Esta cama resulta familiar, o más bien lo es la pared de enfrente. Paddy Stanton me mira desde arriba con sus patillas años setenta. Iggy Pop está sentado destruyendo una pila de discos con un martillo. Mi viejo dormitorio, en el hogar paterno. Mi cabeza lucha por recomponer las piezas del cómo he llegado aquí. Recuerdo el piso de Johnny Swan, y a continuación sentir que iba a morir. Entonces me acuerdo; Swanney y Alison bajándome por las escaleras, metiéndome en un taxi y saliendo a toda hostia para la enfermería.

Lo curioso es que me acuerdo de haber fanfarroneado de que en la vida había tenido una sobredosis justo antes de que pasara. Hay una primera vez para todo. Fue culpa de Swanney. Normalmente su mandanga está cortada que te cagas, de modo que siempre metes un pelín más en la cucharilla para compensar. ¿Y qué hace entonces el cabrón? Te sacude encima una partida pura. Literalmente te deja sin aliento. Con lo capullo descerebrao que está hecho, Swanney tenía que darles la dirección de mi madre. Así que después de unos días en el hospital para que se me estabilice la respiración, aquí estoy.

Aquí estoy en el limbo del yonqui; demasiado chungo para dormir, demasiado cansado para quedarme despierto. Una zona de crepúsculo de los sentidos donde nada es real salvo una miseria y un dolor aplastantes y omnipresentes en tu mente y en tu cuerpo. Noto sobresaltado que mi madre está sentada sobre mi cama, mirándome silenciosamente.

En cuanto lo noto, la incomodidad que siento es tan aplastante como si estuviera sentada sobre mi pecho.

Pone su mano sobre mi ceño sudoroso. Su tacto me resulta horrible, aterrador, violador.

«Estás ardiendo, chico», dice suavemente, sacudiendo la cabeza, con la preocupación esbozada en el rostro.

Saco una mano de debajo de la manta para echar la suya a un lado. Malinterpretando mi gesto, la coge entre las suyas y aprieta con fuerza, demoledoramente. Quiero gritar.

«Yo te ayudaré, hijo. Te ayudaré a luchar contra esta enfermedad. Te quedarás aquí conmigo y con tu padre hasta que estés mejor. ¡Vamos a vencerla, hijo, vamos a vencerla!»

Tiene una mirada vidriosa e intensa en los ojos y un celo de cruzado en la voz.

Lo que tú digas, mami, lo que tú digas.

«Saldrás adelante, hijo. El doctor Mathews dice que en realidad la abstinencia esta es como una gripe mala», me cuenta.

¿Cuándo fue la última vez que el viejo Mathews estuvo con el mono? Me gustaría encerrar a ese viejo y peligroso mamón en una celda acolchada durante un par de semanas, y darle un par de inyecciones de diamorfina al día, y después abandonar al cabrón unos días. Me la pediría suplicando después de eso. Yo me limitaría a sacudir la cabeza y decir: Tranquilo, colega. ¿Cuál es el jodido problema? Es como una gripe mala.

«¿Me dejó temazepam?», pregunto yo.

«¡No! Le dije: Nada de esa basura. Estabas peor saliendo de eso de lo que estabas con la heroína. Flatos, vómitos, diarrea… estabas hecho un asco. Nada de drogas.»

«Quizá podría volver a la clínica, mamá», sugiero con ilusión.

«¡No! Nada de clínicas. Nada de metadona. Te ponía peor, hijo, tú mismo lo dijiste. Nos mentiste, hijo. A tu propia madre y a tu padre. Te tomabas la metadona esa y aún salías a pillar. Desde ahora, hijo, borrón y cuenta nueva. Te vas a quedar donde yo pueda vigilarte. ¡Ya he perdido un chico, no voy a perder otro!» Las lágrimas se asomaron a sus ojos.

Pobre mamá, culpándose aún por el gene dislocao que hizo que mi hermano Davie naciese coliflor. Su sentido de culpa, después de luchar con él durante años, por tener que meterle en un hospital. Su desolación tras su muerte el año pasado. Mamá sabe lo que todo el mundo, los vecinos y tal, piensa de ella. La ven voluble y descarada, a causa de su pelo teñido de rubio, su ropa demasiado juvenil para su edad y su liberal consumo de Carlsberg Specials. Piensan que ella y mi padre utilizaron la discapacidad de Davie para salir de Fort y pillar este bonito piso de la Asociación de la Vivienda al lado del río, para a continuación depositar cínicamente al pobre cabrón en manos de los cuidados residenciales.

Que les den por culo a los hechos, esas cosas triviales, esos mezquinos celos que se convierten en parte de la mitología en un sitio como Leith, un sitio lleno de capullos entrometidos que no quieren ocuparse de sus propios asuntos. Un lugar para basura blanca desposeída en un país basura lleno de basura blanca desposeída. Hay quien dice que los irlandeses son la basura de Europa. Eso es una mierda. Son los escoceses. Los irlandeses tuvieron las narices de recuperar su país, o al menos la mayor parte de él. Recuerdo haberme cabreado cuando el hermano de Nicksy, abajo en Londres, describió a los escoceses como «negracos comedores de copos de avena». Ahora me doy cuenta de que lo único insultante de esa afirmación es su racismo contra los negros. Por lo demás, da en el clavo. Cualquiera te lo dirá; los escoceses son buenos soldados. Como mi hermano Billy.

Aquí también recelan del viejo. Por su acento de Glasgow, por el hecho de que desde que le despidieron de Parson’s haya vendido género en los mercados de Ingliston y East Fortune en vez de sentarse en el bar de Strathie’s lamentándose de todo hasta irse del tarro.

