Davlo Lentrall abrió los ojos y se incorporó en la cama. En un segundo había pasado de estar como un tronco a estar despierto y alerta. Lo sabía, al fin lo sabía, pero tendría que obrar con mucho cuidado, o de lo contrario todo se perdería, todo habría terminado. Pensó una vez más en todas las consecuencias lógicas. Habría una sola oportunidad de hacerlo, y era evidente que las probabilidades estaban en contra. Tendría que ir con cuidado y actuar con la mayor normalidad posible. Sabía que no debía dar a su presa ningún motivo de sospecha.
Bien, si quería actuar con normalidad no había mejor hora que esa para empezar. Pulsó el botón de su mesilla y Kaelor entró al cabo de un instante.
—Buenos días —lo saludó el robot—. Espero que haya dormido bien, señor.
—Magníficamente —dijo Davlo con lo que esperaba fuera un tono displicente—. Después de todo lo que me ocurrió ayer, sin duda lo necesitaba.
—Sucedieron un par de cosas, en efecto. —Kaelor se mostraba tan sarcástico como siempre.
—Tampoco fue un día fácil para ti —dijo Davlo—, y no te he agradecido lo que hiciste.
—No pude evitarlo, señor, como usted bien sabe.
—Sí, pero aun así quiero que sepas que te lo agradezco. —Davlo se levantó y se puso la bata y las pantuflas que Kaelor había sacado del armario. Bostezó y salió del dormitorio. Kaelor lo siguió y cerró la puerta.
Davlo pensaba que convenía tomar el desayuno en un entorno tranquilizador, de modo que a diferencia de lo que solía hacer la mayoría de los infernales, no se bañaba ni vestía antes de desayunar, sino que lo hacía en pijama y bata. Por el mismo motivo la sala donde desayunaba era espaciosa y aireada, y tenía dos amplias ventanas que daban al jardín, delante de las cuales estaba ubicada la mesa. En el cuidado jardín había dos robots podando los arbustos y un tercero de rodillas junto a un arriate, al parecer examinando las raíces de unas plantas. En general Davlo disfrutaba mirando trabajar a los robots jardineros y dando de vez en cuando alguna indicación, pero ahora no podía prestar atención a esa clase de cosas.
Recordó entonces que era sumamente importante que se comportase con normalidad, así que se sentó a la mesa en su silla habitual, frente a la ventana, y miró atentamente a los robots podar los setos.
—Cerciórate de que verifiquen si la tormenta ha causado daños —le indicó a Kaelor—. Esa lluvia de anoche fue tremenda.
—En efecto —repuso el robot mientras dejaba la bandeja y le servía el desayuno—. Ya les he ordenado que se encarguen de ello.
—Muy bien —dijo Davlo, y bostezó—. Todavía tengo sueño. Tal vez necesite otra taza de té para despabilarme por completo.
¿De veras podría simular ante el robot que le había salvado la vida? Acudieron a su memoria los hechos del día anterior y el modo en que se había derrumbado ante el peligro. Sacudió la cabeza. No. Esta vez mostraría al mundo que era capaz de actuar con decisión. Estaba a punto de felicitarse por su recobrado valor cuando recordó que atacar a un robot Tres Leyes no implicaba excesivos riesgos.
—Traeré el té de inmediato, señor —dijo Kaelor—, si así lo desea.
—Aguarda un poco —le pidió Davlo. ¿Era su imaginación, o Kaelor estaba más alerta y solícito que de costumbre? En cualquier otro robot, su conducta de esa mañana habría rayado en la rudeza, pero Kaelor era todo amabilidad y condescendencia.
—Muy bien —dijo Kaelor con un tono de voz que decía a las claras lo que pensaba de la indecisión de su amo. Extrañamente, eso hizo que Davlo se sintiera mejor. Al fin y al cabo, Kaelor era normalmente brusco. ¿O sólo «aparentaba» normalidad, al igual que él? Davlo no se atrevió a preguntar. Sería mejor esperar el momento adecuado. Comenzó a dar cuenta de su desayuno, intentando disfrutar de la comida como siempre hacía.
