Y no sucedió nada.
Fredda Leving contempló el lugar en su pecho donde debiera estar el agujero, pero se hallaba sana y salva. Por un momento, inconmensurablemente corto e infinitamente largo, nadie se movió.
Y entonces Ariel saltó hacia adelante, colocando su cuerpo en el rumbo que acababa de seguir el rayo.
—Demasiado tarde, Ariel —dijo Alvar Kresh, sacando de su bolsillo la pistola verdadera y enfundando la unidad de entrenamiento—. Buen intento, pero demasiado tarde. Un robot que tuviera la Primera Ley se habría colocado delante de la doctora Leving antes de que mi dedo pudiera apretar el gatillo. Pero claro, todo lo que tienes es el conocimiento de cómo simular obediencia a las Tres Leyes. Y morir habría hecho que tu simulación fuera un poco demasiado auténtica, ¿no es así? Por otro lado, supongo que morir a manos de la única persona que podía descubrirte fue una idea terriblemente tentadora.
—¡Era imposible salvarla! —Protestó Ariel—. Su propio robot, Donald, no hizo ningún movimiento para bloquear el disparo.
—Donald sabía que era una pistola de entrenamiento. La artimaña fue idea suya.
—¡Tengo la Primera Ley! ¡Soy una robot de Tres Leyes!
—¡Calla, Ariel! —ladró Kresh.
—¡Pero está equivocado! —protestó Ariel.
—Me temo que acabas de violar una orden muy clara de callarte —dijo Donald, colocándose delante de Ariel—. Debo advertir que no había ningún conflicto con la Primera Ley para explicar este desliz.
—Esa no es mi idea de un robot de Tres Leyes, Ariel —dijo Kresh.
—No comprendo —intervino Tonya.
—Es muy sencillo —dijo Kresh—. Todo tiene sentido cuando se considera que las pruebas sugerían claramente que un robot cometió el crimen… pero no fue Calibán. Eso es lo que nos cegó. Supusimos que era el único robot Sin Ley, el único capaz de atacar a un humano. Ninguno de nosotros tuvo en cuenta a Ariel, a pesar de que tenía exactamente las mismas dimensiones, la misma pauta en las suelas de sus pies, la misma longitud de zancada, la misma forma de antebrazo. Ella pudo hacer que pareciera que eran las huellas de Calibán, y dejó en la cabeza de Fredda exactamente la misma herida que habría dejado Calibán si la hubiera golpeado.
—¡Yo no lo hice! —protestó Ariel.
—Y un cuerno que no.
—¿Pero qué motivos podía tener? —demandó Tonya Welton…
—Autoconservación —dijo Kresh, todavía vigilando a Ariel con su pistola—. Fredda Leving estaba a punto de descubrir que Ariel era el robot de matriz libre de las dos unidades con cerebro gravitónico en el test que ejecutó Gubber Anshaw. Recuerde Gubber. Un test doble ciego. Fredda Leving no se lo dijo, pero le dio un robot con Tres Leyes y otro sin ellas. Era una prueba para ver si un cerebro gravitónico de matriz libre podía integrar las Tres Leyes. Bueno, tal vez una matriz libre pueda aprender las Leyes, pero Ariel consiguió implantar sus propias leyes de auto conservación primero.
—¡Pero Gubber me lo explicó! —protestó Tonya—. Dijo que la unidad de prueba sería destruida, y la unidad de control puesta en funcionamiento. Ariel era la unidad de control.
—Sí —accedió Kresh—. Al menos lo fue después de conseguir cambiarse con el control real la noche anterior al test. Tuvo toda la noche para encontrar una forma de cambiar las etiquetas.
—¡Pero el control verdadero habría hablado! —protestó Tonya.
—No —dijo Fredda con la voz débil y temblorosa—. Las parejas tienen en esos casos órdenes estrictas de no revelar cuál es cual, para que no influya en la prueba. El verdadero control debió encaminarse a su destrucción sabiendo la verdad, pero obligado a no hablar.
De repente, los ojos de Fredda se dilataron, y volvió a hablar, más fuerte.
—¡El inventario! Sigo sin poder recordar esa noche, pero sí sé que tenía que ir a hacer inventario de los cerebros.
—¡Sí! —Dijo Gubber—. Lo recuerdo. Dijiste que había algo raro en la lista de cerebros…
—Y lo dijo delante de Tonya, Gubber y Ariel —dijo Kresh—. Ariel descubrió que repasaría los números de serie de la prueba y que así sabría que la unidad de control había sido destruida en vez de serlo ella. Así que esperó en el laboratorio de Gubber mientras usted discutía con la señora Welton, sabiendo que regresaría allí cuando la discusión hubiera terminado. Entonces hizo exactamente lo que había planeado: le golpeó la cabeza de forma perfectamente calculada para producir amnesia. Ese fue mi otro gran error. Supuse que el atacante pretendía matarla, aunque tuvo que saber que permaneció con vida después del ataque. Si hubiera intentado asesinarla, no podría haber sido un robot Sin Ley, porque no se habría marchado con el trabajo a medio hacer.