Sus intenciones son buenas, y tienen buenas intenciones por lo que a mí respecta, pero no hay forma bajo el sol en que puedan percatarse de cómo me siento yo, de lo que yo necesito.

Protégeme de los que desean ayudarme.

«Mamá… aprecio lo que tratas de hacer, pero necesito un pico para salir de esto con suavidad. Sólo uno, venga», suplico.

«Olvídalo, hijo.» Mi viejo ha entrado en la habitación sin que yo le oyese. La vieja ni siquiera tiene oportunidad de hablar. «Tienes puesta la cena. Más vale que espabiles, amigo, te lo aseguro.»

Su expresión es pétrea, tiene la barbilla adelantada y los brazos separados de los costados, como si estuviera dispuesto a darse de hostias conmigo.

«Sí… cierto», musito miserablemente desde debajo del edredón. Mamá me coloca una mano protectora sobre el hombro. Los dos estamos en regresión.

«Lo has cagao todo», acusa, para enumerar a continuación los cargos: «El aprendizaje. La universidad. Esa chiquita tan maja con la que te veías. Todas las oportunidades que tuviste, Mark, y las mandaste a tomar viento.»

No necesita perorar sobre que él nunca tuvo esas oportunidades porque se crió en Govan[49] y tuvo que dejar la escuela a los quince años para aprender un oficio. Eso va implícito. Cuando lo piensas, sin embargo, no es tan distinto de criarse en Leith y dejar la escuela a los dieciséis para ponerse a aprender un oficio. Sobre todo teniendo en cuenta que él no creció en una época de desempleo de masas. Con todo, no estoy en forma como para discutir, y aunque lo estuviese, con un weedjie[50] carece de objeto. Jamás he conocido a un weedjie que no pensara que ellos son los únicos proletarios que sufrían genuinamente en Escocia, Europa Occidental, el Mundo. La experiencia weedjie de la privación es la única experiencia relevante de la misma. Intento otra sugerencia.

«Eh, quizá vuelva otra vez a Londres. A pillar un curro y tal.» Casi estoy delirando. Me imagino que Matty está en la habitación. «Matty…», creo que lo dije. El puto dolor está empezando a aparecer, además.

«Estás en Babia, hijo. Tú no vas a ninguna parte. Si te vas a cagar, quiero estar al tanto.»

Ahí sí que había pocas probabilidades. La piedra que se estaba haciendo compacta dentro de mis entrañas tendría que ser extirpada quirúrgicamente. Tendría que empezar a forzarme a tragar la solución de Evacuol y estar dale que te pego durante días para alcanzar algún resultado en ese apartado.

Cuando el viejo se dio el piro, logré camelar a mi madre para que me diese un par de sus valiums. Los estuvo tomando durante seis meses tras la muerte de Davie. El caso es que como ella los dejó, ahora se ve a sí misma como una experta en rehabilitación de drogadictos. Esto es caballo, me cago en la hostia, madre queridísima.

Habré de estar bajo arresto domiciliario.

La mañana no fue agradable, pero resultó ser un picnic en comparación con la tarde. El viejo volvió de su misión de búsqueda de datos. Bibliotecas, establecimientos del instituto de la salud y oficinas de trabajo social fueron visitadas. Se llevaron a cabo investigaciones, se buscó consejo, se procuraron folletos.

Quería que me hiciera la prueba del sida. No quiero pasar otra vez por toda esa mierda.

Me levanto para cenar, frágil, doblado y quebradizo mientras lucho para bajar las escaleras. Cada movimiento hace que la sangre suba volando hasta mi cabeza palpitante. Hubo un momento en que pensé que simplemente reventaría, como un globo, enviando sangre, fragmentos craneales y materia gris sobre el aglomerado color crema de mamá.

La vieja me coloca en la cómoda silla junto al fuego enfrente de la tele, y me pone una bandeja sobre el regazo. Tengo convulsiones por dentro de todos modos, pero la carne picada tiene un aspecto nauseabundo.

«Ya te he dicho que no como carne, mamá», digo yo.

«Siempre te ha gustado la carne picada con patatas. Ahí es donde te has torcido, hijo, por no comer las cosas adecuadas. Hace falta comer carne.»

Ahora resulta que al parecer hay un nexo causal entre la adicción a la heroína y el vegetarianismo.

«Es buena carne de solomillo picada. Te la comerás», dice mi padre. Esto es totalmente ridículo.

Pensé en lanzarme hacia la puerta ahí mismo, incluso aunque llevase puesto un chándal y chanclas. Como si me leyese el pensamiento, el viejo saca un juego de llaves.

«La puerta permanecerá cerrada. También voy a poner un candado en tu puerta.»

«Esto es puto fascismo», digo yo, con sentimiento.

«No nos vengas con tus mierdas. Puedes llamarlo como quieras; si eso es lo que hace falta, eso es lo que vas a recibir. Y ojo con tu lenguaje en esta casa.»

Mamá estalla en una protesta apasionada: «Tu padre y yo, hijo, no es que queramos todo esto. No es así en absoluto. Es porque te queremos, hijo, tú y Billy sois todo lo que tenemos.» La mano de papá cae sobre la suya.

No puedo comerme esto. El viejo no está dispuesto a llegar al extremo de alimentarme a la fuerza, de manera que se ve obligado a aceptar el hecho de que la buena carne de solomillo picada se va echar a perder. En realidad no se echa a perder, puesto que él se come la mía. En vez de eso le doy sorbos a una sopa de tomate Heinz fría, que es lo único que puedo tomar cuando estoy con el mono. Me pareció abandonar mi cuerpo unos instantes, viendo un concurso en la caja tonta. Oía a mi viejo hablándole a mi vieja pero no podía apartar la vista del feo presentador del concurso y volver la cabeza hacia mis padres. La voz de papá casi parece proceder del aparato.

