18
Hay muy pocos problemas personales que no puedan resolverse con el uso adecuado de un buen explosivo.
(Camiseta)
Cuando llegué a la oficina del sheriff, bajé de Misery de un salto y eché a correr en cuanto puse un pie en el suelo. Mi plan surtió efecto: estaba en la sala de interrogatorios antes de que a Garrett le hubiera dado tiempo a entrar. Le conté al sheriff todo lo que sabía: que Farley Scanlon era de los malos, que prácticamente me había amenazado con un cuchillo, que al ver a Garrett se había ido y que más tarde me había rajado las ruedas, mientras comíamos. La historia era bastante creíble, pero aun así tuve que rendir cuentas de hasta el último minuto de la noche y, además, querían hablar con Garrett para corroborarlo.
De modo que, mientras lo interrogaban, volví a la casa de Farley Scanlon, arrastrando como podía la historia del tío Bob, que me pesaba como una losa. O tal vez la opresión del pecho se debía a la posibilidad de haber dado esquinazo a quien mejor podría defenderme en el caso de que Earl Walker siguiera en la casa de Farley Scanlon o se le ocurriera aparecer por la escena del crimen. Eso me jodería bastante.
En ese momento sonó el móvil. Contesté.
—Hola, Cook. Acabo de dar plantón a Garrett.
—Me alegro por ti. Al fin y al cabo, no estabais hechos el uno para el otro.
Sonreí, burlonamente.
—Bueno, te cuento lo que se oye en la calle.
—Me encanta cuando me cuentas cochinadas —dije.
—La sobrina de Yolanda Pope estuvo a punto de morir después de una operación de anginas sin importancia.
—Venga ya.
—Como lo oyes. Minutos después de que el buen doctor se presentara en planta.
—Lo cual es sospechoso porque…
—Ese día no tenía que pasar consulta. No había operado, por lo tanto no tenía que visitar a nadie, pero aun así se presentó en la planta. La sobrina de Yolanda entró en parada cardíaca apenas unos minutos después de que él se marchara.
—Madre del amor hermoso. ¿Qué edad tenía la niña?
—Doce años. Lo achacaron a una reacción a la anestesia, pero ¿la niña supera la operación sin problemas y una hora después tiene una reacción?
—No parece demasiado probable.
—¿Crees que sabía que la niña era la sobrina de Yolanda?
—Estoy completamente segura. Pobre Xander —dije, recordando a su hermano mayor con aprecio. No quería ni imaginar por lo que Yost lo había hecho pasar—. ¿Cómo has conseguido toda esta información tan rápido? —pregunté.
—Resulta que conozco a la enfermera jefe que ese día trabajaba en el turno de mañana.
—Genial.
—Sí, pero no hay pruebas. A las enfermeras les pareció raro, pero no se abrió ninguna investigación. Sin embargo, creen que Yolanda las oyó comentando el asunto y que por eso sospecha de él.
—Bueno, pues todo esto nos conduce a una conclusión: Nathan Yost es más bobo de lo que pensaba. Nunca había conocido a nadie que acumulara tanto rencor con tanto empeño. Ese hombre es más malo que la quina.
—En cualquier caso, no entiendo qué esperaba conseguir con eso —dijo Cookie.
—Vengarse. Es un oportunista y vio la oportunidad. Yolanda lo había dejado y era una forma de devolvérsela. Hablando de gente rencorosa, voy a ir un momento a echarle un vistazo al remolque de Farley Scanlon. Es obvio que Earl Walker estaba cerca, puede que incluso se alojara en su casa.
Solo lo había visto una vez, hacía muchos años, mientras apaleaba a Reyes, y con aquello había tenido de sobra para toda la vida. La sola idea de tener a aquel hombre cerca estuvo a punto de provocarme un desmayo. Eso o la falta de sueño empezaba a hacer mella en mi consciencia.
—Y vas a su casa porque ya hace días que nadie intenta matarte, ¿no?
—Claro —contesté, con una sonrisa exhausta—. La rutina diaria empieza a aburrirme.
—Al menos podrías esperar a Garrett, ¿no?
—No, no podría.
—¿Por qué?
—No me gusta.
—Sí, sí que te gusta.
—Y esta tarde tengo que ir a visitar a una banda de motoristas.
—Si me dieran un centavo cada vez que dices eso…
Colgamos cuando entraba en la parcela de Farley. La caravana era poco más grande que una lata de sardinas y aunque las caravanas me gustaban tanto como a la que más, aquella dejaba mucho que desear. Como el chóped. Se suponía que era mortadela, pero…
Forcé la cerradura y pasé por debajo de la cinta policial justo cuando un coche reducía la velocidad al pasar por delante de la casa. No se pararon, por suerte, pero lo más probable era que estuvieran llamando a las autoridades en ese preciso momento o realizando cualquier otro acto de responsabilidad civil. Aunque, claro, también podía ser que solo estuvieran admirando mi culo, porque ¿quién no lo haría?