Su oportunidad se presentó cuando Kaelor estaba llevándose los últimos platos. Davlo apartó la silla de la mesa y, luchando entre la necesidad de estar alerta y la necesidad de aparentar calma, a punto estuvo de desaprovechar la ocasión; pero cuando el robot tendió la mano para coger el último vaso, tuvo que dar la espalda a su amo mientras este se levantaba.
Era el momento ideal, y Davlo actuó con gran rapidez. Abrió el compartimiento de la espalda de Kaelor dejando al descubierto el interruptor principal. Kaelor ya se volvía para alejarse cuando Davlo pulsó el interruptor.
Privado de energía, Kaelor soltó los platos y cayó sobre la mesa con tanta fuerza que la partió en dos. Davlo retrocedió un par de pasos, odiándose por lo que acababa de hacerle al robot que el día anterior le había salvado la vida, pero era absolutamente necesario. No se sentía en absoluto un héroe.
Dio la espalda al robot caído y la mesa destrozada y fue al centro de comunicaciones. Al menos tenía una posibilidad de acceder al conocimiento que necesitaba, el conocimiento que podía salvar Inferno, y tal vez lo hubiera conseguido con el simple acto de desconectar un robot. Era una idea que merecía una reflexión, pero ahora no había tiempo para eso. Tenía que llamar a Fredda Leving. Si alguien podía extraer la información de Kaelor, era ella.
Fredda Leving observó a sus cuatro robots de servicio instalar el bastidor de mantenimiento portátil en medio de la sala de Davlo Lentrall. Una vez que lo hubieron hecho, alzaron el rígido cuerpo de Kaelor y lo aseguraron con cepos de bastidor. Este se hallaba sujeto a la base por tres soportes rotatorios, de modo que el bastidor girara en todas las direcciones. Así, un robot amarrado al bastidor podía ser colocado en cualquier posición que resultara conveniente para el experto en robótica que hacía el trabajo. Cuando los robots de servicio terminaron de sujetar a Kaelor, Fredda puso manos a la obra. No tenía grandes esperanzas de éxito, pero había muchas cosas en juego y al menos tenía que intentarlo.
Hizo girar el cuerpo de Kaelor hasta ponerlo de bruces, con los ojos apagados fijos en el suelo. Encontró el puerto de diagnóstico de Kaelor en la base del cuello e insertó su contador. Pasó de una configuración a la otra, mirando la pantalla del contador.
—Aquí no hay nada extraño —dijo—. Los diagnósticos estándar muestran que sus circuitos básicos funcionan con normalidad, pero eso lo sabíamos.
—¿Se puede explorar el sistema de memoria a través de ese puerto? —preguntó Davlo, acercándose más de lo que Fredda habría deseado. Estaba nervioso, pálido y agitado, y no paraba de restregarse las manos.
—Me temo que no —respondió Fredda, tratando de adoptar una actitud distante y profesional—. No es tan fácil. Esto sólo me muestra el estado de los sistemas básicos. Aunque está desconectado, aún hay muchos circuitos con carga, piezas que necesitan energía para conservar la integridad del sistema. Por el momento sólo he comprobado que no ha sufrido un cortocircuito y que sus trayectorias básicas son estables, lo cual significa que no ha resultado dañado. —«Claro que siempre podemos dañarlo adrede», pensó. El estado en que se encontraba Lentrall le aconsejaba que no lo expresase en voz alta.
Fredda dejó el contador insertado y lo colgó de un gancho que había al costado del bastidor. Se aproximó un poco más, corrigió la posición de la mesa, destrabó los cepos que sostenían la cabeza de Kaelor y alzó lentamente la placa de la nuca. Echó un vistazo a los circuitos y meneó la cabeza.
