24
El azote de Khaine
Malus Darkblade entró en la ciudad de los Reyes Intemporales con la espada en la mano y una tormenta del Caos rugiendo a su espalda.
Los rayos herían el cielo carmesí y conferían a las murallas y torres derrumbadas un nítido relieve. Rugía el trueno, al que respondía el terrible gruñido del nauglir que avanzaba por las calles atestadas de desperdicios. Los bárbaros se levantaban de las pieles sobre las que dormían, con hachas y espadas en las manos, e intentaban ver noche adentro al sentir que estaba a punto de suceder algo terrible.
Malus atravesó la plaza de hombres empalados y pasó ante los maderos cruzados de los que había colgado él mismo apenas unas horas antes. La oscura mole del templo se alzaba ante él, con los flancos adornados de calaveras silueteados en el parpadeante despliegue de rayos de color metálico. Detuvo al gélido al pie de la alta escalinata y contempló con frialdad las puertas cerradas. Rencor echó la cabeza atrás y rugió en dirección al antiguo edificio, un sonido primigenio de furia que resonó en los gruesos muros del templo.
Al cabo de pocos momentos, se abrió la doble puerta y por ella salió un destacamento de guardias del templo que empuñaban pesadas armas de asta larga y hachas. Malus bajó de la silla de montar, empuñó la Espada de Disformidad con ambas manos y saboreó el calor que radiaba del arma ultraterrena. Palpitaba al ritmo de los latidos de su corazón, y parecía vivificada y hambrienta ante la perspectiva de la batalla.
Los guardias del templo se desplegaron a la carrera y bajaron por los escalones gritando el nombre de Khaine, bendito Señor del Asesinato.
En el ceñudo rostro de Malus apareció una sonrisa lobuna.
—Sangre y almas —susurró, y corrió hacia ellos.
Vio desplegarse la batalla con espantosa y gélida claridad, como si fuera una danza ritual ejecutada a cámara lenta. Un guardia lo acometió por la izquierda para clavarle una lanza. Malus cercenó la punta del arma con un barrido de la espada, y cortó en dos al hombre con el golpe de retorno. Sin pausa, barrió hacia la derecha para bloquear el hacha de otro guardia, antes de invertir el golpe y cortarle las dos piernas por encima de las rodillas. Hendió la armadura como si fuera papel podrido, la carne se ennegreció y los huesos se partieron bajo el voraz toque de la espada. Los alaridos de los hombres formaban un trueno brutal en torno a Malus, que pasaba entre los enemigos haciendo manar arcos de sangre caliente que siseaba y humeaba en el aire.
Uno de los guardias hizo un barrido bajo con la lanza con la intención de derribar a Malus. Antes de que el golpe impactara, el noble extendió los brazos y clavó la punta de la Espada de Disformidad en el cuello del atacante, para luego rotar sobre un talón y cercenar ambos brazos y la cabeza acorazada del que cargaba contra él por la espalda. El noble reía como un borracho, giraba y cortaba con la siseante espada sin dejar de ascender por la escalinata hacia las puertas del templo.
Un guardia gritó de furia y saltó hacia él, sin hacer caso de la larga caída que lo separaba del suelo de la plaza. El ataque pilló a Malus con la guardia baja durante una fracción de segundo, pero, presa de la fiebre de la batalla, le pareció que el enemigo flotaba lánguidamente en el aire, con los musculosos brazos tendidos como los de un niño. Grácil como un danzarín de la espada, Malus giró media vuelta y echó una rodilla en tierra al tiempo que alzaba el arma en un destellante tajo que abrió al hombre desde la entrepierna al mentón y lo hizo volar, en medio de un arco de sangre, hacia las piedras grises, donde cayó ante las patas del nauglir.
Malus oyó un zumbido que avanzaba perezosamente hacia él. Se volvió y desvió a un lado el hacha que le habían arrojado, para luego subir a toda velocidad los últimos escalones hacia el único guardia que quedaba. El guerrero apenas tuvo tiempo de desenvainar la daga antes de que Malus llegara hasta él.
Se miraron el uno al otro. El gigante acorazado se encumbraba por encima del pequeño noble, y su cara oculta por el yelmo lo observaba desde lo alto con aturdido sobresalto. Luego lanzó un suspiro gorgoteante, y por los orificios de respiración de la visera del yelmo manó sangre cuando el noble retiró la Espada de Disformidad que atravesaba el peto del hombre. Malus se apartó grácilmente a un lado cuando el cuerpo del gigante cayó de cara sobre los escalones de piedra y rodó hasta el pie de la escalinata, donde dejó un rastro de sangre.
Una figura pálida que se encontraba justo fuera de la entrada del templo contemplaba al noble. La bruja de Khaine cayó lentamente de rodillas, y sus ojos marmóreos destellaron de miedo cuando Malus se le aproximó. Los finos labios marchitos se tensaron para dejar a la vista sus dientes amarillentos en una terrible mueca de muerte.
—Sabía que volverías —gimió—. Intenté decírselo a los otros, pero no quisieron creer lo que yo había visto. —La anciana bruja de Khaine abrió las manos ante él—. Eres la encarnación de la muerte y la destrucción, oh, hijo de la casa de cadenas, y te acompaña la bendición de los Dioses Oscuros. Nuestro tiempo ha acabado. Que comience el Tiempo de Sangre.
