19
La Puerta del Infinito
Cuando despertó, Malus estaba suspendido dentro del círculo de piedras, sujeto en al aire por siseantes bucles de fuego brujo.
Las energías lo mantenían inmóvil y le impregnaban el cuerpo de un dolor sordo. Tenía todos los músculos tensos, como si luchara involuntariamente contra las fuerzas que lo sujetaban. La garganta ya no estaba hinchada. Lo habían colocado de tal modo que el Cráneo de Ehrenlish descansaba sobre las palmas de las manos, que tenía unidas a la altura de la cintura. Su cabeza estaba ligeramente echada hacia atrás, cosa que le permitió atisbar el cielo y determinar que había pasado muy poco tiempo desde que había sucumbido a las terribles enredaderas. Percibía la presencia de los sacerdotes, que formaban un círculo en torno a él y murmuraban una salmodia con grave voz gutural. «Que la Madre Oscura me conceda que ahora haya uno menos que antes», pensó con ferocidad.
Luego, sintió que una sombra caía sobre él, y vio que el enorme Kul Hadar ocupaba su lugar a la cabeza del círculo ritual de sacerdotes. El chamán había dejado a un lado el enorme báculo y alzaba ambas manos hacia el cielo. Un gruñido grave comenzó a sonar en las profundidades de la garganta del hombre bestia, y ascendió hasta un poderoso trueno, que adoptó la forma de palabras guturales. El poder crepitaba en los labios del chamán, y el noble entendió el nombre de Ehrenlish.
El cráneo se estremeció en las manos de Malus. Aunque no podía ver la reliquia, sentía que comenzaba a relumbrar con luz propia mientras el chamán invocaba al fantasma del hechicero.
Sintió que el cráneo se entibiaba entre sus manos. En el aire se oía un zumbido como el que haría un enjambre de abejas furiosas. ¿Era un sonido físico, o una vibración que reverberaba en sus huesos? De repente, una sacudida hizo que le temblara todo el cuerpo; luego, otra. Una ardiente energía hormigueante se agitó contra su vientre e intentó metérsele dentro. El chamán estaba obligando al espíritu de Ehrenlish a entrar en el cuerpo de Malus. Era similar a la sensación que había experimentado en el Santuario de los Caballeros Muertos, pero más lenta y decidida, como una daga que se clavara centímetro a centímetro en su carne. Apretó los dientes de rabia y opuso su voluntad a aquella invasión indeseada, pero era incapaz de impedir la inexorable violación de su cuerpo.
El poder oscuro se filtró con lentitud dentro de su abdomen y le contaminó las entrañas con la impureza de la corrupción física. El estómago se le rebeló ante el gélido contacto, pero no podía expulsarlo por mucho que lo intentara. Malus chilló con rabia impotente, y la sombra de Ehrenlish avanzó como una araña por sus huesos.
El espíritu lo sumergió en una marea de locura y odio. La mente del noble se llenó de visiones, visiones de planos ultraterrenos que atacaban su cordura y le helaban el alma. En su corazón pululaban gusanos y las venas se le llenaron de corrupción. El brujo se le filtraba de modo inexorable dentro de la cabeza, se retorcía y reptaba como una serpiente, y sondeaba los oscuros confines donde se encontraban todos sus secretos.
Luego, Hadar gritó una orden, y Ehrenlish retrocedió como si le hubieran dado un golpe físico. Las palabras se abrieron paso a través de la boca de Malus, salvajes maldiciones cargadas de odio hacia el animal que se atrevía a dar órdenes al campeón de los Poderes Malignos. El noble se enfureció y gritó en los rincones remotos de su mente al entablarse la batalla entre los dos brujos. Kul Hadar oponía su voluntad a la de Ehrenlish, y cada golpe reverberaba a través del cuerpo del noble en olas de dolor cegador.