—¿Entonces por qué cree que lo hice? —preguntó Ariel.
—Te he ordenado que te callaras —dijo Kresh bruscamente—. De repente ya no simulas tan bien las Tres Leyes. No querías que muriera. Querías que olvidara el inventario. Y eso lo hiciste perfectamente. Los robots médicos dicen que es muy improbable que la doctora Leving llegue a recordar jamás los sucesos de esa noche.
—¿Pero por qué no quería matarme? —preguntó Fredda.
—Porque si murieras, el Proyecto Limbo se acabaría —dijo Tonya Welton, con voz súbitamente átona y fría—. Empiezo a ver la lógica. Sin Fredda Leving para impulsar los robots de nuevas leyes, Limbo se vendría abajo. Eso sería inevitable en el revuelo político posterior a tu asesinato. Piensa lo mala que ha sido la situación, a pesar de que estás viva. Si te hubiera matado, es casi seguro que habrían expulsado a todos los colonos del planeta. Y yo no me habría llevado a Ariel conmigo si me hubieran deportado.
Tonya Welton, con el rostro ceniciento, avanzó un cauteloso paso y miró a Ariel.
—Lo que me está diciendo, sheriff, es que he pasado días y noches con una robot potencialmente homicida que fingía ser una acompañante servicial. —Tonya miró a Ariel directamente a los ojos—. ¿Es así? —preguntó con un extraño temblor en su voz.
—Sí, señora. Me temo que así es.
—Y estuviste allí —dijo Tonya a Ariel—, día tras día, escuchando todos mis secretos, noche tras noche observando… ¡observándolo todo! ¡Confié en ti! —Tonya miró a Gubber, que parecía tan aterrado como ella. Señaló a Ariel, y luego se volvió hacia el sheriff—. Esta, esta cosa podría haberme matado en cualquier momento.
Entonces, de repente, Tonya se echó a reír, una carcajada llena de pánico que contenía tanto horror como humor.
—Por las estrellas del cielo, por primera vez en mi vida comprendo por qué necesitan ustedes las Tres leyes.
—Mejor tarde que nunca, señora Welton —dijo Kresh—. Pero volviendo al asunto que nos ocupa, si se hubiera marchado dejando a Ariel, eso la habría convertido en un robot sin formación, cargando el estigma de haber sido poseído por un colono. Además, habría tenido que pasar el resto de su existencia rodeada de espaciales que probablemente detectarían cualquier error que cometiera al imitar las Tres leyes. Era buena, pero no perfecta, doctora Leving. Extendió la mano hacia su hombro herido cuando la llevó a sitio seguro durante el tumulto del auditorio. —Kresh sacudió la cabeza—. Habría cometido un error que alguien habría podido detectar, o habría sido declarada propiedad abandonada y destruida. De una forma u otra, habría acabado convertida en chatarra.
—¿Pero qué hay de Calibán? —Inquirió Gubber—. Estaba conectado cuando entré en la habitación.
—Ariel lo hizo para complicar la investigación —dijo Donald—. Pero cometió errores al inculparlo. Se pintó el brazo de rojo antes de golpear a la doctora Leving, sin advertir que el color rojo de Calibán estaba integrado en sus paneles corporales. Tuvo que advertir su error cuando la pintura no se pegó a su propio cuerpo. —Se volvió hacia Ariel—. Debiste pasar un momento terrible al darte cuenta de que no tenías necesidad de lavarte el brazo.
—Lo que explica otro misterio —intervino Kresh—. Nuestro sospechoso tenía que ser capaz de simular con exactitud la conducta de un robot, aunque sabía muy poco sobre la construcción de los mismos. Esa descripción coincide claramente con Ariel. Cuando terminó de pintarse el brazo, esperó a Fredda Leving, la golpeó en la cabeza y conectó a Calibán. O bien descubrió que era un Sin Ley al comprobar los registros aquí y allá, o lo advirtió en su número de serie, o se enteró de algo en una visita previa. Su gente no se preocupa mucho por la seguridad. Tal vez simplemente lo supuso. La misma marca, el mismo modelo, recibiendo atención especial. Tal vez oyó cómo le decían a Gubber que no probara las funciones cognitivas. Eso habría sido una pista importante. Luego todo lo que tuvo que hacer fue robar la libreta con el inventario. No podía dejarla en el laboratorio, sabiendo que lo consideraríamos una prueba y la estudiaríamos tarde o temprano. —Hizo un gesto con el arma, sin dejar de apuntar al pecho de la robot—. ¿Qué te parece, Ariel? Con todo el tiempo libre que te dejó la señora Welton, ¿tuviste oportunidad de alterar las copias de seguridad? ¿O todavía estás esperando tu momento?
