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Estratagemas
En contacto con la piel, el agua fría como el hielo le produjo a Malus una conmoción lo bastante fuerte como para que contuviera el aliento mientras se frotaba la sangre seca del pecho y los brazos, aunque no bastó para eliminar la hormigueante sensación de que unos gusanos reptaban a través de su carne. Se esforzó para no vomitar al tener la impresión de que unas cosas que se retorcían le llenaban la boca y le acariciaban la lengua.
—No me gusta esto —dijo Silar Sangre de Espinas—. Es temerario. —El alto druchii se encontraba de pie junto al señor, y su largo rostro se mostraba más severo de lo normal—. ¿Cómo sabes que se puede confiar en ella?
Incapaz de soportarlo por más tiempo, Malus metió la cara en la gélida agua teñida de rosado. El punzante frío desvaneció los recuerdos residuales del abrazo de su hermana, aunque sólo por un momento. Salió a respirar jadeando, alterado, pero dueño de su propia piel por unos instantes.
—No se puede confiar en ella —replicó mientras se secaba la cara con una toalla que le ofrecía Silar—. Pero, por el momento, Nagaira y yo tenemos un objetivo común: robar la preciosa reliquia de Urial y hacernos con el poder que protege. Sólo se puede contar con ella cuando se satisfagan sus propios intereses, y para nada más.
El dormitorio del noble estaba abarrotado de gente tras el intento de asesinato de la velada y la repentina reunión con su hermana. Además de Silar, Lhunara y Arleth Vann se paseaban o meditaban en diferentes sitios de la pequeña estancia suavemente iluminada, a las claras descontentos con los resultados que habían tenido los acontecimientos de la noche. La mujer druchii se encontraba de pie ante una de las estrechas ventanas de la habitación y observaba cómo la oscuridad comenzaba a desvanecerse en una lenta progresión desde el negro al gris.
Hag Graef era llamada la Ciudad de Sombras por una razón: rodeado de empinadas laderas de montaña, el fondo del valle únicamente recibía la luz directa del sol un par de horas al día, y esto sólo en los raros días despejados del verano. Durante la mayor parte del año, Hag Graef permanecía envuelta en un crepúsculo perpetuo. Allá abajo, en la ciudad misma, Lhumara veía el débil y oscilante resplandor de los globos de fuego brujo que titilaban como estrellas en medio de las corrientes de cáustica niebla nocturna que flotaban por las calles.
—Silar tiene razón —dijo, pensativa—. Estás precipitándote demasiado, mi señor. Hay demasiadas incógnitas, demasiadas cosas que pueden salir mal… Ni siquiera sabemos dónde está ese templo. ¿En algún lugar de los Desiertos del Caos? Podríamos tardar años en regresar… si es que regresamos.
—Según Nagaira, la reliquia señalará el emplazamiento del templo —dijo Malus—, y prefiero deambular por los Desiertos del Caos a esperar aquí a que el siguiente asesino del templo se lleve mi cabeza.
—Pero, sin duda, podemos esperar unos días más, al menos. Gastar un poco de dinero y ver qué podemos averiguar acerca de la torre de Urial para trazar mejor los planes…
—No tenemos unos días. Debemos atacar mientras Urial se encuentra fuera de su cubil. Aunque creemos que estará en el templo unas cuantas noches, la única de la que tenemos plena seguridad es ésta. ¿No es cierto, Arleth?
Arleth Vann salió de las sombras del rincón más alejado de la habitación. Con la gruesa capa negra rodeándose el cuerpo y el borde de la ancha capucha colgando sobre el rostro, resultaba casi invisible en la oscuridad.
—Sí —asintió a regañadientes—. Todos los suplicantes de la ciudad deben asistir esta noche a las ceremonias de veneración, que duran desde el ocaso hasta el alba.
Malus vio que Lhunara observaba con aire interrogativo a Arleth. Muchos de los integrantes de la partida de guerra sospechaban que el guardia había estado vinculado al templo en algún momento del pasado. Desde luego, Arleth tenía buenas razones para no hablar de su vida antes de haberse establecido en Hag Graef, y Malus se guardaba para sí lo que sabía. Era un acuerdo que valía la pena respetar para contar con un guardia de las particulares habilidades de Arleth.
