10

La doctora Leschar Soggdon abrió la boca y la cerró, luego volvió a abrirla y la dejó así por un instante antes de animarse a hablar.

—Usted… usted es el gobernador Kresh —balbuceó al fin.

—Sí —repuso él con tono huraño—, en efecto, y necesito hablar sin pérdida de tiempo con los mellizos acerca de ciertas proyecciones climáticas.

Soggdon parecía aún más desorientada.

—Señor, usted no puede llegar y…

—Claro que puedo. Fui quien escribió las normativas.

—Oh sí, desde luego. No era mi intención sugerir que usted no podía venir aquí. Es sólo una cuestión de adiestramiento y comprensión de nuestros procedimientos. Tal vez sería mejor que presentara sus preguntas por escrito ante el Comité General de Terraformación y luego…

—¿Quién es usted? —la interrumpió Kresh—. ¿Qué puesto ocupa aquí?

Soggdon se sonrojó y se irguió; los ojos le llegaban a la altura del cuello de Kresh.

—Soy la doctora Leschar Soggdon —respondió con dignidad—, soy la supervisora del turno nocturno.

—Muy bien, doctora Soggdon. Escuche con atención: he venido aquí precisamente porque necesito evitar esas demoras y precauciones. Estoy aquí por un asunto de suma urgencia e importancia, y debo tener la certeza de que recibo mi información directamente de la fuente. No puedo correr el riesgo de que un experto interprete mal mis preguntas o las respuestas de los mellizos. No puedo esperar a que el Comité General celebre una reunión y debata los méritos y el sentido de mis preguntas. Debo hacer las preguntas cuanto antes, y recibir una respuesta de inmediato. ¿Está claro? Porque en caso contrario, queda usted despedida.

—Yo… eh…, señor… eh…

—¿Sí? ¿Tiene otro empleo en vista?

La mujer tragó saliva y dijo:

—Muy bien; pero, con el debido respeto, señor, le pediré que firme una declaración para dejar constancia de que procedió contra mis consejos y me ordenó específicamente que colaborase.

—Firmaré lo que quiera. Ahora quiero hablar con los mellizos.

El gobernador se quitó el poncho y se lo entregó a un robot. Caminó hasta el extremo de la enorme sala, donde estaban los dos grandes recintos semiesféricos. Dentro se encontraban los dos centros de control de Terraformación: una unidad robótica fija fabricada por los espaciales y un sistema informático creado por los colonos.

Delante de cada una de las máquinas había una consola y un escritorio. El gobernador sacó la silla y se sentó.

—De acuerdo —dijo—. ¿Qué hago?

Soggdon sentía la tentación de mostrarle los controles y dejar que se las apañara por su cuenta, pero sabía cuánto daño podía causar un mínimo desliz verbal, debía evitar que la unidad Dee sufriera un conflicto relacionado con la Primera Ley sólo porque Kresh quería actuar a su antojo.

—Lo lamento, señor —intervino—, pero es necesario que comprenda algunas cosas antes de empezar, y me aseguraré de que lo haga, aunque me arriesgue a perder el empleo. De lo contrario podría causar graves daños a la unidad Dee.

Kresh la miró, molesto y a la vez sorprendido, pero luego su expresión se suavizó un poco.

—De acuerdo —convino—. Siempre he preferido que la gente sepa enfrentarse a mí. Supongo que es mi gran oportunidad de demostrarlo. Dígame qué debo saber, pero no se demore demasiado. Empiece por explicarme qué significa Dee.

Soggdon, que no se esperaba aquella pregunta, lo miró fijamente antes de hablar. ¿Cómo podía un hombre que ni siquiera sabía qué o quién era la unidad Dee irrumpir de ese modo y asumir el mando?

—Así llamamos a la unidad robótica de control de terraformación, sencillamente.

Kresh, ceñudo miró las dos unidades y por primera vez pareció reparar en que cerca de cada una de las semiesferas había un letrero. El que estaba delante de la cúpula redondeada rezaba «Unidad Dee», y la de la cúpula angulosa y geodésica, «Unidad Dum».

—Entiendo. Confieso que no sé bien cómo dirigen las cosas aquí. Vine un par de veces durante la construcción, pero no desde que está en operaciones. Apenas si sé algo más que el nombre en código de las dos unidades de control todavía es «los mellizos». Supongo que los nombres representan algo. ¿Siglas?

Soggdon frunció el entrecejo. Por tratarse de alguien dispuesto a irrumpir de aquel modo parecía muy dispuesto a dejarse distraer por detalles.

—Creo que el nombre de la unidad Dee se refería al cuarto y definitivo diseño que se examinó, conocido como «diseño D», y que con el tiempo el personal del turno de día comenzó a llamarla así. En cuanto a la unidad Dum, imagino que porque es la unidad tonta, y eso es lo que significa dum en inglés. —Soggdon se encogió de hombros. Nunca había sido famosa por su sentido del humor.

—De acuerdo —dijo el gobernador—. Aparte de eso, necesito saber cómo no causar daño.

—Bien, la unidad Dee puede sufrir daños. La unidad Dum no es un robot, sino un dispositivo informático insensible. Tiene una interfaz de seudoautoconciencia que le permite conversar, hasta cierto punto, pero no se trata de un robot ni está sometida a las Tres Leyes. La unidad Dee es diferente. Es un enorme cerebro positrónico conectado a una gran cantidad de enlaces de interfaz. Aunque carece de cuerpo robótico convencional, en la práctica actúa como un robot Tres Leyes, sólo que no puede moverse.

