10

Simcor Beddle estaba despierto, revisando pensativamente los resultados de la acción de los Cabezas de Hierro contra Ciudad Colono. No eran buenos. Los oficiales del sheriff Kresh eran expertos en su trabajo. Demasiados arrestos, muy pocos daños, y lo peor de todo, la publicidad era mala. Hacía que los Cabezas de Hierro parecieran unos ineptos.

Muy bien, era hora de buscar otra táctica. Una forma de tratar con los malditos colonos sin que la gente de Kresh pudiera interferir.

Espera un momento. Lo tenía. La siguiente conferencia de Leving. Si su información era remotamente digna de confianza, el lugar estaría a rebosar de colonos. Sí, sí. Un altercado allí sería lo aconsejable.

¿Pero y la publicidad? No tenía mucho sentido preparar una revuelta si nadie se enteraba. Beddle se arrellanó en su silla y miró al techo. La primera conferencia de Leving no había atraído a mucha gente, aunque hubiese debido hacerlo, dado el sedicioso material que había presentado. Tal vez esa era la clave. Sembrar unos cuantos informes aquí y allá, veraces y falsos, sobre lo que ella dijo entonces. Tal vez podría conseguir que algunas fuentes dignas de crédito dejaran caer especulaciones incendiarias sobre qué demonios estaba haciendo Fredda Leving en el hospital.

Sí, sí. Eso era. Bien distribuidos, los informes sobre su primera conferencia deberían lograr que la sala estuviera llena para la segunda, y que hubiese cobertura televisiva en directo.

Si actuaban entonces, nadie podría dejar de prestar atención. Simcor Beddle hizo un gesto a su secretario robot para que se acercara, y empezó a dictar, fijando los detalles. Todo saldría a la perfección.

Alvar Kresh entró en el despacho del gobernador, sintiéndose mucho más alerta y despierto de lo que en realidad podía estar, como si su cuerpo se estuviera acostumbrando a la idea de no dormir bien.

El gobernador se levantó y cruzó la mitad del despacho, ofreciendo su mano a Alvar mientras se acercaba. Grieg parecía descansado, atento. Iba vestido con un traje negro y gris de corte bastante conservador, como si intentara parecer lo más viejo posible. Ese era sin duda el motivo, dada la elección de Grieg para el cargo con su casi escandalosa juventud.

El despacho de Grieg era tan opulento como Alvar recordaba, pero faltaba algo en él desde su última visita, algo que ya no estaba allí. ¿Qué era?

—Gracias por venir tan temprano, sheriff —dijo el gobernador mientras estrechaba la mano de Alvar.

«Como si su convocatoria hubiera sido una invitación y no una orden», pensó Alvar. Pero las palabras corteses eran significativas en sí mismas. El gobernador no sentía a menudo la necesidad de ser amable con Alvar Kresh.

Alvar estrechó su mano y lo miró a los ojos. No había duda. El hombre quería algo de él, necesitaba algo.

—Es un placer estar aquí —mintió Alvar amablemente.

—Dudo que ese sea el caso —dijo Grieg con una franca sonrisa de político, una sonrisa nacida tras demasiados años de hacer promesas—. Pero le aseguro que era necesario. Por favor, siéntese, sheriff. Dígame, ¿cómo va la investigación sobre el ataque a Fredda Leving?

«No hay nada como ir derecho al grano», pensó Kresh torvamente.

—Es pronto todavía. Hemos recogido un montón de información, y en gran parte parece contradictoria. Pero era de esperar. Sin embargo, hay una cosa que podría hacer para facilitarnos un poco el trabajo, señor.

—¿Qué puede ser?

—Despida a Tonya Welton. Debo admitir que no conozco el aspecto político de la situación, pero le aseguro que introducirla en el caso nos ha complicado las cosas. No puedo ver por qué quería usted que cooperara.

—¿Por qué quería yo que cooperara? Fue ella quien lo pidió. Su gente puede tener una conexión con Laboratorios Leving, ¿pero para qué iba a querer yo que colaborara con la policía local? No, la idea fue suya, e insistió mucho. Dejó bien claro que el precio político sería muy alto para Inferno si no le permitía acceder a la investigación. De hecho, fue ella quien primero me habló del caso. Me llamó a casa la noche en que sucedió y solicitó colaborar.

