—Todos culpables de diferentes delitos —puntualizó Kresh—. Pero aun así, culpables. Fue usted, Cinta.
Cinta Melloy lo miró sorprendida.
—¿Yo? ¿Se ha vuelto loco? Puedo haberme ensuciado un poco las manos, pero no maté a nadie.
—No —convino Kresh—, no mató a nadie. Pero fue usted quien me dio la pista que necesitaba. —«Y no ha estado mal ponerte nerviosa a ti y a todos los demás diciéndolo de esa manera», pensó.
—¿A qué pista se refiere? —quiso saber Cinta.
—Al incendio —respondió Kresh—. Usted comentó que no la habían invitado, pero que aun así decidió presentarse.
—¿Es esa su gran pista? —inquirió Cinta—. Es mi gran pista.
—No entiendo cómo esas palabras pueden ser la base para acusar a nadie de homicidio —intervino Prospero.
—Oh, tú y Calibán tampoco necesitáis preocuparos por la acusación de homicidio. Estáis aquí precisamente porque ya no sois sospechosos. Os habéis liberado de todos los cargos, salvo el intento de extorsión, sin que nadie cayera en la cuenta.
—¿Cómo? —preguntó Calibán.
—Al no asociar el término «Valhalla» con una versión distorsionada de su significado —contestó Kresh.
—Alvar…, gobernador Kresh… En nombre de las estrellas, déjese de juegos —dijo Fredda—. Sólo explíquenos adónde pretende llegar.
—Sea paciente, Fredda. Todo a su debido tiempo. —Se volvió hacia los robots—. Calibán, Prospero, le habéis dicho esto a Donald. Ahora decídmelo a mí, e insisto en que no os guardéis nada, si valoráis vuestra existencia. Cuando vinisteis aquí para hablar con Grieg, ¿cuál era vuestro plan?
—Amenazarlo con la denuncia simultánea de todos los escándalos de este planeta si él decidía exterminar a los robots Nuevas Leyes —respondió Prospero.
—¿E hicisteis esa amenaza?
—Así es, presentándola del modo más cortés posible —dijo Prospero—. Sin embargo, él ni siquiera se inmutó.
—La idea incluso parecía divertirle —terció Calibán—, como si en ningún momento pensara que la llevaríamos a cabo.
—¿Y lo habríais hecho? —preguntó Kresh. Los dos robots se miraron.
—Debíamos reunirnos al día siguiente —dijo Calibán— para preparar el material que mostraríamos. Entonces nos enteramos de que Grieg había muerto, y cancelamos el plan.
—¿Cómo obtuvisteis vuestra información? —preguntó Fredda.
—Lentamente —contestó Prospero—. Poco a poco. En las redes de contrabandistas circulan chismes y rumores, y según un viejo axioma, los que buscan la verdad deben seguir el rastro del dinero. Estudiamos gran cantidad de transacciones, legales e ilegales. Nos enseñaron mucho.
—Contadme qué había en ese material —pidió Kresh—. No, mejor aún. Os lo diré yo. Tenéis pruebas de que nuestro amigo Simcor Beddle estaba recibiendo dinero de los colonos, tal vez sin saberlo.
—Pero yo… —objetó Beddle.
—Cállese, Beddle —lo interrumpió Kresh—. Todavía no es gobernador. Por el momento sólo hablará cuando le dirijan la palabra. —Se volvió hacia los robots—. También tenéis pruebas de que Sero Phrost y Tonya Welton estaban juntos en el negocio del contrabando. —Otra reacción, pero Phrost y Welton tuvieron la sensatez de callarse—. Pruebas de que el grupo de Tierlaw Verick estaba sobornando a funcionarios del gobierno. Verick también estaba asociado con los contrabandistas de espaldas oxidadas… al parecer junto con medio planeta, pero dudo que divulgarais ese pequeño chisme.
—Un momento —protestó Verick—. Yo no…
—Silencio, Verick. Y también tenéis pruebas de que el comandante Devray y la capitán Melloy poseían datos acerca de ciertos actos delictivos en altas esferas y no obraban de acuerdo con esa información.
Devray y Melloy iban a protestar, pero Kresh los conminó a guardar silencio.
—Ni una palabra —ordenó con voz áspera—. Ustedes dos tenían esa información, y se la mencionaron al gobernador. Justen, usted le habló del soborno de Tierlaw, y usted, Cinta, le comentó que Sero Phrost comerciaba ilegalmente con máquinas colonas y pasaba sus ganancias a los Cabezas de Hierro. Lo sé porque he visto los archivos de Grieg. Él tampoco obró de acuerdo con esa información, por la misma razón por la que ustedes callaron.
