¡Ay, cabrona! Siento picotazos en la cabeza esta mañana, te lo aseguro. Voy a ir directo a la nevera. ¡Sí! Dos botellas de Becks. Eso me arreglará. Me las chupo a doble velocidad. Me siento mejor inmediatamente. Tengo que tener cuidado con la hora, pero oye.
Aún sigue dormida cuando vuelvo al dormitorio. Mírala; capulla gorda y perezosa. Sólo porque va a tener un crío, piensa que eso le da derecho a estar tirada todo el puto día… de todos modos ésa es otra historia. Así que me voy… más vale que esa capulla me haya lavado los putos vaqueros… los 501… ¿dónde están esos putos 501?… ahí están. Más le ha valido.
Ahora se está despertando. «Frank…, ¿qué estás haciendo? ¿Adónde vas?», me dice.
«Me voy. Escopeteao», digo, sin darme la vuelta. Dónde coño están esos calcetines… todo cuesta el doble de tiempo cuando tienes resaca y puedo prescindir de esta capulla picoteándome la puta cabeza.
«¿Adónde vas? ¡Adónde!»
«Te lo he dicho, tengo que najar. Lexo y yo hemos hecho un trabajito. No pienso decir nada más sobre el puto tema, pero lo mejor es que desaparezca durante un par de semanas. Si viene a la puerta algún capullo de policía, no me has visto en siglos. Crees que estoy en las putas plataformas[33], ¿de acuerdo? No me has visto, acuérdate.»
«¿Pero adonde vas, Frank? ¿Adónde coño vas?»
«Eso es para que yo lo sepa y tú lo averigües. De lo que no tengas puta idea, no pueden sacarte nada», digo yo.
Entonces la jodida cara torta se levanta y empieza a gritarme, diciendo que no puedo marcharme así como así. Le pego un puñetazo en la puta boca y una patada en el coño, y la muy capulla cae al suelo lloriqueando. La puta culpa es suya, le he dicho que eso es lo que pasa cuando cualquiera me habla así. Ésas son las putas reglas del juego, las tomas o las dejas.
«¡EL BEBÉ! ¡EL BEBÉ!…», grita.
Yo sólo replico: «¡EL BEBÉ! ¡EL BEBÉ!», como respuesta. «¡Cierra la puta boca sobre el puto bebé!» Ahí está, tirada, gritando como una puta imbécil.
De todas formas probablemente no es mi puto crío siquiera. Además, he tenido críos antes con otras chicas. Ya sé de qué va. Ella se cree que todo va a ser cojonudo cuando venga el crío, pero menudo susto le espera. Te lo puedo contar todo acerca de los putos críos. Un puto dolor es lo que son.
Cosas de afeitar. Eso es lo que me hace falta. Sabía que faltaba algo.
Ella sigue dale que te pego acerca de que todo le duele y que llame al puto médico y todo eso. No tengo tiempo para esa mierda, ya voy bastante tarde por culpa de esta cabrona. Tengo que najar de una puta vez.
«¡FRRRAAAANNNK!», grita mientras salgo por la puerta. Pensaba para mí mismo: Es como el puto anuncio de Harp lager: «Es el momento de salir raudo»; ése era yo, desde luego.
El pub estaba a tope, y eso que era primera hora. Renton, el capullo pelirrojo, le mete a la bola negra para robarle la partida a Matty.
«¡Rab! Apunta mi jodido nombre para jugar al billar. ¿Qué cojones vais a querer todos, cabrones?» Me acerco a la barra.
Rab, el Segundo Premio, como llamamos al tío, tiene un pedazo de ojo morao. Algún hijoputa se ha tomado ciertas libertades con el menda.
«¡Rab! ¿Quién coño te ha hecho esto?»
«Ah, un par de tíos por donde Lochend, ya sabes. Estaba pedo.» El menda me mira como totalmente avergonzado.
«¿Tienes los nombres?»
«No, pero no te preocupes, ya cogeré yo a esos cabrones, tío, está todo arreglado.»
«Asegúrate de que así sea. ¿Los conoces?»
«No, de vista y tal.»
«Cuando yo y Rents volvamos de Londres, subiremos a Lochend. A Dawsy le metieron una tángana allí hace poco. Hay algunas preguntas que necesitan jodidas respuestas, ya lo creo.»
Me vuelvo hacia Rents: «¿Listo, compañero?»