Alvar Kresh frunció el ceño, confundido. Dada la velocidad con que Tonya Welton había llegado al lugar del crimen, o tenía que significar que supo del ataque casi antes de que el robot de mantenimiento llamara para informar del mismo. ¿Cómo lo había descubierto?

—Ya veo. He de admitir que ella más bien dio a entender que fue idea de usted.

—Decididamente no. Y en cuanto a despedirla, tal como usted lo expresa, me temo que la situación política es demasiado delicada. Lo siento mucho, pero tendré que pedirle que soporte su intromisión. Creo que comprenderá por qué después de ver lo que quiero que vea.

El gobernador señaló una silla de aspecto severo. Alvar se sentó, enfrentado al centro vacío de la habitación. Donald lo siguió un par de pasos por detrás de él y se colocó tras la silla. Grieg se sentó ante una consola de control situada frente a Alvar, Eso era, advirtió el sheriff. Miró alrededor y confirmó su sospecha. No había ningún robot. El gobernador no tenía ningún robot auxiliar en su despacho privado. Eso sí que era un detalle escandaloso. ¡Ningún robot! Fredda Leving era una cosa, ¿pero y el propio gobernador? Aunque la situación política del momento hubiera sido calma y tranquila, esa noticia habría sido impactante, como si Grieg se hubiera presentado en público sin pantalones. Con una presencia tan acusada de colonos, eso resultaba antipatriótico.

Pero no era momento de hablar de ese tema con el gobernador. Tal vez había visto aquella conferencia de Fredda Leving, o tal vez sabía algo más. Pero Grieg estaba inclinado sobre la unidad de control, concentrado. «Es mejor prestar atención» se dijo Alvar.

—Esto es una unidad simglobo —dijo el gobernador, un poco ausente, fijándose en los controles que tenía delante—. Tal vez haya visto alguna antes, o una grabación de una simulación hecha por alguna. De hecho, estoy seguro de ello. Es un modelo colono, mucho más sofisticado que nuestras propias unidades. Es un regalo de Tonya Welton… y antes de que entre en sospechas, fue comprobado concienzudamente por nuestra gente, y programado por los nuestros. No ha sido manipulado de ninguna forma.

—¿Y qué me mostrará? —preguntó Alvar.

El gobernador terminó de ajustar los controles y miró a su invitado, el rostro súbitamente sombrío.

—El futuro —respondió con una voz plana y sin emoción que provocó un escalofrío a Alvar.

Las ventanas se volvieron opacas, y las luces de la habitación se amortiguaron hasta apagarse. Tras un instante, una tenue bola de luz se materializó en el aire entre Alvar y Kresh. Cobró nitidez rápidamente, hasta que pudo ser reconocida como el globo de Inferno. A su pesar, Alvar contuvo la respiración. Hay pocos espectáculos tan hermosos para el ojo humano como un mundo viviente visto desde el espacio. Inferno era maravilloso y aturdidor, una gema blanquiazul resplandeciente en el vacío.

Estaba en semifase desde el punto de vista de Alvar, el límite de iluminación cortaba la gran isla ecuatorial de Purgatorio. Casi la totalidad del hemisferio Sur de Inferno era agua, aunque había sido terreno árido antes de que los proyectos terraformadores dieran sus mares a este mundo.

Ocupaba el tercio norte del mundo una sola masa de tierra, el continente de Terra Grande. Incluso en verano, las regiones polares de Terra Grande estaban cubiertas por un impresionante casco de hielo. En los meses de invierno, el hielo y la nieve podían llegar hasta el mar.

Al norte de Purgatorio un gran tajo semicircular cortaba la costa Sur de Terra Grande, la cicatriz visible del impacto producido por un asteroide varios millones de años atrás, oculto por el agua, el arco del borde del cráter se introducía en el mar, formando una hondonada circular. Purgatorio era el promontorio central del cráter semisumergido. El nombre del gran cráter lleno de agua era, simplemente, la Gran Bahía.