Una enorme mancha de sangre se extendía sobre la alfombra de color verde olivo y los paneles de madera que sobrevivían como vivo testimonio de la espantosa decoración de los setenta. Puesto que no había tenido la previsión de llevar guantes, encontré unas manoplas de horno y me puse a rebuscar entre pilas de papeles y cubos de basura asquerosos, toda una proeza con unas manoplas de horno. Al ver un par de facturas dirigidas a un tal Harold Reynolds, un nombre que más falso no podía sonar, se me ocurrió que Earl Walker podría haber dejado de utilizar el alias de Earl Walker. Metí las facturas en el bolso y seguí revolviendo en aquel desbarajuste.
Estaba sentada, ensimismada en una foto de un hombre que llevaba un sombrero con astas cuando oí que el pomo se movía. Solté una breve maldición, atravesé el estrecho pasillo como una exhalación y me escondí en el dormitorio, al fondo de la casa. Mi pulso se aceleró rozando cotas de pánico al oír que se abría la puerta de la caravana. Si los polis me pillaban allí, aquello no hablaría precisamente a favor de mi inocencia.
Rezando para que no me diera un ataque y acabara liándola, eché una ojeada por el resquicio de la puerta. Había un hombre con una pistola, pero solo podía verlo en parte y de espaldas. La luz que se colaba a través de una ventana sucia a unos centímetros de él apenas iluminaba la estancia lo suficiente para distinguir qué tipo de ropa llevaba, pero no parecía un uniforme de policía. En ese momento, una mano me cubrió la boca por detrás y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retener la última taza de café en el estómago.
—Chissst —susurró el intruso junto a mi oreja, mientras la otra mano se deslizaba por mi estómago y se detenía en el botón de mis vaqueros.
El calor que desprendía su cuerpo dejaba a su paso un rastro al rojo vivo y puse los ojos en blanco, aliviada e irritada a partes iguales.
Iba a matarlo. Reyes Farrow. ¿Cómo demonios había llegado hasta allí? Me estrechó contra él, y la ropa y el pelo se impregnaron de su calor. Reyes ardía y vencí la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en su hombro, respirando hondo para llenarme de su olor. En ese momento empezó a desabotonarme los pantalones y volví en mí al instante, rechazándolo con ambas manos enmanopladas. Me las sujetó y me las pegó al cuerpo, envuelta en sus brazos de acero.
—Es tu novio —me dijo al oído.
Al ver que rechazaba sus avances por segunda vez, retorciendo las manos hasta cerrarlas sobre su firme muñeca para impedir que aquellos dedos habilidosos acabaran de desabotonarme los vaqueros, volvió a hacerme callar con un mordisquito juguetón en la oreja.
—Reyes —susurré en voz tan baja como pude mientras él me bajaba la cremallera.
No era precisamente el momento más idóneo.
—¿Llevas manoplas? —preguntó, recorriéndome la nuca con besos abrasadores.
Al momento, su mano se deslizó por debajo de mis braguitas y no conseguí detener a tiempo el grito ahogado que se me escapó cuando sus dedos indagaron un poco más entre mis piernas. Instantes después, oí pasos en el pasillo.
—No te lo tomes como algo personal —dijo, con un suspiro de decepción en el momento en que me colocaba un cuchillo en el cuello.
Mi lujuria repentina se estampó contra el suelo y siguió dando tumbos como el aterrizaje fallido de un globo aerostático. ¿Otra vez con el dichoso cuchillito? ¿En serio?
Reyes retrocedió hasta la pared del fondo conmigo, envuelta en sus brazos como en una camisa de fuerza. Garrett entró justo entonces, vio lo que ocurría y levantó la pistola de manera instintiva. Fue como si las paredes del diminuto dormitorio se cerraran de repente sobre nosotros.
Sentí que Reyes ladeaba la cabeza, de modo inquisitivo. Garrett paseó rápidamente su mirada acerada entre nosotros, vaciló, apretó los dientes con rabia y bajó el arma. Era lo único que podía hacer.
Vi de reojo que Reyes sonreía con burla, hasta que decidió levantar las manos e imitó el gesto de rendición de Garrett. Bajó el arma y la tiró al suelo. Acto seguido, me hizo a un lado con suma delicadeza y adiviné cuáles eran sus intenciones en cuanto vi que Garret volvía a alzar la pistola.
—Garrett, no —le advertí, aunque demasiado tarde.
