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Fue una muerte rápida y silenciosa. Un gruñido, un jadeo, un quejido ahogado por la lluvia torrencial mientras el moribundo exhalaba su último aliento, un golpe seco cuando el cuerpo chocó contra el suelo. Ni siquiera un grito, ni siquiera el fogonazo de un disparo, sólo un nuevo cadáver en la noche y el tamborileo de la lluvia.

Pero el hombre estaba bien muerto.

El silencio ayudaría. Sin ruidos que llamasen la atención, pasarían horas hasta que alguien encontrara el cuerpo del ranger. Y para entonces sería demasiado tarde. Nadie lo sabría hasta que hubiese terminado.

El asesino sonrió, pero su pálido rostro no reflejaba felicidad sino saciedad. Había aplacado su sed de sangre. La venganza era un placer raro y exquisito que podía saborearse mucho después del acontecimiento que la había provocado. Pero ya estaba bien de cuestiones personales. Le esperaba otra tarea, un asunto profesional.

Ottley Bissal pasó por encima del cuerpo y se dirigió hacia la luz y el brillo de la fiesta, hacia la Residencia de Invierno del gobernador.

En la sala sur de la Residencia de Invierno el bullicio crecía. Para el ojo incauto podía parecer una velada tranquila y agradable donde los notables de ese mundo se reunían para celebrar su solidaridad y cooperación.

El sheriff Alvar Kresh, que observaba la fiesta desde un rincón tranquilo, lejos de la banda de música, no lo veía así. De ninguna manera.

—Bien, Donald —dijo, volviéndose hacia su acompañante—. ¿Qué te parece?

—Muy insatisfactorio, señor —respondió Donald. Donald 111 era el asistente personal de Kresh; y uno de los robots más avanzados del planeta, sin duda el robot de policía más avanzado. Estaba pintado con el azul celeste del Departamento del Sheriff, y su figura era una versión redondeada de la figura humana.

Los robots de policía de función e inteligencia elevadas como Donald tenían sus potenciales Tres Leyes adaptados de modo tal que les brindaban una gran autonomía e incomodaban muy poco a la gente. Precisamente por eso, el diseño de Donald era tranquilizador. Se trataba de un robot de aspecto humilde, de curvas y contornos suaves.

—Las fuerzas del Servicio Colono de Seguridad de la capitán Melloy han demostrado ser más ineptas de lo que sugiere su reputación. Su principal función en esta noche consiste en estorbar al cuerpo de rangers del gobernador.

—Como si los rangers necesitaran ayuda para hacer engorros —gruñó Kresh.

—Sí, señor.

Alvar Kresh se apoyó contra la pared y sintió esa vibración palpitante que parecía invadirlo todo en la costa sur de la isla; era el Centro de Terraformación, que con sus potentes generadores de campo de fuerza intentaba modificar la dirección del viento y reorganizar los flujos aéreos del planeta en patrones nuevos y más benéficos.

Miró por la ventana, sin ver nada más que la lluvia. Casi todas las noches era posible observar en la isla Purgatorio los campos magnéticos latir en la lejana y alta oscuridad, como ondulantes láminas de color que centelleaban en el cielo. Esa noche no. Era irónico que una recepción relacionada con las políticas de terraformación se celebrara a pesar del mal tiempo.

Para Kresh, sin embargo, la única cuestión importante era si la lluvia volvía más segura o más peligrosa la situación. Desde luego, dificultaba las cosas a los guardias que estaban fuera, pero también era probable que un potencial terrorista tuviera un par de tropiezos.

Sacudió la cabeza con gesto de insatisfacción. Todo era un embrollo. Habría querido llevar sus propios alguaciles y robots para brindar seguridad, pero ni él ni ellos tenían jurisdicción fuera de la ciudad de Hades. Él estaba allí como miembro del séquito del gobernador, sólo era parte de la ornamentación.

¡Jurisdicción! Estaba harto de oír esa palabra. Aun así, aunque se suponía que sólo debía dedicarse a sonreír y conversar, Alvar Kresh estaba lejos de ser la clase de hombre que dejaba de preocuparse cuando no estaba de servicio.

