LOS PRONÓSTICOS
a | En cuanto a los oráculos, es cierto que mucho tiempo antes de la venida de Jesucristo habían empezado a perder crédito. Vemos, en efecto, que Cicerón se esfuerza en encontrar la causa de su extinción; c | y estas palabras son suyas: «Cur isto modo iam oracula Delphis non eduntur non modo nostra aetate sed iamdiu, ut modo nihil possit esse contemptius?».[1] [¿Por qué hace ya mucho tiempo que no se dan en Delfos oráculos de esta clase, hasta el punto de que nada es hoy más despreciable?] a | Pero, en cuanto a las demás adivinaciones, que se obtenían de la disección de animales en los sacrificios —c | a ellos atribuye Platón en parte la constitución natural de sus miembros internos—,[2] a | del tripudio de los pollos,[3] del vuelo de los pájaros —c | aues quasdam rerum augurandarum causa natas esse putamus[4] [creemos que ciertas aves han nacido para augurarlas cosas]—, a | de los relámpagos, del remolino de los ríos —c | multa cernunt aruspices, multa augures prouident, multa oraculis declarantur, multa uaticinationibus, multa somniis, multa portentis[5] [los arúspices ven muchas cosas, los augures prevén muchas, muchas son anunciadas por los oráculos, muchas por los vaticinios, muchas por los sueños, muchas por los portentos]—, a | y otros en los que la Antigüedad apoyaba la mayoría de las empresas, tanto públicas como privadas, nuestra religión las ha abolido. Y aunque resten entre nosotros algunos medios de adivinación, por los astros, espíritus, figuras del cuerpo, sueños y otras cosas —notable ejemplo de la desquiciada curiosidad de nuestra naturaleza, que se dedica a anticipar las cosas futuras como si no tuviera bastante trabajo con digerir las presentes:
b | cur harte tibi rector Olympi
sollicitis uisum mortalibus addere curam,
noscant uenturas ut dira per omina clades?
Sit subitum quodcunque paras, sit caeca futuri
mens hominum fati, liceat sperare timenti;[6]
[¿Por qué, oh señor del Olimpo, quisiste añadir a las preocupaciones de los mortales el afán de conocer, mediante terribles presagios, los desastres del porvenir? Haz que todo lo que les reservas llegue de improviso, que el espíritu humano esté ciego ante el hado futuro, que la esperanza sea lícita en medio del temor];
c | Ne utile quidem est scire quid futurum sit. Miserum est enim nihil proficientem angi[7] [Conocer el futuro carece de utilidad. Es miserable angustiarse sin provecho alguno]—, a | con todo goza de mucha menor autoridad.
Por eso, el ejemplo de Francisco, marqués de Saluzzo, me ha parecido digno de nota. Lugarteniente del rey Francisco en su ejército más allá de las montañas,[8] infinitamente favorecido por nuestra corte, le debía al rey aun su marquesado, que le había sido confiscado a su hermano. Sin que por lo demás se le presentara motivo alguno para hacerlo, y hasta con sus sentimientos en contra, tras lamentarse con frecuencia ante sus íntimos de los males que veía inevitablemente dispuestos para la corona de Francia y para los amigos que tenía en ella, dio un giro y cambió de partido. Se había dejado atemorizar sobremanera —así se ha comprobado— por los buenos pronósticos que se hacían en aquel entonces circular por todas partes favorables al emperador Carlos V y contrarios a nosotros —particularmente en Italia, donde tales insensatas profecías habían hallado tan buena acogida que en Roma, por la creencia en nuestra destrucción, se entregó una gran suma de dinero a cambio—. Fuere cual fuere la constelación, salió sin embargo muy perjudicado. Pero se comportó como un hombre combatido por pasiones opuestas. Porque al tener en sus manos ciudades y fuerzas, con el ejército enemigo mandado por Antonio de Leiva a tres pasos de él, y nosotros que no sospechábamos nada de su caso, podía hacer algo peor de lo que hizo. Por su traición, en efecto, no perdimos hombre alguno, ni otra ciudad que Fossano, y aun tras haberla disputado mucho tiempo.[9]
Prudens futuri temporis exitum
caliginosa nocte premit Deus,
ridetque si mortalis ultra
fas trepidat.
Ille potens sui
laetusque deget, cui licet in diem
dixisse, uixi, cras uel atra
nube polum pater occupato
uel sole puro.
Laetus in praesens animus, quod ultra est,
oderit curare.[10]
[Dios, en su prudencia, recubre el futuro de espesa noche y se ríe del mortal que lleva su inquietud más allá de lo debido. Es dueño de su vida y la pasa felizmente quien puede decir cada día: he vivido; no importa que el Padre vele el cielo con nubes sombrías o nos brinde un sol radiante. Satisfecho del presente, nuestro ánimo rehusará preocuparse por lo que está más allá].
c | Y quienes creen en esta sentencia de sentido contrario, se equivocan: «Ista sic reciprocantur, ut et si diuinatio sit, dii sint; et si dii sint, sit diuinatio»[11] [Estas cosas se corresponden: si existe la adivinación, existen los dioses; si existen los dioses, existe la adivinación]. Mucho más sabiamente, dice Pacuvio:
Nam istis qui linguam auium intelligunt,
plusque ex alieno iecore sapiunt, quam ex suo,
magis audiendum quam auscultandum, censeo.[12]
[Pues a estos que entienden el lenguaje de las aves, y que saben por el hígado ajeno más que por el propio, a mi juicio hay que oírlos más que escucharlos].
