Era la primera vez que veía a Johnny desde su amputación. No sabía en qué estado iba a encontrarme al menda. La última vez que le había visto estaba cubierto de abscesos y todavía soltaba mierda a propósito de irse a Bangkok.

Para sorpresa mía, el capullo tenía un aspecto exuberante para alguien que acababa de perder recientemente una pierna. «¡Rents! ¡Hombre! ¿Cómo te va?»

«No me va mal, Johnny. Mira, siento de verdad lo de la pierna, tío.»

Se rió de mi interés. «Una prometedora carrera de futbolista a la mierda. Aun así, eso nunca detuvo a Gary Mackay, ¿a que no?»

Me limité a sonreír.

«El Cisne Blanco no estará mucho tiempo en puerto. En cuanto le coja el tranquillo a esa puta muleta, volveré a estar en la calle. A este pájaro no se le pueden cortar las alas. Podrán quitarme las piernas pero nunca estas alas.» Se pasó un brazo alrededor del hombro para darse una palmadita donde habrían estado las alas si el capullo hubiese tenido. Me parece que él cree que sí tiene. «En this bord you kenot chay-ay-ay-ay-aynge…», cantó. Me preguntaba de qué iría el cabrón.

Como si me hubiera leído el pensamiento dice: «Tienes que probar el cyclozine ese. Solo es una mierda, pero mira, cuando lo mezclas con metadona; ¡hostia puta, cabrón!, el mejor cuelgue que he tenido en mi vida. Eso va también por esa mierda colombiana que nos metimos allá en el ochenta y cuatro. Ya sé que ahora estás desenganchado, pero si no pruebas nada más, prueba ese cóctel.»

«¿Sí, tú crees?»

«Es lo mejor. Ya conoces a la Madre Superiora, Rents. Creo en el libre mercado cuando se trata de drogas. Eso sí, tengo que darle a la Seguridad Social el crédito que merece. Desde que perdí la pata y me metí en la terapia de mantenimiento empiezo a creer que el Estado puede competir con la empresa privada en nuestra industria y producir un producto satisfactorio a bajo coste para el consumidor. La metadona y el cyclozine combinados; ya te digo, tío, ¡joder! Me limito a bajar, coger mis gelatinas de la clínica, y después ir a ver a alguno de los chicos que reciben prescripción de cyclozine. Se lo dan a los pobres cabrones que tienen cáncer, a causa del sida y tal. Un truequecillo, y todos los mendas absolutamente encantados.»

A Johnny se le acabaron las venas y empezó a chutarse en las arterias. Sólo hicieron falta unos pocos chutes para que le diera la gangrena. Entonces hubo que decirle adiós a la pierna. Me coge mirando el muñón vendado; no puedo evitarlo.

«Sé lo que estás pensando, cacho capullo. ¡Pues no se han llevado la pierna de en medio del Cisne Blanco!»

«No estaba», protesto, pero está sacándose la polla por encima de los calzoncillos.

«No es que me sirva de mucho», se ríe.

Me doy cuenta de que tiene la polla cubierta de postillas secas, lo cual indica que está curándose. «Sin embargo, parece que se secan, Johnny, esos abscesos y tal.»

«Sí. He tratado de quedarme con la metadona y el cyclozine y dejar de inyectarme. Cuando vi el muñón pensé que era una oportunidad, otra vía de acceso, pero el capullo del hospital dijo: Olvídalo. Como metas una aguja ahí ya la has cagao pero bien. La terapia de mantenimiento no está mal de todos modos. La estrategia del Cisne Blanco es recuperar la movilidad, desengancharse y ponerse a trapichear como es debido, sólo por los beneficios y no para picarme.» Tira del elástico de sus calzones y se guarda otra vez su herramienta llena de postillas.

«Lo que tendrías que hacer es decirle adiós de una puta vez, tío», sugiero. El capullo no oye una sola palabra de lo que he dicho.

«Nah, mi objetivo es reunir un puto fajo, y de ahí a Bangkok.»

Puede que se haya quedado sin pierna, pero su fantasía de escapar a Thailandia sigue intacta.

«Eso sí», dice, «no quiero esperar a llegar a Thailandia para echar un puto polvo. Eso es lo que hace por ti esta mierda de las dosis reducidas. Menudo empalme llevaba el otro día cuando vino la enfermera a cambiarme el vendaje. Y eso que era una bota vieja, pero ahí estaba yo sentado con el brazo de niño y la manzana en la punta.»

«Una vez que hayas recuperado la movilidad», tanteo para animarle.

«Y una mierda. ¿Quién quiere follarse a un capullo con una sola pierna? Tendré que pagar; un gran bajón para el Cisne Blanco. Aun así, con las periquitas se está mejor pagando. Mantiene la puta relación sobre un terreno estrictamente comercial.» Parecía amargado. «¿Sigues follándote a Kelly?»