—¿Cuál es la dificultad? —preguntó Kresh, a punto de perder la paciencia una vez más.

—Es obvio —respondió Soggdon, y al instante comprendió que había sido muy brusca—. Es decir… bien, le pido disculpas, señor, pero debe tener en cuenta que la unidad Dee se encarga de rehacer un planeta entero, un planeta que alberga millones de seres humanos. Fue diseñada para que procesase cantidades descomunales de información, realizara predicciones con mucha antelación y trabajase tanto en gran escala como en los detalles más ínfimos.

—¿Y qué importa eso?

—Bien, evidentemente, en la tarea de rehacer un planeta se cuenta con que se produzcan accidentes. Habrá personas desplazadas de sus hogares, gente que sufrirá inundaciones, sequías y tormentas producidas deliberadamente por las acciones y órdenes de quienes controlan los sistemas. Es inevitable que causen algún daño a algunos humanos en alguna parte.

—Creía que el sistema estaba diseñado para resistir esa clase de conflictos con la Primera Ley. He leído acerca de sistemas que encaran grandes proyectos y están programados para pensar en los beneficios o daños para el conjunto de la humanidad, no de los individuos.

Soggdon sacudió la cabeza.

—Eso sólo funciona en casos muy limitados o especializados, y nunca he sabido que lo haga de manera permanente. Más tarde o más temprano las máquinas robóticas programadas para pensar así dejan de pensar. Sufren un colapso o fallan de cien modos distintos… y estamos hablando de robots que debían enfrentarse a situaciones muy distantes y abstractas. La unidad Dee debe preocuparse por una serie incesante de decisiones diarias que afectan a millones de individuos. En algunos casos lo hace directamente, hablando con ellos, enviando y recibiendo mensajes y datos. Ella no puede pensar así. No puede dejar de pensar en las personas en cuanto individuos.

—¿Y cuál es la solución? —preguntó Kresh.

Soggdon parecía desear que todo aquello terminara cuanto antes. Alzó la mano y señaló alrededor con un amplio además.

—La unidad Dee cree que todo esto es una simulación —dijo.

—¿A qué se refiere específicamente?

—Cree que el proyecto de terraformación, todo el planeta Inferno, no es más que una simulación muy compleja y sofisticada configurada para aprender más, como preparativo para un proyecto de terraformación real, en el futuro.

—¡Eso es absurdo! —objetó Kresh—. Nadie podría creérselo.

—Bien, afortunadamente para todos, parece que la unidad Dee se lo cree.

—Pero hay muchas pruebas que demuestran lo contrario. El mundo es demasiado detallado para ser una simulación.

—Limitamos con gran cuidado lo que ella puede ver y saber —repuso Soggdon—. Recuerde que controlamos todo lo que ella percibe, y sólo recibe la información que le damos. De hecho, a veces introducimos errores deliberadamente, o le enviamos imágenes e información que no tienen sentido. Después corregimos los «errores» y seguimos adelante. Eso hace que todo parezca menos real, y también establece la idea de que las cosas pueden salir mal. Así, cuando cometemos errores de cálculo, descubrimos que hemos omitido una variable o le permitimos ver algo que no debería, podemos corregirlo sin que sospeche nada. Cree que Inferno es un lugar inventado para ella. Por lo que sabe, se encuentra en un laboratorio de Baleyworld. Cree que el proyecto es una prueba para aprender a colaborar con equipos colonos en futuras obras de terraformación. —Titubeó por un instante, y al fin decidió darle la peor noticia sin demora—. Más aún, gobernador, cree que usted forma parte de la simulación.

—¿Qué?

—Era necesario, se lo aseguro. Si ella creyera que usted es una persona, se preguntaría qué hace en el mundo inventado de la simulación. Debemos trabajar de firme para hacerle creer que el mundo real es algo que hemos inventado para ella.

—Y tuvo que decirle que yo no existía.

—Eso mismo. Desde su punto de vista, los seres sapientes se dividen en tres grupos. En primer lugar, los que existen en el mundo real, pero no tienen nada que ver con ella; en segundo, los investigadores de campo y del laboratorio, que son reales y se comunican con ella; y en tercero, los simulantes, las inteligencias simuladas.

—Simulantes —repitió Kresh, y no se trataba de una pregunta. No estaba pidiéndole sino exigiéndole que le explicara el significado del término.

—Sí, señor. Es la denominación estándar en la industria para los humanos y robots inventados instalados en una simulación. La unidad Dee cree que toda la población de Inferno no es más que un grupo de simulantes, y usted es miembro de esa población.

—¿Está diciéndome que no puedo hablarle porque si lo hago comprenderá que no soy un invento?

—¡Oh, no! Puede hablar con la unidad Dee sin problema. Ella habla todos los días con ingenieros ecólogos, robots de servicio y demás, pero cree que todos se limitan a representar un papel. Es esencial que ella crea lo mismo con respecto a usted.

—Pues de lo contrario empezará a preguntarse si su realidad simulada es el mundo real y si sus actos han dañado a humanos.

