17

—¿Cuánto tiempo lleva relacionado sentimentalmente con Tonya Welton, Anshaw? —preguntó Alvar Kresh, en voz baja tranquila.

Gubber abrió la boca y miró al sheriff con aterrado asombro.

Kresh se echó a reír.

—Déjeme adivinar. Eso era lo que estaba más decidido a ocultar, lo que le hizo permanecer despierto anoche, planeando la mejor forma de escondérmelo… y ya lo sabemos.

—¿Cómo lo supieron? —Preguntó Gubber, la voz apenas más que un agudo gemido—. ¿Quién se lo ha dicho?

—Nadie ha tenido que decírmelo, Anshaw. Y no lo he sabido con seguridad hasta ahora mismo. Pero era la única explicación que tenía sentido. Lo he tenido ante las narices desde el principio. El diablo sabe cómo se me pasó por alto.

»Tonya Welton llegó al escenario del crimen cinco minutos después que yo. No tenía ningún motivo para inmiscuirse en mi investigación. Al menos, ningún motivo profesional. Por tanto, debía tener razones personales.

»Pero ese no es el momento que me interesa. Tal vez pueda explicarme qué estaba haciendo ella… y usted, en el laboratorio en el momento del ataque a Fredda Leving.

Gubber Anshaw abrió la boca, pero descubrió que no tenía palabras. Ninguna.

Kresh aprovechó la ventaja.

—Tenemos el registro de acceso, Anshaw. Sabemos quién estuvo allí, y cuándo. Tres nombres destacan. Tonya Welton, Jomaine Terach… y Usted. Gubber Anshaw. Todos ustedes, y nadie más, aparte de la propia Fredda Leving. Las pruebas médicas nos dan un período de aproximadamente una hora durante el que pudo producirse el ataque… y ustedes cuatro entraron y salieron de ese edificio durante ese periodo. Nadie más.

—Ah… ah… ah… —Gubber intentó hablar, pero no pudo.

—Tranquilícese, Anshaw. Dígame. Responda a mis preguntas, o se verá metido en muchos más problemas que ahora. ¿Ocultó usted el hecho de que ella estuvo allí para protegerla, porque pensaba que podría haber cometido el ataque?

—¡Oh, Dios mío!

—¡Responda!

—Sí. Sí. Ahora no lo creo, desde luego. Pero esa noche… todo era muy confuso. No supe qué pensar. Y Fredda y ella habían discutido terriblemente.

—¿Y por qué supone que atacaría a su superior?

Silencio. Kresh presionó.

—Hable, Anshaw. Hable ahora y bien. Dígame lo que necesito saber. Es lo mejor que puede hacer para proteger a Tonya Welton. El silencio y las mentiras tan sólo pueden hacerle daño. Voy a preguntárselo otra vez: ¿Qué le hizo pensar que Tonya Welton atacó deliberadamente a su jefa?

—Oh, no creo que lo hiciera deliberadamente —dijo rápidamente Gubber. Entonces advirtió el error que había cometido—. Es decir, que ahora no creo que lo hiciera. Pero, pero en aquel momento pensé que tal vez, sólo tal vez lo hubiera hecho, en un arrebato de furia, tal vez.

—Muy bien. Pero ella ocultó el hecho de que usted estuvo allí —dijo Kresh—. ¿Lo hizo para protegerlo? ¿Pensaba que tal vez usted cometió el crimen?

Gubber alzó la cabeza, un poco confundido y distraído.

—¿Qué? Oh, sí. Eso supongo. —Pensó un momento, y luego continuó ansiosamente—. Fredda y yo… la doctora Leving y yo… discutíamos también con frecuencia. Tonya pudo pensar que yo estaba lo bastante enfadado para cometer el ataque… ¡pero si pensaba que eso era posible, se demuestra que no pudo hacerlo ella!

—A menos que sí cometiera el ataque, y esté haciendo todo lo posible por parecer inocente. Tal vez finge inocencia y planea inculparlo a usted. ¿O no se le ha ocurrido?

La cara de Anshaw se ensombreció. Había creído que Kresh encontraría su lógica convincente.

—No. Y sigo sin creerlo. Ella no es de esa clase de personas. No podría haber atacado a Fredda de esa forma.

—Lo pensó usted en su momento. ¿Por qué cree que se equivocaba entonces y tiene razón ahora?

—La noche en que sucedió, no pude pensar con claridad. Cuando encontré el cuerpo, me asusté y me sorprendí tanto, que no supe qué pensar. Cuando tuve tiempo de hacerlo, supe que era imposible.

«Cuando encontré el cuerpo». Alvar tuvo que hacer acopio de toda su maestría para no saltar de inmediato sobre aquel indicio. Pero eso podía esperar. Anshaw no era consciente de lo que había dicho, y cuanto más tiempo se mantuviera desprevenido, mejor.

«Déjalo pasar —pensó Kresh—. Vuelve sobre ello más tarde». Eligió otro tema, casi al azar.

—Ha dicho que Leving y usted tuvieron discusiones. ¿Sobre qué?

Gubber se irguió en la silla, y se cruzó de brazos, un poco pedante.

—No aprobaba lo que estaba haciendo.

—¿A qué se oponía?

—A los robots de Nuevas Leyes. Pensaba y pienso que es posible que sean una idea muy peligrosa.

—Pero continuó usted con el proyecto de todas formas.

Gubber apoyó las manos sobre la mesa, pero luego entrelazó los dedos. Tenía las manos pegajosas por el sudor.

—Sí, es cierto —dijo. Miró a Alvar, y de repente algo brilló ferozmente en sus ojos—. Yo inventé el cerebro gravitónico, sheriff Kresh. Representa un enorme avance sobre el cerebro positrónico, un logro de enormes proporciones. Mi cerebro gravitónico ofrece la posibilidad de nuevos campos de investigación, un enorme aumento de la inteligencia y la habilidad robóticas. Yo tenía las notas, los materiales de prueba, los modelos y diseños para demostrar que podía funcionar. Los llevé a todos los laboratorios del planeta, y envié también solicitudes a media docena de otros mundos espaciales. Y nadie quiso escucharme.

»A nadie le importó. Nadie quiso utilizar mi trabajo. Si no era un cerebro positrónico, no era un robot. Mi cerebro no podía ser introducido en un robot. Eso era un artículo de fe, en todas partes. Fredda rechazó mis ideas al principio. Hasta que se le ocurrió que le estaba ofreciendo una pizarra en blanco para escribir sus Nuevas Leyes.

—Entonces se tragó sus objeciones a sus ideas para impedir que su trabajo se perdiera.

