5

—Está entrando —anunció Cinta Melloy por el auricular de audio, mirando por la ventana. El equipo de observación y el equipo de captura estaban escuchando. Sacudió la cabeza con gesto de preocupación mientras el transporte de la PIC se posaba en el techo. Al ver a Devray salir de la pista de la azotea, añadió—: Nuestro joven está entrando por la puerta principal, el jefe de la competencia acaba de irse y sus amigos están aterrizando en la azotea. —Mientras hablaba, comprendió que era demasiado críptica. Aquella operación había sido tan apresurada que no había tenido tiempo de asignar nombres en código ni abreviaturas para comunicaciones. Sería mejor aclarar lo que decía y evitar pifias, de modo que agregó—: Lentrall acaba de entrar. El aeromóvil de Devray acaba de irse y lo que parece un equipo de seguridad PIC acaba de aterrizar. Creo que comenzarán a custodiar a Lentrall a partir de ahora.

Hablar claramente tenía sus riesgos, pero estaba segura —moderadamente segura— de que la Policía Infernal Combinada aún no había interceptado ese sistema de comunicaciones.

Aunque estaban mejorando en cuestiones de contrainteligencia, no era fácil detectar ni interceptar una línea oculta de cable.

Claro que la PIC conocía la existencia de aquel puesto de observación frente a la Torre de Gobierno, así como los colonos sabían que la PIC custodiaba la entrada principal de Ciudad Colono. Todo formaba parte del juego. Sin embargo, saber qué despacho albergaba el puesto de observación no era lo mismo que localizar la línea e intervenirla sin detección.

—Si empiezan a vigilar a Lentrall ahora, no lo veo bien —respondió una voz en el otro extremo de la línea.

A Cinta Melloy no debería haberle sorprendido el que Tonya Welton controlase la operación; sin embargo, le preocupaba el que Welton participara tanto. En general se mantenía alejada del SCS, y por buenos motivos. Ningún dirigente responsable quiere estar cerca de la gente que se encarga del trabajo sucio, pero aquel caso era diferente. Tonya se mantenía cerca, demasiado cerca.

—Atención —dijo Cinta, y pulsó los botones para excluir al equipo de observación y al equipo de captura—. Estamos a solas, Welton. Le recuerdo que no debe hablar cuando existe la posibilidad de que los operadores la oigan. Si reconociesen su voz revelarían nuestra cadena de mandos.

—Preocupémonos por eso después —dijo Welton, como si el asunto no tuviera la menor importancia—. ¿A qué se refería con eso de la custodia?

—Algo que parece un escuadrón de protección PIC aterrizó en la azotea justo cuando Lentrall entraba. Sospecho que comenzarán a cuidarlo en cuanto salga del edificio.

—Y será prácticamente imposible capturarlo una vez que ellos intervengan.

—Así es. —A Cinta no parecía preocuparle disimular su alivio. Aquella operación descabellada no le gustaba.

—Entonces será mejor que lleguemos a él antes que sus guardaespaldas —dijo Tonya—. Captúrelo.

—¿Qué? —gritó Cinta.

—Ya me ha oído, Melloy. Es una orden directa. Captúrelo en cuanto salga del edificio. Calculo que tiene una hora para prepararse. Le sugiero que se ponga en movimiento.

La puerta se abrió tan silenciosamente que cualquiera habría creído que la persona que entraba tenía derecho a estar allí. No forzó el cerrojo ni manipuló los dispositivos electrónicos de seguridad. Jadelo Gildern no era tan torpe. Se guardó en el bolsillo el aparato que había empleado para abrir la puerta y entró en el despacho de Davlo Lentrall. Cerró la puerta y suspiró. Echó un vistazo alrededor con aparente tranquilidad, pero en realidad estaba muerto de miedo y el corazón le palpitaba con tal fuerza que estaba seguro de que lo oían desde el pasillo.

Gildern sabía que no era un hombre valiente. Los riesgos que corría y los peligros a que se enfrentaba en sus tareas de seguridad siempre estaban destinados a brindarle ganancias personales. Aunque los caminos que seguía para obtener estas fueran laberínticos, el destino final siempre estaba a la vista. Hacía todo lo que hacía por beneficio propio.