—De hecho, ya ha causado la muerte de varios humanos —puntualizó Soggdon—. Inevitablemente, por accidente, y sólo para salvar a otros humanos en otros tiempos y lugares. Ha sabido aceptar esos incidentes, pero sólo porque pensaba que trataba con simulantes. Por lo demás, tiende a creer en sus simulantes, a preocuparse por ellos. Son el único mundo que ha conocido.

—Son el único mundo que hay —dijo Kresh—. Sus simulantes son personas reales.

—Por supuesto, pero piensa que son imaginarios, y aun así ha comenzado a creer en ellos. Cree en ellos tal como uno podría interesarse por los personajes de una obra narrativa, o como el dueño de una mascota puede hablar con esta. En cierto nivel la unidad Dee sabe que sus simulantes no son reales, pero se interesa en ellos y experimenta un genuino aunque moderado conflicto de Primera Ley si uno muere cuando ella pudo haberlo impedido. Causar la muerte de simulantes la ha resultado muy difícil.

»Si averiguara que ha matado a gente de verdad, sería el fin. Podría experimentar un conflicto masivo y detenerse por completo, sufrir un atasco cerebral y morir. Peor aún, podría sobrevivir.

—¿Por qué sería peor que sobreviviera? —preguntó Kresh.

Soggdon soltó un fatigado suspiro y sacudió la cabeza. Miró la semiesfera.

—No lo sé, sólo puedo sospecharlo. En el mejor de los casos, encontraría modos de clausurar toda la operación. Intentaríamos detenerla, pero está demasiado bien conectada y es muy rápida. Creo que ordenaría apagar la potencia y encontraría el modo de desactivar la unidad Dum para dirigir el espectáculo con sus propios archivos de borrado… Cancelaría el proyecto de terraformación porque causaría daño a los humanos.

—Lo mejor suena bastante malo. ¿Y en el peor de los casos?

—Trataría de reparar el daño, volver a la situación anterior. —Soggdon esbozó una sonrisa irónica—. Se pondría a trabajar, tratando de desterraformar el planeta. Sólo los astros saben en qué terminaría. La desconectaríamos, por cierto, o al menos lo intentaríamos, pero aun así podría causar perjuicios enormes.

Kresh asintió con expresión pensativa.

—Comprendo —musitó—. Sin embargo, necesito hablar con ella, y con la unidad Dum. Aún no me ha hablado de ella.

Soggdon se encogió de hombros.

—No hay mucho que decir. Supongo que ni siquiera deberíamos decir «ella». Es definitivamente un «ello», una máquina obtusa y sin alma que puede hacer su trabajo muy bien. Cuando usted hable con él, estará conversando con su interfaz de seudoautoconciencia, una interfaz de personalidad. De paso, añadiré que no es muy buena. No queremos llamarnos a engaño y pensar que la unidad Dum es algo que no es.

—Pero al parecer podría manejar la situación si la unidad Dee se cierra.

—Teóricamente, sí; la unidad Dum podría dirigir todo el proyecto de terraformación. En la práctica, aquí todos creemos que usted fue muy sabio al no confiar en un solo sistema de control. Necesitamos redundancia. Necesitamos contar con una segunda opinión. Trabajan bien juntos. Tal vez sean tres o cuatro veces más efectivos que si trabajaran solos. De todos modos, sólo son los primeros años de un proyecto que podría durar un siglo o más. Es demasiado pronto para pensar en arriesgar nuestro procedimiento operativo primario y confiar la tarea a equipos de respaldo. ¿Qué sucedería si estos tuvieran problemas?

—Comprendo perfectamente —dijo el gobernador Kresh—. Bien, ¿qué precauciones debo adoptar al hablarles?

—No pierda la paciencia si la unidad Dee lo trata con condescendencia. En lo que a ella concierne usted no es real, sino una pieza más del juego. No se desconcierte si parece saber mucho sobre usted, y se lo dice. No la corrija si los datos que maneja son erróneos. Hemos introducido varios ajustes en sus archivos de información, por un motivo u otro, algunos errores deliberados para que pareciera una simulación y otros que configuramos por razones de procedimiento. Lo principal es que trate de recordar que usted no es real. En cuanto al resto, usted hablará con ella por medio de auriculares, y yo haré la monitorización. Si es preciso que usted sepa algo más, intervendré.

El gobernador Kresh asintió con expresión pensativa.

—¿Alguna vez ha notado, doctora Soggdon, cuánta energía dedicamos a soslayar las Tres Leyes, a conseguir que el mundo se adecue a ellas?

Al principio la observación desconcertó a Soggdon. No porque estuviera en desacuerdo con aquellas palabras, al contrario, sino porque Kresh las hubiera pronunciado. Bien, si el gobernador estaba de ánimo para coquetear con la herejía, ¿por qué no darse el mismo gusto?

—He pensado muchas veces en ello, gobernador. Creo que se podría decir que este mundo se encuentra en este aprieto por culpa de las Tres Leyes. Nos hemos vuelto demasiado cautos; nos empeñamos en lograr que el hoy sea como el ayer, y nos faltan agallas para planear el mañana.

Kresh rio.

—No está mal expresado —dijo—. Tal vez le robe la frase para un discurso. —Miró al controlador de la unidad Dee y al controlador de la unidad Dum, y otra vez a Soggdon—. De acuerdo, vamos allá.

