—Proyéctalo de nuevo, Gervad —le dijo Justen Devray—. Con pleno realce y magnificación.
—Sí, señor. —Gervad activó los controles y proyectó nuevamente sus recuerdos almacenados.
Devray observó las imágenes que cobraban vida una vez más. La cabeza calva de Barnsell Ardosa apareció en pantalla, una imagen granulosa y saltarina por efecto de la magnificación. Justen había proyectado aquellas imágenes, y las de Zapador 323, una docena de veces. Las imágenes de este eran más nítidas, pero el ángulo de Gervad era un poco mejor. Después de hacer una copia de las imágenes del zapador, Devray había dejado al robot en el vehículo de vigilancia tras ordenarle que permaneciese atento por si Ardosa volvía a aparecer. Zapador 323 debía seguirlo a donde fuese, y con la mayor discreción posible.
—De acuerdo, Gervad. Detén la imagen más nítida y muéstrame la imagen concordante —dijo Justen con expresión alerta. En todo buen agente de la ley había un cazador, un perseguidor que seguía el rastro sin desistir. La aparición de Barnsell Ardosa había despertado ese aspecto de la personalidad de Justen. O al menos la aparición de alguien que se hacía llamar así.
El robot obedeció la orden y las dos imágenes fijas —una granulosa y levemente distorsionada, la otra una nítida foto de identificación— aparecieron en la pantalla plana.
En ocasiones las identificaciones robóticas fallaban; por ejemplo, cuando un robot señalaba una concordancia entre dos imágenes que un humano habría rechazado de inmediato como pertenecientes a dos personas, pero esta vez no era así. Aunque la imagen de vigilancia era de baja calidad, se trataba sin duda del mismo hombre que aparecía en la foto de identificación de la universidad.
Justen estudió la imagen de vigilancia. Si bien el sistema de realce la había limpiado un poco, el procedimiento tenía sus limitaciones. Justen sabía que debería haber ordenado al robot que la limpiara aún más, pero ya llegaban al punto en que los realces parecían acertijos. Si retocaban más las imágenes empezarían a perder información en lugar de ganarla. Una versión realzada podía lucir mejor, pero también se parecería menos a Ardosa.
«Menos a Ardosa». Por alguna razón esas palabras despertaron un eco en Justen. Sin embargo, debía esperar. Dejar que fuera a él.
Justen Devray esbozó una sonrisa. Había pocas cosas más fáciles que no parecerse a Barnsell Ardosa. Era cada vez más obvio que Ardosa no existía. Justen había obtenido su primera clave de ese interesante dato cuando trataba de averiguar por qué las listas de concordancia de Zapador 323 no mostraban a Ardosa. La base de datos del zapador debía incluir todo lo que estaba en la de Gervad.
La explicación había resultado extremadamente simple. Alarmante, pero simple. Cuando Justen comparó las fechas de la base de datos de Gervad con las de Zapador 323, descubrió que la de aquel sólo tenía unos días, mientras que la de este llevaba un año y medio sin actualizarse. No era sorprendente, pues los zapadores distaban de ser el modelo más popular. El local donde Justen lo había alquilado tenía una docena de zapadores desactivados en la trastienda.
La base de datos de Gervad tenía a Ardosa, pero también mostraba que los datos de Ardosa se habían incluido cinco años antes, aunque la base de datos de Zapador 323, de dieciocho meses, no presentaba registros de él.
En síntesis, era obvio que alguien había manipulado los archivos de la policía y se había tomado ese trabajo para introducir un operador en el cuerpo docente de la Universidad de Hades. Parecía improbable que se hubieran tomado semejante molestia sólo por aquel hombre. Tendrían que registrar toda la lista de identidades e iniciar la larga y fatigosa búsqueda de la brecha de seguridad. Se trataba de una tarea agotadora, y Justen agradeció no ser un agente de contrainteligencia.
Pero ¿dónde habían puesto a ese hombre? Justen estudió la lista con mayor atención. ¿En qué parte de la universidad pasaba Ardosa sus días?
Cuando obtuvo la respuesta, se le erizó el vello de la nuca. El Centro de Estudios de Terraformación. Eso explicaba muchas cosas. Más de las que Justen hubiera deseado. Lo había desconcertado la idea de que alguien se molestara en introducir un agente en la parsimoniosa universidad, pero la terraformación era algo muy distinto.