—Sí, eso es. Ella fue la única que se preocupó por mi trabajo, que quiso darme la oportunidad de completarlo. Fredda Leving no estaba, y no está, demasiado interesada en las mejoras técnicas que ofrece el cerebro gravitónico. Para ella no era más que un cerebro robótico en el que nadie había escrito las Tres Leyes. Ese era su interés.

—Y usted continuó. Aunque acaba de decir que las Nuevas Leyes son peligrosas.

—Sí, continué, aunque ahora desearía haber quemado mi trabajo.

Por un instante, Gubber mostró una leve chispa de pasión, pero entonces el hombrecito pareció encogerse sobre sí mismo otra vez. Alvar Kresh sintió un atisbo de piedad por Gubber Anshaw. No importaba cómo se resolviera el asunto, parecía haber pocas esperanzas de que recuperara su antigua vida. Si era uno de los villanos de la obra, también tenía algo de víctima.

—No pretenderé que siento orgullo por lo que hice —continuó Gubber—. Pero era la última oportunidad de no perder el trabajo de toda mi vida. Trabajé muy duro para convencerme de que las Nuevas Leyes incluían la protección adecuada. Bueno, ya sabe cómo ha acabado todo. Algo salió mal, con las Leyes o con el cerebro. Pero sé que el cerebro era bueno. Tienen que ser las Leyes.

«Espera un segundo —se dijo Kresh—. Piensa que Calibán es un robot de Nuevas Leyes». Kresh había asumido que Terach estaba mintiendo y que la auténtica naturaleza de Calibán era de dominio público en el laboratorio. Si Anshaw era la principal fuente de información de Tonya Welton, como parecía probable, entonces también ella debía suponer que Calibán era un robot de Nuevas Leyes.

Demonios ardientes. Si eso era cierto, ella tendría serias y legítimas preocupaciones en lo referido a soltar un ejército entero de autómatas en el Proyecto Limbo junto con su propia gente. Si no había atacado a Fredda, querría creer que Calibán era inocente, e inofensivo, por el bien de los suyos. Si Calibán y ella eran eliminados, entonces la lista de sospechosos era condenadamente corta… y su amante, Gubber Anshaw, la encabezaba.

No era extraño que la mujer actuara con un poco de nerviosismo.

—Me dije que serían simples experimentos de laboratorio —continuó Anshaw—. También me equivoqué en eso.

—¿Experimentos de laboratorio? Pero los robots de Nuevas Leyes van a ser destinados al Proyecto Limbo. Podrán deambular por donde quieran en Purgatorio. —Anshaw sonrió débilmente.

—Eso fue cosa mía. Charla de almohadas, supongo que podría llamarlo. Mencioné a Tonya el proyecto de las Nuevas Leyes, y le fascinó la idea. Pudo ver que eran lo adecuado para el Proyecto Limbo, una verdadera Oportunidad para llegar a un compromiso, para que espaciales y colonos trabajaran juntos, para un mundo con las ventajas de los robots pero ninguno de sus inconvenientes. Oh, se excitó mucho.

»Sabía que yo querría dejar mi nombre fuera, por supuesto, y se las ingenió para falsear una filtración de información de alguna otra fuente. Un colono que se encuentra con un trabajador de Laboratorios Leving en un bar, o algo así.

—Eso parece plausible. Sus medidas de seguridad no son muy severas.

—Ni siquiera sé si es así como funcionó. No quise saber los detalles. De todas formas, Tonya fue a ver a Fredda y le hizo saber que se había enterado del proyecto de las Nuevas Leyes. Fredda se puso furiosa por la filtración, naturalmente, pero luego empezó a entusiasmarse también con la idea. La presentaron al gobernador Grieg como una propuesta conjunta, y él la aceptó.

—Parece una colaboración fructífera. ¿Qué hizo que se pelearan? —preguntó Donald.

Gubber se agitó, incómodo.

—La ambición —dijo por fin—. Las dos querían siempre… y todavía quieren, estar al mando de cualquier proyecto en el que estén trabajando.

«Ambición, competitividad», pensó Kresh. Podían ser motivos terriblemente potentes, y Gubber lo sabía. ¿Qué sería más duro para él, admitir esos motivos a la policía, o preguntarse, a pesar de todos los argumentos en contra, si esos motivos habían tentado a su salvaje y apasionada amante colono para perpetrar aquel violento ataque?

—Ha dicho que la doctora Leving y usted también discutían. ¿Puedo preguntar la naturaleza de esas discusiones? —preguntó Alvar—. ¿Se opuso tal vez a su relación con Tonya Welton?

—¿Qué? —Gubber pareció sorprendido por la pregunta—. Oh, no, no. No podría haberlo hecho. No lo sabía, no lo sabe. —Vaciló un instante, y luego la duda apareció en su voz—. Al menos, creo que no lo sabía. Pero no conseguimos tampoco ocultárselo a usted. —Kresh sonrió.

—Si le sirve de consuelo, ella no ha dado muestras de saber nada.

—Si puedo abordar un nuevo tema, doctor Anshaw —dijo Donald. Kresh se echó hacia atrás y lo dejó continuar. Al menos Anshaw no parecía mortalmente insultado ante la idea de que un robot le hiciera preguntas—. Tenemos un informe sobre un tema menor relacionado con los robots de Nuevas Leyes. Tal vez podría usted despejarlo.

—Lo haré si puedo.

Era interesante ver cómo el hombre se había vuelto tan cooperativo en su propio interrogatorio. Kresh lo había visto antes: el extraño momento en que el interrogatorio se vuelve no una batalla, sino una colaboración.

—Se le pidió que hiciera ciertas pruebas a un par de robots inertes de Nuevas Leyes, sin que le dijeran para qué los estaba probando. ¿Lo recuerda?

—Sí, por supuesto. No hay nada de especial en eso. Fue hace algunas semanas. El único motivo por el que lo recuerdo claramente es que Tonya… la señora Welton, pasó por allí ese día. Recuerdo que después pensé que fue la última vez que pasó por el laboratorio sin que se produjera una discusión entre Fredda y ella. Se quedó y observó las pruebas, e incluso charló con uno de los inertes. Hacemos ese tipo de pruebas constantemente. Dos unidades, una experimental y la otra un robot de producción, un control, de las que el operador del experimento no sabe cuál es cuál… ni tampoco el propósito del experimento. El operador recibe simplemente una lista de procedimientos a seguir y ejecuta la prueba tal como se describe.

—¿Cuál es el propósito de ocultar la unidad de prueba y el objetivo del experimento al operador? —preguntó Donald.

—Para evitar la parcialidad. Normalmente, la prueba es algo que podría quedar invalidado por las reacciones del experimentador, o una interacción entre la respuesta emocional del experimentador y el deseo del robot de satisfacerle. Todos los que trabajamos en el laboratorio hemos ejecutado ese tipo de prueba de vez en cuando.