—Me lo temía —susurró—. He visto antes esta configuración. —Señaló una esfera lisa y negra de doce centímetros de diámetro—. El cerebro positrónico se encuentra en ese contenedor sellado. El único enlace entre el cerebro y el mundo externo es ese cable blindado que sale de la base, donde estaría la columna vertebral de un humano. Dentro de ese cable hay otros cinco mil microcables, y cada uno de ellos tiene el diámetro de un cabello humano. Debería adivinar con cuál de esos dos conectarme y acertar en el primer intento, pues de lo contrario le freiría el cerebro, literalmente. Causaría un cortocircuito, y sólo el espacio sabe cuánto nos llevaría encontrar los enlaces. Tal vez una semana. El contenedor donde se encuentra el cerebro está diseñado para ser totalmente inaccesible.
—Pero ¿por qué? —preguntó Davlo Lentrall.
Fredda sonrió lánguidamente.
—Para proteger la información confidencial que posee. Para impedir que la gente haga precisamente lo que intentamos hacer… obtener información que él jamás revelaría.
—¡Maldición! Pensé que podríamos acceder a su sistema de memoria y extraer lo que necesitábamos.
—Con algunos robots sería posible, aunque llevaría mucho tiempo —explicó Fredda mientras colocaba la tapa en la cabeza de Kaelor—. Con este modelo, no.
—Entonces no podemos hacer nada. Es decir, en el nivel electrónico y de archivos de memoria… —Lentrall hablaba con rostro tenso e inexpresivo, eludiendo la mirada de Fredda y sin mirar tampoco a Kaelor. Era el vivo retrato de un hombre que ya había decidido que tenía que hacer algo de lo cual no se enorgullecería. Y el vivo retrato de un hombre que no tardaría mucho en quebrarse.
—No mucho —concedió Fredda.
—En ese caso tendremos que hablar con él…, y sabemos que él no quiere hablar.
Fredda deseaba tener un motivo para disentir, pero sabía que no existía. Kaelor ya habría hablado si hubiera querido.
—No, no quiere —dijo. Hizo una pausa y añadió—: Puedo hacer dos cosas. Ante todo, desactivar su función motriz principal, para que sólo pueda mover la cabeza y los ojos y hablar, además de reducir su seudovelocidad de reloj.
—¿Por qué desactivar su función motriz principal?
«Para que no se arranque la cabeza ni se aplaste el cerebro con tal de impedir que sepamos lo que quiere mantener en secreto», pensó Fredda, pero prefirió no decirlo. Afortunadamente, no tardó mucho en pensar en otra cosa.
—Para impedir que se suelte y escape —contestó—. Tal vez prefiera huir antes que hablar con nosotros.
Davlo asintió con excesivo énfasis, como si no la creyese pero quisiera creerla.
—¿Qué ocurre con la velocidad de reloj? —preguntó.
—Reducirá su tiempo de reacción y hará que piense más lentamente. No obstante, aun en su velocidad mínima su cerebro funciona más rápidamente que el nuestro. Todavía tendrá ventaja sobre nosotros.
Davlo asintió con la cabeza.
—Hágalo. Y hablemos con él.
—De acuerdo —dijo Fredda, tratando de mostrarse eficiente.
Empleó el contador para enviar las órdenes indicadas por el sistema de diagnóstico de Kaelor, y volvió a colgarlo del gancho. Hizo girar el bastidor hasta que Kaelor quedó suspendido en posición vertical, con los ojos a medio metro del suelo. Kaelor, inmóvil, miraba al frente sin ver. El contador aún colgaba de su cuello y la pantalla mostraba el parpadeo de las cifras rojas de diagnóstico.
Al ver a Kaelor amarrado de ese modo, Fredda recordó un antiguo dibujo que representaba un potro de tormento, donde la víctima estaba sujeta en esa misma posición. «Así es como funciona —pensó—. Los amarras, los maltratas y tratas de sacarles información antes de que mueran». Era una descripción sucinta del oficio de torturador. Nunca había pensado que también se podía aplicar a un experto de robótica.