Alzó el mentón y la Espada de Disformidad pareció saltar en las manos de Malus. La negra hoja destelló en el aire, y la bruja de Khaine se puso rígida bajo el viento que levantó la espada al pasar.
Malus estudió fríamente a la bruja durante un momento. Un fino hilo de sangre oscura manó de la delgada línea que le cruzaba la garganta. El noble avanzó hacia ella, la cogió por el pelo blanco y alzó la cabeza cortada.
Se colgó del cinturón la cabeza de la bruja y pasó junto al cuerpo aún erguido en dirección a la oscuridad interior del templo.
Cuando Malus salió del templo poco rato después, lo esperaba la Tribu de la Espada Roja.
Ocupaban toda la plaza que se extendía al pie del edificio, como espectros en medio de un bosque de hombres empalados. Los rayos se reflejaban en los yelmos de acero y la destellante malla, en las espadas afiladas y en los colmillos desnudos. Las caras disformes se alzaron cuando el noble acorazado avanzó hasta el primer escalón, y todos los ojos contemplaron la humeante espada y el trío de cabezas cortadas que Malus llevaba en las manos.
Shebbolai se encontraba al frente de su tribu, y aguardaba al pie de la amplia escalinata con expresión de ceñudo júbilo. Malus le dirigió una mirada funesta y luego recorrió con los ojos a los guerreros reunidos. El trueno rugió en el norte.
—El gobierno de los Reyes Intemporales ya no existe —declaró Malus, y su penetrante voz atravesó la plaza—. Olvidaron su deber para con el Señor del Asesinato, y Khaine ha hecho sentir su cólera, pero la contaminación que los poseía se ha extendido a vosotros, guerreros de la Espada Roja. ¡Los hijos de Khaine no se ocultan en ciudades de piedra ni rehúyen el campo de batalla! La gloria del Dios de Manos Ensangrentadas reside en la muerte, no en los esclavos, ni en el oro, ni en las murallas de piedra. Los Reyes Intemporales prefirieron aferrarse a la vida, y vosotros os unisteis a su depravación.
Ante estas duras palabras del noble, un gemido se alzó entre los guerreros reunidos. Malus los hizo callar con un grito.
—Cuando Khaine envió a su Azote elegido a reclamar su derecho de nacimiento ante los reyes, estaban tan hundidos en su iniquidad que no lo reconocieron. —Malus alzó la terrible espada—. ¡Contemplad la Espada de Disformidad de Khaine, y sabed que su Azote se ha levantado!
Los guerreros replicaron con gritos de cólera y desesperación. Los hombres se abrían tajos en las mejillas y el pecho y le ofrecían al noble las afiladas hojas manchadas de sangre. Los guerreros se volvían contra los hombres más débiles de la tribu y los cortaban en pedazos, para luego arrojar los brillantes trozos de carne y hueso sobre los escalones del templo.
—¡Vivimos para servir! —gritó Shebbolai, cuya cara era una máscara de vergüenza y desesperación—. ¡Perdónanos, temido Azote!
—No hay perdón a los ojos de Khaine —gruñó Malus—, sólo muerte. Sólo la sangre puede lavar vuestros pecados.
—¡Entonces, sangre será! —rugió Shebbolai—. Muéstranos el camino, santo. ¡Viviremos y moriremos a tus órdenes!
El noble miró desde lo alto al jefe, y le dedicó una sonrisa de verdugo.
—Seguidme, hijos de la Espada Roja. Muerte y gloria aguardan.
Malus condujo a la tribu al desierto para regresar al sitio en que lo había dejado la Puerta Bermellón. No tenía ni idea de si eso cambiaría las cosas, pero le daba algo de tiempo para pensar y hacer inventario de las fuerzas de que disponía.
Los guerreros del Caos no marchaban como un ejército de Naggaroth, en ordenadas filas y divisiones. Recorrían el llano como una muchedumbre desordenada, de tal vez doscientos miembros, sobre rápidos caballos esbeltos que se movían como si compartieran una sola mente con sus amos. En la oscuridad resonaban los roncos bramidos y gritos de guerra de los guerreros que seguían al Azote desde la ciudad. La perspectiva de la batalla les había encendido la sangre y desterrado la duda y el miedo.
No podía decirse lo mismo de Malus. Cabalgaba en cabeza de la ingobernable turba, con la Espada de Disformidad dentro de la vaina, colgada a la cadera. Con el arma envainada volvía a sentir frío, ya que el calor del hambre de Khaine abandonaba lentamente sus músculos y lo dejaba débil y agotado. Cada pocos instantes, su mano se desplazaba hasta la empuñadura de la espada, como si el noble se calentara junto a una pequeña hoguera.
Tz’arkan se removió en el interior de Malus. Cuando antes la presencia del demonio parecía hincharse dentro del pecho del noble, ahora hacía que todo su cuerpo temblara.
—Te vuelves temerario, pequeño druchii —se burló el demonio—. Juegas con fuerzas que escapan a tu comprensión. ¿Piensas conducir a esta lastimosa chusma a una guerra contra tu hermano?
Malus se volvió a mirar a Shebbolai, que cabalgaba a pocos metros detrás de él, y a la turba de jinetes desplegados por el llano.
—Espero que mueran del modo más dramático posible. Necesito una grandiosa distracción, si quiero llegar al Sanctasanctórum de la Espada y ocuparme de Urial.
