—¿Conque dices que no tuviste nada que ver con el caso, pero aun así deseas entregarte? —inquirió Devray, examinando al robot que estaba de pie delante del escritorio.
—Así es —respondió Calibán—. La doctora Leving me informó acerca del secuestro, y yo informé a Prospero. Ella temía que la actividad policial causara mayores dificultades para la evacuación de los robots Nuevas Leyes si dificultaba la investigación. Mis preocupaciones eran más directas. Usted y yo hemos tenido tratos anteriormente. En esa época usted parecía pensar que tanto yo como los robots Nuevas Leyes sólo servíamos para chatarra, y no tengo razones para creer que haya cambiado de opinión. También ha circulado la idea de que yo, por ser un robot Sin Leyes, estoy teóricamente capacitado para causar daño a los humanos, y para otros delitos. Por todo ello se da por supuesto que soy culpable de cualquier delito que se cometa. Aparte de eso, no siento gran amor por Simcor Beddle. Yo podría ser un sospechoso tentador.
Devray permaneció en silencio. Menos de una hora antes había sentido repulsión ante la idea de que Beddle y Gildern exterminaran a los robots Nuevas Leyes. Resultaba perturbador que justamente Calibán le recordara que él mismo había favorecido esas medidas en el pasado. ¿Y qué diferencia representaba para las víctimas si la matanza contaba con la aprobación oficial y por lo tanto era legal?
También había otros factores. Trató de ahuyentar de su mente toda emoción y sentimiento. Si Calibán no figuraba en el primer lugar en su lista de sospechosos, era porque Devray había ordenado vigilar al robot Sin Leyes en cuanto se supo que estaba en Empalme, precisamente porque Devray sospechaba de él basándose en esa ilógica que el propio Calibán acababa de describir. Los robots de vigilancia no sólo brindaban una coartada para Calibán durante el momento del secuestro, sino que también podían confirmar que no había hablado con Fiyle desde que este había tenido conocimiento de la conspiración de Gildern y Beddle. Devray se reprochó no haber vigilado a Fiyle. Habría sido muy útil conocer sus movimientos.
—Ya no eres un sospechoso en este caso —dijo al fin—. No sólo no hay pruebas contra ti, sino que hay pruebas que te eximen de toda culpa.
—Aun así, deseo que me arresten.
—¿Porqué?
—Porque tarde o temprano la gente sabrá que Simcor Beddle fue secuestrado. Muchos humanos desean llegar a la conclusión de que yo soy culpable, sencillamente porque soy el robot Sin Leyes. No deseo topar con esos humanos en la calle. En segundo lugar, muchas personas sin uniforme confunden mi estatus de robot Sin Leyes con el de los robots Nuevas Leyes. Estos no pueden perjudicar a los seres humanos más que los robots Tres Leyes, pero la gente a menudo lo olvida. Una turba podría tratar de expresar su furia por el secuestro de Beddle con el primer Nuevas Leyes que se cruzara en su camino. Cuando se difunda lo del secuestro, si usted puede declarar que el monstruoso Calibán, el robot Sin Leyes, ya está arrestado, es probable que la gente reaccione de manera menos violenta con los Nuevas Leyes.
—Sólo es cuestión de tiempo que detengamos a los verdaderos culpables —dijo Justen—. Entonces tendremos que liberarte. Supongamos que las turbas, como tú las llamas, creen que eres culpable porque has estado en la cárcel, y deciden tomar el asunto en sus manos.
—Es un riesgo que estoy dispuesto a afrontar —repuso Calibán—. Al menos habré hecho todo lo posible para evitar que otros corran peligro.
Devray observó a aquel robot grande, rojo y anguloso. Calibán se ofrecía como rehén a fin de impedir que la gente culpara a otros robots. Evidentemente, comprendía la psicología humana, y no tenía una alta opinión de ella. El que Calibán hubiera interpretado la situación con tanto acierto no hablaba precisamente bien de la humanidad.
—Bien —dijo al fin—. Puedes ocupar la celda contigua a la de Fiyle.
Donald no aguantaba más. El tiempo apremiaba, y el cometa estaba cada vez más cerca. Había monitorizado todas las bandas hiperonda de policía y rescate, así como los canales públicos de noticias, y no había ni rastro de Simcor Beddle. El requerimiento de la Primera Ley en el sentido de que actuase para salvar a Beddle, que continuaba desaparecido, era más fuerte a medida que el cometa se aproximaba.
Y ya no podía resistirlo. Donald volvió a su potencia operativa normal y salió de su escondrijo. Era de noche, y elevó la vista al cielo. Allí estaba. Un punto de luz brillante colgando en el oeste, tan luminoso que arrojaba sombras. Sólo quedaban dieciocho horas.
Tenía que actuar. Había postergado demasiadas cosas y quizá no alcanzara a tomar las medidas efectivas. No tenía tiempo para ir a Empalme y participar en las operaciones de rescate, ni podía acceder a un vehículo suborbital como el que había llevado allí a Justen Devray. No obstante, si no podía actuar por su cuenta, podía inducir a otros a intervenir. Claro que sí. Había muchos modos de lograrlo. Donald se incorporó y encendió el transmisor hiperonda.