—¿Qué le pidieron que hiciera en esta prueba en concreto?

—Oh, no gran cosa. Me dijeron que discutiera las Nuevas Leyes con los dos robots y que grabara sus reacciones básicas a situaciones simuladas que probarían sus reacciones. Los dos robots inertes fueron entregados a últimas horas del día, y me puse a trabajar con ellos a la mañana siguiente, explicando las Nuevas Leyes en detalle, usando todo un conjunto de procedimientos. Luego los hice pasar la simulación y los dos lo hicieron bien.

—¿Qué fue de ellos?

—Bueno, fue hace algún tiempo. El procedimiento habitual sería destruir la unidad de prueba y completar el montaje del control y destinarlo a un servicio. Déjeme pensar. La unidad de prueba, la experimental, fue decididamente destruida. Procedimiento de seguridad estándar. Y en cuanto al control… —Gubber pensó un momento—. Ahora que lo pienso, sí que puedo decirle algo sobre la unidad de control.

»Como he mencionado, Tonya Welton vino al laboratorio ese día, y se puso a conversar con la unidad de control. Naturalmente, como era un test doble ciego, yo no sabía que era el control, pero más tarde Tonya dijo que le había gustado el robot inerte con el que había hablado. Tonya no estaba muy contenta con el robot que le habían suministrado, y preguntó si podría cambiarlo por el que había conocido en el laboratorio.

»Si el que le gustó hubiera sido el modelo experimental, no habría tenido suerte, por supuesto. Pero resultó que Ariel era el control, y trabajaba en el laboratorio. Fredda autorizó el cambio, y así consiguió Tonya su robot.

Estaba claro que Gubber no comprendía el sentido de la pregunta, pero no recibió ninguna explicación al respecto.

—Muy bien —dijo Donald—. Siempre es aconsejable confirmar los detalles cuando es posible. Lo que nos ha dicho se corresponde con nuestra información previa.

«Y nos permite confirmar que Jomaine Terach decía la verdad, al menos en parte», pensó Kresh. Pero tal vez era hora de volver al tema principal. Cuando encontré el cuerpo, había dicho Gubber, de forma muy casual, como si asumiera que Kresh ya lo sabía. Esa era la manera de actuar. Donald había sido listo, dando a Anshaw la idea de que lo único que hacían era confirmar informaciones. Los robots eran incapaces de mentir, naturalmente, excepto bajo estrictas órdenes de hacerlo, e incluso así nunca eran buenos en ello. Pero las unidades sofisticadas como Donald podían permitirse una declaración verdadera para crear una falsa impresión de vez en cuando.

—Regresemos a otro tema, Anshaw. Volvamos al momento en que descubrió el cuerpo, ¿de acuerdo?

Anshaw asintió tranquilamente, sin que le perturbarse la idea de que había hablado de más.

—Bien —dijo Kresh, imprimiendo a su voz el tono de un hombre que ejecuta los movimientos típicos para despejar los detalles de rutina—. Ha sido usted de mucha ayuda, pero como puede imaginar el escenario del crimen en sí es importante. Lo último que queremos es teñir sus recuerdos del momento. En realidad, es lo mismo que con sus pruebas a ciegas con los robots. No queremos influir accidentalmente en usted con un puñado de preguntas que pudieran hacer que inconscientemente estropeara sus respuestas, dándonos lo que queremos. ¿Lo comprende?

—Oh, sí, claro. Sé cómo esos sutiles errores pueden causar interminables confusiones.

—Bien, bien. —A Kresh le gustaba la analogía, y se preguntó si Donald había sacado el tema a colación para que él continuara con su línea de interrogatorio. Donald podía ser muy sutil. Kresh continuó con el delicado trabajo de guiar a Gubber Anshaw—. Lo que quiero es que cuente exactamente lo que sucedió, con sus propias palabras, sin que le saquemos la historia pregunta tras pregunta. Tal vez le haga una pregunta o dos si no comprendemos algún detalle, pero en general esperaremos hasta que acabe. Eso nos dará tiempo para volver atrás y resolver cualquier discrepancia con la información que ya tenemos.

«Que es casi ninguna», pensó Kresh.

Gubber miró nerviosamente al sheriff, pero siguió sin hablar. Kresh advirtió que tendría que presionar con más fuerza. Pero no demasiado, o Gubber se cerraría en banda.

—Háblenos, Gubber. No tiene ni idea del daño que ya ha hecho el silencio. Ese silencio es un vado, y se está tragando a la gente. Unas pocas palabras suyas, una mención casual de un pequeño detalle que ni siquiera sabe que sabe, podría ser lo que necesitamos para cortar los últimos hilos de sospecha que atan a usted y a la señora Welton a este caso. Cuando entró aquí, los dos eran sospechosos. Podría usted hacer que ambos quedaran borrados de nuestra lista si nos dice la verdad —mintió Kresh.

—¿De verdad? —preguntó Gubber, y quedó claro lo desesperadamente que quería creer.

—De verdad —volvió a mentir Kresh, mirando involuntariamente a Donald. Aquel era uno de esos momentos en que era peligroso tener a un robot presente en el juego. Si la compleja mezcla de potenciales de la Primera Ley se resolvía de forma inadecuada, no había nada en el mundo (y menos que nada la propia voluntad de Donald), que impidiera que el robot saltara para contradecir a Kresh.

Donald sabía que Kresh estaba mintiendo, haciendo promesas que no tenía intención de cumplir. ¿Pero cómo equilibraría la obligación de la Primera Ley de impedir que se causara daño por inacción? Ciertamente, Gubber podía resultar dañado si creía a Kresh. Pero si Donald hablaba, eso podía producir daño a Kresh y al Departamento del Sheriff. Si hablar y llamar mentiroso a Kresh malograba la investigación, eso podría causar incluso más daño a la población en general, pues quedaría libre el atacante de Fredda, que podría actuar de nuevo.

Kresh tenía buen instinto en tales casos, y estaba razonablemente seguro de que Donald no hablaría. Pero siempre existía la posibilidad de que interviniera en el momento inadecuado. A veces, Kresh pensaba que el problema de pérdida de energía y moral baja en la sociedad espacial podría ser eliminado de un plumazo si se encontrara alguna forma de acabar con las dudas sobre la conducta robótica.

—Muy bien —dijo por fin Gubber Anshaw, frotándose la barbilla y mirando al techo—. Supongo que tiene razón. Ni Tonya ni yo tuvimos nada que ver. Lo sé. De hecho, creo que puedo proporcionar una coartada para ella, si ese es el término adecuado. Puedo decirle dónde estaba, mostrarle que no tuvo ninguna oportunidad para cometer el crimen. Pero eso tal vez requeriría que hablase de ciertas… ah, cosas personales.

—Adelante —dijo Alvar, intentando que la diversión no asomara a su voz.

