«¡Feliz Año Nuevo, capullín!» Franco envolvió la cabeza de Stevie con su brazo. Stevie sintió que se le desgarraban varios músculos del cuello, mientras que, tieso, sobrio y consciente de sí mismo, luchaba por dejarse llevar por la corriente.
Devolvió el saludo todo lo cordialmente que pudo. A continuación una ronda de Feliz-Año-Nuevos, en la que aplastaron sus manos provisionales, palmotearon su tiesa espalda y le besaron sus apretados y pasivos labios. Únicamente podía pensar en el teléfono, en Londres y en Stella.
Ella no había llamado. Peor aún, no estaba cuando la llamó él. Ni siquiera en casa de su madre. Stevie había vuelto a Edimburgo, dejando el campo libre a Keith Millard. Ese hijo-puta se aprovecharía al máximo. Estarían juntos ahora mismo, como probablemente lo estuvieran anoche. Millard era pura escoria. Stevie también lo era. Stella también. Era una mala combinación. Stella era además la persona más maravillosa del mundo a los ojos de Stevie. Este hecho la hacía menos escoria; de hecho, hacía que no fuera escoria en absoluto.
«¡Relájate, me cago en Dios! ¡Es el puto Año Nuevo!» Franco, más que sugerir, ordenó. Ése era su estilo. Obligaría a la gente a disfrutar si fuera necesario.
Generalmente no era necesario. Estaban todos tan puestos que daban miedo. A Stevie le resultaba difícil conciliar aquel mundo con el que acababa de dejar. Ahora era consciente de que le miraban. ¿Quién era aquella gente? ¿Qué querían? La respuesta era que eran sus amigos, y que le querían a él.
Una canción que giraba en el plato se le metió en la cabeza, aumentando su infelicidad.
Yo quería a una chica bonita,
es tan dulce como el brezo en la cañada,
es tan dulce como el brezo,
el hermoso brezo púrpura,
Mary, mi lila escocesa.
Todos se unieron con ganas. «No hay nada como Harry Lauder[15]. Es Año Nuevo, ¿no?», exclamó Dawsie.
En el júbilo de las caras que le rodeaban, Stevie halló la medida de su propia desgracia. El pozo de la melancolía no tenía fondo, y descendía rápidamente, alejándose cada vez más de los buenos tiempos. Esos tiempos a menudo parecían tentadoramente a su alcance; podía verlos suceder a su alrededor. Su mente era como una cruel prisión, ofreciendo a su alma cautiva una vista de la libertad, pero nada más.
Stevie sorbió su lata de Export y deseó llegar al final de la noche sin comerle la moral a demasiada gente. Frank Begbie era el principal problema. Era su piso, y estaba empeñado en que todo el mundo lo pasara bien.
«Tengo tu entrada para el partido de esta noche, Stevie. A metérsela a esos cabrones jambo»,[16] le dijo Renton.
«¿Nadie va a verlo en el pub? Pensé que lo retransmitirían por satélite y eso.»
Sick Boy, que había estado ligando con una chica menuda y de cabellos oscuros a la que Stevie no conocía, se volvió hacia él.
«Vete a tomar por culo, Stevie. Vaya unas malas costumbres estás cogiendo en Londres, te lo juro, tío. Detesto el jodido fútbol televisado. Es como follar con un durex puesto. Puto sexo seguro, puto fútbol seguro, puto todo seguro. Construyamos todos un agradable y seguro mundillo a nuestro alrededor», se burló, haciendo muecas. Stevie había olvidado la magnitud de la furia natural de Sick Boy.
Rents está de acuerdo con Sick Boy. Qué raro, pensaba Stevie. Siempre estaban diciéndose de todo el uno al otro. Generalmente, si uno decía azúcar, el otro decía mierda. «Deberían prohibir todas las retransmisiones y hacer que los vagos y gordos hijoputas levanten el culo y vayan a los partidos.»
«Me has convencido», dijo Stevie con tono resignado.
La unidad entre Rents y Sick Boy no perduró.
«Tú ya puedes hablar de levantar el culo. El puto señor Sofá Raído en persona. Si estás sin darle al caballo durante más de diez minutos quizá llegues a más partidos esta temporada que la anterior», dijo Sick Boy con desprecio.
