Calibán caminaba en la noche, ardiendo de curiosidad. Había recorrido una gran distancia desde su punto de partida y se encontraba en una tranquila zona residencial cuyas aceras estaban completamente desiertas a esa hora. Las casas eran grandes y se hallaban muy distantes unas de otras. Grandes prados de césped, algunos algo secos, descuidados y mustios, separaban las casas. En esta parte de la ciudad, parecía que había poco tráfico de suelo. A juzgar por la ausencia de una calzada suficientemente amplia para vehículos grandes, los viajes se hacían en coche aéreo, o a pie. Pero, para Calibán, un césped moribundo no era menos maravilloso que uno vivo. El mundo entero era nuevo para él; todo lo que veía era una maravilla fresca y vibrante. Vio los brillantes puntos de luz en el cielo y se preguntó qué eran. Advirtió unos pocos restos de basura contra una verja y se preguntó cómo había llegado allí una combinación tan extraña de elementos. Su banco de datos guardaba silencio sobre esos temas, y sobre muchos otros más, pero en conjunto era una guía espléndida que le decía incontables cosas sobre la ciudad que recorría.
Deambulaba por todas partes, mirándolo todo ansiosamente, maravillándose de todo. Y si las estrellas y la basura no tenían explicación, ese no era el caso con otras muchas cosas. Con frecuencia, podía mirar una cosa, preguntarse por ella y encontrar que el banco de datos podía identificarla y explicársela.
Se contentó durante algún tiempo con recorrer la ciudad, absorbiendo pasivamente lo que el banco de datos le decía de cuanto veía. Entonces Calibán tuvo una idea. Si el banco de datos podía decirle lo que tenía delante, ¿no podría también guiar sus pasos? Tal vez podría examinar el plano del banco de datos, seleccionar un destino interesante, y dirigirse hacia él.
Se detuvo y probó. El mundo exterior pareció desvanecerse ante su visión. De repente se encontró contemplando un plano esquemático de la zona donde se hallaba, realizado con colores primarios y símbolos cuidadosamente diseñados.
Intentó partir de ese punto y se sintió enormemente satisfecho al descubrir que el simple hecho de desearlo le permitía ver todo el plano de la ciudad, o centrar su atención en cualquier porción del mismo. Descubrió que su punto de vista virtual no tenía que encontrarse sobre el plano. Podía moverse al nivel del terreno, y ver los edificios y torres sobre él. Podía ver el plano de datos desde cualquier ángulo o posición.
Unos instantes de experimentación lo confirmaron: podía manipular su punto de vista a cualquier punto del plano o sobre él, ver la Tierra a vuelo de pájaro, o desde el suelo en cualquier posición, con los edificios y las calles representadas en las formas y tamaños adecuados. Su visión barrió grandes zonas de la ciudad, cruzando parques, edificios, las grandes carreteras. Era como si estuviera viajando a través de aquellos lugares con su mente. La sensación era abrumadora, casi como volar.
Había etiquetas en el plano que ofrecían información sobre los edificios, sus nombres y direcciones, y en muchos casos los nombres de los negocios que albergaban.
De repente, tuvo una idea espléndida. Podía usar esa información para aprender más sobre sí mismo. Manipuló su punto de vista dentro del plano y lo trajo a su situación actual. Entonces rehízo sus pasos hasta el edificio del que había partido. Podía leer las etiquetas conectadas al edificio y saber qué clase de lugar era, ver qué otra información contenía el plano referida a él. Ciertamente, podría encontrar pistas sobre su propia identidad, sobre su lugar en el mundo. Ansioso por averiguar más acerca de sí mismo, movió rápidamente su punto de vista sobre el plano, hasta el punto de partida.
Las imágenes del plano pasaron ante él a ritmo vertiginoso, retorciéndose y girando violentamente, rehaciendo sus movimientos a tremenda velocidad. Por fin, las imágenes llegaron al punto de partida. Calibán hizo un extraño descubrimiento: la imagen del edificio era incompleta. Casi todos los otros edificios aparecían con gran detalle, con puertas, ventanas y elementos básicos de arquitectura mostrados claramente. Pero el plano representaba este edificio como si no fuera más que un sólido rectángulo gris, carente de rasgos, una forma alargada y baja sobre la tierra.
Confuso, Calibán accedió al sistema de etiquetado de datos.
Y descubrió que el plano no contenía ninguna información sobre el edificio dentro del cual había despertado.
