Sero Phrost escrutó la oscuridad del mar mientras su aeromóvil regresaba a Purgatorio. Ninguna explicación, ninguna disculpa, sólo la orden de retorno. Su robot piloto cumplía la orden, a pesar de su intento de disuadirlo. La orden de retorno llegaba del centro de seguridad de tráfico, y la Primera Ley se encargaba de garantizar su obediencia.
Pero ¿por qué le ordenaban que retornase? ¿Sería una orden de arresto? ¿Qué creían saber? ¿Y un arresto por qué? Tendría que ser cauto, muy cauto. Muchos eran arrestados por una acusación menor y cometían el error de suponer que era por un asunto de mayor importancia.
Phrost miró por la escotilla y vio las luces de vuelo de otros aeromóviles que regresaban a Purgatorio. ¿Una redada? Aún cabía la esperanza de que no guardase ninguna relación con él. Tal vez se hubiese producido una denuncia sobre contrabandistas de espaldas oxidadas y hacían regresar todos los vuelos que habían partido a determinada hora. No había modo de saberlo. Tal vez no tuviera nada que ver con él.
«Los culpables huyen cuando nadie los persigue —se dijo—. No admitas nada, no reveles nada». Tenía muchas probabilidades de salir bien librado. El cielo oscuro pasaba a gran velocidad.
Alvar Kresh miró el reloj de pared de la sala de operaciones. Faltaban pocos minutos para las siete. Apenas habían pasado cinco horas desde el descubrimiento aunque parecía que hubiera transcurrido un mes, por la cantidad de hechos que se habían producido. Tierlaw Verick fue archivado por si servía de algo en el futuro, y se hallaba retenido bajo estricta vigilancia en la misma habitación donde lo habían interrogado, mientras los robots de inspección registraban la habitación donde había dormido. Kresh dudaba que Verick tuviera nada que ver con el atentado, pero una investigación no podía dirigirse a fuerza de corazonadas. Sólo buscando se podía llegar a encontrar algo.
Alguien había colocado una larga mesa en la sala de operaciones, y Kresh, Fredda Leving y Justen Devray ocuparon tres de sus lados; Donald 111 se ubicó en el cuarto. Todos ellos —incluido el robot—, en cierto modo parecían agotados, demacrados, abrumados por la presión de los acontecimientos, pero la verdad era que no habían avanzado mucho desde el comienzo de las pesquisas.
El reloj avanzaba, y deprisa. Kresh no se atrevía a demorar mucho más el contacto con los funcionarios principales del gobierno, ni el anuncio de la muerte de Grieg a todo Inferno. Sabía, sin embargo, que en cuanto lo hiciera se armaría un revuelo. No podía prever qué forma adoptaría el caos, pero no le cabía duda de que este se produciría. Necesitaba desesperadamente tener su investigación bajo control antes de que la noticia se difundiera. Si alguien se le adelantaba para hacer el primer anuncio, los daños serían aún peores, y la probabilidad de que eso ocurriese aumentaba con cada segundo que pasaba.
Un alguacil podía decir algo por un canal no codificado y ser oído, o llamar a un amigo o pariente para darle la noticia, o entregar o vender la exclusiva del siglo a un periodista. O los asesinos podían decidir que les convenía difundir el rumor. O alguien que llamara a Grieg podía tener la misma sospecha que había tenido Kresh, y advertir que el Grieg que lo atendía era una simulación. La simulación aún operaba en el sistema telefónico, en parte para ayudar a encubrir y en parte para entregarla intacta a los equipos de análisis.
Tendrían que realizar el anuncio pronto, muy pronto. Si deseaban mantener algún control sobre la situación, pero antes de decir nada a nadie, Kresh necesitaba la oportunidad de pensar, de comparar notas, de planificar. Un consejo de guerra…, porque eso sería literalmente si la muerte de Grieg era el primer cañonazo de una guerra real. No había modo de saberlo.