«Vaya putos huevos tienes, cabronazo…» Rents se volvió hacia Stevie, y a continuación gesticuló burlonamente con el pulgar en dirección a Sick Boy. «A este cabrón le llamaban Boots[17] a cuenta de las drogas que siempre llevaba encima.»
Continuaron riñendo. Hubo un tiempo en que Stevie habría disfrutado de ello. Ahora le agotaba.
«Recuerda, Stevie, estaré contigo unos días en febrero», le dijo Rents. Stevie asintió tétricamente. Esperaba que Rents se olvidara de todo eso, o que lo dejaría. Rents era un colega, pero tenía un problema con las drogas. En Londres volvería a engancharse enseguida, haciendo tándem con Tony y Nicksy. Siempre andaban buscando direcciones en las que recoger los cheques del paro. Rents nunca parecía trabajar, pero siempre tenía dinero. Lo mismo pasaba con Sick Boy, pero él trataba el dinero de todos los demás como si fuera suyo, y el suyo exactamente de la misma manera.
«Hay fiesta en casa de Matty después del partido. Su piso nuevo en Lome Street. Allí nos vemos», gritó hacia ellos Frank Begbie.
Otra fiesta. Para Stevie era casi como trabajar. El Año Nuevo dura y dura. Empezará a desvanecerse sobre el cuatro, cuando empiezan a aparecer los huecos entre las fiestas. Estos huecos se hacen más grandes hasta convertirse en la semana normal, con las fiestas durante el fin de semana.
Llegaron más first foots[18]. El pisito estaba abarrotado. Stevie nunca había visto a Franco, el Pordiosero, tan a gusto consigo mismo. Rab McLaughlin, o Segundo Premio, como le llamaban, ni siquiera había sido agredido cuando se meó detrás de las cortinas de Begbie. Segundo Premio llevaba semanas borracho hasta la incoherencia. El Año Nuevo era un camuflaje oportuno para la gente como él. Su novia, Carol, se había marchado en el acto como protesta por su comportamiento. Segundo Premio, para empezar, ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.
Stevie pasó a la cocina, donde se estaba más tranquilo, y tenía al menos una oportunidad de oír el teléfono. Como si fuera un hombre de negocios yuppie, había dejado con su madre una lista de los teléfonos donde era probable que estuviera. Ella podría pasárselos a Stella si llamaba.
Stevie le había dicho lo que sentía por ella, en un pub en Kentish Town, aquel en el que normalmente nunca bebían. Puso su corazón al desnudo. Stella dijo que tendría que pensar sobre lo que había dicho, que la había dejado pasmada de verdad, y que era demasiado para asimilarlo en ese momento. Le dijo que le llamaría cuando llegara a Escocia. Y así quedó la cosa.
Dejaron el pub tomando direcciones distintas. Stevie fue hacia la estación de metro para coger el que va hasta Kings Cross, con la bolsa de deporte sobre el hombro. Se detuvo, se volvió y la contempló mientras cruzaba el puente.
Sus largos rizos castaños se agitaron salvajemente de un lado a otro al viento, mientras se alejaba ataviada con su guerrera, falda corta, gruesas y ajustadas medias de lana negra y Doctor Martens de veinte centímetros. Se quedó esperando a que ella se volviese para mirarle. Nunca lo hizo. Stevie compró una botella de whisky Bell’s en la estación y se lo había terminado todo cuando el tren llegó a Waverley.
Su estado de ánimo no había mejorado desde entonces. Se sentó sobre la encimera de fórmica, contemplando las baldosas de la cocina. June, la novia de Franco, entró y le sonrió, recogiendo nerviosamente algunas bebidas. June jamás hablaba, y a menudo parecía superada por tales ocasiones. Franco hablaba lo suficiente para ambos.
Al salir June, entró Nicola, perseguida por Spud, que iba a su vera como un fiel perro babeante.
«Ey… Stevie… Feliz Año Nuevo, eh, digamos…», balbuceó Spud.
«Ya nos hemos visto, Spud. Estuvimos por el Tron juntos anoche. ¿Te acuerdas?»