Gubber Anshaw se irguió en su asiento y se apretó las manos con fuerza.

—Nada criminal, ni inmoral, ni… ni nada de eso —dijo, soltando las últimas palabras en un estallido, mientras miraba la mesa—. Pero será difícil hablar de ello.

Gubber alzó los ojos y fijó la mirada en la pared por encima del hombro izquierdo de Kresh.

—Fue una noche difícil, muy difícil. Como ya sabe, Fredda y Tonya se habían estado peleando como casi siempre que se encontraban. No importa sobre qué. Los detalles para enviar los robots a Limbo, el momento del anuncio, la política para reclutar colonos y espaciales para el proyecto. Fuera lo que fuese, siempre discutían. El tema en sí no importaba.

»La única cuestión real era cuál de las dos estaba al mando. Como puede imaginar, para mí era una situación bastante difícil. Por un lado, quería hacer feliz a Tonya. Por otro, tenía que tratar con Fredda, mi colega y superior… y ella, no hace falta decirlo, era la última persona a quien quería al corriente de lo nuestro.

»En cualquier caso, ese día fue peor que nunca. Fredda había puesto un robot nuevo en su bastidor de pruebas y me pidió que hiciera las comprobaciones finales de sus sistemas mecánicos. El robot, naturalmente, era Calibán, pero en ese momento yo no sabía que fuera diferente. Pensándolo ahora, supongo que debió haberme parecido extraño que no me pidiera que hiciera un chequeo cognitivo. Yo estaba trabajando en mi laboratorio cuando llegaron Tonya y Ariel. Tonya asomó la cabeza y dijo que iba a ver a Fredda. Yo sabía que Fredda estaba haciendo inventario, y que eso nunca la ponía de buen humor. La advertí de ello, y luego Tonya fue a verla a su laboratorio.

»Bueno, apenas habían pasado cinco minutos cuando pude oírlas discutir. Intenté no escuchar, ya que tenía al robot, Calibán, preparado y empecé a trabajar en él. Pero las voces se extendían por el edificio. Creo que la discusión era por el momento del anuncio de los robots de Nuevas Leyes, y si este debería relacionarse inmediatamente con el Proyecto Limbo. Desde luego, yo había escuchado de sobra hablar sobre el tema, desde ambos bandos, en ocasiones anteriores. No presté mucha atención.

»A Fredda le preocupaba que un anuncio simultáneo relacionara demasiado, a ojos de los espaciales, el concepto de las Nuevas Leyes con los colonos. Tonya se negaba a ver cómo o por qué eso podía ser un problema. Fredda quería anunciar primero el concepto de las Nuevas Leyes, que la gente se acostumbrara a la idea, y hacer saber luego que los robots de Nuevas Leyes iban a salir de los laboratorios para hacer un trabajo productivo en el Proyecto Limbo, lejos y a salvo en la isla de Purgatorio. Tonya insistió en anunciarlo todo a la vez. Creo que pensaba que no había tiempo que perder con los delicados sentimientos de los infernales.

»Bueno, ya ha visto quién ganó la discusión, y cuáles fueron, anoche, los resultados. Tonya, finalmente, convenció a Fredda amenazando con retirar a todos los colonos del planeta. No creo que lo dijera en serio, pero Fredda tuvo que aceptarlo así. Si supiera lo mala que es la situación ecológica…

—Lo sé —dijo Kresh—. El gobernador me informó de ello.

—Ah. Bien. Entonces comprenderá por qué Fredda consideraba que no podía correr ningún riesgo. Cedió, pero en cualquier caso quedó mucho resquemor entre las dos mujeres. No era la primera vez que Tonya pensaba que se veía obligada a amenazar a Fredda con una retirada de colonos. Más tarde, me dijo que sería la última vez que tendría que hacerlo.

Kresh pareció sorprendido y se inclinó hacia adelante.

—¿De veras? —De repente, el caso contra Tonya Welton se hacía más y más sólido. Gubber era un testigo reluctante al respecto, pero con todo proporcionaba una información comprometedora—. ¿Por qué dijo eso?

—Oh, no, no. No es lo que está pensando. Quiso decir que una vez que se hiciera el anuncio, sería demasiado tarde para echarse atrás. Con los colonos en Purgatorio, y los nuevos robots para hacer el trabajo, ella habría vencido y no necesitaría esas amenazas.

»Además, Fredda y ella se habían cansado de luchar. Creo que Tonya quería decir que habían saldado sus diferencias. La discusión de ese día no terminó con gritos y portazos, sino con voces suaves. Al final, no se las podía oír. Abrí la puerta de mi laboratorio para poder toparme «accidentalmente» con Tonya cuando acabaran, sin levantar sospechas. Pero ni siquiera con la puerta abierta pude oírlas. Cuando Tonya salió con Ariel, me acerqué a la puerta. Pude ver que Tonya y Fredda parecían un poco tensas y cansadas, pero se estrecharon la mano y sonrieron, como si por fin hubieran llegado a un acuerdo con el que poder vivir.

—¿Cuál era el acuerdo? —preguntó Donald.

—Creo que tenía que ver con dejar que Tonya se saliera con la suya en lo del anuncio, a cambio de que Fredda dirigiera los reclutamientos para Limbo. Necesitarán a un montón de gente allí, y elegir el personal será un asunto complicado. Fredda quería el control para así poder rodear a sus nuevos robots de colonos y espaciales que pudieran tratar con ellos.

»De cualquier forma, Fredda se despidió en la puerta y dijo algo sobre volver a su inventario. Un número de serie que no encajaba o algo. Fredda puede ser muy maniática con los detalles. Cerró la puerta y Tonya se acercó a mi laboratorio. Dijo a Ariel que se marchara y volviera más tarde. Eso me indicó que quería intimidad. Tonya es muy especial… no se considera en privado si hay robots cerca.

Gubber Anshaw se agitó incómodo en la silla, y pareció dispuesto a no decir más. Alvar Kresh podía suponer la causa sin su formación como policía. Pero el hecho de saberlo no significaba que no necesitara que Gubber lo dijera. El científico tenía que saber que necesitaba conocer todos los detalles, y que no se contentaría con otra cosa. De lo contrario, Gubber Anshaw podría hacerse a la idea de que estaba bien no citar otros detalles que Kresh necesitara.

—¿Qué sucedió entonces, Gubber? —preguntó Kresh amablemente—. ¿Por qué quería Tonya intimidad?

Gubber se aclaró la garganta y volvió la mirada hacia la pared, con un destello desafiante en los ojos.

—Ordené a todos los robots de personal que se marcharan, fuimos a una habitación que no se usa al fondo del pasillo e hicimos el amor —dijo, con voz más firme que antes.