La lucha se prolongó durante una eternidad, sin que ninguno cediera ante el otro. Ehrenlish rugía de forma desafiante a través de la boca de Malus, y los cielos tronaban y se agitaban a modo de respuesta. La sombra escupía sartas de maldiciones que cuajaban el aire, pero cada vez que Hadar contraatacaba, Malus sentía el miedo del espíritu de Ehrenlish.
Había sentido antes ese mismo terror, en el Santuario de los Caballeros Muertos, cuando el cráneo había caído en su mano, aunque entonces no supo qué significaba realmente la salvaje sacudida. A pesar de todo el poder que tenía la sombra, también temía a la oscuridad que esperaba fuera de los confines de su prisión mágica. Ehrenlish había sido un poder antiguo y terrible mucho antes de que reuniera al grupo de conspiradores para someter a su voluntad al poder del interior del templo. Había hecho muchos pactos oscuros y espantosos con cosas mucho más antiguas y terribles que él, y que aún aguardaban para cobrar lo que se les debía. Si Hadar lo presionaba demasiado, Ehrenlish daría cualquier cosa para diferir su disolución.
Malus se preguntaba si su cuerpo sucumbiría antes de que el brujo acabara por quebrantarse.
Hadar atacaba a Ehrenlish con blasfemas palabras de poder, y la sombra le respondía de igual modo. Malus sentía que se le desgarraba la garganta a causa de la fuerza de las temibles maldiciones. El calor rielaba en el aire por encima de las piedras erectas, y el noble veía evidenciarse el esfuerzo en la cara del hombre bestia. Pero los años de obsesión dotaban a Hadar de una voluntad febril que se equiparaba golpe a golpe con la voluntad de Ehrenlish, y el noble sentía que el brujo comenzaba a debilitarse.
Empezaban a arderle los dedos de manos y pies. Malus sentía el calor que le fluía por las extremidades mientras su cuerpo intentaba estar a la altura de las pasmosas energías que lo recorrían. Estaba consumiéndose como una vela que ardiera por ambos extremos, y los dos brujos continuaban el enfrentamiento, indiferentes ante lo que pudiera sucederle a él.
Malus oyó gritos. «¿Gritos?» Al principio pensó que lo engañaban sus propios pensamientos enloquecidos, pero, pasado un momento, se dio cuenta de que la voz de Hadar había vacilado y que los gritos de dolor competían con las blasfemias que bramaba Ehrenlish.
Una sombra cayó sobre las piedras erectas… No, no sobre las piedras, sino dentro del círculo, donde penetraba a toda velocidad entre los sacerdotes desde la parte inferior de la ladera. Hadar retrocedió al mismo tiempo que gritaba de rabia, y entonces uno de los jinetes de Urial entró en el círculo ritual y extendió un brazo para coger el cráneo que Malus tenía en las manos.
El mundo se estremeció y el cielo se abrió con un trueno cataclísmico. Ehrenlish chilló cuando las energías concentradas por el ritual estallaron en una tormenta de fuego voraz.
«En el dolor hay vida. En la oscuridad, fuerza infinita».
El viejo catecismo resonó desde algún lóbrego rincón de la mente de Malus. Yacía en la oscuridad. Sentía el cuerpo como si fuera una vasija que hubiera estallado dentro de un horno y cuyos humeantes fragmentos se hubiesen dispersado fuera de su alcance. Y sin embargo, en la oscuridad, aún perduraba una pizca de la voluntad del noble. Y lentamente, muy poco a poco, cada vez con más fuerza y velocidad, Malus logró recomponerse.
Cuando recobró la vista, se encontró con que estaba tendido de lado, apoyado contra una de las piedras erectas. El cráneo de Ehrenlish había caído cerca de él, ennegrecido y con el alambre de plata parcialmente fundido a causa de una explosión de intenso calor. Muchas de las piedras habían estallado en pedazos y las puntiagudas esquirlas estaban clavadas en los cuerpos de los sacerdotes, que yacían, quemados y destrozados, por todo el círculo. Sorprendentemente, Kul Hadar permanecía de pie, envuelto en humo. Estaba aturdido y mareado a causa de la explosión, pero, de algún modo, su brujería lo había protegido de lo peor.