«… decía ahí que Escocia tiene el ocho por ciento de la población del Reino Unido pero el dieciséis por ciento de los casos de sida…» ¿Cuáles son las puntuaciones, señorita Ford?… «Edimburgo tiene el ocho por ciento de la población escocesa pero más del sesenta por ciento de las infecciones de sida de Escocia, con mucho el porcentaje más alto de Gran Bretaña…» ¡Daphne y John tienen once puntos, pero Lucy y Chris tienen quince!… «dicen que lo descubrieron haciendo pruebas de sangre por alguna otra razón, hepatitis o así, a gente en Muirhouse, y se percataron de la magnitud del problema…» ooh… ooh… bueno, mala suerte para estos perdedores tan deportivos, una ronda de aplausos para ellos, una ronda de aplausos… «como pille los nombres de la escoria que le hizo esto al chico, reuniré una cuadrilla y les arreglaré yo mismo, evidentemente a la policía no le interesa, les deja vender esa mierda en la calle…» no se irán con las manos vacías… «incluso aunque sea seropositivo no supone una sentencia de muerte automática. Eso es lo único que estoy diciendo, Cathy, que no es una sentencia de muerte automática…» Tom y Sylvia Heath de Leek en Staffordshire… «dice que no ha estado compartiendo agujas, pero le hemos cogido en mentiras otras veces…» aquí dice, Sylvia querida, que conociste a Tom cuando estaba mirando debajo de tu capó, oooh… «sólo estamos diciendo “aunque”, Cathy…» estaba arreglando tu coche que había ido a hacer una revisión, ah, ya veo… «espero que tuviera más cabeza que todo eso…» el primer juego se llama «tirando a matar»… «pero no es una sentencia de muerte automática…» ¡y quién mejor para enseñarnos cómo que mi viejo amigo de la Real Sociedad de Arquería de Gran Bretaña, el gran Len Holmes!… «eso es lo único que estoy diciendo, Cathy…».

Empecé a sentir una náusea abrumadora y la habitación comenzó a darme vueltas. Me caí de la silla y vomité sopa de tomate sobre la alfombra que hay junto al fuego. No recuerdo que me metieran en la cama. Ahí va mi primer amor, woo-hoo

Mi cuerpo estaba siendo retorcido y aplastado. Era como si me hubiese desvanecido en la calle y me hubiesen puesto encima un contenedor, y un pelotón de curriquis maníacos lo estuviese llenando de materiales pesados de la construcción, mientras al mismo tiempo metían afiladas varas debajo para hacerme el cuerpo brochetas. Con el tío con que yo solía

¿Qué puta hora es? Me pregunto qué 7.28. No puedo olvidarla…

Hazel

Mi corazón se rompe woo-hoo cuando la veo…

Echo para atrás el pesado edredón y miro a Paddy Stanton. Paddy. ¿Qué voy a hacer? Gordon Durie. Juke Box. ¿Qué coño pasa aquí? ¿Por qué nos dejaste, Juke Box, cacho cabrón? Iggy… tú has estado allí. Ayúdame, tío. AYÚDAME.

¿Qué es lo que dijiste acerca de todo el asunto?

NO ME ESTÁS AYUDANDO PARA NADA, CACHO CABRÓN… NI PIZCA DE PUTA AYUDA…

La sangre fluye sobre la almohada. Me he mordido la lengua. Gravemente seccionada a juzgar por lo que veo. Cada célula de mi cuerpo quiere abandonarlo, cada célula está chunga, duele, a remojo en puto veneno puro

cáncer

muerte

chungo chungo chungo

muerte muerte muerte

SIDA SIDA que OS follen a todos PUTOS CABRONES QUE OS FOLLEN A TODOS

GENTE AUTOINFLIGIDA CON CÁNCER - NO HAY OPCIÓN PARA ELLOS SE LO TIENEN MERECIDO

CULPA PROPIA SENTENCIA DE MUERTE AUTOMÁTICA

TIRAR TU VIDA A LA BASURA NO TIENE POR QUÉ SER UNA SENTENCIA DE MUERTE AUTOMÁTICA DESTRUIR

REHABILITAR

FASCISMO

BUENA ESPOSA

BUENOS CRÍOS

BUENA CASA

BUEN EMPLEO

BUENO

QUÉ BUENO VERTE, VERTE…

BUENO BUENO BUENO DESGOBIERNO CEREBRAL

DEMENCIA

HERPES CANDIDIASIS NEUMONÍA

TODA LA VIDA POR DELANTE BÚSCATE UNA BUENA CHICA Y SIENTA LA CABEZA…

Aún sigue siendo mi primer amor

LO PROVOCASTE TÚ MISMO

Sueño.

Más terrores. ¿Estoy dormido o despierto? ¿Quién coño lo sabe y a quién le importa? A mí no. El dolor sigue ahí. De una cosa estoy seguro. Si me muevo, me tragaré la lengua. Bonito pedazo de lengua. Eso es lo que no puedo esperar que mamá me traiga, como en los viejos tiempos. Ensalada de lengua. Envenena a tus hijos.

Te comerás esa lengua. Eso de ahí es un hermoso y sabroso pedacito de lengua, hijo.

TE COMERÁS ESA LENGUA.

Si no me muevo, mi lengua va a resbalar pescuezo abajo de todas formas. Noto cómo se mueve. Me levanto, consumido por un pánico ciego, y me da una arcada, pero no sube nada. El corazón me late en el pecho, y el sudor emana a chorros de mi demacrada figura.

Será esto suuuuueeeeeeeeeññññññoooooo.