Kresh estaba seguro de que Justen Devray comprendía todo eso, y al parecer Fredda Leving también. Descubrió que estaba impresionado —de hecho muy impresionado— por el modo en que ella se había comportado hasta el momento. La lista y bella Fredda Leving era una joven admirable en muchos aspectos, pero Kresh no creía que pudiera confiar en el instinto de esa mujer cuando de una investigación criminal se trataba. En el interrogatorio de Verick había demostrado que pensaba en forma demasiado lineal para el trabajo policial. Tal vez el enfoque directo funcionara en las ciencias, donde los datos no eran tan escurridizos, pero cuando la investigación era de carácter policial, los datos a menudo se empeñaban en eludir la resolución del caso. Si uno los encaraba directamente, escapaban.
—De acuerdo, Donald —dijo Alvar—. Comencemos. ¿Qué tenemos y qué necesitamos?
—Hemos verificado, a través del testimonio de Tierlaw Verick, que Calibán y Prospero fueron, casi con total seguridad, los últimos en ver al gobernador Grieg con vida —respondió Donald—. He emitido una orden de captura, pero parece improbable que esta se produzca en un lapso breve de tiempo, sobre todo si no contamos con la plena colaboración del SCS. Ni los rangers ni nuestro departamento tienen autoridad para arrestar gente aquí, ni instalaciones para efectuar interrogatorios. Ni Prospero ni Calibán están disponibles ni son rastreables por medio de hiperonda, y ambos cumplen deberes que les requieren estar sobre el terreno. Es posible que se encuentren desempeñando sus tareas normales y sólo se hallen fuera de contacto. También es posible que se hayan ocultado. Haremos todo lo posible para rastrearlos, dadas nuestras limitaciones.
Era interesante que Donald empezase por los robots, pensó Kresh. Se concentraba en ellos, tal vez en exceso. Convendría tener en cuenta que en aquella investigación Donald no sería tan objetivo como solía serlo normalmente. Estaba claro que deseaba que Prospero y Calibán fueran culpables. Un robot tendencioso. Como si el caso no presentara suficientes problemas.
—¿Hasta qué punto podemos confiar en la declaración de Tierlaw? —preguntó Kresh.
—Por lo que pude evaluar, todas sus reacciones corporales eran coherentes con la de un hombre que se encuentra bajo gran tensión y hace una declaración veraz. Creo que dijo la verdad.
Aquel era el informe menos detallado que Donald había hecho como detector de mentiras, y Kresh se sintió inseguro a causa de ello. Por lo general, Donald pronunciaba un discurso tres veces más largo acerca de la incertidumbre de semejante medición. Sin duda, quería que los robots fueran culpables.
—Deberíamos cotejar esta historia con la agenda de compromisos de Grieg —sugirió Devray—. Eso es algo. Pero al menos tenemos una pista, y sospechosos.
—Aun dejando de lado la cuestión de la Primera Ley, no entiendo qué motivos podían tener Calibán y Prospero para atacar a Grieg, ni por qué lo hicieron de manera tan torpe, en el caso de que hayan sido ellos —protestó Fredda.
—Sí, Calibán no está sujeto a la Primera Ley. Teóricamente, nada le impide atacar a quien desee, pero tampoco hay nada que nos lo impida a usted o a mí. Prospero no está obligado a impedir que un humano sea dañado, pero no me lo imagino llegando a sutilezas tan extremas como para interpretar que puede participar en un homicidio siempre que no dispare el arma…, y eso es lo que tenemos aquí.
—En cualquier caso —dijo Devray— usted admite que el que Calibán carezca de leyes no le impide matar a Grieg, y que de acuerdo con las Nuevas Leyes nada instaría a Prospero a impedir el ataque.
—Sí, pero…
—Es decir —prosiguió Devray con tono desafiante—, uno de ellos podría matar y el otro podría ser un testigo pasivo.