La lucha para reparar el clima del planeta estaba en el centro de todos los temas del día. Quien controlaba el proyecto de terraformación controlaba el poder, y no sólo el tosco poder físico de la maquinaria de terraformación, sino también todos los demás, incluidos el financiero, el político y el intelectual. Tenía mucho sentido que los colonos, los Cabezas de Hierro o alguien más introdujera un agente en el Centro de Estudios de Terraformación.
Sin embargo, algo no encajaba. Ardosa —quienquiera que fuese— no era la clase de persona que Devray buscaba en la entrada de Ciudad Colono. Esa vigilancia era una operación continua, un intento de establecer un patrón de actividades rutinarias. Un agente de incógnito no se arriesgaría a usar la entrada principal para que lo descubrieran. A menos que hubiera algo tan urgente o importante como para que el riesgo valiera la pena.
La terraformación, no obstante, era un proyecto de varias generaciones. Avanzaba, por fuerza, lentamente. Cualquier obra llevaba años. ¿Qué clase de información podía ser tan urgente como lo sugería la conducta de Ardosa? ¿Por qué entrar por la puerta principal? ¿Por qué no enviar el mensaje de otro modo? Era imposible cerrar todas las formas de comunicación. Siempre existía un modo de transmitir un mensaje con razonable seguridad, si uno se tomaba un poco de tiempo. Se podía enviar un mensaje escrito por medio de un robot, o bien valerse de algo tan simple como un mensaje escondido bajo una piedra. Se podía enviar un mensaje hiperonda normal con una frase en clave, como «Los zapatos ya están listos» o «Por favor pide gachas para mi desayuno».
Ardosa debía de tener algún modo de comunicarse con los colonos.
¿Qué podía ser tan importante como para que se olvidara de toda prudencia y entrara por la puerta principal?
Y ¿quién era Ardosa? Devray estaba seguro de que había visto antes aquella cara; pero ¿dónde? Estudió de nuevo ambas imágenes. Un rostro así no podía pasar inadvertido. La expresión que presentaba en las imágenes de vigilancia era de preocupación, y en la imagen de identificación tenía el semblante inexpresivo propio de esas fotos, cuando el sujeto es sorprendido por la cámara antes de decidir qué cara ha de poner.
Mientras Justen observaba las imágenes, estaba cada vez más seguro de que nunca había visto al tal Ardosa personalmente. Sólo había visto una imagen suya antes, una foto plana, un holograma o algo parecido.
¡Un expediente! Tenía que ser eso. Las fotos de algún caso en el que había trabajado, o que hubiera sido lo bastante importante como para que hubiese estudiado todas los retratos de los sospechosos el tiempo suficiente como para memorizarlos. Sin embargo, Ardosa no había sido una figura protagonista en el caso. De lo contrario, Devray lo habría reconocido de inmediato.
Recordó una frase que poco antes se le había pasado por la cabeza: «Menos a Ardosa». ¿Acaso el subconsciente le susurraba que Ardosa ya no era igual que cuando él lo había visto? Y debía de tratarse de un caso viejo, pues de lo contrario Justen recordaría el rostro con claridad. Estudió las imágenes una vez más.
—Gervad —dijo—, borra el bigote de ambas imágenes y dame una muestra de regresiones en edad. No en modo espacial, porque envejecemos despacio, sino en modo colono. Retrocede diez años cronológicos estándar.
—Sí, señor. —El robot activó el sistema de control de imágenes con destreza y las dos imágenes se encogieron hasta ocupar apenas una fracción de la pantalla antes de que los bigotes desaparecieran, dejando un borrón de simulación, la estimación del ordenador del labio inferior que existía bajo el vello facial de aquel hombre.
Luego las caras se multiplicaron y comenzaron a cambiar, adoptando un aspecto más juvenil. Algunas versiones eran más delgadas o tenían más cabello. Las arrugas desaparecieron, también la papada, pero un hombre podía envejecer de muchos modos, y detener el envejecimiento, parcial o totalmente, si así lo deseaba. Los espaciales hacían lo posible para detener el proceso de envejecimiento por completo, pero los colonos no. Se dejaban envejecer.
Los espaciales no estaban acostumbrados a que la gente envejeciera, ni a ver cómo cambiaban de aspecto con el paso del tiempo. Si un espacial trababa amistad con un colono joven, dejaba de verlo y se reencontraban veinte años después, tenía dificultades para reconocer la versión envejecida del colono; pero los espaciales no habían perdido por completo esa habilidad. Con un poco de estímulo podía activarse.