Era una apuesta arriesgada, sin duda, y desesperada. Por temible que fuera la Espada de Disformidad, Malus prefería no enfrentarse con Tyran y toda su horda de fanáticos. Si podía distraerlos con un ataque repentino dentro de las murallas de la fortaleza, podría ganar el tiempo suficiente para llegar hasta el templo y enfrentarse directamente con Urial. Tenía la esperanza de que, muerto su medio hermano, los fanáticos lo aceptaran a él como el nuevo Azote, o se descorazonaran y huyeran noche adentro. Luego podría ocuparse de Rhulan o de quienquiera que estuviera al mando de las fuerzas del templo.
—¿Piensas que puedes derrotar a Urial tú solo? —se burló el demonio.
La mano de Malus se desplazó hasta la empuñadura de la espada.
—Con esto, sí que puedo.
—¡Eres un estúpido, Darkblade!
—No, demonio. Tú me pusiste la espada en las manos. Si pensabas que no iba a empuñarla y usarla para matar a mis enemigos, el estúpido eres tú, no yo.
Mientras hablaba, Malus vio un trío de formas andrajosas que yacían en el suelo, sin vida, y se dio cuenta de que habían llegado al lugar de la batalla que había librado contra los campeones de Shebbolai. Le clavó los tacones a Rencor para que fuera al trote, y ascendió hasta la mitad de la loma baja, donde se volvió y contempló a los bárbaros. Cuando el nauglir giró, los jinetes detuvieron sus monturas y aguardaron, expectantes.
Malus desenfundó la Espada de Disformidad y se estremeció ligeramente cuando el torrente de calor le inundó el cuerpo.
—¡Guerreros de la Espada Roja —gritó—, la hora de vuestra redención está cerca! ¡Seguidme y purificad vuestras almas en la sangre de los enemigos! ¡Matad a todos los que se interpongan en vuestro camino!
Shebbolai desenvainó una temible espada curva y la agitó en el aire.
—¡Sangre para el Dios de la Sangre!
El aire de la noche se estremeció con un estruendo de bestiales gritos a Khaine. Malus sonrió y concentró la voluntad en la espada.
—Abre la puerta —le ordenó—. Devuélvenos al templo, maldito Dios del Asesinato, y recogeremos una roja cosecha en tu nombre.
Un retumbar colérico estremeció el aire. Malus no supo si era un trueno o un gruñido del dios sediento de sangre, porque en ese momento los guerreros de la tribu gritaron de terror y el mundo se volvió del revés.
Aparecieron bajo un cielo despejado, con un par de brillantes lunas en lo alto. La transición había sido tan violenta, que por un momento Malus quedó desorientado.
Los caballos relinchaban y los hombres gritaban de asombro y miedo. La noche se estremeció con un severo toque de trompetas, y Malus oyó que por los paseos de la fortaleza del templo resonaban gritos de alarma. Luego, el mundo volvió a adquirir nitidez.
Malus y los guerreros se encontraban en la amplia avenida situada entre la Ciudadela de Hueso y el templo construido por los enanos. Desde todos los senderos y edificios llegaban fanáticos de blanco ropón, y las trompetas de alarma continuaban sonando. Era como si, de algún modo, esperaran su llegada, pensó el noble. De ser así, su estrategia ya había fallado.
Sin embargo, los sonidos de batalla dieron nueva vida a los guerreros del Caos, y por la avenida empezaron a resonar alaridos y el entrechocar del acero. Malus se puso de pie en los estribos.
—¡Guerreros de Khaine, redimios con la sangre de vuestros enemigos!
Con un rugido sediento de sangre, los bárbaros espolearon a los caballos y se lanzaron de cabeza hacia los fanáticos, y al cabo de pocos momentos se había trabado una feroz refriega a lo largo de toda la avenida. Los fanáticos continuaban llegando en torrentes desde todas partes, pero de momento los jinetes tenían la ventaja, tanto en número como en movilidad. El noble sabía que eso cambiaría muy pronto.
Malus clavó los tacones en los flancos de Rencor y galopó hacia el templo.
Guerreros de blanco ropón se le cruzaron en el camino por la derecha y la izquierda con la intención de cortarle el paso. El noble tiró de las riendas y se dirigió directamente hacia el fanático de la derecha, que tuvo la presencia de ánimo para mantenerse firme y preparar el arma con la intención de golpear la cabeza de Rencor, pero, en el último momento, Malus volvió a cambiar de dirección; giró a la izquierda y dirigió un tajo contra el guerrero al pasar. El draich del fanático abrió un tajo en el hombro de Rencor justo cuando Malus le rebanaba la parte superior del cráneo.
A la izquierda de Malus resonó el acero. Se volvió a tiempo de ver que el cuerpo decapitado del segundo fanático se desplomaba en el suelo. Shebbolai y media docena de bárbaros habían seguido a Malus, y usaban las lanzas y espadas para matar a todo aquel que se acercara demasiado. El jefe bárbaro alzó la espada hacia los cielos, riendo como un demonio. Malus le dedicó una sonrisa cruel y clavó los tacones en los flancos de Rencor.
