Alison se está poniendo pero horrorosa. Estoy sentada aquí con ella en este café, intentando encontrarle el sentido a toda la basura que está soltando. Está poniendo a parir a Mark, pero empieza a tocarme las tetas. Sé que sus intenciones son buenas, pero ¿qué hay de ella y Simon, que simplemente aparece y la utiliza cuando no tiene a nadie más a quien follarse? Ella no está precisamente en la mejor posición para hablar.
«No me entiendas mal, Kelly. Mark me cae bien. Es sólo que tiene montones de problemas. No es lo que necesitas en este momento.»
Ali se muestra protectora porque acabé fatal después de lo de Des y el aborto y todo eso. Sin embargo, es un puto dolor.
Debería oírse a sí misma. Intenta dejar la heroína y se siente en situación de decirles a todos los demás cómo vivir sus vidas.
«Ah sí, ¿y Simon es lo que necesitas tú?»
«No estoy diciendo eso, Kelly. Eso no tiene nada que ver. Al menos Simon intenta no tocar el jaco, a Mark se la trae floja.»
«Mark no es un yonqui, sólo se pica de vez en cuando.»
«Sí, claro. ¿En qué planeta vives, Kelly? Así es como esa Hazel cortó con él. No puede dejar el tema en paz. Hasta tú estás empezando a hablar como una yonqui. Sigue pensando así y tú también estarás enganchada, y si no, al tiempo.»
No voy a discutir con ella. De todas formas es la hora de su cita con el Departamento de la Vivienda.
Ali ha venido a ver qué pasa con sus atrasos en el pago del alquiler. Está bastante alterada y tal; hecha polvo y en tensión; pero el tío de detrás de la mesa es legal. Ali le explica que ya no se pica y que ha ido a algunas entrevistas de trabajo. Todo va bastante bien. Le fijan una determinada cantidad que tiene que pagar cada semana.
Me doy cuenta de que Ali aún está inquieta, sin embargo, por el modo en que reacciona cuando estos tíos, unos curriquis, nos silban cuando salimos de la Oficina Central de Correos.
«¿Va todo bien, muñeca?», grita uno.
Ali, con lo jodida cabra loca que está hecha, se rebota con el tío.
«¿Tú tienes novia? Lo dudo, porque eres un gilipollas gordo y feo. ¿Por qué no te vas a los lavabos con un libro guarro y te lo haces con la única persona lo bastante enloquecida como para tocarte: tú mismo?»
El tío la mira con auténtico odio, pero de todos modos ya la miraba así. Es sólo que ahora tiene una razón para odiarla, en vez de sólo el hecho de ser mujer.
Los colegas del tío dicen: «¡Uaahh! ¡Uaahh!», como pinchando al tío, y él se queda ahí temblando de ira. Uno de los curriquis se está colgando ahora del andamio como un simio. Eso es lo que son, primates inferiores. ¡Demasiado!
«¡Vete a tomar por culo, puto cardo!», le ruge.
No obstante, Ali no cede terreno. Me avergüenza pero es como divertido y eso, porque alguna gente se ha parado a ver de qué va el follón. Otras dos mujeres, tipo estudiantes con mochilas, se han detenido junto a nosotras. Me hace sentir como muy bien. ¡De locura!
Ali, Dios, qué loca está esa mujer, dice: «Así que hace un momento cuando nos estabas dando la vara era una muñeca. Ahora que te digo que te vayas a tomar por culo soy un cardo. Pues tú aún eres un gilipollas gordo y feo, hijo, y siempre lo serás.»
«Y lo mismo decimos nosotras», dice una de las mujeres con mochila, con acento australiano.
«¡Putas lesbianas!», grita otro tío. Eso sí que me toca las tetas, que me llamen lesbiana sólo porque me opongo a que me agobien unos memos vomitivos e ignorantes.
«¡Si todos los tíos fueran tan repugnantes como tú, estaría jodidamente orgullosa de ser lesbiana, hijo!», le contesto. ¿De verdad he dicho yo eso? ¡Demasiado!
«Es evidente que tenéis un problema, tíos. ¿Por qué no vais y os folláis los unos a los otros?», dice la otra australiana.
Se ha reunido una multitud considerable y hay dos viejas manijas escuchando.
«Eso es horrible. Chicas hablándoles así a los chicos», dice una.
«De horrible no tiene nada. Son unos animales. Es bueno ver a las chicas jóvenes dar la cara. Ojalá hubiera sucedido en mis tiempos.»
«Pero su lenguaje, Hilda, su lenguaje.» La primera manija aprieta los labios y se estremece.