—Buenosss díassss, goberrrnadorrr Krrresh. —Dos voces lo saludaron al unísono por el auricular, una leve y femenina y otra grave y asexuada. Decían las mismas palabras al mismo tiempo, pero de manera no totalmente sincronizada.

Las voces no parecían llegar de ninguna parte. Sin duda se trataba de una ilusión auditiva creada por el efecto estéreo de los auriculares, pero era desconcertante. Alvar Kresh frunció el entrecejo y se volvió como si esperase ver dos robots, uno de pie detrás de cada oreja. Aunque sabía que no encontraría nada, por alguna razón tenía que verificarlo.

La configuración parecía descabellada, irracional, pero la mano férrea de las Tres Leyes imponía ese arreglo.

Kresh decidió aprovecharlo al máximo.

—Buenos días —dijo por el micrófono—. Imagino que estoy hablando con la unidad Dee y con la unidad Dum.

—Corrrecto, goberrrnadorrr —respondieron las dos voces—. Para algunosss visssitantes resulta desssconcertante oírnosss a la vezzz. ¿Eliminamosss una vozzz?

—Eso podría ayudar —dijo Kresh, que se sentía desconcertado. Que las dos voces hablaran al unísono era francamente perturbador.

—Muy bien —le dijo la voz femenina al oído izquierdo, con un tono enérgico y cortante, muy diferente del anterior. Tal vez le resultaba más fácil hablar sin necesidad de sincronizarse con la unidad Dum—. Ambos estaremos en línea, pero sólo oirá una unidad por vez. De vez en cuando pasaremos de un altavoz al otro para recordarle nuestra presencia dual. —La voz que oía era extrañamente afable y juvenil, juguetona, divertida y jovial.

—¿Esta voz más aguda que oigo ahora es la unidad Dee? —preguntó Kresh.

—En efecto, señor.

De repente la otra voz, grave e impersonal, le habló en el oído derecho.

—Esta es la voz de la unidad Dum.

—Bien. Necesito hablar con ambas.

—Continúe, gobernador —le dijo la unidad Dee al oído izquierdo. Kresh se preguntó si el cambio de voz era como un juego para la unidad Dee, un modo de desconcertarlo. En tal caso, daba resultado.

—Eso me propongo. Quiero hablar contigo sobre un viejo proyecto, de la época en que se realizó el primer esfuerzo por terraformar este mundo.

—¿Cuál es? —preguntó la unidad Dee.

—La propuesta de crear un mar polar para moderar las temperaturas planetarias. Quiero que evalúes una idea basada en ese viejo concepto.

—Preparado para ingreso de datos —dijo la grave voz mecánica en su oído derecho. Era evidente que no se habían molestado en refinar la personalidad simulada de la unidad Dum. Tal vez fuera lo mejor. Dadas las circunstancias, Kresh ya tenía la sensación de hablar con un esquizofrénico.

—He aquí la idea: supongamos que hoy inundáramos la actual Depresión Polar, comunicándola con el Océano Meridional por medio de un canal que atravesaría la región de Utopía, en el lado oriental de Tierra Grande, y reencauzando el flujo del río Leteo hacia el oeste. Supongamos que el trabajo pudiera hacerse rápidamente, en pocos años.

—Esto causaría la formación de un mar polar —dijo la unidad Dum tras una brevísima pausa—. No obstante, el concepto es inviable. No hay modo de realizar una tarea tan vasta en un lapso práctico.

—Aunque pudiéramos hacerlo, los daños colaterales para los ecosistemas y propiedades existentes serían enormes —señaló la unidad Dee, hablando más con la unidad Dum que con Kresh.

—Las proyecciones actuales muestran que las cuestiones del daño a los ecosistemas y las propiedades se emparejan cada dos siglos y dos siglos y medio estándar —respondió la unidad Dum.

—¿Por qué se emparejan? —preguntó Kresh, temiendo la respuesta.

—Porque —respondió con pesadumbre la unidad Dee— nuestra proyección actual muestra que todos los ecosistemas se derrumban y todos los humanos, los dueños de esas propiedades, mueren o son evacuados del planeta en ese período.

Kresh quedó francamente sorprendido.

—No sabía que las cifras fueran tan desfavorables. Creía que al menos teníamos una oportunidad de sobrevivir.

—Oh, sí —dijo la unidad Dee—. Existe por lo menos una probabilidad de que la vida humana sobreviva aquí. En gran medida es una cuestión de elección para sus descendientes. Los seres humanos pueden sobrevivir en una esfera rocosa sin vida y sin aire si lo deciden. Si se cubriese la ciudad de Hades con una cúpula o se la reconstruyera bajo tierra, con los escudos adecuados, podría mantener indefinidamente a una población reducida después del colapso climático.

—Pero la situación está mejorando —protestó Kresh—. ¡Estamos cambiando las cosas!

—Por el momento, y en zonas localizadas, sí; pero es indudable que las actuales mejoras no se pueden sostener a largo plazo. No hay mano de obra ni equipo suficientes para expandir las zonas de clima mejorado por mucho tiempo, ni consolidarlas para que se automantengan.

—En consecuencia —dijo Kresh—, no tiene sentido preocuparse por los daños ecológicos o la pérdida de propiedades. Bien. Olvidemos esos dos puntos; mejor dicho, incluye los resultados de los proyectos para reparar el daño.

