Hace un día hermoso. Eso parece querer decir.

Concentrarse. En la tarea del momento. Mi primer entierro. Alguien dice «Venga, Mark», una voz suave. Me adelanto y agarro la cuerda.

Ayudo a mi padre y mis tíos, Charlie y Dougie, a bajar los restos de mi hermano hasta la tierra. El ejército ha puesto la pasta para la función. Déjennoslo a nosotros, le dijo a mamá el bien hablado oficial de Beneficencia. Déjennoslo a nosotros.

Sí, éste es el primer entierro al que he asistido. Actualmente, lo normal son incineraciones. Me pregunto lo que habrá en la caja. De Billy no mucho, eso es seguro. Me vuelvo a mirar a mamá y a Sharon, la chorba de Billy, que están siendo consoladas por un surtido de tiítas. Lenny, Peasbo y Naz, los colegas de Billy, están aquí, junto con alguno de sus compas militronchos.

Billy Boy, Billy Boy[52]. Hola, hola, somos los. No tiene nada que ver con.

No dejo de pensar en ese viejo tema de los Walker Brothers, el que versioneó Midge Ure: No hay nada de que arrepentirse, no hay lágrimas, adiós, no quiero que vuelvas, etcétera, etcétera.

No puedo sentir remordimientos, sólo ira y desprecio. Me hirvió la sangre cuando vi la puta Union Jack sobre su ataúd, y a ese escurridizo y repeinado cabrón de oficial, que obviamente está fuera de su elemento aquí, intentando hablar con mi madre. Peor aún, esos cabrones de Glasgow, de la parte del viejo, han venido en masa. Tienen la boca llena de mierda acerca de cómo murió al servicio de su país y toda esa bazofia servil de los hunos. Billy fue un pobre cabrón, pura y simplemente. Ni un héroe, ni un mártir, sólo un cabrón atontolinado.

Me entra un ataque de risa que amenaza con superarme por completo. Casi me doblo riendo histéricamente, cuando el hermano de mi padre, Charlie, me agarra por el brazo. Parecía hostil, pero es que ese cabrón siempre lo parece. Effie, su mujer, aparta al gilipollas diciendo «El chico está trastornado. Es su forma de mostrarlo, Chick. El chico está trastornado».

Daros un jodido fregote, pedazo de cabrones weedjies esquivajabones.

Billy Boy. Así es como lo llamaban esos cabrones cuando era un chaval. Siempre era: ¿Qué tal, Billy Boy? Conmigo, remoloneando tras el sofá, era un «Sí, chaval» a regañadientes.

Billy Boy, Billy Boy. Te recuerdo sentado encima de mí, completamente inmovilizado contra el suelo. El esófago estrechado hasta el ancho de una pajita. Rezando, mientras mis pulmones y mi cerebro se vaciaban de oxígeno, para que mamá volviera del Presto’s antes de que aplastaras la poca vida que quedaba en mi escuálido cuerpo. El olor del pis procedente de tus genitales, una mancha de humedad en tus pantalones cortos. ¿De veras era tan excitante, Billy Boy? Espero que sí. Ahora realmente no puedo echártelo en cara. Siempre tuviste un problema con esas cosas; esas descargas poco apropiadas de heces y orina que solían volver loca a mamá. Cuál es el mejor equipo, me preguntabas, aplastando, apretando o retorciendo con más fuerza. Sin cuartel para mí hasta que decía: los Hearts. Incluso cuando os jodimos siete-cero el día de Año Nuevo en Tynecastle, tuviste que hacerme decir Hearts. Supongo que debería haberme sentido halagado por el hecho de que una palabra mía tuviese más peso que el verdadero resultado.

Mi bienamado hermano estaba al servicio de Su Majestad, de patrulla cerca de su base en Crossmaglen, Irlanda, en la parte que se halla bajo dominio británico. Habían abandonado su vehículo para examinar una barrera cuando ¡POW! ¡ZAP! ¡BANG! ¡ZOWIE!, y nunca más se supo de ellos. Sólo tres semanas antes del final de su periodo de servicio.