«Ah… cierto. Tranqui, colega», consiguió enfocar Spud, agarrando una botella de sidra llena.
«¿Va todo bien, Stevie? ¿Qué tal por Londres?», preguntó Nicola.
Dios, no, pensó Stevie. Es tan fácil hablar con Nicola. Voy a vaciar mi corazón… no lo haré… sí lo haré.
Stevie empezó a hablar. Nicola escuchó indulgentemente. Spud asintió comprensivamente, indicando en ocasiones que toda la situación era «demasiado jodidamente fuerte…».
Sintió que estaba quedando como un imbécil, pero no podía parar de hablar. Cómo debía de estar aburriendo a Nicola, y hasta a Spud. Pero no podía parar. Spud acabó por irse, siendo reemplazado por Kelly. Linda se les unió. Las canciones futboleras debían de estar a punto de empezar en el cuarto de estar.
Nicola dispensó algún consejo práctico: «Llámala, espera a que ella llame, o vete a verla.»
«¡STEVIE! ¡VEN AQUÍ, CACHO CAPULLO!», rugió Begbie. Stevie se dejó literalmente arrastrar con docilidad de vuelta al cuarto de estar. «De vacile con las titis en la puta cocina. Eres peor aún que ese capullo sabihondo de ahí, el jodido purista del jazz.» Señaló hacia Sick Boy, que se estaba morreando con la mujer a la que le había estado vacilando. Previamente habían oído a Sick Boy describirse a sí mismo ante ella como «básicamente un purista del jazz».
So wir aw off tae Dublin in the green — fuck the queen!
Whair the hel-mits glisten in the sun — fuck the huns!
And the bayonets slash the aw-ringe sash
To the echo of the Tommy Gun[19].
Stevie se sentó melancólicamente. El teléfono jamás se oiría por encima de aquel estruendo.
«¡Callaos ahora!», gritó Tommy, «Ésta es mi canción favorita.» Los Wolfetones cantaron Banna Strand. Tommy canturreó junto a algunos otros.
oan the lo-ho-honley Ba-nna strand.
Hubo algunos ojos humedecidos cuando los Tones cantaron James Connolly[20]. «Un gran jodido rebelde, un gran jodido socialista y un jodido gran Hibby. El puto James Connolly, cacho cabrón», le dijo Gav a Renton, que asintió sombríamente.
Algunos la cantaron, otros intentaron mantener conversaciones por encima de la música. No obstante, cuando empezó The Boys of the Old Brigade todos se unieron al coro. Incluso Sick Boy se tomó un descanso de su sesión de morreo.
Oh fa-thir why are you-hoo so-ho sad
oan this fine Ea-heas-ti-her morn
«¡Canta, cacho cabrón!», dijo Tommy, dándole a Stevie un codazo en las costillas. Begbie le encajó otra lata de cerveza en la mano y le echó el brazo alrededor del cuello.
Whe-hen I-rish men are prow-howd ah-hand glad
off the land where they-hey we-her born
A Stevie le preocupaba el canturreo. Había en él un matiz de desesperación. Era como si, cantando lo bastante alto, fueran a soldarse unos con otros en una poderosa hermandad. Era, como decía la canción, música para «llamar a las armas», y parecía tener poco que ver con Escocia y el Año Nuevo. Era música de lucha. Stevie no quería luchar con nadie. Pero también era música hermosa.
Las resacas, al mismo tiempo que quedaban relegadas a un segundo plano por el alcohol, también estaban siendo alimentadas. Ahora eran tan potencialmente enormes como para hacerse genuinamente temibles. No dejarían de beber hasta que tuvieran que enfrentarse a la realidad, y eso sería cuando hubiesen quemado hasta el último resquicio de adrenalina.
Aw-haun be-ing just a la-had li-hike you
I joined the I-hi-Ah-har-A — provishnil wing.[21]
Sonó el teléfono en el pasillo. Lo cogió June. Entonces Begbie se lo quitó de las manos, haciéndole seña de que se largase. Flotó como un fantasma de vuelta al cuarto de estar.