Y le sorprendería mucho que esa incursión en el despacho de Lentrall no le causara un enorme beneficio, sobre todo cuando antes le había dicho a Beddle que era sumamente arriesgado.

En realidad, el riesgo era mínimo. Si Gildern hubiera ido en busca de los archivos informáticos, las probabilidades de que lo descubrieran y capturasen habrían sido elevadas, pero el hecho de que el sistema de protección de datos fuera tan bueno favorecería a Gildern. Los buenos sistemas de seguridad hacían que la gente se fiara. La gente que se fiaba a menudo se descuidaba. Y la gente que se descuidaba solía cometer errores. Uno de esos errores era suponer que si un área era segura, todas lo eran. Esta premisa era errada, como lo demostraba el cerrojo de la puerta que Gildern acababa de abrir. La seguridad informática era buena, de modo que la seguridad física también tenía que serlo, por lo que no había motivos para no dejar libros, papeles y notas a la vista, mientras la puerta estuviera cerrada. Gildern había tenido la esperanza de que Lentrall pensara así, y al parecer no se había equivocado. Los archivos en línea habrían servido de muy poco, ya que Gildern no era un especialista y le habría llevado demasiado tiempo en analizar un informe. No. Buscaba papeles que pudiera fotografiar. Quería resúmenes redactados para explicar las cosas de la manera más sencilla, y, si tenía suerte, blocs de notas llenos de información que pudiera copiar y llevarse consigo.

La oficina era pulcra, pero no tanto como si la hubiera ordenado un robot. Gildern sólo necesitó echar un vistazo a los desordenados libros del anaquel, a los papeles apilados, a la silla que no estaba en su lugar para comprender que sólo Lentrall usaba ese despacho. Mejor así. Si Gildern movía algo por accidente, sería más probable que pasara inadvertido. Además, si el hombre era ordenado, el sistema de ordenamiento podría revelarle a Gildern algo acerca de él.

Se puso a revisar el despacho de Davlo Lentrall.

Fredda Leving vio que su esposo entraba en el despacho y notó que su expresión cambiaba en cuanto cerraba la puerta. Su aire de serenidad se disipó para dar paso a una expresión de profunda preocupación. Alvar la miró y pareció entender lo que ella había visto. Esbozó una amarga sonrisa.

—Cuando era un mero policía no solía ser así —dijo—. Podía poner la expresión que quería. La política te hace cosas extrañas.

Fredda se puso de pie y tomó a su esposo de la mano.

—No sé si debería alegrarme porque dejas de actuar ante mí, o afligirme porque necesitas actuar.

—Tal vez ambas cosas —dijo él, apesadumbrado.

—¿Qué quería decirte Devray?

—Que nuestros amigos y enemigos, que quizá sean las mismas personas, tal vez sepan todo lo que hemos intentado ocultarles.

—A ellos y a mí. —Fredda se alejó un par de pasos, se cruzó de brazos y se sentó en el borde del escritorio—. Si ellos ya lo saben, podrías explicarme de qué se trata.

Kresh se puso a caminar por el despacho, con las manos a la espalda, lo que significaba que se sentía angustiado e impaciente.

—¿Dónde está ese hombre? —preguntó sin dirigirse a nadie en particular. Luego miró a esposa y añadió—: No es que quisiera ocultártelo. Sólo quería que lo oyeras como yo lo oí. Quería tu opinión sobre el asunto sin que mis propias opiniones influyeran sobre ti.

—Bien, sin duda has logrado no contarme mucho. Lo único que sé con certeza es que podría ser peligroso para los robots Nuevas Leyes.

Kresh se detuvo y miró de nuevo a su esposa.

—Podría ser peligroso para todos —dijo—. Ah, aquí está el hombre de la hora.

La puerta se abrió y entró un joven enérgico, acompañado por un robot corriente color arena, de estatura y físico medianos.