—Él cálculo supone una cantidad casi infinita de variables —repuso la unidad Dum—. Recomiendo un proceso de preselección de las posibilidades más viables y de eliminación de las variantes obviamente fallidas.

—Aprobado —dijo Kresh.

—El proceso de preselección llevará unos minutos —informó la unidad Dee—. Espere, por favor.

—Como si pudiera escoger —masculló Kresh, sin dirigirse a nadie en especial. Permaneció sentado, mirando el liso y perfecto recinto semiesférico de la unidad Dee y el aparatoso y anguloso recinto de la unidad Dum. El recinto, contenedor o lo que fuere de Dum al menos lucía como una máquina. Dum daba la impresión de hacer algo, de estar conectado con cosas, de realizar una actividad. Era un dispositivo provisto de cables. Era sólido, estaba unido a la realidad por conexiones y flujos de datos. Dum era de ese mundo.

Dee, en cambio, en muchos sentidos no lo era. Lisa y perfecta, estaba resguardada del tosco universo exterior, aislada en un entorno idealizado que necesitaba tratamiento especial. Dee parecía más una escultura abstracta que un robot en funcionamiento. Semejaba algo que debía estar aparte, a solas con su petulancia, un ser divino o un tótem mágico al que había que consultar en lugar de una máquina destinada a trabajar. Y esa interpretación no era tan rebuscada. Kresh miró de soslayo a Soggdon, que estaba en el otro extremo del laboratorio, fingiendo que hacía algo mientras lo espiaba con nerviosismo.

Sin duda, la unidad Dee tenía sus acólitos, sacerdotes que satisfacían sus caprichos y hacían todo lo posible para reordenar el mundo a su conveniencia, que caminaban de puntillas con tal de no encolerizar ni contrariar al ser divino del que todas las cosas dependían. Kresh recordó los oráculos de antiquísimas leyendas. Habían sido seres de gran poder, caprichosos y engañosos. Sus predicciones siempre se cumplían, pero nunca del modo esperado, y siempre con un precio inesperado. Esa idea no resultaba agradable.

—Creo que estamos preparados para comenzar a procesar el problema —informó Dee, tan abruptamente que Kresh dio un respingo—. ¿Desea observar nuestra labor?

—Sí, por favor —respondió Kresh, sin tener idea de lo que se proponía.

Las luces se desvanecieron y una esfera que representaba el planeta Inferno apareció de pronto entre Kresh y las dos unidades de control.

La esfera era una imagen holográfica de tres metros de diámetro y mostraba la superficie del planeta con mayor precisión de la que Kresh nunca había visto. Cada detalle destacaba nítidamente. Aun la ciudad de Hades era claramente visible en las costas de la Gran Bahía. Kresh tuvo la sensación de que si se aproximaba a la esfera podría ver cada edificio de la ciudad.

Inferno era todo océano azul y tierras pardas, con escasas manchas de verdor en la inmensa mole de Tierra Grande. Kresh trataba de convencerse de que estaban progresando, de que ya era un logro que la magnitud de sus esfuerzos resultase visible desde el espacio, pero no lo conseguía. En los últimos días había comprendido que los grandes trabajos que habían realizado no significaban nada, que el progreso que tanto lo enorgullecía no podía considerarse un avance.

Sin embargo, no tuvo tiempo de pensar mucho. La esfera giró mostrando las regiones polares septentrionales. El paisaje comenzó a cambiar. El río Leteo, una delgada línea azul que iba desde las montañas del oeste de la Gran Bahía, se ensanchó y una nueva línea azul se abrió paso hacia la Depresión Polar, hasta que la combinación de canal y río se internó en Tierra Grande. Sí, Kresh podía verlo. Si drenaban el canal para permitir un flujo hacia las partes superiores del Leteo, y tomaban medidas para que el canal se profundizara en vez de desbordar, todo funcionaría. El agua circularía desde el mar polar hacia la Gran Bahía. Siempre que hubiera un mar polar. En ese momento, tal como lo mostraba la simulación, no había más que hielo blanco, con una buena porción del suministro planetario de agua encerrada y congelada, inservible.

Pero Dum y Dee aún no habían terminado. Kresh observó las regiones occidentales de Tierra Grande. Saltaba a la vista que allí las cosas no eran tan sencillas. Una y otra vez apareció un canal de agua azul con forma de cuña. Su tramo septentrional cambiaba continuamente de posición, se ensanchaba, se angostaba, se expandía, se contraía, desaparecía por un instante y reaparecía en otra parte. Las dos unidades de control estaban buscando la posición óptima.

Al fin la imagen se estabilizó en un ancho canal que se dirigía al norte por la región de Utopía. Kresh sacudió la cabeza y maldijo entre dientes. El canal óptimo que habían escogido las dos unidades de control seguía casi con exactitud el trayecto que le había mostrado Lentrall. Tal vez ese joven arrogante sabía de qué hablaba.

—Configuración del canal presentada dentro del uno por ciento de configuración teórica óptima —anunció la unidad Dum—. Esa cifra está dentro de un margen de factores de incertidumbre acumulados y combinados de diversas variables.

—En otras palabras, se encuentra tan cerca como podemos llegar por el momento… y demasiado cerca para una primera aproximación —dijo la unidad Dee—. Ahora estamos preparados para un cálculo climático preliminar de largo alcance.