El sistema gráfico del ordenador manipuló las imágenes con rapidez. Segundos después Devray tenía delante dos docenas de versiones del mismo rostro, con cambios y desplazamientos. Estudió cada una de ellas. Resistió el impulso de desestimarlas todas de inmediato. Confiaba en su instinto, pero sólo hasta cierto punto. ¿Y si el rostro que desechaba era el que había despertado aquel recuerdo? Aun así, tenía que confiar en su subconsciente. El número uno tenía demasiado cabello. El número dos lucía demasiado joven. El tres y el cuatro eran demasiado delgados, mientras que el seis y el ocho eran demasiado corpulentos.
Justen Devray observó las imágenes lenta y cuidadosamente, una a una. Por algún motivo intuía que se acercaba, que obtendría la respuesta, que estaba por hacer la asociación.
Entonces lo vio. El número quince. Ese era el que conocía. Estaba seguro. De repente, la pieza del rompecabezas encajó en su sitio. Supo quién era.
Había visto antes la foto de Ardosa, claro que sí. Y el hombre que se hacía llamar así había sido un personaje secundario en el caso más importante en que había participado Justen Devray: el homicidio del gobernador Chanto Grieg, cinco años atrás.
Justen se restregó los ojos y pestañeó.
—Lamento estar un poco nervioso, señor. He pasado toda la noche en vela con esto. He venido directamente aquí desde la sala de archivos. —Parpadeó y se desperezó. Al parecer la esposa de Kresh aguardaba en el despacho principal, pasillo abajo, y por eso Kresh lo había recibido allí, en el despacho de un asistente. Kresh le había asegurado que este no se presentaría en una hora, pero aun así… Las pinturas de la pared y los elegantes muebles lo hacían parecer un lugar extrañamente personal. Justen se sentía como un intruso.
—Está bien, hijo. Siéntese —dijo Kresh al tiempo que tomaba asiento en un extremo de un sofá e indicaba a Devray que hiciera lo propio en el otro. Justen aceptó la invitación, agradecido—. Donald, trae al comandante algo fuerte y caliente, con una dosis de cafeína.
—Enseguida, gobernador —respondió Donald, y fue a buscar lo que le pedían.
—Bien, comandante. Mi esposa y yo tenemos una reunión importante a las diez de esta mañana. Eso nos da una hora. ¿Será suficiente?
—Creo que diez minutos serán más que suficiente, señor. —Justen titubeó por un segundo y prosiguió—: Esta cita de las diez, señor… ¿será por casualidad con un tal Davlo Lentrall?
Kresh no ocultó su sorpresa.
—En efecto, comandante. No le he dicho a nadie que vuelvo a reunirme con él, excepto a mi esposa. ¿Puedo preguntar dónde obtuvo esa información?
—Gracias, Donald —dijo Justen. El robot personal de Kresh había regresado con una taza de lo que parecía té. Como la mayoría de los espaciales, Justen rara vez se molestaba en dar las gracias a un robot, pero Donald 111 era especial. Bebió un sorbo y lo encontró tan estimulante como esperaba—. Obtuve mi información de dos fuentes: nuestros viejos y queridos amigos del Servicio Colono de Seguridad y los Cabezas de Hierro. Ninguno de ellos me dio la información voluntariamente, desde luego, ni sabe qué he descubierto; pero aun así la obtuve gracias a ellos. Si hay algo que ellos ignoren, pronto lo averiguarán, y las actividades de Lentrall están enloqueciendo a las dos organizaciones.
—¿Sabe en qué está trabajando Lentrall? —preguntó Kresh.
—No, señor, pero si los colonos y los Cabezas de Hierro no lo saben ya, lo sabrán a la hora del almuerzo. Le aseguro que están movilizando todos sus recursos.
—¿Por qué no empieza por el principio, hijo? —sugirió Kresh.
—De acuerdo. He participado en varias operaciones para hacerme una idea de a qué se enfrentan mis agentes y demás.
—Y para salir de la oficina de vez en cuando —dijo Kresh con una sonrisa—. Yo hacía lo mismo cuando dirigía el Departamento del Sheriff.
Justen sonrió también. Era una gran ayuda tener un gobernador que había dirigido una fuerza de seguridad.
—Sí, señor. En cualquier caso, participé en la vigilancia de la entrada principal de Ciudad Colono. Normalmente el agente asignado a esa función debe aportar su propio vehículo u otro puesto de observación, y su propia asistencia robótica, gastos que luego le son reembolsados. La idea es no usar los mismos vehículos y los mismos robots una y otra vez. Eso hace que resulte más difícil reconocernos. También alienta a los agentes a ser más creativos, a demostrar cierta iniciativa. Lo cierto es que yo mismo hice un turno. Llevé mi robot personal y alquilé otro robot y un aeromóvil. El sentido de estas misiones de vigilancia es ver si localizamos a alguien que no debería estar allí; cuando eso sucede, lo investigamos.
