Oigo el tremendo barullo que llega del exterior de la habitación. Sick Boy, dormido en el poyo de la ventana junto a mí, se pone en danza como un perro al oír un silbido. Yo me estremezco. Ese sonido nos atraviesa por completo.
Lesley entra en la habitación dando gritos. Es horrible. Quería que parara. Ahora. No podía con aquello. Ninguno de nosotros podía. Nunca en la vida quise algo tanto como que dejara de gritar.
«La cría se ha ido… la cría se ha ido… Dawn… ay Dios mío… ay Dios, joder», era más o menos todo lo que podía entresacarse de aquel horrible sonido. Se derrumba sobre el raído sofá. Mis ojos permanecen pegados a una mancha marrón en el techo encima de ella. ¿Qué cojones era? ¿Cómo llegó hasta allí?
Sick Boy estaba en pie. Tenía los ojos saltones como una rana. Eso es lo que me recordaba, una rana. Era el modo en que se había levantado de un salto, haciéndose tan móvil de repente a partir de una posición estacionaria. Se quedó mirando a Lesley durante unos segundos, y entonces salió disparado hacia el dormitorio. Matty y Spud miraron a su alrededor sin comprender, pero incluso a través de su neblina de jaco saben que algo verdaderamente malo ha ocurrido. Yo lo sabía. Jesús, ya lo creo que lo sabía. Digo lo que digo siempre cuando ocurre algo malo.
«Voy a preparar la mandanga enseguida», les digo. Los ojos de Matty se me clavan. Asiente con la cabeza. Spud se levanta y se sienta en el sofá, a pocos metros de Lesley. Tiene la cabeza entre las manos. Durante un minuto pensé que Spud iba a tocarla. Esperaba que lo hiciera. Quiero que lo haga, pero se limita a mirarla fijamente. Sabía, incluso desde allí, que estaría concentrándose en el gran lunar de su cuello.
«Es culpa mía… es culpa mía», lloriquea desde detrás de las manos.
«Eh, Les… lo que te digo, Mark está preparando la mandanga, eh… ya sabes, digamos, eh…», le dice Spud. Son las primeras palabras que recuerdo haberle oído durante algunos días. Es obvio que el menda ha hablado durante ese periodo. Tiene que haberlo hecho, seguro de narices.
Sick Boy vuelve del dormitorio. Su cuerpo forcejea, al parecer a partir del cuello, como contra los límites de una correa invisible. Suena terrible. Su voz me recordaba la del demonio en la película El exorcista. Me hacía jiñarme.
«Joder… vaya una puta vida, ¿eh? Cuando pasa algo como esto, ¿qué cojones haces? ¿Eh?»
Jamás le he visto así, y conozco al cabrón prácticamente de toda la vida. «¿Qué pasa, Si? ¿Cuál es la movida?»
Viene hacía mí. Pensé que iba a patearme. Somos muy colegas pero nos hemos pegado otras veces, enfurecidos cuando uno ha cabreado al otro, o estando bebidos. Nada serio, sólo saltando de ira y tal. Los colegas pueden hacer eso. Pero ahora que empiezo a notar el mono no. Mis huesos se habrían astillado en un millón de fragmentos si el cabrón hubiera hecho eso. Se limitó a mirarme desde arriba. Joder, gracias. Oh, gracias, Sick Boy, Simon.
«Ya hemos jodido la marrana. ¡Ya está todo jodido!», se queja con un gemido agudo y desesperado. Era como cuando a un perro lo atropellan y espera a que algún capullo le ahorre los últimos sufrimientos.
Matty y Spud se incorporan y van hasta el dormitorio. Yo voy detrás, apartando a Sick Boy. Puedo sentir la muerte en la habitación incluso antes de ver a la cría. Estaba tumbada bocabajo en su cuna. Estaba fría y muerta, un color azul alrededor de los ojos. Ni siquiera tenía que tocarla, entiendes. Estaba allí tirada como una muñequita desechada al fondo del armario de una niña. Así de pequeña. Tan jodidamente pequeña. La pequeña Dawn. Una puta lástima.
«La pequeña Dawn… no puedo creerlo. Qué jodido pecado, tío…», dice Matty, sacudiendo la cabeza.
«Qué fuerte es esto… eh, digamos, joder…» Spud se coloca la barbilla sobre el pecho y espira lentamente.
La cabeza de Matty aún está dando bandazos. Parece como si fuera a hacer implosión.