Kresh esperaba que la superficie del planeta evolucionara y cambiase, como había visto muchas veces en semiesferas y otros simuladores climáticos, y vio algo de eso, o creyó verlo; pero el globo mismo estaba cubierto por capas de datos que reptaban en la superficie: mapas meteorológicos, líneas isobáricas, escalas barométricas, indicadores de humedad, diagramas de colores de la población de cien especies, patrones pluviales, cambios estacionales de corrientes, una docena de sistemas simbólicos que Kresh ni siquiera reconocía, todos cambiando, subiendo, bajando, interactuando y reaccionando, una tormenta de números y símbolos que cubría el planeta. Los cambios se aceleraron hasta que los símbolos, números y datos se fusionaron, formando una fluctuante nube gris.

Súbitamente, la nube de números desapareció.

Un nuevo planeta colgaba ante Kresh, un planeta donde el viejo mundo era visible y reconocible, pero nuevo y diferente al mismo tiempo. Alvar Kresh había visto muchos Infernos hipotéticos en el pasado, había visto sus posibles futuros presentados cien veces de cien maneras, pero nunca había visto aquel Inferno. Las diminutas y aisladas manchas verdes habían desaparecido, o mejor dicho, habían crecido hasta unirse en un manto de verdor fresco y exuberante que cubría media Tierra Grande. Aún había desiertos, pero no eran la regla, sino la excepción, e incluso un planeta bien terraformado necesitaba algunos desiertos.

El hielo estéril del casquete polar septentrional había desaparecido, reemplazado por el mar polar, una extensión azul de agua líquida y vital. Incluso en esa escala, y aun para el ojo inexperto de Kresh, era evidente que el nivel del mar había subido en todo el planeta. Por un instante se preguntó de dónde había salido el agua. ¿Acaso las unidades de control daban por supuesto que la importación de hielo procedente de los cometas continuaría? ¿O el ascenso era causado por el deshielo de las capas polares y la ruptura de la superficie helada? No importaba. Lo cierto era que había agua y vida.

—Esa es la proyección más positiva que he visto jamás —intervino Soggdon.

Kresh, sobresaltado, miró por encima del hombro. Ella estaba justo detrás de él, mirando con asombro la pantalla.

—Aguarde —añadió—. Quiero hacer una entrada ciega en el audio de sus auriculares.

—¿Qué es una entrada ciega? —quiso saber Kresh.

Soggdon cogió unos auriculares idénticos a los de Kresh. Mientras se los colocaba, dijo:

—Dee y Dum pensarán que usted no oye lo que me dicen. Cuando Dee habla con usted, habla con un simulante. Cuando habla conmigo, un ser humano real, interrumpe todo enlace con los simulantes, para no complicar el experimento permitiendo que los simulantes oigan lo que no deben. En realidad, usted podrá oírlo, pero es importante, vital, que no reaccione ante sus palabras, ni viceversa. En su universo usted es sólo una personalidad simulada dentro de un ordenador, mientras que yo soy una persona real fuera del ordenador. Usted no tiene modo de saber que existo. ¿Comprende?

—Sí —respondió Kresh, esperando haber entendido. Tenía la sensación de haber entrado en una galería de espejos. Era difícil distinguir la fantasía de la realidad.

—Bien —dijo Soggdon, y encendió el interruptor manual de sus auriculares—. Dee, Dum. Aquí Soggdon monitorizando desde fuera de la simulación.

—Buenosss díasss, doctorrra. Essstábamosss converrrsando con el simulante Kresh.

Las dos voces hablaban de nuevo al unísono, pero a Soggdon no parecía molestarle. Al oír cada voz por separado, Kresh reparó en un detalle que antes había pasado por alto. Cuando las dos unidades hablaban al unísono, no era sólo que canturrearan juntas, sino que hablaban con una cadencia que no pertenecía a ninguna de las dos individualmente. La voz conjunta escogía otras palabras y reaccionaba de un modo diferente de como lo hacían Dee o Dum. No era la voz de dos seres que hablasen como uno, sino la de dos seres que se fusionaban en un nuevo ser, en algunos sentidos mayor y en otros menor que la suma de sus partes. Dee y Dum se vinculaban tan íntimamente que se convertían en una tercera personalidad. ¿O era sólo Dee quien lo hacía? Si Dum no era sensible, no podía tener personalidad. Sin duda había misterios a investigar, pero tendrían que esperar para otro día.

—El simulante Kresh nosss ha pedido que examinárrramos lasss consecuenciasss de crrrear un marrr polarrr.

—Sí, lo sé —dijo Soggdon—, y veo que habéis producido una impresionante proyección planetaria. ¿Queréis hacer algún comentario al respecto, en conjunto o por separado?

—Hablarrremosss ambosss, luego cada uno por separrado —respondió la voz conjunta—. Hemosss prrroyectado a cuatrrro mil añosss, puesss hemosss descubierto que una secuencia operativa bien planificada derrrivará en una ecología planetaria de mantenimiento cero dentro de aproximadamente trrrescientosss añosss. En nuestrrra proyección, el clima planetario perrrmanece essstable, con autocorrrección y automejoramiento, en el perrríodo de la metasssimulación. No hay peligrrro de nuevo colapso en ninguno de los datosss correspondientesss al final del perrríodo de metasssimulación.

