—Ottley Bissal —dijo Donald. Una ampliación granulada de una foto de la secuencia del integrador apareció en el lado izquierdo de la pantalla principal. Una foto clara y nítida apareció a la derecha. No cabía duda de que era el mismo hombre—. Como predijo la doctora Leving, Bissal dejó una tarjeta de visita, por así llamarla.
Donald estaba junto a la pantalla en un extremo de una larga mesa, frente a Fredda, el sheriff Kresh y el comandante Devray. Habían pasado catorce horas desde que Kresh había descubierto el cuerpo, y tres desde que Fredda había hallado el robot destruido en la sala del subsuelo.
Fredda estaba agotada, y sabía que los demás no se encontraban mejor. Kresh había dormido un poco, y Devray probablemente también, pero la situación no era ideal para descansar, y Donald era el único que conservaba íntegras sus fuerzas.
—Los robots de inspección detectaron muchas huellas dactilares —continuó Donald—, además de cabellos y fragmentos de piel, en el interior de uno de los armarios de la sala donde estaban los robots de seguridad. Es claro que Bissal se ocultó en ese armario el tiempo suficiente para perder algunos cabellos, un poco de caspa y restos de piel. A partir de todo ello obtuvimos muestras de ADN que coincidieron con los datos que tenemos en los archivos laborales de Bissal. Las huellas del marco de la puerta del armario nos brindaron una corroboración independiente.
—De acuerdo —dijo Justen Devray—. El sujeto del armario era Ottley Bissal. ¿Quién diablos es Ottley Bissal?
—Esa es la pregunta que procuramos responder desde que el equipo de identidad forense nos dio un nombre, hace media hora. Hemos avanzado rápidamente, sobre todo porque todas las fuerzas policiales del planeta parecen contar con extensos archivos sobre Bissal.
—Genial —masculló Kresh—. Eso significa que todos se preguntarán por qué no hicimos nada para impedir que asesinara al gobernador. Adelante, Donald. ¿Qué había en los archivos?
—Ottley Bissal. —Donald leía el expediente—. Soltero, nunca se casó, veintisiete años estándar de edad. Nacido y educado en la zona de clase baja de la ciudad de Hades. Educación limitada. Aptitud general baja demostrada en varias pruebas de evaluación realizadas en la escuela. Según las notas de varios maestros y asesores escolares, se trataba de un niño problemático de bajo rendimiento. Al salir de la escuela trabajó en varios lugares, con largos períodos de desempleo o de empleo clandestino. Pocos conocidos o amigos.
—Suena como el clásico perdedor solitario —observó Devray.
—Supongo que habrá tenido algunos problemas con la ley —comentó Kresh.
—Sí, señor. Muchos arrestos, algunos juicios, pero pocas condenas. Al parecer era proclive a dos clases de delito: la riña callejera y el robo menor. Después de su primera condena por asalto, hace seis años, la sentencia fue suspendida. Hace cuatro años pasó cuatro meses en la cárcel de Hades por robo. Como reincidente, al quedar en libertad se le requirió que consiguiese un empleo y lo conservara durante no menos de un total acumulado de cinco años. Despedido de varios trabajos, y con períodos de inactividad, hasta ahora sólo ha acumulado tres años de empleo. Su agente de libertad condicional evalúa su progreso como «insatisfactorio».
—No entiendo muy bien el asunto del empleo —dijo Fredda—. ¿Por qué conservar un empleo forma parte del castigo?
—Bien, si usted fuera agente de la ley encontraría que tiene muchísimo sentido —respondió Kresh—. La tasa formal media de desempleo en Inferno es del noventa por ciento. Sólo el diez por ciento de la población tiene una ocupación de tiempo completo por la cual percibe una remuneración significativa. Nadie necesita trabajar para vivir, ya que los robots cuidan de nosotros, pero hay personas, como las aquí presentes, que necesitan trabajar por otras razones, de tipo psicológico. El trabajo nos brinda satisfacción, o quizás un motivo para existir. Gran parte del otro noventa por ciento, tal vez la mitad, es tan activa como los trabajadores, pero lo que hace no se considera «trabajo»: arte, música, jardinería, sexo, etcétera. Casi todos los demás desempleados se limitan a dejar que los robots cuiden de ellos. Son zánganos inofensivos. Tal vez se entretengan durmiendo, haciendo compras, asistiendo a espectáculos, jugando. Quizá sientan una vaga insatisfacción, estén aburridos y deprimidos, o amen cada día de su vida. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Yo no quisiera estar en su lugar, y no pienso mucho en ellos, pero al menos no causan daño. Eso nos deja las sobras: los que no tienen una ocupación que les interese o les apasione, y son incapaces de aceptar una inactividad pasiva. Estoy hablando de alborotadores, en su mayoría varones, jóvenes e inquietos, con poca educación. Bissal concuerda con el perfil de la gente que comete el… ¿Cuánto es, Donald, el noventa y cinco por ciento?
—Aproximadamente —dijo Donald.
—Bien. La gente como Bissal comete el noventa y cinco por ciento de los crímenes violentos en Inferno. En comparación con los colonos, aquí tenemos condenas carcelarias muy breves, salvo para los delitos más graves, y tampoco tiene mayor sentido dejar que un buscarruidos aburrido se pudra entre rejas durante años. Así que nuestros poderosos recordaron el viejo dicho de que el ocio es amigo del diablo, y aprobaron una ley.
—Si obligan a esa gente a trabajar —explicó Devray—, queda la esperanza de que se interesen en el trabajo, o al menos de que la distracción y la fatiga los disuadan de cometer nuevos delitos. Y funciona bastante bien. Descubren que hacer algo es más satisfactorio e interesante que sentirse aburrido e irritable. —Señaló el expediente que leía Donald—. Sin embargo, parece que con Bissal no dio resultado.
—Bien, sí y no, lamentablemente —dijo Donald.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kresh—. ¿Qué clase de tarea hacía cuando estaba empleado?
—Al principio tuvo varios empleos donde trabajaba muy poco…, lo cual no era el propósito de la ley penal de empleo. Su labor consistía en observar a los robots que realizaban el verdadero trabajo. Al parecer lo despidieron de varios de estos puestos por ausentismo. Luego, durante un tiempo, realizó trabajos que requerían mano de obra no calificada, inadecuados para un robot.
—¿Qué clase de trabajo es inadecuado para un robot pero adecuado para un humano? —preguntó Fredda—. No es mi intención ofenderte, Donald, pero me parece que los infernales delegan en los robots toda clase de tareas tontas, inútiles y humillantes. Los obligan a hacer de todo… principalmente cosas que los humanos detestan.
—Comprendo lo que usted dice. Sin embargo, existen varias tareas no calificadas que son impropias de un robot, sobre todo a causa de la Primera Ley. Ciertas tareas de seguridad, por ejemplo. Un guardia debe disparar su arma si es necesario, y un guardia contra el que un ladrón dispararía sin vacilar sería de uso limitado. Otras tareas exigirían robots tan específicos para satisfacer un requerimiento laboral infrecuente que no vale la pena diseñar y fabricar robots especializados para ello. Ciertos trabajos marítimos, como la pesca de altura, por ejemplo, suponen el pequeño riesgo de caer por la borda. Los robots se hunden. Claro que es posible fabricar robots que floten y sean capaces de sobrevivir al aire salobre y otros problemas del entorno marítimo, pero es mucho más fácil y barato contratar a un humano y darle un chaleco salvavidas. Existen otras tareas que serían peligrosas para un robot pero no suponen mayor riesgo para un humano.