«Nah, está otra vez aquí arriba.» No me gustó la manera en que dijo eso, y no me gustó el modo en que le contesté.

«Esa capulla de Alison vino por aquí el otro día», dijo, revelando la fuente de su despecho. Ali y Kelly son las mejores amigas.

«¿Ah, sí?»

«Para ver el puto espectáculo de deformidades», dijo señalando con la cabeza su muñón vendado.

«Venga, Johnny, Ali no tendría esa actitud.»

Se ríe otra vez, estirándose para coger una Coca-Cola Light; arranca la anilla y echa un traguito. «Hay una en la nevera», me ofrece, apuntando hacia la cocina. Niego con la cabeza.

«Sí, estuvo por aquí el otro día. Bueno, ahora hará unas semanas, supongo. Le digo: ¿Qué tal una mamadita, muñeca? Por aquello de los viejos tiempos y tal. Quiero decir, era lo menos que podía hacer por la Madre Superiora, el Cisne Blanco, que le ha echado una mano un montón de veces. Esa fría zorra pasó de mí», dijo sacudiendo disgustado la cabeza. «Nunca me follé a esa putilla, ¿sabes? Nunca en la vida. Ni siquiera cuando estaba deseándolo. Hubo un momento en que me habría dejado follarla de todas las maneras por un pico.»

«Ya lo creo», concedí. Era verdad, ¿o no? Siempre hubo un poco de antagonismo silencioso entre Ali y yo. En realidad no sé por qué. Sea cual sea el motivo, hace que sea más fácil creerme lo peor de ella.

«Sin embargo, el Cisne Blanco jamás se aprovecharía de una damisela en apuros», sonríe.

«Sí, seguro», digo yo, para nada convencido.

«Ya lo creo que no», opuso estrepitosamente. «No lo hice, ¿no es así? La prueba del puto budín está en comérselo.»

«Sí, sólo porque estabas hasta los cojones de jaco.»

«Uh, uh, uh», va y dice, tocándose el pecho con la lata de cocacola. «El Cisne Blanco no encula a sus colegas. Regla dorada número uno. Ni por caballo, ni por nada. Nunca cuestiones la integridad del Cisne Blanco en ese tema, Rents. No estaba hasta los cojones de jaco todo el tiempo. Podría haberme comido su coño con tostadas si hubiera querido. Incluso cuando estaba hasta los cojones de jaco; podría haberla chuleado. Chupado. Podría haber mandado a esa zorra por Easter Road con una falda corta y sin bragas; haberle dado un pico para tenerla calladita, y tirado en el suelo del meadero detrás del cobertizo. Podría haber tenido a toda la afición del equipo de casa haciendo cola, y el Cisne Blanco de pie a la salida cobrando cinco libras por cráneo. Incluso con un gorila añadido, los márgenes habrían sido astronómicos que te cagas. Después a Tyney la semana siguiente, y a dejar metérsela a todos esos infecciosos hijos de puta Jambos después de que los chicos se hubieran puesto las botas.»

Increíblemente, Johnny sigue dando negativo, pese a haber estado envuelto en la fundación de más chutódromos que el señor Cadona. Tiene una rocambolesca teoría según la cual sólo los Jambos pillan el virus y los Hibbies son inmunes. «Estaría montado. Listo para el retiro. Unas semanas en ese plan y podría haberme marchado a Thailandia con un pelotón de nalgas orientales aparcado en mi careto. Sin embargo no lo hice; porque no puedes ir por ahí jodiendo a tus colegas.»

«Es duro ser un hombre de principios, Johnny», sonrío. Quiero marcharme. No podría soportar un asalto de las fantásticas aventuras orientales de Johnny.

«Joder que si lo es. Mi problema es que olvidé los que no debía. No hay simpatías en los negocios, y todos somos conocidos cuando se trata de la ley del dragón. Pero no, el Cisne Blanco es un hijo de puta sentimental, y deja que la amistad se meta por medio. ¿Y cómo me recompensa ese pendón egoísta? Le pedí una mamadita, eso es todo. Iba a hacerlo y todo, porque me tenía lástima por lo de la pierna, ya sabes. Incluso conseguí que se pusiera más maquillaje y lápiz de labios, en plan heavy, ¿sabes? Así que zas, me la saco. Le echó una sola mirada a las cicatrices frescas y se cagó. Le digo: No te preocupes, la saliva es un antiséptico natural.»

«Eso dicen, desde luego», reconozco. Se está haciendo tarde.

«Sí. Y te diré otra cosa, Rents, estuvimos acertados allá en el setenta y siete. Todos esos japos que echamos. Ahogar el mundo entero en saliva.»

«Lástima que nos quedáramos todos resecos», digo yo, levantándome para ponerme en marcha.

«Sí, desde luego», dice Johnny Swan, ahora más callado.

Va siendo hora de que no esté aquí.