Nubes y remolinos se retorcían en los mares del Sur, y los tonos verdes, marrones y amarillos del continente norte quedaban medio ocultos bajo las nubes. Puntos de luz fluctuaban en mitad de la tormenta en las montañas noroccidentales, mientras que el borde oriental de la Gran Bahía carecía de nubes y brillaba cegadoramente, los desiertos costeros resplandecían al sol y la vegetación de los bosques y pastos formaba un verde más oscuro y rico.

En la oscuridad que antecede al amanecer, al suroeste de la Bahía, Alvar pudo distinguir las luces de Hades, un brillo pequeño y débil.

—Es una panorámica en tiempo real de nuestro mundo tal como es hoy —anunció la voz de Grieg desde el otro lado del globo, que ahora daba la impresión de ser sólido—. Llegamos a un mundo sin agua con una atmósfera irrespirable. Le dimos agua y oxígeno. Cada gota de agua de esos océanos la produjimos nosotros. Cada molécula de oxígeno en el aire existe porque nosotros rehicimos este mundo. Sacamos el agua de las rocas y el suelo e importamos cometas y meteoros helados de los confines de este sistema solar. Sembramos vida vegetal en el mar y en la tierra, y le dimos a este mundo aire respirable. Hicimos que un mundo floreciera. Pero ahora la flor se está marchitando.

»A continuación verá usted Inferno como será, si confiamos simplemente en nuestras habilidades, usando sólo nuestras estaciones terraformadoras y nuestra tecnología y seguimos como hasta ahora. Primero, para que le resulte fácil observarlo, quitaré la atmósfera, la capa de nubes, y el ciclo día-noche.

De repente, el globo medio iluminado se encendió por completo, y las tormentas y la bruma se desvanecieron. El holograma había parecido un mundo real hasta ese instante, pero, despojado de sombras y nubes, se convirtió en poco más que un mapa de alta precisión, un globo detallado. Aunque de manera irracional, Alvar sintió un retortijón de pérdida incluso entonces. Algo hermoso había desaparecido, y supo, sin duda ninguna, que la imagen superviviente del mundo se volvería aún más fea.

—Ahora déjeme añadir unos cuantos gráficos suplementarios —dijo la voz de Grieg. Una serie de gráficos de barras y otras imágenes aparecieron sobre el globo, mostrando el estado de los bosques, el mar y la biomasa terrestre, las temperaturas, los gases atmosféricos y otra información.

»Avanzaré la simulación al ritmo de un año estándar cada diez segundos —dijo Grieg—, y mantendré el hemisferio occidental de forma que pueda usted ver el destino de Hades. —Una mancha blanca apareció en la posición apropiada al borde de la Gran Bahía—. Ese es el emplazamiento de Hades. —El gobernador guardó silencio y dejó que el simglobo contara su propia historia, una parte en imágenes directas y otra en lecturas y gráficos.

Los océanos murieron primero. Los depredadores de la cima de la cadena alimenticia se alimentaron hasta aniquilar las especies situadas en la zona media de la cadena, los peces y otras criaturas que se alimentaban los unos de los otros y de las diversas especies de plancton. Cuando su suministro de alimentos se agotó, los grandes depredadores se extinguieron también.

Sin control sobre su reproducción, los siguientes fueron el plancton y las algas del océano. Se reprodujeron sin medida y los océanos se volvieron de un verde enfermizo y espectral. Luego los mares se pusieron marrones cuando las algas murieron también, tras haber agotado su propio suministro alimenticio y absorbido virtualmente cada molécula de dióxido de carbono. Sin vida animal en el océano, la vida vegetal de todas partes, en el mar y en la tierra, se mostró ávida de dióxido de carbono. La pérdida del gas invernadero significaba que Inferno podía conservar cada vez menos calor. El planeta empezó a enfriarse.

Alvar siguió observando cómo el planeta quedaba estrangulado por el hielo, testigo reticente de la inminente destrucción de su propio mundo. El agua, el agua era la clave. Ningún mundo podía sobrevivir sin ella, pero no servía para nada bueno, y sí podía hacer mucho daño, en el estado inapropiado, en el lugar equivocado. Entonces el problema era la capa de hielo. La línea del mapa mostró el tamaño del casquete polar, aunque Alvar podía verlo crecer. El hielo avanzó, y los bosques del norte cayeron ante él, las grandes zonas de árboles y murieron en el aire demasiado frío, carente de dióxido de carbono. Siendo el contenido de oxígeno de la atmósfera demasiado alto, y con la sequía imperante, los incendios forestales se declararon por todas partes, mientras el hielo avanzaba hacia el Sur.