—Gracias, Donald, lo hemos entendido —dijo Kresh—. ¿Qué trabajo obtuvo finalmente Bissal?
—Seguridad móvil —respondió Donald, con inequívoco disgusto—. Protección armada de embarques valiosos.
—Eso es perfecto —comentó Kresh—. Absolutamente perfecto. La única clase de empleo que no queremos dar a los maleantes.
—Un segundo —protestó Fredda—. No acabo de entender qué tiene de malo.
Kresh alzó la mano derecha, con el pulgar a un centímetro del índice.
—Está a esta distancia del contrabando —explicó—. Cuando Grieg confiscó los robots, lo que produjo con la medida fue escasez de mano de obra, una fuente ilícita de esta y la necesidad de encontrar un modo de pagar esa mano de obra ilícita, todo a la vez. El contrabando es importante como medio de pago.
Devray se volvió hacia Donald.
—Este empleo de seguridad móvil que tenía Bissal… Comprendo que todavía trabajamos con información muy preliminar, pero ¿existe alguna probabilidad de que se haya dedicado al contrabando de espaldas oxidadas?
—Es muy probable —contestó Donald—. De hecho, parece que sólo ha trabajado para empresas que están en nuestra lista de contrabandistas.
—Una vez más… —intervino Fredda—. Lo lamento, pero no sé de qué están hablando. ¿Qué tiene que ver el contrabando de espaldas oxidadas?
—Usted no estaba presente —dijo Devray—. Uno de mis rangers arrestó a un contrabandista en la costa este de la Gran Bahía. El contrabandista mencionó el nombre de un ranger implicado en el contrabando de espaldas oxidadas. Se trataba de Huthwitz, el ranger al que mataron.
—¿Y qué?
—Pues que el contrabando de espaldas oxidadas sigue apareciendo en este caso —dijo Kresh—. Y recordemos que Grieg estaba pensando en liberarse de los robots Nuevas Leyes, lo que habría dejado sin trabajo a los contrabandistas. Alguien que estuviera en ese oficio tendría un magnífico motivo para matar a Grieg antes de que sus ganancias se vieran afectadas.
—Aguarden —volvió a intervenir Fredda—. Creo que debemos dar por sentado que quien mató a Grieg también mató a Huthwitz. A menos que hubiera dos asesinos en la Residencia esa noche.
—Pardon, madame —dijo Donald—. Creo que lo que debemos dar por sentado, en realidad, es que los dos homicidios están vinculados, aunque no los haya cometido el mismo individuo. Es posible que otro miembro del mismo equipo matara a Huthwitz. Hay muchas pruebas de asociación ilícita, tal como están las cosas.
—Aun así —repuso Fredda—, están diciendo que los contrabandistas planearon matar a Grieg antes de que él perjudicara sus negocios; pero si Huthwitz era cómplice de los contrabandistas, ¿por qué matarlo a él?
—Sólo el espacio lo sabe —contestó Kresh—. Tal vez estaba por hablar. Tal vez pedía demasiado por su silencio, y pensaron en un modo de ahorrarse dinero. Quizá matar a Huthwitz no fuera parte del plan, y Bissal resolvió alguna cuestión personal en horario de trabajo. Si cree que un contrabandista no mataría a otro porque trabajaban juntos, se equivoca. Sin embargo, para simplificar las cosas al menos, podemos partir de la teoría de que se trata de un solo homicida, y parece bastante obvio que este fue Bissal.
—Hay otro detalle en su expediente que apunta a él —dijo Donald—. Estaba por hablar de ello. Me refiero a su arresto más reciente. Hace sólo nueve meses lo pillaron en la costa del sur de Hades y lo acusaron de transporte ilegal de robots Nuevas Leyes y modificación de dispositivos de restricción. No pudo pagar la fianza y permaneció un mes en la cárcel hasta que sus abogados lograron que se retirasen los cargos… «por falta de pruebas», según las actas del tribunal. Sin embargo, el informe del arresto sugiere que es Bissal.
Kresh gruñó.
—Conque tenía mejores abogados que un ladrón de tres al cuarto, o alguien le pagó a alguien. O ambas cosas. Lo cierto, al parecer, es que no querían dejarlo suelto, así que no le pagaron la fianza. Alguien cuidaba de él, pero no por simple generosidad.
—Así es, señor. Hay otro elemento interesante: el agente que lo arrestó era el ranger Emoch Huthwitz. ¡Huthwitz! —exclamó Justen—. Ahí tenemos el motivo.
—¿Motivo? —dijo Fredda—. No entiendo. ¿Motivo para qué?
—Para matar a Huthwitz —explicó Justen—. Es obvio. Huthwitz debió de recibir un soborno para hacer la vista gorda ante la entrega de robots de contrabando, pero o bien no pudo evitar que otra persona los viera, o bien traicionó a Bissal, y este sabía a quién culpar por su mes de cárcel.
—Lo cual me recuerda, señor —apuntó Donald—, que usted no ha impartido órdenes para el arresto de Bissal.
Devray quedó sorprendido.
—¿Hemos pasado todo este tiempo sentados aquí y nadie lo estaba buscando?
—No —dijo Kresh—. He ordenado a Donald que no iniciara la búsqueda sin antes recibir instrucciones específicas. Los casos varían demasiado para impartir órdenes estándar.
—¿Y ahora qué? —preguntó Devray—. ¿No ha llegado el momento de echarle el guante a Bissal?
—Quizá sí, quizá no —contestó Kresh—. Bissal está en la isla, o tal vez no. Si se encuentra en la isla, no se irá. Está ocultándose o bien ha regresado a su rutina, fingiendo que nada ha ocurrido, esperando que no lo descubramos. No irá a ninguna parte. Tenemos tiempo, aunque no demasiado, para hacer las cosas bien en vez de dejarnos arrastrar por el pánico.
—¿Y si se fue de Purgatorio?
—Si los informes de los robots de inspección son correctos en lo que a la hora del deceso se refiere, cerramos la isla y llamamos a todas las naves que la abandonaron durante las dos horas que siguieron a la muerte de Grieg. El control de tráfico de la isla dice que todos los vehículos aéreos y acuáticos regresaron. Y antes de que me pregunten, tuvimos suerte con los vehículos espaciales. No hubo lanzamientos desde una hora antes de la muerte de Grieg, y hemos cerrado el puerto espacial. Sólo tenemos que preocuparnos por el mar y el aire.
—Pero usted dijo que quizá trabajara para los contrabandistas de espaldas oxidadas —dijo Fredda—. Ellos saben eludir a las autoridades.
—Los contrabandistas necesitan viajes aéreos y marítimos legítimos para ocultarse. Con los mares y los cielos vacíos, podríamos localizar a cualquiera que intentase escapar. Bissal sólo pudo largarse de aquí dejando el espacio aéreo de la isla mucho antes de que se impartiese la orden de regresar, y volando a gran velocidad, de modo que para cuando llegó esa orden debía de estar fuera del alcance del control de tráfico aéreo de la isla. Si lo consiguió, cuenta con un aeromóvil tan rápido que ahora podría estar en cualquier parte del planeta. Y control de tráfico no localizó ningún aeromóvil de alta velocidad que abandonara la isla durante el período en cuestión.
—Conque usted piensa que todavía se halla en la isla —dijo Devray.
—Es lo más probable —repuso Kresh—. Y creo que para su arresto sería más útil proceder con cautela que con celeridad. Es posible que logremos localizarlo y seguirlo un tiempo antes de capturarlo. Tal vez nos conduzca hasta sus cómplices.
