10
La policía nunca lo encuentra tan gracioso como tú.
(Camiseta)
Minutos después de haber sido noqueada por el hombre con mayores votos para ser elegida la Persona con Más Posibilidades de Acabar Asesinada por una Chica Blanca Cabreada, el mundo regresó con la furia desatada de un tornado. Un equipo de las fuerzas especiales de la policía echó la puerta abajo con el rifle apoyado en el hombro y comprobó que la habitación estuviera despejada. Uno de ellos se arrodilló a mi lado y lancé un quejido, en parte para que fuera más verosímil y en parte porque fue lo único que me salió.
¡Reyes me había pegado! ¡Me había pegado de verdad! No importaba que pegarme a mí no fuera como pegarle a otra chica, ni que me recuperara en cuestión de horas. Seguía siendo una maldita chica y él era muy pero que muy consciente de ello, joder. Tendría que devolvérsela, con una tubería de plomo, o un trailer de dieciocho ruedas.
—¿Está usted bien? —preguntó el tipo de las fuerzas especiales, examinándome el ojo.
Maldita sea, me encantaba cuando los hombres de uniforme me miraban a los ojos, o al culo, tanto daba. Asentí mientras él iba retirando la cinta adhesiva con sumo cuidado. La pegó a un trozo de plástico y la metió en una bolsa de pruebas que estaba cerrando cuando un inspector y dos agentes entraron en la habitación para hablar con el oficial al mando. El hombre abrió las esposas, y uno de los agentes le echó una mano para devolver el somier y el colchón a su sitio y ayudarme a sentarme en la cama.
—¿Quiere un poco de agua? —preguntó.
—No, estoy bien, gracias.
—Creo que deberíamos detenerla.
Sobresaltada, miré al agente. Era Owen Vaughn. Sí, ese Owen Vaughn, el tipo que había intentado matarme o dejarme paralítica en el instituto con el monovolumen de su padre. Pues menuda mierda, porque el tío me odiaba hasta la médula y todo lo que la rodeaba, incluso esa cavidad que alojaba la médula. ¿Cómo se llamaba esa cosa?
—Creo que no será necesario, agente —dijo el inspector—. Un momento. —Se acercó un poco más—. Usted es la sobrina de Davidson.
—Sí, señor, la misma —contesté, tocándome el ojo con un dedo. Me dolió. El dedo no, el ojo.
El hombre lanzó un largo suspiro y miró a Vaughn.
—De acuerdo, deténgala —se decidió al fin.
—¿Qué?
Una sonrisita de satisfacción se dibujó en el rostro de Vaughn y otra maliciosa en el del inspector.
—Es broma —dijo.
Vaughn frunció el ceño, decepcionado, y salió ofendido de la habitación mientras su colega se sentaba a mi lado.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.
—Me secuestraron con mi propio coche. —Era obvio que el plan consistía en que se lo contara a la policía, sino Reyes no me habría pegado. Al menos eso esperaba—. Y me esposaron a este armazón con las esposas.
—Ya veo. —El inspector sacó su libreta y empezó a tomar notas cuando un alguacil entró por la puerta—. ¿Se ha llevado su coche?
Lancé un suspiro mental, comprendiendo que íbamos a tener para rato.
Yyyyyyyyy así fue.
Dos horas después, subí al asiento trasero del coche patrulla de Owen Vaughn a la espera de que el tío Bob viniera a buscarme. Había sido examinada por un técnico sanitario y acosada por el sinvergüenza de un oficial llamado Bud. Después de aquello, decidí que había llegado el momento de salir cagando leches, así que pedí refuerzos en forma de mi tío preferido para convencer a las fuerzas del orden de Albuquerque de que me dejaran ir. El ojo morado ayudó. La madre del cordero, Reyes pegaba fuerte, y sospechaba que ni siquiera le había puesto ganas. Gracias a Dios, por otro lado.
Miré a Vaughn por el retrovisor. Estaba en el asiento del conductor, cosa lógica por otra parte teniendo en cuenta que se trataba de su coche.
—¿Vas a contarme de una vez qué es lo que te hice? —pregunté, rezando para que no le diera por meterme una bala por el culo por preguntar.
—¿Vas a morirte de una vez en medio de gritos agónicos?
Lo que vendría siendo un tajante y rotundo «pues va a ser que no». Joder, sí que me odiaba, y encima nunca sabría por qué. Decidí intentar que me viera como a una persona para que se sintiera menos inclinado a matarme en el caso de que se le presentara la oportunidad. Había leído en alguna parte que si, por poner un ejemplo, un secuestrador oía varias veces el nombre de su víctima, este acababa creando un vínculo emocional con la persona que había tomado como rehén.
—Charley Davidson es buena gente. Estoy segura de que si le cuentas a Charley lo que hizo, estará más que dispuesta a solucionarlo.