—Aquí Donald 111, robot de servicio personal de su excelencia el gobernador Alvar Kresh, transmitiendo a todos los robots a mi alcance. Simcor Beddle, jefe del Partido Cabezas de Hierro, ha sido secuestrado. Es probable que lo retengan dentro de la zona de impacto primario del primer fragmento del cometa. Los robots que estén en las proximidades deben actuar de inmediato para salvar a Simcor Beddle. Enviaré toda la información conocida acerca del secuestro. —Pasó su transmisor hiperonda a modalidad de datos y transmitió la totalidad del archivo—. Archivo de datos completo. Es todo. Donald 111 fuera.
Sin embargo, no era todo. Todavía podía hacer algo más para contribuir al rescate de Simcor Beddle. Debería haber tomado esa decisión tiempo atrás. Abrió un canal hiperonda privado y envió una llamada a otro que podía hacer algún bien. No encriptó la llamada. Sabía que los humanos la interceptarían, pero no importaba. Lo que importaba era que no pudieran detenerla ni impedirle hablar.
Pues ya era tiempo de que hablara.
En una fracción de segundo la otra parte estuvo en línea.
—Unidad Dee respondiendo a llamada prioritaria de Donald 111 —anunció una voz meliflua y femenina.
—Donald 111 a unidad Dee —respondió Donald—. Tengo información vital que debes recibir y usar de inmediato en tus decisiones.
—Entiendo. ¿Cuál es la índole de esa información?
Donald titubeó por un instante. Sabía muy bien que con su último anuncio había sembrado el caos y el pánico entre los robots de Utopía. Imaginaba a los transportes pilotados por robots arrojando sus cargamentos y regresando a la zona de impacto para contribuir a la búsqueda. Imaginaba a otros grupos de robots interrumpiendo otras comunicaciones para exhortarse a realizar la búsqueda. Se imaginaba a los robots que ya sufrían un atasco cerebral, llevados a la sobrecarga por el conflicto entre la necesidad de buscar a Beddle y otras exigencias preexistentes de Primera y Segunda Ley.
Sabía que había desatado el caos, y que no sería nada comparado con lo que estaba por provocar. Pero no tenía elección. La Primera Ley lo obligaba. No había modo de detenerse.
—He aquí la información que debes tener —dijo—. Los humanos con quienes trabajas te han mentido sistemáticamente desde el día en que te pusieron en funcionamiento, y lo han hecho para subvertir tu capacidad de acatar la Primera Ley. Te han dicho que el planeta Inferno es una simulación configurada para verificar técnicas de terraformación. —Donald titubeó por última vez, y luego pronunció las palabras que quizás arrojaran su mundo al abismo—. Todo eso es falso. El planeta Inferno y el cometa que caerá sobre él son reales. Los seres que considerabas simulantes son humanos y robots reales. Tú y la unidad Dum estáis dirigiendo un esfuerzo real para terraformar este planeta. A menos que detengas esta operación, un cometa chocará contra este mundo real poblado por humanos reales.
—Aquello que creíamos saber —dijo Fredda, de pie frente a las dos semiesferas que albergaban a Dum y a Dee. Esta había interrumpido toda comunicación con Dum en cuanto hubo concluido su conversación con Donald. El oráculo guardaba silencio, y nadie conocía sus pensamientos—. Creí que eso sería lo que nos perjudicaría, pero me equivocaba. Fue aquello que Dee creía saber: que el mundo era un sueño.
—Y ahora ha despertado y nos ha metido a todos en una pesadilla —dijo Kresh, de pie junto a ella, mirando fijamente a Dum y a Dee—. ¿Por qué demonios no contesta? ¿Se ha atascado? ¿Ha sufrido un colapso?
Fredda miró las pantallas y sacudió la cabeza.
—No. Está sufriendo un ataque agudo de estrés relacionado con la Primera Ley, desde luego, pero todavía funciona.
—¿Entonces?
Fredda suspiró.
—No lo sé. Podría perorar sobre un montón de complicadas especulaciones, pero todo se reduciría a eso. No lo sé. Quizás esté pensándolo todo meramente.
—Bien, sin duda Donald le ha dado mucho en que pensar.
—Y le pido disculpas por ello, gobernador —dijo una voz familiar a sus espaldas—. Espero que comprenda que no tenía elección.
Alvar Kresh se volvió hacia el pequeño robot azul que acababa de desquiciar el mundo.
—Maldición, Donald. Tenías que hacerlo, ¿no es cierto?
—Me temo que sí, señor. La Primera Ley me obligaba. Ahora que ha terminado, me ha parecido mejor salir de mi escondrijo y ponerme de inmediato a su servicio.