Murió como un héroe, dicen. Recuerdo esa canción: Billy, no seas un héroe. De hecho, murió como un gilipollas uniformado de repuesto, caminando por una carretera comarcal con un rifle en la mano. Murió como una ignorante víctima del imperialismo, sin tener ni puta idea acerca de las múltiples circunstancias que llevaron hasta su muerte. Ése era el mayor crimen, que no tenía ni puta idea. Todo lo que tenía como guía en esa gran aventura por Irlanda que le llevó a la muerte eran unos cuantos sentimientos sectarios vagamente esbozados. El cabrón murió como vivió: completamente despistado.

Su muerte me benefició. Salió en las noticias de las diez. En términos warholianos, el cabrón tuvo sus quince minutos de fama póstuma. La gente nos ofreció su simpatía, y aunque estuviese desencaminada, era agradable recibirla de todos modos. ¿Para qué va uno a decepcionar a la gente?

Algún cabrón de la clase dominante, un ministro joven o algo así, dice en su voz de Oxbridge que Billy fue un joven valiente. Era exactamente la clase de cabrón al que habrían pegado la etiqueta de cobarde malhechor si en vez de estar al servicio de Su Majestad hubiese estado merodeando por las calles de civil. El puto aborto con patas dice que se perseguirá implacablemente a sus asesinos hasta dar con ellos. Pues así sea, ¡cojones! Haciendo todo el recorrido hasta llegar a la puta Casa de los Comunes.

Saborear pequeñas victorias contra esta basura blanca, instrumento de los ricos que no no no.

Billy atormentado por los hermanos Sutherland y su entorno, que indudablemente le hacían temblar ja jódete ja mientras bailan a su alrededor cantando: TU HERMANO ES UN ESPASMÓDICO, uno de los grandes éxitos callejeros de Leith en los setenta, generalmente puesto en escena cuando las piernas estaban demasiado cansadas para soportar el partido de fútbol de veintidós por banda. ¿Hablaban de Davie o quizá de mí? Qué más da. No me vieron contemplándoles desde lo alto del puente. Billy, agachaste las orejas. Impotencia. ¿Qué se siente, Billy Boy? No es bueno. Yo lo sé porque.

Junto a la tumba todo resulta extraño. Spud está aquí por alguna parte, desenganchado, recién salido de Saughton. Tommy también. Es alucinante, Spud con aspecto saludable, y Tommy con aspecto de tener a la muerte llamando a su puerta. Completa inversión de papeles. Ha aparecido Davie Mitchell, un buen colega de Tommy, con el que una vez hace mucho tiempo trabajé como aprendiz en la construcción. Davie cogió el virus de una chica. Tiene el valor de haber venido. Eso sí que es puta valentía. Begbie, precisamente cuando podría hacer uso de su presencia maligna y la capacidad de causar el caos que tiene el cabrón, está de vacaciones en Benidorm. Me vendría bien su apoyo inmoral de cara a mis parientes weedjies. Sick Boy aún está en Francia, poniendo en práctica sus fantasías.

Billy Boy. Me acuerdo de cómo compartíamos aquella habitación. Cómo coño lo hice durante todos esos años es algo que no alcanzo.

El sol tiene un poder. Puede comprenderse por qué hay gente que lo adora. Está ahí, conocemos al sol, podemos verlo, y nos hace falta.

Tú tenías preferencia sobre la habitación, Billy. Quince meses de antigüedad más. Entre derechos iguales decide la fuerza. Traerías a una chavala mascachicles de rostro enjuto y ojos maliciosos para follar o al menos meter mucha mano. Me miraban con androide desprecio cuando tú me desterrabas, sin perjuicio de quién estuviera conmigo, al pasillo con mi Subbuteo. Recuerdo en particular el innecesario aplastamiento bajo tu tacón de dos jugadores del Sheffield Wednesday y uno del Liverpool. Innecesario, pero claro, la dominación total requiere su simbolismo, ¿no es así, Billy Boy?

