Jamás me han encarcelado a cuenta del jaco. Sin embargo, mogollón de capullos han probado a rehabilitarme. La rehabilitación es una mierda; a veces pienso que estaría mejor encerrado. La rehabilitación significa la rendición del yo.

Me han dado las señas de un montón de consejeros, con antecedentes que van desde la psiquiatría pura a la psicología clínica, pasando por el trabajo social. El doctor Forbes, el psiquiatra, empleó técnicas de asistencia no dirigidas, basando su estrategia ampliamente en el psicoanálisis freudiano. Esto entrañaba el hacerme hablar de mi vida pasada y enfatizar los conflictos no resueltos, siendo la suposición que la identificación y resolución de tales conflictos suprimiría la ira que alienta mi comportamiento autodestructivo, comportamiento que se manifiesta en mi empleo de las drogas duras.

Un intercambio típico: Dr. Forbes: Mencionaste a tu hermano, el que tenía la, eh, discapacidad. El que murió. ¿Podemos hablar sobre él?

(pausa)

Yo: ¿Por qué?

(pausa)

Dr. Forbes: ¿Te resistes a hablar de tu hermano?

Yo: Nah. Es sólo que no veo la relevancia que eso tiene en mi adicción al caballo.

Dr. Forbes: Al parecer empezaste a picarte habitualmente alrededor del momento en que murió tu hermano.

Yo: Pasaron muchas cosas en aquel momento. Realmente no estoy seguro de que sea relevante aislar la muerte de mi hermano. Fui a Aberdeen en aquel momento; a la universidad. La odiaba. Entonces empecé a cruzar el canal en los ferries que iban a Holanda. Acceso a todos los picos que uno podría desear,

(pausa)

Dr. Forbes: Quisiera volver a Aberdeen. ¿Dices que odiabas Aberdeen?

Yo: Sí.

Dr. Forbes: ¿Qué era lo que odiabas de Aberdeen?

Yo: La universidad. Los profesores, los estudiantes y todo eso. Pensé que eran todos unos capullos de clase media aburridos.

Dr. Forbes: Ya veo. Eras incapaz de formar relaciones con la gente que había allí.

Yo: No era tanto falta de capacidad como falta de ganas, aunque supongo que para tus propósitos significa lo mismo (el doctor Forbes encoge los hombros con gesto indiferente)… no tenía interés alguno en ningún cabrón de por allí,

(pausa)

Quiero decir, que verdaderamente no veía para qué. Sabía que no iba a estar allí mucho tiempo. Si quería palique, me iba al pub. Si quería echar un polvo, me iba con una prostituta.

Dr. Forbes: ¿Pasaste tiempo con prostitutas?

Yo: Sí.

Dr. Forbes: ¿Se debía esto a que carecías de confianza en tu capacidad para establecer lazos sociales y sexuales con mujeres de la universidad?

(pausa)

Yo: Nah, sí que conocí a un par de chicas.

Dr. Forbes: ¿Qué pasó?

Yo: A mí sólo me interesaba el sexo, en vez de una relación. Realmente no tenía la motivación como para intentar disimularlo. Vi a esas mujeres como puros medios de satisfacer mis necesidades sexuales. Decidí que era más honesto acudir a una prostituta en vez de jugar a engañarlas. Era un cabrón bastante moral en aquellos tiempos. Así que me gasté el dinero de la beca en prostitutas, y robaba la comida y los libros. Eso es lo que dio comienzo a los robos. No era el jaco realmente, aunque obviamente no ayudó.

Dr. Forbes: Mmmm. ¿Podemos volver a tu hermano, el que tenía la discapacidad? ¿Cómo te sentías respecto de él?

Yo: No estoy muy seguro… mira, el tío estaba fuera de juego. No estaba allí. Totalmente paralizado. Lo único que hacía era estar sentado todo el día en esa silla con la cabeza vuelta para un lado. Lo único que podía hacer era parpadear y tragar. A veces hacía ruiditos… era como un objeto, más que una persona,

(pausa)

Supongo que estaba resentido con él cuando era más joven. Quiero decir, mi madre lo sacaba a pasear en su carrito. Esa cosa grande y sobredimensionada en un puto carrito, sabes. Nos convertía a mí y a mi hermano mayor, Billy, en el hazmerreír de los demás niños. Nos decían: «Tu hermano es un espasmódico» o «Tu hermano es un zombi» y toda esa mierda. No eran más que críos, lo sé, pero entonces no parecía así. Porque yo era alto y torpe de chavalín, empecé a creer que algo andaba mal conmigo y eso, que de algún modo era como Davie…

(larga pausa)

Dr. Forbes: ¿Así que sentías resentimiento contra tu hermano?