Las puertas del templo estaban abiertas cuando Malus detuvo el gélido ante la amplia escalera del edificio. Temeroso de una emboscada, desmontó con rapidez y dejó que Shebbolai y los bárbaros encabezaran la marcha. Los guerreros del Caos atravesaron el umbral a la carrera, y casi de inmediato Malus oyó alaridos y ruido de batalla. Cuando entró a la carga, se encontró con que los bárbaros estaban matando a un grupo de servidores del templo que habían estado apilando una nueva serie de trofeos cerca de la puerta.
—¡Por aquí! —gritó Malus, mientras atravesaba a toda velocidad la amplia cámara.
Shebbolai y sus hombres siguieron al noble escalera arriba, hacia la capilla. Cuando irrumpió en ella, Malus esperaba hallar al menos un puñado de fanáticos de guardia, pero estaba desierta.
«Algo va mal», pensó Malus, que sintió las primeras punzadas de pavor en el corazón. El Caldero de Khaine siseaba y burbujeaba sobre la tarima ceremonial sin que nadie lo atendiera. Parecía una emboscada, pero ¿era posible que Urial hubiese previsto esto?
Con los dientes apretados, Malus decidió que eso carecía de importancia. Estaba comprometido, de un modo u otro, y tendría que llegar hasta el amargo final. Inspiró profundamente y se encaminó hacia la escalera del sanctasanctórum.
Shebbolai y los bárbaros lanzaron exclamaciones ahogadas de asombro ante la gigantesca estatua de Khaine, mientras rodeaban la tarima y subían hacia la entrada iluminada por una luz roja. Malus aferró con energía la Espada de Disformidad para sacar fuerzas de su calor al aproximarse a la puerta. Recordaba demasiado bien lo sucedido la última vez que había estado ante el estrecho umbral.
El poder puro que salía, hirviente, por la puerta, bañó la piel de Malus e hizo vibrar la espada que tenía en las manos.
—Preparaos para cualquier cosa —les advirtió el noble a los bárbaros, y siguió adelante.
Malus no estaba preparado para lo que encontró en el interior.
El aire mismo aullaba y rielaba de dolor.
Malus se encontraba ante un ancho puente hecho de cráneos que atravesaba un mar de hirviente rojo. El calor y la luz manaban de la superficie como si fueran el resplandor de un alto horno. Le ardía la piel y se le inundaban los oídos con los gritos de los condenados.
Al otro lado del puente había otra puerta que conducía al sanctasanctórum, y en medio del puente, desnuda y reluciente en la luz roja, se encontraba Yasmir.
Al mirarla, Malus se sintió más pequeño y débil que nunca. Yasmir era un ser sobrenatural, radiante en su letal belleza. Los ojos oscuros de ella se posaron en los suyos y, al sonreír, la joven dejó a la vista unos colmillos leoninos. Detrás de Malus, uno de los bárbaros gimió como si se tratara de un niño asustado.
—¿Quién es? —preguntó Shebbolai, con voz cargada de pavor.
Malus no sabía qué decir. Finalmente, se encogió de hombros.
—Es mi novia —dijo, ceñudo, y fue a su encuentro.
Ella esperó a que se acercara, con los brazos ligeramente abiertos. De no haber sido por los cuchillos finos como agujas que tenía en las manos, podría haber estado ofreciéndose a su amante.
El noble aferró con fuerza la Espada de Disformidad. Uno no luchaba contra Yasmir, sino que se le ofrecía para morir. Por un instante, pensó en el demonio, pero apartó la idea de sí. Tendría que bastar con la Espada de Disformidad.
La mirada de la mujer era inescrutable, como si viera a través de él y contemplara un paisaje inalcanzable a los ojos de los mortales. Cuando la tuvo al alcance de la espada, más larga que las dagas, se detuvo. Flexionó los dedos sobre la empuñadura envuelta en cuero.
Yasmir no se movió. Continuaba mirando a través de él, como si no lo tuviera delante. El noble frunció el entrecejo.
—Hola, hermana —dijo.
Al oír su voz, la expresión de ella cambió. Sus ojos se desviaron ligeramente, como si lo viera por primera vez, y luego se lanzó hacia él con las dagas dirigidas contra su garganta.
Malus alzó la Espada de Disformidad en el momento preciso, y desvió lo suficiente las mortales armas, pero no tuvo tiempo para recuperarse porque la santa viviente se concentró en otros objetivos y comenzó a lanzarle una serie de mortíferas puñaladas a la cara, el pecho y la entrepierna. No dejaba de moverse ni por un segundo; flotaba en su dirección como una bailarina y hacía un movimiento letal a cada paso.
Malus no tuvo tiempo de asustarse. La Espada de Disformidad parecía moverse por propia voluntad y responder a cada ataque de Yasmir. Una vez más, vio desplegarse la lucha con distante claridad, como si fuera un espectador en lugar de un combatiente. La rapidez y gracilidad de ella eran devastadoras. Aunque podía prever el siguiente ataque de Yasmir, su cuerpo se veía en apuros para contrarrestarlo.
Lo hacía retroceder un paso tras otro, y lo mantenía constantemente a la defensiva. Una puñalada le clavó más de medio centímetro la daga en el cuello, sin embargo él apenas la notó. Otra lo picó como una víbora justo por debajo de un ojo.
La siguiente iba a herirle la cadera, justo donde el peto se unía al faldar. Malus aguardó hasta el último instante posible para pivotar sobre el pie izquierdo y dejar pasar de largo la puñalada. Continuó girando y transformó el movimiento en un revés de espada rápido como el rayo, dirigido al cuello de su oponente. La Espada de Disformidad zumbó en el aire, pero Yasmir ya se había apartado y rodado hacia adelante, fuera del camino del arma.