—Es una posibilidad —admitió Devray.
—El otro problema —prosiguió Kresh— es que si organizamos una operación de búsqueda y captura, resultará imposible impedir que el SCS participe en ella. No quiero que el SCS se meta en esto todavía. Cinta parecía sincera cuando le hablé, pero no puedo contar con ello. Aunque en este momento el instinto me dice que el SCS no participó en el magnicidio, no podemos dirigir esta investigación basándonos en corazonadas.
—¿Y si usted actúa con cautela y el SCS prende a Bissal antes que usted? —preguntó Devray.
—Y en el informe consignan que «resultó muerto cuando intentaba escapar». —Kresh asintió y se restregó los ojos—. Lo sé, lo sé. Y no hay que olvidar que la mayor parte de la isla está bajo jurisdicción del SCS, y ni su gente ni la mía, Devray, tienen capacidad legal para efectuar arrestos. No hay modo de hacer esto correctamente…, sólo modos de hacerlo menos incorrectamente.
—Escojamos un modo incorrecto y procedamos en consecuencia —propuso Devray. Tras reflexionar por un instante, añadió—: ¿Qué le parece esto? Enviamos parejas de agentes vestidos de paisano para iniciar la búsqueda. Un ranger y un alguacil en cada equipo. Así compartimos la culpa y el mérito, y nuestros hombres pueden vigilarse mutuamente, si todavía no confían los unos en los otros. Entiendo sus argumentos para actuar con discreción, pero opino que además debemos actuar rápidamente.
Se produjo un silencio mientras Kresh reflexionaba. Se levantó de la silla, se apoyó en la mesa y, asintiendo, dijo:
—Muy bien. Donald, imparte órdenes discretas de búsqueda, siguiendo la sugerencia del comandante Devray. Equipos selectos de agentes de paisano, rangers y alguaciles trabajando en tándem.
—Sí, señor. Si me excusa, tendré que concentrarme en mis enlaces hiperonda para hacer los arreglos necesarios.
Fredda observó que los ojos de Donald se oscurecían levemente. De repente el robot quedó completamente rígido; seguía funcionando, pero inmóvil. Donald había desconectado momentáneamente su cuerpo mientras se concentraba en otras cosas. Era desconcertante, incluso para Fredda, que lo había diseñado. «Nos olvidamos de cuán diferentes son —pensó Fredda—. Los robots tienen nuestra forma, caminan como nosotros y hablan como nosotros, pero no son en absoluto como nosotros».
Al cabo de medio minuto, los ojos de Donald volvieron a brillar.
—He transmitido las órdenes iniciales, señor, y sugeriría que usted y el comandante revisen las disposiciones finales e impartan instrucciones al personal de búsqueda. Sin embargo, aún tardaremos un tiempo en organizar los equipos, y su atención no será requerida hasta entonces.
—Muy bien, Donald —dijo Kresh—. Eso me recuerda… ¿qué demonios diremos cuando les demos instrucciones? Sería buen momento para reseñar nuestra actual teoría sobre el caso.
—No queda mucha teoría —repuso Devray—. Tenemos una idea bastante aproximada de quién lo hizo y cómo. Lo único que ignoramos es el porqué, o para quién trabajaba, lo cual quizás acabe por ser lo mismo.
—De acuerdo. —Kresh dejó escapar un largo suspiro—. Estoy tan mareado que ya no entiendo nada. ¿Por dónde empezamos?
—Veamos —Devray reflexionó por un instante—. Bien, anoche sin duda se llevó a cabo una compleja conspiración para asesinar al gobernador. Aún no sabemos quién la organizó, ni cuáles son sus razones. Sin embargo, sabemos que los conspiradores estaban muy organizados y contaban con significativos recursos.
»Mucho antes de que se realizara la recepción, lograron acceder a los robots de seguridad y manipularlos, instalando en ellos restrictores de alcance modificados. Doctora Leving, tal vez usted pueda explicar esta parte mejor que yo.
—Todos los robots SPR fueron modificados con restrictores —explicó Fredda—. Es decir, todos salvo uno. Acabo de examinar los restos de ese quincuagésimo robot, el que encontramos en la sala del subsuelo. En rigor, no se trataba de un robot, sino de un autómata. Ni siquiera tenía cerebro positrónico. Era una máquina con coordinación motriz limitada, programada para seguir al robot que lo precedía en la fila cuando los condujeron al subsuelo. Es todo lo que podía hacer por su cuenta.
—Entonces ¿para qué servía? —preguntó Kresh.
—¿Alguna vez oyó la historia del caballo de Troya? —preguntó Fredda—. Es una antigua leyenda acerca de una especie de estatua que se entregó al enemigo como presunto obsequio, pero llena de guerreros que salieron durante la noche para matar a los defensores de la ciudad. Eso mismo era el autómata, sólo que no estaba lleno de guerreros, sino de equipo para matar, ubicado en su cabeza y en su torso. El dispositivo para encender los restrictores de alcance que desactivarían a los demás robots, la pistola empleada para matar a Grieg y destruir a los robots SPR, y el dispositivo para instalar la simulación de Grieg en el equipo de comunicaciones… todo estaba escondido dentro de ese robot de Troya.
—¿Ocultar el arma asesina dentro de un robot de seguridad? Alguien tiene un perverso sentido del humor —masculló Kresh—. De acuerdo, entonces. Los robots estaban modificados. Tenemos que rastrear el origen de esos robots, quién tuvo acceso a ellos; pero no esperemos averiguar demasiado en poco tiempo. Los contrabandistas de espaldas oxidadas saben cubrir sus huellas. No obstante pondremos un equipo a ello, de inmediato. Continúe.
Devray prosiguió con la exposición.
—Al parecer los conspiradores modificaron los robots hace tiempo, preparándolos para esta visita específica a la Residencia, o bien para cuando se presentase la oportunidad. Sospecho que pensaban en esta visita. Todos estábamos al corriente de ella, y han tenido tiempo de sobra para organizarse.
—Eso me recuerda un asunto importante que me tiene a mal traer —intervino Fredda—. ¿Por qué emplearon un método tan complejo para el homicidio? Sin duda había maneras más sencillas de matar al gobernador.
—No estoy tan seguro —dijo Kresh—. En Hades lo mantenemos… lo manteníamos protegido con medidas muy estrictas, y disponíamos para ello de un número mayor de robots Tres Leyes. Además, no sé si sólo se trataba de matarlo.
—Entonces ¿de qué se trataba? —preguntó Fredda.
—De matarlo aquí, en Purgatorio, donde causaría más caos y controversia. En la Residencia, donde estaba para demostrar su autoridad. Creo que querían hacer algo más que acabar con su vida. Creo que querían desmerecer su trabajo, debilitarlo, desacreditarlo, crear disturbios. Y el uso de restrictores tomados de robots Nuevas Leyes contribuirá a irritar a la gente. Le dará un nuevo elemento para culpar a los robots Nuevas Leyes.
—Creo que en eso se equivoca —dijo Fredda—. Fracasaron en el intento, pero se tomaron un gran esfuerzo para ocultar el uso de restrictores. Por eso les dispararon en el pecho.
—Pero ¿por qué no les dispararon a todos los SPR? —preguntó Devray.
—Creo saber por qué —respondió Fredda—, pero ya llegaremos a eso.