—Apuesto a que esto no te gusta más que a mí —dijo mirando al robot. No sabía si le hablaba a Kaelor o a Davlo.
Davlo miró a Kaelor y no pudo quitarle los ojos de encima.
—Ayer él me ocultó detrás de un banco y protegió mi cuerpo con el suyo. Arriesgó su vida por mí. Él mismo me recordó que las Tres Leyes lo obligaron a hacerlo, pero eso no importa. Arriesgó su vida por mí, y ahora pondremos la suya en peligro. —Hizo una pausa y, de modo más directo, agregó—: Quizás estemos por matarlo, y ello debido a que quiere protegernos… quiere protegernos a todos… de mí.
Fredda miró a Davlo y luego a Kaelor.
—Creo que será mejor que sea yo quien le hable —dijo.
Por un instante creyó que él iba a protestar, a argumentar que un hombre debía hacer esa clase de trabajo personalmente. En cambio, Lentrall se encogió de hombros y suspiró.
—Usted es la experta —musitó, contemplando los ojos muertos de Kaelor—, y sabe robopsicología.
«Y en ocasiones lamento no saber más sobre la psicología humana», pensó Fredda mirando a Lentrall de soslayo.
—Antes de empezar —dijo—, hay algo que usted debe entender. Sé que usted ordenó que hicieran a Kaelor según sus especificaciones. Usted quería un robot con la Primera Ley restringida, ¿verdad?
—Verdad —respondió Lentrall, evasivo.
—Bien, pues no lo consiguió, al menos no en el sentido en que creía, y por eso es por lo que hemos caído en esta trampa. Kaelor fue diseñado para distinguir entre peligros hipotéticos o teóricos y peligros reales. Aunque la mayor parte de los robots de función elevada que se fabrican en Inferno son capaces de distinguir entre peligros reales e hipotéticos para los humanos, escogen no hacerlo. En cierto sentido, se dejan llevar por su imaginación, temen que la hipótesis se haga realidad, se preocupan por lo que sucedería en ese caso y le hacen frente como si fuera real, para cumplir con la Primera Ley. Kaelor fue creado sin mucha imaginación, o lo que se considera imaginación en un robot. No es capaz de dar el salto, de preguntar qué sucedería si lo hipotético se hiciera realidad.
—Entiendo todo eso —rezongó Davlo.
—Pero creo que no entiende la parte siguiente —dijo Fredda con más frialdad de la que sentía—. Cuando lo hipotético o imaginario se vuelve real, un robot como Kaelor comprende que ha trabajado en un proyecto que es real y que plantea peligros reales para personas reales. El impacto es enorme. Lo compararía con lo que usted sentiría si descubriera, mucho después del hecho, que causó inadvertidamente la muerte de un pariente cercano. Imagínese cuánto lo afectaría y tendrá una idea de lo que sintió Kaelor.
Davlo frunció el entrecejo y asintió.
—Comprendo. Supongo que eso induciría a un imperativo de Primera Ley realzado.
—Exacto. Sospecho que cuando usted lo desconectó, Kaelor se hallaba en un estado mental de hipersensibilidad a la Primera Ley que lo volvía excesivamente atento a cualquier peligro posible para los humanos. El súbito conocimiento de que había infringido inadvertidamente la Primera Ley sólo empeoró las cosas. Una vez que conectemos a Kaelor, regresará de inmediato a ese estado.
—Es decir, que estará paranoico —musitó Davlo.
—No es para tanto —repuso Fredda—. Será muy cauto, y nosotros también deberíamos serlo. Aunque su cuerpo esté inmovilizado, eso no significa que no sea capaz de actuar precipitadamente. —Davlo asintió con expresión sombría.
—Me lo temía.
—Entonces ¿está preparado?
Davlo no respondió de inmediato. Dejó de mirar a Kaelor y comenzó a caminar por la estancia, frotándose la nuca. Al fin se detuvo y, fijando la vista en un rincón lejano, dijo:
—Sí.
