Resulta grotesco que te cagas intentar encontrar una vía de entrada. Ayer tuve que chutarme por la polla, donde se halla la vena más prominente de mi cuerpo. No quiero coger esa costumbre. Por difícil que sea concebirlo en este momento, aún es posible que le encuentre otros empleos a ese órgano, además de mear.

Ahora suena el timbre. Cago en Dios. Ese bastardo imbécil y desastre del casero: el hijo de Baxter. El viejo Baxter, que Dios se apiade de su pequeña alma de capullín, nunca se preocupó de verdad por el cheque del alquiler. Pedazo de gilipollas viejo y senil. Siempre que aparecía, yo era el encanto personificado con el viejo capullo. Le quitaba la chaqueta, lo sentaba y le daba una lata de Export. Hablábamos de caballos y de los equipos de los Hibs de los cincuenta con los «Cinco Famosos» de la delantera, Smith, Johnstone, Reilly, Turnbull y Ormond. Yo no sabía nada ni de caballos ni de los Hibs en los cincuenta, pero puesto que era lo único de lo que podía conversar el viejo Baxter, acabé muy versado en ambos temas. Después repasaba los bolsillos de la chaqueta del viejo memo y me servía yo mismo una ración de pasta. Siempre andaba por ahí con un fajo enorme encima. Entonces o bien le pagaba con su propia pasta o le decía al pobre hijo de puta que ya habíamos hecho cuentas con él.

Hasta solíamos llamar al viejo desgraciado por teléfono si andábamos un poco cortos. Como cuando Spud y Sick Boy se quedaban a pasar la noche, le decíamos que había un grifo que goteaba o una ventana rota. A veces hasta rompíamos la ventana nosotros mismos, como cuando Sick Boy arrojó la vieja tele en blanco y negro por ella, y así lográbamos que el dócil capullo se acercara para poder darle un repaso. Había una jodida fortuna en los bolsillos de aquel cabrón. La cosa llegó hasta el punto de que tenía miedo de no darle el palo, no fuera que algún hijoputa le atracara.

Ahora el viejo Baxter se ha ido a la gran movida en el cielo; reemplazado por el bastardo de su hijo y su humor de patíbulo. Un capullo que espera un alquiler por esta pocilga.

«RENT.» Alguien grita por la rendija del buzón.

«¡Rents!»

No es el casero. Es Tommy. ¿Qué cojones querrá el capullo a estas horas?

«Un momento, Tommy. Ya voy.»

Me chuto en la polla por segundo día consecutivo. Mientras la aguja penetra, parece un horrible experimento realizado sobre una fea serpiente marina. Este rollo se hace más enfermizo a cada minuto que pasa. El colocón no tarda nada en llegar corriendo hasta mi tarro. Tengo un cuelgue mágico, y a continuación creo que voy a vomitar. He subestimado lo pura que era esta mierda, y he metido un poquitín de más en ese chute. Respiro profundamente y me pongo en orden. Siento como si un fino chorro de aire me estuviera entrando en el cuerpo por un agujero de bala situado en la espalda. Ésta no es una situación de sobredosis. Calma. Mantén el viejo respirador en marcha. Con suavidad. Está bien.

Consigo ponerme en pie, tambaleándome, y dejo pasar a Tommy. Eso no resulta fácil.

Tommy está tan en forma que es insultante. El moreno de Mallorca sigue intacto; el pelo blanqueado por el sol, corto y echado hacia atrás con fijador. Tornillo de oro y anillo en un oído; ojos de color azul cielo suave. Hay que reconocer que Tommy es un capullo bastante guapo cuando está moreno. Le saca lo mejor. Guapo, relajado, inteligente y bastante competente en caso de bulla. Tommy debería darle a uno celos, pero de alguna manera no lo hace. Esto probablemente se deba a que Tommy no tiene confianza en sí mismo para reconocer y sacar el máximo partido a sus cualidades; ni la vanidad para dar la paliza con ellas a todos los demás.

«Lizzy y yo hemos cortado», me cuenta.