«A punto para salir, Franco.»
Me acerco a la mesa y lo masacro al muy capullo, dejando al cabrón a dos bolas de la jubilación. «Quizá puedas con tipos como Matty y Secks, pero cuando el Huracán Franco cae sobre la mesa, ya puedes olvidarte, capullo pelirrojo», le digo.
«El billar es de gilipollas», dice él. Capullo picajoso. Todo lo que se le da de culo a ese capullo pelirrojo es de gilipollas, según el muy cabrón.
Tenemos que irnos moviendo, así que ya no tiene sentido seguir jugando. Miro hacia Matty y saco un fajo. «¡Hola, Matty! ¿Sabes lo que es esto?» Meneo el fajo en su dirección.
«Eh… sí…», dice.
Señalo hacia la barra: «¿Sabes lo que es eso?»
«Eh… sí… la barra.» Es lento el cabrón. Demasiado jodidamente lento. Y sé por qué.
«¿Sabes lo que es esto?» Señalo mi pinta.
«Eh… sí…»
«Pues entonces no me obligues a deletreártelo, cacho cabrón. ¡Una pinta de jodida Special[34] y un Jack Daniels con Coca-Cola, capullo!»
Se acerca y me dice: «Eh, Frank, ando un poco corto, sabes…»
Yo sé por qué, desde luego. «A lo mejor acabas creciendo», le digo. El capullo capta la indirecta, y se va para la barra. Se está picando otra vez, si es que en realidad dejó de hacerlo alguna puta vez. Cuando vuelva de Londres tendré que decirle algunas palabritas más al oído a este capullo. Putos yonquis. No hacen más que desperdiciar espacio. Eso sí, Rents aún sigue desenganchado. Se nota por la manera en que le pega a la priva.
Me apetece lo de esta escapada a Londres. Rents dispone del piso de su colega, Tony y su chorba, durante un par de semanas. Están por ahí de vacaciones. Conozco a un par de chicos allá abajo de la cárcel; los intentaré localizar por aquello de los viejos tiempos.
Esa Lorraine está sirviendo a Matty. Tiene un jodido polvete. Me acerco a la barra.
«¡Hola, Lorraine! Ven aquí un momento.» Le echo el pelo para atrás por la parte de los lados y le pongo los dedos detrás de las orejas. A las tías eso les gusta. Putas zonas erógenas y todo eso. «Puedes saber si alguien ha tenido relaciones sexuales la noche anterior tentándole las orejas. El calor, ¿sabes?», explico.
Se limita a reírse, y Matty también.
«Eh, que es científico y todo eso, ¿sabes?» Algunos capullos no tienen ni puñetera idea.
«Entonces, ¿Lorraine tuvo relaciones sexuales anoche?» pregunta Matty. El capullín tiene un aspecto horroroso, como si tuviera a la muerte llamando a su puerta.
«Ése es nuestro secreto, ¿eh, muñeca?», le digo a ella. Tengo la impresión de que la pongo caliente por el modo en que se vuelve tan jodidamente silenciosa y tímida cuando le hablo. En cuanto vuelva de Londres, voy a meterme ahí dentro pero que raudo de cojones, so cabrón.
Que me jodan si voy a quedarme con esa June después de que esté aquí el crío. Y a esa capulla la mato si me ha hecho hacerle daño al puto crío. Desde el primer momento en que iba a tener ese crío se creyó que podía ponerse chula conmigo. Ni Dios se pone chulo conmigo, con crío o sin puto crío. Ella lo sabe, y aun así va de lista. Como le haya pasado algo a ese puto crío…
«Eh, Franco», dice Rents, «deberíamos mover. Tenemos que organizarnos esa compra, ¿recuerdas?»
«Sí, es verdad. ¿Tú qué vas a pillar?»
«Una botella de vodka y unas latas.»
Debería haberlo supuesto. Al capullo pelirrojo le priva el puto vodka.
«Yo voy a pillar una botella de J.D. y ocho latas de Export. Puede que convenza a Lorraine para que nos rellene un par de bolsas de priva y todo.»
«Habrá un par de bolsas de priva pero que bien rellenas bajando en el tren», dice. A veces no entiendo el sentido del humor de este capullo. Yo y Rents nos conocemos desde hace siglos, pero es como si el cabrón hubiera cambiado, y no hablo sólo de las drogas y esa mierda. Es como que él tiene sus maneras y yo las mías. Con todo, sigue siendo un gran tipo, el hijoputa pelirrojo.