El blanco hielo reflejaba más calor y luz que los bosques, y la tendencia al enfriamiento planetario se cerró sobre sí misma, se reforzó.

Pero el enfriamiento no fue universal: Alvar pudo verlo. Mientras los bosques morían y el hielo avanzaba y la temperatura planetaria general descendía, las temperaturas locales caían en unas zonas y subían en otras. La pauta de los vientos varió. Las tormentas se hicieron más violentas. Huracanes de nieve semipermanentes se instalaron a lo largo de la costa Sur de Terra Grande, mientras que Purgatorio se volvía semitropical, Pero el hielo seguía avanzando, acercándose más y más al Sur, convirtiendo el agua en nieve y hielo, agua que tendría que haber fluido de vuelta al océano Sur.

El nivel del mar descendió. Los océanos de Inferno, que ya nunca habían sido demasiado profundos, retrocedieron a increíble velocidad mientras el hielo se hacía cada vez más espeso en el Norte. Empezaron a aparecer islas en el océano Sur. Las aguas siguieron retirándose, hasta que la Gran Bahía reveló su verdadera forma de cráter sumergido. Ahora era un mar circular, rodeado de tierra por todas partes. La masa de hielo siguió avanzando y la ciudad de Hades desapareció bajo ella.

De repente, la simulación se detuvo.

—Está viendo este mundo tal como será dentro aproximadamente de setenta y cinco años estándar. Para entonces, no habrá más vida en este planeta que nosotros. Algunos pocos ejemplares de alguna que otra especie podrían sobrevivir en zonas aisladas, pero el mundo en conjunto estará muerto. —Alvar oyó una risa sombría y sepulcral en la oscuridad—. Para cuando esto suceda, supongo que los humanos podremos ser considerados también un resto en una zona aislada.

—No comprendo —protestó Alvar, hablando a la voz sin rostro del gobernador—. Creía que el peligro procedía del crecimiento de los desiertos, que el planeta se calentaba y los casquetes polares se derretían.

—Eso es lo que creíamos todos —dijo el gobernador amargamente—. Los esfuerzos ilusorios que mi predecesor emprendió para corregir la situación estaban basados en cálculos y predicciones a ese efecto. Se suponía que los desiertos crecerían, que los casquetes polares desaparecerían por completo y el nivel del mar aumentaría. En mis archivos hay planes para construir diques alrededor de la ciudad y contener las aguas.

Alvar oyó al gobernador apartarse de la consola. Rodeó el simglobo, se colocó junto a la silla del sheriff y contempló el mundo medio congelado.

—Tal vez estoy siendo injusto. La situación es muy compleja. Si una o dos variables se alteraran levemente, sería el mar, y no el hielo, lo que vencería la ciudad. De hecho, el primer paso de nuestro plan terraformador revisado es inclinar la balanza hacia el panorama de los desiertos y las inundaciones costeras… es una catástrofe menos dramática que la Edad de Hielo a la que nos enfrentaremos de lo contrario. Todavía no ha visto lo peor.

—¿Pero por qué volver al panorama desértico? ¿Por qué no intentar ir hacia un terreno intermedio y estable?

—Una pregunta excelente. La respuesta es que nuestra situación actual es el resultado de apuntar hacia un estado intermedio, estado intermedio que tal vez no alcancemos.

—No comprendo. —El gobernador suspiró, el rostro tenuemente iluminado por la imagen de un mundo moribundo.

—El plan de trabajo para una ecología estable y confortable para los humanos no se trazó adecuadamente desde un principio, y ahora pagamos el precio. Un mundo bien terraformado, o cuando se ve perturbado de algún modo, tiende siempre hacia ese cómodo estado intermedio. Aquí no. Se supone que la vida es un factor moderador del entorno de un planeta, que sirve para suavizar los extremos. Pero la fuerza de la vida en Inferno se está debilitando, y un sistema debilitado se mueve hacia los extremos. Lo que deberíamos ver como una ecología terrestre «normal» se ha convertido, en Inferno, en anormal, el punto inestable de transición entre dos estados estables: una Edad de Hielo o un continente árido con altos niveles marinos. De los dos estados estables, nos encaminamos al hielo, y eso nos matará.