Se quedó callado, muy tenso, y luego se volvió hacia mí, despacio, como si lo hubiera ofendido.
—Si vuelves a hablar de ti en tercera persona, te mato aquí mismo.
Vale, estaba claro que le preocupaban mucho las formas narrativas. Dudaba que fuera legal que un agente de la policía amenazara a un civil de aquella manera, pero teniendo en cuenta que él llevaba pistola y yo no, decidí que lo mejor sería no preguntárselo.
Descubrí dos cosas sobre Owen Vaughn mientras esperábamos a Ubie allí sentados: primero, poseía la asombrosa capacidad para mirar fijamente a una persona a través del espejo retrovisor sin pestañear durante… pongamos que unos cinco minutos. Ojalá hubiera podido ofrecerle un poco de colirio. Y segundo: tenía una especie de deformación nasal que le hacía lanzar un pequeño silbido cuando respiraba.
Poco después de mi desquiciante visita al infierno —también conocido como el coche patrulla de Owen Vaughn—, un hombre bastante huraño llamado tío Bob me llevó a casa.
—¿Así que Farrow te secuestró? —dijo Ubie mientras aparcaba, completamente ajeno a los pelos que llevaba.
—Sí, me secuestró.
—¿Y qué hacías en ese veinticuatro horas en medio de la nada en plena noche en mitad de una amenaza de riadas?
—Recibí un mensaje de… ¡Ay! ¡Gemma! —Rescaté el móvil del fondo del bolso, que Reyes había tenido el detalle de dejar en la mesita que había junto a la cama, y la llamé.
Seguía apagado. Probé en el de casa.
—Gemma Davidson —contestó, con voz tan somnolienta como me sentía yo.
—¿Dónde estás? —pregunté.
—¿Quién es?
—Elvis.
—¿Qué hora es?
—La hora de la verdad.
—Charley.
—¿Me has enviado un mensaje? ¿Se te ha estropeado el coche?
—No y no. ¿Por qué me haces esto?
Qué graciosa.
—Mira el móvil.
Oí un suspiro adormecido y profundo, un susurro de sábanas y por fin:
—No se enciende.
—¿Nada?
—No. ¿Qué le has hecho?
—Me lo zampé en el desayuno. Mira la batería.
—¿Dónde está?
—Pues… ¿debajo de la tapa de la batería?
—¿Estás gastándome una de esas bromas pesadas?
La oí toqueteando el teléfono.
—Gem, si quisiera gastarte una broma pesada, no me limitaría a apagarte el móvil. Te embadurnaría el pelo de miel mientras duermes. O, bueno, algo por el estilo.
—¿Fuiste tú? —preguntó, atónita.
Se había tragado por completo la vieja técnica de dejar la ventana abierta para desviar las sospechas de la víctima hacia otra persona que no fuera el verdadero agresor. Llevaba años creyendo que había sido Cindy Verdean. Iba a contarle la verdad, pero cambié de idea cuando vi qué le hizo a Cindy en represalia. Las pestañas de la pobre nunca volvieron a ser las mismas.
—Espera, la batería no está —dijo—. ¿Me la has quitado?
—Sí. ¿Has salido esta tarde?
—No —contestó tras un nuevo y hondo suspiro—. Sí. Salí a comprar algo de beber con un compañero.
—¿Te tropezaste con alguien? ¿Se le cayó algo delante de…?
—¡Sí! Oh, por todos los cielos, me tropecé con un hombre, se disculpó y luego, unos cinco minutos después, se presentó con una botella de vino para resarcirme por el encontronazo. No fue nada, es decir, apenas me tocó.
—Te robó el teléfono, me envió un mensaje, quitó la batería y luego te lo devolvió, junto con la botella de vino.
Viendo en qué círculo de amistades se movía Reyes, no me sorprendía que un carterista se contara entre ellas.
—Me siento ultrajada.
—¿Por el móvil o por la miel?
—Ya sabes que la venganza nunca es buena consejera. Eh, no volviste a llamarme después de verte con Reyes. ¿Cómo fue?
—Oh, fue superbien. —Miré al tío Bob, quien seguía esperando que le diera el parte—. Bueno, eso lo explica todo —dije, cerrando el teléfono sin más.
—Charley, ya te lo he dicho antes, pero pienso repetirlo: ese hombre está acusado de asesinato. Si hubieras visto lo que le hizo a su padre…
Dejó la frase inconclusa mientras sacudía la cabeza y decidí sincerarme con él, a pesar de los pelos que llevaba.
—Tío Bob, ¿es posible que el hombre de la furgoneta no fuera Earl Walker?
—¿Eso es lo que te dijo Farrow?
—¿Es posible? —insistí.