El robot se instaló en uno de los nichos de la pared. Pero si el robot era corriente, el hombre era todo lo contrario. Con su rostro anguloso, su tez oscura, su cabello erizado e intensa mirada, resultaba más llamativo que apuesto.

Davlo Lentrall parecía importante, independientemente de que lo fuese o no.

—Buenos días, doctora Leving —dijo Lentrall, inclinándose ante ella. Se volvió hacia su esposo.

—Buenos días, señor.

—Buenos días —dijo Kresh, y se sentó en un sofá que había contra una de las paredes. Fredda se arrellanó a su lado, y el gobernador señaló un cómodo sillón que estaba frente a ambos—. Por favor, doctor Lentrall, siéntese.

Lentrall, sin embargo, permaneció de pie, procurando mostrarse más tranquilo de lo que estaba.

—Debo decirle algo, señor, aunque parezca un poco absurdo. Creo que me siguen.

Kresh sonrió.

—Lamento comunicarle que no me parece nada absurdo —dijo—. El comandante de policía acaba de marcharse, y me ha contado que ciertas personas están muy interesadas en usted. Lo que me sorprendería sería que no estuvieran siguiéndolo.

Davlo asintió y pareció relajarse un poco.

—Por extraño que parezca, es un alivio. Creo que prefiero que alguien me siga de veras a sufrir alucinaciones paranoicas.

—Confíe en mí, hijo. En esta vida una cosa no excluye la otra. Ahora siéntese, cálmese y luego… luego podremos hablar de ese asunto.

—Sí, señor. —Davlo se sentó de mala gana, como si esperase que el sillón se quebrara bajo su peso o una trampa saltara de los brazos para aferrarlo.

Fredda advirtió que el despacho no estaba ordenado como de costumbre, y que su esposo no ocupaba el lugar habitual. De manera obvia, Alvar había pedido que arreglaran la habitación con miras a amortiguar los impactos emocionales.

Kresh no ocupaba su sillón semejante a un trono ni se ocultaba tras la imponente barrera de su gran escritorio, sino que estaba sentado en el sofá en una postura exageradamente relajada. El sillón que ocupaba Lentrall era un poco más alto que el sofá donde estaba sentado Kresh, y la mesa baja que había entre ambos hacía las veces de terreno neutral que impedía que nadie invadiera el espacio personal de aquel. Hasta la expresión distendida y la sonrisa de Alvar formaban parte del espectáculo.

Fredda comprendió de pronto que ella también formaba parte del espectáculo. Alvar quería que hablase, que Lentrall se dirigiera a ella. ¿Acaso pensaba que este reaccionaría con más calma si hablaba con alguien más cercano a él en edad, una mujer sin un cargo oficial? ¿O quería observar la escena desde una cierta distancia para juzgar imparcialmente? Quizá no tuviera ninguna razón y obrase movido por su instinto político, un sentimiento visceral.

—Donald —dijo Kresh—, trae un refrigerio a nuestro invitado.

Donald se adelantó y se dirigió a Lentrall.

—¿Qué desea? —le preguntó.

—Nada. —Lentrall miró a Donald con interés. Luego se volvió hacia Fredda—. Perdone mi curiosidad doctora Leving, pero este robot… ¿me equivoco al pensar que fue usted quien lo diseñó?

—No, no se equivoca.

—Entiendo. Usted es una persona muy famosa, al igual que muchas de sus creaciones.

Kresh rio entre dientes.

—En este caso, la palabra «famosa» no basta para definirla —dijo.

Lentrall miró a Kresh y sonrió tímidamente.

—Supongo que tiene razón, señor, pero lo que me confunde es ese nombre, Donald.

—Tengo la manía de emplear el nombre de personajes de un antiguo narrador para bautizar a todos mis robots personalizados —explicó Fredda—. Un hombre que vivió en la vieja Tierra en la era prerrobótica. Se llamaba…

—Shakespeare —la interrumpió Lentrall—. Lo sé. William Shakespeare. Por cierto, creo que sería más apropiado llamarlo poeta y dramaturgo que narrador. He estudiado sus obras, por eso me ha llamado la atención. Todos los nombres de los demás robots, Calibán, Prospero, Ariel, provienen de Shakespeare. Incluso he leído un artículo sobre su casa, doctora, y sé que su robot personal se llama Oberon. De nuevo Shakespeare. Por eso estaba intrigado. ¿Por qué el nombre Donald?