Aturdido, sorprendido, Calibán lo desconectó. Los brillantes colores y símbolos desaparecieron de su vista, y se encontró una vez más de pie en la oscuridad, solo sobre una carretera vacía en un silencioso distrito residencial.
¿Por qué no había ninguna información sobre ese edificio? Tal vez debería regresar allí, examinar el lugar con sus propios ojos. Por supuesto, tenía una memoria perfecta y detallada de lo que había visto allí, y sin duda podría conseguir nueva información a partir de ella. Pero cuando despertó no buscaba nada concreto, no era plenamente consciente de que tendría que haber sabido más cosas. Si volvía, aprendería más.
Se dio la vuelta, a punto de rehacer el camino por el que había venido, hacia el laboratorio. Pero entonces se detuvo. Espera un momento. Había otro factor. Uno que no había considerado todavía. Recordó el primer momento de su despertar, la visión de la mujer inconsciente a sus pies, el charco de sangre alrededor de la cabeza. El sistema de índices cruzados de su banco de datos repasó toda una serie de cosas mientras pensaba en ese momento.
Y se fijó en una cita del Código Legal: abandonar el escenario de un crimen antes de ser interrogado por la policía era un crimen en sí mismo. Su mente repasó todo lo que el banco de datos tenía que decir sobre el Código Legal, el concepto de crimen, y la idea de castigo y rehabilitación. Todo parecía referido a los humanos, pero no era difícil asumir que cometer un acto criminal podía significar también problemas para un robot.
No, no regresaría a ese lugar.
Un momento. ¿Había otras zonas en blanco en el plano? ¿Otros lugares cuya información estuviera limitada de algún modo? Tal vez tuvieran algo en común con el edificio que había abandonado. Tal vez examinar uno de ellos le proporcionara alguna pista, quizás una idea o imagen que estimulara el banco de datos para ofrecer algún tipo de información que pudiera decirle algo sobre sí mismo.
Calibán estudió la zona y decidió que sería mejor apartarse del camino mientras examinaba el plano. Caminó hasta encontrar una pequeña depresión en el ondulado paisaje. Se sentó, razonablemente seguro de que no podrían verle desde el camino.
Devolvió su atención al plano del banco de datos. Al principio, su mente lo recorrió al azar, de pasada, intentando cubrir tanto terreno como fuera posible mientras buscaba algún edificio o lugar que apareciera sospechosamente en blanco. Entonces decidió seguir la ciudad bloque a bloque, de forma ordenada. Tal vez habría algo que pudiera aprender a partir de la pauta de los lugares en blanco, algo que solo podría discernir cuando los hubiera localizado todos.
El plano de la ciudad tenía bordes definidos, límites precisos más allá de los cuales no había nada. El conocimiento de Calibán acerca del mundo, del universo, se detenía en esa frontera. Por un momento, jugueteó con la idea de aventurarse hasta esos límites, solo para ver cómo eran. Se imaginó el borde del mundo, contemplando la nada. La idea era excitante e inquietante. Pero no. No serviría de nada despistarse. Primero debía conseguir respuestas sobre sí mismo y sobre lo que había sucedido en el edificio donde había despertado. Una vez aquellos dos misterios resueltos, podría tomarse el tiempo necesario para satisfacer su curiosidad.
Se puso a trabajar en la zona Sur del plano y la recorrió metódicamente, examinándola en una franja de Este a Oeste, y luego dirigiéndose hacia el norte para examinar la franja siguiente, de Oeste a Este.
Y entonces lo encontró. No lejos del borde Sur del plano había un gran vacío, un millar, diez millares de veces superior al edificio sin marcar donde había despertado. Pero esta no era una zona sin marcas detalladas. Esto era el vacío, la ausencia de toda cosa. No había tierra, ni agua, ni edificios, ni carreteras. No había nada en absoluto.
Se preguntó si el plano informaba de la verdad literal. ¿Qué podría ser un vacío así en la vida real? ¿Qué podía causarlo? Su curiosidad, su ansiedad por ver el lugar, eran incontrolables. Pero se mantuvo firme en su plan. Tenía que examinar toda la ciudad, absorber la totalidad del plano en su memoria activa. Se aferró a su pauta de búsqueda, moviéndose de Sur a Norte, cruzando de Este a Oeste, de Oeste a Este.