—Muy bien. —Sacó una grabadora de audio de la bolsa de herramientas, la encendió y la puso en el suelo frente a Kaelor. Si obtenían lo que necesitaban, quería estar segura de registrarlo.
Se dirigió hacia la parte trasera del bastidor, abrió el panel de acceso y activó a Kaelor. Volvió al frente del bastidor y se detuvo a un metro y medio de distancia.
Los ojos de Kaelor relucieron por un instante antes de recobrar todo su brillo. El robot movió la cabeza, mirando alrededor. Observó sus brazos y sus piernas, como confirmando lo que ya sabía: que su cuerpo estaba inmovilizado. Luego miró a Lentrall.
—Al parecer ha logrado deducirlo —dijo—. Esperaba que no lo hiciera.
—Lo lamento, Kaelor, pero yo…
—Doctor Lentrall, por favor; déjelo por mi cuenta —lo interrumpió Fredda con tono áspero y profesional. Para que aquello funcionase debía comportarse de manera impersonal y desapasionada. Se volvió hacia Kaelor amarrado al bastidor, aunque lo mejor sería llamarlo por su nombre: el potro. Kaelor colgaba de allí, inmovilizado, como un insecto en una caja de coleccionista. Su voz y su rostro eran inexpresivos, y presentaba una expresión solemne e incluso un poco triste. No había señales de miedo. Al parecer Kaelor era poco imaginativo o muy valiente.
Fredda sintió un mareo, pero procuró disimularlo. Se dijo que proyectaba atributos humanos en Kaelor, atribuyéndole características y emociones que no poseía. No había diferencia entre tenerlo en ese bastidor y enganchar un aeromóvil averiado a la grúa hidráulica de un taller de reparaciones. Se dijo todo eso y más, pero no creía una palabra. Miró fijamente a Kaelor, no sin esfuerzo, y le preguntó:
—¿Sabes quién soy?
—Sí, desde luego. Usted es la doctora Fredda Leving, la experta en robótica.
—Correcto. Bien, voy a darte una orden. Debes responder a todas mis preguntas, y lo más brevemente posible. No me des ninguna información que no te pida, ni ofrezcas dato alguno. Sólo examina cada pregunta en sí misma. Las preguntas no estarán relacionadas entre sí. ¿Comprendes?
—Comprendo.
—Bien.
Fredda esperaba plantear sus preguntas de modo tal que ninguna de ellas supusiera una infracción de la Primera Ley. Desde luego, había mentido en lo que se refería a que las preguntas no estarían relacionadas entre sí, pero ¿sería lo bastante convincente como para que Kaelor sobreviviese a la experiencia? No se atrevía a formular sin rodeos la única pregunta cuya respuesta les interesaba, por miedo a que resultase catastrófico. Sólo podía confiar en que Kaelor estuviera dispuesto a darle algunas piezas del rompecabezas.
El problema era que Kaelor debía de saber esto tanto como ella. ¿Hasta dónde podría llegar antes de que el imperativo Primera Ley entrara en conflicto con la Segunda Ley, que lo compelía a obedecer órdenes?
Había una última cosa que ella podía hacer para ayudar a Kaelor. Fredda no esperaba que el requerimiento de la Tercera Ley relacionado con la autopreservación la ayudara a apoyar a Kaelor, pero podía hacer todo lo posible para reforzarlo.
—También es vital que recuerdes que eres importante. El doctor Lentrall te necesita, y desea que continúes a su servicio. ¿No es verdad, doctor?
Lentrall, que permanecía con la vista baja, miró a Fredda y luego a Kaelor.
—Le agradezco sus palabras —dijo Kaelor dirigiéndose a Fredda—. Estoy preparado para las preguntas.
—Bien. —Fredda pensaba que sería una gran ayuda para Kaelor si formulaba las preguntas sin orden aparente e intercalaba algunas que no guardasen relación en el tema que trataban—. Trabajas para el doctor Lentrall, ¿verdad?