—¿Perdón?

—Tal vez yo pueda ayudar —intervino Donald, dirigiéndose a Lentrall—. Debo mi nombre a un personaje menor de la obra Macbeth.

—Conozco bien esa obra y no hay ningún personaje con ese nombre en ella —respondió Lentrall—. Estoy seguro de que ninguno de los personajes de Shakespeare se llama Donald. —Lentrall reflexionó por un instante—. Hay un Donalbain en Macbeth. Donald debe de ser una corrupción de Donalbain.

—Discúlpeme por corregirlo, señor, pero acabo de conectarme con mi base de datos y he confirmado que el personaje se llama Donald.

—Claro que sí, en tu copia —dijo Lentrall—. Si la copia de la doctora Leving estaba corrupta, y tu referencia se basa en ella, contiene el mismo error. Con el tiempo se introducen muchos errores en los textos antiguos.

—¿No es posible que su copia de la obra esté equivocada? —sugirió Donald.

—Todo es posible, pero dudo mucho que mi copia esté equivocada. Colecciono esa clase de cosas, y poseo cuatro colecciones de la obra de Shakespeare, tres como bases de datos y una en ejemplares impresos. No hay ningún Donald en ninguna de ellas.

—Entiendo —dijo Donald, consternado ante la noticia que Lentrall acababa de darle—. Evidentemente debo revisar mi base de datos.

—Interesante —dijo Lentrall mientras Donald regresaba al nicho—. Supongo que la moraleja es que nunca sabemos tanto como creemos. ¿Está de acuerdo, doctora Leving?

—¿Qué? Oh, sí. —Fredda se sentía bastante incómoda. ¿Cómo podía haber cometido semejante error? ¿Cuántas veces se había equivocado a lo largo de los años sin saberlo? Era curioso que un error tan trivial la avergonzara tanto.

Y también era curioso que Lentrall fuese tan impertinente y arrogante como para señalar ese error cuando apenas se conocían. Sin embargo, no parecía tener ni idea de que hubiese sido impertinente. Davlo Lentrall era un joven muy peculiar, y sin duda carecía de las aptitudes y la personalidad necesarias para llegar lejos en política. Afortunadamente para él, había elegido otra especialidad.

Pero nada de eso contribuía a iniciar la conversación.

—Tal vez sea hora de hablar de ese asunto —dijo Fredda.

—¿Cuánto sabe usted hasta ahora? —le preguntó Lentrall.

Fredda titubeó y miró a su esposo, pero la expresión impasible de este no le dio ninguna pista.

—Para ser claros, doctor Lentrall, mi esposo no me ha dicho nada en absoluto. Quería que lo oyera todo de labios de usted. Así que, por favor, empiece por el principio.

—Correcto —dijo Lentrall con voz áspera—. Lo básico es que creo que he encontrado un modo de mejorar el proceso de terraformación y estabilizar el clima para siempre.

—Pero sólo poniendo en peligro la vida de millones de personas —intervino el robot de Lentrall desde su nicho.

—Silencio, Kaelor —lo conminó Lentrall con impaciencia.

—La Primera Ley me obligó a decirlo —respondió el robot, compungido—. Su plan pondría en peligro a muchos seres humanos.

—Yo no lo llamaría peligro —dijo Lentrall obstinadamente—, sino un leve riesgo; pero si mi plan tiene éxito, significará mayor seguridad y comodidad para generaciones de humanos.

—A mi entender ese argumento contiene demasiados elementos hipotéticos para… —replicó Kaelor.

—Ya has dicho lo que tenías que decir —lo interrumpió Lentrall—. Te ordeno que te calles. —Sacudió la cabeza y miró a Fredda—. Sé que usted es famosa por crear magníficos robots, pero en ocasiones me pregunto si los colonos no tienen cierta razón.

