PATRICK sintió una especie de ahogo. Aquello parecía plausible, más que plausible.
—¿Y dice usted que Siniscalchi tiene pruebas?
—Sí, en cierto modo; pero no concluyentes.
—¿Podría obtenerlas?
—Sí. Él conoce a alguien que tiene acceso al despacho de Migliau. Quiere verle a usted esta noche: quizá para entonces tenga algo.
—¿Y dice que no está de acuerdo con la tesis policial del secuestro? ¿Y cómo explica él la desaparición?
—Dice que lo del secuestro no se sostiene por su propio peso, porque nadie de la derecha se atrevería a poner a Migliau la mano encima; ni se les ocurriría. Y lo mismo es aplicable a la Mafia. Queda la izquierda, pero Siniscalchi, que tiene más contactos que la policía con grupos izquierdistas y terroristas, o al menos eso dice, jura y perjura que también para ellos es un misterio la desaparición del cardenal.
—Entonces ¿qué queda?
—Resta la posibilidad de que Migliau se haya puesto voluntariamente fuera de la circulación por motivos que sólo él o sus más allegados conocen. Siniscalchi opina que su ausencia puede estar relacionada con nuestro asunto, aunque no sabría decir en qué sentido.
Se produjo un silencio.
—¿Hasta dónde le ha contado del asunto? —inquirió Patrick.
—Pues…
En aquel momento se abrió la puerta y entró el doctor Luciani, quien sonrió y se presentó él mismo a Makonnen.
—¿Tendría la amabilidad de esperar afuera, señor Makonnen? Quisiera hablar con su amigo.
Una vez que hubo salido Assefa, el médico se sentó en el borde de la cama y miró a Patrick.
—Bien, signor Canavan, ¿qué tal se encuentra?
—Mucho mejor, gracias. Perfectamente, en realidad. Si no tiene inconveniente, me gustaría irme cuanto antes.
Luciani frunció el ceño.
—A decir verdad, signor Canavan, sí que tengo inconveniente. Usted puede sentirse bien, pero me gustaría que estuviera aquí al menos un día más.
—¿Para qué?
—Para tenerle en observación. Me gustaría hacerle otras pruebas, y pasados unos días, un TC. Aquí no hay equipo, pero en el hospital de Mestre han instalado uno hace poco, y creo que podríamos incluirle en la lista para que pasase un día de esta semana.
Patrick sintió una punzada de alarma.
—¿Lo cree necesario? ¿Me pasa algo?
El médico negó enérgicamente con la cabeza.
—No, no. No hay ningún motivo para pensarlo.
—Entonces…
Luciani le interrumpió.
—Signor Canavan, ¿ha experimentado recientemente… trastornos auditivos o visuales?
—No comprendo. ¿Qué clase de trastornos?
—Quizá sea mejor llamarlos alucinaciones. Allucinazioni Podría estar afectado cualquier sentido. A veces se nota el sabor o el olor de algo ficticio: un alimento, un perfume, flores… O puede tratarse de un sonido…, música, una voz…
Patrick desvió la mirada. Le parecía oír el ruido del agua, oler un cuerpo de mujer, cálido, cercano.
—No —replicó mintiendo—. En absoluto.
—¿Está seguro? Piense bien.
—Estoy seguro. ¿Por qué me lo pregunta? —El médico se mostraba indeciso.
—Es que en base a lo que le sucedió y al resultado que acabo de recibir de las pruebas realizadas, yo diría que sufrió usted una especie de epilepsia focal. No se alarme, por favor. No tiene por qué ser grave, y hay otros posibles diagnósticos. Sólo quiero que coopere.
—Pero puede ser grave. ¿Es eso lo que quiere decir?
Luciani no contestó de inmediato.
—Signor Canavan, no quisiera alarmarle. Mire, el diagnóstico en estos casos suele ser muy difícil, y por eso me gustaría hacerle otras pruebas. Pero, aunque llegásemos a una diagnosis firme…, la causa puede resultar muy compleja.