Kresh frunció el entrecejo. ¿Metasimulación? De pronto comprendió. La voz conjunta se refería a una simulación dentro de otra, pues eso había sido, en la perspectiva de Dum y Dee.

Dum habló a continuación.

—Referencia a las objeciones previas de la unidad Dum con respecto al daño ecológico y económico. Las proyecciones muestran que el daño a la ecología general y el producto planetario bruto causado por la excavación de cauces para el mar polar sería plenamente compensado a los quince años de la conclusión del proyecto.

Si los dos primeros aspectos del sistema de control combinado lo presentaban todo como maravilloso, la tercera voz los hizo volver a la realidad.

—Todo suena magnífico —dijo Dee—. Sin embargo, existe un pequeño problema: es imposible. Ejecutamos la metasimulación dando por supuesto que sería posible cavar los canales, cuando no lo es. Admito que se trata de un ejercicio interesante, pero que no guarda mayor relación con el mundo de nuestra simulación.

—Me temía que dijera eso —murmuró Soggdon mientras desconectaba su micrófono—. Cualquiera esperaría que de los tres aspectos posibles de esa personalidad fuera el menos sensato, pero Dee siempre es la que nos recuerda los aspectos prácticos.

—Quizás esta vez existen más posibilidades de lo que ella cree —dijo Kresh. Conectó su micrófono y trató de exponer las cosas de modo de no revelar que había oído la conversación con Soggdon.

—Unidad Dee, ahí tenemos una proyección muy promisoria. Entonces ¿crees que el mar polar sería buena idea?

—Es una buena idea inviable, gobernador —dijo la unidad Dee—. Ustedes no poseen los recursos, las fuentes energéticas ni el tiempo para construir los cauces necesarios.

—Eso es incorrecto. Es posible que exista una manera práctica y factible de hacerlo. He venido aquí para hacerte evaluar el procedimiento propuesto. Primero quería ver si el esfuerzo merecía la pena. Ahora veo que sí.

—¿Cuál es el procedimiento en cuestión? —preguntó la unidad Dee.

Kresh vaciló por un instante, pero no había manera de describir esa idea que no sonara peligrosa, desesperada, descabellada. Tal vez fuera las tres cosas. Daba igual.

—Partiremos un cometa en pedazos y arrojaremos los fragmentos en una línea que iría desde el Océano Meridional hasta la Depresión Polar —respondió. Advirtió que no lo había expresado como una posibilidad. No había dicho que quizá lo hicieran ni que estuvieran pensando en ello, sino que lo harían. ¿Había tomado la decisión sin saberlo?

Dum y Dee —y Soggdon—, no obstante, tenían en mente otras cosas además de la reacción de Kresh ante sus propias palabras. Se produjo un silencio total de treinta segundos. La imagen holográfica perfecta de aquel Inferno futuro fluctuó, tembló y desapareció por un instante.

La unidad Dee fue la primera en recobrarse.

—¿Debo interpretar que lo propone como una idea seria? —preguntó con penosa lentitud, evidenciando su tensión.

—No sirve —dijo Soggdon, con el micrófono aún desconectado. Se volvió hacia una consola lateral, observó varias pantallas de información y sacudió la cabeza—. Le advertí que ella se tomaba en serio a sus simulantes. Estas lecturas muestran que usted ha activado un pequeño conflicto relacionado con la Primera Ley. No puede inventarse esa clase de historias.

Kresh desconectó su micrófono.

—No estoy inventando nada. Esto no es un juego. Se trata de un plan serio destinado a arrojar un cometa fragmentado en la región de Utopía.

—¡Pero eso es suicida! —protestó Soggdon.

—¿Cuál es la diferencia si el planeta estará muerto dentro de doscientos años? —rugió Kresh—. Y en cuanto a Dee, sugiero que es hora de empezar a mentirle en serio. Recuérdele que es sólo una simulación, un experimento. Recuérdele que ese Inferno no es real, y que nadie sufrirá daño alguno.

—¿Decirle eso? —Soggdon estaba escandalizada—. No, no le presentaré datos peligrosos y falsos, de ningún modo. Dígaselo usted mismo.

Kresh contuvo el aliento, dispuesto a gritar para poner a aquella mujer en cintura, pero comprendió que no serviría de nada. Era evidente que ella no pensaba con el menor grado de racionalidad ni sensatez, y él la necesitaba, necesitaba su ayuda, necesitaba que actuara de manera racional y sensata. Soggdon integraba el equipo que había montado esa farsa, y puesto que no podía prescindir de ella, tendría que hacerla recapacitar, serenamente.

—No serviría de nada que yo le dijera eso. Ella cree que soy un simulante, y los simulantes no saben que lo son. Si le dijera que no existe peligro, no me creería, porque para ella yo no soy humano, y esto se debe a que usted le ha mentido.

—Eso es diferente, forma parte del diseño experimental. No son datos falsos.

—Pamplinas —replicó Kresh, impacientándose de nuevo—. Usted ha creado esta situación con el único propósito de que ella corriera riesgos e hiciese su trabajo con la certeza de que no dañaría a ningún humano.

—Pero…

Kresh siguió hablando a pesar de sus protestas.