Yo: Sí, de crío, de chavalillo, sí. Después ingresó en el hospital. Supongo que, entonces, pues problema resuelto, ¿sabes? Ojos que no ven, corazón que no siente. Le visité unas cuantas veces, pero no parecía tener sentido. No había interacción, ¿entiendes? Lo vi simplemente como una de esas crueles jugadas que tiene la vida. Al pobre Davie le tocó la mano más mierdera posible. Triste que te cagas, pero no puedes pasarte el resto de tu vida llorando por eso. Estaba donde mejor podía estar, se ocupaban bien de él. Cuando murió, me sentí culpable de haber estado resentido contra él, culpable quizá por no haber hecho un esfuerzo un poco mayor. ¿Pero qué se hace en estos casos?

(pausa)

Dr. Forbes: ¿Has hablado antes de estos sentimientos?

Yo: Nah… bueno, quizá los haya mencionado a mi madre y mi padre…

Así solía ir la cosa. Un montón de temas sacados a la luz; algunos triviales, algunos fuertes, algunos aburridos, algunos interesantes. A veces decía la verdad, a veces mentía. Cuando mentía, a veces decía las cosas que pensaba que él querría oír y a veces decía algo que pensaba que le cabrearía o le confundiría.

Pero que me jodan si veo la relación entre todo eso y meterse jaco.

De todas formas sí que aprendí algunas cosas, basándome en las revelaciones de Forbes y mis propias investigaciones del psicoanálisis y de cómo mi comportamiento debería ser interpretado. Tengo una relación sin resolver con mi hermano muerto, Davie, pues he sido incapaz de desentrañar o expresar mis sentimientos acerca de su catatónica vida y subsiguiente muerte. Tengo sentimientos edípicos hacia mi madre y unos celos latentes sin resolver hacia mi padre. Mi conducta con el jaco es de tipo anal, en busca de atenciones, sí, pero en vez de retener las heces para rebelarme contra la autoridad familiar, me meto jaco en el cuerpo para reivindicar el poder sobre él de cara a la sociedad en general. Vaya mamoneo, ¿eh?

Todo esto puede o no ser cierto. He meditado acerca de gran parte de ello y estoy dispuesto a explorarlo; no me siento a la defensiva en relación con ningún aspecto. Sin embargo, me parece que en el mejor de los casos resulta periférico respecto a la cuestión de mi adicción. Desde luego, hablar de ello largo y tendido no ha servido para nada. Creo que Forbes está tan desconcertado como yo.

La psicóloga clínica Molly Greaves tendía a observar mi conducta y las formas de modificarla, en vez de determinar sus causas. Parecía como si Forbes hubiese hecho lo suyo, ahora era el momento de corregirme. Entonces fue cuando empecé con el programa de reducción, que sencillamente no funcionó, seguido por el tratamiento de metadona, que me hizo empeorar.

Tom Curzon, el consejero de la agencia para las drogas, un tío con un trasfondo más de trabajo social que médico, estaba metido en terapias rogerianas centradas en el cliente. Fui a la Biblioteca Central y leí El proceso de convertirse en persona de Carl Rogers. Pensé que el libro era una mierda, pero tengo que reconocer que Tom parecía aproximarme más a lo que me pareció podía ser la verdad. Me despreciaba a mí mismo y al mundo porque no quería enfrentarme a mis limitaciones y a las de la vida misma.

La aceptación de limitaciones derrotistas parecía pues constituir la salud mental, o el comportamiento no desviado.

El éxito y el fracaso significan simplemente la satisfacción y la frustración del deseo. El deseo puede ser predominantemente intrínseco, basado en nuestros impulsos individuales, o extrínseco, estimulado primordialmente por la publicidad, o los modelos de conducta social tal y como nos son presentados por los medios de comunicación y la cultura popular. A Tom le parece que mi concepto del éxito y el fracaso sólo opera a un nivel individual más que a un nivel individual y social. Debido a esta incapacidad en reconocer las recompensas sociales, el éxito (y el fracaso) sólo pueden ser experiencias pasajeras para mí, puesto que esa experiencia no puede apoyarse en la concesión socialmente organizada de la riqueza, el poder, el estatus, etc., ni, en caso de fracaso, en los estigmas o el reproche. Así que, según Tom, es inútil que me digan lo bien que he hecho los exámenes, o que tengo un buen trabajo, o que he ligado con una tía estupenda; ese tipo de alabanzas no significa nada para mí. Por supuesto, disfruto de estas cosas en su momento, o por sí mismas, pero su valor no puede mantenerse porque no hay reconocimiento alguno de la sociedad que las valora. Lo que Tom trata de decir, supongo, es que me importa todo un carajo. ¿Por qué?