Kresh era un hombre corpulento de aire aplomado, cuyo rostro podría describirse cortésmente como de rasgos enérgicos. Fuera cual fuere su expresión, nunca revelaba más emociones de las que él quería mostrar. Tal vez por eso parecía inusitadamente preocupado. Su tez era de color claro, y su cabello, en otro tiempo negro como el espacio exterior, era ahora una rebelde y espesa mata blanca. Sus gruesas cejas todavía eran oscuras y contribuían a dar severidad a su semblante. Esa noche vestía su uniforme formal, una chaqueta negra y un poco lúgubre y pantalones azules, propios de su Departamento. Sus muchas condecoraciones brillaban por su ausencia. La sala estaba abarrotada de hombres y mujeres que habían hecho mucho menos que Kresh y llevaban tantas medallas y cintas que terminaban por no significar nada. Que los demás se pusieran ensaladeras en el pecho si querían. La gente no tenía por qué conocer cuántas condecoraciones había recibido Kresh. Él sí lo sabía, y eso le bastaba.

Pero ahora le preocupaba más lo que debía hacer. En Hades, la seguridad del gobernador era responsabilidad suya, y estaba decidido a poner todo de su parte para que ese hombre regresara a Hades sano y salvo, aunque tuviese que enviar a su robot en una investigación de seguridad no autorizada.

—Continúa, Donald —dijo Kresh—. ¿Qué más?

—Conté no menos de cuatro entradas inseguras en la planta baja, aparte de las ventanas altas y los túneles, que están cerrados pero llevan días sin ser monitoreados. También debo informar que he revisado los registros de procedimientos de seguridad, y eran bastante perturbadores.

—¿Qué encontraste?

—La casa permaneció desocupada tres días consecutivos la semana pasada. Durante ese tiempo estuvo cerrada pero sin custodia, aunque se había anunciado públicamente que pronto llegaría el gobernador. Cualquiera que posea un mínimo conocimiento acerca de dispositivos de seguridad pudo acceder durante ese tiempo para hacer preparativos.

—Supongo que habrás registrado el edificio en busca de armamentos.

—Sí, señor. Así me lo exige la Primera Ley. Los resultados fueron negativos, pues no encontré armas, pero eso no me deja tranquilo; el no haber hallado armamento no significa que no lo haya. Es muy difícil demostrar lo negativo. Mi instrumentación interna habría detectado cualquier arma energética, a menos que esta contara con escudos contra dichos detectores. Y debo añadir que la prohibición de los robots Tres Leyes agrava mi preocupación.

—Háblame de ello. Sabes lo que costó convencer a los colonos para que te permitieran permanecer en la isla.

La Residencia de Invierno y sus jardines permanecían bajo la jurisdicción de los espaciales, pero la mayor parte del resto de la isla era controlada por los colonos y estaba sometida a sus leyes. Los colonos tenían una regla clara, sin excepción: en su territorio sólo entraban robots Nuevas Leyes, pues su líder, Tonya Welton, había tomado un interés personal en ellos.

Era otro ejemplo del absurdo toma y daca que caracterizaba las negociaciones entre espaciales y colonos. El gobernador espacial había prohibido los robots Nuevas Leyes en el continente. En consecuencia, los colonos querían prohibir los robots Tres Leyes, es decir, los normales, en la isla Purgatorio. Todos los robots Tres Leyes despachados desde tierra firme a la finca del gobernador tenían que ser desactivados y guardados en contenedores cerrados durante el tránsito por la zona de la isla bajo control de los colonos. Kresh había obtenido una autorización especial para Donald, pero no por ello le gustaba la situación. Además, los conflictos y entredichos no finalizaron con la prohibición de los dos tipos de robots. Los espaciales influyentes tenían otro público: su propia gente, los votantes, y a estos no les hacía ninguna gracia la repentina escasez de robots domésticos.

Desde luego, la idea de una escasez de robots era absurda. Las últimas estimaciones indicaban que los robots superaban a los humanos de Inferno en una proporción de cien a uno. Pero la mayor parte de esos robots ya no estaban con sus dueños. Grieg los había confiscado y los había enviado a plantar árboles en los yermos septentrionales de Terra Grande. Quizá Grieg tuviera razón. Quizás el uso excesivo de robots personales fuera un desperdicio. Quizás, en la actual situación de emergencia, tuviese sentido que los robots trabajaran en la reconstrucción del planeta en lugar de actuar como criados superfluos.