—Hasta podría dañarla si le dijera que sólo se trataba de una simulación. Tiene que existir en su mente alguna duda en lo que a la realidad de sus simulantes, los habitantes de Inferno, se refiere. De lo contrario no experimentaría el menor conflicto. Si yo le asegurase que no soy real, sólo el espacio sabe cómo interpretaría esa paradoja. Tal vez llegara a la conclusión de que soy real y estoy mintiéndole. Si yo le miento, podría deducir la verdad… ¿y dónde estaría usted entonces, doctora Soggdon? Sólo usted puede tranquilizarla, y debe hacerlo.

Soggdon miró fijamente a Kresh con una mezcla de furia y temor, mientras encendía de nuevo el micrófono.

—Dee, aquí la doctora Soggdon. Todavía estoy monitorizando la simulación. Detecto aparentes conflictos relacionados con la Primera Ley en la proyección de las sendas positrónicas. No hay ningún elemento Primera Ley en las circunstancias simuladas que examinamos. —Soggdon vaciló, hizo una mueca y añadió—: No hay la menor posibilidad de que seres humanos sufran daño. ¿Entiendes?

Se produjo otra larga pausa. Kresh creyó detectar una fluctuación mucho más leve en la imagen del Inferno futuro, pero luego Dee volvió a hablar, con voz firme y confiada.

—Sí, doctora Soggdon. Entiendo. Gracias. Disculpe. Debo regresar a mi conversación con el gobernador simulante. —Tras una nueva pausa, Dee siguió hablando con Kresh—. Excúseme, gobernador. Otras exigencias de proceso requirieron mi tiempo por el momento.

—Está bien —dijo Kresh. Evidentemente, Dee se hallaba conectada con otros mil lugares y operativos, y tal vez en ese momento estuviese conversando con una docena de trabajadores de campo. No era del todo mentira, pero se parecía bastante. Si bien se suponía que los robots no podían mentir, aquel era tan inteligente como para expresar una declaración veraz pero equívoca. Sin duda Dee era una unidad sofisticada.

—¿Puede contarme más cosas acerca de… esta idea que se está discutiendo? —le preguntó Dee.

—Por supuesto —dijo Kresh—. La idea es evacuar la zona en que se produciría el impacto y brindar seguridades a la población que se encuentra fuera de esa zona. —No estaba de más enfatizar los procedimientos de seguridad. Así sabría que aun los simulantes ficticios se hallaban a salvo. Necesitaban todas las defensas posibles contra una reacción que obedeciera a los dictados de la Primera Ley—. Una vez que eso se logre, despedazaremos un gran cometa y dirigiremos los fragmentos, uno por uno, hacia la superficie del planeta, donde dejarán cráteres superpuestos en las planicies existentes. Luego se requerirá equipo de excavación más convencional, pero los cráteres enlazados constituirán la base del canal de Utopía.

—Entiendo —respondió Dee con voz tensa—. La unidad Dum y yo necesitaremos mucha más información antes de evaluar el plan.

—Muy bien —dijo Kresh. Extrajo un papel de la túnica y lo desplegó—. Remítete al nódulo de acceso por red 4313, identidad Davlo Lentrall, subgrupo 919, código cometa Grieg. —Lentrall le había dado la dirección de acceso, y aquel parecía el momento apropiado para utilizarla—. Examina esos datos y podrás realizar tu evaluación.

—No hay identidad Davlo Lentrall en el nódulo de acceso 4313 —informó Dee de inmediato.

—¿Qué?

—Nadie llamado Davlo Lentrall está ligado con ese nódulo de acceso.

—Debe de estar mal el número, o algo parecido —dijo Kresh.

—Es muy probable —convino Dee—. Se lo delegaré a Dum, que está enlazado directamente con la red en cuestión y puede realizar la búsqueda de forma más efectiva.

—No hay ningún Davlo Lentrall en el nódulo 4313 —anunció Dum casi al instante, hablando con voz más monótona que de costumbre—. Buscando en todos los nódulos. No se ha hallado ningún Davlo Lentrall. Buscando archivos de mantenimiento. Descubierta información sobre identidad Davlo Lentrall.

—Comunica esa información —indicó Kresh. ¿Cómo era posible que los archivos de Lentrall desapareciesen de la red? Algo estaba mal. Algo estaba peligrosamente mal.

—Los registros de la red muestran que todos los archivos asociados con la identidad Davlo Lentrall, incluidas las copias de seguridad, fueron borrados irrevocablemente por irruptores hace dieciocho horas, diez minutos y tres segundos —señaló la unidad Dum.

Kresh estaba pasmado. Miró a Soggdon, sin saber por qué esperaba una respuesta de ella.

Desconectó el micrófono.

—No entiendo —dijo—. ¿Cómo pudieron borrarlo todo? ¿Por qué harían algo así?

—No lo sé —respondió ella—. Ha empleado un término con el cual no estoy familiarizada en este contexto. Déjeme verificar. —Encendió el micrófono—. Dum, aquí Soggdon, monitorizando. Define la palabra «irruptor» en la situación actual.

—Irruptor… Definición contextual: invasor, atacante externo, presencia indeseada.

—En otras palabras —dijo Kresh con voz áspera—, un intruso ha destruido deliberadamente los archivos. —Recordó lo que Fredda había dicho sobre las cosas que uno creía saber. Nunca se podía estar seguro de lo que se sabía. Él había creído saber dónde estaba el cometa. Ahora sabía que no lo sabía—. Al parecer existe alguien que está de acuerdo con usted, doctora Soggdon. No quieren que nadie juegue con cometas.