Así que esto nos lleva otra vez a mi alienación frente a la sociedad. El problema es que Tom se niega a aceptar mi punto de vista de que la sociedad no puede ser cambiada para hacerla significativamente mejor, o que yo no puedo cambiar para facilitarle las cosas. Semejante estado de cosas induce depresión por mi parte, toda la ira se vuelve hacia dentro. Eso es lo que es la depresión, dicen. Sin embargo, la depresión también produce desmotivación. Un vacío que crece en tu interior. El caballo llena el vacío, y también me ayuda a satisfacer mi necesidad de autodestruirme, el rollo de la ira vuelta para dentro otra vez.

Así que, básicamente, aquí estoy de acuerdo con Tom. Donde hay divergencia es en que él se niega a ver este cuadro en su total crudeza. Él cree que padezco por insuficiencia de autoestima, y que me niego a reconocerlo proyectando la culpa sobre la sociedad. Él piensa que mi mecanismo para anular las recompensas y alabanzas (y también la condena) que la sociedad pone a mi alcance no es un rechazo de estos valores de por sí, sino un indicio de que no me siento lo bastante bueno (o lo bastante malo) para aceptarlos. En vez de coger y decir: No creo que posea estas cualidades (o: Pienso que soy mejor que todo eso), digo: De todos modos, es un montón de puta mierda.

Hazel me dijo, justo antes de decirme que no quería verme más, cuando empecé a picarme por enésima vez: «Sólo quieres joder la marrana con las drogas para que todo el mundo piense lo profundo y lo jodidamente complicado que eres. Resulta patético, y es un puto aburrimiento.»

En cierto sentido, prefiero el punto de vista de Hazel. Hay un elemento de ego en él. Hazel entiende de las necesidades del ego. Es escaparatista en un gran almacén, pero se describe a sí misma como una «artista del despliegue para el consumo» o algo así. ¿Por qué iba yo a rechazar al mundo, verme a mí mismo como mejor que él? Porque sí, por eso. Porque lo soy, me cago en Dios, y punto.

La consecuencia de esta actitud es que me han enviado a esta mierda de terapia/consejos. Yo no quería todo esto. Era o esto o la cárcel. Empiezo a pensar que a Spud le tocó la opción blanda. Esta mierda me enturbia las aguas; confunde en vez de clarificar las cuestiones. Básicamente, lo único que pido es que cada cual se ocupe de sus propios asuntos y yo haré otro tanto. ¿Por qué será que sólo porque uno utiliza drogas duras todo quisque se cree con derecho a diseccionarle y analizarle?

Una vez que aceptas que tienen ese derecho, te unirás a ellos en la búsqueda de ese santo grial, esa cosa que te hace funcionar. Entonces les escucharás, y te dejarás embaucar hasta creerte cualquier teoría sacada del culo que escojan atribuirte sobre tu conducta. Entonces eres suyo, no tuyo; la dependencia se desplaza de la droga a ellos.

La sociedad inventa una lógica falsa y retorcida para absorber y canalizar el comportamiento de la gente cuyo comportamiento está fuera de los cánones mayoritarios. Supongamos que conoces todos los pros y los contras, sabes que vas a tener una vida corta, estás en posesión de tus facultades, etcétera, etcétera, pero sigues queriendo utilizar el caballo. No te dejarán hacerlo. No te dejarán hacerlo, porque lo verían como una señal de su propio fracaso. El hecho de que simplemente elijas rechazar lo que tienen para ofrecerte. Elígenos a nosotros. Elige la vida. Elige pagar hipotecas; elige lavadoras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, atiborrándote la boca de puta comida basura. Elige pudrirte en vida, meándote y cagándote en una residencia, convertido en una puta vergüenza total para los niñatos egoístas y hechos polvo que has traído al mundo. Elige la vida.

Pues bien, yo elijo no elegir la vida. Si los muy cabrones no pueden soportarlo, ése es su puto problema. Como dijo Harry Lauder, sólo pretendo continuar así hasta el final del camino…