»Crear un Inferno con una Terra Grande casi desierta y medio inundada puede que sea lo mejor que logremos hacer, sólo nos debilitará. Si podemos forzar la tendencia hacia los desiertos, entonces la vida al menos sobreviviría en este planeta, aunque nuestra civilización se derrumbe.

—¿Cuando nuestra civilización se derrumbe? —gritó Alvar lleno de asombro—. ¿Qué está diciendo? ¿Va a suceder eso realmente? —Grieg suspiró, un sonido cansado de resignación.

—Supongo que debería decir «si» en vez de «cuando», pero he estado leyendo una serie de informes clasificados que sugieren que el derrumbe es mucho más probable de lo que nadie imagina. Cuando la cosa empeore, la gente empezará a huir. No todo el mundo podrá conseguirlo. Habrá muy pocas naves disponibles. Los precios serán altos. Algunas personas morirán, y muchas más se marcharán. Dudo que quede una población suficientemente grande para mantener en funcionamiento la sociedad, ni siquiera disponiendo de robots. Tal vez toda la gente muera, pero los robots sobrevivan. ¿Quién sabe?

El gobernador pareció recobrarse un poco. Se irguió, miró a Alvar y habló con voz más firme, más controlada.

—Perdóneme. Tengo muchas cosas en la cabeza.

Chanto Grieg caminó de un lado a otro delante de Alvar, intentando ordenar sus pensamientos.

—Estamos en una situación extrema, sheriff —dijo por fin—. Los temas políticos y sociales están entrelazados con los problemas ecológicos. Al atender la ecología, debemos suponer que los supervivientes no podrán hacer nada para salvar el planeta, más allá de los esfuerzos que nosotros hagamos. Nadie sobrevivirá a la Edad de Hielo resultante. Al desierto, sí. Así que forzaremos el planeta a regresar al desierto, y si tenemos la oportunidad, intentaremos terraformar a partir de ahí. Eso será preferible a nuestro futuro actual. —Grieg señaló el simglobo.

—Pero la Edad de Hielo no parece tan mala —objetó Alvar.

—No olvide que he detenido el programa. Pero sí, podríamos sobrevivir, aunque ignoremos el terrible crimen de permitir que el planeta muera. —El gobernador contempló el globo, pensativo—. Visto a escala global, ni siquiera el hielo inundando la ciudad es un problema infranqueable. Podríamos construir una cúpula, o enterrarnos bajo tierra, como hacen los colonos. Pero este no es el final de la historia.

El gobernador se volvió y se perdió de nuevo en la oscuridad. Alvar lo oyó teclear nuevas órdenes en la consola y se sorprendió al pensar que botones e interruptores eran una forma típicamente colona de hacer las cosas. ¿Por qué no órdenes vocales, o una interfase para permitir que un robot manejara la maquinaria?

Pero sabía que su mente buscaba formas de evitar aceptar la realidad que Grieg le estaba mostrando. «¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? —se preguntó, incómodo—. Sólo soy un policía que persigue a delincuentes. No estoy arruinando el planeta». Pero incluso mientras se decía estas cosas, Alvar sabía que la realidad era otra. Y todo esto bien podría tener mucho que ver con él.

Chanto Grieg fijó los controles del simglobo para que avanzaran en el tiempo. Los casquetes polares se hicieron más grandes, los mares retrocedieron aún más.

—Este es el punto de crisis —dijo—, dentro de ochenta y cinco años estándar. Los mares retroceden tanto que descubren las tierras altas del Polo Sur.

El simglobo giró la región polar citada hacia Alvar, quien pudo ver la masa terrestre emergiendo del agua, formando al instante su propio casquete helado.

—Las tierras polares están ocultas bajo el mar, pero a un nivel mucho más alto que las tierras bajas circundantes. Cuando el nivel del mar descienda lo suficiente, emergerá el continente polar.