Ay, joder. Hay algo aquí conmigo en esta habitación está saliendo del jodido techo encima de la cama.

Es un bebé. La pequeña Dawn, gateando por el techo. Llorando. Pero ahora me mira desde arriba.

«Me dejasteis moriiiiiir», dice. No es Dawn. No es la criíta.

Nah, quiero decir, esto es de puta locura.

El bebé tiene afilados dientes de vampiro de los que gotea sangre. Está cubierto de una viscosidad amarillo-verdosa. Sus ojos son los ojos de todos los psicópatas con los que me he topado.

«MematasteisjodidosmedejasteismorirtotalmenteídosmirandolasputasparedessojodidosporretanosyonquiscapullososvoyarreventarencanalymealimentarédevuestraputamiserablecarneyonquigrisenfermaempezandoportuputapolladeyonquiporqueyomorívirgennuncaecharéunpolvonuncallevarémaquillajeyropaguayynuncallegaréasernadaporquevosotrosjodidosyonquisnuncafuisteisavercómoestabamedejasteismorirasfixiarmehastamorirsabéisloquesesientesocabronesporquetengounaputaalmayaúnpuedosentirdolorsocabronesjodidosyonquiscapullosegoístasconvuestroputojacomeloquitasteisasíquevoyamasticartetuputapollaenfermahastaarrancártelaQUIERESUNAPUTAMAMADAQUIERESUNAPUTAMAMADAQUIERESUNAPUTAAAAAAAAA».

Salta desde el techo sobre mí. Mis dedos desgarran y rasgan la blanda carne de plastilina y la guarrada babosa pero la fea voz de pito sigue chillando y burlándose y yo me estremezco y me sacudo y me siento como si la cama se hubiese puesto de golpe en vertical y me estoy cayendo a través del puto suelo…

Será esto suuuuueeeeeeeeeññññññoooooo.

Allá va mi primer amor.

Después estoy otra vez en la cama, aún sujetando al bebé, achuchándolo suavemente. La pequeña Dawn. Una puta lástima.

Sólo es mi almohada. Hay sangre sobre la almohada. Quizá proceda de mi lengua; quizá la pequeña Dawn haya estado aquí.

En la vida tiene que haber algo menos que esto.

Más dolor, y después más sueño/dolor.

Cuando recompongo mi conciencia dispersa me percato de que ha pasado un período de tiempo. Cuánto, no lo sé. El reloj dice: 2:21.

Sick Boy está sentado en la silla mirándome. Tiene una cara de leve preocupación recubierta por un desprecio benigno y condescendiente. Mientras sorbe su taza de té y mastica una galleta de chocolate caigo en que mi madre y mi padre también están en la habitación.

¿Qué cojones pasa aquí?

Lo que cojones pasa es «Simon está aquí», anuncia mamá, confirmando que no alucino a menos que el espejismo tenga contenido audio además de visual. Como Dawn. Cada amanecer me muero.

Le sonrío. El papá de Dawn. «Todo bien, Si.»

El muy hijoputa es el encanto personificado. Cháchara jocosa y colegui sobre el fútbol con el huno de mi viejo, comportamiento de preocupado médico de cabecera amigo de la familia con mi vieja.

«Es un juego de perdedores, señora Renton. No trato de decir que yo sea inocente, estoy muy lejos de serlo, pero llega un punto en que sencillamente tienes que volverle la espalda a ese sinsentido y decir no.»

Simplemente di no. Es fácil. Elige la vida.

A mis padres les resulta imposible creer que el «Joven Simon» (que es cuatro meses mayor que yo, y a mí nunca me llaman el «Joven Mark») podría quizá tener algo que ver con las drogas, más allá del esporádico flirt experimental de juventud. El Joven Simon está identificado a sus ojos con el éxito ostentoso. Ahí tienes a las amigas del Joven Simon, la elegante ropa del Joven Simon, el moreno del Joven Simon, el piso en el centro del Joven Simon. Incluso ven los saltos del Joven Simon hasta Londres como más capítulos llenos de colorido dentro de las marchosas aventuras de capa y espada del amable caballero de los Pisos Bananeros de Leith, en tanto que mis viajes al sur evocan invariablemente a sus ojos asociaciones canallescas e insalubres. Sin embargo, el Joven Simon no puede obrar mal. Ven a ese cabrón como una especie de Oor Wullie[51] para la generación del vídeo.

¿Se inmiscuirá Dawn en los sueños de Sick Boy? No.

Aunque nunca lo han dicho con claridad, mi madre y mi padre sospechan que mis problemas de drogas se deben a mi trato con el «chico de los Murphy». Esto se debe a que Spud es un bastardo vago y desaliñado, que está colgado por naturaleza y parece que va de algo incluso cuando está desenganchado. Spud es incapaz de molestar a un amante rechazado con una mala resaca. Por otra parte, a Begbie, ese jodido loco psycho total del Pordiosero, me lo muestran como modelo arquetípico de hombría Ecosse. Sí, puede haber pobres cabrones sacándose trozos de jarras de cerveza de la cara cuando Franco se alborota, pero el muchacho trabaja duro y juega duro, etcétera, etcétera.

Después de ser tratado como un capullo simplón durante una hora más o menos por todos los presentes, mis padres abandonan el cuarto, convencidos de que Sick Boy está auténticamente limpio de drogas y que no tiene intención de pasarle subrepticiamente a su retoño heroína alguna, por desgracia.

«Como en los viejos tiempos por aquí, ¿eh?», dice, mirando mis pósters.

«Espera, sacaré el Subbuteo y los libros guarros.» Solíamos hacernos pajas con revistas porno de chavalines. Hoy día, hecho un semental, Sick Boy odia que le recuerden los primeros pasos de su desarrollo sexual. Como de costumbre, cambia de tema.

