más penosos de lo que me parecen cuando los cargo sobre los hombros. Espero que me ocurra lo mismo con la muerte.

b | En las alteraciones y los decaimientos comunes que sufrimos, vemos que la naturaleza nos hurta la visión de la pérdida y del empeoramiento. ¿Qué le resta a un anciano del vigor de la juventud y de la vida pasada?

Heu senibus uitae portio quanta manet.[60]

[¡Ay!, ¿qué parte de vida les queda a los ancianos?].

c | A un soldado de su guardia, exhausto y achacoso, que se le acercó en la calle a pedirle permiso para quitarse la vida, César, mirando su aspecto decrépito, le respondió jocosamente: «¿Crees, pues, que estás vivo?».[61] b | Si cayéramos de una sola vez, no creo que fuésemos capaces de soportar semejante cambio.[62] Pero, llevados de su mano, por una pendiente suave y casi insensible, poco a poco, gradualmente, nos arrastra a ese miserable estado y nos habitúa a él. De tal manera que no sentimos sacudida alguna cuando la juventud muere en nosotros, que es real y verdaderamente una muerte más dura que la muerte completa de una vida languideciente, y que la muerte de la vejez. Pues el salto del mal ser al no ser no es tan grave como lo es el que va de un ser dulce y floreciente a un ser arduo y doloroso.

a | El cuerpo, cuando se encuentra encogido y doblegado, tiene menos fuerza para soportar un peso; lo mismo le ocurre al alma. Hay que enderezarla y levantarla contra el empuje de este adversario. Porque, así como le es imposible descansar mientras le teme, si está segura ante él, también puede jactarse —lo cual casi supera la condición humana— de que es imposible que la inquietud, el tormento, el miedo, siquiera la menor molestia, se alojen en ella:

b | Non uultus instantis tyranni

mente quatit solida, neque Auster

dux inquieti turbidus Adriae,

nec fulminantis magna Iouis manus.[63]

[Ni el rostro intimidante del tirano, ni el Austro, jefe turbulento del inquieto Hadria, ni la gran mano del fulminante Júpiter estremecen un espíritu firme].

a | Se vuelve dueña de sus pasiones y concupiscencias, dueña de la indigencia, de la infamia, de la pobreza y de las restantes injurias de la fortuna. Adquiramos esta superioridad si podemos. Aquí radica la verdadera y suprema libertad, que nos vuelve capaces de dar higas a la violencia y a la injusticia, y de burlarnos de las prisiones y de los hierros:[64]

in manicis, et

compedibus, saeuo te sub custode tenebo.

Ipse Deus simul atque uolam, me soluet: opinor,

hoc sentit, moriar. Mors ultima linea rerum est.[65]

[te pondré bajo un carcelero cruel con esposas y grilletes. El mismo Dios me liberará tan pronto como yo lo quiera: me parece que esto suena a moriré. La muerte es el último término de las cosas].

Nuestra religión no ha tenido fundamento humano más seguro que el desprecio de la vida. No sólo nos incita la reflexión de la razón, pues ¿por qué habríamos de temer la pérdida de aquello que, una vez perdido, no puede echarse de menos?;[66] sino también, puesto que nos amenazan tantas formas de muerte, ¿no es peor temerlas todas que soportar una?

c | ¿Qué importa cuándo será si es inevitable? A uno que le decía a Sócrates: «Los treinta tiranos te han condenado a muerte», él le respondió: «Y la naturaleza a ellos».[67] ¡Qué necedad afligirnos cuando estamos a punto de librarnos de toda aflicción! Igual que nuestro nacimiento supuso para nosotros el nacimiento de todas las cosas, nuestra muerte conllevará la muerte de todas las cosas.[68] Por eso, tan insensato es llorar porque de aquí a cien años no viviremos, como hacerlo porque cien años atrás no vivíamos. La muerte es origen de otra vida. También lloramos, también nos costó entrar en ésta, también nos despojamos de nuestro viejo velo al entrar en ella.[69]

Nada puede ser penoso si sólo es una vez. ¿Es razonable temer durante tanto tiempo algo de tan breve duración? La muerte hace que sea lo mismo vivir mucho o poco tiempo. Nada son, en efecto, lo largo y lo breve en cosas que ya no existen. Aristóteles dice que hay ciertos animalillos en el río Hipanis que viven un solo día. El que muere a las ocho de la mañana, muere joven; el que muere a las cinco de la tarde, muere en su decrepitud.[70] ¿Quién de nosotros no se ríe de ver tomar en cuenta para la felicidad o la desdicha ese momento de duración? El más y el menos en la nuestra, si la comparamos con la eternidad, o siquiera con la duración de las montañas, los ríos, las estrellas, los árboles e incluso algunos animales, no es menos ridículo.

a | Pero la naturaleza nos fuerza a ello.[71] Sal de este mundo, nos dice, como has entrado. El mismo tránsito que hicistes de la muerte a la vida, sin sufrimiento y sin miedo, vuélvelo a hacer de la vida a la muerte. Tu muerte es uno de los elementos del orden del universo, es un elemento de la vida del mundo,

b | inter se mortales mutua uiuunt

et quasi cursores uitai lampada tradunt.[72]

[los mortales se dan la vida entre sí y se pasan,

como corredores, la antorcha de la vida].

a | ¿Habré de cambiar por ti esta hermosa contextura de las cosas? Es la condición de tu creación; la muerte es una parte de ti: huyes de ti mismo. Este ser que posees participa igualmente de la muerte y de la vida. El primer día de tu nacimiento te encamina a morir tanto como a vivir:

Prima, quae uitam dedit, hora carpsit.