»Y eso es lo que nos condenará a todos. Ha habido hielo sobre el océano Polar Sur siempre, pero el agua bajo el hielo ha podido fluir libremente. Las pautas de circulación son complejas, pero el efecto de las corrientes es que las aguas antárticas han podido mezclarse con las aguas de las zonas templadas y ecuatoriales. El agua caliente se enfría y la fría se calienta. Pero cuando ambos polos están cercados, las corrientes oceánicas del planeta cambian violentamente. El agua ya no fluye a través de ninguna región polar, y así las corrientes oceánicas no podrán moderar la diferencia de temperatura entre el Polo Sur y la región ecuatorial. Los océanos ya no tienen sitio para descargar su calor. Lo que eso significa es que las temperaturas de las regiones polares del Sur caen rápidamente y la temperatura de las zonas ecuatoriales y templadas sube. El volumen absoluto de agua en los océanos se reduce enormemente, lo que significa que estos simplemente no pueden contener tanta energía calorífica.

»La temperatura del aire aumenta. Las tormentas se vuelven más y más violentas. El agua en estado líquido de los océanos hierve, mientras que los polos se vuelven aún más fríos. Dentro de ciento veinte años, el agua de este planeta estará concentrada en enormes casquetes polares en los dos polos. Hará tanto frío allí que se formarán lagos de nitrógeno líquido. Pero las regiones templadas y el ecuador serán un horno.

»Las temperaturas diurnas normales en el emplazamiento de Hades serán de unos veinte grados bajo cero en la escala de Celsius. En el ecuador alcanzarán los ciento cuarenta sin ningún problema. Sin agua, con las temperaturas tan altas, la vida vegetal que quede morirá. Sin ella para devolver oxígeno al aire, la atmósfera perderá todo su oxígeno respirable, ya que diversas reacciones químicas harán que este se asimile a las rocas y al suelo. Otras reacciones químicas absorberán el nitrógeno que no se congele en las regiones polares. La presión atmosférica bajará drásticamente. Sin el aislamiento termal producto de una atmósfera densa, la capacidad del planeta para contener calor en el ecuador menguará. Las temperaturas ecuatoriales caerán, hasta que todo el planeta se convierta en un páramo helado y sin aire, mucho más hostil a la vida que antes de la llegada de los humanos. Ese es el pronóstico actual para el planeta Inferno.

Alvar Kresh miró horrorizado la imagen del mundo helado, marchito y muerto que gravitaba ante él. Todos los tonos verdes y azules habían desaparecido. El planeta era un desierto de color de arena, con ambos polos enterrados bajo una gran capa blanca y brillante. Kresh descubrió que tenía los dedos engarfiados en los brazos de su silla, y que su corazón latía rápidamente. Se obligó a relajarse, inhaló profundamente en un esfuerzo por calmarse.

—Está bien —dijo, aunque estaba claro que no era así—. Está bien. Sabía que había problemas, aunque no sabía que fueran tan graves. ¿Pero qué tiene todo eso que ver conmigo? —preguntó en voz baja.

El gobernador encendió las luces y se retiró de la consola.

—Es muy simple, sheriff Kresh. Política. Todo se reduce a una cuestión de política y a las cualidades de la naturaleza humana. Yo podría iniciar un ataque frontal, intentar que todos me apoyaran, conseguir que todos los infernales se unieran para salvar el planeta. Para hacerlo, tendría que mostrar lo que ha visto, por el bien de todo el planeta. Emitirlo a través de todos los medios disponibles. Algunas personas aceptarán los hechos. Pero no todas. Probablemente ni siquiera la mayoría.

—¿Qué harían los demás? —preguntó Kresh.

—No, no. Piénselo un momento. Piénselo, y dígame qué harían. —Alvar Kresh contempló de nuevo el cadáver marchito y reseco del planeta. ¿Qué harían? ¿Cómo reaccionarían? Los viejos tradicionalistas que ansiaban las glorias del pasado; los Cabezas de Hierro; la gente menos radical (como él mismo) que veía un plan colono bajo cada piedra. Los que simplemente se sentían cómodos con el mundo y con sus vidas tal como estaban y se oponían a ningún cambio ¿qué harían?