Mi prima Nina parece intensamente follable. Tiene el cabello largo y oscuro y lleva un abrigo negro que le llega hasta los tobillos. Parece un poco «siniestra». Al notar que algunos de los compas de cuartel de Willie y mis tíos weedjies se llevan bien, me sorprendo a mí mismo silbando The Foggy Dew[53]. Uno de ellos, con grandes y sobresalientes palas, se percata y me mira, primero sorprendido y después iracundo, así que le tiro un beso. Se me queda mirando fijamente un instante y luego mira para otro lado, cortado. Me alegro. Mardito roedore.

Billy Boy, yo fui tu otro hermano espasmódico, el que nunca había echado un polvo, como le decías a tu colega Lenny. Y Lenny venga a reír y reír hasta que casi le da un ataque de asma. No fue particularmente Billy, no estúpido, puto cabrón.

Le guiño ampliamente el ojo y ella sonríe, avergonzada. Mi padre lo ha visto y viene hacia mí echando leches.

«Como te pases sólo una puta pizca hemos terminado. ¿Estamos?»

Sus ojos estaban cansados, hundidos profundamente dentro de sus órbitas. Había en él una triste e inquietante vulnerabilidad que jamás había visto. Quería decirle tantas cosas, pero estaba resentido con él por permitir que aquella payasada tuviera lugar.

«Te veré en casa, padre. Me voy a ver a mamá.»

Una conversación escuchada en la cocina, quién coño sabe cuándo. Papá dice: «Algo no le marcha a ese chico, Cathy. Siempre sentado en casa. Eso no es natural. Quiero decir, fíjate en Billy.»

Mamá le contesta: «El chico es diferente, Davie, eso es todo.»

Diferente de Billy. No es un Billy Boy. No le conocerás por sus ruidos, sino por su silencio. Cuando venga por ti, no vendrá gritando, anunciando sus intenciones, pero vendrá. Hola, hola. Adiós.

Tommy, Spud y Mitch me acercan. No son partidarios de entrar. Se marchan con rapidez. Veo a mi vieja, delirante, ayudada a salir del taxi por su hermana Irene y su cuñada Alice. Las tiítas weedjies están cacareando al fondo, oigo ese horrible acento: malo de por sí en un hombre, vomitivo que te cagas en una mujer. Estas botas viejas con cara de hacha no parecen muy a sus anchas. Evidentemente, se encuentran más a sus anchas en el funeral de un pariente viejo cuando están disponibles sus chucherías.

Mamá agarra por el brazo a Sharon, la chorba de Billy, que tiene una gran hogaza en el horno. ¿Por qué puñeta se cogerá la gente del brazo en los funerales?

«Habría hecho de ti una mujer honrada, cariño. Siempre fuiste la mujer para él.» Tal y como lo dice, parece que tratara tanto de convencerse a sí misma como a Sharon. Pobre mamá. Hace dos años tenía tres hijos, ahora sólo tiene uno que es yonqui. Las cartas están marcadas.

«¿Crees que el ejército tendrá algo para mí?», oigo a Sharon preguntar a mi tía Effie, mientras entramos en casa. «Llevo a su hijo dentro… es el hijo de Billy…», suplica.

«¿Crees que la luna está hecha de jodido requesón de polla?», comento yo.

Afortunadamente, todo el mundo parece demasiado absorto en sí mismo para advertirlo.

Como Billy. Él empezó a ignorarme cuando me volví invisible.

Billy, mi desprecio hacia ti no hizo más que crecer a lo largo de los años. Desalojó al miedo, expulsándolo en cierto modo, como el pus de un grano. Por supuesto, está la navaja.

Un gran nivelador, muy bueno para anular las ventajas físicas; como lo descubrió a sus expensas Eck Wilson en segundo curso. Me quisiste por eso, una vez que te recuperaste del pasmo. Me respetaste y quisiste como un hermano por vez primera. Yo te aborrecí más que nunca.

Sabías que tu fuerza se hizo superflua cuando descubrí la navaja. Lo sabías, hijoputa acojonao.