—Teóricamente sí —admitió Fredda, renuente—. Pero no tiene sentido. No ha habido mejor amigo de los robots Nuevas Leyes que Grieg. ¿Por qué razón lo matarían?
—Hay muchas razones —dijo Devray—. Esta mañana tengo una cita…, bien, tenía una cita con el gobernador… Debíamos hablar de una propuesta que presenté la semana pasada.
—¿Qué clase de propuesta? —quiso saber Kresh.
—La destrucción de todos los robots Nuevas Leyes —respondió Devray.
—¿Qué? ¿Se ha vuelto loco? —exclamó Fredda.
—No, doctora —repuso Devray con voz pausada y profesional—. Pero estoy harto de perseguir espaldas oxidadas. Los Nuevas Leyes están en el centro de toda una nueva serie de delitos: contrabando de espaldas oxidadas, extracción de restrictores, fundación de colonias ilegales.
—¿Colonias? —preguntó Kresh.
—Bien, una colonia, al menos. La llaman Valhalla. Se supone que está en algún confín del planeta, en la región de Terra Grande, en Utopía. Ni siquiera sé si existe…, pero allí es adonde se dirigen los espaldas oxidadas que capturamos. Y estoy harto de perder tiempo y esfuerzo persiguiendo rumores. Le expliqué al gobernador que los espaldas oxidadas y los robots Nuevas Leyes causan más problemas de los que resuelven, y que era tiempo de admitirlo y seguir adelante.
—¡Pero ellos trabajan! —protestó Fredda—. Los robots Nuevas Leyes representan la mitad de la mano de obra de Purgatorio.
—Y se suponía que serían toda la mano de obra, sólo que son tres veces menos productivos que los robots Tres Leyes. Cada departamento ha tenido que contratar trabajadores humanos, porque los colonos no permiten que los robots Tres Leyes dirijan la isla. Si los robots Nuevas Leyes compensaran todo el problema que causan, sería distinto, pero lo que hacen en realidad es entorpecer el proyecto de terraformación.
Kresh se sorprendió de ver a Devray tan interesado en la terraformación, pero comprendió que no tenía motivo. Los rangers eran agentes de la ley sólo en parte. La terraformación estaba mucho más cerca de sus funciones.
—¿El gobernador tenía en cuenta esa idea? —inquirió Fredda.
—No lo sé —contestó Devray—. No la rechazó de inmediato. Sé que también le rondaba la idea de eliminar todos los restrictores de alcance y dejar libres a los robots Nuevas Leyes.
—¿Por qué demonios haría una cosa así? —preguntó Kresh—. Si no fuera por los restrictores no quedaría un solo Nuevas Leyes en esta isla.
—No esté tan seguro —dijo Fredda—. Muchos robots Nuevas Leyes causan problemas, pero los que trabajan son muy eficientes. Muchos espaldas oxidadas trabajan de firme cuando les pagan un sueldo decente. Por cierto, Valhalla no es un rumor, sino un sitio real, y hay muchas buenas razones para que los Nuevas Leyes se dirijan allí. Lo he visto con mis propios ojos.
—Usted parece saber mucho sobre espaldas oxidadas —masculló Devray—. ¿Y ha denunciado a esos robots que huyen a Valhalla, a los que ha visto con sus propios ojos? ¿Ha denunciado el paradero de Valhalla?
—No, no he comunicado esa información —respondió Fredda—. No sé dónde está Valhalla ni quiero saberlo, pero si quiere arrestarme por haber visto espaldas oxidadas, hágalo. Me sentía responsable de ellos. Los espaldas oxidadas son robots Nuevas Leyes fugitivos, y puesto que fui yo quien inventó los robots Nuevas Leyes, es natural que los investigara.
—Basta, los dos —intervino Kresh—. Ya está bien por el momento. Podemos examinar este asunto más tarde. Ahora lo único que nos importa es que la recomendación de Devray al gobernador pudo dar a Calibán y Prospero un motivo, si estaban enterados. Pudieron tomar la decisión de matarlo para que él no los matara a ellos.
