Tommy tiene buen aspecto. Es aterrador. Va a morir. En algún momento entre las próximas semanas y los próximos quince años, Tommy dejará de existir. Lo más seguro es que yo esté exactamente igual. La diferencia es que en el caso de Tommy lo sabemos.
«Todo bien, Tommy», digo. Tiene muy buen aspecto.
«Sí», dice. Tommy está sentado en un sillón destrozado. El aire huele a humedad y a basura que debería haber sido sacada hace siglos.
«¿Cómo te encuentras?»
«No estoy mal.»
«¿Quieres que hablemos del tema?» Tengo que preguntarle.
«La verdad es que no», dice, como suele hacerlo.
Tomo asiento torpemente en una silla idéntica. Está dura, y se notan los muelles en la superficie. Hace muchos años ésta era la silla de un capullo rico. Sin embargo, lleva un par de décadas en hogares pobres. Ahora ha acabado junto a Tommy.
Ahora veo que Tommy no tiene tan buen aspecto. Hay algo que falta, alguna parte de él; como si fuese un rompecabezas sin completar. Es más que el shock o la depresión. Es como si una parte de Tommy ya hubiese muerto y yo estuviese buscándola. Ahora me doy cuenta de que por lo general la muerte es un proceso, más que un suceso. Generalmente la gente se muere poco a poco, acumulativamente. Se pudren lentamente en residencias u hospitales, o sitios como éste.
Tommy no puede salir de West Granton. Ha cagado las cosas con su madre. Éste es uno de los pisos con venas varicosas, así llamados a causa de las grietas enyesadas que cubren su fachada. Tommy lo consiguió a través de la línea telefónica de emergencia del Ayuntamiento. Quince mil personas en la lista de espera y nadie quería éste. Es una prisión. En realidad no es culpa del Ayuntamiento; el gobierno les obligó a vender todas las casas buenas, dejando la escoria para los tipos como Tommy. En términos políticos encaja a la perfección. Aquí no hay votos para el gobierno, así que ¿por qué te vas a molestar en hacer algo por gente que no te va a apoyar? Moralmente, es otra cosa. Pero ¿qué tiene que ver la moral con la política? Tiene que ver sólo con la pasta.
«¿Qué tal está Londres?», pregunta.
«No está mal, Tommy. Más o menos como aquí, ¿sabes?»
«Sí, seguro», dice sarcásticamente.
Sobre la pesada puerta reforzada con contrachapado habían pintado APESTADO en grandes letras negras. SIDOSO y YONQUI también. Los niños piraos acosan a cualquiera. Nadie le ha dicho nada a la cara a Tommy aún. Tommy es un hijoputa que está cachas, y cree en lo que Begbie llama la disciplina del bate de béisbol. También tiene colegas duros, como Begbie, y colegas no tan duros, como yo. A pesar de esto, Tommy se volverá más vulnerable a la persecución. Sus amigos se reducirán en número al ir aumentando sus necesidades. Las matemáticas invertidas, o pervertidas, de la vida.
«Tú te hiciste la prueba», dice.
«Sí.»
«¿Limpio?»
«Sí.»
Tommy me mira como si estuviera enfadado y suplicando, ambas cosas a la vez.
«Tú te picaste más que yo. Y compartías herramientas. Las de Sick Boy, Keezbo, Raymie, Spud, Swanney… empleaste las de Matty, me cago en todo. ¡Dime que nunca empleaste las herramientas de Matty!»
«Nunca compartí, Tommy. Todo el mundo lo dice, pero nunca compartí, en todo caso, no en los chutódromos», le dije. Es curioso, me había olvidado por completo de Keezbo. Lleva un par de años encerrado. Hace siglos que tenía intención de ir a visitar al capullo. Sé no obstante que ese momento nunca llegará.
«¡Mierda pura! ¡Cabrón! ¡Tú compartiste, cojones!» Tommy se inclina hacia adelante. Está empezando a llorar. Recuerdo haber pensado que si él lo hacía quizá yo también lo hiciera y eso. Todo lo que siento, sin embargo, es una ira horrible y asfixiante.
«Nunca compartí», sacudo la cabeza.
Se sienta otra vez y sonríe para sí, sin mirarme siquiera, mientras habla reflexivamente, ahora sin ninguna amargura.
«Es curioso cómo resulta todo, ¿eh? Fuisteis tú y Spud y Sick Boy y Swanney los que me metisteis en esto de la heroína. Yo solía sentarme y privar con Segundo Premio y Franco y reírme de vosotros, y llamaros los primos más pringaos del mundo. Entonces corté con Lizzy, ¿te acuerdas? Fui a tu queo. Te pedí un pico. Pensé: A la mierda, probaré lo que sea una vez. No he parado de probarlo una vez desde entonces.»
Me acuerdo. Cristo, sólo hace unos pocos meses. Algunos pobres cabrones simplemente están mucho más predispuestos hacia la adicción a ciertas drogas que otros. Como Segundo Premio con la priva. Tommy se metió en el jaco con pasión. En realidad nadie puede controlarlo, pero he conocido a algunos hijos de puta, entre ellos yo, que se defienden. Lo he dejado varias veces. Dejarlo y volver a picarse es como ir a la cárcel. Cada vez que vas a la cárcel, disminuye la probabilidad de que alguna vez estés libre de ese tipo de vida. Es igual cada vez que vuelves al caballo. Disminuyes tus posibilidades de ser capaz de prescindir de él algún día. ¿Fui yo el que animó a Tommy a meterse el primer pico simplemente por tener las herramientas por ahí fuera? Es posible. Es probable. ¿Cómo de culpable me hace eso? Bastante.
«De verdad que lo siento, Tommy.»
«No sé qué cojones hacer, Mark. ¿Qué voy a hacer?»
Me limito a sentarme con la cabeza algo inclinada. Quería decirle a Tommy: Sigue con tu vida. Es todo lo que puedes hacer. Cuídate. Quizá no enfermes. Fíjate en Davie Mitchell. Davie es uno de los mejores colegas de Tommy. Es seropositivo y nunca ha tomado jaco en la vida. Sin embargo, Davie está bien. Lleva una vida normal, bueno, una vida tan normal como la de cualquier capullo que yo conozca.
Pero sé que Tommy no puede permitirse los gastos de calefacción de este cuchitril. No es Davie Mitchell, ya no digamos Derek Jarman. Tommy no puede meterse en una burbuja, vivir al sol, comer buena comida fresca, mantener estimulada su mente con nuevos desafíos. No vivirá ni cinco, diez o quince años antes dé ser triturado por la neumonía o el cáncer.
Tommy no sobrevivirá al invierno en West Granton.
«Lo siento, colega. De verdad que lo siento», me limito a repetir.
«¿Tienes algo de tema?», pregunta, levantando la cabeza y mirándome directamente a los ojos.
«Ahora estoy desenganchado, Tommy.» Cuando se lo digo, ni siquiera me mira con escarnio.
«Subvencióname, pues, colega. Estoy esperando el cheque del alquiler.»
Revuelvo en mis bolsillos y saco dos billetes de cinco arrugados. Estoy pensando en el funeral de Matty. Todo apunta a que el de Tommy será el siguiente y no hay una puta mierda que nadie pueda hacer al respecto. Sobre todo yo.
Coge el dinero. Nuestros ojos se encuentran y entre nosotros sucede algo. No lo puedo definir, pero es algo realmente bueno. Está ahí durante un segundo; y después desaparece.