Tardó casi una hora, pero por fin Calibán consiguió recorrer todo el plano de Hades. Sí, había otros vacíos, pero ninguno de ellos era tan grande como el que había encontrado. Sí, había otros edificios sin marcas ni etiquetas, pero no podía ver ninguna pauta obvia, ninguna relación en el resto del plano que le dijera algo con sentido.
No quedaba otra cosa que hacer sino ir a mirar. Ahora no había ningún motivo para resistir la tentación de ver cómo era el gran vacío. Calibán se levantó y regresó al camino, usando su visión infrarroja para moverse con facilidad a través de la oscuridad.
El lugar del vacío estaba lejos, y los primeros atisbos del amanecer iluminaban el Este mientras recorría las extensiones semiáridas y semipobladas de Hades, imaginando cómo, sería.
Pero lo que vio cuando llegó allí no era ninguna zona blanca en el plano. Mientras el amanecer se apoderaba del horizonte, Calibán se encontró al borde del lugar que el plano indicaba como sólo vacío.
Lo que veía era un vívido oasis en mitad de la ciudad. Se encontraba en el borde de un parque verde y lozano, salpicado de árboles, grandes zonas de césped, fuentes.
Pequeños pabellones moteaban el paisaje, y parecían dar paso a instalaciones subterráneas, a juzgar por la gente que entraba y salía. Calibán caminó a lo largo del bajo muro de piedra que formaba el perímetro del parque, hasta que llegó a la entrada.
«Ciudad Colono», rezaba un cartel. Calibán se sintió confundido. Otro misterio. No tenía idea de lo que eran los colonos, o de por qué debían tener su propia ciudad. Recurrió al banco de datos, pero no contenía ninguna información sobre el término.
Por algún motivo, toda la información referente a su origen y a este lugar había sido cuidadosamente borrada de su banco de datos.
¿Por qué querría nadie hacer eso?
La oscuridad había pasado, y el amanecer teñía el horizonte, dando comienzo al nuevo día. Alvar Kresh recorría la sala, escuchando las palabras de rutina de la investigación de rutina de un colaborador rutinario, un tal Jomaine Terach. Este nunca estaba despierto y en el laboratorio a esa hora, pero vivía bastante cerca y todo el revuelo lo había despertado. Se había acercado a ver qué sucedía… o eso decía. Los oficiales de policía, desde siempre, no solían creer a los testigos que explicaban cosas increíbles como ir al trabajo con tanta antelación, y Kresh se sentía tentado a mantener la tradición en el presente caso. Sería aconsejable tratar a todo el mundo como sospechoso por el momento.
Kresh dejó que Donald hiciera la mayor parte del trabajo. La noche había sido larga y dura. Los crímenes podían ser agotadores.
Habían ocupado la oficina de servicio para hacer los interrogatorios, abordando a los trabajadores según fueran llegando. La sala estaba diseñada para acomodar a un equipo de trabajo, por si algún experimento tenía lugar durante la noche. La oficina contenía una cama grande y de aspecto cómodo, mucho mejor que el miserable jergón de la Oficina del Sheriff. Después de una noche sin dormir, resultaba algo más que levemente apetecible.
—Tonya Welton dice que Fredda Leving estaba… está trabajando para ella. ¿Es eso cierto? —preguntó Donald.
—De ningún modo —dijo Jomaine Terach, bostezando con ganas—. Fredda Leving nunca ha trabajado para nadie que no sea ella misma en toda su vida, y no es probable que comience a hacerlo siguiéndole la corriente a la alta y poderosa reina de los colonos. —Bostezó de nuevo—. Dios mío, qué temprano es. ¿Llevan ustedes aquí desde el ataque?
—Sí, señor. Hemos estado trabajando toda la noche —contestó Donald.
—Entonces ella y Tonya Welton no se llevan bien —dijo Kresh, ignorando las cortesías de Terach y Donald. Se sentó a la mesa, junto a Donald y frente a Terach. Hizo tamborilear los dedos sobre la superficie, intentando que su mente exhausta no divagara. Tal vez tendría que haberse marchado a casa en vez de quedarse allí toda la noche.
Maldición, estaba agotado. No iba a ganar gran cosa si el cansancio no le dejaba pensar.
—De modo que no se caían bien —dijo, intentando cubrir su larga pausa—. ¿Eran al menos amables cuando estaban juntas?
—No, señor, en lo más mínimo —dijo Jomaine—. Ya no. Antes eran muy amigas, íntimas. Ahora no quedaba otra cosa que la relación profesional.