—Ya veo —dijo Alvar, más porque Gubber parecía esperar que dijera algo que por ninguna otra razón. Alvar suponía que Gubber pensaba que debería sorprenderse. La única emoción fuerte que sentía era un abrumador deseo de darse una patada. ¡Tendría que haberlo visto! Era tan obvio. Las habilidosas órdenes a todos los robots del laboratorio para que se marcharan en repetidas ocasiones tendrían que haberle dicho lo que sucedía. ¿Y quién sino alguien con la habilidad de Gubber habría podido ocultar esas órdenes de forma tan perfecta? Eso acababa con la idea de Tonya Welton de que habían sido llevadas a cabo con microcircuitos. Aquello era una pista falsa, desde luego. Kresh se preguntó qué otras nubes de humo le habían escupido a la cara. Se sintió tentado de seguir todas esas preguntas, pero nada de todo eso importaba ahora. Después de que aquello acabara, tal vez podría perder el tiempo atando cabos sueltos.

Kresh miró pensativamente a Gubber Anshaw. El hombre estaba profundamente cortado. Conocer sus relaciones personales no molestaba a Alvar, pero comprendía que Gubber lo temiera. Inferno no era un lugar particularmente estricto, pero más de unos pocos infernales no aprobarían un encuentro íntimo de aquellas características entre uno de los suyos y una colono… sobre todo en un lugar de trabajo.

—Bien, de modo que ustedes dos se fueron a la oficina. Continúe.

—No hubo nada rudo o desvergonzado —dijo Gubber Anshaw, al parecer decidido a contestar preguntas que no habían sido formuladas—. No es que derribáramos todos los contenidos de una de mis mesas de trabajo y, ah, bueno, lo hiciéramos con las puertas abiertas. Fuimos a la oficinita de servicio al final del pasillo. Está dispuesta para que se pueda pasar la noche después de un experimento si hace falta. ¿Sabe dónde está?

—Sí —dijo Alvar, esforzándose por mantener la seriedad—. La usamos la mañana siguiente para llevar a cabo nuestros interrogatorios preliminares. Creo recordar que había una cama grande en un rincón. En ese momento me pareció raro. Tenemos una habitación así en mi oficina, pero nos las arreglamos con un simple jergón.

Gubber Anshaw se ruborizó violentamente y apretujó sus dedos entrelazados con tanta fuerza que la piel se volvió pálida por la presión. Se aclaró con torpeza la garganta y continuó.

—Sí, bueno, verá, estuvimos allí al menos durante dos o tres horas en total. No es que, ah, bueno, lo hiciéramos todo el tiempo. Charlamos y todo eso. No podemos pasar mucho tiempo juntos.

—Ya veo —le animó Kresh.

—Bueno, supongo que queda claro que no es la primera vez que nos veíamos en el laboratorio. Puede parecer raro, pero era el lugar más seguro para nosotros. Destaco como un faro si voy a verla a Ciudad Colono, y Tonya es una figura pública. Mis vecinos la identificarían. En el laboratorio teníamos la tapadera de los asuntos oficiales. La gente tiende a trabajar en lo suyo allí, así que no existía mucho riesgo de que, ejem, nos pillaran. En cualquier caso, siempre acordábamos que Tonya se marchara primero.

—¿Es lo que sucedió esa noche?

Gubber pensó un instante.

—Sí, así fue. Lo recuerdo porque, justo cuando iba a marcharse, escuchamos a Jomaine en el pasillo. Vive junto al laboratorio, y entra y sale a horas diversas. Lo oí llamar a Fredda.

—¿La oyó responder? —preguntó Kresh, intentando que no pareciera una cuestión tan vital como era. Tenían el registro de acceso, confirmando la declaración de Jomaine de que había entrado y salido del edificio en un espacio de diez minutos. Lo interesante era que aquellos diez minutos coincidían justo con el periodo de tiempo durante el que se produjo el ataque según las pruebas médicas.

Ahora Gubber confirmaba también la declaración de Jomaine, incluso su llamada, aunque Jomaine había dicho que llamó a ver si había «alguien». Gubber citaba expresamente a Fredda. Si la había oído responder en ese momento, el periodo en que el ataque pudo cometerse quedaría reducido a la mitad.

Anshaw reflexionó durante un momento.

—No, no la oí —dijo—. Pero no es de extrañar. Jomaine estaba en el pasillo, que hace bastante eco. Pero si Fredda se encontraba en uno de los laboratorios, el suyo o el mío, dudo que hubiera podido escucharla si respondió con voz normal. La habría podido oír si hubiera estado gritando a pleno pulmón, pero de lo contrario no es probable. Todo lo que oí fue a Jomaine llamarla una vez.

Kresh permaneció impasible, pero maldición, aquel caso no se aclaraba nunca. El límite de tiempo no se había reducido.

—Muy bien. Oyó entrar a Jomaine, llamar a Fredda, ¿y luego qué?

—Parece que entró en su laboratorio. Esperamos un poco, y cuando no oímos nada más, decidimos que se había marchado por una de las puertas de su laboratorio. Nos despedimos y Tonya se marchó primero, como de costumbre. Entonces, hum, bueno, me temo que me quedé dormido.

—¿Durante cuánto tiempo?

Gubber sacudió la cabeza.

—Me temo que no puedo decirlo con exactitud. Diez minutos, cuarenta y cinco, tal vez más. Había sido un día agotador antes de que apareciera Tonya. Cuando se marchó, como no tenía nada que hacer sino permanecer tendido en una habitación a oscuras hasta que no hubiera moros en la costa… bueno, ¿por qué no echar una cabezada? No fue un sueño muy reparador. Tuve sueños preocupantes, sobre Fredda y Tonya peleando y discutiendo conmigo en medio, recibiendo todos los golpes de ambas. Un rato después, me desperté, usé la ducha de la oficina, y me vestí.

»Salí al pasillo y me dirigí a mi laboratorio para recoger mis cosas y marcharme a casa.

Kresh se inclinó hacia adelante, ansioso, incapaz de fingir que aquello era rutina, mera confirmación de otra información. Lo que Gubber Anshaw pudiera decir sobre lo que vio y lo que hizo podría aclarar el caso. Aunque estuviera mintiendo, su declaración sería útil, pues tarde o temprano podrían atraparle en esa mentira, y la naturaleza de su falsedad podría guiar sus investigaciones.

—Muy bien —dijo—. Ahora quiero que sea lo más cuidadoso y detallado posible. Quiero que me diga todo lo que vio. Todo. No se deje nada.

Anshaw miró a Kresh, nervioso.

—Está bien. Está bien. Déjeme pensar. Lo primero que advertí fue que la puerta de mi laboratorio estaba cerrada, aunque normalmente la dejo abierta. Eso me pareció extraño, pero no demasiado. Entramos y salimos de los laboratorios de los demás durante todo el día. Alguien pudo entrar a buscarme y cerrar la puerta por costumbre al salir.