Ubie agachó la cabeza y apagó el motor del monovolumen.
—Es como tú, ¿verdad?
Su pregunta me sorprendió y no supe qué responder, aunque debería de haber imaginado que algún día sucedería. Había visto el cuerpo de Reyes después de que los demonios se hubieran cebado en él. Había visto con qué rapidez se recuperaba. De hecho, los médicos consideraban un milagro que Reyes hubiera sobrevivido. Y dos semanas después, ahí estaba, paseándose entre los demás presos como si nada. Me hubiera jugado un café frappé con chocolate a que Ubie seguía a Reyes de cerca. Yo lo hubiera hecho, después de lo que había visto.
—Posees un don asombroso para sobrevivir a situaciones inverosímiles —prosiguió—, te recuperas mucho más rápido que nadie que haya conocido y a veces te mueves de manera distinta, casi como si no fueras humana.
Sí, creo que no se había dejado nada.
—Tengo que preguntarte algo y quiero que seas completamente sincera conmigo.
—De acuerdo —dije, un poco preocupada.
No estaba en mi mejor momento. Hacía tres horas que no probaba la cafeína y era evidente que él había empezado a sumar dos y dos.
—¿Te envía Dios?
Y le había dado doce.
—No —contesté, ahogando una risita—, digamos que, si acabo en la oficina de objetos perdidos de un aeropuerto, no creo que el tipo de arriba bajara a reclamarme.
—Pero eres diferente —afirmó con toda naturalidad.
—Sí, lo soy. Y… sí, Reyes también.
Se le escapó un hondo suspiro entre los dientes.
—No mató a su padre, ¿verdad? —dijo al fin.
—Primero, Earl Walker no es su verdadero padre. —Ubie confirmó que lo sabía con un gesto de cabeza. Era un dato que había salido a la luz durante el juicio—. Segundo, estoy empezando a creer que ese hombre ni siquiera está muerto.
—Es posible —admitió, tras mirar por la ventanilla largo rato—. Desde luego es muy poco probable, pero no imposible. Por poder hacerse, se puede.
—¿Dando el cambiazo de la ficha dental? —pregunté.
Asintió.
—¿Y a nadie le llamó la atención que la novia de Earl Walker trabajara de asistente dental en el consultorio del que las autoridades obtuvieron dichas fichas?
Sabía que Ubie había sido el inspector a cargo del caso, así que podría decirse que navegaba por aguas turbulentas. Y la vela no era lo mío.
Apretó los labios bajo el poblado bigote.
—¿Estás ayudándolo?
—Sí.
¿Para qué iba a mentirle? El tío Bob no era idiota.
Sentí correr la adrenalina por sus venas al oír mi respuesta, aunque sospecho que mi franqueza era lo que realmente lo había sorprendido. De modo que probó una vez más.
—¿Sabes dónde está?
—No. —Al ver que fruncía el ceño con cierta desconfianza, añadí—: Por eso me esposó, para tener un poco de ventaja. No quería comprometerme.
—Y te pegó porque…
—Llamé a su hermana tonta del culo.
Me miró exasperado.
—Es muy susceptible.
—Charley…
—Quería que pareciera verosímil, ya sabes, para los polis.
—Ah. ¿Has tenido algo que ver con su fuga?
—¿Aparte de que utilizara mi coche después de secuestrarme? No.
—¿Vas a informar al sargento de guardia de estos detalles que tan convenientemente has omitido?
—No.
No podía hablarle de Amador y Bianca, ni del plan de superagentes secretos que habían urdido para sacarlo de allí.
—¿Crees que Cookie estará despierta?
Tuve que reprimirme para no poner los ojos en blanco y en ese momento vi a Misery. Por lo visto, Amador lo había hecho llevar hasta allí durante la noche. Qué detalle.
Tal vez la unión pecaminosa de Cookie y el tío Bob no fuera tan mala idea. Hacía poco que habían empezado a tontear, y por mucho que aquello me provocara una sensación de ardor en el estómago, ambos eran adultos sanos y responsables, capaces de tomar sus propias y pésimas decisiones, aunque acarrearan años de terapia de pareja y, finalmente, costas legales.
No pensaba quedarme a verlo. También podía empaquetar todas mis cosas y vivir en Misery. El jeep, no el sentimiento.
Me volví hacia el tío Bob, hacia aquella mirada esperanzada que movía a la compasión, y decidí negociar.
—¿Vas a retirar a esos tipos que tengo todo el día pegados al culo?
Señalé el coche aparcado en la acera de enfrente.
Puso cara larga.
—No. Es bueno para tu culo.
—También lo es subir escaleras y utilizo el ascensor siempre que puedo. —Al ver que se encogía de hombros, añadí—: Cookie está durmiendo —justo antes de salir del coche.