EL MOMENTO DE PARLAMENTAR
ES PELIGROSO
a | Sin embargo, vi hace poco en mi vecindad, en Mussidan,[1] que quienes fueron desalojados a la fuerza por nuestro ejército, y otros de su partido, gritaban como si hubiera habido traición, porque durante las discusiones para buscar un acuerdo, cuando aún continuaba la negociación,[2] los habían atacado por sorpresa y destruido. Habría sido tal vez plausible en otro siglo. Pero, como acabo de decir, nuestras maneras están por completo alejadas de tales reglas. Y no debe contarse con la lealtad entre unos y otros hasta que no se ha adoptado el último sello de garantía. Incluso entonces queda bastante por hacer.
c | Y fue siempre una decisión arriesgada fiar a la licencia de un ejército victorioso la observación de la palabra dada a una ciudad que acaba de rendirse mediante un compromiso benigno y favorable, y permitir enseguida que los soldados entren en ella libremente. L. Emilio Regilo, pretor romano, tras perder el tiempo intentando tomar la ciudad de Focea por la fuerza, dado el singular heroísmo de sus habitantes defendiéndose, acordó con ellos aceptarlos como amigos del pueblo romano y entrar como en una ciudad confederada; apartó de ellos cualquier temor a una acción hostil. Pero, con él, introdujo su ejército, para aparecer con mayor pompa, y no fue capaz, por más esfuerzos que hizo, de contener a sus hombres; y vio cómo buena parte de la ciudad era saqueada ante sus ojos.[3] Los derechos de la avaricia y de la venganza avasallaron a los de su autoridad y de la disciplina militar.
a | Decía Cleómenes que cualquier mal que pudiera hacerse a los enemigos en una guerra estaba por encima de la justicia, y no sujeto a ella, tanto para los dioses como para los hombres. Y, cuando concertó una tregua con los argivos por siete días, la tercera noche los atacó mientras dormían, y los derrotó, alegando que en la tregua no se había hablado de las noches. Pero los dioses vengaron esta pérfida sutileza.[4] c | Mientras parlamentaban y se entretenían hablando de garantías, la ciudad de Casilino fue tomada por sorpresa,[5] y ello ocurrió, sin embargo, en los siglos que vieron a los capitanes más justos y la más perfecta milicia romana. No se ha dicho, en efecto, que no nos esté permitido, en su momento y lugar, valernos de la necedad de nuestros enemigos, como nos valemos de su cobardía. Y, sin duda, la guerra tiene por naturaleza muchos privilegios razonables en perjuicio de la razón; y aquí falla la regla Neminem id agere ut ex alterius praedetur inscitia[6] [No buscar sacar provecho de la ignorancia ajena]. Pero me asombra la extensión que les atribuye Jenofonte —autor de extraordinaria importancia en tales cosas, como gran capitán, y filósofo entre los primeros discípulos de Sócrates—, con sus palabras y mediante varias acciones de su emperador perfecto.[7] Y no estoy de acuerdo en la medida de su dispensa en todo y por todo.
a | El señor Fabrizio Colonna, capitán de Capua, empezó a parlamentar desde lo alto de un bastión tras el furioso cañoneo a que la sometió el señor de Aubigny, que asediaba la ciudad. Sus hombres relajaron la guardia, y los nuestros se apoderaron de ella y lo asolaron todo.[8] Y, más recientemente, en Yvoy, el señor Julián Romero cometió el error de aprendiz de salir a parlamentar con el señor condestable, y a la vuelta se encontró la plaza conquistada.[9] Pero, para que no escapemos sin revancha: el marqués de Pescara asediaba Génova, gobernada por el duque Ottaviano Fregoso bajo nuestra protección, y el acuerdo entre ellos estaba tan avanzado que se daba por hecho. Cuando estaba a punto de cerrarse, los españoles se introdujeron en su interior y actuaron como en una victoria completa.[10] Y ocurrió después, en Ligny-en-Barrois, cuyo comandante era el conde de Brienne, y que el emperador en persona mantenía cercada, que Bertheville, lugarteniente del conde, salió a parlamentar, y, mientras tenía lugar el parlamento, la ciudad fue conquistada.[11]
Fu il vincer sempre mai laudabil cosa,
vincasi o per fortuna o per ingegno,[12]
[La victoria siempre fue cosa loable,
se venza por fortuna o por ingenio],
dicen. Pero el filósofo Crisipo no habría sido de este parecer, y yo tampoco. Decía, en efecto, que quienes disputan una carrera deben emplear todas sus fuerzas para ser veloces; pero que, sin embargo, en absoluto les está permitido alzar la mano contra el adversario para frenarlo, ni echarle la zancadilla para hacerlo caer.[13] b | Y, con más nobleza aún, el gran Alejandro le dijo a Polipercón que le aconsejaba utilizar la ventaja que le brindaba la oscuridad de la noche para atacar a Darío: «No, no es propio de mí buscar victorias furtivas. Malo me fortunae poenitat, quam uictoria pudeat»[14] [Prefiero tener que lamentarme de la fortuna que avergonzarme de la victoria].
Atque idem fugientem haud est dignatus Orodem
stemere, nec iacta caecum dare cuspide uulnus:
obuius, aduersoque occurrit, seque uiro uir
contulit, haud furto melior, sed fortibus armis.[15]
[No aceptó abatir a Orodes en la huida, arrojándole una lanza por la espalda: atacó de frente, cara a cara, y se dirigió a él para un combate de hombre a hombre, como un guerrero que vence no por astucia sino por el valor de sus armas].