«Sí, ¿pues qué me dices del lenguaje de ellos?», le digo yo.
Los tíos están avergonzados, realmente desconcertados por la multitud que se ha formado. Es como si se alimentara sola. ¡De locura! Entonces aparece ese capataz jugando a ser el puto Rambo.
«¿No puedes controlar a estos animales?», dice una de las australianas. «¿No tienen nada que hacer más que acosar a la gente?»
«¡Eh, vosotros, venga, para dentro!», salta el capataz, haciéndoles seña a los tíos de que salgan de ahí. Nosotras damos una especie de hurra. Fue de puta madre. ¡De locura!
Ali y yo cruzamos la calle hasta el Cafe Rio con las australianas y las dos manijas también se vinieron. Las «australianas» resultaron ser unas chicas de Nueva Zelanda que eran lesbianas, pero eso qué coño tiene que ver con nada. Simplemente estaban viajando juntas alrededor del mundo. ¡Es demasiada locura! Me encantaría probar a hacer eso. Yo y Ali; sería total. Pero imagínate regresar a Escocia en noviembre. Es demasiada locura fundamental. Estuvimos de palique sobre todo lo imaginable durante siglos y ni siquiera Ali parecía tan jodida con sus cosas.
Después de un rato decidimos volver a mi queo para fumar un poco de hachís y tomar un poco más de té. Intentamos conseguir que las marujitas vinieran, pero tenían que volver a casa y ponerles la cena a sus hombres, a pesar de que les dijimos que dejaran que los hijoputas se las arreglaran solitos con su comida.
Una de ellas se sentía realmente tentada: «Ojalá tuviera otra vez tu edad, cariño, lo haría todo de otra forma, te lo aseguro.»
Yo me siento de puta madre, de verdad y tal, libre. Todas lo estamos. ¡Magia! Ali, Verónica y Jane (las neozelandesas) y yo nos pusimos superciegas en mi queo. Pusimos de vuelta y media a los hombres, estábamos de acuerdo en que eran criaturas estúpidas, inútiles e inferiores. Jamás me había sentido tan cercana a otras mujeres, y realmente deseé ser homosexual. A veces pienso que lo único para lo que valen los tíos es para un polvo de vez en cuando. Aparte de eso, pueden ser una auténtica lata. Quizá sea de locos decirlo, pero cuando lo piensas es verdad. Nuestro problema es que no nos lo miramos con suficiente frecuencia y simplemente aceptamos la basura que esos cabrones nos echan encima.
Ahí va la puerta, y es Mark. No puedo evitar reírme en su cara. Entra con una mirada totalmente atolondrada mientras nos caemos de la risa que nos da, totalmente ciegas e idas del bolo. Puede que sea el chocolate, pero es que el tío tiene un aspecto tan extraño; los hombres tienen un aspecto tan extraño, con esos cuerpos planos y raros y esas cabezas tan insólitas. Es como dijo Jane, son cosas de aspecto freaky que llevan los órganos reproductores colgando por fuera. ¡Qué mamoneo!
«¿Todo bien, muñeco?», grita Ali, poniendo voz de curriqui.
«¡Quítatelos!», se ríe Verónica.
«Yo me lo he follao. Por lo que recuerdo, no tenía mal polvo. ¡Quizá tirando un poco a pequeña y tal!», digo señalándole con el dedo, e imitando la voz de Franco. Franco Begbie, el sueño de toda mujer —no creo— ha sido objeto de una buena puesta en solfa por parte mía y de Ali.
El pobre Mark lo lleva bien, sin embargo, diré eso en su favor. Se limita a sacudir la cabeza y reírse.
«Es evidente que he venido en mal momento. Te llamaré por la mañana», me dice.
«Ay… pobre Mark… sólo estábamos cascando entre mujeres… ya sabes cómo es…», dice Ali con remordimiento. Yo me río en alta voz ante lo que ha dicho.
«¿A qué mujer se la estábamos cascando?», digo yo. Estamos todas que nos caemos al suelo de risa salvaje. Quizá Ali y yo deberíamos haber nacido hombres, vemos el sexo en todo. Especialmente cuando vamos ciegas.
«Está bien. Nos vemos», se vuelve Mark y se marcha, guiñándome un ojo.
«Supongo que algunos no están mal», dice Jane, después de que nos hayamos repuesto.
«Sí, cuando están en puta minoría no están mal», digo, preguntándome de dónde venía el filo que tenía en la voz, y sin querer hacerme demasiadas preguntas después.