—¿Y cuál sería esa razón? —preguntó Phrost con sorna.
—Temía tirar demasiado de la manta. Si arrestaba a Sero Phrost, este implicaría a Tonya Welton. Grieg necesitaba el apoyo de Welton. También sabía que sin Phrost la licitación espacial por el sistema de control podía quedar sin efecto. Y si arrestaba a Verick, Grieg perdería la licitación colona sobre el sistema.
Devray parecía confuso.
—Aguarde un segundo. Los robots acaban de decir que a Grieg no parecía importarle que ellos revelaran todo.
—Así es —convino Kresh—. Porque la noche en que murió sabía que ya no importaba. Había tomado sus decisiones definitivas sobre el sistema de control, y sobre los robots Nuevas Leyes. Iba a anunciarlas al día siguiente. Lo que hacían los robots amenazaba con eliminar a todos sus enemigos, pero en ese momento ya no necesitaba mantener contentos a estos. —Se volvió hacia los robots—. Él no podía difamar a sus oponentes sin quedar mal parado, pero era distinto si los acusabais vosotros. Vuestra amenaza era el mayor favor de su carrera política.
—No podía ser tan bueno —protestó Melloy—. Tantos chismes y difamaciones habrían acabado por perjudicarlo. Alguien trataría de tomar represalias.
—¿Contra quién? ¿Contra los robots? —preguntó Kresh—. Ellos difundirían el material, no Grieg; pero aunque usted tuviera razón, y tal vez sea así, Grieg habría aceptado cualquier mella en su prestigio con tal de librarse de Simcor Beddle.
—Usted dice que a Grieg ya no le importaba, que él había tomado sus decisiones —intervino Calibán—. ¿Puedo preguntar cuáles eran esas decisiones, y si usted se propone respetarlas?
—Por el momento prefiero no responder a esa pregunta. Tengo una nota bastante críptica que Grieg se dirigió a sí mismo. Creo que contiene la respuesta. Sin embargo, no necesito descifrar la nota; Tierlaw Verick lo ha hecho por mí.
—¿Él le dijo lo que había decidido Grieg? —preguntó Fredda—. ¿Cuándo? Yo no lo oí.
Tierlaw Verick abrió la boca para protestar de nuevo, pero se lo pensó mejor.
—Bien hecho, Verick —dijo Kresh—. Yo que usted no diría una palabra más.
—Pero ¿qué dijo? —preguntó Fredda— ¿Qué me perdí?
—Usted oyó todo lo que oí yo, y el modo en que él reaccionó me hizo comprender cuáles fueron las decisiones de Grieg.
—Entonces él decía la verdad —observó Calibán—. Cuando salió del despacho de Grieg nos dijo, a Prospero y a mí, que nuestra especie pasaría a mejor vida. Una referencia arcaica al más allá. En realidad se refería a que Grieg había decidido destruir los robots Nuevas Leyes.
—Y eso os asustó, y fuisteis a ver a Grieg muy alborotados y lo amenazasteis antes que él os dijera personalmente que se proponía destruiros. —Kresh sacudió la cabeza—. Fue un gravísimo error por vuestra parte.
—¿En qué sentido? —preguntó Calibán.
—Y os jactáis de ser seres superiores —intervino Donald por primera vez, mientras salía del nicho—. Si fuerais auténticos robots, la conducta humana habría sido objeto constante de vuestro estudio, y no habríais errado. ¿Tan poco comprendéis la naturaleza humana?
—¿A qué te refieres? —preguntó Calibán—. Gobernador Kresh, ¿él habla en nombre de usted?
—Donald habla en su propio nombre, pero tiene razón. Continúa, Donald.
—Sería lógico esperar que el gobernador Grieg os transmitiera su decisión, fuera esta cual fuere, pero así no obran los humanos. Eso no coincide con la personalidad del gobernador. Esperar que él actuara de ese modo no tiene en cuenta las emociones del placer de traer buenas noticias, de la vergüenza y la pena que sienten los humanos al comunicar malas noticias de las cuales son responsables. No sería propio de Grieg llamaros a su despacho para anunciar que se proponía exterminaros. Os habríais enterado por las noticias, o por una nota escrita, o al recibir una descarga energética en la cabeza.
—¿Qué pretendes decir? —preguntó Prospero.
—Que debisteis saber que su decisión sería favorable para vosotros en cuanto os invitó a verlo personalmente —respondió Donald.
—Y cuando Verick os dijo que vuestra especie pasaría a mejor vida —dijo Kresh—, sólo repetía lo que había dicho Grieg. Sólo que lo entendió mal. Grieg debía elegir entre tolerar una situación intolerable o el exterminio, pero encontró una tercera solución. La encontró y se la transmitió a Verick.