«Yo me largo de aquí pero ya, tío. No puedo con esto.»
«¡Y un huevo, Matty! ¡Ahora no se va de aquí ni dios!», grita Sick Boy.
«Tranquilo, tío. Tranquilo», dice Spud, que parece cualquier otra cosa menos eso.
«Tenemos la puta mandanga escondida aquí. Esta calle lleva semanas infestada de putos antidroga. Si ahora salimos en tromba, acabamos todos en la puta trena. Hay polis en todas partes ahí fuera», dice Sick Boy, luchando por recomponerse. La idea de la intromisión policial siempre concentraba la mente. En el tema de las drogas éramos liberales clásicos, vehemente opuestos a la intervención estatal bajo cualquier forma.
«Sí, pero a la mejor deberíamos irnos a tomar por culo de aquí. Lesley puede llamar a la ambulancia o la policía en cuanto hayamos recogido y nos hayamos largado.» Yo seguía estando de acuerdo con Matty.
«Eh… a lo mejor tendríamos que quedarnos con Les, digamos. Como colegas y eso. ¿Entiendes?», aventura Spud. Ese tipo de solidaridad parece una noción algo fantástica bajo las presentes circunstancias. Matty sacude la cabeza otra vez. Acababa de cumplir seis meses en Saughton. Si le volvían a condenar, ya la habría cagado. Fuera, sin embargo, estaban los cerdos de patrulla. Al menos eso era lo que parecía. La imaginería de Sick Boy me había llegado más adentro que las peticiones de unidad de Spud. Tirar la mandanga por la taza del water no era de recibo. Prefiero comerme el marrón.
«Tal como yo lo veo», dice Matty, «es la cría de Lesley, ¿sabes? A lo mejor si la hubiera cuidado como es debido, no estaría muerta. ¿Por qué tenemos que estar nosotros por medio?»
Sick Boy empieza a resoplar intensamente.
«Odio tener que decirlo, pero a Matty no le falta razón», digo yo. Estoy empezando a encontrarme muy mal. Sólo quiero meterme un chute e irme a tomar por culo.
Sick Boy está indiferente. Eso es extraño. Lo normal en él sería que estuviera ladrando órdenes a todo capullo a mano, le hicieran caso o no.
Spud dice: «No podemos… digamos, dejar a Lesley aquí a solas, es que, quiero decir, joder. ¿Sabéis lo que quiero decir?»
Yo miro a Sick Boy. «¿Quién le hizo la cría?», pregunto. Sick Boy no dice palabra.
«Jimmy McGilvary», dice Matty.
«Y una mierda fue ése», dice burlona y desdeñosamente Sick Boy.
«Tú no te hagas el jodido-señor-Inocente», dice Matty volviéndose contra mí.
«¿Eh? ¡Venga ya a tomar por culo! ¿De qué vas?», contesto, verdaderamente perplejo ante la salida de tono del muy hijoputa.
«Tú estabas allí, Rents. En la fiesta de Bob Sullivan», dice.
«No, tío, yo nunca he estado con Lesley.» Estoy diciendo la verdad, lo cual, me doy cuenta, es un error. En algunos medios la gente siempre se cree lo contrario de lo que les cuentas; especialmente en materia de sexo.
«¿Por qué estabas dormido junto a ella por la mañana en la fiesta de Sully?»
«Estaba follao, tío. Ido del bolo. No se me habría puesto tieso ni el cuello empleando una escalera como almohada. No recuerdo la última vez que eché un polvo.» Mi explicación les convence. Saben cuánto tiempo llevo picándome a tope y lo que eso puede suponer en el tema de joder.
«Esto, eh… alguien dijo que era… eh, de Seeker…», sugiere Spud.
«No fue Seeker», sacude la cabeza Sick Boy. Pone una mano sobre la fría mejilla de la cría muerta. Los ojos se le están llenando de lágrimas. Yo estoy a punto de llorar y todo. Tengo una asfixiante contracción en el pecho. Ya hay un misterio resuelto. La cara de la pequeña Dawn muerta se parece clarísimamente a mi colega Simon Williamson.
Entonces Sick Boy se levanta la manga de la chaqueta, mostrando las heridas abiertas de su brazo. «Nunca más voy a tocar esa mierda. Voy a quedarme desenganchado a partir de ya.» Pone esa cara de ciervo herido que siempre utiliza cuando quiere que la gente se lo folle o le financie. Casi le creo.