—A veces pienso lo mismo —le dijo Fredda—. Ahora continúe, por favor. ¿Cómo propone estabilizar el clima?

—Inundando el polo norte. Lo llamo el Proyecto Océano Polar.

—¿Y qué se lograría con eso? —preguntó Fredda.

Lentrall la miró de hito en hito, como si acabara de preguntarle de qué servía la mano de obra robotizada.

—Retrocedamos un poco —dijo al fin—. Más aún, vayamos al principio. Como usted sabrá, cuando los espaciales llegaron a este planeta encontraron un mundo desierto que consistía en dos grandes regiones geológicas. Los dos tercios meridionales del planeta eran planicies, mientras que el tercio septentrional era una gran meseta, mucho más alta que el hemisferio sur. Por ese motivo, Inferno se consideraba como mal candidato para la terraformación, pues cuando se introdujera agua en el planeta se acumularía en el sur…, que es lo que ha sucedido. Hoy llamamos a las serranías del norte Tierra Grande, en tanto que las planicies inundadas del sur forman el Océano Meridional. El planeta tiene un polo cubierto de agua y un polo terrestre.

—¿Y eso en qué influye?

—Influye muchísimo. El agua absorbe energía térmica mucho mejor que la atmósfera. El agua puede circular, desplazando ese calor. Las temperaturas del hemisferio sur son mucho más moderadas y estables que las del norte, porque el agua tibia circula sobre el polo sur y las regiones polares, calentándolas. El agua polar fría puede moverse hacia las zonas templadas y enfriarlas. Estoy simplificando mucho las cosas, naturalmente, pero esa es la idea general.

—Y en el norte eso no puede ocurrir porque no hay agua —dijo Fredda volviéndose hacia su esposo; pero Alvar ni se mosqueó. Miraba la partida, pero no participaba en el juego.

Lentrall asintió con vehemencia.

—Eso mismo. Tierra Grande es un continente vasto y monolítico. Cubre por completo el tercio septentrional de la superficie del planeta. Como en la región del polo norte no puede circular agua, es improbable que las temperaturas del hemisferio norte se moderen. Las regiones tropicales del hemisferio norte son demasiado tórridas, mientras que las regiones polares son extremadamente gélidas. Si usted mira un mapa, verá que Tierra Grande, donde vive la mayoría de la gente, limita al sur con la zona tropical septentrional. Aquí, en Hades, deberíamos estar en el centro de las regiones templadas, pero estas se están encogiendo, y nos hallamos muy cerca de la frontera septentrional de la zona habitable, al menos según ciertos parámetros. De hecho, existen ciertas pautas colonas rigurosas por las cuales la ciudad de Hades sería técnicamente inhabitable. La falta de lluvia, creo. En cualquier caso, la zona habitable de este planeta es apenas una angosta franja de quinientos o seiscientos kilómetros de anchura, junto con la costa meridional de Tierra Grande, y esa franja todavía está mermando, a pesar de nuestros esfuerzos y de ciertos éxitos localizados.

—Creía que el proyecto de terraformación estaba ganando terreno —dijo Fredda, mirando a su esposo.

—Y así es —repuso Alvar—, al menos en ciertos lugares, sobre todo en aquellos donde vive la gente. Perdemos terreno en otras partes, pero la situación ha mejorado en Hades y en la región de la Gran Bahía. Una vez que hayamos controlado esta parte del mundo, esperamos expandirnos.

—Sin embargo —dijo Lentrall—, las proyecciones actuales muestran que el proyecto podría fallar. Todo depende de un balance de punto alto. Es inestable.

—¿Qué es un balance de punto alto? —preguntó Fredda.

Lentrall sonrió mientras se metía la mano en el bolsillo de la túnica y sacaba una moneda grande, colona. Fredda pensó que la había llevado a propósito, para ilustrar su explicación.

—Esto es un equilibrio de punto alto —respondió. Levantó el índice de la mano izquierda y depositó la moneda en la punta—. Teóricamente, yo podría sostener esta moneda indefinidamente. Sólo tengo que mantener el dedo totalmente quieto, no mover el brazo, impedir que me empujen…, eso sin contar las corrientes de aire y los posibles temblores del edificio. También debo asegurarme de no compensar en exceso mientras intento corregir un pequeño…

En ese momento la moneda cayó al suelo de piedra. El ruido fue más fuerte de lo que Fredda esperaba.