—Pero esta vez ocurrió algo diferente.
—Sí, señor. Mis robots localizaron a alguien que no estaba en las listas. Mi robot pudo identificarlo, pero la unidad alquilada no, aunque era un modelo de seguridad. Luego descubrí que habían alterado la base de datos de mi robot personal, la lista del cual es una copia de la lista estándar de la PIC, y he confirmado que esta también fue alterada.
—¿Alguien insertó una identificación falsa en la base de datos de la PIC?
—Sí, señor, y debo añadir que la identidad real de la persona en cuestión no figura en el archivo. Ignoro si se debe a que lo borró la misma gente que insertó la identificación falsa o si el archivo real fue eliminado durante una purga rutinaria de archivos.
—Entiendo. ¿Y por quién se hace pasar esa persona?
—Por el doctor Barnsell Ardosa, del Centro de Terraformación de la Universidad de Hades. —Justen sacó de su cartera copias impresas de las imágenes originales—. Esta es la imagen que posee de él la universidad, y esta es la de vigilancia.
Kresh cogió ambas imágenes y soltó un silbido.
—Norlan Fiyle. El colono contrabandista de robots del caso Grieg. El bigote lo ayuda a disimular, pero no es precisamente el mejor disfraz del mundo.
Justen Devray miró a Kresh con expresión de sorpresa y admiración.
—El rostro me resultaba familiar —dijo—, pero tardé horas y necesité todos los trucos de manipulación de imágenes para reconocerlo.
—Usted aún es policía —dijo Kresh, mirando pensativamente las imágenes de Fiyle/Ardosa—, y ha tenido que examinar muchos otros rostros en muchos otros casos. Yo no conocí a Fiyle, pero estaba involucrado en el último caso en que trabajé. Todavía puedo cerrar los ojos y ver cada página del expediente. ¿Lo conoce personalmente?
—No, señor. Yo no presencié ese interrogatorio. Tal vez debí hacerlo.
—Eso es absurdo —dijo Kresh con voz más afable que sus palabras—. Usted estaba a cargo de una parte importante de un caso de la mayor importancia. Fiyle fue capturado en el otro extremo de la Gran Bahía, y de inmediato dio toda la información que necesitábamos. ¿Por qué demonios iba a ir tras él? ¿Por si reaparecía cinco años después?
—Supongo que tiene razón, pero aun así, en este momento lamento no haberle echado un vistazo.
—Es agua pasada. Volvamos al presente. Usted ha tenido la oportunidad de revisar los archivos, y quizá mi memoria no sea tan infalible como yo quisiera. Deme un rápido resumen del amigo Fiyle.
—Norlan Fiyle. Es colono, pero no integra el equipo de terraformación. Creo que aprovechó algunos fallos de las leyes de migraciones para venir a Inferno, quizá con la esperanza de ganar dinero fácil. Trabajaba con una pandilla de contrabandistas que sacaban robots Nuevas Leyes ilegales de la isla Purgatorio. Lo apresaron en la misma época en que asesinaron a Grieg. Hizo un trato, y a cambio de dar el nombre de un ranger corrupto quedó libre de culpa y cargo y se comprometió a abandonar el planeta. El ranger en cuestión era Emoch Huthwitz, a quien mataron la misma noche que al gobernador, mientras estaba de guardia. El móvil del homicidio parecía la venganza. Fue una de las pistas que nos hizo examinar la posible participación de contrabandistas de robots en el caso.
Kresh sacudió la cabeza.
—Gracias. A veces me olvido de lo complicado que fue el caso. Ahora dígame, si Fiyle debía abandonar el planeta, ¿por qué no lo hizo?
—No lo sé, señor, pero el hecho de que debiera marcharse ofrece una explicación obvia de por qué no figuraba en los archivos de la PIC. No conservamos las fichas de quienes se han ido del planeta. En cuanto a por qué no se fue, presiento que no sería mucho más honesto en su planeta natal. Tal vez huía de la policía de allí cuando llegó a Inferno. Tal vez se lo pensó dos veces y llegó a la conclusión de que en su propio planeta no permanecería libre por mucho tiempo. Así que ofreció sus servicios al SCS. Confidente por libre. Ellos le proporcionarían documentación y lo protegerían a cambio de información.