Es difícil averiguar si habría que felicitarle o compadecerle. Lizzy tiene un polvo extraordinario, pero tiene además una lengua de marino y una mirada castrante. Creo que Tommy aún intenta aclararse a sí mismo cómo se siente. Me doy cuenta de que está en pleno proceso de pensamiento porque no me ha dicho lo estúpido que soy por picarme, ni siquiera ha dicho palabra acerca del estado en que me encuentro.

Lucho por sobreponerme a la apatía egocéntrica que me provoca el jaco y mostrarme preocupado. El mundo exterior no significa una mierda para mí. «¿Estás jodido?», pregunto.

«No lo sé. Si te soy sincero, será el sexo lo que más echaré de menos. Eso y el tener a alguien, ¿sabes?»

Tommy necesita a la gente mucho más que la mayoría.

Mi memoria perenne de Lizzy es del colegio. Yo, Begbie y Gary McVie estábamos echados en los Links al pie de las pistas de atletismo, lejos de los ávidos ojos de aquel bastardo de Vallance, el tutor del curso, un capullo nazi del más alto nivel. Cogimos esa posición para ver correr a las chicas en pantalones cortos y nikis y acumular algo de material pajero decente.

Lizzy hizo una buena carrera, pero acabó segunda, tras las largas zancadas de la gran Morag Henderson. Estábamos tumbados boca abajo, con la cabeza apoyada en los codos y las manos, viendo a Lizzy luchar con esa expresión de intensa determinación que caracterizaba todo lo que hacía. ¿Todo? Una vez que Tommy se haya repuesto de su pérdida, le preguntaré por el sexo. No, no lo haré… sí que lo haré. De todas formas, oía jadeos y me volví para ver a Begbie girando lentamente las caderas, mirando fijamente a las chicas, diciendo: «Esa Lizzy Macintosh… polvete total… me la follaba hasta caérsele el culo cualquier día de la semana… el puto culo que tiene… las putas tetas que tiene…»

Entonces dejó caer su cara hasta la altura del césped. En aquellos tiempos no estaba tan receloso de Begbie como ahora. No era el jefe en aquellos días, sino otro aspirante más, y también tenía cierta prevención con respecto a mi hermano, Billy, en aquel entonces. Hasta cierto punto, en realidad hasta todos los puntos, yo vivía cínicamente de la reputación de Billy, siendo un bobo pringao. De todas formas, puse a Begbie de espaldas, exponiendo así su cola pringosa y embadurnada de tierra. El capullo había excavado subrepticiamente un agujero en el suave césped con ayuda de su navaja, y estaba follándose el prado. Yo estaba que me meaba y Begbie pasmado. El cabrón no era tan pesado en aquellos tiempos, antes de que empezase a creerse su propia propaganda y, todo hay que decirlo, la nuestra acerca de lo psicópata total que era.

«¡Franco, cacho guarro!», dijo Gary.

Begbie se guarda la cola, se sube la cremallera, y entonces coge un manojo de lefa y tierra y se la frota por la cara a Gary.

Yo casi me muero mientras Gary se ponía fuera de sí; estaba de pie pateándole la suela de la zapatilla a Begbie. A continuación se marchó con el mosqueo a cuestas. Si uno lo piensa, ésta es más una historia de Begbie que una historia de Lizzy, aunque fuera su valiente esfuerzo contra la Morag Henderson la que la precipitara.

De todas formas, cuando Tommy se enrolló con Lizzy un par de años atrás, la mayoría pensó: Vaya un jodido hijo de puta con suerte. Ni siquiera Sick Boy se ha follado a Lizzy.

Asombrosamente, Tommy aún no ha mentado siquiera el jaco. Incluso con las herramientas por todas partes, y probablemente se da cuenta de que voy bastante puesto. Normalmente en tales circunstancias Tommy hace una mala imitación de mi vieja; estás matándote/déjalo/puedes vivir tu vida sin esa basura, y demás mierda.

Ahora dice: «¿Qué es lo que hace por ti, Mark?» Su voz tiene un tono auténticamente inquisitivo.

Me encojo de hombros. No quiero hablar de eso. Hay capullos con títulos y diplomas en el Royal Ed y la City a los que pagan por pasar por toda esta mierda de charla terapéutica conmigo. No ha valido una mierda. Sin embargo, Tommy es persistente.

«Dímelo, Mark. Quiero saberlo.»