—Acabo de presentarle una buena metáfora del actual estado del clima planetario de Inferno —prosiguió Lentrall—. Por el momento es estable, pero si se produce la menor perturbación, nos veremos en aprietos. No hay realimentación negativa en el sistema, nada que opere contra una perturbación para devolverle la estabilidad. Desde que el primer ingeniero especializado en cuestiones atmosféricas empezó a trabajar aquí, el punto de equilibrio del clima de Inferno ha sido alto, y ha oscilado entre dos extremos, de modo que la menor variación puede provocar un hipercalentamiento o un hiperenfriamiento. Todo tiene que ser correcto en todo momento, pues de lo contrario… —Señaló la moneda con la cabeza.

—Pero usted tiene una solución —dijo Fredda con cierta frialdad. Lentrall no hacía el menor esfuerzo para convencer, explicar ni discutir. Parecía estar dictando una lección magistral. Hablaba con un tono que era una extraña combinación de arrogancia y paternalismo. La trataba con condescendencia, como si ella fuese una niña, explicándole por qué convenía hacer las cosas como él decía, pues era el único modo sensato de hacerlo.

—Yo tengo una solución —convino Lentrall. Se agachó, recogió la moneda y la depositó en la palma de su mano—. Ponemos el planeta en un equilibrio de punto bajo, así. —Movió la mano vigorosamente. La moneda siguió en la palma. Un par de veces logró sacudirla, pero pronto regresó a su sitio—. Como verá, es mucho más difícil perturbar algo que se halla en un equilibrio de punto bajo, pues una vez que se elimina la perturbación suele regresar al punto de equilibrio. Ahora bien, un mar polar llevaría el clima global hacia un sistema estable de punto bajo que sería muy difícil de desequilibrar.

»Como he dicho, el problema es la falta de circulación de agua en el hemisferio norte. Si hubiera un modo de permitir que el agua se acumulara en las regiones polares septentrionales, brindando entradas y salidas para el Océano Meridional, el agua templada iría al norte para entibiar los polos, y el agua fría iría al sur para enfriar el océano y las zonas costeras. Eso nos daría un equilibrio de punto bajo, donde la fuerza natural que incidiera sobre el planeta sería autocorrectiva. Si hiciese demasiado calor, las aguas polares traerían frío. Si la temperatura bajase en exceso, las aguas tropicales la elevarían. Necesitamos agua en los dos polos.

—Pero hay varios planetas terraformados en cuyos polos no hay agua —objetó Fredda—, y recuerdo que incluso la Tierra tenía un polo continental y el otro con un flujo de agua muy restringido. Creo que este último incluso estaba congelado casi siempre.

Lentrall volvió a sonreír, y no era una expresión amigable, sino una mueca de triunfo que semejaba una burla paternalista. Ella había caído en la trampa que él le había tendido, y ahora podía liquidar a su presa.

—Tengo respuestas para eso, y todas fortalecen mi argumentación. Al margen de los planetas terraformados en cuyos polos no hay masas de agua, puedo decirle que en todos ellos esas masas de agua se aproximan a los polos más que en Inferno.

—¿Y qué ocurre con esos ejemplos de la Tierra que ella ha citado? —preguntó Kresh.

—En primer lugar, los océanos naturales de la Tierra eran mucho más profundos que los océanos artificiales de cualquier planeta terraformado —respondió Lentrall—. Como eran más profundos, contenían mayor cantidad de agua y retenían más el calor.

»En segundo lugar, cubrían una superficie mucho más vasta que en la mayor parte de los mundos terraformados. Las tres cuartas partes de la Tierra eran agua. En Inferno, menos de dos tercios de la superficie están cubiertos de agua, y aun así hay más agua que en otros mundos terraformados. Tal vez la diferencia entre tres cuartos y dos tercios parezca ínfima, pero es sustancial…, y, como he dicho, medidos por volumen, no por superficie, los océanos infernales son mucho más pequeños que los terrestres.