La tan celebrada arte adivinatoria de los toscanos nació así. Un labrador, que horadó profundamente la tierra con su cuchilla, vio surgir al semidiós Tages, de aspecto infantil pero prudente como un anciano. Acudió todo el mundo, y se recogieron y conservaron para muchos siglos sus palabras y su ciencia, que contenían los principios y medios de tal arte.[13] ¡Un nacimiento conforme a su desarrollo!
b | Yo preferiría con mucho regir mis asuntos por la suerte de los dados a hacerlo por tales sueños. c | Y, a decir verdad, en todos los Estados se ha entregado siempre buena parte de la autoridad a la suerte. Platón, en el gobierno que forja a su antojo, le atribuye la decisión de numerosos hechos importantes, y pretende, entre otras cosas, que los matrimonios se hagan a suertes entre los buenos. Y da tanto peso a la elección fortuita que ordena que se críe en el país a los hijos nacidos de ellos, y que se expulse a los nacidos de los malos. Establece, con todo, que si por ventura alguno de esos desterrados, al crecer, muestra que cabe esperar algo bueno de él, se le pueda llamar de nuevo, y también que se pueda exiliar a cualquiera de los retenidos que dé pocas esperanzas durante su adolescencia.[14]
b | Veo a algunos que estudian y glosan los almanaques, y que nos alegan su autoridad para las cosas que ocurren. Dado que dicen tantas cosas, es preciso que digan la verdad y la mentira: c | Quis est enim qui totum diem iaculans non aliquando conlineet?[15] [¿Quién, pues, si arroja todo el día la lanza no acertará de vez en cuando en el blanco?]. b | No los considero en absoluto mejores porque vea que alguna vez dan en el clavo. Habría mayor certeza en mentir siempre con regla y verdad. c | Además, nadie lleva el registro de sus errores, pues son comunes e infinitos; y sus adivinaciones se realzan porque son raras, increíbles y prodigiosas. A Diágoras, apodado «el Ateo», hallándose en Samotracia, le mostraron en el templo muchos votos y retratos de quienes habían escapado de algún naufragio, y le preguntaron: «Y bien, tú, que piensas que a los dioses les traen sin cuidado las cosas humanas, ¿qué dices de todos estos hombres salvados por su gracia?». «Sucede», respondió, «que los que se han ahogado, que son mucho más numerosos, no están pintados».[16] Dice Cicerón que sólo Jenófanes de Colofón, entre los filósofos que admitieron a los dioses, intentó erradicar toda clase de adivinación.[17] Por eso, resulta menos asombroso que b | hayamos visto[18] a algunas de nuestras almas principescas, a veces en perjuicio suyo, detenerse en tales vanidades.[19]
c | Me habría gustado observar con mis propios ojos dos maravillas: el libro del abad calabrés Joaquín, que predecía todos los papas futuros, sus nombres y formas;[20] y el del emperador León, que predecía los emperadores y los patriarcas de Grecia.[21] He observado con mis propios ojos que, en los momentos de confusión pública, los hombres, aturdidos por su fortuna, abrazan cualquier superstición, entre ellas la de buscar en el cielo las causas y las antiguas amenazas de su desdicha. Y, en estos tiempos, lo hacen con tan asombroso acierto, que me han persuadido de que, como replegarlas y desenredarlas es una ocupación de ingenios agudos y ociosos, los que están instruidos en esta sutileza serían capaces de encontrar en cualquier escrito todo lo que se les antoje. Pero, sobre todo, les da muchas facilidades el habla oscura, ambigua y fantástica de la jerga profética, a la cual sus autores no otorgan ningún sentido claro, para que así la posteridad pueda aplicarle el que le plazca.[22]
b | El demonio de Sócrates era tal vez cierto impulso de la voluntad que se le presentaba sin el consejo de su razón.[23] En un alma muy depurada como la suya, y preparada por el continuo ejercicio de la sabiduría y de la virtud, es verosímil que tales inclinaciones, aunque temerarias e indigestas, fueran siempre importantes y dignas de seguirse. Todos experimentamos en nosotros cierta imagen de tales movimientos c | con una opinión repentina, intensa y fortuita. Me atañe a mí atribuirles alguna autoridad, a mí que atribuyo tan poca a nuestra prudencia. b | Y he tenido algunos c | tan débiles en cuanto a razón como violentos en cuanto a persuasión —o en cuanto a disuasión, que eran los más habituales en Sócrates—, b | a los cuales me dejé arrastrar tan útil y felizmente que cabría juzgar que tenían algo de inspiración divina.