—Sí —respondió Kaelor.
—¿Cuánto hace que estás a su servicio?
—Un año y cuarenta y dos días estándar.
—¿Cuales son las especificaciones de tu placa de memoria?
—Una capacidad de cien años estándar imborrables, recuerdo total de todo lo que he visto, oído y aprendido.
—¿Disfrutas de tu trabajo?
—En general, no.
Aquella era una respuesta insólita en un robot. Cuando se le presentaba la ocasión los robots solían cantar loas a las alegrías que le brindaba su labor.
—¿Por qué no disfrutas de tu trabajo?
—El doctor Lentrall es grosero y rudo. A menudo me pide mi opinión y luego la rechaza. Por otra parte, en los últimos días gran parte de mi trabajo ha estado relacionado con la simulación de acontecimientos que pondrían en peligro a los humanos.
Fredda decidió que era un error haber insistido en ese asunto. Tendría que reforzar su conocimiento de la falta de peligro y cambiar de tema antes de que Kaelor fuera presa de pensamientos sombríos. Afortunadamente, Fredda había reducido la velocidad de su reloj.
—Las simulaciones no suponen peligro real para los humanos —dijo—. Son imaginarias y no se relacionan con acontecimientos reales. ¿Por qué ayer obligaste al doctor Lentrall a ocultarse detrás de un banco?
—Me comunicaron por hiperonda que él corría peligro. La Primera Ley me exigía protegerlo, y eso hice.
—Y lo hiciste bien. —Fredda trataba de confirmarle que sus imperativos Primera Ley operaban de la manera correcta. En una situación real, no simulada, Kaelor había actuado correctamente.
—¿Cuál es, sucintamente, el estado de tus diversos sistemas?
—Mi cerebro positrónico está funcionando dentro de los parámetros nominales, aunque cerca del límite aceptable en lo concerniente a un conflicto entre la Primera Ley y la Segunda. Todos los sensores visuales y auditivos, así como los sistemas de comunicaciones, funcionan de acuerdo con las especificaciones. Todos los sistemas de proceso y memoria funcionan según las especificaciones. Tengo insertado un contador robótico 2312 de los laboratorios Leving que realiza diagnósticos de base constantes. Los movimientos y sensaciones por debajo de mi cuello, junto con toda la comunicación hiperonda, han sido interrumpidos por el contador, y estoy incapacitado para toda acción a excepción del habla, la vista, el pensamiento y el movimiento de la cabeza.
—Al margen de las funciones desactivadas por el contador, las desactivaciones deliberadas y los exámenes normales de mantenimiento, ¿siempre has operado según las especificaciones?
—Sí —respondió Kaelor—. Lo recuerdo todo.
Fredda contuvo el impulso de maldecir en voz alta y procuró conservar su actitud profesional. Él había violado la orden de no dar información, y la había ofrecido en relación con el único aspecto que les interesaba. Sólo un imperativo Primera Ley podía haber causado semejante cosa. Kaelor sabía perfectamente lo que buscaban, y les decía que lo tenía, dentro de las restricciones que ella le había incorporado, lo cual significaba que no permitiría que lo obtuviesen. Habían perdido.
Fredda decidió abandonar su cautela e ir directamente al grano.
—¿Recuerdas las simulaciones que el doctor Lentrall ejecutó, y los datos en que se basaban?
—Sí —repitió Kaelor—. Lo recuerdo todo.
Fredda pensó en una serie de preguntas que no se atrevía a formular, así como en las respuestas que no se atrevía a oír por parte de Kaelor. Como un ajedrecista que pudiera ver el jaque mate con ocho jugadas de antelación, sabía cómo serían las preguntas y las respuestas, casi palabra por palabra.