—Así que, como veis, tenemos poco tiempo para prepararnos —intervino el noble—, y mis enemigos están moviéndose en mi contra. Si las cosas se escapan demasiado de las manos, es posible que Lurhan me envíe al exilio, o algo peor, antes que arriesgarse a ahogar a toda la familia en un sangriento conflicto entre linajes. No cuento con los recursos, con el poder, para defenderme de estas amenazas. Ya será bastante difícil equipar a esta expedición, así que mucho más lo sería librar una guerra de linajes contra una alianza de nobles menores. —Malus se puso una bata y se encaminó hacia una mesa de fresno que estaba situada cerca del pie de la cama. Cogió una jarra de vino bretoniano procedente de los saqueos y llenó la copa que había al lado—. Si esta… reliquia… es la mitad de terrible de lo que Nagaira parece pensar, las cosas serán muy diferentes aquí cuando regresemos.
—¿De verdad piensas compartir ese poder con ella? —preguntó Silar.
—Sólo si tengo que hacerlo —admitió Malus, y bebió un sorbo de vino—. Y sólo hasta que esté seguro de que puedo controlarlo yo solo. Si creo que puedo esgrimirlo sin su ayuda… Bueno, los Desiertos del Caos son un lugar peligroso, ¿verdad?
Lhunara asintió mientras tejía mentalmente una red de estrategias y contingencias.
—¿Cuántos hombres llevará ella?
—Seis, incluido el degollador Dalvar. Yo también llevaré seis, incluidos tú y Vanhir. Silar, Dolthaic y Arleth Vann permanecerán aquí con el resto de la partida de guerra para custodiar las pocas pertenencias que me quedan. No dudo de que Urial se vengue de algún modo cuando se entere del robo.
—No te lleves a Vanhir —gruñó Silar—. Te traicionará si puede.
—Estoy de acuerdo —intervino Lhunara—, especialmente después del castigo que le infligiste en el camino de Ciar Karond. Te odia más que nunca.
—Precisamente por eso quiero tenerlo donde pueda vigilarlo —replicó Malus—. Mantendrá su juramento al pie de la letra hasta el último minuto del último día. Para eso falta más de un mes. Si para entonces aún estamos en los Desiertos del Caos, tal vez será más fácil matarlo, pero hasta entonces es una espada más que puedo usar para lograr mi meta.
Lhunara cruzó los brazos y se volvió otra vez hacia la ventana, claramente descontenta con la idea.
—¿Nos llevaremos los nauglirs, entonces?
—Sí —replicó Malus—. Siempre prefiero los dientes y las garras a los caballos. Además, pueden llevar más pertrechos y recorrer más distancia al día que una caravana de caballos de carga.
—También hay que tener en cuenta que necesitan comer muchísimo más —señaló Lhunara.
Malus rió entre dientes.
—No creo que allí donde vamos carezcamos de cuerpos para alimentar a los gélidos. Dolthaic los tendrá ensillados y dispuestos en los establos para cuando salgamos de la torre de Urial. No pienso quedarme aquí ni un minuto más de lo necesario cuando hayamos culminado el robo.
—Estoy más interesado en saber cómo vas a entrar y salir de la torre de Urial —dijo Silar.
Malus se sirvió una segunda copa de vino.
—Nadie sabe con seguridad cuántos servidores tiene Urial, ni cuántos guardias. Muchos provienen del templo, y todos llevan puestos esos pesados ropones y esas máscaras. Podría tener veinte o doscientos. Peor aún, Nagaira está segura de que su cubil estará muy protegido por hechizos y espíritus esclavizados; tal vez, incluso monstruos.
El noble desplazó la vista hacia Arleth Vann. Los dos se miraron a los ojos durante un momento, y luego el guardia se encogió de hombros.
—Es posible —dijo Arleth Vann—. Nadie más que las sacerdotisas saben hasta dónde ha avanzado Urial en los misterios de Khaine. Podría ser capaz de muchas cosas terribles. Incluso es posible que su cubil ya no sea… enteramente de este mundo.
Lhunara avanzó un paso hacia el guardia encapuchado.
—¿Qué quiere decir eso?
Arleth Vann bajó la cabeza. Malus vio la tensión que se evidenciaba en la línea de los musculosos hombros del guardia y la inmovilidad del cuerpo.
—Continúa, Arleth —insistió el noble.
—No puedo afirmarlo con seguridad, ni siquiera yo lo entiendo del todo, pero… hay lugares en los grandes templos, lugares profundos en los que sólo los más santos pueden entrar, que son testigos de rituales y observancias antiguos. Allí se hacen únicamente los sacrificios más selectos; en ese lugar no se pronuncia una sola palabra que no sea una ofrenda al Señor del Asesinato. Es un lugar al que acuden los sumos sacerdotes para contemplar el rostro de Khaine y su reino de matanza. Debilitan el tejido que separa ambos mundos hasta el punto de que a veces resulta difícil saber qué pertenece a este mundo y qué no.