«Menuda jeta llevas puesta», dice. ¿Qué coño espera el cabrón bajo las circunstancias presentes?

«Pues claro que la tengo, joder. Estoy aquí con el puto síndrome, Si. Tienes que pillarme algo de jaco.»

«Ni de coña. Yo voy a seguir desenganchado, Mark. Si empiezo a frecuentar a perdedores como Spud, Swanney y tal, volveré a picarme otra vez enseguida. Ni hablar», dice a través de sus labios fruncidos y sacudiendo la cabeza.

«Gracias, colega. Eres todo corazón.»

«Deja ya de quejarte. Yo sé lo mal que se pasa. Pasé por ello unas cuantas veces y tal, ¿te acuerdas? Llevas un par de días desenganchado. Ya casi has pasado lo peor. Ya sé que duele, pero si empiezas a picarte ahora, ya la has cagao. Sigue tomándote los valiums. Te pillaré un poco de hachís para el fin de semana.»

«¿Hachís? ¡Hachís! Eres un jodido bromista. ¿Por qué no probar ya puestos a combatir el hambre en el Tercer Mundo con un paquete de guisantes ultracongelados?»

«No, pero escúchame, tío. Una vez se vaya el dolor, entonces es cuando empieza la verdadera batalla. Depresión. Aburrimiento. Te lo aseguro, tío, te sentirás tan hundido que querrás quitarte de en medio. Necesitas algo para seguir tirando. Yo empecé a privar como loco en cuanto me desenganché del jaco. Hubo un momento en que estaba apurando una botella de tequila al día. ¡Hasta a Segundo Premio le avergonzaba mi compañía! Ahora ya me he desenganchado de la priva, y me veo con algunas periquitas.»

Me pasó una foto. Mostraba a Sick Boy con una chica preciosa.

«Fabienne. Es francesa. Está aquí de vacaciones. Ésta nos la tomaron en el monumento a Scott. Voy a su queo de París el mes que viene. Y a continuación a Córcega. Sus viejos tienen algo allí. Un ambiente jodidamente subliminal, tío. Oír a una mujer hablar en francés cuando te la estás follando es todo un puntazo.»

«Sí, pero ¿qué dice? Apuesto a que es algo como: Tu polla es, cómo se dise, minúscula, has empesado ya… Apuesto a que por eso habla en francés.»

Me concedió esa sonrisa paciente y condescendiente que dice has-terminado-ya-del-todo.

«Sobre ese tema particular, estuve hablando la semana pasada con Laura McEwan. Me confesó que tú tenías problemas en ese mismísimo aspecto. Me dijo que la última vez que acabó quedándose contigo no se te levantaba ni el ánimo.»

Logro sonreír y me encojo de hombros. Pensé que había salido indemne de aquel desastre.

«Dice que no podías satisfacerte a ti mismo, y no digamos a ninguna menda, con ese puto dedal que tienes la caradura de llamar pene.»

No hay mucho que pueda decirle a Sick Boy en el tema del tamaño del rabo. El suyo es más grande, no cabe duda. Cuando éramos más jóvenes nos solíamos hacer fotos de la cola en la cabina de Waverley Station. Después metíamos las fotos en los paneles de cristal de las viejas paradas grises de autobús para que la gente las viese. Solíamos llamarlas nuestras exhibiciones de arte públicas. Consciente del hecho de que la de Sick Boy era más grande, acercaba la polla lo más posible al objetivo de la cámara. Desgraciadamente, el capullo pronto lo descubrió y empezó a hacer lo mismo.

Sobre el particular tema de mi desastre con Laura McEwan había aún menos que decir. Laura es una majarona. Asusta en el mejor de los casos. Tengo más marcas de cicatrices en el cuerpo a raíz de una noche con ella de las que jamás me hayan producido las agujas. Puse todas las excusas que pude sobre el particular. Es tan deprimente que la gente no deje pasar estas cosas. Sick Boy está empeñado en que todo quisque sepa lo mal que me lo hago en la cama.

«Vale, reconozco que fue una actuación penosa que te cagas. Pero estaba pedo y ciego, y fue ella la que me arrastró hasta su dormitorio, no al revés. ¿Qué coño esperaba?»

Soltó una risita burlona. El hijoputa siempre te daba la impresión de que tenía todavía más material selecto para ponerte a parir que se reservaba para otra ocasión.

«Bueno, colega, piensa en lo que te estás perdiendo. Estuve olisqueando por los jardines el otro día. Colegialas por todas partes. Enciendes un peta y son como moscas alrededor de una mierda. Está a tope de hembras. Hay chocho extranjero por doquier, algunas muriéndose de ganas. Hasta he visto algunas preciosidades en Leith, me cago en la hostia. Y hablando de preciosidades, Mickey Weir estuvo brillante que te cagas en Easter Road el sábado. Todos los muchachos preguntaron dónde has estado. Recuerda, hay conciertos de Iggy Pop y los Pogues dentro de poco. Ya va siendo puta hora de que te organices y empieces a vivir tu puta vida. No puedes esconderte en habitaciones oscuras el resto de tu vida.»

Realmente no estaba interesado en la mierda del cabrón.

«Necesito de verdad sólo un piquito, Si, para desengancharme suavemente. Incluso un trago de metadona.»

«Si eres buen chico, a lo mejor te dan un poco de Tartán Special aguada. Tu madre estaba diciendo que a lo mejor te lleva al Club de los Estibadores el viernes por la noche; siempre y cuando prometas portarte de lo mejorcito.»