En el tiempo que una cobra emplea en atacar, Reyes le quitó el arma y lo apuntó con ella a la cabeza, con una sonrisa de agradecimiento en el rostro.
Garrett parpadeó, comprendió lo que había sucedido y retrocedió tambaleante, con los brazos en alto.
—Reyes, espera —dije, en tono de dura advertencia.
—Atrás —ordenó a Garrett, haciéndole una señal con la pistola.
Garrett avanzaba de espaldas por el oscuro pasillo cuando Reyes tiró de mí y me colocó entre ellos, bajo el marco de la puerta del dormitorio. Me miró, asegurándose de que Garrett seguía dentro de su campo de visión.
—Yo no mato, Holandesa —dijo, como si lo decepcionara que hubiera podido preocuparme esa posibilidad—. Salvo que me vea obligado a hacerlo.
Sus últimas palabras iban dirigidas a Garrett. Sin apartar los ojos de él, me cogió por la barbilla y me besó en los labios con una ternura inusitada.
Y desapareció. Antes de que nos diéramos cuenta, había saltado por una ventana del tamaño de un sello de correos, como un animal, una centella de pelo lustroso y músculos.
Garrett pasó por mi lado como una exhalación en dirección a la ventana.
—Hijo de puta —masculló, conteniendo la rabia que lo consumía. Se volvió hacia mí—. Muy bonito.
—Eh —protesté, dirigiéndome a su espalda, ya que había salido con paso airado de la habitación—. No sabía que estaba aquí. Y tú no tenías que entrar.
—Estaba preocupado por ti —dijo, dejando que un helado desdén empañara su voz al volverse y bajar la mirada hasta la cinturilla de mis pantalones.
Arrojé las manoplas a un lado y volví a abrochármelos a toda prisa, pero lanzó un resoplido burlón, sacudió la cabeza y se dirigió a la puerta.
—Cookie me llamó —dijo—. No puedo creer que seas tan tonta para venir aquí tú sola.
—Que te den —contesté.
No tenía por qué darle explicaciones.
Se volvió hacia mí, echando chispas.
—Y estás en la escena de un crimen, follando con un asesino fugado.
—No estábamos follando y Reyes no asesinó a su padre —repuse, con voz aguda por la frustración.
—No hablo de su padre, sino de Farley Scanlon.
Me lo quedé mirando, muda de asombro.
—¿Qué? ¿Crees que fue él quien mató a Farley Scanlon?
Se echó a reír. Los paneles de madera barata devolvieron un sonido áspero al rebotar contra ellos.
—Si el filo de la hoja coincide…
—Garrett, espera —le pedí, corriendo tras él, que se alejaba a grandes zancadas en dirección a su camioneta.
—Tenemos que llamar a la poli antes de que se nos escape.
Sacó el móvil y marcó el 911.
—¡No! —exclamé, quitándole el teléfono antes de que pudiera impedírmelo.
Lo cerré, esperando que no hubiera conseguido contactar.
—¿Qué cojones haces?
Alargó la mano, para intentar recuperarlo y lo alejé un poco más.
—Me lo quedo un rato.
Corrí hacia Misery y puse el motor en marcha. Garrett me siguió y abrió la puerta del conductor sin darme tiempo a poner el seguro.
—Devuélveme el teléfono —masculló entre dientes.
No era una petición. La rabia que bullía en su interior había teñido su aura de un negro ahumado. Nunca lo había visto tan furioso.
Alejé el móvil y lo sostuve sobre el asiento del acompañante, una medida absurda donde las hubiera ya que sus brazos eran casi el doble de largos que los míos.
—Charles, te juro que…
Al ver que no conseguía alcanzarlo por culpa del volante, me agarró por el brazo y me arrastró fuera de Misery, tal cual. No me dejó otra elección. Le di una patada en la espinilla para distraerlo y luego lancé el teléfono con todas mis fuerzas. Garrett soltó una maldición y se cogió la pierna, pero el ruido de algo parecido a un chapuzón nos dejó de una pieza. Repentinamente mudos, nos volvimos hacia el lugar del que había procedido el sonido al tiempo que un escalofrío me recorría la espalda.
Mi cara de pasmo expresaba a la perfección mi sorpresa ante la existencia insospechada de una charca tras las hierbas altas. Ambos nos quedamos mirando en aquella dirección largo rato y luego, poco a poco, de modo amenazador, Garrett se volvió hacia mí con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la rabia incontrolable. Antes de que Swopes hiciera algo que ambos pudiéramos lamentar, me subí a Misery de un salto y cerré la puerta, aunque esta vez sí pude bajar el seguro. Un microsegundo después, tiró de la manija con tanta fuerza que el jeep empezó a bambolearse. Teniendo en cuenta que las ventanillas eran de plástico, puse el motor en marcha y salí disparada de la parcela de Farley Scanlon como alma que lleva el diablo. Vi por el espejo retrovisor que Garrett se quedaba parado un momento, fulminándome con la mirada, antes de echar a correr hacia su camioneta.