—Bien —continuó Devray—. De modo que lo organizaron todo con mucha antelación. Durante la fiesta entraron Blare y Deam, los presuntos Cabezas de Hierro que tenían órdenes de iniciar una pelea, y también llegaron los agentes SCS, presuntamente falsos, que tenían órdenes de llevárselos. Cómo, no lo sabemos.
—¿Presuntamente falsos? —inquirió Kresh—. Si usted estuviera seguro de que no eran auténticos, ¿Melloy no estaría aquí?
—De acuerdo. Continúe.
—Antes de continuar, debo hacer notar que al menos seis cómplices entraron en el edificio. Blare, Deam, los tres agentes SCS y Ottley Bissal. El SCS estaba a cargo de la puerta, pero dejó entrar al menos a seis personas indebidas, además de cincuenta robots modificados y quién sabe qué más. O bien los conspiradores lograron obtener nombres falsos en la lista de invitados, o bien los agentes SCS fueron negligentes…, o bien el SCS participó en ello. Y no olvidemos que algunas unidades SCS tenían órdenes de entregar sus puestos a los rangers una vez que llegasen los invitados, pero que se trataba de una orden falsa para librarse de esas unidades. Mis rangers no recibieron nada, y nadie parece saber quién dio la orden al SCS.
—Bissal entró de lo más campante —dijo Fredda—. Los agentes SCS de la puerta ya se habían retirado, pues así se lo habían ordenado.
—Infierno ardiente —masculló Kresh—. Tiene usted razón, todo apunta a la complicidad del SCS…, pero, maldición, Devray, usted sabe tan bien como yo que no se necesita una conspiración para que las cosas se tuerzan cuando participan tantos servicios. Su gente, la mía, el SCS, el personal del gobernador, los poderes locales…, los encargados de la comida, la gente de los medios. Esto era un caos. Sólo se necesitaría incompetencia, errores de comunicaciones y desconfianza entre espaciales y colonos. Los conspiradores no tendrían más que aguardar su oportunidad para penetrar por las fisuras. O quizá sobornar a unos pocos aquí y allá. Decir a algún agente SCS que su tío sólo quiere entrar el tiempo suficiente para ver al gobernador. O tal vez sea una conspiración del SCS, al frente de la cual se encuentra Cinta Melloy.
—¿Con qué motivo? —inquirió Fredda.
—No lo sé. Pregúnteselo a Justen. Tal vez echan de menos su hogar y creen que si arman un buen revuelo los colonos tendrán que hacer las maletas y marcharse.
Justen Devray sacudió la cabeza.
—Y quizá tuvieran razón.
—No pueden tener razón —afirmó Kresh con palabras duras como el hierro. De pronto no había fatiga en su voz—. No podemos permitir que tengan razón. Necesitamos a los colonos, no lo olvide. Usted debería saberlo mejor que nadie. Nuestro planeta está muriendo, y ya no sabemos cómo salvarlo. Sólo los colonos pueden hacerlo. Si los ahuyentamos, este planeta está condenado. No nos olvidemos de ello, por favor.
—¿Qué pretende decir?
—Pretendo decir que no sólo debemos resolver este caso, sino que debemos resolverlo sin provocar incidentes interestelares. Si determinamos, por ejemplo, que el SCS mató a Grieg, tendremos que manejar el asunto con sumo cuidado.
—¿Permitiendo que se salgan con la suya?
—No lo sé. La opción es efectuar un arresto o salvar el planeta. ¿Qué deberíamos hacer?
Se hizo el silencio por un instante. Fredda habló para romper la tensión.
—No compliquemos las cosas. Tal vez estemos exagerando. Sólo avancemos un paso por vez, ¿de acuerdo? Ahora bien, Justen, ¿dónde estábamos?
—Los presuntos agentes SCS, Blare y Deam entraron durante un período de diez minutos en el cual el sistema de registro permaneció desactivado. Dos horas después Blare y Deam atacaron a Tonya Welton, lo cual significa que también debemos pensar en ella. Welton formó parte del plan de distracción. No sabemos si actuó voluntariamente o no. Supongamos que ella dirigiera el homicidio.
—¿Con qué motivo? —preguntó Fredda.
—Tal vez quería que Shelabas Quellam ocupara el puesto —respondió Kresh—. Tal vez se cansó de tratar con un gobernador de carácter como Grieg. Quellam tiene tanto temperamento como un cubo de agua. Con él como gobernador, ella prácticamente podría dirigir el planeta.
—Pero Quellam sólo sucedería a Grieg si lo sometían a juicio y lo condenaban —dijo Fredda—. En estas circunstancias, la persona que sucediese a Grieg sería la que él hubiera designado.
—Se rumorea que es Quellam —señaló Kresh.
—Pero ¿es cierto ese rumor? —preguntó Fredda—. Supongamos que no, y que Tonya Welton cuenta con medios para saberlo. Tal vez pensó que Grieg sería destituido y no quería que Quellam lo sucediera. O tal vez sus agentes de inteligencia averiguaron la identidad del designado, y ella lo encontró tan apropiado que quiso que fuera gobernador cuanto antes. Es probable también que averiguase que Grieg estaba por designar a una persona que no le gustaba tanto como la actual, y tomase medidas para instalar a su favorito en el puesto. O tal vez quería precipitar un caos que le diera un pretexto creíble para sacar a su gente de este agujero olvidado. Si quería abandonar el planeta y dejar que todos sus habitantes muriesen, ¿qué importaba si el gobernador moría un poco antes que los demás?
—¿De veras cree que ella fue la que organizó el complot? —preguntó Devray—. Ambos la conocen. Hablan como si fuera capaz de cualquier cosa. Entiendo que no es una flor delicada, pero ¿de veras es tan inescrupulosa?
—Creo que Tonya Welton es capaz de hacer cualquier cosa que considere necesaria —dijo Kresh—. Cualquier cosa. Pero no, no creo que sea la culpable. Ha tenido muchas oportunidades de marcharse de Inferno, y no lo ha hecho. Si quisiera apoderarse del planeta, no se molestaría en una estratagema semejante. Sencillamente traería una flota armada hasta los dientes. Por otra parte, esa flota podría aparecer en cualquier momento, y no podríamos hacer mucho al respecto.
—Tiene usted una actitud realmente positiva, ¿verdad? —protestó Fredda—. Bien, conque tenemos la riña para distraernos. Mientras Bissal espera para entrar…
—Perdón, doctora Leving, pero debo hacer una observación —intervino Donald—. Había otros participantes en esa falsa pelea. Aparte de Tierlaw Verick, son los únicos sospechosos que hemos arrestado.
—¿Arrestado? —preguntó Kresh—. ¿Hemos arrestado a algún sospechoso?
—Sí, señor, a Calibán y a Prospero. Se entregaron a mí hace una hora. Acababa de llegar con ellos cuando asistí a esta reunión. Pusieron la condición de que yo no revelara que se habían entregado hasta poder hacerlo frente al comandante Devray y otro testigo más, aunque ignoro el motivo de esa condición.
—¿Calibán y Prospero? —exclamó Fredda—. ¿Por qué no lo dijiste cuando iniciamos la reunión?
—El sheriff Kresh me ordenó que informase acerca de Ottley Bissal —respondió Donald.
Esa débil excusa no bastaba para engañar a Fredda. Un robot tan sofisticado como Donald no tenía que ser tan literal en la interpretación de una orden.
Donald mostraba cierta tendencia al dramatismo, lo cual no era sorprendente, teniendo en cuenta que su trabajo consistía en resolver misterios. Juzgando, con acierto, que no sería perjudicial tratar primero otros asuntos, había esperado el momento más dramático para soltar la bomba.