»La causa más común de la epilepsia focal es una lesión del lóbulo temporal; por eso quiero que le hagan un electroencefalograma y, si es posible, una exploración TC. Si hay lesión, normalmente provoca algún tipo de alucinaciones. Puede ser una lesión menor o, a su edad, pudiera ser un tumor. Se lo expongo no para asustarle, sino para que se haga una idea de la posible gravedad de la enfermedad y, por consiguiente, de la necesidad de que colabore. Dígame, ¿ha sufrido alguna vez episodios de este tipo?
Patrick no acababa de decidirse.
—No…, no exactamente… He tenido sueños. Dei sogni. —¿Qué clase de sueños?
Patrick se lo fue explicando y, cuando terminó, Luciani asintió con la cabeza.
—Muy bien. Voy a consultar su caso con un colega del hospital que es especialista en trastornos neurológicos. Creo que esta tarde él mismo podría examinarle. Tengo que hacer hincapié en que se tome muy en serio lo que le estoy diciendo. Me hago cargo de que tal vez se encuentre usted en… una situación comprometida, lo que no es de mi incumbencia, pero sí su salud.
—Si ha sufrido episodios como el que me ha descrito, es probable que la lesión esté muy avanzada, y tal vez tengamos que operarle. Ignoro qué preocupaciones le afligen, pero le ruego que haga lo posible por abstraerse. Es prioritario, porque, en caso contrario, las consecuencias podrían ser graves. ¿Me entiende?
Patrick asintió con la cabeza. Estaba desconcertado. Él no sentía dolores, sino visiones imprecisas. ¿Cómo iba a ser aquello mortal? Debía haber algún error.
—Ahora tengo que irme; volveré esta tarde y espero poder venir con mi colega. Usted no se preocupe, que aquí y en Mestre tenemos un excelente servicio. Aun en el caso de que haya que operar, no hay de qué preocuparse. Tendrá constantemente una enfermera que le atienda. Pídale a ella lo que necesite y dígale si experimenta algún síntoma.
Antes de salir se detuvo ante la puerta.
—Signor Canavan, creo que debo comunicarle que abajo hay un inspector de policía. Se llama Maglione y es de la comisaría de carabinieri de San Zacearía. Ha solicitado permiso para verle —añadió mirando al suelo—. ¿Tiene usted idea de por qué quiere verle?
—Pues no… Debe ser un error. Yo no he hecho nada.
—Por favor, signore, no me venga con cuentos. En el bolsillo de su chaqueta encontramos una pistola, que hemos guardado en la caja fuerte del hospital hasta decidir qué hacemos con ella. Vamos a ver: puedo decir a ese inspector que se marche, pero si insiste en hablar con usted, no podré negarme. Como médico, preferiría que de momento no le agobien, porque, francamente, temo que pueda desencadenarse otro ataque. Pero no puedo eludir una petición razonable por parte de la policía. Así que lo dejo a su criterio. ¿Qué hago?
Patrick reflexionó a toda velocidad.
—Dígale que suba —dijo—. Yo nada tengo que ocultar; pero me gustaría antes hablar un rato más con mi amigo, el señor Makonnen. Es un asunto privado importante para mí. Le aseguro que nada tiene que ver con ningún tipo de delito.
Luciani tardó un rato en decidirse.
—Muy bien —dijo finalmente—. Diré a Maglione que suba a verle dentro de diez minutos. ¿Le parece bastante?
—Creo que sí. Gracias, doctor.
Al salir, Luciani intercambió unas breves palabras con Makonnen, que aguardaba fuera.
—Assefa, cierre la puerta, por favor —dijo Patrick nada más entrar el sacerdote.
—¿Qué sucede, Patrick? ¿Se encuentra bien?
—Sí, claro que sí. Estoy bien. Escuche, Assefa…, no tenemos mucho tiempo. Abajo hay un policía. Dios sabe lo que estará pasando, pero no estoy dispuesto a quedarme aquí para enterarme. Tiene que ayudarme usted a salir del hospital.
—Pero el médico dice…
—Me importa un bledo lo que haya dicho. Aquí no puedo quedarme. Ni usted. La Pascua empieza dentro de un par de días y no hay tiempo que perder.