Eso sí que era interesante. Tonya Welton y Fredda Leving tenían reputación de ser luchadoras duras. Pudo imaginárselas discutiendo. De todas formas, era más fácil que imaginárselas siendo amigas.
Pero el estar relacionada personalmente con la víctima hacía mucho más peculiar el hecho de que Welton se entrometiera en la investigación. Debía saber que Kresh se enteraría rápidamente de las fricciones que existían entre la víctima y ella. Era muy pronto para decirlo, pero por ahora ella era la que tenía los mejores motivos para cometer la agresión. ¿Por qué atraía la atención sobre sí misma?
Alvar Kresh se arrellanó en su silla y contempló al hombre que estaba interrogando. Jomaine Terach era alto y delgado, con el pelo de color arena y el rostro largo, delgado y pálido, con la nariz puntiaguda. Había algo demasiado refinado, demasiado formal en su forma de hablar.
Kresh reprimió un bostezo. No parecía que hubiera merecido la pena estar toda la noche despierto para escuchar a Terach.
Se frotó los ojos y volvió a ocuparse del tema.
—Me cuesta trabajo imaginar que fueran amigas. Los colonos odian a los robots, y Leving era uno de los creadores punteros de robots. No comprendo qué podían tener en común —dijo.
—Creo que tal vez fue eso lo que hizo que la amistad funcionara… al menos durante algún tiempo. Les gustaba discutir. Pero luego se pelearon. Tal vez su relación se volvió un poquito demasiado intensa —sugirió Terach.
—Pero si no era empleada de Tonya Welton, amo Terach, y ya no eran amigas —dijo Donald 111— ¿puedo preguntar qué clase de relación tenían?
Terach miró a Donald. Estaba claro que le molestaba ser interrogado por un robot. Pero fue lo bastante inteligente para no protestar.
Kresh observó a Terach con interés distante y profesional. A menudo ordenaba a Donald que tuviera parte activa en los interrogatorios. Era una variación de la vieja rutina policía bueno-policía malo. Donald perturbaba a los interrogados, y entonces estos respondían a Kresh, buscando en él apoyo y comprensión, confiando en él por encima de Donald.
—Supongo que eran colaboradoras. —Terach se volvió hacia Kresh—. Hay muchas cosas que no puedo decir sobre el trabajo en el laboratorio —se disculpó.
—He oído eso más de una vez —gruñó Kresh—. Todos los empleados con los que he hablado me han dicho lo mismo. Parece que son las únicas palabras que saben.
—Lo siento.
—No se preocupe. Volveremos cuando consiga que el gobernador me dé unos cuantos permisos. —La perspectiva no pareció complacer a Jomaine Terach.
—Bueno, tal vez no tenga que molestarse cuando se haga el anuncio público.
—También he oído eso, y sé condenadamente bien que no va a decirme nada más. Hablemos de otra cosa. Dígame por qué Fredda Leving estaba en el laboratorio de Gubber Anshaw en mitad de la noche.
Terach pareció verdaderamente sorprendido.
—Oh, cielos, yo no le daría demasiada importancia a eso —dijo—. Entramos y salimos de los laboratorios constantemente. El trabajo aquí es de naturaleza altamente colaborativa y supongo que simplemente se encontraba trabajando en algún subcomponente que estaba en el laboratorio de él.
—Los infernales tendemos a ser bastante territoriales —sugirió Kresh—. Nos gusta tener nuestro propio espacio.
Terach se encogió de hombros.
—Tal vez, pero eso no significa que todo el mundo lo sienta como una obligación —dijo, algo irritado.
—Mmm… —gruñó Kresh, no del todo convencido, e ignorando la burla que intentaba claramente distraerle—. Bueno, entonces tal vez pueda decirme dónde demonios está Gubber Anshaw. No ha aparecido esta mañana y no hemos podido localizarlo en su casa. Suponemos que está allí, pero sus robots se niegan a confirmarlo o a transmitirle ningún mensaje.
—No me extraña —dijo Jomaine—. A Gubber le gusta trabajar en casa, en completa intimidad. Se ha aficionado a hacerlo cada vez más últimamente. A veces bromeamos con él diciendo que si la policía acordonara su casa, no se daría cuenta.