Mi vergüenza e incomodidad van en aumento. La gente llena los vasos y dicen lo grande que era el cabrón de Billy. En verdad, a mí no se me ocurre nada bueno que decir de él, así que cierro el pico. Por desgracia, uno de sus colegas de cuartel, el tipo con dientes de conejo al que le tiré un beso, se me arrima. «Tú eras su hermano», dice, sacando las palas a secar.

Debería haberlo adivinado. Otro fanático weedjie anaranjado. No me extraña que se lleve tan bien con la familia de mi padre. Me está poniendo en evidencia. Los ojos de todos los capullos presentes nos enfocan. Odio a muerte a eso mardito roedore.

«En efecto, yo era, como dices, su hermano», asiento jocosamente. Noto cómo se va acumulando el resentimiento contra mí. Tengo que satisfacer a la multitud.

El mejor modo que conocía de tocar fibra sin comprometerme demasiado con la asquerosa hipocresía perversamente vendida como decencia que llena la habitación, es no apartarme de los topicazos. La gente los adora en estos momentos, porque se vuelven reales y llegan de hecho a significar algo.

«Billy y yo nunca nos pusimos de acuerdo en demasiadas cosas…»

«Ah, bueno, vive la difference…», dijo Kenny, un tío de la parte de mi madre, intentando ayudar.

«… pero una cosa que teníamos en común era que a los dos nos gustaba un buen pedo y una buena charla. Si pudiera vernos ahora, se moriría de risa, todos aquí sentados con cara de circunstancias. Diría: ¡Divertíos, por todos los santos! Tengo amigos y familiares por aquí. No nos hemos visto en siglos.»

Un intercambio de tarjetas:

Entonces las de Billy y Sharon son

En la escritura de Sharon, que es como.

La basura blanca weedjie en que consistía la familia de mi padre venía por aquí a asistir al Orange Walk[54] todos los meses de julio, y en ocasiones cuando los Rangers estaban en Easter Road o Tynecastle. Ojalá los cabrones se quedasen en Drumchapel. Reciben bastante bien mi enternecedor tributo a Billy, no obstante, y asienten todos solemnemente. Todos menos Charlie, que caló cuál era mi estado de ánimo real.

«Para ti no es más que un puto juego, ¿verdad, hijo?»

«Puesto que insistes en saberlo, sí.»

«Me das lástima.» Sacudió la cabeza.

«No es cierto», le digo. Se marcha, sacudiendo todavía la cabeza.

Más McEwan’s Export y más whisky. La tía Eme empieza a cantar con un gemido nasal de estilo country. Yo me arrimo a Nina.

«Has madurado hasta convertirte en un bomboncito, ¿sabes?», babeo beodamente. Ella me mira como si lo hubiera visto todo ya. Iba a sugerir que nos escapáramos hasta Fox’s, o a mi piso en Montgomery Street. ¿Será ilegal follarte a tu prima? Probablemente. Tienen leyes para impedirte hacer todo lo demás.

«Lástima lo de Billy», dice. Veo que piensa que soy un gilipollas total. Por supuesto, tiene toda la razón. Yo pensaba que cualquier cabrón con más de veinte tacos era un soplapollas con el que no valía la pena hablar hasta que los cumplí yo. Cuanto más veo, más pienso que estaba en lo cierto. A partir de ahí, son todo feos compromisos, todo tímidas capitulaciones, progresivamente hasta la muerte.

Desgraciadamente, Charlie, o Chick-chicy-chic-chicky-chicky, ha detectado la licenciosa naturaleza de mi conversación y se adelanta para proteger la virtud de Nina. Ni que decir tiene que no necesita la asistencia de un gordo esquivajabones.

El hijo de puta me hace señal de que me vaya a un lado con él. Como no le hago caso, me coge por el brazo. Está bastante bebido. Su susurro es pesado, y su aliento huele a whisky.

«Escucha, hijo, si no te montas en la puta bici te voy a partir la cara. Si no fuera por tu padre, hace rato que lo habría hecho. No me caes bien, hijo. Nunca me has caído bien. Tu hermano era diez veces más hombre de lo que tú serás nunca, puto yonqui. Si supieras el sufrimiento que les has causado a tu madre y tu padre…»

«Puedes hablar con franqueza», le corto, la ira latiéndome en el pecho pero contenido pese a todo por una deliciosa alegría procedente de saber que le he hecho perder los papeles. Calma. Es la única forma de joder vivo a un hijo de puta farisaico-santurrón.