O, por dar una explicación menos antropomórfica, Donald comprendía la psicología humana y sabía que los humanos prestarían mayor atención —y darían mayor crédito— a sus sospechas acerca de los dos robots si esperaba el momento indicado. Fredda ignoraba cuál era la explicación correcta. Tal vez ni el propio Donald lo supiera. Si los humanos no siempre sabían por qué hacían las cosas, ¿por qué iban a saberlo los robots?
—¿Dónde están Calibán y Prospero? —quiso saber Fredda.
—Bajo custodia, en una sala similar a la que Bissal usó como escondrijo —repuso Donald—. Pero con su autorización, me gustaría señalar varios hechos que fortalecen una acusación contra ellos.
—Adelante —dijo Kresh.
—Primero, participaron en la pelea fingida. Si eso basta para sospechar de Tonya Welton, basta también sospechar de Calibán y Prospero.
—Buen argumento —admitió Kresh—. Nadie pareció dar importancia a sus actos en ese momento, pero ¿por qué estaban obedeciendo las Tres Leyes? Quizá sólo para quedar bien, o quizá no.
—Usted se anticipa a mi próximo comentario, señor. La ambigüedad de las Nuevas Leyes podría permitir que Prospero participara voluntariamente en el homicidio.
—¡Donald! —exclamó Fredda. El robot la miró sin inmutarse.
—Lamento decirlo, doctora Leving, sobre todo ante usted, autora de esas leyes, pero aun así es verdad. Aunque la nueva Primera Ley establece que un robot no debe dañar a un humano, no dice nada sobre impedir ese daño. Un robot con conocimiento previo de un homicidio no está compelido a avisar a nadie, como así tampoco un robot que presencia un homicidio está compelido a impedirlo. La nueva Segunda Ley dice que un robot debe «cooperar» con los humanos, no obedecerles. ¿Cuáles humanos? Supongamos que hay dos grupos de humanos, uno decidido a hacer el mal y el otro a hacer el bien. ¿Cómo escoge un robot Nuevas Leyes?
»La nueva Tercera Ley es igual a la antigua, pero proporcionalmente más fuerte respecto de las debilitadas dos primeras leyes. Un robot Nuevas Leyes valora su propia existencia por encima de la de cualquier robot verdadero, en detrimento de los humanos que lo rodean, que deberían estar bajo su protección.
»En cuanto a la nueva Cuarta Ley, que establece que un robot puede hacer lo que quiera, el nivel de contradicción inherente a esa formulación es notable. ¿Qué significa? Admito que la expresión verbal de las leyes de la robótica es mucho menos exacta que sus formas subyacentes tal como están estructuradas en un cerebro robótico, pero aun la codificación matemática de la Cuarta Ley es incierta.
—Yo así lo quise —dijo Fredda—. Es decir, tiene que haber un grado de incertidumbre. Concedo que la instrucción compulsiva de actuar libremente es contradictoria, pero tuve que obrar dentro del marco de la naturaleza compulsiva y jerárquica de las tres primeras leyes nuevas.
—Pero aun así —objetó Donald—, la cuarta de las Nuevas Leyes instala algo totalmente nuevo en la robótica: un conflicto dentro de una ley. Las Tres Leyes originales a menudo son conflictivas entre sí, pero en ello radica precisamente una de sus fortalezas. Los robots están obligados a equilibrar exigencias conflictivas. Por ejemplo, un humano ordena una tarea vital que supone un levísimo riesgo de daño menor para él. Un robot que debe enfrentar esos conflictos y resolverlos actúa de modo mucho más sereno y controlado. Ante todo, el conflicto puede inmovilizarlo, impidiéndole actuar en situaciones donde todo acto sería peligroso.
»Pero la Cuarta Nueva Ley entra en conflicto consigo misma, y no veo en ello ningún beneficio posible. Otorga a un robot una autorización semicompulsiva para seguir sus propios deseos, aunque un robot no tiene deseos. Los robots no tenemos apetitos, ambiciones ni impulso sexual. Virtualmente carecemos de emociones, salvo la pasión de proteger y obedecer a los humanos. No hay otro sentido en nuestra vida que servir y proteger a los humanos, y es el único que necesitamos.
»La Cuarta Ley ordena al robot que cree deseos, aunque un robot no tiene los impulsos de donde nacen los deseos. La Cuarta Ley alienta al robot, pues, a satisfacer estos deseos sintéticos, aunque no se lo exija. Al no obligar a un robot Nuevas Leyes a satisfacer sus necesidades en todo momento, la Cuarta Ley lo alienta a satisfacer sus necesidades espurias durante parte del tiempo, y en consecuencia no las satisface en otras ocasiones. Está programado para sentirse frustrado de vez en cuando.
»Un robot auténtico, un robot Tres Leyes, librado a sus propios designios, sin órdenes ni tareas, sin un humano a quien servir, no hace nada, nada en absoluto, y esta inactividad no lo turba. Sencillamente aguarda órdenes y permanece alerta a los peligros que pueda haber para los humanos. Un robot Nuevas Leyes sin órdenes es un cúmulo de deseos conflictivos y está obligado a desear cosas que no necesita, a buscar satisfacción sólo durante parte del tiempo.
—Muy elocuente, Donald —dijo Kresh—. Los robots Nuevas Leyes me gustan tan poco como a ti… Pero ¿qué tiene que ver con el caso?
—Mucho, señor. Los robots Nuevas Leyes desean conservar la vida y no saben si lo conseguirán. Prospero sabía que Grieg estaba considerando la posibilidad del exterminio. Tal vez hayan decidido actuar equivocadamente en defensa propia. Las Nuevas Leyes les permitirían colaborar con los humanos y asistir a un homicidio mientras no fuesen ellos quienes lo cometieran. Calibán no tiene leyes. No hay límites a lo que podría hacer. Nada en la robótica le impide apretar el gatillo.
—Una opinión bastante extrema, Donald —dijo Fredda, sorprendida por la vehemencia de los argumentos de Donald.
—También la situación es bastante extrema, doctora Leving.
—¿Tienes pruebas de todo esto, aparte de tu elaborada teorización? ¿Tienes razones concretas para acusar a Prospero y Calibán?
—Tengo su confesión —respondió Donald.
—¿Su qué? —exclamó Fredda.
El robot alzó una mano.
—Confesaron ser culpables de extorsión, no de homicidio. Sin embargo, es frecuente que los criminales se confiesen culpables de un delito menor para eludir una acusación más grave.
—¿Extorsión? —preguntó Kresh—. ¿Con qué diablos iban a extorsionar a Grieg?
—Con todo —contestó Donald—. Hace tiempo que es un secreto a voces que Prospero se ha aliado con los contrabandistas de espaldas oxidadas, buscando sacar de Purgatorio a la mayor cantidad posible de robots Nuevas Leyes. En esa actividad ha acopiado mucha información sobre todas las personas, algunas de ellas muy conocidas, que participan en ese negocio, y se ha preocupado por reunir datos confidenciales, preferiblemente negativos, acerca de todas las figuras públicas del planeta. Prospero me ha dicho que había amenazado a Grieg con dar a conocer toda esa información si los robots Nuevas Leyes eran exterminados. El escándalo sería mayúsculo y prácticamente paralizaría a la sociedad. En rigor, estaba extorsionándolo en cuanto gobernador, no en cuanto hombre. «Haz lo que digo o arruinaré tu sociedad». Es un tributo a la integridad del gobernador que Prospero tuviera que usar semejante táctica.