Estaba muerta. Estaba inevitable e indiscutiblemente muerta.
Llamé a Cookie.
—Eh, Cook —dije, con voz alegre y despreocupada.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Por lo visto, había sonado demasiado alegre y despreocupada.
—Bueno, pues Reyes me ha amenazado a punta de cuchillo, aunque por lo visto solo era una trampa para conseguir que Garrett tirara su arma, cosa que hizo, y luego apuntó a Garrett a la cabeza con esa misma pistola justo antes de que me besara y saltara a través de una maldita ventana.
—Vaya, entonces, ¿ha ido bien? —preguntó, al cabo de un largo silencio.
—De fábula. Aunque Garrett está hecho un basilisco, así que estoy dándole tiempo para que se tranquilice. Ah, también le robé el móvil y se lo tiré a una charca, de modo que no te molestes en volver a llamarlo —dije, en tono acusador.
—Lo siento, pero es que me tenías muy preocupada —se justificó—. ¿Cómo narices ha llegado Reyes hasta ahí?
—¿Quién coño lo sabe? Puede que haya venido corriendo. Ese tipo es muy rápido.
—Por Dios bendito, Garrett en un lado y Reyes en el otro. Es como un corte de helado medio derretido.
—¿Ya he mencionado que Garrett está que trina?
—¡Ah! Acabo de averiguar que la madre de Ingrid Yost murió un mes antes que ella.
—Venga ya. ¿Te importaría repetirme quién es Ingrid?
—¿La primera mujer del doctor Yost?
—Vale, ya lo sabía. Un momento, ¿cómo murió la madre?
—Igual que la hija, de un ataque al corazón.
—Mira tú por dónde.
Nathan Yost estaba convirtiéndose en un verdadero asesino en serie.
—Y he hablado con tu tío. ¿Estás preparada?
—¿Es una pregunta trampa?
—Nathan Yost tiene una propiedad en Pecos.
—¿En serio? —Bingo—. Es la mejor noticia que me han dado en todo el día.
Teniendo en cuenta las horas de camino que tenía por delante, decidí llamar a mi amiga del alma del FBI.
—Agente Carson —contestó, directa y profesional.
—Joder, mire que es buena.
—Gracias —dijo, animándose de inmediato.
—¿Sabía que es posible que el doctor Yost hubiera intentado matar a la sobrina de Yolanda Pope para vengarse de ella?
—No —admitió.
—¿Y que asesinó a la madre de Ingrid Yost un mes antes de que volara a las islas Caimán y la matara también a ella?
—¿Tiene pruebas? —preguntó, tras pensarlo unos instantes.
—Ni una, pero los cuerpos empiezan a acumularse. Alguien tiene que pararle los pies a ese tipo. ¿Ha encontrado algo que pudiera demostrar que Teresa Yost tenía planeado dejarlo antes de su desaparición?
—No, según todo Cristo, eran la pareja perfecta.
—Ya, ¿no pensaba todo el mundo lo mismo del primer matrimonio hasta que ella huyó del país y presentó el divorcio?
—Podría decirse que sí.
—Ella sabía que corría peligro —dije—, por eso se fue a las islas Caimán, para alejarse de él. Por lo visto, el tipo tiene problemas de abandono.
La puse al corriente de lo que me había contado Yolanda, incluida la parte de su sobrina y lo que habíamos averiguado desde entonces. Luego le hablé del alter ego de Yost, Keith Jacoby, antes de añadir:
—Pero, insisto, no puedo demostrar nada. Deberíamos hablar con el falsificador. Lo último que he oído es que había retomado su carrera en Jackson, Mississippi.
—Entonces, ¿ese tal Keith Jacoby estaba en las islas Caimán al mismo tiempo que la difunta señora Yost?
—Sí.
—De acuerdo, intentaré que alguien de la oficina de Jackson vaya a visitar a su falsificador.
—Yost también posee una propiedad en Pecos.
—Sí, ya —contestó, medio ausente, mientras tecleaba—, enviamos a un equipo a investigarlo. Tiene una cabaña, pero no encontramos nada.
—Ahora mismo voy de camino a entrevistarme con una banda de motoristas. Me gustaría echarle un vistazo a la propiedad, por si acaso, pero no creo que pueda ir hasta mañana.
—Como guste —dijo, y luego añadió—: Un momento, ¿va a entrar en una banda de motoristas?