Así que me hago con las bolsas de priva, una llena de Special para mí, y otra llena de lager para ese capullo pelirrojo. Pillamos la compra y cogemos un taxi hasta el centro y nos pimplamos una pinta rápida en ese pub de la estación. Yo me pongo a largar con el tipo de la barra; un chico de Fife, conocí a su hermano en Saughton. No era mal tío por lo que recuerdo. Un menda inofensivo y tal.
El tren de Londres está infestado. Eso sí que me jode de verdad. Quiero decir, pagas toda esa jodida pasta por un billete, no se cortan esos cabrones de British Rail, ¡y después no tienes un puto asiento! Que les follen.
Estamos luchando con las latas y las botellas. Mi compra está a punto de reventar la puta bolsa. Son todos esos capullos con mochilas y maletas… y los carritos de los críos. No deberían viajar críos en los trenes.
«Joder, qué infestao está, tío», dice Rents.
«El problema son todos esos capullos que han reservado asientos. No es tanto por las reservas de Edimburgo a Londres, que son capitales y eso, sino por todos esos capullos que han reservado a partir de Berwick y todos esos jodidos sitios. El tren no debería parar en todos esos sitios; debería ir de Edimburgo a Londres y punto final. Si de mí dependiese, así sería, te lo aseguro.» Hay unos mendas mirándome. Yo digo lo que pienso, diga lo que diga cualquiera.
Todos esos asientos reservados. Jodido morro, ya lo creo. El sitio debería ser para el primero que llegara. Toda esta mierda de las reservas… ya les daré yo reservas a los cabrones.
Rents se sienta al lado de dos periquitas. Pero que muy bien. ¡Buena elección por parte del capullo pelirrojo!
«Estos asientos están libres hasta Darlington», dice.
Agarro las tarjetas de reserva y me las meto en el bolsillo de atrás. «Ahora están libres para todo el trayecto. Ya les daré yo reservas a estos cabrones», digo, sonriéndole a una de las periquitas. Ya lo creo, cojones. Cuarenta libras por un billete de mierda. No se cortan esos cabrones de British Rail, te lo puedo asegurar. Rents se limita a encogerse de hombros. El capullo peliculero lleva puesta esa gorra de béisbol verde. Volará por la puta ventana como el cabrón se quede dormido, te lo aseguro.
Rents está pegándole al vodka, y aún estamos cerca de Portobello cuando el cabrón ya le ha hecho buena mella. Le priva el vodka, a ese cabrón pelirrojo. Bien, si es así como el capullo quiere jugar… agarro el J.D. y le pego un lingotazo.
Allá vamos, allá vamos, allá vamos…, digo yo. El cabrón se limita a sonreír. No para de mirar hacia las periquitas, que son como americanas, sabes. El problema de ese capullo pelirrojo es que no tiene el don de la palabra por lo que a las periquitas respecta y tal, incluso aunque el cabrón tenga cierto estilo. No es como yo y Sick Boy. Quizá tenga que ver con que tenga hermanos en vez de hermanas, sencillamente no sabe tratar con periquitas. Si esperas a que ese capullo dé el primer paso, tendrás espera para rato. Le enseño al capullo pelirrojo cómo se hace.
«No se cortan estos cabrones de British Rail, ¿eh?», digo, dándole con el codo a la periquita que tengo al lado.
«¿Cómo?», me dice, pero suena como a «co-mo», ¿sabes?
«¿De dónde sois?»
«Lo siento, de veras que no te entiendo…» Estos capullos extranjeros tienen problemas con el puto inglés de la Reina, sabes. Tienes que hablar más alto, más despacio y como más pijo para que los capullos te entiendan.
«¿DE… DÓNDE… SOIS…?»
Eso da el jodido resultado. Unos capullos entrometidos de enfrente miran a su alrededor. Yo me les quedo mirando a ellos. A algún hijoputa le voy a tener que partir la boca antes del fin de este puto viaje, como si lo viera.
«Em… somos de Toronto, Canadá.»
«Tirawnto. Ése era el socio del Llanero Solitario, ¿no es así?», digo yo. La periquita se limita a mirarme. Alguna gente no entiende el puto sentido del humor escocés.
«¿De dónde sois vosotros?», dice la otra periquita. Vaya par de polvos tienen. El capullo pelirrojo ha hecho una buena jugada sentándose aquí, te lo aseguro.