Kresh gruñó, reservado. La intimidad, y la santidad del hogar, eran comodidades altamente valoradas en Inferno. De hecho, era ilegal arrestar a una persona en su casa. La ley era muy precisa sobre ese punto, y sobre los procedimientos que podían seguirse y los que no eran lícitos. La policía y sus robots podían esperar fuera hasta que el averno se congelase, podían registrar el lugar una vez hecho el arresto, pero no podían entrar en la casa para efectuar la detención.
Más de una vez, un sospechoso se había negado a salir de su casa durante un largo periodo de tiempo. Hacía mucho que se habían establecido precedentes y reglas de procedimiento en tales casos, declarando lo que podía y no podía hacerse. La policía podía cortar todas las comunicaciones con la casa rodeada, pero no la comida, ni el agua, ni la energía. A veces, la prohibición contra los arrestos domiciliarios actuaba a favor de la policía: si se mantenía el tiempo suficiente, la vigilancia policía-robot ante la casa de un sospechoso evitaba las molestias y los gastos de un juicio.
—Bueno, tal vez tengamos que acordonar su casa si no aparece por aquí pronto —advirtió Kresh—. Puede transmitirle ese mensaje —Jomaine alzó una ceja, sorprendido.
—Tenga un poco de paciencia, sheriff. Gubber rara vez viene antes de mediodía los días en que lo hace —dijo—. Pasa las mañanas en casa, trabajando en otros proyectos de investigación. La mayor parte de los días, pero no todos, viene aquí y trabaja en Laboratorios Leving desde mediodía hasta por la noche. Pero, como he dicho, no siempre viene. No sigue ningún tipo de horario.
Jomaine reflexionó durante un instante.
—Ahora que lo pienso, no recuerdo haberlo visto aquí anoche. Dudo que estuviera. Supongo que estuvo en casa, trabajando todo el tiempo, sin saber que sucediera nada. Y sus robots, en efecto, tienen órdenes estrictas de impedir que lo molesten. Pero con él esa es la rutina. Yo de usted no interpretaría de otro modo su ausencia, ni perdería el tiempo pensando que él tuvo algo que ver con el ataque a Fredda.
Alvar Kresh frunció el ceño.
—¿Por qué no? La atacaron en su laboratorio. En este momento no tenemos ningún sospechoso, ningún móvil, ninguna información real. No conozco a Gubber Anshaw, ni sé nada acerca de él. No veo ningún motivo para eliminar a nadie en este punto, sobre todo a alguien que parece que tuvo la oportunidad de cometer el crimen. Los colaboradores suelen tener motivos para asesinar.
—Bueno, ahí tiene un argumento para no sospechar de él —dijo Jomaine, demasiado ansioso—. Gubber Anshaw no tenía ningún motivo para atacar a Fredda, y todos los motivos para desearle lo mejor. Supongo que, en efecto, pudo tener los medios y la oportunidad para atacarla… pero sheriff Kresh, usted tiene los medios y la oportunidad para desenfundar su pistola láser y volarme la cabeza. Pero eso no significa que vaya a hacerlo. No tiene motivos para matarme, y sí muchos para no lastimarme. Perdería su trabajo y lo meterían en la cárcel, como mínimo. Pero la cosa va más allá. Fredda fue de gran ayuda para Gubber. En definitiva, él no querría perder esa ayuda.
—¿Está sugiriendo que Gubber Anshaw tendría mucho que perder si le sucediera algo a Fredda Leving? —preguntó Donald. Jomaine Terach miró al robot y luego a Kresh.
—Una vez más, eso nos lleva a temas clasificados. Pero sí, creo que podríamos decirlo así. Gubber hizo algunos avances notables, avances que requerían el rechazo de una tecnología familiar en favor de algo más nuevo, mejor y más flexible. Sin embargo, no llegó muy lejos promoviendo sus descubrimientos. La robótica es, en muchos aspectos, un campo muy conservador. Laboratorios Leving fue el único lugar dispuesto a usar su trabajo.
—Supongo que estamos hablando de cerebros gravitónicos —dijo Kresh.
Terach inspiró bruscamente, claramente sorprendido.
—¿Cómo sabía…?
—Había un puñado de ellos en cajas cuidadosamente etiquetadas en el laboratorio de Anshaw —dijo Kresh, algo más que sardónicamente—. Creo que tal vez tengan que esmerarse un poco en las medidas de seguridad.
—Eso parece —dijo Terach, claramente perplejo.
—¿Y qué demonios son los cerebros gravitónicos? ¿Alguna especie de sustituto del cerebro positrónico?