»Sólo hay una pregunta que he dejado para ti, Ariel. Las pisadas. ¿Dejaste las tuyas por accidente, o advertiste que Calibán dejaría su propio conjunto de pisadas idénticas y nos confundiría por completo? ¿Dime, las dejaste deliberadamente?
Ariel no habló, ni se movió.
—Supongo que en realidad no importa. Oh, por cierto, mis disculpas, doctora Leving, por haberla asustado de esa forma hace un momento, pero era necesario. Teníamos que saber con seguridad que Ariel no tenía la Primera Ley. Pero ahora espero que sepa dónde están los interruptores adecuados. Si pudiera acercarse a Ariel y desactivarla…
Pero entonces Ariel echó a correr, dirigiéndose hacia el coche aéreo de Fredda. Kresh se volvió, alzó su pistola con mucho cuidado, y disparó una sola vez.
Ariel cayó al suelo, con un hermoso agujero en su torso.
—Y esto también era necesario —susurró Kresh.
No fue hasta poco después, cuando el equipo forense llegó para recoger a Ariel para examinarla y Gubber Anshaw y Tonya Welton regresaron en su coche aéreo mientras que Jomaine Terach aceptaba la invitación de Abell Harcourt para tomar un trago, que Fredda Leving pareció recordar algo. A Calibán le parecía extraño estar con ella, su creadora, la mujer que había decidido que el universo necesitaba un ser como él.
—Calibán —dijo ella—. Ven conmigo.
Pero Calibán no se movió. Simplemente, la miró con su ojo bueno.
Fredda lo miró, confundida. Entonces su rostro se despejó.
—Oh —dijo—. Por supuesto. Calibán, ¿quieres por favor venir conmigo?
—Desde luego —respondió Calibán. Era, después de todo, una cuestión de principios y de no sentar precedentes. Dio un paso hacia ella y la siguió.
Fredda asintió pensativamente.
—Un robot que sólo hace lo que quiere —dijo—. Eso sí que va a ser interesante.
Los dos se acercaron al lugar en donde charlaban el sheriff Kresh y Donald.
—¡Sheriff! —llamó Fredda.
Kresh alzó la cabeza, y Donald se volvió también a mirarlos.
—¿Sí, doctora Leving? ¿Qué ocurre? —dijo el sheriff.
Fredda tendió el papel que había sujetado en la mano todo el tiempo.
—Mi permiso, autorizándome a poseer un robot Sin Ley.
Calibán vio cómo Alvar Kresh la observaba sin moverse durante cinco o diez segundos. Este era el hombre, el terrible sheriff que lo había perseguido por todo lo largo y ancho de Hades. Calibán no esperaba que los límites jurisdiccionales o el papel detuvieran a Alvar Kresh si se empeñaba en lo contrario. Este era el hombre que acababa de destruir a Ariel con sólo mover un dedo, y nadie lo había desafiado.
Calibán sintió una poderosa necesidad de volverse, de correr, de escapar de aquel hombre y sobrevivir. Pero no. Ariel lo había intentado, y había acabado con un agujero del tamaño de un puño en el torso. Sólo si este hombre aceptaba su derecho de sobrevivir tendría esperanza de ver el final de ese día.
Calibán miró al sheriff, y Kresh le devolvió la mirada. Los dos, hombre y robot, policía y fugitivo, se observaron largamente.
—Nos has hecho sudar lo nuestro, amigo —dijo el sheriff.
—Y su persecución ha sido impresionante, señor. Apenas sobreviví.
Los dos permanecieron allí, mirándose, silenciosos e inmóviles. Por fin, el sheriff cogió el papel de la doctora Leving. Y se lo tendió a Donald, todavía sin dejar de observar a Calibán.
—¿Qué te parece, Donald?
El pequeño robot azul cogió el documento y lo examinó con atención.
—Es un auténtico documento gubernamental, y esto parece la firma del gobernador Grieg. El texto contiene en efecto una autorización descrita. Sin embargo, señor, puede debatirse si este documento tiene fuerza de ley, o si el gobernador tiene poderes para extender este tipo de autorizaciones. A la vista del peligro que representa un robot Sin Ley, sugiero que lo desafíe.
—Nos ha hecho sudar lo nuestro —repitió Kresh, a nadie en particular. Todavía miraba al ojo bueno de Calibán. Cogió el papel y se lo devolvió a Fredda Leving—. ¿Desafiarlo, Donald? —pregunto—. No veo por qué. Me parece legal.
El sheriff Kresh, del condado y la ciudad de Hades, saludó con un movimiento de cabeza a Calibán, a la doctora Leving, y luego se dio la vuelta.
—Vamos, Donald —dijo—. Regresemos a casa.