Ay Dios mío, dónde cojones estoy. Dónde cojones… simplemente no reconozco esta habitación en absoluto… piensa, Da-vie, piensa. No parece que sea capaz de generar saliva suficiente para despegar la lengua del paladar. Qué tontolculo. Qué capullo… qué… nunca más.

AY JODER… NO… por favor. No, no, joder, NO…

Por favor.

No dejes que esto me esté sucediendo a mí. Por favor. Seguro que no. Seguro que sí.

Sí. Me desperté en una cama extraña en una habitación extraña, cubierto de mi propia guarrada. Me había meado en la cama. Había potado en la cama. Me había cagado en la cama. Mi cabeza está dando jodidos zumbidos, y mis tripas están en un tumulto nauseabundo. La cama es un asco, un jodido asco total.

Levanto la sábana inferior, y después quito la funda del edredón y las envuelvo juntas; el acerbo coctel tóxico en medio. Está amontonado en una bola segura, sin señal alguna de goteras. Doy la vuelta al colchón para ocultar la parte húmeda, y me voy al retrete; me ducho para sacarme la mierda del pecho, muslos y culo. Ahora sé dónde estoy: en casa de la madre de Gail.

Hostia puta.

Casa de la madre de Gail. ¿Cómo llegué aquí? ¿Quién me trajo aquí? De vuelta en la habitación, veo que mis ropas están cuidadosamente dobladas. Ay Cristo.

¿Quién cojones me desnudó?

Intenta volver atrás. Ahora es domingo. Ayer fue sábado. La semifinal en Hampden. Me puse en un estado que te cagas antes y después del partido. No tenemos ninguna posibilidad, pensé, nunca la tienes en Hampden contra uno de la vieja escuela, con el público y los árbitros sólidamente detrás de los clubs del establishment. Así que, en vez de cabrearme por ello, simplemente decidí pasar un buen rato y aprovechar el día. Ni siquiera recuerdo si fui o no al partido. Me subí al autobús Marksman en Duke Street con los chicos de Leith; Tommy, Rents y sus colegas. Jodidos energúmenos. No recuerdo una puta cosa después de ese pub en Rutherglen antes del partido; la tarta espacial y el speed, el ácido y el costo, pero sobre todo la priva, la botella de vodka que me chupé antes de encontrarnos en el pub para volver a subir al autobús para volver al pub…

Dónde entra Gail en el cuadro, no estoy muy seguro. Joder. Así que vuelvo a meterme en la cama, y el colchón y el edredón resultan fríos sin las sábanas. Algunas horas más tarde, Gail llama a la puerta. Gail y yo llevamos cinco semanas saliendo juntos pero aún no hemos tenido relaciones sexuales. Gail dijo que no quería que nuestra relación empezase sobre una base física, pues así es como sería definida principalmente a partir de entonces. Lo había leído en Cosmopolitan, y quería poner a prueba la teoría. Así que cinco semanas después, tengo un par de huevos como sandías. Probablemente haya una buena ración de leche junto al pis, la mierda y las potas.

«Cómo ibas anoche, David Mitchell», me ha dicho en tono de reproche. ¿Estaba verdaderamente enfadada o sólo jugaba a estar enfadada? Difícil de determinar. A continuación: «¿Qué ha pasado con las sábanas?» Verdaderamente enfadada.

«Eh, un pequeño accidente, Gail.»

«Bueno, olvídate de eso. Ven abajo. Estamos a punto de desayunar.»

Se ha marchado, y yo me he vestido perezosamente; he bajado a tientas las escaleras, deseando ser invisible. Me llevo el bulto abajo conmigo, pues quiero llevármelo a casa y lavarlo.

Los padres de Gail están sentados alrededor de la mesa de la cocina. Los sonidos y olores de la preparación de una tradicional fritanga de desayuno dominical resultan nauseabundos. Mis tripas dan una rápida voltereta.

«Bueno, en menudo estado estaba alguien anoche», dice la madre de Gail, pero para mi alivio, bromeando y sin ira.

Yo he enrojecido de vergüenza. El señor Houston, sentado a la mesa de la cocina, ha intentado suavizarme las cosas.

«Pues oye, sienta bien darse rienda suelta de vez en cuando», ha comentado en mi apoyo.

«A éste le sentaría bien estar atado de vez en cuando», ha dicho Gail, dándose cuenta de que ha cometido un pequeño desliz cuando yo alzo las cejas hacia ella, sin que sus padres lo noten. Un poquitín de disciplina inglesa me iría perfectamente. De hecho, sería cojonudamente bueno…

«Eh, señora Houston», señalo las sábanas, en un bulto junto a mis pies en el suelo de la cocina. «He dejado un poco asquerosas la sábana y la funda del edredón. Voy a llevármelas a casa para lavarlas. Las devolveré mañana.»

«Ah, no te preocupes por eso, hijo. Las meteré en la lavadora. Tú siéntate y tómate el desayuno.»

«No, pero, eh… una verdadera guarrería. Ya estoy bastante avergonzado. Me gustaría llevármelas a casa.»

«Santo cielo», se ha reído el señor Houston.

«Nada de eso, tú siéntate, hijo, yo me ocuparé de ellas.» La señora Houston ha cruzado el espacio que había entre nosotros y ha hecho un intento de aferrar el hatillo. La cocina era su territorio y no admitía oposición en él. Me lo he apretado contra el pecho; pero la señora Houston es rápida que te cagas y engañosamente fuerte. Ha logrado una buena presa y ha tirado en mi contra.

Las sábanas se han abierto y una acerba ducha de cagarrinas, fina vomitina alcohólica y vil pis ha chapoteado sobre el suelo. La señora Houston se ha quedado mortificada unos segundos, y después ha echado a correr, potando dentro del fregadero.

Manchas marrones de mierda escurridiza han manchado las gafas, cara y camisa blanca del señor Houston. Se habían diseminado por la mesa de linóleo y su comida como si hubiese hecho el guarro con una salsa aguada de las tiendas de chips. Gail llevaba un poco en su blusa amarilla.

Jesús. Joder.

«Por amor de Dios… por amor de Dios…», repetía el señor Houston mientras la señora Houston potaba y yo hacía un patético intento de devolver parte de la guarrada a las sábanas.

Gail me ha echado una mirada de aversión y asco. No puedo ver un desarrollo posterior de nuestra relación ahora. Nunca meteré en la cama a Gail. Por vez primera, eso no me molesta. Sólo quiero salir de aquí.

Dilemas yonquis n.° 65

De pronto hace frío; mucho jodido frío. La vela casi se ha derretido del todo. La única luz real procede de la tele. Hay algo en blanco y negro… pero la tele es en blanco y negro, así que tenía que ser algo en blanco y negro… con una tele en color sería distinto… quizá.

Hace un frío helador, pero moverse sólo te da más frío, al hacerte consciente de que no hay jodida cosa que puedas hacer, jodida cosa que en realidad puedas hacer, para calentarte. Al menos si me quedo quieto puedo hacer como que tengo el poder de calentarme yo solo simplemente moviéndome o encendiendo el fuego. El truco consiste en estarse todo lo quieto posible. Es más fácil que arrastrarse por el suelo para encender ese puto fuego.

Hay alguien más en la habitación conmigo. Es Spud, creo. Es difícil decirlo en la oscuridad.

«Spud… Spud…»

No dice nada.

«De verdad que hace un frío de cojones, tío.»

Spud —si en realidad es él el capullo— sigue sin decir nada. Podría estar muerto, pero probablemente no, porque creo que tiene los ojos abiertos. Pero eso no significa una puta mierda.