Cuando el capullo condescendiente se marchó, le eché de menos. Casi me apartó de mí mismo. Fue como en los viejos tiempos, pero de una manera que sólo servía para recordar cuánto habían cambiado las cosas. Algo había sucedido. Había sucedido el jaco. Ya viviera con él, muriese con él o viviese sin él, sabía que las cosas nunca podrían volver a ser iguales. Tengo que salir de Leith, salir de Escocia. Para siempre. Enseguida, no sólo a Londres durante seis meses. Las limitaciones y la fealdad de este sitio me han sido reveladas y nunca más podré volver a verlo bajo la misma luz.

A lo largo de los días siguientes, el dolor remitió ligeramente. Incluso empecé a cocinar un poco. Todos los capullos bajo el sol creen que su madre es la mejor cocinera del mundo. Yo también lo pensaba hasta que me fui a vivir por mi cuenta. Entonces comprendí que madre es una cocinera de mierda. Así que he empezado a hacer la cena. El viejo se burla de la «comida para conejos», pero creo que en secreto disfruta de mis chiles, currys y cazuelas. La vieja parece vagamente resentida ante la invasión de lo que considera su terreno, la cocina, y bala sobre la necesidad de la carne en la dieta; pero creo que disfruta del papeo y todo.

Sin embargo, el dolor está siendo reemplazado por una fea, poderosa y negra depresión. Jamás he conocido una sensación de desesperanza tan completa y absoluta, moteada únicamente por asaltos de cruda ansiedad. Me inmoviliza hasta el extremo de que estoy sentado en una silla odiando un programa de la tele y aun así me parece que sucederá algo terrible si intento cambiar de canal. Estoy sentado, reventando de ganas de ir a mear, pero demasiado asustado para subir al cagadero por si hay algo acechando en las escaleras. Sick Boy me advirtió sobre esto, y yo lo había experimentado ya en el pasado; pero no hay preaviso o experiencia anterior que pueda prepararte plenamente para ello. Hace que la peor de las resacas alcohólicas parezca un idílico sueño húmedo.

Mi corazón se está rompiendo woo-hoo. Pulsar un mando. Gracias a Dios por el mando de control remoto. Puedes entrar en mundos distintos con sólo apretar un botón. Cuando la veo sosteniendo el reemplazo de un equipo deportivo desgastado el tío dice algo acerca de una flagrante falta de medidas de input y output detalladas que pueden ser agregadas para permitir que los beneficios sean evaluados y comprobados a nivel de un área, en términos de su efectividad y eficiencia, y esto es algo que los ciudadanos, que después de todo son los que pagan las cuentas tendrán.

«¿Café, Mark?, ¿quieres un café?», pregunta mamá.

No puedo responder. Sí, por favor. No, gracias. Quiero y no quiero. No digas nada. Deja que mamá decida si debo o no debo tomar un café. Restituir o delegar en ella ese nivel de poder, o de toma de decisiones. Poder restituido es poder retenido.

«Tengo un bonito vestidito para la pequeña de Angela», dice mamá, sosteniendo lo que sólo puede ser descrito como un bonito vestidito. Mamá no parece darse cuenta de que yo no sé quién es Angela, mucho menos la criatura que habrá de ser la presunta destinataria de ese bonito vestidito. Me limito a asentir y sonreír. La vida de mamá y la mía se bifurcaron por distintas tangentes hace años. El punto de contacto es fuerte pero oscuro. Yo podría decir: Le compré una bonita ración de jaco al colega de Seeker, el capullo dentudo cuyo nombre se me escapa. Eso es: mamá le compra vestidos a gente que yo no conozco, yo le compro jaco a gente que ella no conoce.

Papá se está dejando bigote. Con ese pelo tan corto parecerá un homosexual liberado, un clon. Freddy Mercury. No comprende esa cultura. Se lo explico y no quiere saber nada.

Al día siguiente, sin embargo, el bigote ha desaparecido. Ahora a papá «ya no le motiva» dejárselo. Claire Grogan está cantando «Don’t Talk To Me About Love» en Radio Forth y mamá está haciendo sopa de lentejas en la cocina. Yo he estado cantando en mi cabeza todo el día «She’s Lost Control» de Joy División. Ian Curtís. Matty. Pienso en ellos entrelazados de alguna forma; pero lo único que tenían en común era el deseo de muerte.

Eso es lo único que merece mencionarse acerca de ese día.

Cuando llega el fin de semana, ya no es tan malo. Si me consiguió un poco de costo, pero era hachís normal de Edimburgo, que por lo general es una mierda. Hago algo de pastel espacial con él, y eso lo mejora. Hasta me pongo un poco tripi en mi cuarto por la tarde. Con todo, aún no me sentía en condiciones de salir, sobre todo al puto Club de Estibadores con mi madre y mi padre, pero decidí hacer el esfuerzo por ellos, pues necesitaban un respiro. Mi madre y mi padre raras veces se perdían un sábado por la noche en el club.

Camino muy pendiente de mí mismo por Great Junction Street, sin que el viejo jamás me quite los ojos de encima por si intento salir por patas. Me topo con Mally en el Pie de Leith Walk, y charlamos un ratito. El viejo interviene, conduciéndome hacia adelante y mirando a Mally como si quisiera romperle las piernas a ese malvado traficante. Pobre Mally, que ni siquiera tocaría un porro. Lloyd Beattie, que era buen colega mío hace años, hasta que todo quisque supo que se había estado follando a su propia hermana, asintió tímidamente con la cabeza al verme.

En el club, la gente luce grandes sonrisas para el viejo y la vieja y forzadas para mí. Era consciente de algunos susurros, seguidos por silencios, cuando cogimos una mesa. Papá me da una palmada en la espalda y me guiña un ojo y mamá me suelta una sonrisa entrañablemente tierna y agobiantemente indulgente. Qué duda cabe, no son malos estos viejos capullos. Quiero a estos cabrones a morir, la verdad sea dicha.