Nascentes morimur, finisque ab origine pendet.[73]

[La primera hora, que nos dio la vida, nos la arrancó.

Al nacer morimos, y el fin deriva del origen].

c | Todo lo que vives lo arrebatas a la vida; es a sus expensas. La tarea continua de tu vida es forjar la muerte. Estás en la muerte mientras estás en vida. Porque dejas atrás la muerte cuando abandonas la vida. O si lo prefieres así: estás muerto después de la vida; pero durante la vida estás muriendo, y la muerte afecta con mucha mayor rudeza y de manera más viva y sustancial al que muere que al muerto.

b | Si le has sacado provecho a la vida, estás saciado, parte satisfecho,[74]

Cur non ut plenus uitae conuiua recedis?[75]

[¿Por qué no te retiras de la vida como un invitado ahíto?].

Si no has sabido usarla, si te resultaba inútil, ¿qué te importa haberla perdido?, ¿para qué la quieres aún?

cur amplius addere quaeris

rursum quod pereat male, et ingratum occidat omne?[76]

[¿por qué pretendes añadirle un tiempo más, que, a su vez,

perecerá miserablemente, y desaparecerá sin fruto alguno?].

c | La vida de suyo no es ni un bien ni un mal. Es el lugar del bien y del mal según lo que hagas de ella.[77]

a | Y, si has vivido un día, lo has visto todo. Un día es igual a todos los días. No hay otra luz ni otra noche. El sol, la luna, las estrellas, esta disposición son los mismos que tus antepasados han gozado y que solazarán a tus descendientes:

c | Non alium uidere patres: aliumue nepotes ascipient.[78]

[No lo vieron de otro modo nuestros padres,

ni lo verán de otro modo nuestros descendientes].

a | Y, en el peor de los casos, la distribución y la variedad de todos los actos de mi comedia se consuman en un solo año. Si has prestado atención al movimiento de mis cuatro estaciones, comprenden la infancia, la adolescencia, la madurez y la vejez del mundo. Ha representado su papel. No es capaz de otra astucia que volver a empezar.[79] Será siempre esto mismo:

b | uersamur ibidem, atque insumus usque,[80]

atque in se sua per uestigia uoluitur annus.[81]

[giramos y permanecemos siempre en el mismo

sitio, y un año sigue a otro tras sus mismos pasos].

a | No tengo el propósito de forjarte nuevos pasatiempos:

Nam tibi praeterea quod machiner, inueniamque

quod placeat, nihil est, eadem sunt omnia semper.[82]

[Es imposible, en efecto, maquinar e inventar otra

cosa que te plazca; todo es siempre lo mismo].

Deja sitio a otros, como otros te lo han dejado a ti.[83] c | La igualdad es la pieza fundamental de la justicia. ¿Quién puede quejarse de verse comprendido allí donde todos están comprendidos?[84] a | Además, por mucho que vivas, no acortarás un ápice el tiempo que vas a estar muerto.[85] Es en vano; vas a estar tanto tiempo en ese estado que temes como si hubieses muerto en la primera infancia:

licet, quod uis, uiuendo uincere secla,

mors aeterna tamen nihilominus illa manebit.[86]

[por tanto, aunque venzas a todos los siglos que quieras

viviendo, la muerte eterna no dejará de aguardarte].

b | Y además te dejaré en un estado en el cual no tendrás insatisfacción alguna:

In uera nescis nullum fore morte alium te,

qui possit uiuus tibi te lugere peremptum,

stansque iacentem.[87]

[Ignoras que en la muerte verdadera no existirá otro tú que pueda llorar, vivo, tu propia muerte, ni que permanezca en pie al lado de tu cadáver].

Tampoco desearás la vida cuya pérdida tanto lamentas:

Nec sibi enim quisquam tum se uitamque requirit,

nec desiderium nostri nos afficit ullum.[88]

[Y nadie siente nostalgia de sí mismo y de la vida,

y no nos afecta deseo alguno de nosotros mismos].