—Negarlo —dijo por fin—. Habría revueltas, y solicitudes de dimisión y un montón de gente exhibiendo estudios para demostrar que está usted equivocado y que todo va bien. La gente diría que se ha vendido a los colonos más de lo que lo piensan ahora. De un modo u otro, no creo que terminara su mandato.

—Es usted demasiado optimista. Yo diría que serían pocas las expectativas de que terminara mi mandato con vida. Pero a la larga, eso no importa. Todos los hombres mueren. Los planetas no tienen por qué, no deberían morir. No tras sólo unos pocos siglos de vida. —Grieg dio la espalda a Alvar y se dirigió hacia el extremo opuesto de su despacho—. Puede que parezca grandilocuente, pero si me relevan de mi cargo y me sustituyen por alguien que insista en que todo va bien, entonces estoy convencido de que la ecología de Inferno se vendrá abajo. Tal vez estoy loco, o soy un completo maníaco egocéntrico, pero creo que será así.

—¿Pero cómo puede no informar al público sobre todo esto?

—Oh, la gente tiene que saberlo, desde luego —dijo Grieg, dándose la vuelta—. No pretendía dar a entender que voy a mantener esto en secreto. A la larga, sería imposible. Cualquier intento por silenciarlo estaría destinado al fracaso. Pero lo mismo sucedería con los esfuerzos por hacer pública esta información de inmediato. Hoy, el ciudadano medio cree simplemente que el sistema terraformador necesita ser ajustado un poco, algunas reparaciones y ya está. No comprende por qué nos humillamos a los colonos sólo por hacer este trabajo.

Grieg recorrió lentamente su despacho, de regreso junto a Kresh.

—Hará falta tiempo para educarlos, para prepararlos en el conocimiento del peligro. Si la situación se maneja adecuadamente, puedo dar forma al debate, para que la gente intente decidir cómo reconstruir la ecología, y no pierda el tiempo preguntándose si hace falta arreglarla. Necesitamos llegar a una mentalidad decidida y reflexiva, que pueda aceptar el desafío que nos espera. Podemos llegar a ese punto, estoy seguro.

»Pero tenemos que elegir nuestro camino con cuidado. Por el momento, la situación es inestable, explosiva. La gente está preparada para discutir, no para razonar. Y sin embargo debemos empezar con el programa de reparación ahora, si queremos tener alguna esperanza de éxito y supervivencia. Y debemos usar las herramientas más fuertes, más efectivas y más rápidas.

Grieg se acercó a Kresh, todavía hablando y con la mirada animada e intensa.

—En otras palabras, la única esperanza para evitar este desastre se encuentra en los colonos. Sin su ayuda, este planeta estará muerto dentro de un siglo estándar. Me veo obligado a aceptar su ayuda, mucho antes de tener tiempo para formar la opinión pública para que sea aceptada la ayuda de los colonos. He de añadir que los colonos se ofrecieron a ayudar con ciertas condiciones, que me vi obligado a aceptar. Una de ellas quedará clara esta noche.

»Pero mi alianza política con los colonos es endeble. Si este caso de asalto robótico no se cierra pronto y bien, no hay duda que se producirá una explosión política en este mundo, aunque no estoy seguro de qué forma tomará. Si resulta que un robot es sospechoso de un crimen, o si se sospecha que los colonos sabotean a los robots, será difícil, si no imposible, impedir que mis enemigos expulsen a los colonos. Y si ese movimiento tiene éxito, los colonos se lavarán las manos. Sin su ayuda, Inferno morirá. Y con los últimos disturbios provocados por los Cabezas de Hierro, estoy seguro de que están buscando una excusa para marcharse. No podemos permitirlo.

Grieg siguió caminando, rodeando el holograma del simglobo, rozando con el hombro la imagen espectral del futuro mundo muerto. Se acercó a Kresh y apoyó las manos sobre la silla. Se inclinó hacia adelante, tanto que el sheriff sintió el calor del aliento del gobernador junto a su mejilla.

—Resuelva este caso, Kresh. Resuélvalo rápidamente, y bien. Resuélvalo sin complicaciones ni escándalos.

Pronunció las últimas palabras en un susurro, la luz del miedo brillando en sus ojos.

—Si no lo hace, condenará a este planeta.