—¿En qué sentido? —preguntó Kresh.
—Evidentemente, Prospero no habría tenido que valerse de esa amenaza si hubiera podido averiguar algunos detalles desagradables acerca del gobernador Grieg. Como no los halló, tuvo que recurrir a la más dificultosa tarea de acumular información comprometedora sobre todos los demás, información que Grieg no se atrevería a difundir.
—Así que Prospero intentaba extorsionar a Grieg… ¿Qué hay de Calibán?
—Mi interrogatorio fue necesariamente breve, pero tuve la impresión de que Prospero hacía las amenazas tal vez sin conocimiento previo de Calibán. Debo confesar que Calibán parecía muy incómodo por estar implicado en ese asunto.
—Pero crees que la historia de la extorsión es un engaño —intervino Fredda—, una tapadera que nos impedirá pensar que estaban allí para asesinar al gobernador, o al menos para colaborar en el homicidio.
—Creo que debemos considerar esa posibilidad —repuso Donald—. Y debo señalar, además, que Calibán y Prospero son capaces de mentir, algo que a los robots Tres Leyes, por cierto, les está vedado. Quizá Calibán y Prospero esperen beneficiarse de la reputación de honestidad de los robots, lo cual sería totalmente inmerecido.
—Espera un segundo —protestó Devray—. ¿Qué podían hacer Calibán y Prospero que ya no estuviera hecho? Tenemos a Bissal en el sótano con los robots modificados. Él es el asesino. ¿Para qué necesitamos la presencia de robots extorsionadores?
—Admito que existen fuertes pruebas circunstanciales que sugieren que Bissal apretó el gatillo. ¿Por qué otro motivo habría estado en el sótano? Sin embargo, no tenemos pruebas concretas; sólo sabemos con certeza que él se ocultaba en un armario durante la fiesta.
—Te has empeñado en culpar a Calibán y Prospero, Donald —dijo Fredda—. ¿Crees que Bissal bajó a ocultarse porque era tímido? Si Calibán y Prospero lo hicieron, ¿para qué necesitaban a Bissal? Nadie hace los esfuerzos que hicieron los conspiradores para conseguir que Bissal entrase si ya cuenta con alguien dispuesto a llevar a cabo el asesinato.
—No obstante, Fredda, Donald tiene algo de razón —intervino Kresh—. Los dos robots tenían motivos, medios y la ocasión, y han confesado un delito menor. Ciertamente allí hay suficiente como para justificar más investigaciones. Pero continuemos. ¿Devray?
—En cualquier caso —dijo Devray—, los conspiradores planearon una maniobra de distracción: la pelea. Creo que no hace falta suponer que Welton y los robots formaban parte del complot porque estuvieran allí, pero la pelea dio sus frutos, pues permitió que Bissal bajara al sótano sin ser visto. Poco después, como resultado de la pelea, se desplegaron los robots. Recordemos que nadie quería robots presentes en la fiesta. Mala publicidad. El plan era que los robots de seguridad apareciesen sólo si era necesario.
»Quizás asegurar la presencia de los robots formara parte del plan. Estaban allí sólo como fuerza de reserva. Si hubieran representado una amenaza durante la velada, habrían permanecido en el sótano, y Grieg pudo haber empleado sus propios robots de reserva para la noche. Como ya había cincuenta SPR de servicio, nadie se molestó en activar la media docena de robots que aguardaban en el aeromóvil del gobernador.
—Salvo que esos robots de reserva venían con Grieg desde Hades, y no estaban modificados —puntualizó Fredda—. Todavía están fuera, en el mismo lugar, desactivados en el aeromóvil de carga que los trajo. Sin esa pelea fingida, Grieg pudo haber desplegado esos robots en vez de los modificados, y si Bissal hubiera tenido que enfrentarse con robots totalmente funcionales, nunca habría logrado acercarse al gobernador.
—Se me ha ocurrido una idea —dijo Kresh—. Si el propósito de la pelea era lograr la presencia de los robots modificados, eso explicaría por qué todo fue tan elaborado. Estaba destinado a crear un ambiente de paranoia, para obligarnos a desplegar la fuerza de robots más numerosa que hubiera a mano.
—Para mí tiene sentido —observó Devray—. Eso me intrigaba. Si sólo querían una distracción, no había necesidad de tomarse tanto trabajo.
—Es una buena explicación —convino Fredda—, pero creo que también debemos pensar en la psicología de todo el plan. Es muy teatral, es complicado, está lleno de gestos ampulosos.
—El organizador —dijo Kresh—. Esa es la persona en quien debemos pensar, no en un cero a la izquierda como Ottley Bissal. Él no es nadie. Lo que me interesa es la persona a quien él puede conducirnos. Hasta ahora, lo único que podemos decir con certeza acerca del organizador es que no fue Bissal.
—Ese aspecto teatral… —susurró Devray—. Semejante persona no querría perderse el espectáculo.
—¿A qué se refiere? —quiso saber Fredda.
—Me refiero a que si, tal como usted dice, el organizador es una persona aficionada a los golpes de efecto, y con un ego lo bastante grande como para pensar en matar al gobernador… debería haber estado allí. —Devray reflexionó y asintió—. Nuestro organizador debía de querer estar allí, observando el espectáculo que había montado, regodeándose en él. No correría ningún peligro. Tendría tantos contactos y se sentiría tan seguro de que los operadores del equipo no sabrían quién era el jefe. Pero el jefe estaba allí, presenciando todo. Un público de uno.
—Buena observación —dijo Kresh—. Sería un riesgo demencial que el jefe de la conspiración se encontrara a cien kilómetros del lugar…, pero las gentes que matan dirigentes planetarios no están del todo cuerdas. De acuerdo, estábamos en la pelea.
—La pelea atrae la atención de los concurrentes —continuó Devray— y distrae a los rangers que montan guardia en el interior de la Residencia, de modo que Bissal puede bajar al sótano con los robots. Por otra parte, la pelea brinda la excusa para retirar a los guardias, además de que ya existía una falsa orden. Se trata de mi gente, pero también de seres humanos. Es posible que Huthwitz no fuera el único ranger corrupto. Sin embargo, en defensa de los rangers debo decir que no están habituados a actuar como centinelas. No tienen mucho adiestramiento para ello. Los robots se encargan de eso. Grieg pidió guardias humanos sólo porque se suponía que los robots no estarían presentes por razones políticas.
—Y si hubiera empleado guardias robots, aún estaría vivo —dijo Kresh—. Es otra razón por la cual los conspiradores debieron de escoger la velada de anoche. En una fiesta espacial normal, habría habido multitud de robots, sirviendo comida, ofreciendo tragos y demás, y se habrían quedado en la Residencia después de la fiesta. Habría habido muchas clases de robots, y de diverso origen. No habría habido manera de desactivarlos a todos. La recepción de anoche estaba atendida por humanos, rangers que hacían las veces de camareros, y que se marcharon una vez que hubo terminado todo. Cinta Melloy consideró extraño que Grieg estuviera solo en la Residencia, pero lo verdaderamente extraño es que no tuviera sus robots domésticos consigo.