A Malus no se le ocurría ni una sola razón que explicara por qué él había sobrevivido, pero de momento tenía cosas mucho más urgentes en las que pensar.
Esgrimir el talismán de Nagaira había sido una apuesta desesperada. Había sospechado que, en el momento mismo en que se rompiera, los cazadores de Urial serían capaces de percibir la localización del cráneo y correrían a recuperarlo. La fe que Malus tenía en el resuelto odio de su medio hermano se había visto validada una vez más. Urial había creado buenos esbirros.
Malus había conseguido la violenta distracción que deseaba. Entonces, sólo tenía que escapar de ella entero.
De algún modo, el jinete que tan resueltamente había violado el círculo había logrado sobrevivir; la pálida figura arrastraba el destrozado cuerpo por el suelo de pizarra hacia Malus, apoyándose sobre los calcinados muñones de los antebrazos. La ropa y buena parte de la piel se le habían consumido en la explosión, pero el ennegrecido cráneo sin ojos estaba concentrado en el noble con infalible intención asesina.
Malus trató de levantarse, pero sus extremidades estaban débiles y descoordinadas a causa del dolor. Movió débilmente los pies sobre las humeantes losas de pizarra mientras el jinete se acercaba cada vez más. Malus oía cómo la calcinada carne de los brazos siseaba sobre la pizarra caliente. Con un grito salvaje, el noble se arrastró por el suelo de piedra; quemándose las manos, recogió el ennegrecido cráneo y salió fuera del círculo ritual. Cuanto más se movía, más fuerza recuperaba su cuerpo; tras arrastrarse algo más de un metro por la tierra desnuda, descubrió que podía ponerse de pie, tambaleante y dolorido.
Para su sorpresa, las heridas de la cadera y el brazo no le dolían tanto como antes. Sospechaba que eso era obra de Ehrenlish; el miedo que la sombra tenía a disolverse era tan grande que podría haber reparado por reflejo las heridas más graves con el fin de asegurar la supervivencia del huésped durante la posesión forzosa.
En el soto tenía lugar una batalla. A medida que recobraba los sentidos, Malus se dio cuenta de que la manada de hombres bestia había reaccionado violentamente ante la llegada de los jinetes y la invasión del soto sagrado. Yaghan y sus campeones habían perseguido a los jinetes al interior de la grieta, y entonces sus enormes armas y el temible vigor representaban un desafío real para los intrusos. Los jinetes, aturdidos por la explosión mágica, habían permitido que los hombres bestia los rodearan.
Los oscuros caballos se alzaban de manos y pateaban con cascos ensangrentados, y los desarzonados jinetes tejían una mortífera red de acero con lanzas y espadas; pero por cada hombre bestia que caía un jinete sufría una herida grave. Ya había dos caballos que se debatían con impotencia en el suelo, con las patas cercenadas, y uno de los jinetes había caído definitivamente, con la cabeza cortada.
Malus observó cómo un jinete rodeado de hombres bestia atravesaba con la espada a uno de los corpulentos guerreros, pero el campeón mortalmente herido sólo se balanceó sobre los talones y aferró la cabeza del jinete con las enormes manos. El hombre bestia apretó, y entre sus dedos comenzó a manar lentamente la sangre, a medida que aplastaba poco a poco la cabeza del otro.
El noble oyó un furioso bramido y un salvaje estruendo sonó a la derecha, y cuando desvió la mirada vio que Kul Hadar destrozaba al jinete mutilado dentro del círculo con rayos de ardiente fuego verde. Los arcos de energía abrasadora lo hendieron como cuchillos llameantes, lo descuartizaron en una docena de humeantes trozos y dejaron marcas al rojo vivo en la pizarra del suelo. La frenética furia de los hombres bestia ante la invasión de su soto había eclipsado toda pretensión de sensatez y le ofrecía a Malus una oportunidad que sabía que no duraría mucho. El problema residía en que el sendero que salía de la grieta estaba atestado de hombres bestia furiosos y jinetes mágicos.