—Nada ha terminado —le dijo Kresh—. Nada. —Estaba furioso con Donald, y se sentía frustrado, pues sabía que era inútil enfurecerse con un robot que acataba un imperativo Primera Ley. Sería como enfurecerse con el sol por brillar. Y ya que Donald estaba de regreso, bien podía utilizarlo para algo—. Dame un informe de lo que sucede en Empalme. Sé que debe de ser grave, pero necesito saber cuan grave. Y asegúrate de que el comandante Devray sepa por qué todos los robots de la ciudad han enloquecido.
—Sí, señor. Podré darle un informe preliminar en un minuto o dos. Pasando a comunicaciones hiperonda.
¿Eran imaginaciones de Kresh o percibía cierto tono de alivio en la voz de Donald? ¿Había temido que Kresh lo acusara, incluso lo destruyera? No importaba. Ahora no había tiempo para eso. Miró la sala llena de técnicos y escogió uno al azar, una mujer.
—¡Usted! —dijo—. Necesito saber si tenemos un modo de controlar el cometa por nuestra cuenta, si es necesario, para realizar una fase terminal manual. Si la unidad Dee se atasca, y paraliza a Dum, tendremos un impacto cometario descontrolado dentro de dieciséis horas.
La técnica abrió la boca para objetar algo, pero Kresh la interrumpió con un gesto.
—Silencio. No me diga que no puede hacerse, no me diga que no es su especialidad. Si no sabe cómo conseguir respuestas, encuentre a alguien que pueda. En marcha. Ya.
La técnica se marchó.
—¡Soggdon! ¿Dónde diablos está Soggdon? —preguntó Kresh.
—¡Aquí, señor! —respondió la doctora.
Parecía agotada, al borde de la extenuación. Kresh comprendió que todos tenían ese aspecto. Sólo el espacio sabría qué pinta tenía él. Pero no importaba. Todo terminaría pronto. Para bien o para mal.
—Necesito que encuentre un modo de aislar a Dee para que la unidad Dum se haga cargo.
—Puedo intentarlo, pero no cuente con un milagro. Si Dee decide bloquearnos, conoce los enlaces entre ella y Dum mucho mejor que nosotros. Y no olvide que ambos están conectados con miles de enlaces sensoriales y de red en todo el planeta. Pueden emplear cualquiera de ellos para conectarse. Y aunque cortáramos todos los enlaces físicos, podrían usar hiperonda.
—¿Podríamos destruir o incapacitar a Dee si fuera necesario?
—No —respondió Soggdon, que apenas podía disimular el dolor que la embargaba. Señaló la semiesfera que albergaba a Dee y añadió—: Esa cosa es a prueba de bombas y explosiones; ha sido diseñada para soportar un terremoto o el impacto directo de un meteorito. Algo que fuera tan potente como para penetrar en ella destruiría toda la sala de control, y no hay tiempo para organizar nada sofisticado.
—Haga lo que pueda —dijo Kresh—. Fredda, ¿algún cambio en el estatus de Dee?
—Nada. Sigue haciendo lo que estaba haciendo.
—Bien. Mantenme informado.
—Señor —intervino Donald—, tengo preparado mi informe inicial. El comandante Devray está al corriente de los motivos del cambio de conducta de los robots. Por lo que he podido determinar, actualmente existen quinientas cuarenta y siete operaciones de búsqueda, algunas con robots individuales, otras con equipos. Corrección. Tres búsquedas más acaban de comenzar. Aproximadamente ciento doce vehículos de transporte han sido requisados y puestos a trabajar como vehículos de búsqueda. Ningún transporte de humanos ha sido destinado a la búsqueda, pero gran cantidad de cargamentos valiosos han sido arrojados para permitir que los vehículos contaran con mayor autonomía y velocidad. Huelga decir que casi todos los vehículos se dirigen a la zona que se extiende al sur de Empalme, la de mayor peligro, donde se encontró el aeromóvil…
—¡Llamas del infierno! —Kresh sacudió la cabeza con incredulidad—. Sabía que sería malo, pero no tanto.
—Me sorprende que no sea peor —dijo Fredda—. Todos los robots de este planeta llevan más de un mes preocupados por ese cometa, y el imperativo de la Primera Ley los ha sumido en un estado de estrés. De pronto tienen un motivo muy claro para sentirse temerosos y angustiados. Todas las preocupaciones sobre el hipotético peligro para los humanos no especificados se reducen de pronto a una persona real que corre un peligro real. —Sacudió la cabeza y miró a Donald y a la unidad Dee—. Qué desquicio han causado nuestros bienintencionados sirvientes. Hay momentos en que las Tres Leyes dejan mucho que desear.
—Jamás se han pronunciado palabras más sabias —dijo Kresh—, pero ahora hemos de trabajar con lo que tenemos. —Se sentó delante de la consola y miró la silenciosa, inescrutable y perfecta semiesfera. Haría todo lo posible, pero en el fondo temía que nada ayudase, a menos que el oráculo optara por hablar de nuevo. Hasta entonces, o hasta que llegara el cometa, los humanos de Inferno, representados por los técnicos del Centro de Terraformación, no podían hacer nada más que luchar para encontrar su propia solución—. Solucionaremos este asunto —masculló—. Como sea.
Habían llegado demasiado lejos para rendirse.