«Ya lo creo que hablaré con franqueza, Don Capullo Universitario Listillo. Te haré atravesar esa puta pared.» Su voluminoso puño tatuado estaba a sólo unos centímetros de mi rostro. Apreté con más fuerza el vaso de whisky que tenía en la mano. No iba a dejar al cabrón que me tocara con aquellas putas manos. Si se movía, se iba a comer el vaso.

Aparté a un lado su mano alzada.

«Si me dieras una tunda, me harías un favor. Luego me haría una paja recordándola. A los espabilaos yonquis ex universitarios esas cosas nos excitan. Porque no vales para otra cosa, basura de mierda. Además, no cabe esperar otra cosa de vosotros. Si quieres salir a la calle, no tienes más que decirlo.»

Señalé hacia la puerta. La habitación parecía haber encogido hasta tener el tamaño del ataúd de Billy y estar poblada únicamente por Chick y yo. Pero había otros. La gente se había vuelto para mirarnos.

El capullo me empuja suavemente por la pechera.

«Ya hemos tenido un funeral en la familia hoy, no queremos otro.»

Mi tío Kenny se acerca y me aparta.

«No les hagas caso a estos cabrones anaranjaos. Venga, Mark, mira a tu madre. La mataría que montaras un pitote aquí, es el funeral de Billy. Acuérdate de dónde estás, me cago en la hostia.»

Kenny era un tío legal, bueno, un poco tontolculo, la verdad sea dicha, pero con todos sus defectos prefiero a un siseñó[55] antes que a un esquivajabones. Menuda estirpe la mía. Bastardos papistas siseñós de la parte de mi madre, cabrones esquivajabones anaranjaos por la de mi padre.

Me tomé el whisky a tragos, disfrutando del amargo sabor ardiente en la garganta y en el pecho, estremeciéndome cuando hizo contacto con mi estómago revuelto. Me fui a buscar el retrete.

Sharon, la chorba de Billy, estaba saliendo. Le cerré el paso. Sharon y yo quizá nos hayamos dicho media docena de frases el uno al otro. Estaba borracha y mareada, con el rostro sonrojado e hinchado de alcohol y embarazo.

«Espera un momento, Sharon. Tú y yo tenemos que charlar un pelín. Aquí dentro hay bastante intimidad.» La escolto hasta el retrete y cierro la puerta a nuestras espaldas.

Empiezo a meterle mano mientras le suelto un montón de mierda acerca de cómo en un momento como éste tenemos que ser como una piña. Le estoy sobando el bollo, y venga a decirle cuánta responsabilidad siento por mi sobrino o sobrina nonato/a. Empezamos a morrearnos, y bajo la mano, acariciando las marcas de las bragas a través de la tela de algodón de su vestido premamá. Pronto empecé a toquetearle el coño y ella ya me había sacado la polla de los pantalones. Yo aún seguía vacilando, diciéndole que siempre la había admirado como persona y como mujer, cosa que en realidad no necesitaba oír porque ya está de rodillas ante mí, pero de algún modo resulta reconfortante decirlo. Se mete mi semi en la boca y me enderezo con rapidez. No hay duda alguna, sabe hacer una buena mamada. Pienso en ella haciéndolo con mi hermano, y me pregunto lo que pasaría con su polla en la explosión.

Si Billy pudiera vernos ahora, pienso, pero de un modo sorprendentemente reverente. Me pregunté si podría, y deseé que así fuera. Eran los primeros buenos pensamientos que había tenido en relación con él. La saco justo antes de correrme, y guío a Sharon hacia la posición del perrito. Le levanto el vestido y le bajo las bragas. Su pesada barriga se comba hacia el suelo. Intento metérsela por el ojo del culo primero pero es demasiado estrecho y me hace daño forzar la punta del capullo.