—Sigo sin entender —dijo Prospero.
—Yo sí entiendo —intervino Calibán, mirando hacia adelante—. Ahora, sí. Valhalla. Grieg le dijo a Verick que enviaría a todos los robots Nuevas Leyes a Valhalla. Para alguien que vive en Inferno, es el nombre de un lugar: el lugar al que desean escapar los robots Nuevas Leyes, un escondrijo alejado en el que los humanos no pueden inmiscuirse. Pero Verick interpretó que el gobernador hablaba metafóricamente, aludiendo a la vieja leyenda de la Tierra de donde deriva ese nombre. Valhalla, la morada de los dioses, donde viven aquellos que han muerto en el campo de batalla. El trasmundo, una vida mejor.
—De modo que amenazasteis al hombre que había encontrado el modo de salvaros —dijo Kresh—. Y amenazasteis con hacer aquello que él deseaba hacer, aunque no se atrevía a hacerlo personalmente. Y sospecho que eso estimuló a su sentido del humor, hasta el punto que os dijo que os fuerais y no regresarais, esperando que al día siguiente el público conociera los tejemanejes financieros de Beddle. La ironía es que vosotros no teníais motivos para matar a Grieg, aunque pensabais que sí.
—De modo que usted aún tiene razones para sospechar de nosotros —dijo Calibán.
—Al contrario —repuso Kresh—. Estoy seguro de que no tuvisteis nada que ver con el homicidio de Chanto Grieg.
—Parece que ha encontrado la solución de todo esto —gruñó Melloy.
—Así es.
—Entonces, cuéntenos. Si no es demasiada molestia, claro.
—No hay duda de que se tomaron demasiadas molestias. Fredda lo ha señalado. El plan era demasiado intrincado, demasiado teatral. Eso fue lo que debí ver desde un principio. Había demasiadas personas, demasiados elementos difíciles de coordinar… sobre todo con alguien tan poco fiable y prescindible como Ottley Bissal en el centro de todo el asunto. El plan requería un asesino que estuviera dispuesto a hacer lo que le decían por una buena suma, alguien dispuesto a cometer un acto despreciable…, pero tan necio como para confiar en el conspirador que se proponía matarlo a él. Estos requerimientos laborales no atraen a solicitantes de calidad. Quien aceptara el trabajo tenía que ser alguien que cometiera errores, que fuera chapucero. Alguien como Bissal. Eso debió decirme algo. Debió decirme que el plan no funcionaría. Y por cierto, no funcionó.
—Pero Grieg resultó muerto —protestó Fredda.
—No del modo en que se proponía el autor intelectual del crimen —dijo Kresh—. No del modo en que lo planeó Tierlaw Verick.
Verick dio un brinco y se abalanzó sobre Kresh. Donald lo sujetó por los brazos y lo arrastró de vuelta a su asiento.
—Era el problema fundamental del caso —prosiguió Kresh—. Cuando Fredda localizó a Bissal, sabíamos que no teníamos al verdadero asesino. Bissal, obviamente, obedecía a otro; pero el que lo había enviado, y había enviado a los otros cómplices, había sabido ocultarse. Tenía que ser alguien con acceso a la mejor tecnología, y la peor gente. Podría haber sido cualquiera de los presentes. Incluso podría haber sido yo. Sin embargo, fue usted, Verick.
—Está loco, Kresh —gritó Verick—. ¿Cómo pude haber sido yo? Ni siquiera supe que Grieg había muerto hasta que un guardia me lo dijo en mi habitación.
—Y debió de sentir alivio cuando el guardia cometió ese desliz, pues eso le permitía dejar de actuar, de correr el riesgo de delatarse. Aunque es muy talentoso, sabía que no podría sostener su papel por mucho tiempo. Pues su talento es indudable. Incluso logró engañar al sistema de detección de mentiras de Donald, y eso requiere gran disciplina. Nuestros archivos decían que usted había tenido afición por el teatro, pero no sabíamos que era tan buen actor. El problema era que usted ya había cometido un desliz. Uno que no pudo evitar.
—¿De veras? —preguntó Verick.
—Así es. Dijo que había dos robots en el pasillo cuando salió de este despacho, no tres.
—Había dos —protestó Calibán—. Sólo estábamos Prospero y yo.
—Pero ¿dónde diablos estaba el robot centinela? —preguntó Kresh—. Estaba allí, frente a la puerta, con un disparo en el pecho, cuando yo registré el piso alto después de descubrir el cuerpo de Grieg. Los SPR con otras funciones se desplazan, pero el robot centinela de la puerta no se mueve de su puesto a menos que reciba órdenes de alguien que posea la autoridad correspondiente.