P: Si lo recuerdas todo, si recuerdas las cifras y los datos que viste en relación con tu trabajo con el doctor Lentrall, ¿por qué no actuaste para reemplazar la mayor cantidad de datos posible anoche, cuando el doctor Lentrall descubrió que sus archivos habían desaparecido? Su trabajo y su carrera resultarían muy perjudicados si esos datos se perdieran para siempre.
R: Porque así le recordaría al doctor Lentrall que presencié todas sus simulaciones de la operación del cometa Grieg y que, por lo tanto, recordaba los datos relacionados con la posición del cometa. Yo no podía brindar esa información, pues si lo hiciese permitiría la intercepción y el desvío del cometa, poniendo en peligro a muchos seres humanos. Eso compensaba el posible perjuicio para la carrera de un hombre.
P: Pero el impacto del cometa mejoraría el medio ambiente del planeta, con lo que muchos humanos se beneficiarían en el futuro ya que vivirían más y mejor. ¿Por qué no actuaste para beneficiar a esas generaciones futuras?
R: No lo hice por dos razones. En primer lugar, fui específicamente diseñado con una capacidad reducida para juzgar las consecuencias Tres Leyes de circunstancias hipotéticas. Soy incapaz de tener en cuenta el bienestar futuro e hipotético de seres humanos que en su mayoría aún no existen. En segundo lugar, la segunda cláusula de la Primera Ley sólo me exige evitar que los humanos sufran daños, no que realice actos tendentes a beneficiar a los humanos, aunque puedo hacerlo si lo deseo. Sólo estoy obligado a impedir que esos daños se produzcan. La acción impuesta por la Primera Ley tiene precedencia sobre cualquier impulso de acción voluntaria.
P: Sin embargo, a menos que modifiquemos el clima muchos humanos que hoy viven quizá mueran jóvenes y de modo muy desagradable. Al impedir el impacto del cometa, existe una elevada probabilidad de que estés condenando a esas personas reales a una muerte prematura. ¿Dónde está el cometa? Te ordeno que me reveles sus coordenadas, su masa y su trayectoria.
R: No puedo decirlo. Debo decirlo. No puedo decirlo…
Y así sucesivamente, hasta la muerte, si hubiera proseguido. O bien el conflicto generalizado entre las compulsiones de las leyes Primera y Segunda le habrían abrasado el cerebro, o bien habría invocado la segunda cláusula de la Primera Ley.
En cualquier caso, él no podía, mediante la inacción, permitir que los seres humanos sufrieran daño alguno.
El que permaneciese vivo, con esa información imborrable en el cerebro, lo convertía en un peligro para los humanos. Mientras siguiese con vida existía, teóricamente al menos, un modo de franquear las barreras de su configuración cerebral. Fredda no podía hacerlo allí, pero en su laboratorio, con todo su equipo y quizá con una semana de tiempo, tal vez pudiera burlar las salvaguardas y extraer todo lo que él sabía.
Kaelor lo sabía, o al menos estaba obligado a suponerlo. Para impedir que los humanos resultaran dañados, Kaelor tendría que ejercer su voluntad a fin de que su cerebro se desorganizara, se disociara y perdiese sus sendas positrónicas.
Tendría que ejercer su voluntad para morir.
Esas preguntas lo matarían, o bien por un abrasamiento provocado por un conflicto entre leyes o bien por suicidio, y estaba peligrosamente cerca de ambas muertes. Quizás hubiese llegado el momento de aliviar un poco la presión. Fredda podía reducir al menos parte de la tensión producida por la Segunda Ley.
—Te libero de la prohibición de ofrecer información y opiniones. Puedes decir lo que desees.
—Pasé toda la noche usando mi enlace hiperonda para conectarme con la red de datos y reconstruir los archivos de trabajo del doctor Lentrall. Empleé mi memoria de diversas operaciones e interfaces con ordenadores para restaurar cuanto fuera posible sin contravenir las Tres Leyes. Creo que logré restaurar un sesenta por ciento de los resultados y quizás un veinte por ciento de los datos en bruto.
—Gracias —dijo Lentrall—. Eso ha sido muy generoso por tu parte.