Lhunara frunció el ceño.
—Ahora estás hablando con enigmas.
«No, Lhunara, no lo hace —pensó Malus—, pero es mejor que tú no lo entiendas, o podría encontrarme con un motín entre manos». Considerar la trascendencia de lo que acababa de oír era como tener un cuchillo clavado y retorciéndose en las entrañas.
—¿Estás diciendo que su sanctasanctórum podría ser un lugar así?
Arleth Vann alzó la mirada al oír la voz del noble. La cara que había bajo la capucha expresaba reserva, salvo los ojos, que tenían una mirada terrible.
—Es posible —dijo—. Nada es seguro con alguien como él. No lo limita ley alguna, ni en este mundo ni en el otro.
—Por la descripción que hacéis, ésta parece una misión estúpida —gruñó Lhunara.
—Para nada —dijo Malus—. Nagaira conoce un camino secreto para entrar en la torre desde las madrigueras…
—¡¿Las madrigueras?!
—¡Ya basta, mujer! Ella nos conducirá al interior de las madrigueras a través de una entrada situada en otra parte de la fortaleza, y luego ascenderemos hasta los almacenes de Urial. Dice que tiene talismanes que nos permitirán pasar sin ser detectados por las protecciones y calmarán a sus centinelas sobrenaturales. Dado que ella nos acompañará durante todo el tiempo, no dudo de que está segura de los poderes de esos talismanes.
—¿Y si se equivoca, mi señor?
—Una vez dentro —prosiguió él sin hacer caso de la pregunta de Lhunara—, mataremos a cualquier sirviente o guardia con quien nos encontremos de camino al sanctasanctórum de Urial. Si la Madre Oscura nos sonríe, eso no será necesario. Lo ideal sería que pudiéramos entrar y salir sin que nadie se diera cuenta. De todas formas, una vez que entremos en el sanctasanctórum tendremos que movernos muy deprisa. Ahora bien, Nagaira no sabe exactamente qué aspecto tiene la reliquia…
Lhunara hizo un intento de hablar al mismo tiempo que sus ojos se abrían cada vez más, pero Malus la silenció con una penetrante mirada.
—Pero está segura de que la reconocerá en cuanto la vea. Registraremos el sanctasanctórum, localizaremos la reliquia y nos marcharemos por donde entramos. Con suerte, no estaremos dentro de la torre más de media hora a lo sumo. Una vez que volvamos al interior de las madrigueras, deberíamos llegar a los establos en cuestión de minutos y estar fuera de Hag Graef y en el Camino de la Lanza al cabo de una hora. Para cuando regrese Urial y descubra que la reliquia ha desaparecido, nos hallaremos a leguas de distancia.
—Y nos dejarás a nosotros para que soportemos la acometida de su ira —dijo Silar con una voz cargada de terror.
Lhunara sacudió la cabeza.
—Esto no me gusta, mi señor. Huele demasiado a desventura. Si una sola cosa sale mal, todo el plan podría desmoronarse, y entonces, ¿dónde estaríamos?
—No estaríamos mucho peor que ahora, Lhunara —replicó Malus con frialdad—. Al templo le han prometido mi cabeza, y si mis sospechas son correctas, Urial es el responsable de la emboscada que nos tendieron en el Camino de los Esclavistas. No, no me quedaré sentado aquí esperando el beso del hacha. Urial ha contraído conmigo una deuda por mi ruina, y tengo intención de cobrarla esta noche. ¡Si muero en el intento, lo haré con una espada en la mano y sangre en los dientes! Ahora, marchaos. Descansad. Nos reuniremos en la torre de Nagaira esta noche, cuando haya caído la niebla.
Como un solo hombre, los guardias se inclinaron y se encaminaron hacia la puerta. Silar fue el último en partir.
—No te demores mucho en los Desiertos del Caos, mi señor —dijo con una sonrisa triste—. Podría no quedar nada de nosotros cuando regreses.
—Lo sé, noble Silar —respondió Malus—. Pero no temas. Tengo una memoria muy, muy larga, y un corazón despiadado. Cualquiera que sea el mal que Urial os inflija, se lo devolveré multiplicado por cien.
Al llegar a la puerta, Silar hizo una pausa para considerar las palabras del noble. Luego, más tranquilo, se marchó a atender sus obligaciones.