—Conque Tierlaw no vio un robot —dijo Cinta, que parecía haber asumido la tarea de defender a otro colono—. ¿Y qué? Los espaciales siempre hacen caso omiso de los robots. Eso no basta para acusar a un hombre de homicidio.
—Tierlaw no es espacial, sino colono —aclaró Donald—. Siente una pronunciada aversión hacia los robots, y reparó muy bien en los otros dos que estaban frente a la puerta. Dio una precisa y detallada descripción de Prospero y Calibán.
—¿Adónde pretende llegar? —preguntó Devray.
—Y Tierlaw ordenó al zapador, el robot centinela —prosiguió Kresh—, que abandonara su puesto. Sin embargo, un zapador no recibe órdenes de cualquiera. Tierlaw, o un subordinado, tuvo que acercarse al robot un rato antes y usar una compleja orden para convencerlo de que las órdenes de Tierlaw tenían prioridad sobre todo lo demás, incluido el custodiar a Grieg.
—¿Es eso posible? —preguntó Devray.
—Sí —respondió Fredda—, si el SPR no creyera que Grieg corría un peligro particular. De esa forma el potencial Primera Ley quedaría reducido, y si viera a Tierlaw como su dueño, el potencial Segunda Ley se vería realzado. Sí, Tierlaw pudo haber ordenado que el centinela se marchara y regresase más tarde.
—Es un argumento poco convincente —objetó Cinta—, y no veo qué tiene que ver con lo demás.
—Lo admito —dijo Kresh—. Me di cuenta de ello en cuanto lo deduje. Sabía que necesitaba pruebas…, y las encontré. No obstante, hay algo más. Calibán y Prospero fueron testigos de que Tierlaw salió por la puerta interior del despacho de Grieg. Las visitas tardías siempre usaban la puerta lateral externa, pero Tierlaw necesitaba dejar entrar a Bissal. Así que hizo que Grieg abriera la puerta interna.
—Pero no dejó entrar a Bissal. Nos dejó entrar a nosotros —aclaró Calibán.
—¿Y por qué permitiría que Bissal le viera la cara? —quiso saber Cinta.
—No lo hizo —respondió Kresh, dirigiéndose hacia su escritorio. Abrió la caja que contenía las pruebas y sacó un comunicador de bolsillo y una delgada cuña negra de metal—. Encontré estos chismes en su habitación, Verick, la habitación donde usted permaneció la noche del homicidio. Usted es hábil para ocultar cosas. Habíamos registrado por dos veces la habitación antes de que yo la revisara. Pero yo sabía lo que buscaba…, y eso cambia las cosas por completo. Y antes que alegue que le colaron estos objetos, sepa que un robot de inspección presenció la búsqueda y la grabó.
—Reconozco el comunicador, pero ¿para qué sirve el otro artilugio? —preguntó Fredda.
—Para esto —contestó Kresh. Fue hasta la puerta interior del despacho y usó el panel lector para abrirla. Luego tomó la cuña de metal y la puso en el marco de la puerta. La pieza se adhirió a él. Kresh retrocedió y la puerta se cerró, pero no del todo. Había una ínfima rendija entre esta y el marco. Kresh metió los dedos en la rendija y tironeó. Le costó cierto esfuerzo, pero logró abrir la puerta. Luego sacó la cuña, cruzó la habitación y volvió a guardarla en la caja—. Se suponía que Grieg sería asesinado aquí mismo —añadió—, en este despacho. Verick colocaría la cuña al salir…, con un poco de práctica, es fácil hacerlo sin que nadie lo advierta. Tierlaw ordenaría al robot centinela que regresara a su puesto, y luego pediría a Bissal que aguardaba en el sótano, que encendiera la señal de los restrictores para desactivar los robots SPR. Entonces Tierlaw saldría de la casa sin que nadie lo viera, mientras Bissal subía desde el sótano, entraba en el despacho y mataba a Grieg. Bissal quitaría la cuña y continuaría con el resto del plan, destruyendo los robots para ocultar los restrictores y ocultándose en el depósito hasta que las cosas se calmaran. Sólo que la comida que le habían dejado estaba envenenada. Debió de morir pocas horas después de Grieg.
—Es el plan más descabellado que he visto jamás —protestó Cinta—. No podía funcionar.
