EL HABLA PRONTA O TARDÍA
a | One nefurent à tous, toutes graces données.[1]
[Jamás se dieron a todos, todas las gracias].
Así, en cuanto al don de la elocuencia, vemos que unos poseen soltura y prontitud, y tanta facilidad de palabra, según la llaman, que siempre están dispuestos; otros, más tardíos, nunca dicen nada sin haberlo elaborado y premeditado. A las damas se les prescribe que elijan juegos y ejercicios corporales acomodados a sus cualidades más hermosas.[2] Si yo tuviera que dar un consejo semejante con respecto a estas dos cualidades distintas de la elocuencia, de la cual parece, en nuestro siglo, que predicadores y abogados hacen su profesión principal, a mi juicio el tardío sería mejor predicador, y el otro, mejor abogado. En efecto, la labor del primero le deja todo el tiempo libre que desea para prepararse, y, además, su carrera transcurre de manera continua y seguida, sin interrupción; en cambio, los intereses del abogado le apremian a cada instante a entrar en liza, y las respuestas imprevistas de la parte adversa le apartan de su camino, cuando se ve en la obligación de tomar de inmediato un nuevo partido.
Aun así, en la entrevista que celebraron el papa Clemente y el rey Francisco en Marsella sucedió todo lo contrario. El señor Poyet, hombre formado durante toda la vida en el tribunal, de gran prestigio, que tenía la misión de pronunciar el discurso ante el Papa, lo tenía pensado desde mucho antes; es más, según dicen, lo había traído de París completamente preparado. Pero, el día mismo en que debía pronunciarse, el Papa, temiendo que le dijeran algo que pudiera ofender a los embajadores de los demás príncipes que estaban a su lado, comunicó al rey el asunto que le parecía más conveniente para aquel momento y lugar. Sin embargo, era casualmente muy distinto del que había elaborado el señor Poyet, de suerte que su discurso resultaba inútil, y se veía en la necesidad de confeccionar uno nuevo a toda prisa. Pero él se sintió incapaz de hacerlo, y el cardenal Du Bellay tuvo que asumir tal cometido.[3]
b | El papel de abogado es más difícil que el de predicador, y, pese a todo, en mi opinión vemos más abogados pasables que predicadores, al menos en Francia. a | La acción pronta y repentina parece ser más propia del ingenio, y, más propia del juicio, la lenta y pausada. Pero que uno permanezca completamente mudo por falta de tiempo para prepararse, y que a otro el tiempo no le ayude a hablar mejor, son casos igualmente extraños. Se dice de Severo Casio que hablaba mejor cuando no había pensado nada, que debía más a la fortuna que a su diligencia, que le beneficiaba ser molestado mientras hablaba, y que sus adversarios temían provocarlo por miedo a que la cólera redoblara su elocuencia.[4]
Conozco por experiencia[5] aquella condición natural que no puede sostener una premeditación intensa y laboriosa.[6] Si no procede con alegría y libertad, no consigue nada bueno. Decimos de algunas obras que apestan a aceite y a lámpara,[7] debido a cierta violencia y rudeza que el trabajo imprime en aquellas donde interviene mucho. Pero, además, la preocupación por hacerlo bien, y una aplicación demasiado rígida y tensa del alma a su tarea, la quiebran y obstruyen, como le ocurre al agua, que, a fuerza de comprimirse a causa de su propia violencia y abundancia, no logra salir por una abertura estrecha. Al mismo tiempo, es propio de la condición natural de la que hablo que también reclame no ser ni conmovida ni provocada por pasiones fuertes como la cólera de Casio. Tal movimiento sería demasiado rudo. No quiere ser sacudida, sino solicitada; quiere que la inciten y despierten las ocasiones externas, presentes y fortuitas. Si procede completamente sola, no hace más que arrastrarse y languidecer. La agitación es su vida y su gracia. b | No hago buen papel cuando estoy bajo mi dominio y puedo disponer de mí. El azar tiene en esto más derecho que yo. La ocasión, la compañía, hasta el impulso de mi voz, sacan más de mi espíritu de lo que encuentro en él cuando lo rastreo y utilizo en solitario. Así, sus palabras valen más que sus escritos, si cabe hacer distinciones en aquello que carece de todo valor.
c | Me sucede también que no me encuentro donde me busco; y me encuentro más por casualidad que por la indagación de mi juicio. Habré soltado alguna sutileza al escribir —comprendo bien que, para otro, apagada; para mí, aguda; dejemos todas estas cortesías: cada cual habla del asunto conforme a su fuerza—. A tal punto la he perdido, que no sé qué he pretendido decir, y a veces un extraño lo ha descubierto antes que yo. Si pasara la navaja por todos los sitios donde me sucede esto, me borraría por completo. En otro momento la casualidad me presentará una luz más clara que la del mediodía; y me hará asombrar de mi titubeo.