—Quizá Cinta Melloy no le diese oportunidad de hacerlo voluntariamente, si estaba al corriente de su historial —sugirió Kresh—. Es pura especulación, pero parece verosímil. Sin embargo, hasta ahora sólo tenemos a un viejo contrabandista que entra en Ciudad Colono y vive bajo un nombre falso. Debe de haber más.
—Sí, señor, y lo hay. Dejé que el zapador vigilara a Ardosa y lo siguiera mientras yo regresaba al cuartel general de la PIC con el otro robot y trataba de averiguar quién era Ardosa. Bien, Ardosa salió de Ciudad Colono poco después de que nos fuésemos y condujo a Zapador 323 hasta la sede de los Cabezas de Hierro, donde tuvo una amable plática con Jadelo Gildern.
Kresh enarcó las cejas.
—Vaya, nada menos que con el jefe de seguridad de los Cabezas de Hierro; pero ¿cómo sabe que habló con Gildern?
—Iba a mencionárselo. El robot de la puerta principal no lo dejó entrar hasta que Ardosa le dijo algo, y el robot consultó con alguien de dentro. El zapador lo grabó todo con imagen y audio de largo alcance. Ya lo he visto una docena de veces. Lo que dijo Ardosa… perdón, Fiyle, fue: «Escucha, montón de hojalata. Dile a Gildern que es Ardosa con nueva información sobre Lentrall. Él me recibirá». Y, por cierto, lo dejaron entrar.
—No es el más discreto de los agentes dobles, ¿verdad? —comentó Kresh—. Acercándose a la puerta principal de dos establecimientos, hablando en la calle de ese modo.
—A menos que fuera deliberado —apuntó Justen—. Si es un agente doble, ¿por qué no puede serlo triple? Tal vez trataba de llamar nuestra atención.
—Esto se complica por momentos. Nos pasaríamos la mañana entera elaborando teorías. Me pregunto si Gildern y Melloy saben que Fiyle trabaja para dos bandos.
—Se necesitan muchas agallas para espiar para los Cabezas de Hierro y los colonos al mismo tiempo —observó Justen—, y ser muy listo para que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. No creo que se lo haya dicho a ninguno de los dos.
—¿Por qué está tan seguro?
—Por nada en particular. Sólo me baso en lo que sabemos de su carácter por el caso Grieg, por el modo en que se comportó al dirigirse a Ciudad Colono, y luego a la sede de los Cabezas de Hierro.
—Interesante —dijo Kresh—. Muy interesante. Supongo que tiene vigilado a Fiyle.
—He dedicado a ello todos mis recursos; un equipo de seguimiento, intervención de su hiperonda, investigación de antecedentes, todo.
—Bien. Y por cierto, Lentrall está por llegar. Cuando se vaya, no quiero que lo deje solo.
—Estaba por sugerírselo, señor. Aconsejaría un equipo completo de seguridad, compuesto por humanos y robots. —Después del caso Grieg, habían aprendido a no confiar en un equipo integrado sólo por unos u otros. Era mejor usarlos a ambos en vez de exponerse a las flaquezas que cada cual tenía trabajando solo.
—Muy bien. Si fuera remotamente práctico, le pediría que los mantuviese lejos de la vista de Lentrall, pero dada la situación… procure que no lo estorben demasiado. No es la clase de persona que acepte amablemente un equipo de seguridad. Lo más probable es que acabe por escabullirse. Procuremos que se demore en hacerlo.
—De acuerdo.
—Gracias por su buen trabajo, Justen. —Kresh se puso de pie—. Me ha dicho algo importante. Tal como la ha presentado Lentrall, la situación es de la mayor gravedad, y necesitaré toda la información posible para tomar la decisión correcta.
Justen comprendió la insinuación. Se lamentó, recogió las imágenes y las guardó en su maletín mientras se disponía a salir. Kresh le estrechó la mano y le dio una palmada en el hombro.
—Me alegra haber sido útil, señor.
—Lo ha sido, lo ha sido —dijo Kresh mientras lo conducía hacia el pasillo—. Tal vez más de lo que cree. —Su robot abrió la puerta del despacho y precedió a su amo—. Gracias de nuevo, comandante.
Sólo cuando Kresh entró en el despacho principal y Donald cerró la puerta, Justen Devray reparó en que aquel no había mencionado en qué trabajaba Lentrall. Tonya Welton sabía más que él, y también Simcor Beddle. Por supuesto, eso significaba bien poco, porque Justen Devray, comandante de la Policía Infernal Combinada, no sabía nada en absoluto.