—Y no funcionó —admitió Devray—. Era descabellado, Cinta, en efecto, pero piense en lo que habríamos encontrado si hubiera funcionado. Grieg muerto detrás de una puerta atrancada, cincuenta robots de seguridad destruidos y un homicida que desaparece sin dejar rastros. Pocos días después, un almacén estalla y se incendia, y nadie piensa en asociar ambos hechos. Las cosas ya están bastante mal. La gente está asustada. Imagine el pánico, el caos, si todo hubiera resultado como debía.
—Pero las cosas salieron mal —dijo Kresh—. Las cosas salieron mal. Los dos robots estaban esperando frente a la puerta, así que usted no pudo poner la cuña, ¿verdad, Verick? Y no podía emplear el comunicador delante de los robots. Así que se metió en una habitación desocupada y llamó a Bissal desde allí, avisándole qué había salido mal. Le dijo que pasara al plan B y matara a Grieg en su dormitorio.
»Pero entonces comprendió que no podía salir de la habitación desocupada. Había un centinela apostado en el pasillo. Si usted salía, podía provocar la alarma general, así que debía quedarse allí, en esa habitación, hasta que los robots se marcharan, hasta que Grieg se fuera a acostar. Llamó a Bissal. Bissal activó la señal de los restrictores, y los centinelas se desactivaron. Sin embargo, aún no podía irse, porque Bissal había entrado en la casa. Él podía verlo y reconocerlo. Tendría poder sobre usted. Tal vez intentara extorsionarlo en lugar de ir al depósito a dar cuenta de su comida envenenada.
»No, usted no podía correr ese riesgo. Así que decidió esperar hasta que Bissal se fuera de la casa; pero Bissal había agotado la mayor parte de la carga de su pistola y comprendió que no tendría suficiente potencia para disparar contra todos los robots, de modo que decidió sacar los restrictores de la mitad de ellos, lo cual le llevó tiempo.
»Una vez que lo hubo hecho, destruyó la pistola y el robot de Troya del subsuelo y siguió su camino. Usted ya podía irse. Sin embargo, de pronto vio que el cielo estaba lleno de vehículos policiales. La policía había descubierto el cuerpo de Huthwitz. Aún no podía largarse. Llegué yo y subí por las escaleras. Habían descubierto a Grieg mucho antes de lo que usted esperaba. De repente oyó más pasos en los pasillos y comprendió que estaban registrando las habitaciones. Se ocultó debajo la cama, imagino, cuando realizaron la primera y apresurada inspección, pero sabía que buscarían de nuevo, o al menos tropezarían con usted. No podía ocultarse allí para siempre, así que, astutamente, tomó otra decisión.
»Ocultó la cuña incriminatoria y el comunicador, y se puso el pijama que encontró en la habitación. Tal vez pudiera convencernos de lo contrario; era su única oportunidad. Salió al pasillo y fingió que era un huésped que estaba durmiendo mientras pasaba todo esto. Donald lo sorprendió, y usted estuvo a punto de salirse con la suya. Pero Cinta Melloy decidió investigar si Grieg había tenido alguna vez huéspedes nocturnos… y descubrió que no. Por cierto, aún no hemos investigado el otro aspecto del asunto. ¿Había reservado usted una habitación de hotel en Limbo? Cuando la encontremos, ¿qué razones aducirá?
Verick abrió la boca y la cerró. Tragó saliva y al fin habló con esfuerzo.
—¿Y cuál se supone que era el motivo por el cual llevé a cabo tan absurdo plan? —preguntó, tratando de parecer tranquilo—. ¿Qué se supone que iba a conseguir?
—Ganancias —respondió Kresh—. Enormes ganancias. Dinero. No es un motivo al que los policías espaciales estemos acostumbrados. Al principio yo ni siquiera consideré esa posibilidad. Hace tiempo que el dinero no significa mucho, aunque eso está cambiando. Usted acudió a esa reunión con Grieg para averiguar si él aceptaría su sistema de control. Si él le anunciaba que había escogido su sistema, usted no le daría la señal a Bissal, no habría ataque y Bissal se escabulliría cuando pudiera. Si Grieg le anunciaba que le daría el trabajo a Phrost…, pues bien, un escalofriante atentado contra el gobernador podía provocar suficiente animadversión contra los robots como para que un nuevo gobernador no aceptara un diseño robótico… o quizá resultara más fácil sobornar a aquel. Tal vez usted supiera que a Beddle no le molestaba recibir dinero de los colonos. Incluso tal vez estuviese en tratos con él. Dígame, ¿trató de sobornar a Grieg? Él esperaba que lo hiciera.
Verick gritó y forcejeó, y Donald tuvo que contenerlo.
—Aceptaré eso como un sí —dijo el gobernador Kresh—. Por favor, comandante Devray, arreste a este hombre.