Malus la acometió, pero ella se recuperó de inmediato de la voltereta y rotó, apartando a un lado la estocada para luego lanzarle una velocísima puñalada al cuello. El noble previo el golpe y se echó atrás, al tiempo que desviaba la daga con el plano de la espada. Dos bárbaros cargaron contra Yasmir, con las armas dirigidas hacia su esbelta espalda. La joven invirtió las dagas con una floritura y los apuñaló a ambos en el corazón. Apartó los cuerpos de un empujón y se lanzó con una voltereta hacia el noble. Al salir de la voltereta, las dagas encaraban la garganta de Malus y una sonrisa terrible le iluminaba la cara sobrenatural.
Malus había previsto este ataque y se agachó por debajo de las dagas. La espada ascendió hacia el torso de Yasmir, cuyas dagas se cruzaron para bloquearla y atraparon la hoja. Malus liberó la espada de un tirón, hizo una finta baja y cambió a una estocada dirigida al cuello justo cuando ella doblaba el cuerpo, desviaba el ataque con la daga de la mano derecha y apuñalaba a Malus con la izquierda.
La punta de la daga le arañó la depresión del cuello y se detuvo. No podía seguir si continuaba bloqueando la espada de Malus con la mano derecha. Se inmovilizaban el uno al otro.
Yasmir miró a Malus a los ojos, y por primera vez pareció reconocerlo de verdad.
—No puedo matarlo —dijo, jadeante.
Malus frunció el entrecejo con desconcierto, y luego se dio cuenta de que no hablaba con él.
El noble oyó a su espalda, en dirección a la entrada del otro lado del túnel, la enfadada voz de Urial.
—¿Qué es esta estupidez?
Malus pensó con rapidez.
—No puede matarme porque somos demasiado iguales —dijo. Lenta, cautelosamente, se apartó de Yasmir y bajó la espada. Ella imitó con exactitud sus movimientos—. Como debe ser en el caso de una novia y un novio, ¿no crees?
Unos gritos coléricos atrajeron su atención hacia el otro extremo del puente. Los bárbaros retrocedían ante un grupo de fanáticos sucios de sangre y dos aterradoras figuras grises que bajaban como arañas por las paredes de piedra de encima de la entrada de la capilla. Las bestias del Caos agitaban los tentáculos con furia a medida que se acercaban a las presas.
Se oyó un sordo golpe carnoso cerca de los pies de Malus, y algo rebotó con fuerza contra su pantorrilla. Bajó la mirada y vio que la cabeza sucia de sangre de Arleth Vann se detenía a sus pies.
—Me lo contó todo —siseó Urial—. El cuerpo de un asesino puede resistir la tortura, pero su temple es impotente ante alguien como yo.
Malus se volvió para encararse con su medio hermano, con los ojos cargados de intenciones asesinas.
—Si te contó adonde me había dirigido —respondió, al tiempo que alzaba la Espada de Disformidad—, ya sabrás lo que es esto.
Urial permaneció al otro lado del puente, con la copia de la Espada de Disformidad aferrada en la mano izquierda. Su rostro se contorsionó de furia.
—¡No es tuya, perro bastardo! ¡Está destinada a mí! Yo renací del caldero, mientras que a ti te parió esa puta naggorita. Si estás aquí es porque así lo ha querido Khaine. Estás aquí para que pueda recoger la espada de tu cuerpo destrozado y sangrante.
Malus sonrió.
—¿La quieres, hermano? Ven, entonces, y cógela.
Urial gritó como un condenado y cargó hacia Malus con la espada levantada. Detrás del noble, Shebbolai rugió un desafío a los fanáticos, y de repente el aire se estremeció con el choque del acero y los alaridos de los moribundos.
Malus cargó hacia su medio hermano con un alarido de guerra. Se anticipó a todos los movimientos de Urial; supo que la espada descendería hacia su hombro medio segundo antes de que el golpe llegara hasta él. La Espada de Disformidad ascendió y desvió el tajo. Luego, Malus invirtió el golpe y dirigió un tajo al pecho de Urial. Sin embargo, antes de que la hoja hallara su blanco, la forma de Urial se volvió borrosa y la espada atravesó el espacio que él había ocupado.
¡Maldita brujería! Malus giró justo cuando la espada de Urial se lanzaba hacia su cara desde un ángulo inesperado. Pillado por sorpresa, la espada le abrió un tajo limpio en una mejilla. La sangre caliente le corrió por la cara, y Urial rió.
Malus lanzó una estocada a su medio hermano, pero otra vez el cuerpo del brujo se tornó borroso y volvió a materializarse un metro más a la izquierda. Urial lanzó una estocada con la espada que resbaló sobre la armadura de Malus, y el noble rotó y descargó un tajo sobre el brazo extendido, pero, una vez más, fue como cortar el aire. Urial se tornó borroso y volvió a materializarse a la derecha de Malus. Esta vez el noble esperaba el ataque, y estaba preparado cuando Urial le lanzó un tajo al cuello. Paró el golpe y avanzó para arremeter, pero su medio hermano volvió a transformarse en humo y reapareció a un metro a la derecha del noble. La espada de Urial destelló, y Malus sintió que una punzada de dolor le recorría el muslo derecho.