La muerte es menos temible que nada, si hubiese algo que fuera menos que nada:[89]

multo mortem minus ad nos esse putandum

si minus esse potest quam quod nihil esse uidemus.[90]

[debemos pensar que la muerte es mucho menos para nosotros,

si puede existir menos de lo que, según vemos, nada es].

c | No te concierne ni muerto ni vivo: vivo, porque existes; muerto, porque ya no existes.[91]

a | Además, nadie muere antes de su hora. El tiempo que dejas no era más tuyo que el que ha discurrido antes de que nacieras; b | y no te afecta más:

Respice enim quam nil ad nos ante acta uetustas

temporis aeterni fuerit.[92]

[Mira, pues, cómo la eternidad del tiempo

ya pasado nada es para nosotros].

a | Dondequiera termine tu vida, está completa.[93] c | El provecho de la vida no reside en la duración, reside en el uso. Alguno que ha vivido mucho tiempo, ha vivido poco —pon atención mientras estás ahí—.[94] Radica en tu voluntad, no en el número de años, que hayas vivido lo suficiente.[95] a | ¿Pensabas acaso no llegar jamás allí donde te dirigías incesantemente?[96] c | además no existe camino que no tenga salida.[97]

a | Y si la compañía puede consolarte: ¿no va el mundo al mismo paso que tú?

b | omnia te uita perfuncta sequentur.[98]

[una vez completada tu vida, todas las cosas te seguirán].

a | ¿No se mueve todo con tu movimiento? ¿Hay alguna cosa que no envejezca a la vez que tú? Mil hombres, mil animales y mil criaturas más mueren en el mismo instante en que mueres:[99]

b | Nam nox nulla diem, neque noctem aurora sequuta est,

quae non audierit mistos uagitibus aegris

ploratus, mortis comites et funeris atri.[100]

[Pues jamás la noche siguió al día, ni la aurora a la noche sin oír, mezclado con los gemidos de un niño, los llantos que acompañan a la muerte y al negro funeral].

c | ¿Para qué retrocedes si no puedes volver atrás? Has visto a bastantes a quienes morir les ha ido bien:[101] han eludido de ese modo grandes miserias. Pero ¿has visto a alguien a quien le haya ido mal? Es, además, una gran simpleza condenar una cosa que no has experimentado ni por ti mismo ni a través de otro. ¿Por qué te quejas de mí y del destino? ¿Acaso te perjudicamos? ¿Te corresponde a ti gobernarnos, o nos corresponde a nosotros gobernarte?[102] Aunque tu tiempo no esté acabado, tu vida lo está. Un hombre pequeño es un hombre entero igual que uno grande.[103] Ni los hombres ni sus vidas se miden por la longitud. Quirón rehusó la inmortalidad, enterado de sus condiciones por el propio dios del tiempo y de la duración, Saturno, su padre.[104] Imagina verdaderamente hasta qué punto una vida perenne le sería al hombre menos soportable y más penosa que ésta que le he dado. Si no tuvieras la muerte, me maldecirías sin cesar por haberte privado de ella. Le he infundido a propósito un poco de amargura para impedir que, viendo la ventaja de su uso, la abraces con excesiva avidez e indiscreción. Para situarte en esa moderación que te pido, la de no huir de la vida ni rehuir la muerte, he templado la una y la otra entre la dulzura y la acritud. Enseñé a Tales, el primero de vuestros sabios, que vivir o morir era indiferente. Por eso, a uno que le preguntó por qué entonces no moría, le respondió muy sabiamente: «Porque es indiferente».[105] El agua, la tierra, el aire, el fuego y demás elementos de este edificio mío no son más instrumentos de tu vida que instrumentos de tu muerte.[106] ¿Por qué temes tu último día? No contribuye más a tu muerte que cualquiera de los restantes. El último paso no produce el agotamiento: lo pone de manifiesto. Todos los días se dirigen a la muerte; el último la alcanza.[107]

a | Éstas son las buenas advertencias de nuestra madre naturaleza. Ahora bien, he pensado con frecuencia de dónde procede que en las guerras el rostro de la muerte, la veamos en nosotros mismos o en los demás, nos parezca incomparablemente menos espantoso que en nuestras casas —de lo contrario sería un ejército de médicos y de llorones—; y que, siendo ella siempre la misma, tenga sin embargo mucha mayor serenidad la gente rústica y de baja condición que los demás. Creo, a decir verdad, que las apariencias y preparativos espantosos con que la envolvemos nos producen más miedo que ella: una forma de vida enteramente nueva, los gritos de madres, esposas e hijos, la visita de personas aturdidas y paralizadas, la asistencia de un séquito de criados pálidos y desconsolados, una habitación sin luz, cirios encendidos, nuestra cabecera asediada de médicos y predicadores —en suma, todo el horror y el espanto a nuestro alrededor—.[108] Nos vemos ya sepultados y enterrados. Los niños tienen miedo aun de sus amigos cuando los ven enmascarados:[109] lo mismo nos ocurre a nosotros. Debe quitarse la máscara tanto a las cosas como a las personas. Una vez arrancada, no encontraremos debajo más que la misma muerte que un criado o una simple camarera pasaron hace poco sin miedo. ¡Feliz la muerte que priva de tiempo a los preparativos de tal equipaje!