Malus cerró los ojos e inspiró profundamente para reunir las pocas fuerzas que le quedaban. Buscó con una mano la espada que llevaba colgada en la cadera. Tras desenvainarla, echó a correr a toda velocidad ladera abajo. Pasó a la carrera junto a los indiferentes hombres bestia y se metió a toda velocidad entre los árboles sedientos de sangre que flanqueaban un lado del serpenteante sendero.
El hambriento bosque estalló en sinuoso movimiento cuando Malus pasó entre los árboles. Saltaba por encima de cada raíz que se alzaba a su paso. En una ocasión perdió pie y dio una larga voltereta, de la que finalmente salió de un salto para incorporarse otra vez. Mientras continuara en movimiento, razonaba desesperadamente una parte de su mente, las enredaderas no se moverían lo bastante rápido para atraparlo. En un momento dado salió de entre los árboles para atravesar una curva del sendero y pasó entre un grupo de sorprendidos hombres bestia antes de desaparecer entre la vegetación del otro lado.
Las espinas le hacían cortes en las manos y la cara, y el veneno que dejaban le causaba escozor en la piel; pero en alguien que se había untado de veneno durante la mayor parte de la vida adulta, la toxina tenía poco efecto, siempre y cuando no se concentrara en torno a la garganta. Pareció que la loca carrera duraba horas, pero habían pasado sólo unos minutos cuando Malus salió precipitadamente del hambriento bosque, al final de la grieta.
El noble se abrió paso a empujones entre la multitud de hombres bestia que se habían reunido por debajo del sendero, y continuó corriendo ladera abajo, mientras miraba desesperadamente a todas partes en busca de sus guerreros.
—¡Guerreros de Hag Graef! —gritaba con voz aguda y desesperada—. ¡Montad!
Malus oyó el familiar bramido de Rencor al final de la pendiente. Al cabo de unos momentos se reunió con la partida de guerra y los encontró a todos acorazados y montados. Las caras de los druchii palidecieron de conmoción al ver al maltrecho señor que corría atropelladamente. Sin pronunciar palabra, el noble se lanzó sobre la silla de montar.
—¡Mi señor! —gritó Lhunara—. ¿Qué ha sucedido? Vimos a los jinetes… Pasaron junto a nosotros como si no existiéramos, y cargaron ladera arriba con toda la manada bramando tras ellos. —Se puso pálida al ver la expresión de Malus—. ¿Qué te hizo Hadar?
Malus se inclinó como un borracho sobre la silla de montar y comenzó a temblar; luego, se estremeció con más fuerza y se dobló por la mitad sobre el cuello de Rencor. Los guardias lo observaban con profunda preocupación mientras terribles exhalaciones manaban convulsivamente desde las profundidades de su pecho.
Después, el noble echó atrás la cabeza y se puso a reír con la demente alegría del maldito.
—¡Hadar me ha dado la llave de la puerta! —gritó el noble—. ¡El grandísimo idiota! ¡Habría sido más inteligente si me hubiese degollado en lugar de proporcionarme una visión del alma de Ehrenlish! —Metió el cráneo en la alforja y cogió las riendas—. ¡Deprisa, ahora! Tenemos que cabalgar hacia el valle mientras podamos. ¡Una vez que acabe con los jinetes de Urial, Kul Hadar vendrá contra nosotros con todo lo que tenga!
Justo en ese momento, un tremendo grito de furia resonó dentro de la grieta de la montaña, y de inmediato, Malus supo que la maniobra de diversión había acabado. Hadar se había dado cuenta de que el noble había huido.
—¡Adelante! —gritó Malus con voracidad, y clavó las espuelas en los flancos de Rencor.
Con un grito salvaje, la partida de guerra saltó tras su señor. Todos estaban convencidos de que estaba loco, pero también de que la larga búsqueda casi había concluido.