—Calibán no es un robot Nuevas Leyes.
—¡Por el infierno ardiente, lo sé mejor que nadie! —exclamó Kresh—. Pero tal vez decidió no correr el riesgo de ser pillado en una redada. O tal vez actuó por simpatía con la causa de sus hermanos Nuevas Leyes. Es un motivo verosímil, y ambos son sospechosos.
—Pero usted no puede afirmar que ellos lo hicieron. Muchos humanos pudieron…
—Dije que eran sospechosos, no los únicos sospechosos. Aunque estuviera convencido de que lo hicieron, y no lo estoy, no dejaré de investigar otras posibilidades, dado lo incierto de la situación. ¿Y si no fueron los robots? ¿Y si fueron humanos? ¿Cuál era su objetivo? ¿Lo han alcanzado con la muerte de Grieg, o nos espera algo más? ¿Es un golpe, o un mero magnicidio?
—¿Un golpe? Por los astros, no había pensado en ello —admitió Fredda.
—Yo no he pensado en otra cosa —dijo Kresh—. Pero debo decir que… con cada minuto que pasa es menos probable que fuera… que sea… un golpe. Si uno intenta derrocar un gobierno, no le da tiempo para recobrarse del primer puñetazo antes de asestar el segundo. A menos que algo haya fallado en sus planes. O a menos…; demonios, esto es tremendo.
—¿Qué es tremendo? —preguntó Fredda.
—Supongamos que el anuncio de la muerte de Grieg sea la señal para dar el siguiente paso.
—Bien, existe esa posibilidad —convino Devray—. Dudo que los asesinos esperasen que el cuerpo se descubriera tan pronto…, o que usted lo descubriera. A fin de cuentas, configuraron la caja de imágenes para proyectar la simulación.
—Sí —dijo Fredda—. Tal vez los asesinos no esperaban que lo descubrieran hasta esta mañana. —Miró a Kresh y se encogió de hombros—. Tal vez se suponía que Tierlaw descubriría el cuerpo. A menos que Tierlaw lo haya hecho y planeara fingir que descubría el cuerpo esta mañana. Aunque Donald aseguró que sus monitores indicaban que Tierlaw decía la verdad.
—No confíe tanto en los sensores de Donald —repuso Kresh—. Un hombre bien adiestrado sería mejor que sus sensores…, o que cualquier sistema de detección de mentiras, a excepción de una sonda psíquica. Pero Tierlaw pudo haber sido víctima de una trampa, o un idiota útil.
—¿Cómo puede un idiota ser útil? —inquirió Fredda.
—Siendo más que inútil para la oposición. Tal vez la idea sea que nos concentremos en Tierlaw mientras los verdaderos culpables se escabullen, lo cual habla muy bien de ellos y supone un plan increíblemente complejo y frágil. Sospecho que los asesinos ignoran la existencia de Tierlaw, y que él dice la verdad. No tuvo nada que ver con el asesinato del gobernador y estaba dormido mientras ocurría. Pero no se preocupen, de todos modos lo retendremos e investigaremos.
—Si usted está en lo cierto, ¿cómo se debía descubrir el cadáver? —dijo Devray—. Los conspiradores debieron de pensar en ello. ¿Qué esperaban?
—Bien —intervino Fredda—, todos los robots domésticos tenían órdenes de irse a un edificio externo la noche de la recepción. Dos alguaciles están interrogándolos ahora, pero dudo que les sonsaquen algo. Habrían regresado esta mañana…, a estas horas…, para retomar sus obligaciones normales.
—Conque se suponía que un robot descubriría que Grieg estaba muerto —dijo Kresh—. ¿Qué habría sucedido entonces?
Fredda reflexionó.