«Edimburgo», dice Rents, intentando sonar todo pijo, sabes. Jodidamente astuto, el capullo pelirrojo. Está a punto para entrar a saco ahora, todo chulo, una vez que Franco ha roto el puto hielo.
Estas periquitas están venga a contarnos lo hermoso que es Edimburgo, y lo bonito que es el puto castillo de la colina encima de los jardines y toda esa mierda. Eso es lo único que conocen estos capullos de turistas, el castillo y Princes Street, y la High Street. Como cuando la tiíta de Monny vino de ese pueblecito de esa isla de la costa oeste de Irlanda con todos sus críos.
La tiíta fue al departamento municipal a coger una casa. El municipio le dijo: ¿Dónde coño quieres quedarte? La mujer dice: Quiero una casa en Princes Street con vistas al castillo. La tiíta está completamente desconcertada y tal, habla el puto gaélico ese como primera lengua; ni siquiera sabe demasiado inglés. A la pobre capulla simplemente le gustó el aspecto de la calle cuando bajó del tren, pensó que toda la puta ciudad era así. Los mendas del municipio se limitan a reírse y la meten en uno de esos alojamientos provisionales en West Granton que nadie más quiere. En vez de una vista al castillo, tiene una vista de la fábrica de gas. Así es como funcionan las cosas en la vida real si no eres un cabrón rico con una gran casa y montones de guita.
De todos modos, las periquitas se toman un traguito con nosotros, y Rents está bastante ciego, porque hasta yo lo estoy acusando y en cambio puedo beber hasta dejar a ese capullo pelirrojo debajo de la mesa cualquier día de la semana. Además, estuve de pedo anoche con Lexo, después de aquel trabajito de la joyería en Corstorphine. Eso explica lo jodidamente pedo que estoy ahora. De todas formas, lo que en realidad me apetece ahora es una partida de cartas.
«Saca las cartas, Rents.»
«No he traído», dice. ¡Este jodido capullo es increíble! Lo último que le dije la otra noche fue: Acuérdate de traer las jodidas cartas.
«¡Te dije que te acordaras de traer las putas cartas, julandrón! ¿Qué fue lo último que te dije la otra noche? ¿Eh? ¡Acuérdate de traer las putas cartas!»
«Me olvidé», me sale el capullo. Apuesto a que el capullo pelirrojo se olvidó las putas cartas aposta. Sin cartas es un puto aburrimiento al cabo de un rato.
El aburrido capullo empieza a leer un libro; malos modales; después él y una de las periquitas canadienses, las dos son como estudiantes y tal, empiezan a hablar de todos los jodidos libros que han leído. Me están empezando a tocar los huevos. Se supone que hemos venido a pasarlo bien, no a hablar de jodidos libros y toda esa puta mierda. Si por mi fuera, pillaría todos los libros que hay, haría una pila enorme con ellos y los quemaría todos. Los libros sólo sirven para que los listos farden acerca de toda la mierda que han leído. Todo lo que necesitas saber lo puedes sacar de la prensa y de la tele. Capullos pretenciosos. Ya les daré yo jodidos libros…
Paramos en Darlington y suben unos mendas, comprobando sus billetes con los números de nuestros asientos. El tren sigue repleto que te cagas, así que esos capullos se van a joder si quieren sentarse.
«Perdón, estos asientos son nuestros. Los reservamos», dice ese menda, meneando un billete delante de mí.
«Me temo que hay algún error», dice Rents. El capullo pelirrojo puede tener bastante estilo, hay que reconocerlo; tiene estilo. «No había tarjetas que indicaran reserva cuando hemos subido al tren en Edimburgo.»
«Pero nosotros llevamos los billetes reservados», dice ese capullo con unas gafas a lo John Lennon.
«Bueno, sólo puedo sugerirles que presenten una queja a un miembro de la plantilla de British Rail. Mi amigo y yo hemos cogido estos asientos de buena fe. Me temo que no podemos ser responsabilizados por cualquier error cometido por el personal de British Rail. Gracias, y buenas noches», dice, empezando a reírse, el muy capullo pelirrojo. Yo estaba demasiado ocupado disfrutando del número del cabrón como para decirles a los capullos que se fueran a tomar por culo. Odio los follones, pero el John Lennon este no se quiere enterar.