El noble rugió de furia y arremetió contra su hermano en el preciso momento en que algo pesado caía sobre el puente, detrás de él. Oyó el zumbido de los tentáculos una fracción de segundo demasiado tarde, y la bestia del Caos lo atrapó por el brazo de la espada y la cintura y lo alzó en el aire.
En los oídos de Malus resonaron aullidos gorgoteantes cuando la bestia se irguió sobre las patas posteriores y lo acometió con el resto de los tentáculos. Mientras era zarandeado por el aire, los garfios de los tentáculos le arañaban la armadura. Oía cómo Urial maldecía a la bestia, pero esta no le prestaba atención ninguna al brujo, concentrada en atraer a Malus hacia el chasqueante pico.
Con un gruñido, Malus cambió la Espada de Disformidad a la otra mano y descargó un tajo sobre los tentáculos que lo retenían. La hoja cortó los carnosos látigos en medio de una fuente de humeante icor, y él cayó de cara sobre el puente. Impacto con fuerza sobre el hombro izquierdo y pasó rodando junto al monstruo para alejarse de él. Malus se puso de pie cuando la bestia del Caos se volvía hacia él, y clavó la espada en el cuello de la criatura justo cuando dos de los tentáculos le golpeaban un costado de la cabeza. Los golpes lo derribaron y él rodó sobre sí, con la espada bien sujeta.
Cuando se le aclaró la vista, se encontró de cara a la capilla situada al otro lado del puente. La segunda bestia del Caos había saltado de la pared y se aferraba al costado del puente, desde donde atrapaba a los hombres en medio de la refriega y los levantaba en vilo. Malus vio que arrebataba de la batalla a uno de los bárbaros y alzaba el cuerpo que se debatía muy por encima de la cabeza, momento en que comenzó a arrancarle las extremidades una a una.
Tyran y Shebbolai se enfrentaban en combate singular e intercambiaban golpes con sus curvas espadas en un borrón de hojas afiladas como navajas. Por todas partes, fanáticos y bárbaros se hacían mutuamente pedazos con feroz determinación, aunque estaba claro que, al contar con la bestia del Caos en su bando, los fanáticos no tardarían en imponerse. Yasmir se mantenía aparte de la batalla y observaba la matanza con desapasionado interés.
Una sombra se proyectó sobre Malus. La espada de Urial silbó en el aire e impactó contra el puente en el sitio que había ocupado el noble, pero Malus había rodado a un lado y estaba levantándose con pies inseguros.
Urial rugió de odio y cargó contra su medio hermano con una serie de poderosos tajos que Malus paró con movimientos regulares y diestros. No intentaba devolverlos, sabedor de que con eso sólo le daría a Urial la oportunidad de desvanecerse y atacarlo desde un ángulo inesperado. En cambio, cedía terreno, se defendía con soltura e intentaba pensar en un medio de invertir la situación.
Con cada paso, Malus se acercaba más a la refriega del extremo del puente. Por impulso, bloqueó el siguiente ataque de Urial, para luego dar media vuelta y correr hacia la batalla. Detrás de él, Urial rió con desdén y se lanzó tras él, arrastrando el pie deforme por encima de la piedra pulida.
Un fanático mató a uno de los guerreros del Caos y se interpuso en el camino de Malus. El noble cortó al druchii por la mitad y pasó de largo antes de que los dos trozos cayeran al suelo. Corrió directamente hacia la bestia del Caos, que lo vio venir y tendió hacia él ocho tentáculos. Parecía correr directamente hacia el abrazo de la criatura, pero en el último instante se lanzó al suelo y pasó rodando por debajo de la cabeza de la bestia.
Como esperaba, Urial corrió de cabeza hacia el monstruo. El engendro del Caos, incapaz de diferenciar entre amigos y enemigos, tendió los tentáculos hacia Urial con el mismo entusiasmo con que había intentado apoderarse de Malus, pero el cuerpo del brujo volvió a transformarse en un borrón para reaparecer a un metro a la izquierda del lugar que acababa de abandonar. Medio loco de furia, Urial le clavó una estocada en un ojo a la bestia, que se precipitó desde el borde del puente con un chillido. Uno de los últimos bárbaros saltó hacia la espalda de Urial, pero el usurpador giró en redondo y cortó al hombre por la mitad con un salvaje barrido de la espada.
Sonó un grito a la izquierda de Malus cuando el último de los fanáticos cargó hacia los dos bárbaros que quedaban. Ambos guerreros del Caos clavaron las espadas en el pecho del druchii, pero el fanático se estrelló pesadamente contra los dos hombres y los tres cayeron por el borde del puente hacia el rojo mar de abajo. Sus gritos se apagaron cuando se hundieron en el hirviente líquido y no volvieron a salir a la superficie.