»En tercer lugar, aunque los océanos de la Tierra no tuvieran acceso libre y abierto a los polos, insisto, se aproximaban lo suficiente como para permitir un sustancial intercambio térmico.

»En cuarto lugar, el polo sur de la Tierra, cubierto de tierra, era mucho más frío que el polo norte, cubierto de agua, lo cual demuestra mi argumento de que el agua líquida servía para moderar las temperaturas. Aunque la superficie del Océano Ártico estaba congelada, había mucha agua y muchas corrientes debajo del hielo.

»Por último, el clima de la Tierra se caracterizaba por su inestabilidad. Sufrió glaciaciones provocadas por pequeñas fluctuaciones en una u otra variable. Existen pruebas fehacientes de que el restringido flujo de agua en los polos era un factor que contribuía en gran medida a esta inestabilidad. Yo sugeriría que todos estos datos de la vieja Tierra no debilitan sino que fortalecen el argumento a favor de un flujo de agua sobre los polos.

—Mmm. —Fredda no quería decir nada más. Lo más exasperante era que Lentrall tenía razón. Aunque exponía bien sus argumentos, su tono, su actitud y su conducta la instaban a disentir con él, incluso a discutir.

—Continúe, doctor Lentrall —pidió Alvar con tono absolutamente neutro—. ¿Qué pruebas tiene de lo que afirma?

—Excelente pregunta, gobernador —dijo Lentrall, como si alabara a un alumno brillante—. Imagino que sabrá que los planes originales de terraformación de Inferno exigían la creación de un mar polar. He tomado la mayor parte de mi información de esos viejos estudios.

—¿Por qué cancelaron el plan del mar polar? —inquirió Fredda.

—Fue una cuestión de política y planificación. La creación del mar polar habría demorado muchos años el proyecto, y existían presiones para llevar colonizadores al planeta cuanto antes. Para entonces, muchas cosas ya habían salido mal en el proyecto de terraformación. Los costes se estaban disparando, y se pensó en abandonar el planeta; pero eso habría sido fatal para el orgullo y el prestigio de los espaciales. Se ordenó que los ingenieros finalizaran el proyecto, pero no les dieron el tiempo, los recursos ni el dinero para hacerlo bien. No tuvieron más opción que reducir ciertos gastos. Y el mar polar fue uno de ellos. Así liberaron recursos suficientes para completar el resto del proyecto.

—Una interpretación generosa —dijo Kresh—. Yo también he estudiado los viejos archivos e informes. En mi opinión, ni siquiera se aproximaron a la conclusión del proyecto de terraformación. Lo que hicieron fue declarar que lo habían concluido. Los terraformadores de Inferno conocían muy bien las consecuencias. Encontré por lo menos tres informes que predecían un colapso climático planetario… y los tres concluían que sería aproximadamente por estas fechas…, años más, años menos.

Lentrall parecía molesto con la interrupción de Kresh.

—En cualquier caso, los documentos originales exigen la creación de un gran flujo de agua en las regiones polares. Todas sus proyecciones mostraban que moderaría y estabilizaría el clima planetario, además de hacer que aumentasen las precipitaciones pluviales en Tierra Grande.

—Vaya trabajo, cavar un océano —dijo Fredda.

Lentrall sonrió de nuevo, lo cual no contribuyó a que ella lo viera con mayor simpatía.

—Así es —concedió Lentrall—, pero casi todo el trabajo ya está hecho. Kaelor, trae mis mapas.

El robot se adelantó. Abrió un compartimiento que tenía en el pecho, extrajo un tubo largo y delgado y se lo entregó a Lentrall, quien tras abrirlo sacó un mapa impreso en papel lustroso.