«Aquí tenemos los billetes. Eso demuestra que estos asientos son nuestros», dice el capullo. «Y no hay más que hablar.»
«¡Eh, tú!», digo yo. «¡Sí, tú, capullo rebotao!» Se da la vuelta. Yo me levanto. «Ya has oído lo que dice el tío. ¡Móntate en la puta bici, pedazo memo con gafas! ¡Venga…, movimiento!» Señalo pasillo adelante del tren.
«Venga, Clive», dice su colega. Los capullos se van a tomar por culo. Más les vale. Yo pensaba que era el fin de la historia, pero no, los capullos vuelven con el tío de los billetes.
El revisor, se nota que en realidad al capullo se la trae floja, el pobre cabrón sólo está haciendo su trabajo, empieza a dar la bronca con que éstos son los asientos de estos capullos, pero yo se lo digo claro al chaval.
«No me importa lo que ponga en los putos billetes de esos mendas, colega. No había tarjetas de reserva en esos jodidos asientos cuando nos hemos sentado. Ahora no nos vamos a mover. No hay más historias. Cobráis lo bastante por vuestros jodidos billetes, aseguraos de que haya una puta señal la próxima vez.»
«Alguien ha debido quitarla», dice. Este capullo no va a hacer nada.
«Puede que sí, puede que no. No es mi problema. Como decía, los asientos estaban libres y para ahí me he ido. Fin del puto rollo.»
El revisor empieza a discutir con esos capullos, después de decirles que él no puede hacer nada. Yo les dejo con su rollo. Amenazan con quejarse del tío, y él se está poniendo chulo con ellos.
Un menda del asiento de enfrente está echando miradas otra vez.
«¿Tienes algún problema, colega?», le grito. El capullo sonríe y se da la vuelta. Cagao.
Rents se ha quedado dormido. El capullo pelirrojo está con un pedo que no se tiene. Su bolsa de priva está medio vacía y la mayoría de las latas están vacías. Me llevo su bolsa de priva a los lavabos, vacío parte de una lata, y la lleno hasta el mismo nivel con mi pis. Eso es lo que le toca por olvidarse las jodidas cartas. Hay como dos partes de lager y una de pis.
Vuelvo y la dejo en su sitio. El capullo está completamente dormido, y también lo está una de las periquitas. La otra tiene la puta cabeza metida en ese libro. Dos polvos. No sé si preferiría más follarme a la rubia grandota o a la morena.
Despierto al capullo pelirrojo en Peterborough. «Venga, Rents. Estás que no puedes con la puta priva. Un puto velocista, eso es lo que eres. Un velocista jamás podrá resistir el ritmo de un fondista.»
«Ningún problema…», dice el capullo, dándole un enorme lingotazo a la lata. La cara se le descompone. Me cuesta no mearme de risa.
«Esta lager está asquerosa. Sabe como a putos meados.»
Yo estoy haciendo todo lo posible por aguantarme. «Deja de buscar excusas, capullo de mierda.»
«No, si me la beberé», sale el capullo. Intento mirar por la ventana, mientras el tontaina se lo termina todo.
Para cuando llegamos a Kings Cross estoy hecho polvo de verdad. Las periquitas se han ido a tomar por culo; pensé que teníamos un buen rollo aquí y todo, y casi pierdo a Rents al bajar del tren. Hasta llevo la bolsa del capullo pelirrojo en vez de la mía. Más vale que ese cabrón lleve la mía. Ni siquiera conozco la puta dirección… pero entonces veo al capullo pelirrojo a la entrada del metro hablando con un tipejo que lleva un vaso de plástico. Rents tiene mi puta bolsa. Por suerte para él, capullo.
«¿Llevas algo suelto para el muchacho, Franco?», dice Rents, y el capullín ese con pinta de tontaina me acerca el puto vaso, mirándome con esos putos ojos de embobado.
«¡Que te follen, granuja!», digo yo, tirándole el vaso de la mano y meándome de risa viendo al capullo arrastrarse por el suelo entre las piernas de la peña para recuperar sus putas monedas.
«¿Dónde coño está ese piso?», le digo a Rents.
«No muy lejos», dice Rents, mirándome como si yo estuviera…, la forma con la que a veces le mira a uno ese capullo…, le voy a tocar la cara uno de estos días, colegas o no.
Entonces el capullo simplemente se vuelve y yo le sigo hasta la línea Victoria.