Depende mucho de las órdenes preexistentes y contingentes del robot, claro, pero lo más probable es que se sintiera profundamente confuso. Solicitaría ayuda, intentaría resucitarlo, pediría refuerzos, requeriría una alerta de seguridad, quién sabe qué más.
—Medidas, todas ellas, acordes con las Tres Leyes, pero habrían sembrado el caos —dijo Kresh—. Si eso hubiera ocurrido, todos los policías que hubiese en un radio de doscientos kilómetros habrían acudido a la Residencia, chocando entre sí y tropezando con los periodistas y los dirigentes políticos que lograran llegar. Sólo el diablo sabe qué alboroto se habría armado. Y todo intento de revivir a Grieg sólo habría servido para eliminar pistas. El caos y la convulsión ideales para alguien que planeara un golpe.
—Quizás —admitió Devray—. Quizás. Aunque en su mayor parte se trata de conjeturas, es posible.
—Señor —dijo Donald—, si me permite intervenir, hay otros asuntos vitales a tener en cuenta antes de establecer posibles móviles para otros sospechosos hipotéticos.
—¿Qué otros asuntos?
—Está por ver la cuestión del arma.
—Diablos, el arma. Debo de estar haciéndome viejo.
—¿Qué ocurre con el arma? —preguntó Fredda.
—Hay lectores energéticos en cada entrada de este edificio —explicó Kresh—, y también lectores perimétricos. Nadie habría podido introducir un arma energética en este edificio sin que sonaran media docena de alarmas. ¿Cómo llegó el arma hasta aquí? ¿Cómo salió?
—¿Habrá salido? —preguntó Devray—. ¿Por qué arriesgarse a pasar dos veces frente a los lectores? Podía activar una alarma al salir. Si yo realizara este trabajo, no correría el riesgo de introducir el arma de tapadillo. El edificio permaneció desocupado el tiempo suficiente para introducir cien pistolas energéticas. Yo ocultaría una pistola con un cartucho de potencia protegido y la dejaría en el edificio.
—Es una posibilidad —admitió Kresh.
—Permítame hacer una objeción a dicha posibilidad, comandante Devray —intervino Donald—. La curva de descarga de energía.
—¿Qué es eso? —quiso saber Fredda.
—Mediante el examen de las heridas del gobernador y los impactos energéticos en los robots, y la medición de la distancia, fue posible evaluar la potencia relativa de cada disparo, así como el nivel de carga del arma en cada uno de estos. A medida que se gasta la carga, cada disparo es menos potente. Para esta arma en cuestión, la intensidad de los disparos decreció rápidamente con cada disparo, lo que indica una célula de escasa potencia. El patrón de descarga era muy diferente de las marcas y modelos corrientes de pistola energética.
—Y una célula de poca potencia sugiere un arma destinada al ocultamiento —puntualizó Kresh—. Un modelo personalizado. Y las armas personalizadas pueden rastrearse. Tienes razón, Donald. Es preciso investigar ese aspecto.
—Sí, señor. Creo que también debemos preguntarnos acerca del ataque contra Tonya Welton, y la subsiguiente llegada de los falsos agentes SCS. ¿Fue una distracción vinculada con el ataque? Y en tal caso, ¿a quiénes debía distraer, y de qué debía distraerlos?
—Además —acotó Kresh—, determinamos de inmediato que era falsa. ¿Por qué montar una maniobra de distracción que despertaría nuestras sospechas?
—Tal vez porque a esas alturas ya no importaba —respondió Devray—. Quizás aquello de que debía distraernos no era la muerte del gobernador. Y probablemente no estuviese destinado a distraerlos a ustedes.
—Huthwitz… —dijo Kresh—. ¿Sugiere usted que fue mera casualidad que asesinaran a Emoch Huthwitz la misma noche que a Grieg?
—Es posible. Tal vez el ataque contra Welton estuviera destinado a distraer a los rangers del ataque contra uno de los suyos.