Matty le mira. «Venga, Si. No saques las conclusiones equivocadas. Lo que le ha pasado a la cría no tiene nada que ver con el jaco. Tampoco es culpa de Lesley. He metido la pata al decir eso. Ha sido una buena madre. Quería a esa cría. No es culpa de nadie. La muerte súbita y eso. Pasa constantemente.»
«Sí, digamos, muerte súbita, tío… ¿sabes lo que te digo?», asintió Spud.
Siento que les quiero a todos. Matty, Spud, Sick Boy y Lesley. Quiero decírselo. Lo intento, pero lo único que me sale es: «Voy a preparar el tema.» Me miran, desconcertados de la hostia. «Yo soy así», digo encogiéndome de hombros, autojustificándome. Me voy para el cuarto de estar.
Esto es una pasada total. Lesley. Soy un puto inútil para estas cosas. Más que inútil en este estado. De utilidad negativa. Lesley ni se ha movido. Siento que quizá debería ir a consolarla, pasarle el brazo alrededor del hombro. Pero noto los huesos resquebrajados. No podría tocar a nadie ahora mismo. En vez de eso, balbuceo.
«No sabes cuánto lo siento, Les… pero no es culpa de nadie… la muerte súbita y eso… la pequeña Dawn… una criíta tan chachi… una puta lástima… un puto pecado, tía, ya lo creo.»
Lesley levanta la cabeza y me mira. Su rostro blanco y delgado es como una calavera envuelta en papel de celofán; sus ojos están enrojecidos, rodeados de círculos negros.
«¿Estás preparando? Necesito un chute, Mark. Necesito de verdad un jodido chute. Venga, Marky, prepárame un chute…»
Por fin podía hacer algo práctico. Había jeringuillas y agujas tiradas por todas partes. Intenté recordar cuáles eran las mías. Sick Boy dice que él no compartiría nunca jamás con nadie. Mierda. Cuando te sientes como yo ahora, la verdad es que no te importa demasiado. Cojo la más próxima, que por lo menos no es de Spud, pues él ha estado sentado en el otro lado de la habitación. Si Spud aún no es seropositivo, el gobierno debería mandar una delegación de técnicos de estadística a Leith, porque las leyes de la probabilidad no están operando correctamente por aquí.
Saco la cucharilla, el mechero, y las bolas de algodón además de un poco de ese puto Vim o Ajax que Seeker tiene la desfachatez de llamar caballo. El resto de la peña se une a nosotros en la habitación.
«Fuera otra vez, muchachitos», salto, haciéndoles gesto de largarse con movimientos de revés de la mano. Sé que estoy jugando a ser El Hombre, y una parte de mí me odia, porque es horrible cuando algún capullo te lo hace a ti. Nadie, sin embargo, podría hallarse en esa posición y a continuación negar la proposición de que el poder absoluto corrompe. Los tipos se echan unos pasos atrás y miran en silencio mientras yo cocino. Los jodidos tendrán que esperar. Lesley es la primera, después de mí. Ni que decir tiene.
Dilemas yonquis n.° 64
«¡Mark! ¡Mark! ¡Contesta! ¡Sé que estás ahí, hijo! ¡Sé que estás ahí dentro!»
Es mi madre. Hace bastante que no he visto a mamá. Estoy aquí tumbado a sólo unos pasos de la puerta, que da a un estrecho pasillo que lleva a otra puerta. Tras esa puerta está ella.
«¡Mark! ¡Por favor, hijo, por favor! ¡Abre la puerta! ¡Soy tu madre, Mark! ¡Abre la puerta!»
Suena como si mamá estuviera llorando. Quiero a mi madre, la quiero demasiado, pero de una forma que me resulta difícil definir, de una forma que hace difícil, casi imposible, decírselo de verdad alguna vez. Pero con todo la quiero. Tanto que no quiero que tenga un hijo como yo. Ojalá pudiera encontrarle un sustituto. Me gustaría porque no creo que cambiar sea una de mis opciones.
No puedo ir hasta la puerta. Imposible. En vez de eso, decido prepararme otro chute. Mis centros neurálgicos dicen que ya es la hora.
Ya.
Cristo, la vida no se hace más fácil.
Este caballo tiene demasiada mierda. Se nota por la forma que tiene de no disolverse apropiadamente. ¡Me cago en ese cabrón de Seeker!
Tendré que hacerles una visita a la vieja y al viejo en algún momento; ver cómo andan. Haré de esa visita una prioridad; después, claro está, de que haya ido a ver a ese cabrón de Seeker.