—Era mi deber, doctor Lentrall. La Primera Ley me impedía abstenerme de un acto que podía impedir que un humano sufriese un perjuicio.
—De un modo u otro lo has hecho, y te lo agradezco —repitió Lentrall.
Se produjo un breve silencio. Kaelor los miró a ambos y dijo:
—Estos juegos no son necesarios. Yo sé… lo que ustedes quieren, y us… tedes s… sab… ben que yo s… sé.
Lentrall y Fredda se miraron. Lentrall sabía tan bien como ella que Kaelor tartamudeaba a causa de un conflicto relacionado con la Primera Ley.
El robot se enfrentaba a un dilema moral que pocos humanos habrían conseguido resolver: cómo decidir entre el probable daño e incluso la muerte de una cantidad desconocida de personas, y las desgracias provocadas por el colapso del clima planetario. «Y es mi esposo quien debe decidir —se dijo Fredda con un aguijonazo de dolor—. Si tenemos éxito en esto, le presentaré esa opción pesadillesca». Dejó de lado esos pensamientos. Tenía que concentrarse en Kaelor y el precioso conocimiento oculto dentro de él. Fredda perdía las esperanzas a medida que los conflictos se acumulaban en la mente del torturado robot.
—Lo sabemos —dijo al fin, admitiendo su derrota—, y lo entendemos. Sabemos que no puedes responder, y no preguntaremos. —Era inútil seguir adelante. Resultaba inconcebible que Kaelor estuviera dispuesto a hablar o que sobreviviera el tiempo suficiente para ello si lo intentaba.
Lentrall miró a Fredda, sorprendido y aliviado a la vez.
—Sí —dijo—. No preguntaremos. Comprendemos que sería inútil intentarlo. Creía que la doctora Leving tendría alguna técnica que nos permitiese conocer la verdad sin destruirte, pero veo que me equivocaba. No te pediremos esto ni procuraremos sacarte ese conocimiento de otras maneras. Lo prometemos.
—Sí, lo prometemos —confirmó Fredda.
—Los hu… humanos mi… mienten —dijo Kaelor.
—No estamos mintiendo —le aseguró Fredda con ansiedad—. No ganaríamos nada con preguntarte, así que no hay motivo para preguntar.
—Esa prom… mesa no… no se aplica a otros hu… humanos.
—Mantendremos en secreto el hecho de que tú sabes —afirmó Lentrall, al borde de la histeria—. ¡Kaelor, por favor, cálmate!
—Yo tra… té de gu… guardar el secreto —dijo Kaelor—, pero usted… com… prendió que yo había visto lo que vi… y que podía re… recordar. —Hizo una pausa, como para recobrar fuerzas—. Otros… podrían hacer… lo mi… mismo. No puedo co… correr ese riesgo.
—¡Por favor! —exclamó Davlo—. ¡No!
—Perm… manecer con vida re… presenta una in… nacción —dijo Kaelor alzando la voz, tras tomar una decisión—. Debo actuar para impedir que los humanos resulten perjudicados. —Sus ojos relucieron. Miró a Davlo y a Fredda como si lo hiciese por última vez, y luego desvió la vista hacia la pared, vacía ya, perdida en el infinito. Se oyó un zumbido grave, se percibió el olor de material aislante quemado, y la luz de aquellos ojos se apagó. La cabeza cayó hacia adelante y una columna de humo brotó de la base del cuello.
Fredda y Davlo miraron en silencio aquella cosa muerta que colgaba del bastidor.
—Por todos los dioses olvidados —susurró Fredda—. ¿Qué hemos hecho?
—Usted no hizo nada, doctora —murmuró Davlo, conteniendo un sollozo—, sólo ayudarme a hacer lo que yo habría hecho; pero yo… le diré lo que he hecho. —Avanzó un paso y miró los ojos de Kaelor—. Acabo de matar lo más parecido a un amigo que he tenido nunca.