—No acaba de convencerme —objetó Fredda—. Por lo que usted me ha dicho, el tal Huthwitz fue encontrado horas después de que lo mataran. Nadie advirtió su ausencia, y al parecer ningún ranger respondió al ataque contra Welton.
—Buenos argumentos —convino Kresh—; pero, además, la muerte de Huthwitz no tiene sentido como coincidencia.
—Las coincidencias nunca tienen sentido —dijo Fredda—. Suceden por azar, no por lógica.
—Sin embargo, hay un punto más allá del cual el azar es una explicación extremadamente débil. De hecho, siempre es una explicación débil.
—Bien, supongamos que Huthwitz fuera la distracción —sugirió Fredda—. Mientras ustedes examinaban el cadáver, alguien mataba al gobernador.
—Eso tampoco funciona —dijo Kresh—. Huthwitz murió horas antes que el gobernador. Nuestra estimación es que lo asesinaron antes de la agresión contra Tonya Welton. En cuanto al descubrimiento del cadáver como maniobra de distracción, pudimos haber dado con él varias horas antes, y cuando encontramos a Huthwitz, hacía una hora que el gobernador había muerto. Además, acabamos de convenir en que los conspiradores deseaban que el cadáver de Grieg fuera descubierto por la mañana, dentro de algunas horas.
—No olvide que fue la muerte de Huthwitz lo que le indujo a hablar con el gobernador —dijo Leving.
—Sí, pero nadie pudo haber previsto que me induciría a hacer comprobaciones, y el que descubriese el cuerpo no benefició a nadie —repuso Kresh—. Al margen de eso, si el asesinato de Huthwitz fue una maniobra de distracción, no importaba mucho a quién mataran. Pero el comandante Devray prácticamente me ha dicho que alguien podría tener excelentes razones para matar a Huthwitz, y sólo a Huthwitz.
—¿Qué sugiere usted? —preguntó Fredda—. Sugiero que los dos homicidios están relacionados, pero ignoro cómo. En este momento Donald es el único que tiene una teoría acerca de este crimen.
—Señor, me gustaría declarar que es mucho más que una teoría. Tengo los medios, el móvil y la ocasión. Y tengo a dos sospechosos.
—Donald, tú quieres que sean culpables —intervino Fredda—. Si mataron a Grieg, confirmaría tus mayores temores acerca de los robots Nuevas Leyes. Pero yo no soy policía, y puedo ver todas las lagunas de tus argumentos. Convengo con el sheriff Kresh en que parece extremadamente improbable que el homicidio de Grieg no estuviera relacionado con todo lo que sucedió anoche. ¿Cómo pudieron Calibán y Prospero haber matado a Huthwitz… y por qué lo harían? ¿Cómo y por qué organizaron el ataque contra Tonya y la intervención de los falsos agentes que se llevaron a los atacantes?
—Todavía no puedo responder a esas preguntas, doctora Leving. Y a pesar de sus objeciones, son los únicos sospechosos que tenemos.
—De acuerdo —dijo Kresh—. Necesitamos arrestarlos, pero también debemos tratar de hallar otros sospechosos. Tendremos que examinar los registros de acceso y obtener todas las imágenes de vídeo proyectadas por las empresas de noticias. Habrá que examinarlas cuadro a cuadro, para ver si localizamos algo o a alguien que no debería estar allí.
—Yo puedo encargarme de eso, sheriff —dijo Donald.
—Bien. —Kresh echó otro vistazo al reloj de pared. El tiempo avanzaba deprisa—. Debo redactar una declaración. Hemos esperado demasiado. Las cosas no se pondrán peor que ahora. He de notificar la noticia al gobierno y luego hacerla pública. —Se levantó, se frotó la cara con una mano, fatigado, y se pasó los dedos gruesos y rechonchos por el cabello blanco—. Es hora de avisar al mundo que Chanto Grieg ha muerto.