Donald volvió la cabeza hacia Kresh.
—¡Señor! Eso sería imposible. El cerebro positrónico es la base, el núcleo de toda la robótica. Las Tres Leyes son intrínsecas a él, están insertas en su propia estructura, grabadas en sus circuitos fundamentales.
—Tranquilízate, Donald —dijo Kresh—. Eso no significa que las Tres Leyes no puedan ser introducidas en otra forma de cerebro. ¿Verdad, Terach?
Terach parpadeó y asintió, todavía un poco aturdido.
—Por supuesto, por supuesto. En realidad no puedo decir nada específico sobre los cerebros gravitónicos, pero supongo que no hará ningún daño hablar en general. Gubber Anshaw está sólo en el principio de su investigación sobre la gravitónica, pero en mi opinión ya ha hecho logros tremendos. Ya era hora de que lo hiciera alguien.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que hemos llegado al límite de los cambios en la positrónica. Desde luego, el cerebro positrónico de hoy es muy superior a las unidades originales. Se ha avanzado y mejorado mucho. Ha habido muchos refinamientos. Pero el diseño básico del cerebro positrónico no ha cambiado en miles de años. Es como si todavía usáramos cohetes de combustible químico para viajar por el espacio, en vez de hiperimpulso. El cerebro positrónico es un diseño increíblemente conservador que pone límites tremendos e innecesarios a lo que los robots pueden hacer. Como las Tres Leyes forman parte de su diseño, se considera el cerebro positrónico como el único diseño posible para ser usado con robots. Eso es un artículo de fe, incluso entre los investigadores de la robótica. Pero la gravitónica podría cambiarlo todo.
»Los cerebros gravitónicos tienen actualmente uno o dos inconvenientes, pero están al principio de su desarrollo. Prometen tremendas ventajas sobre la positrónica, en términos de flexibilidad y capacidad.
—Bueno, parece que es usted un verdadero creyente —dijo Kresh con sequedad. «No hay nadie tan fiel como el converso», pensó—. Muy bien, Terach. Tal vez quiera hablar con usted más tarde, pero por ahora ya es suficiente. Puede marcharse.
Jomaine asintió y se levantó. Vaciló antes de encaminarse hacia la puerta.
—Ah, una pregunta —dijo—. ¿Cuál es el diagnóstico de Fredda Leving?
El rostro de Kresh se endureció.
—Todavía está inconsciente, pero esperan despertarla mañana, y que tenga una recuperación rápida y completa. Están usando las técnicas de regeneración más avanzadas para estimular la recuperación. Tengo entendido que la herida de su cabeza sanará por completo dentro de un par de días.
Jomaine Terach sonrió y asintió.
—Es una noticia excelente. El personal se alegrará de saberlo… es decir, si se me permite decírselo.
Kresh hizo un movimiento ausente con la mano.
—Adelante, Terach. Es de dominio público y ella está bien protegida.
Terach compuso una patente sonrisa falsa, asintió nerviosamente y salió de la habitación.
Kresh lo vio marchar.
—¿Cuál es tu lectura, Donald? —preguntó, sin mirar al robot. Nadie lo comentaba mucho, pero los robots policías avanzados estaban especializados para detectar las respuestas involuntarias del cuerpo a las preguntas. De hecho, Donald era un detector de mentiras altamente sofisticado.
—Tengo que recordarle que Jomaine Terach conoce posiblemente mis habilidades como sensor de verdad. Nunca lo había visto antes, pero mis archivos confirman que pertenecía al personal de este laboratorio durante mi construcción. Eso añade una variable. Sin embargo, baste decir que estaba muy agitado, señor. Mucho más que los demás, y, en mi opinión, más de lo que pueda achacarse a la sorpresa y la preocupación por el ataque a la señora Leving. El acento de su voz, y otros indicadores confirman que estaba ocultando algo.
Eso no sorprendió a Alvar. Todos los testigos ocultaban cosas.
—¿Estaba mintiendo? —preguntó—. ¿Mintiendo directamente?
—No, señor. Pero se preocupó mucho al enterarse de que sabíamos lo de los cerebros gravitónicos. Me pareció confuso, ya que estuvo dispuesto a discutir el tema hasta cierto punto. Tuve la impresión de que intentaba apartar el interrogatorio de otro tema.
—Ya veo que tú también te has dado cuenta. Lo peor de todo es que no puedo imaginar de donde intenta apartarnos. Tengo la corazonada de que piensa que sabemos más de lo que sabemos.