«¿Quién? ¿QUIÉN? ¿QUIÉN ES? ¿STEVIE? VALE, AGUANTA UN MOMENTO. FELIZ AÑO NUEVO, POR CIERTO, MUÑECA…» Franco dejó caer el auricular, «… dónde coño estás…», pasó al cuarto de estar. «Stevie. Una jodida titi al aparato para ti. Parece que tenga canicas en la boca, ya te digo. Londres.»
«¡Jo! ¡Vaya cabrón estás hecho!», se rió Tommy mientras Stevie salía disparado del sofá. Necesitaba mear desde la última media hora, pero no se fiaba de sus piernas. Ahora funcionaban perfectamente.
«¿Steve?» Ella siempre le había llamado «Steve» en vez de «Stevie». Todo el mundo lo hacía allá abajo. «¿Dónde has estado?»
«Stella… que dónde he estado yo… intenté telefonearte ayer. ¿Dónde estás? ¿Qué haces?» Casi dijo con quién estás, pero se retuvo.
«Estuve en casa de Lynne», le dijo ella. Claro. En casa de su hermana. Chingford o algún sitio igualmente aburrido y espantoso. Stevie sintió una ola de euforia.
«¡Feliz Año Nuevo!», dijo, aliviado y radiante.
Sonaron los pitidos, y se introdujeron más monedas en la máquina. Stella no estaba en casa. ¿Dónde estaba? ¿En un pub con Millard?
«Feliz Año Nuevo, Steve. Estoy en Kings Cross. Subo al tren para Edimburgo en diez minutos. ¿Puedes encontrarte conmigo en la estación a las diez cuarenta y cinco?»
«¡Hostia puta! Me tomas el pelo… ¡joder! No estaré en ningún otro sitio del mundo a las diez cuarenta y cinco. Has salvado mi Año Nuevo. Stella… las cosas que dije la otra noche… las siento más que nunca, sabes…»
«Me parece muy bien, porque creo que estoy enamorada de ti… no he hecho más que pensar en ti.»
Stevie tragó con fuerza. Sentía que se le acumulaban las lágrimas en los ojos. Una de ellas dejó su lugar de nacimiento y rodó por su mejilla.
«Steve… ¿te encuentras bien?», preguntó ella.
«Mucho mejor que eso, Stella. Te quiero. Nada de dudas, nada de mentiras.»
«Joder… se está agotando el dinero. No me engañes nunca, Steve, esto no es un juego… te veré a las once menos cuarto… te quiero…»
«¡Te quiero! ¡TE QUIERO!» Se acabaron los pitidos y la línea se cortó.
Stevie sostuvo tiernamente el auricular, como si fuese otra cosa, alguna parte de ella. Después lo colgó y fue a echar aquella meada. Jamás se había sentido tan vivo. Mientras miraba cómo su fétido pis salpicaba en la taza, su cerebro se dejó abrumar por deliciosos pensamientos. Un poderoso amor por el mundo se apoderó de él. Era Año Nuevo. Auld Lang Syne[22]. Quería a todo el mundo, especialmente a Stella y a sus amigos de la fiesta. Sus camaradas. Rebeldes entrañables; la sal de la tierra. A pesar de ello, amaba incluso a los Jambos. Eran buena gente; no hacían más que apoyar a su equipo. Este año les felicitaría el Año Nuevo a muchos de ellos, independientemente del resultado. Stevie disfrutaría llevando a Stella a diversas fiestas por la ciudad. Sería estupendo. Las divisiones futbolísticas eran un sinsentido estúpido e irrelevante que actuaba en contra de los intereses de la unidad de la clase trabajadora, asegurando que la hegemonía de la burguesía quedase intacta. Stevie lo tenía todo muy claro.
Entró derecho a la habitación y puso el Sunshine On Leith de los Proclaimers en el plato. Quería celebrar el hecho de que adondequiera que fuera, aquél era su hogar, aquélla era su gente. Después de algunas quejas, tocó fibra. Los silbidos ante la retirada del disco anterior enmudecieron en vista de la exultación de Stevie. Les dio vigorosamente de palmetazos a Tommy, Rents y el Pordiosero, cantó en voz alta, bailó el vals con Kelly sin que le importara nada la impresión que produciría en otra gente lo evidente de su transformación.
«Muy amable de tu parte que te unas a nosotros», le dijo Gav.