—En cualquier caso, Bissal aprovechó la maniobra de distracción para llegar al sótano y esperar. Usted, sheriff Kresh, investiga la pelea, y mientras está ocupado con eso, los tres presuntos agentes SCS entran y se llevan a Blare y a Deam, a quienes no hemos vuelto a ver. La fiesta continúa, al parecer sin incidentes, pero todos están un poco paranoicos. Poco después, los rangers de servicio son enviados a activar los robots de seguridad y desplegarlos. Interrogué a los rangers que realizaron esta tarea, y dijeron que los cincuenta robots estaban allí, desactivados, con los paneles del pecho abiertos. Ellos sólo tuvieron que pulsar los botones y cerrar las puertas de acceso. Uno de los zapadores no se activó, pero los rangers no se preocuparon demasiado, pues supusieron que cuarenta y nueve robots de seguridad eran más que suficiente. Además estaban ansiosos por regresar a sus puestos, lo cual es comprensible, dada la conmoción que se había producido.
—A menos que ellos también fueran cómplices —dijo Kresh—. Parece traído de los pelos, pero hubo una conspiración. Tarde o temprano, alguien sospechará que cada persona que asistió a la recepción formó parte del complot. Y eso vale para todos los que estamos aquí presentes. Debemos estar preparados para ello.
—Ya estoy investigando a los dos rangers que activaron los zapadores —explicó Devray—. De todos modos, los conspiradores habían logrado modificar una gran cantidad de robots de seguridad, y Bissal estaba en el sótano con el robot de Troya, como lo ha llamado Fredda. Podría haber empezado a desembalar su equipo entonces, pero, si fue sensato, esperó escondido en ese armario. No era el modo más cómodo de pasar la noche. Ya estaría hecho un manojo de nervios, de tanto esperar en la oscuridad, lo cual explicaría algunos de los errores que cometió. A juzgar por las imágenes del integrador, ya estaba un poco nervioso cuando llegó.
»La fiesta termina. Los huéspedes se marchan. Los rangers quieren recogerlo todo y largarse. No que los traten como a sirvientes. Es humillante hacer el trabajo de un robot, y no es el motivo por el cual se alistaron. Tal vez actúen con cierta premura, con cierta desidia. Entretanto, arriba, Grieg celebra las reuniones que son habituales después de estas veladas. El penúltimo visitante es Tierlaw Verick, y creo que necesitamos interrogarlo de nuevo. En mi opinión no nos ha dicho todo lo que sabe, y deberíamos considerarlo uno de los principales sospechosos. Donald puede decir lo que quiera sobre Calibán y Prospero, pero si yo fuera un asesino, querría un socio humano en la Residencia, no un par de robots.
—Todavía lo estamos reteniendo —intervino Kresh—. Está tan furioso como para arrancarle la cabeza a dentelladas a un zapador, pero no se irá de aquí.
—Bien —dijo Devray—. De todos modos, según la declaración de Verick, se despidió del gobernador en la puerta. Al salir se cruzó con dos robots cuya descripción concuerda con la de Calibán y Prospero, y luego se fue a acostar. Sostiene que en el momento en que mataron a Grieg él estaba durmiendo, y al parecer nadie reparó en su presencia cuando registraron por primera vez las habitaciones.
—Mi gente actuó de manera chapucera —admitió Kresh—. Más sospechosos para nuestra conspiración. Aunque no sé de qué serviría pasar por alto a Verick.
—Calibán y Prospero se reúnen con el gobernador —continuó Devray—. Según Donald, lo amenazaron con una extorsión. Tal vez participaron de algún modo en el homicidio. Tal vez sacaron los restrictores modificados de los robots de la planta baja. Tal vez Bissal hacía eso mientras ellos mataban al gobernador. Pero excluyámoslos del asunto por ahora. Realmente no los necesitamos para explicar la secuencia de los hechos. Podemos agregarlos después si es necesario. Donald, según ellos, ¿qué ocurrió después que hablaron con Grieg?
—Dicen que salieron de la Residencia sin notar nada anormal y regresaron caminando a Limbo.
—¿Bajo esa lluvia? —preguntó Kresh.
—Ninguno de ellos tenía acceso a un aeromóvil —explicó Donald—. Supongo que la marcha sería dificultosa y habría poca visibilidad, pero son impermeables y nada les habría impedido regresar caminando a la ciudad.
—¿Qué hay de los SPR? —preguntó Fredda—. ¿Estaban funcionando cuando Calibán y Prospero se marcharon?
—Opté por no hacer esa pregunta, por temor a brindarles información que no poseían. Si les preguntaba si los SPR estaban funcionando cuando ellos se fueron, podían percatarse de que no teníamos la secuencia de los hechos y sacar partido de ello. Sin embargo, no ofrecieron ninguna información relacionada con los SPR. Si están diciendo la verdad, eso sugiere que nada estaba mal cuando partieron. Si mienten, tal vez estén tratando de aparentar que nada estaba en orden en ese momento, enturbiando así las aguas.
—Nada podría enturbiarlas más de lo que están —comentó Kresh.
—De acuerdo, según los robots, todo estaba en orden cuando abandonaron el edificio.
—En algún momento de la noche —dijo Devray—, Bissal salió del armario y sacó su equipo de ese robot de Troya. Doctora Leving, ¿puede darnos más detalles al respecto?
—Bien, el robot de Troya estaba muy dañado y no he tenido mucho tiempo para examinarlo, pero puedo decirle lo básico. El torso del robot consistía en una serie de compartimentos. Cuando lo examiné, uno de ellos, que estaba vacío, era del tamaño y la forma adecuados para albergar la caja de imágenes, el simulador de comunicaciones que estaba programado para proyectar la cara y la voz de Grieg en las líneas de comunicaciones. Había algo que parecía ser un transmisor, aunque estaba medio derretido. Supongo que se trataba del activador de los restrictores de alcance de los demás robots. También había otros objetos que estaban más o menos intactos… una linterna, un par de guantes, cosas así. En lo que debía de ser un compartimiento protegido descubrí los restos de la pistola, pero estaba tan derretida que apenas pude reconocerla.
—De modo que el arma fue a parar allí —dijo Kresh.
—Después de sacar su equipo —intervino Devray—, Bissal emitió la señal que activaba los restrictores. Todos los robots SPR se desconectaron de inmediato. Bissal subió y fue al dormitorio de Grieg. La puerta estaba cerrada, pero sin llave… Esa puerta no tiene cerrojo; los robots centinelas lo hacen del todo innecesario.
—Pero la oficina de Grieg sí tiene cerrojo —protestó Fredda.
—No por razones de seguridad, sino de privacidad —aclaró Kresh—. Es una configuración unidireccional para impedir que un grupo de visitantes se encuentre con otro.
—En todo caso, Grieg estaba leyendo en la cama —continuó Devray—. Tal vez no advirtiese que los SPR de su habitación se habían desactivado, pues estando encendidos lo único que hacían era permanecer inmóviles en sus nichos. Bissal entró, se le acercó y disparó una vez. El cuerpo de Grieg no muestra indicios de que haya intentado escapar. Tal vez se había dormido mientras leía, y despertó con un sobresalto justo cuando Bissal disparó. Tal vez decidió no hacer movimientos bruscos, para no alarmar al intruso. Tal vez se quedó en esa posición mientras intentaba razonar con Bissal. O tal vez le tendieron una trampa. Quizá no reaccionó ni intentó escapar porque conocía a Bissal y lo esperaba.
—¿Qué? —exclamó Kresh.
—Convengo en que suena ridículo, pero ¿podemos desecharla posibilidad?
—¿Por qué demonios esperaría a Bissal?
—No lo sé. Tal vez porque suponía que Bissal debía llevarle un mensaje. Quizá los gustos personales de Grieg no eran los que suponemos. Podemos suponer muchas cosas. No creo que haya sucedido así, pero tratemos de tener en cuenta todas las posibilidades.