«Así no, así no», dice ella, así que dejo de revolver en busca de alguna crema y le encajo los dedos en el coño. Tiene un poderoso olor a hiedra. Ya puestos, mi nabo también huele bastante a corrupción y pueden verse los copos de requesón de polla en el casco. Nunca he estado demasiado metido en eso de la higiene personal; probablemente sea la parte de esquivajabones que llevo dentro, o el yonqui.

Concurro con los deseos de Sharon y la folló por el coño. Es un poco como meter la proverbial salchicha en un callejón, pero encuentro mi cadencia y ella se estrecha. Pienso en lo poco que le queda para petar y lo adentro que estoy yo, y ya me veo metiéndola en la boca del feto. Vaya concepto, una follada y una mamada simultáneas. Me atormenta. Dicen que una follada es buena para un infante nonato, les hace circular la sangre o alguna mierda de ésas. Lo menos que puedo hacer es interesarme por el bienestar del bebé.

Llamada a la puerta, seguida por la voz nasal de Eme.

«¿Qué estáis haciendo ahí dentro?»

«No pasa nada, Sharon está vomitando. Demasiada priva en su estado», gruño yo.

«¿Te estás encargando de ella, hijo?»

«Sí… me estoy encargando…», jadeé mientras los gemidos de Sharon se hacían más estruendosos.

«Muy bien, pues.»

Suelto mi chorromoco y la saco. La empujo suavemente hasta postrarla y le saco del vestido sus enormes tetas lechosas. Me acurruco entre ellas como un bebé. Ella empieza a acariciarme la cabeza. Me siento maravillosamente, tan en paz.

«Eso ha estado chachi», boqueo satisfecho.

«¿Seguiremos viéndonos ahora?», dice ella, «¿eh?» Hay en su voz un deje desesperado, suplicante. Pero qué desgraciada.

Me levanté y le besé la cara, que estaba como una pieza de fruta hinchada y pasada. No quería ponerme duro en ese momento. Lo cierto era que ahora Sharon me producía repulsión. Esta mema se cree que con un polvo puede sustituir a un hermano por el otro. El caso es que probablemente no anda muy desencaminada.

«Tenemos que levantarnos, Sharon, limpiarnos, ¿sabes? No lo entenderían si nos pillaran. No saben nada. Yo sé que eres buena chica, Sharon, pero ellos no tienen ni puta idea.»

«Sé que tú eres buen chaval», dijo respaldándome, pero sin demasiada convicción. Desde luego que era con mucho demasiado buena para Billy, pero bien mirado Myra Hindley o Margaret Thatcher eran con mucho demasiado buenas para Billy. Estaba pillada por esa mierda de hazte-con-un-hombre, hazte-con-un-bebé, hazte-con-una-casa con la que machacan a las chicas, y carecía de opciones reales de definirse fuera de esos términos papafritas de referencia. Hubo otra llamada a la puerta.

«Si no abrís esa puerta, voy a echarla abajo.» Era el hijo de Charlie, Cammy. Un puto policía joven que se parecía a la Copa de Escocia; grandes orejas de soplillo, sin barbilla, cuello fino. Evidentemente, el capullo pensaba que me estaba metiendo. Bueno, lo estaba, pero no en el sentido que él imaginaba.

«Estoy bien… saldremos enseguida.» Sharon se limpia y se sube las bragas de golpe y deja las cosas arregladas. Me fascina la velocidad con la que se mueve para una chavala altamente encinta. No podía creer que acababa de tirármela. Me arrepentiría por la mañana, pero, como Sick Boy acostumbra a decir, la mañana se cuida de sí misma. No hay vergüenza en el mundo que no pueda borrar un poco de palique y algo de priva.

Abro la puerta.

«Calma, Don Gil de las Calzas Verdes. ¿Nunca has visto antes a una dama en apuros?» Su expresión necia y boquiabierta me inspiró un desprecio instantáneo.

No me gustaban las vibraciones, así que me llevé a Sharon a mi piso. Sólo hablamos. Me contó un montón de cosas que yo quería oír, cosas que mi madre y mi padre nunca supieron, y que odiarían saber. Lo cabrón que era Billy con ella. Cómo en ocasiones la golpeaba, la humillaba, y la trataba en general como un trozo de mierda excepcionalmente corrompida.