Siguió animado a lo largo de todo el partido, mientras que para los demás salió dramáticamente mal. De nuevo acabó distanciado de sus amigos. Primero no pudo compartir su felicidad, ahora no podía solidarizarse con su desesperación. Los Hibs estaban perdiendo ante los Hearts. Ambos equipos creaban cantidades ridículas de oportunidades; el nivel era de colegio, pero los Hearts al menos aprovechaban algunas de las suyas. Sick Boy tenía la cabeza entre las manos. Franco lanzaba furiosas miradas malévolas hacia los danzantes hinchas de los Hearts al otro lado del campo. Rents exigió a gritos la dimisión del entrenador. Tommy y Shaun discutían sobre las limitaciones defensivas, tratando de repartir las culpas por el gol. Gav maldijo las inclinaciones masónicas del arbitro, mientras que Dawsie aún se lamentaba de los anteriores fallos a puerta de los Hibs. Spud (drogas) y Segundo Premio (alcohol) estaban aún en el piso, completamente idos; sus entradas para el partido ya no servirían para nada salvo como futuro material de boquillas. Nada de esto importaba de momento por lo que a Stevie hacía. Estaba enamorado.
Después del partido, dejó a los demás para dirigirse hacia la estación y encontrarse con Stella. El grueso de los hinchas de los Hearts también iba en esa dirección. Stevie era ajeno a las malas vibraciones. Un tío le gritó a la cara. Los cabrones habían ganado por cuatro a uno, pensó. ¿Qué cojones querían? ¿Sangre? Evidentemente.
Sobrevivió a algunas provocaciones poco imaginativas de camino a la estación. Sin duda, pensó, podían encontrar algo mejor que «hijo de puta Hibby» o «cabrón feniano»[23]. Hubo un héroe que intentó zancadillearle por detrás, azuzado por amigos al acecho. Debería haberse quitado la bufanda. ¿Quién coño iba a saberlo? Ahora era un chico de Londres, ¿qué tenía toda aquella mierda que ver con su vida en aquel momento? Ni siquiera quería tratar de contestar sus propias preguntas.
En la terminal de la estación, un grupo marchó hasta él. «¡Hijo de puta Hibby!», gritó un joven.
«Os habéis confundido, muchachos. Yo soy del Borussia Munchengladbach.»
Sintió un golpe a un lado de la cara y notó el sabor de la sangre. Le dieron algunas patadas, a medida que el grupo se alejaba de él.
«¡Feliz Año Nuevo, muchachos! ¡Paz y amor, hermanos Jambo!», se rió de ellos, y se chupó el labio agrio y partido.
«El capullo está del bolo», dijo un tío. Pensó que volverían a por él, pero volcaron su atención en insultar a una mujer asiática y sus dos niños pequeños.
«¡Puta guarra paki!»[24]
«Vete a tomar por culo a tu país.»
Hicieron un coro de ruidos y gestos simiescos mientras abandonaban la estación.
«Qué jóvenes tan encantadores y delicados», le dijo Stevie a la mujer, que le miró como un conejo miraría a una comadreja. Veía a otro joven blanco que balbuceaba, sangraba y olía a alcohol. Ante todo, veía otra bufanda futbolera, como la de los jóvenes que la habían insultado. No había ninguna diferencia de color por lo que a ella hacía, y estaba en lo cierto, se dio cuenta Stevie con desconsoladora tristeza. Seguramente era igual de probable que tíos de verde la acosaran. Todas las hinchadas tenían sus gilipollas.
El tren llegó casi veinte minutos tarde, una excelente actuación según los cánones de British Rail. Stevie se preguntó si ella estaría en él. Le atacó la paranoia. Ráfagas de temor atravesaron su cuerpo. La apuesta era elevada, más elevada que nunca. No la veía, ni siquiera podía en su imaginación. Y allí estaba casi sobre él, diferente a como la había imaginado, más real, aún más hermosa. Era la sonrisa, la mirada recíproca de la emoción. Recorrió la corta distancia que los separaba y la rodeó con sus brazos. Se besaron durante mucho rato. Cuando pararon, la plataforma estaba desierta y el tren llevaba recorrido buena parte del camino hasta Dundee.