Pienso en cómo deben de sentirse acerca de cómo les he salido. Una puta lástima. Con todo, aquí estoy. La pobre Lesley nunca verá crecer a la pequeña Dawn. Les y Sick el jodido y Lesley, dicen que ella está en el Southern General de Glasgow ahora, en un pulmón artificial. Se hinchó de Paracetamol. Se fue a Glasgow para alejarse del rollo del jaco y acabó instalándose en Possil con Skreel y Garbo. Para algunos cabrones no hay escapatoria. El hara-kiri era la mejor opción para Les.

Swanney se portó como el viejo sensiblero de siempre: «Estos días los putos weedjies reciben toda la buena mandanga. Ellos le pegan a esa mierda farmacéutica pura mientras nosotros nos vemos reducidos a machacar cualquier píldora a la que podemos echarle el guante. Es un desperdicio darles buena mandanga a esos cabrones, la mayoría ni siquiera se la inyectan. Fumar y esnifar jaco, vaya desperdicio», espetó con desprecio. «Y esa puta Lesley: debería estar soplándole al Cisne Blanco cómo hacerse con ese tema. ¿Acaso me hace llegar algo a mí? Nah. No hace más que sentarse y lamentarse por ella y por su cría. Una pena y tal, ya sabes, no me malinterpretes. La cosa es que hay oportunidades y eso. Esperaría uno que saltara ante la oportunidad de levantar el vuelo. Libre de la responsabilidad de ser madre soltera.»

Libre de responsabilidad. Eso suena bien. A mí me gustaría estar libre de la responsabilidad de estar sentado en este puto club.

Jocky Linton se acerca y se une a nosotros. El careto de Jocky tiene la forma de un huevo de costado. Tiene espesos cabellos negros con motas plateadas. Viste una camisa azul de manga corta que expone sus tatuajes. En un brazo pone «Jocky y Elaine - El Verdadero Amor Nunca Morirá» y «Escocia» con un león rampante en el otro. Desgraciadamente, el verdadero amor mordió el polvo y Elaine se dio el piro hace mucho. Jocky vive ahora con Margaret, que obviamente odia el tatuaje, pero cada vez que va a que le pongan otro encima, se caga, dando excusas sobre el miedo al virus con las agujas. Evidentemente es mierda pura, una débil excusa porque aún sostiene velas por Elaine. Lo que mejor recuerdo de Jocky es cuando cantaba en las fiestas. Solía cantar el My Sweet Lord de George Harrison, ésa era su pieza para las fiestas. Sin embargo, Jocky nunca dominó la letra del todo. Sólo se sabía el título y el «de verdad quiero verte, Señor» y el resto era da-da-da-da-da-da-da.

«Day-vie. Cah-thy. Es-tás-pre-cio-sa-es-ta-no-che-mu-ñe-ca. No-se-te-o-cu-rra-vol-ver-la-es-pal-da-Ren-ton-o-me-fu-ga-ré-con-ella. Ru-fián-de-Glas-gow es-tás he-cho.» Jocky escupía sus sílabas estilo Kalashnikov.

La vieja intenta poner cara de coqueta, y su expresión me hace sentir un poco revuelto el estómago. Me limito a ocultarme detrás de una pinta de lager y por una vez en mi vida me alegro de ver el silencio total que impone la partida de bingo del club. Mi habitual irritación al ver cada una de mis palabras escrutadas por cretinos queda ahora reemplazada por una sensación de puro éxtasis.

Yo tenía bingo, pero no quería hablar, ni llamar atención alguna sobre mí. Parece no obstante que el destino —y Jocky— estaban decididos a no respetar mis deseos de anonimato. El capullo se fija en mi tarjeta.

«¡BINGO! Ése-e-res-tú-Mark. Tie-ne bin-go. ¡AQUÍ! Ni-si-quie-ra-i-ba-a-gri-tar. Ven-ga-cha-val. Pon-te-las-pu-tas-pi-las.»

Le sonrío benévolamente a Jocky, deseándole al mismo tiempo al entrometido capullo una pronta y violenta muerte.

Esta lager es como el contenido de una letrina embozada, cargada de C02. Después del primer trago, me entra un espasmo violento y nauseabundo. Papá me da un palmada en la espalda. Después de esto no puedo ni tocar mi pinta, pero Jocky y el viejo se las ventilan continuamente una detrás de otra. Aparece Margaret y al poco rato ella y la vieja están dando buena cuenta de los vodkas con tónica y las Carlsberg Specials. La banda se pone a tocar, cosa que al principio recibo como una tregua de la charla.

Mi madre y mi padre se levantan a bailar con «Sultans of Swing».

«Me gustan esos Dire Straits», hace notar Margaret. «Tienen un público joven, pero gustan a gente de todas las edades.»

Casi estoy tentado de refutar vigorosamente esa cretina afirmación. Sin embargo, me conformo con hablar de fútbol con Jocky.

«Hab-ría-que-fu-si-lar-a-Rox-burgh. Ésa-es-la-pe-or-a-li-nea-ción-es-co-ce-sa-que-ja-más-he-vis-to», afirma Jocky, sacando la barbilla para fuera.

«En realidad no es culpa suya. Sólo se puede mear con la polla que se tiene. ¿Quién más hay?»

«Sí, no-te-fal-ta-ra-zón… Pe-ro-me-gus-ta-ría-ver-a-John-Raw-lins-con-u-na-bue-na-o-por-tu-ni-dad. La-me-re-ce. Es-el-go-le-a-dor-más-con-sis-ten-te-de-Es-co-cia.»