«¿Por qué te quedaste con él?»

«Era mi chico. Siempre piensas que será diferente, que puedes hacerle cambiar, que tú puedes suponer la diferencia.»

Eso lo entendía. Pero es un error. Los únicos hijoputas que supusieron alguna vez una diferencia para Billy fueron los Provisionales, y ellos también eran unos cabrones. No tengo ninguna ilusión sobre ellos como luchadores de la libertad. Los muy hijoputas convirtieron a mi hermano en un montón de comida para gatos. Pero ellos sólo tiraron de la palanca. Su muerte fue concebida por esos cabrones anaranjaos que venían por aquí todos los meses de julio con sus fajines y sus flautas, llenando la estúpida cabeza de Billy con insensateces acerca de la corona y la nación y toda esa mierda. Ellos se irán a casa felices por el día de hoy. Pueden contarles a todos sus colegas cómo murió asesinado por el IRA uno de la familia mientras defendía el Ulster. Eso alimentará su ira sin objeto, hará que les inviten a copas en los pubs, y consolidará su credibilidad memo-bastarda entre otros tontolabas sectarios.

No quiero que ningún cabrón le venga tocando los huevos a mi hermano. Eso fue lo que Billy les dijo a Pops Graham y Dougie Hood cuando entraron en el pub a darme la tabarra, convencidos de que yo tenía que pagar por la droga. El aserto de Billy. Oh, sí. Pronunciado con tal claridad y confianza que iba más allá de la amenaza. Mis acosadores se limitaron a mirarse el uno al otro y se najaron del pub con gran discreción. Yo hice una mueca despectiva. Spud hizo lo mismo. Estábamos colgados y nos importaba todo un huevo. Billy Boy nos miró con desprecio, diciendo algo así como: Eres un puto imbécil, y se juntó con un par de sus colegas, que parecían decepcionados porque Pops y Dougie se habían ido a tomar por culo, privándoles de una excusa para una bronca. Yo seguía riéndome. Gracias, tíos, ha estado.

Billy Boy me dijo que estaba arruinando mi vida con esa mierda. Me dijo eso en numerosas ocasiones. Ha sido real.

Joder. Joder. Joder. ¿De qué va todo? Ay, Billy. Ay, cago en la puta. Yo no.

Sharon tenía razón. Es difícil cambiar a la gente.

Toda causa necesita sus mártires, no obstante. Así que ahora estoy deseando que se vaya a tomar por culo para poder acercarme a mi alijo, prepararme un pico y cogerme un colocón, para poder olvidar.

Dilemas yonquis n.° 67

La privación es algo relativo. Hay bebés muriendo de hambre, muriendo como moscas cada segundo. El hecho de que esto ocurra en otro lugar no anula esa verdad fundamental. Durante el tiempo que me lleva machacar estas pastillas, cocinarlas e inyectarlas, miles de bebés en otros países, y quizá unos cuantos en éste, estarán muertos. Durante el tiempo que me cuesta hacer esto, miles de ricos hijos de puta serán miles de libras más ricos, al ir madurando las inversiones.

Machacar pastillas: vaya un puto primo. De verdad que debería dejar las pirulas para el estómago. El cerebro y la vena son demasiado frágiles para transportar eso por vía directa.

Como Dennis Ross.

A Dennis le dio un gran colocón el whisky que se inyectó. Después sus ojos empezaron a girar, la sangre le inundó las narices, y fin de Denny. Una vez que ves la sangre de la nariz ir a parar al suelo a ese ritmo… se acabó la función. Machismo yonqui… nah. Exigencia yonqui.

Desde luego que estoy asustado, cagándome en los gallumbos, pero el que se está cagando es otro que el que machaca las pastillas. El que está machacando las pastillas dice que la muerte no puede ser peor que no hacer nada para detener este consistente declive. Ese es el yo que siempre gana las discusiones.

Nunca hay ningún verdadero dilema con el jaco. Sólo los hay cuando se acaba.