»Me acerqué y la abrí, y entonces… entonces lo vi.

—¿Qué, Anshaw? ¿Qué vio exactamente?

—Ella estaba tendida en el suelo, inmóvil, y el robot del bastidor de pruebas, de pie sobre ella, tenía el brazo extendido de esta forma.

Gubber alzó el brazo izquierdo, el codo doblado, la palma abierta, brazo y mano paralelos al costado.

Pero Kresh no prestó atención a los detalles de cómo estaba situado Calibán. Demonios ardientes en el más profundo infierno, ¡Gubber estaba diciendo que Calibán estaba todavía allí! No lo habría esperado ni en un centenar de años. No tenía sentido. En absoluto. Si Calibán había cometido el ataque, ¿por qué estaba todavía presente? Si no lo había hecho, ¿por qué desapareció después?

—Espere un momento. ¿Calibán estaba todavía allí? Gubber alzó la cabeza, sorprendido.

—Bueno, sí, por supuesto. Creí que lo sabía.

—Tenemos, ah, varias versiones diferentes de la escena del crimen.

—¿Puedo preguntar si Calibán estaba en funcionamiento? —intervino Donald—. ¿Estaba conectado y funcionando, o todavía desconectado?

—Oh, en realidad, ninguna de las dos cosas. Debo admitir que no fue lo primero en lo que pensé. No lo miré con atención. Naturalmente, mi primera reacción fue mirar a Fredda. No sabía si estaba muerta o viva. Había un charquito de sangre bajo su cabeza.

»Me asusté mortalmente. Todavía estaba un poco atontado por mi cabezada, y mis sueños sobre las dos mujeres peleando todavía estaban mezclados. Supuse que había sido Tonya quien… quien lo había hecho. Me encontraba junto a Fredda, cerca del robot, preguntándome qué hacer, cuando oí su código de tono de confirmación de funcionalidad.

—¿Su qué?

—Es un triple pitido seriado. Bip-bip-bip, pausa, bip-bip-bip, pausa, bip-bip-bip. Es una de las secuencias de tono que un robot con cerebro gravitónico hace al conectarse. Uno de los inconvenientes menores del cerebro gravitónico es que su secuencia inicial de encendido tarda entre quince minutos y una hora, en vez de los dos o tres segundos de una unidad positrónica. Podremos reducir ese retraso en la próxima generación de cerebros, pero…

—Espere, espere. No nos preocupemos ahora de la siguiente generación de cerebros. Déjeme comprender esto. ¿Oyó ese triple tono surgir de Calibán, y eso le indicó que estaba en proceso de conexión?

—Sí, eso es.

Increíble. ¿Cómo pudo haberlo pasado por alto? Calibán había sido conectado por primera vez. Habían aceptado ese hecho sin plantearse siquiera la pregunta obvia: ¿por quién? ¡Maldición! Se suponía que Gubber Anshaw iba a suministrar nuevas respuestas, no nuevas preguntas.

—Muy bien. ¿Qué sucedió entonces?

—Me marché. Cogí las cosas que había ido a buscar y me marché.

—¿Qué? ¿Su amiga y superiora muerta o inconsciente en el suelo y se marchó?

Gubber agachó la cabeza para mirarse las manos.

—No me siento orgulloso de ello, sheriff. Pero es lo que sucedió. El tono me dijo que el robot quedaría plenamente activado en dos minutos. No tenía ningún motivo para pensar que no fuera una unidad estándar de Tres Leyes. Los robots gravitónicos pueden aceptar con la misma efectividad las Tres Leyes o las Nuevas Leyes, y en el laboratorio se sigue la política de mantener bajo un control muy estricto a todos los nuevos robots. Si Calibán hubiera sido un Tres Leyes, Fredda Leving habría recibido primeros auxilios en dos minutos… y cuidados mucho mejores de los que yo habría podido ofrecerle. Y habría habido un testigo, un robot, pero testigo a fin de cuentas, para informar de que yo estaba presente cuando sucedió el ataque. No tengo nada que ver con ello, lo juro. Ni Tonya ni Jomaine. Lo advertí más tarde.

—¿Cómo lo sabe?

—Las tazas de té de Fredda.

—¿Cómo dice?

—Fredda bebe su té en tazones bastante grandes y frágiles que hace un artista amigo suyo. Fredda se olvida siempre de que no son tan fuertes como nuestros contenedores estándar. No tiene cuidado con ellas. Se le caen y se le rompen frecuentemente, y cuando chocan contra los duros suelos del laboratorio, se oye en todo el edificio.

—¿Qué tiene eso que ver?

—Había restos de una taza rota en el suelo. Oí a Tonya y a Jomaine en el pasillo. Escuché marcharse a Tonya, y tanto ella como yo oímos a Jomaine entrar en su propio laboratorio y salir por el otro lado del pasillo. Nunca volvió, y las puertas exteriores del laboratorio se cierran desde dentro, así que sólo pudo entrar en el edificio por la entrada principal. Lo oí. —Gubber alzó la cabeza y miró a Kresh y a Donald antes de continuar.

»Supongo que alguien podría golpear a otra persona en la cabeza sin hacer mucho ruido. Tal vez pude no escucharlo. Pero presté mucha atención cuando Jomaine y Tonya se marcharon, y nunca oí el golpe de la taza contra el suelo. Debió suceder cuando dormía. Tengo el sueño profundo, y como he dicho estaba agotado. O bien no lo advertí, o lo incorporé a los sonidos de la pelea de las dos mujeres en mi sueño. Tal vez el sonido fue lo que desencadenó ese sueño.

—Perdone la pregunta, señor —dijo Donald—, ¿pero es posible que no advirtiera el golpe si se produjo antes, cuando usted y la señora Welton estaban juntos en la oficina?

Gubber alzó la cabeza, rojo, claramente embarazado.

—Ah, bueno, sí. Hubo ciertos momentos en ese periodo en que no habríamos podido oír nada.

—Otra pregunta más, señor. ¿Puede describir alguna marca o cosa que hubiera advertido en el suelo de la habitación?

—¿Perdón?

—Ha dicho que vio la taza rota y la mancha de sangre bajo la cabeza de la señora Leving. ¿Había algo más?

—Oh, ya entiendo. No, no que yo advirtiera. Pero puedo asegurar que no estaba en condiciones de fijarme mucho. En el momento en que escuché el código de tono surgir del robot, no pensé más que en marcharme. No creo que estuviera en la habitación más de treinta segundos, como mucho.