Continuamos con nuestra discusión ritual, y yo intentando buscar siquiera una apariencia de pasión que le diese un hálito de vida, y fracasando miserablemente.

Noto que Jocky y Margaret han sido aleccionados para asegurarse de que no intente escabullirme. Se turnan todos para supervisarme, no saliendo a bailar los cuatro a la vez. Jocky y mi madre con «The Wanderer», Margaret y mi padre con «Jolene», mi madre y mi padre otra vez con «Rollin Down The River», Margaret y Jocky con «Save The Last Dance For Me».

Mientras el obeso cantante se lanza a interpretar «Song Sung Blue», la vieja me arrastra hasta la pista de baile como si fuera una muñeca de trapo. Sudo a chorros bajo las luces mientras mamá menea lo que tiene y yo me agito con pudor. La humillación se intensifica cuando me percato de que los capullos están haciendo un popurrí de Neil Diamond. Tengo que pasar por «Forever In Blue Jeans», «Love On The Rocks» y «Beautiful Noise». Para cuando llega «Sweet Caroline» estoy a punto de desvanecerme. La vieja me obliga a imitar al resto de los desgraciaos del lugar sacudiendo las manos en el aire mientras cantan:

«HAAANDS… TOUCHING HAANDS… REACHING OUUUT… TOUCHING YOOOU… TOUCHING MEEE…»

Echo un vistazo hacia la mesa, y Jocky está en su elemento, un Al Jolson de Leith.

Tras esta prueba, viene otra. El viejo me pasa subrepticiamente un billete de diez y me dice que traiga una ronda. Es evidente que las habilidades sociales y el entrenamiento para aumentar la confianza están en la agenda de esta noche. Llevo la bandeja hasta la barra y me pongo en la fila. Miro hacia la puerta, sintiendo el billete nuevo en la mano. El precio de unos pocos granos. Podría estar en casa de Seeker o Johnny Swan, la Madre Superiora, en media hora; chutarme hasta salir de esta pesadilla. Entonces guipo al viejo de pie junto a la puerta, mirándome como si él fuera el gorila y yo un buscabullas en potencia. Sólo que su papel era impedir que me marchase, en vez de arrojarme a la calle.

Éste es un rollo perverso.

Me vuelvo otra vez para la cola y veo a una chica, Tricia McKinlay, con la que fui al colegio. Preferiría no hablar con nadie, pero ahora no puedo ignorarla, pues se le dibuja una sonrisa al reconocerme.

«¿Va todo bien, Tricia?»

«Ah, hola, Mark. Mucho tiempo sin verte. ¿Cómo te va?»

«No tan mal. ¿Y a ti?»

«Acabas por ver de todo. Éste es Gerry. Gerry, éste es Mark, iba a mi clase en el instituto. Ahora parece que fue hace mucho, ¿no?»

Me presenta a un gorila tosco y sudoroso que gruñe en mi dirección. Yo asiento con la cabeza.

«Sí. Desde luego.»

«¿Aún ves a Simon?» Todas las hembras preguntan por Sick Boy. Me pone enfermo.

«Sí. Ha estado en casa hoy. Se va pronto a París. Y después a Córcega.»

Tricia sonríe y el gorila mira con gesto de desaprobación. El tío tiene una cara que simplemente desaprueba al mundo en general y parece dispuesta a liarse a hostias con él. Estoy seguro de que es uno de los Sutherland. Decididamente, Tricia podía habérselo montado mejor. Había mogollón de tíos en el colegio que iban detrás de ella. Yo solía andar por ahí con ella con la esperanza de que la gente pensara que salíamos juntos, con la esperanza de acabar saliendo con ella por una especie de osmosis. Una vez empecé a creerme mi propia propaganda, y recibí un saludable bofetón en la jeta al intentar subirle la mano por el jersey cuando estábamos en la vía de tren abandonada. Sick Boy se la folló, sin embargo, el cabrón.

«Nuestro Simon siempre se lo ha montado», dice con una sonrisa pensativa.

Papá Simon.

«Desde luego que sí. Estupro, proxenetismo, tráfico de drogas, extorsión. Ése es nuestro Simon.» Me sorprendió la amargura en mi voz. Sick Boy era mi mejor colega, bueno, Sick Boy y Spud… y puede que Tommy. ¿Por qué le estoy dando tan mala prensa al cabrón? ¿Es sólo a cuenta de su negligencia ante sus deberes paternos, o más bien su falta de reconocimiento de su estatus de padre? Es más probable que sea porque envidio al capullo. A él no le importa nada. Puesto que nada le importa, no puede ser herido. Jamás.

Sea cual sea la razón, a Tricia le hace flipar.

«Eh… bueno, bien, eh, nos vemos, Mark.»

Se marchan rápidamente, Tricia llevando la bandeja de copas y el gorila Sutherland (o al menos yo pensaba que era uno de los Sutherland) mirándome, con los nudillos casi rozando el barniz de la pista de baile.

Estaba fuera de lugar poner a parir a Sick Boy de esa manera. Es que lo odio cuando el cabrón sale ileso de todo y a mí me pintan como el gran villano de la función. Supongo que eso no es más que mi percepción de las cosas. Sick Boy tiene sus ansiedades, su dolor personal. También tiene probablemente más enemigos que yo. Indudablemente así es. Con todo, qué coño.

Llevo las bebidas hasta la mesa.

«¿Estás bien, hijo?», me pregunta mamá.

«Como nuevo mamá, como nuevo», digo, tratando de sonar como James Cagney y fracasando patéticamente; como hago con la mayoría de las cosas. Aun así, el fracaso, el éxito, ¿qué son? A quién le importa un carajo. Todos vivimos, después morimos, y en un espacio de tiempo bastante corto y tal. Eso es todo; final de la puta historia.