—Esto muestra las regiones polares septentrionales de Inferno —dijo, extendiendo el mapa sobre la mesilla—. Solemos olvidar que la superficie del planeta tiene muchos cráteres. Ello se debe en parte a que los colonizadores originales fundaron sus ciudades en las regiones donde eran menos numerosos. Además, la mayoría de esos cráteres están muy erosionados. Sin embargo, la mayor parte de Tierra Grande y de las planicies inundadas que hoy forman el lecho del mar tienen muchos cráteres. —Señaló el centro del mapa—. Como vemos aquí, un par de cráteres muy grandes y superpuestos están a horcajadas del polo norte; se trata de una formación conocida como la Depresión Polar, en la que se advierten dos cosas. Primero, casi toda la zona terrestre del interior está ahora bajo el nivel del mar. Segundo, dentro de los cráteres hay casquetes de hielo permanentes. Antes eran estacionales, pero ahora no lo son, y están creciendo. Si bien todos los años, durante el verano boreal, se derriten un poco, cada invierno las tormentas depositan más nieve y los casquetes crecen más de lo que han mermado. Cada vez hay más agua encerrada en el polo norte del planeta. Si un canal llevara agua tropical, derretiría los casquetes en poco tiempo. Si se cavara un canal desde el Océano Meridional hasta la Depresión Polar, las aguas lo llenarían, formando el mar polar.

—De acuerdo con eso, ya tenemos un mar preparado —dijo Fredda— que está parcialmente lleno de agua; agua congelada, pero agua al fin. Lo cual significa que sólo nos resta cavar el canal.

—No es una menudencia —intervino Kresh—. Tendríamos que cavar dos canales, o bien un canal tan grande que incluyera un flujo hacia el norte y otro hacia el sur.

—Necesitaríamos ambos, en realidad —le dijo Lentrall—. Un canal que pudiera albergar el flujo bidireccional, y otro que sirviera como válvula de escape. El segundo no sería muy caudaloso, pero permitiría regular la cantidad de agua del mar polar.

—¿Cómo se logra que el agua fluya en dos direcciones a la vez por un solo canal? —preguntó Fredda.

—En realidad, es muy fácil —le respondió Lentrall—. Sucede continuamente en los océanos naturales. El agua cálida se desplaza en la parte superior y la corriente fría en la inferior, generándose así una suerte de barrera de temperatura natural, o termoclima. Incluso puede haber diversa concentración de elementos vestigiales. En la práctica no se mezclan. En este caso la contracorriente fría del sur también serviría para cavar el canal inicial por medio del proceso de erosión hidráulica.

—Usted hace que parezca muy simple —dijo Fredda, sin molestarse en disimular el tono sarcástico—. ¿Por qué nadie pensó antes en ello?

Lentrall era inmune al sarcasmo, sin duda porque era incapaz de detectarlo.

—Oh, muchos han pensado antes en ello —contestó—. El problema es que hasta ahora nadie logró encontrar el modo de cavar los canales necesarios. Se trataba de un trabajo demasiado grande y costoso para hacerlo con equipos de excavación convencionales. Si comenzáramos ahora, concentrando todo nuestro esfuerzo en cavar el canal, el clima sufriría un colapso antes de que llegásemos a la mitad.

—Pero usted, y sólo usted, ha encontrado el modo —observó Fredda.

Ahora el tono sarcástico pareció surtir cierto efecto en su interlocutor.

—Bien, sí —le dijo Lentrall con súbita cautela—. Así es.

—¿Cómo diablos piensa hacerlo? —le preguntó Fredda.

Ahora Lentrall estaba evidentemente incómodo. Miró a Fredda y a Alvar.

—¿Quiere decir que él ni siquiera le habló de eso? ¿No le explicó que…?

—No —lo interrumpió Fredda. Miró de soslayo a su esposo, pero era obvio que él no diría nada—. El gobernador quería que fuese usted quien me lo explicara.

—Entiendo —dijo Lentrall, asombrado—. Creía que usted lo sabía.

—Pues no lo sé —replicó Fredda—. Así que le pido nuevamente que me lo diga. ¿Cómo piensa hacerlo?

Davlo Lentrall acarició el mapa por un instante. Se aclaró la garganta. Se irguió en el asiento y miró a Fredda a los ojos.

—Es muy sencillo —dijo—. Me propongo arrojar un cometa sobre Inferno.