—Esa es también mi opinión. —Alvar Kresh hizo tamborilear los dedos sobre la mesa y miró hacia la puerta que Jomaine Terach había usado para salir de la habitación.
En este asunto había algo más que el ataque a Leving. Algo que implicaba al gobernador, y a Leving, y a Welton, y a la relación entre colonos y espaciales en Inferno.
De hecho, el ataque empezaba a perder importancia en su mente. No era más que el hilo suelto del que tiraba. Sabía que si lo dejaba, el resto nunca sería descubierto. Si tiraba demasiado fuerte, se rompería, cortando sus conexiones con el resto del misterio. Pero siguiendo cuidadosamente la investigación del ataque, tirando del hilo suavemente, tal vez pudiera desenmarañar todo el problema.
Alvar Kresh estaba decidido a averiguar cuanto pudiera.
Porque se cocía algo grande.
Jomaine Terach dejó la sala del interrogatorio. Su robot personal, Bertran, lo esperaba en el pasillo y diligentemente le siguió hacia su propio laboratorio.
El sheriff Kresh había hecho esperar a Bertran fuera de la sala durante el interrogatorio. «Sólo fue un pequeño acoso —se dijo Jomaine—, otra forma para ponerme nervioso. Y desde luego, funcionó». Los espaciales en general, y los infernales en particular, se sentían incómodos sin sus robots.
Sólo después de hallarse en su laboratorio, después de que Bertran cerrara la puerta tras él, se permitió Jomaine sucumbir a los temores que sentía. Cruzó rápidamente la habitación, se desplomó en su sillón favorito y suspiró aliviado.
—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó Bertran—. Temo que la mala noticia sobre la señora Leving y el interrogatorio de la policía le han trastornado.
Jomaine Terach asintió, cansado.
—Así es, Bertran. Así es. Pero me pondré bien en un instante. Sólo necesito pensar un poco. ¿Por qué no me traes un poco de agua y luego te retiras un rato a tu nicho?
—Muy bien, señor. —El robot se dirigió al fregadero del laboratorio, llenó un vaso y se lo trajo.
Jomaine vio cómo Bertran se encaminaba luego a su nicho en la pared y adoptaba el modo de espera.
Así era como tenía que ser. Un robot hacía lo que le dijeras y luego se quitaba de en medio. Así había sido durante miles de años. ¿Se atreverían de verdad a cambiarlo? ¿Pensaba de verdad Fredda Leving que podía dar la vuelta a todo?
¿Y tenía que tratar con el diablo, con Tonya Welton, para que fuera posible?
Bueno, en cualquier caso, él había conseguido apartar la discusión de las Tres Leyes. Para ello se había visto forzado a sacrificar unos cuantos datos sobre gravitónica, pero no importaba. De todas formas todo se haría público dentro de un par de días.
Estaban a salvo por el momento. Pero el proyecto seguía siendo una locura. Calibán era una locura. Construirlo había sido una violación de la filosofía y las leyes más elementales de los espaciales, pero Fredda Leving había seguido adelante de todas formas. Testarudez típica.
«No importan la teoría y la filosofía», había dicho. Eran un laboratorio experimental, no un taller teórico que nunca actuaba según sus ideas. Ya era hora de dar el siguiente paso. Era hora de construir un robot gravitónico sin límites en su mente. Una pizarra en blanco, así había llamado a Calibán. Un robot experimental para ser mantenido dentro del laboratorio en todo momento, sin que saliera nunca. Un robot sin conocimiento de los demás robots, o de los colonos, o de nada que estuviera más allá de la conducta humana, con una fuente cuidadosamente corregida de conocimientos sobre el mundo exterior. Y dejarlo luego vivir en el laboratorio, bajo condiciones controladas, y ver qué sucedía. Ver qué reglas desarrollaba a partir de su propia conducta.
¿Tenía verdaderamente que construir a Calibán?
«No, haz la pregunta directamente —se dijo—. Todos la han esquivado ya bastante». Y esa era la cuestión secreta y letal. Nadie más lo sabía. Con Calibán libre fuera del laboratorio, con Fredda inconsciente, no había nadie más en todo el mundo que pudiera hacer la pregunta.
Por eso, Jomaine se la planteó a sí mismo.
¿Tenía Fredda realmente que construir un robot que no siguiera las Tres Leyes?