Pero entonces, cuando lo piensas, quizá un colega que ha estado a tu lado en los tiempos de vacas gordas y en tiempos de vacas flacas, por lo general flacas que te cagas, merece al menos un intento de explicación, si los consejeros/policía del pensamiento reciben una. Me lanzo a discursear. Me siento sorprendentemente bien, tranquilo y claro al hablar de ello.

«De verdad que no lo sé, Tam, es que no lo sé. Es como si hiciera que las cosas fuesen más reales para mí. La vida es aburrida y fútil. Empezamos con grandes esperanzas y después nos acojonamos. Nos damos cuenta de que todos vamos a morir, sin encontrar realmente las grandes respuestas. Desarrollamos todas esas ideas de largo alcance que se limitan a interpretar la realidad de nuestras vidas de distintas maneras, sin extender nuestro cuerpo de conocimientos que realmente merecen la pena sobre las grandes cosas, las cosas reales. Básicamente, vivimos una vida corta y decepcionante; y a continuación morimos. Llenamos nuestras vidas de mierda, de cosas como carreras y relaciones para convencernos a nosotros mismos de que no carece todo de sentido. El caballo es una droga honesta, porque te arranca esas ilusiones. Con el caballo, cuando te sientes bien, te sientes inmortal. Cuando te sientes mal, intensifica la mierda que ya está ahí. Es la única droga realmente honesta. No altera tu estado de conciencia. Sólo te da un colocón y una sensación de bienestar. Tras eso, ves la miseria del mundo tal cual es, y no puedes anestesiarte contra ella.»

«Mierda», dice Tommy. Y después: «Pura mierda.» Probablemente tenga razón y todo. Si me lo hubiese preguntado la semana pasada, probablemente hubiese dicho algo completamente diferente. Si me pregunta mañana, de nuevo será algo distinto. En este momento del tiempo, sin embargo, me quedo con el concepto de que el caballo sirve cuando todo lo demás parece aburrido e irrelevante.

Mi problema consiste en que siempre que percibo o hago realidad la posibilidad de obtener algo que creía que quería, sea una novia, un piso, un empleo, educación, dinero y así sucesivamente, simplemente me parece tan aburrido y estéril, que ya no lo puedo valorar. El caballo es diferente, sin embargo. No puedes volverle la espalda tan fácilmente. No te deja. Intentar controlar el problema del caballo es el desafío último. También da un gran puntazo.

«También da un gran puntazo.»

Tommy se me queda mirando. «Adelante. Ponme un pico.»

«Vete a la mierda, Tommy.»

«Dices que da un puntazo. Quiero probarlo.»

«Qué vas a querer. Venga, Tommy, hazme caso.» Eso no parece sino animar más al capullo.

«Tengo la guita. Venga. Prepárame un pico.»

«Tommy… joder, tío…»

«Te estoy diciendo que venga. Se supone que somos colegas, cabrón. Prepárame un pico. Puedo resistirlo. Un puto chute no me va a hacer daño. Venga.»

Me encojo de hombros y hago lo que Tommy me pide. Les doy una buena limpieza a mis herramientas, y a continuación preparo un chute ligero y le ayudo a ponérselo.

«Esto es de putísima madre, Mark… es un puto viaje de montaña rusa, tío… estoy de cojón aquí… estoy de cojón…»

Su reacción me descompone. Algunos capullos están tan predispuestos hacia el jaco…

Más tarde, cuando Tommy ha bajado de las nubes y está listo para irse, le digo: «Lo has hecho, colega. Ahora tienes toda la colección. Costo, ácido, speed, éxtasis, setas, nembutal, valium, caballo, todo el puto mogollón. Punto y final. Que sea la primera y última vez.»

He dicho eso porque estaba seguro de que el capullo me iba a pedir un poco para llevarse. No tengo suficiente para repartir. Yo nunca tengo suficiente para repartir.

«Y que lo digas», dice, poniéndose la chaqueta.

Cuando Tommy se ha marchado, noto por vez primera que la polla me pica de la hostia. Sin embargo no puedo rascarme. Si me empiezo a rascar, la cabrona se infectará. Entonces sí que tendría algunos problemas de verdad.