—Ese tono —dijo Kresh—. Ha dicho que era parte de la secuencia del despertar del robot, y que indicaba cuánto faltaba para que el robot terminara de conectarse. ¿Puede decirnos cuánto tiempo antes de ese tono fue conectado el robot?

—No sin saber más sobre la configuración de esa unidad. Hay tres o cuatro tipos de cerebro, gravitónicos y positrónicos, que pueden ser instalados en ese tipo de cuerpo, y hay otros equipos que pueden añadir variantes. El tamaño y el tipo del banco de datos incorporado, por ejemplo. Un robot gravitónico podría tardar de quince minutos a una hora en pasar de la desconexión total a un tono triple.

Maldición. Los hechos parecían conspirar contra la resolución del caso. Cada nuevo fragmento de información parecía sólo complicar la secuencia de tiempo o confundir el problema. Kresh sentía que iba a volverse loco si no encontraba algún testigo, y al parecer sólo quedaba uno posible.

—¿Es posible que Calibán estuviera despierto y operativo antes de que usted entrara? —preguntó.

—Sí, desde luego —dijo Gubber—. Me di cuenta después. Desde el momento en que lo dejé para ver a Tonya, pasó tiempo suficiente para que fuera conectado, terminara su secuencia de activación, y luego lo desconectaran de nuevo… o se desconectara él solo, por el motivo que sea. Luego pudo volver a conectarse, o programar su propio control remoto. La mayoría de los robots tienen la capacidad de conectarse y desconectarse. Es muy probable que eso es lo que sucediera.

—¿Por qué lo dice?

—Bueno, de un modo u otro, Calibán colocó el bastidor de servicio en posición vertical. Además, tenía el brazo levantado como para descargar un golpe. No es así como yo le colocaría los miembros si fuera a bajarlo de un bastidor. Me parece que o bien Fredda lo bajó del bastidor, o se bajó él solo, pero es más probable esto último. Es una lástima que ella no pueda recordar el incidente.

—Efectos de la amnesia traumática —dijo Kresh secamente—. ¿Pero cómo pudo bajarlo ella de ese bastidor? Un robot de su tamaño debe pesar cinco veces más que ella.

—El bastidor tiene todo tipo de accesorios potentes. Está diseñado para levantar y transportar robots, cogerlos y soltarlos, y sujetarlos en cualquier posición.

—Muy bien. Volvamos a sus acciones. Vio a Calibán junto al cuerpo, se dejó llevar por el pánico, y se marchó. ¿Qué sucedió entonces?

—Me fui a casa —dijo Gubber—. Subí a mi coche aéreo, y mi piloto robot me llevó. Llamé a Tonya desde casa y… —se detuvo.

—¿Y qué?

—Bueno, al principio iba a acusarla, preguntarle cómo pudo hacer una cosa semejante. Pero entonces vi su cara en la pantalla. Fresca, y tranquila, en paz. Supe que no podía haberlo hecho. Y fue doloroso advertir lo mal que había actuado al escapar de esa forma. No quise admitirlo ante Tonya. De repente, comprendí que no podía decirle nada. Le dije… le dije que algo terrible había sucedido en el laboratorio, y que iba a recluirme. Entonces cerré todas las puertas y desconecté los sistemas de comunicación, y los dejé así durante los días siguientes.

«Dejó a Tonya Welton sabiendo que ella estaría decidida a averiguar más a cualquier precio —pensó Kresh—. A menos que, por supuesto, toda su historia haya sido fabricada de principio a fin y la prepararan entre los dos. Un detalle así les habría venido bien para explicar por qué Tonya irrumpió como un tanque en mi investigación, dispuesta a dirigirla en cualquier dirección menos en la apropiada».

—Y eso es exactamente todo lo que vio, y todo lo que hizo —dijo Kresh.

—Sí, señor. Le aseguro que me complacería mucho serle de más ayuda… pero es todo cuanto sé.

«Y es suficiente para borrar todos los pasos que he dado hacia una pista en este caso», pensó Kresh.

—Muy bien, puede marcharse, al menos por el momento.

Gubber Anshaw pareció sorprendido.

—¿Quiere decir que ya está?

—Ya está por el momento —gruñó Kresh—. Márchese. Ahora. Antes de que cambie de opinión.

Gubber tragó saliva con dificultad, se levantó y se fue.

Alvar Kresh lo observó marcharse, y luego se volvió hacia Donald.

—Muy bien, ¿qué es lo que tienes? ¿Estaban diciendo la verdad?

—Antes de responder a eso, debo advertir que la situación se complica por el hecho de que tanto Anshaw como Terach tomaron parte en mi diseño y construcción. Por tanto, no sólo son más conscientes que el ciudadano medio de que tengo sensores diseñados para ayudar a detectar cuándo un testigo miente, sino también conocimiento detallado del funcionamiento de esos sensores. Es posible que pudieran usar ese conocimiento y fingir el tipo de respuestas que tienden a indicar veracidad.

—¿Crees que es probable?

—No, señor. Parece bastante improbable que ninguno de ellos sea capaz del tipo de control de las reacciones involuntarias que requeriría una acción así para tener éxito. De hecho, ambos parecían tan nerviosos que no me sorprendería que hubieran olvidado mis capacidades en ese campo. Por otro lado, si uno o ambos fueran lo bastante habilidosos para falsificar los bioindicadores de veracidad mientras mienten, eso es exactamente lo que yo detectaría.

—Muy bien. Recordaré que tu respuesta será más un equilibrio de probabilidades que una respuesta clara y firme. ¿Cuál es tu evaluación sobre su veracidad?

—Ambos hombres exhibieron el clásico conjunto de reacciones biofísicas de los varones adultos sinceros en situaciones de tensión. Estaban agitados, preocupados, trastornados, pero todo eso era de esperar. Creo que ambos estaban diciendo la verdad… y de hecho, se esforzaban por no ocultar nada.

Alvar asintió y suspiró.

—Me veo obligado a estar de acuerdo contigo. Me parece que ambos han dicho la verdad. Pero si es así, estamos más lejos que nunca de la solución. Todo lo que han hecho ha sido enturbiar las aguas. ¿Advertiste algún tipo de reacción emocional inusitada que pudiera decirnos algo?

—Advertí varias reacciones acusadas, pero no creo que puedan ser útiles. Gubber Anshaw ha exhibido pruebas de intensos sentimientos hacia Tonya Welton. He de confesar, señor, que no soy ningún experto en el campo de las emociones humanas, pero hay cosas que me confunden. No comprendo qué encuentra de atractivo Tonya Welton en Gubber Anshaw. A juzgar por las parejas románticas que he tenido ocasión de observar, esos dos no me parecen, bueno, compatibles.

Alvar Kresh se echó a reír, y aquello le sentó bien. No había habido mucho de lo que reírse en los últimos días.