Aparte de eso, la riqueza se medía, más que nunca, por la cantidad de robots. Y en esos tiempos de penurias, uno no alardeaba de su riqueza.

Para Kresh, sin embargo, los robots no significaban riqueza sino seguridad. La Primera Ley convertía al robot en un magnífico guardaespaldas, y de pronto Kresh no disponía de guardaespaldas.

La finca del gobernador estaba llena de robots de servicio. Los habían enviado desde la capital una semana antes, como preparativo para la visita. Pero esa noche casi todos estaban de vuelta en su transporte aéreo, apagados y guardados. Los rangers del gobernador se encargaban de servir la comida, y la mayoría parecían descontentos con la tarea. Después de todo, eran agentes de la ley, no camareros.

Después de la recepción, se permitiría la aparición de los robots domésticos, pero esa noche, en presencia de poderosos y notables, mientras se grababa la recepción para transmitirla por los canales de noticias, no convenía que el gobernador apareciera rodeado de robots.

Esa noche, en medio de la muchedumbre, el gobernador carecería de protección. En tiempos normales Kresh no se habría preocupado tanto, pero no eran tiempos normales.

El planeta Inferno estaba cambiando, experimentando una conmoción desgarradora. El cambio era necesario, y quizá fuese para bien, pero aun así dejaría a mucha gente disconforme y frustrada.

El cambio dolía, y algunas de las personas afectadas ya habían tratado de devolver el golpe. En las últimas semanas se habían producido varios incidentes desagradables. Los alguaciles de Kresh habían enloquecido tratando de contener la situación. La opinión profesional de Kresh era que no existía manera de estar seguros de que el gobernador estaría a salvo en público si no se contaba con un ejército de guardaespaldas robóticos.

Aparte de Donald, no había un solo robot activo en todo el edificio. Deberían haber estado sirviendo bebidas, abriendo puertas, circulando con bandejas de comida, satisfaciendo los caprichos de los invitados e impidiendo que un humano dañara a otro.

Ni siquiera los huéspedes traían robots personales. Para los amigos del gobernador, ser vistos con un grupo de robots en ese lugar habría equivalido al suicidio político. El propósito de esa velada era que los vieran sin robots durante la escasez. A veces la política tenía una lógica extraña.

La mayoría de los dignatarios espaciales parecían un poco desorientados. Para algunos, era la primera vez en su vida que salían de su casa sin criados robóticos.

Castigo. Escasez. Un verdadero disparate. Las nuevas regulaciones estipulaban un máximo de veinte robots en cada residencia. En opinión de Kresh, pasarse el día con sólo veinte criados personales para satisfacer caprichos no representaba una gran carencia; pero en ese momento Alvar Kresh no tenía paciencia para la política ni la economía. Lo cierto era que para un terrorista sería mucho más difícil actuar si hubiera robots en todo el lugar, y no los había.

En los viejos tiempos, con un enjambre de robots siempre presentes, siempre activos, la seguridad había sido algo tan sencillo que ni siquiera las figuras públicas más destacadas y controvertidas pensaban en ella. Ya no era así. Ahora no podían correr riesgo alguno.

—¿Algo más, Donald?

—Eso es todo señor. Sólo deseaba añadir que la residencia no satisface nuestros requerimientos habituales de seguridad. Aunque no se ha detectado ninguna amenaza, me preocupa el actual entorno de seguridad actual.

Cuando Donald se preocupaba, Kresh se preocupaba.

—Olvida por un momento nuestros requerimientos habituales. ¿Te parece que la zona es lo bastante segura?

—No, señor. Si estuviéramos en tiempos calmos y apacibles, me sentiría más tranquilo, pero, teniendo en cuenta la inestable situación política y la turbulencia general, debo pedirle encarecidamente que vuelva a hablar con el gobernador para que modifique sus decisiones, o bien para que cancele la recepción.

—No necesito que me lo pidas encarecidamente —dijo Kresh—. El modo en que han organizado esto me gusta tan poco como a ti. Vamos, Donald, hablemos con el gobernador Grieg.