Sólo quedaban Tyran y Shebbolai. Ambos hombres se movían en cautos círculos el uno ante el otro, y sangraban por decenas de heridas profundas que tenían en el pecho y los brazos. Malus vio que Shebbolai alzaba la espada y cargaba hacia Tyran con un feroz rugido. El jefe de los fanáticos observó el avance del hombre y se agachó por debajo de la estocada en el último momento, al tiempo que arremetía con el draich y lo clavaba de lleno en el pecho del bárbaro. El propio impulso de Shebbolai hizo que se ensartara en la hoja del arma de Tyran, que le salió por la espalda. Antes de que este pudiera arrancarle la espada, el jefe aferró la muñeca del jefe de los fanáticos. Con una sonrisa demente, tiró del druchii hacia sí, con lo que la espada se le clavó aún más. Tyran intentó soltarse, pero la presa del guerrero del Caos era férrea. La espada de Shebbolai destelló y cercenó por el hombro el brazo con que Tyran sujetaba la espada. El fanático retrocedió con paso tambaleante entre espantosos alaridos, y se precipitó de espaldas desde el puente. Sin dejar de sonreír, Shebbolai cayó de rodillas y se desplomó, muerto.
Urial cargó contra Malus con un rugido y una estocada dirigida al cuello del noble. Malus bloqueó la estocada e intentó asestar un tajo a la cabeza de Urial, pero una vez más el cuerpo del brujo se desvaneció en un borrón para aparecer a un metro de distancia. El súbito contraataque del usurpador estuvo a punto de decapitar a Malus, pero este vio venir el golpe justo a tiempo de agacharse y esquivarlo.
El medio hermano de Malus rió.
—Estás acabado, Darkblade —se burló—. Puedo hacer esto durante toda la noche, si es necesario.
—Lo sé —le espetó Malus, al tiempo que dirigía un tajo al pecho de Urial. El cuerpo del brujo se transformó en un borrón…, pero el noble continuó con el tajo, que dirigió hacia un punto situado a un metro a la izquierda.
Urial gritó, con los ojos fijos en la espada negra que tenía entre las costillas. La sangre corrió por la larga hoja de la Espada de Disformidad, donde se vaporizó en contacto con el caliente filo.
—Eso te hace predecible —dijo Malus, y le arrancó la espada.
Urial retrocedió con paso tambaleante y el arma se le cayó de las manos. La sangre le corría como un río por la parte delantera de la armadura. Se desplomó de espaldas y se encontró rodeado por los esbeltos brazos de Yasmir.
Ella lo tendió con suavidad en el suelo y le sostuvo la cabeza entre las manos. Urial la miraba fijamente con una expresión anhelante en los ojos. Movió la boca, pero no le quedaba aliento.
Yasmir se puso de pie y caminó en torno a él para arrodillarse a su lado. Con una sonrisa amorosa, bajó las manos hasta la juntura del peto y tiró de él. Al arrancarle la coraza saltaron remaches y se partieron correas, y el pecho deforme de Urial quedó a la vista. Luego, la santa viviente pasó un delicado dedo por el torcido esternón del usurpador hasta hallar el punto que buscaba, donde hundió ambas manos. Los cartílagos se partieron cuando Yasmir desgarró el pecho de su hermano para abrirlo.
Lo último que vio Urial fue a su amada hermana devorando su corazón aún palpitante.
Según fueron las cosas, los guerreros de la Espada Roja se desenvolvieron mucho mejor de lo que Malus hubiese podido esperar. Después de matar a todos los fanáticos y servidores del templo que pudieron encontrar, abrieron las puertas de la fortaleza y continuaron sus desenfrenos por la ciudad arrasada. Varios de sus cuerpos fueron hallados en sitios tan alejados de la fortaleza como el distrito de los almacenes, cuando los guerreros del templo volvieron a entrar en Har Ganeth.
Malus estaba sentado en el trono del Gran Verdugo cuando el Arquihierofante Rhulan entró en la arena del consejo acompañado por un puñado de sacerdotes y sacerdotisas. Al ver a Malus, su expresión de alivio se transformó en abyecto horror.
—¡Tú! —exclamó—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Urial?
El noble miró al anciano con desprecio.
—¿Por qué, Arquihierofante, ya no recuerdas el plan? Dije que encontraría la manera de atacar directamente al usurpador, y así lo he hecho. Ya no le causará problemas al templo. —Se reclinó en el trono, con la mano derecha posada sobre el pomo de la Espada de Disformidad desenvainada—. Habría podido resolver esto con mayor rapidez de no ser porque no llegó a producirse la distracción que se me había inducido a esperar.
Rhulan miró a Malus con la boca abierta y los ojos dilatados de miedo.
—Es que… es decir, lo intentamos, pero los ciudadanos se habían vuelto locos. No pudimos llegar hasta el templo…
—¿Dónde está la anciana? —lo interrumpió Malus—. Aquella tan impresionante, con tatuajes.
—¿Me-Mereia? —tartamudeó Rhulan—. Ella… ella murió cuando intentaba llegar hasta uno de los destacamentos más aislados.
—Lo que significa que ella intentó cumplir con vuestra parte del plan y murió luchando, mientras tú te escondías cobardemente en un sótano —gruñó Malus.
—No presumas de poder juzgarme —lo desafió Rhulan—. Hice lo que creía mejor. —Se volvió a mirar a sus acompañantes, y luego fijó en Malus una mirada de conspiración—. No puedes haber vencido a Urial. Tenía la Espada de Disformidad. No podía ser derrotado en combate.
Malus le dedicó una fría sonrisa.
—Ah, sí, las escrituras. Veamos, deja que vea si lo he entendido correctamente: en interés de la veracidad doctrinal, me traicionaste y me abandonaste para que muriera. ¿Correcto?
Rhulan comenzó a temblar.
—No, no, no fue así. Teníamos que aguardar la llegada de Malekith. Él podría haber encontrado un medio para detener al usurpador.