—Donald, eres mucho más sabio de lo que piensas. Creo que todas las personas que se han enterado de este asunto han pensado lo mismo. Y se han preguntado por qué Anshaw la adora, en vez de tenerle miedo.

—Esa pregunta también se me ha ocurrido. Ella es una persona bastante intimidatoria. ¿Pero cuál es entonces la respuesta? ¿Cómo puede explicarse esta especie de unión improbable?

Kresh sacudió la cabeza.

—Nadie lo ha resuelto, ni lo hará nunca, supongo. Tal vez a Tonya Welton no le importa Anshaw lo más mínimo, y está usándolo simplemente para algún fin propio. Es el tipo de mujer capaz de convertir a Gubber Anshaw en un esclavo dispuesto sin esforzarse demasiado.

—¿Cree que esa es la explicación?

Kresh reflexionó durante un momento.

—No —dijo por fin—. Ha tenido demasiadas oportunidades para cortar lazos. Gubber Anshaw es un hombre muy peligroso ahora mismo. Está metido en graves problemas, y ella lo sabe. Sin embargo, hizo todo lo posible por distraer nuestra atención de él. Creo que siente verdadero afecto por Gubber, aunque no puedo decir qué es lo que inspiró ese sentimiento.

—¿Y a qué conclusiones llega, señor? ¿Qué le parece el caso en este momento?

—Es el lío más grande que he visto en mi vida. O bien Terach, Anshaw y Tonya Welton son los mentirosos más contumaces que existen, o ninguno tuvo nada que ver en esto. Y puedes añadir a Fredda Leving a la lista de mentirosos también, y convertirla en parte de la conspiración para encubrir el ataque. Todas las demás historias dependen de la suya. No hay ninguna discrepancia significativa que yo pueda ver.

Kresh se arrellanó en su asiento y contempló el techo, pensativo.

—Todos tenían sus buenos motivos. Jomaine pudo temer que el trabajo de Fredda fuera a crearles graves problemas a todos. Un miedo muy lógico, según se han desarrollado los acontecimientos. Tonya pudo querer tener las manos libres para dirigir Limbo sin Fredda molestándola. O tal vez se enteró de la existencia de Calibán e hizo que Gubber lo manipulara para desacreditar a los robots. Lo último que hizo Gubber antes de marcharse con Tonya fue revisar a Calibán. Pero si es así, entonces debemos asumir que toda la crisis ha sido planeada por los colonos, y parece que es tomarse demasiadas molestias cuando podrían destruir nuestro mundo simplemente marchándose y sentándose a esperar.

»O tal vez Gubber ocultó cuidadosamente su amargura y sus recelos hacia la mujer que cogió sus amados cerebros gravitónicos y los apartó de las Leyes. O tal vez se dejó llevar por su temperamento y se desquitó por haberse comportado de forma abusiva con Tonya. ¡Maldición, cualquier cosa podría ser cierta! Todos los motivos son plausibles.

»Lo que no parece tan plausible es la forma en que se cometió el crimen. Si uno de ellos lo hizo, sigue siendo alguien que cogió botas robóticas y se hizo con un brazo de robot como arma, y utilizo ambas cosas con precisión inhumana, tomándose su tiempo para recorrer dos veces la habitación con sus botas robóticas durante un periodo de tiempo en que la gente todavía entraba y salía del laboratorio. Una locura.

La habitación permaneció en silencio durante un rato, hasta que Kresh pudo continuar hablando. No era fácil admitir que estaba equivocado y otra persona tenía razón. Sobre todo cuando esa otra persona era un robot.

—Eso nos deja a Calibán. Y cuando más pienso en tus objeciones a que sea el sospechoso, más me veo obligado a estar de acuerdo contigo. Como atacante, no tiene sentido. Ha tenido otras muchas oportunidades para matar, y muchos mejores motivos para hacerlo, y no las ha aprovechado. Y además, un robot que pudiera matar y quisiera matar habría hecho un trabajo mejor. Un robot que quisiera matar tendría éxito y no lo echaría todo a perder con un golpe que no fuera absolutamente fatal.

Kresh miró a Donald. Hizo tamborilear los dedos sobre la mesa y se frotó la barbilla.

—Eso nos deja a un asaltante completamente desconocido como principal sospechoso. Alguien que pudo desmontar los sistemas de seguridad de los colonos, porque nadie más aparece en el registro de acceso. Tal vez un colono disfrazado de robot, alguien que quería matar a Fredda Leving para que toda la operación se viniera abajo y así poder volver a casa. Tal vez algún otro motivo.

»O pudieron ser los Cabezas de Hierro de Simcor Beddle, tal vez el propio Simcor. Digamos que uno de ellos se enteró del proyecto de los robots de Nuevas Leyes, y temió que fuera una amenaza para su sagrado e inerte modo de vida. Si fue Simcor o uno de sus compinches, entonces los Cabezas de Hierro tienen más habilidad con la tecnología de los colonos de lo que cabría esperar.

—Todo lo que dice parece bastante lógico, señor. Pero, si puedo hacer una observación, estamos perdiendo de vista nuestro otro problema.

—Lo sé, lo sé. Calibán. Calibán, el robot descarriado. Atacara o no a Fredda Leving, está ahí fuera. Es un robot descarriado, sin leyes, y tenemos que capturarlo. Esperaba que hacer progresos en el asalto a Leving nos ayudara a localizarlo. Pero ahora no podemos continuar con el tema del asalto. ¿Los equipos de investigación que lo buscan todavía no han dado ninguna señal de él?

—No, señor. Ni una sola palabra.

—¡Maldición! —Alvar Kresh se levantó y empezó a recorrer la habitación—. Tengo que admitirlo. Estoy atascado. Totalmente atascado. No sé cómo unir todo esto. Ambos aspectos de este caso están entrelazados, y sin embargo es como si no tuvieran nada que ver uno con otro.

Se acercó a la ventana, y contempló la ciudad. Anochecía. Había sido otro largo día, con comidas olvidadas y la espalda dolorida por haber permanecido sentado tanto tiempo en aquella maldita silla.

—Calibán —susurró para sí—. Tal vez él pueda decirnos qué demonios sucedió esa noche.

—Pero tendremos que capturarlo primero, señor. Podría esconderse en los túneles de la ciudad durante años sin que lo encontráramos.

—Sí, lo sé. Pero, de algún modo, no creo que vaya a hacer eso. No me parece del tipo capaz de oxidarse bajo tierra. No. Tuvo la oportunidad de hacerlo la primera vez que entró en los túneles y no lo hizo. Querrá salir. Marcharse de la ciudad, tal vez, alejarse de toda la gente que intenta darle caza.

»Calibán está ahí fuera —repitió—. Está ahí fuera y quiere seguir libre.

»Si yo fuera Calibán, actuaría esta noche.