—De acuerdo, entendido. En cualquier caso, Bissal le dispara a Grieg.
—A menos que fueran Verick o los robots —apuntó Fredda—. De ser así, ¿qué hacía Bissal allí? ¿También tienes una respuesta para eso, Donald?
—Concedo que la presencia de Bissal es la mayor debilidad de mi teoría —admitió Donald—. Les aseguro que continuaré buscando una explicación.
—Apuesto a que no la encontrarás —lo desafió Fredda—. De todos modos, ahora llegamos al homicidio en sí, quizá la parte más sencilla de todo el plan. Bissal, un perdedor, un cero a la izquierda, alza el arma y se carga al dirigente del planeta.
—Hay algo que no encaja en todo esto —dijo Devray—. Después de tantos planes y conspiraciones, un solo disparo bastó para liquidarlo.
Fredda asintió.
—Comandante Devray, tal vez deba encargarme de narrar lo que sucedió después del homicidio. Creo que he hallado algunas cosas que no tuve oportunidad de exponer.
—Adelante —dijo Devray.
—Gracias. Es casi seguro que Bissal disparó contra los tres SPR inmediatamente después de matar a Grieg. Se obtiene una clara secuencia de los disparos evaluando su intensidad, y cada uno es un poco más débil que el anterior. Eso lo sabíamos, pero hemos establecido que Bissal gastó la carga de su pistola energética. Ese chisme era lo bastante potente como para matar a Grieg y abatir a cien SPR. Sin embargo, una pistola energética sigue disparando mientras uno mantenga apretado el gatillo, y Bissal apretó ese gatillo durante demasiado tiempo.
»Lo único que debía hacer con los SPR era quemarlos para vaporizar los restrictores y eliminar las pruebas de que había contrabandistas implicados en la conspiración, pero la mitad de los SPR que recibieron disparos tienen agujeros en el pecho, al igual que Grieg. Por ejemplo, si Bissal hubiera disparado contra cada robot durante un cuarto de segundo, en lugar de hacerlo durante un segundo completo, los restrictores de los robots habrían sido igualmente destruidos, y su pistola habría tenido suficiente potencia como para acabar con todos los SPR que dejó intactos. Además, el robot de Troya del sótano sólo estaba parcialmente destruido. Uno de los robots de inspección dijo que presentaba una especie de derretimiento deliberado por sobrecarga, hecho con una pistola cuya potencia se había agotado.
»Creo que Bissal debía eliminar a todos los SPR y después guardar la pistola en el robot de Troya, programarlo en sobrecarga y huir. Si hubiera sabido regular la carga de su pistola, habría quedado suficiente potencia en esta como para disparar contra todos los robots dos veces, y aun así derretir al robot de Troya y dejarlo en un estado tal que nunca hubiéramos adivinado su función.
—Parece demasiado trabajo para ocultar el hecho de que empleaban restrictores de alcance —comentó Devray—, sobre todo si se tiene en cuenta que encontraríamos un grupo de robots con disparos en el pecho. Me parece que habríamos pensado bastante pronto en los restrictores, de un modo u otro.
—Tal vez —concedió Fredda—. Habría sido más difícil comprender la importancia de los disparos en el pecho si Bissal hubiera hecho más disparos contra la cabeza y la parte inferior del torso, o hubiera disparado contra algunos por la espalda y no de frente; pero aun así, pensemos en ello: si él hubiera disparado contra todos, tal como debía hacer, tendríamos cuarenta y nueve SPR eliminados, un SPR fundido y el cadáver de Grieg. Tal vez todos nos preguntaríamos qué clase de superasesino podía haber burlado tantas medidas de seguridad. No sabríamos con certeza que emplearon restrictores… o no sabríamos de qué clase ni cómo lo habían hecho. Además, cubrir sus huellas no era la prioridad de esta gente.
—De hecho, todo lo contrario —dijo Kresh—. Pensemos en todos los detalles de este caso que parecen destinados a desorientar a los investigadores y a la gente en general. Pensemos en cómo reaccionarán. El ranger asesinado desde el interior del perímetro; los falsos agentes SCS. Blare y Deam haciéndose pasar por Cabezas de Hierro, y Simcor Beddle negando que lo fueran. ¿Estaba mintiendo o no? Supongamos que hubiéramos encontrado todos los robots de seguridad destruidos por disparos energéticos y no pudiéramos explicar cómo ni por qué había sucedido. Eso habría causado un pánico comprensible. A pesar de ciertos fallos de ejecución, el plan resultaría perturbador.
—¿Guerra psicológica? —aventuró Devray. Kresh se encogió de hombros.
—Tal vez sólo quieran alarmar a la gente para que la conmoción entorpezca la investigación.
—No olvidemos que no tenemos, ni conseguiremos, ningún registro en audio o vídeo de los robots destruidos. Tal vez los conspiradores sólo querían borrar sus huellas. Sea como fuere, creo que se suponía que debíamos encontrar cincuenta robots destruidos.
—No es lo único que salió mal —dijo Kresh—. Encontré a Grieg demasiado pronto. En circunstancias normales, habrían pasado ocho o diez horas antes de que el cadáver fuese descubierto, no noventa minutos.
—Y ese descubrimiento fue el resultado directo de la muerte de Huthwitz —observó Devray—. Si él no hubiera muerto, usted no habría venido aquí ni habría sospechado ni habría llamado dos veces al gobernador para cerciorarse de que se encontraba bien.
—En efecto —convino Kresh—, y es otra razón para pensar que Bissal actuó a tontas y a locas. Lo único que tenía que hacer era no matar a Huthwitz…, siempre que sea él quien lo mató. Tal vez las dos muertes no estén relacionadas… aunque no lo creo. Creo más bien que la muerte de Huthwitz no formaba parte del plan, pero que Bissal lo liquidó por motivos personales. Cualquiera diría que la gente que trazó un plan tan complejo podría haber encontrado una persona más digna de confianza para llevarlo a cabo.
—Me parece que sé por qué contrataron a alguien como Bissal —dijo Devray—. Pero…
De repente Donald se irguió.
—Perdón, señor, pero estoy recibiendo una comunicación de alta prioridad de un tal Olver Telmhock.
—¿Quién? —preguntó Kresh.
—Olver Telmhock. Es toda la información que poseo, y la señal hiperonda tiene prioridad de emergencia. El prefijo del código indica que el mensaje debe comunicarse personalmente por razones de seguridad. Su aeromóvil llegará pronto a la Residencia. Solicita que se reúna con él de inmediato.
Kresh suspiró.
—¿Qué será esta vez? De acuerdo, si debo ir, iré. Kresh se levantó para marcharse.
—No parece muy alarmado por la prioridad de emergencia —comentó Fredda.
—Hoy he recibido media docena de ellas por hiperonda. El mensaje más sensato era del alcalde de Dustbowl City, presentando sus condolencias, y el siguiente era de un alguacil de Hades informándome de que habían visto a Grieg con vida, caminando por la calle vestido de mujer.
—Ojalá así fuera —dijo Fredda con una sonrisa—. ¿No le gustaría despertar y descubrir que todo fue una pesadilla, que nuestro mayor problema era un gobernador con gustos algo extraños en el vestir?
Kresh asintió.
—Y tanto que me gustaría —admitió Kresh—. Estoy cansado de tener pesadillas cuando estoy despierto. Vamos, Donald. Consigamos el último informe sobre modas.