—Afortunadamente para nuestro pueblo, no tendrá que hacerlo. —Malus se levantó del trono con la Espada de Disformidad falsa en la mano izquierda. Avanzó hasta la barandilla, saltó y cayó de pie en la arena. Hizo una mueca al sentir una punzada en la pierna herida, pero hizo a un lado la sensación de dolor. De hecho, la molestia era una buena señal. Significaba que el poder del demonio no lo estaba curando tan rápidamente como antes. De algún modo, el poder de la espada lo contrarrestaba. No sabía cómo, pero por el momento no iba a ponerse a cuestionarlo.
Malus se irguió y avanzó hacia Rhulan a grandes zancadas.
—Esto, según creo, pertenece al templo —dijo, al tiempo que soltaba la espada falsa y esta caía con estruendo a los pies del Arquihierofante—. El Gran Verdugo puede devolverla al sanctasanctórum, y por lo que concierne al resto de Naggaroth, jamás abandonó su refugio.
Rhulan frunció el entrecejo.
—No entiendo…
—Lo sé —respondió Malus, y decapitó a Rhulan con la Espada de Disformidad.
Hombres y mujeres gritaron de horror mientras el cuerpo del Arquihierofante se desplomaba. Malus los silenció con una fría mirada feroz. Luego señaló con la espada a una de las sacerdotisas.
—Tú, ven aquí.
Niryal salió de entre el grupo. En algún momento había dejado el hacha y se había puesto ropas mejores. A diferencia de Rhulan, ella dominó el miedo y mantuvo el mentón alto al acercarse a la espada manchada de sangre.
Malus le lanzó una mirada letal.
—No fuiste sorprendida por asesinos. Mataste al otro centinela y luego nos traicionaste.
La sacerdotisa ni siquiera se inmutó.
—Estaba segura de que nos engañabas y, según queda demostrado, era verdad.
—Luego, en cuanto Urial murió, volviste a cambiar de bando.
—Yo sirvo al templo —dijo Niryal.
Malus sonrió.
—Ya pensaba que dirías eso. Por ese motivo te nombro nueva Gran Verdugo. De toda la gente de esta maldita fortaleza, eres la única cuyas motivaciones puedo entender.
Los demás sacerdotes y sacerdotisas lanzaron una exclamación ahogada. Incluso Niryal estaba pasmada.
—No puedes hacerlo —dijo.
Malus alzó la Espada de Disformidad.
—Soy el elegido de Khaine, Niryal, desde luego que puedo. —Miró al resto de miembros del templo—. Y ellos serán tu nuevo Haru’ann. Parecen un atajo de atontados, pero puesto que conocen la verdad acerca de la espada, sólo podemos matarlos o emplearlos en algo útil.
Niryal se debatió durante un momento más con su repentino cambio de fortuna, y logró recobrar la compostura.
—¿Qué quieres que hagamos, santo? —preguntó.
El noble sonrió.
—Eso está mejor. Devolverás la espada falsa al sanctasanctórum. A estas alturas, salvo nosotros, no hay nadie vivo que haya visto a Urial empuñarla.
—¿Y qué hay del Rey Brujo? Probablemente marcha en este mismo momento por el camino de los Esclavistas.
—Cuando llegue, lo recibiréis con lujosa hospitalidad y lo informaréis de la usurpación de Urial —dijo Malus—. Decidle que Urial y un aquelarre de fanáticos usaron la magia del Caos para sembrar el descontento entre los ciudadanos y asesinar a los ancianos del templo. Se luchó en las calles durante casi una semana, pero al final enviasteis a través de los túneles a un grupo de voluntarios que lograron asesinar al usurpador y a los jefes de la conspiración. Es probable que el Rey Brujo quiera ejecutar públicamente a algunos ciudadanos para descargar su enojo, pero, aparte de eso, quedará satisfecho con los resultados. —Alzó la espada como gesto de advertencia—. No le contaréis nada acerca de mí ni de Yasmir. Ella deberá permanecer en el sanctasanctórum hasta que el Rey Brujo se marche. Después podrá hacer lo que le plazca.
Niryal pensó en todo lo que acababa de oír, y finalmente asintió con satisfacción.
—Se hará como dices, santo, pero ¿qué harás tú?
—Yo me marcho —replicó Malus—. El verano casi ha acabado, y tengo asuntos urgentes que atender en otra parte.
A regañadientes, metió la espada en la vaina. Rencor aguardaba en los corrales para bestias del templo, ensillado y preparado para la partida. Allí fuera, en alguna parte, se encontraba el Amuleto de Vaurog, la última de las reliquias que necesitaba el demonio. Estaba quedándose sin tiempo.
Ya se abría paso entre la multitud de pasmados sacerdotes y sacerdotisas y avanzaba a paso vivo hacia la puerta, cuando Niryal lo llamó.
—No lo entiendo. Tú eres el Azote. La Espada de Disformidad de Khaine es tuya. ¿Qué hay del Tiempo de Sangre? ¿No estarás aquí para conducirnos a una era de muerte y fuego?
Malus se detuvo. Se volvió a mirar a Niryal a través de la muchedumbre, y su mano se desplazó hacia la empuñadura de la espada ardiente.
—Tal vez —replicó, con una sonrisa fugaz—, pero no hoy. El apocalipsis tendrá que esperar.