Malus esperaba encontrar un sendero muy transitado que llevara desde el campamento, a través del bosque, hasta el camino de cráneos que serpenteaba valle adentro. Pero resultó que estaba equivocado, y fue un error que estuvo a punto de costarle la vida.
La partida de guerra rodeó el campamento por la periferia, a lo largo de la línea de árboles, en busca de un sendero. Tras casi ochocientos metros, la ladera de la montaña ascendía bruscamente y formaba una elevación demasiado empinada para que un nauglir subiera por ella. La vegetación forestal de la zona era extremadamente densa, con zarzas y árboles muy juntos.
Con una maldición, Malus hizo que la partida de guerra diera media vuelta y regresara a toda velocidad por donde había venido, hacia una zona de bosque menos densa que pudieran atravesar. Al retroceder vio que los hombres bestia iban hacia ellos a la carrera; estaba toda la manada, unos trescientos, con Yaghan y los campeones supervivientes al mando. Todos aullaban pidiendo sangre, enardecidos por la profanación del soto sagrado. Malus tiró de las riendas y giró a la izquierda para dirigir a Rencor hacia la primera zona de bosque relativamente transitable que vio.
A pesar de todo, el avance era lento y difícil. Rencor corcoveaba y se lanzaba a través del sotobosque, y Malus se inclinaba al máximo sobre el cuello del gélido, con la cara apoyada contra las escamas del nauglir. El resto de la partida de guerra lo seguía de cerca y corría ciegamente sin tener ni idea de hacia dónde iban. Pasado un rato, Malus comenzó a dirigir al gélido otra vez hacia la izquierda, para retomar el rumbo en dirección al valle.
A esas alturas, sin embargo, el bosque se había llenado de aullidos y gritos de cacería. La manada se había lanzado de cabeza entre los árboles para cortarles a los druchii el paso hacia la meta que perseguían. Los gritos resonaban por todas partes en torno a la sitiada partida de guerra, y Malus miraba constantemente a ambos lados por temor a que se vieran rodeados en cualquier momento.
Por fortuna, el espeso bosque tenía un efecto similar en los hombres bestia acostumbrados a moverse por él; presas del furor, se habían adentrado en el sotobosque, donde se habían dispersado en seguida, y se veían reducidos a cazar en solitario o en grupos pequeños. En más de una ocasión, Malus y Rencor se precipitaron entre el follaje para caer en medio de un grupo de hombres bestia; los que quedaban en el camino del nauglir eran arrojados a un lado por la cabeza y las paletillas de la bestia. Cualquiera que esquivara al gélido era alcanzado por el filo de la espada del noble, y entre ambos dejaban atrás una senda de cuerpos ensangrentados y aturdidos supervivientes.
Sin previo aviso, Malus se encontró con el camino de cráneos. En un momento dado, Rencor se abría paso entre zarzas y arbustos, y al siguiente dejaba atrás un alto obelisco de mármol que había pasado a pocos centímetros de la pierna izquierda del noble. El tránsito de la densa vegetación a una ancha avenida abierta resultó desconcertante incluso para Rencor, que detuvo brevemente la vertiginosa carrera para orientarse.
El camino que ascendía por el valle había sido adoquinado con piedras pálidas. Cada lisa superficie tenía tallado un cráneo. Algunos eran de animales, otros de elfos, e incluso había miniaturas de bestias míticas, como dragones, mantícoras y quimeras.
Miles de ellos cubrían una inmaculada senda blanca que atravesaba un túnel de verdes y grises oscuros. Ni un solo ser vivo crecía en los estrechos espacios que mediaban entre las piedras; de hecho, las ramas que colgaban más abajo se hallaban todas a una altura uniforme, que creaba un efecto de túnel a través del bosque. Era como si la brujería que había colocado las piedras hubiese consumido cualquier cosa viva que permaneciera demasiado cerca de la superficie.
Aunque tenían miles de años de antigüedad, parecían haber sido colocadas apenas un día antes. Cada ochocientos metros se alzaba a cada lado del camino un obelisco de mármol negro que tenía talladas caras de demonios y runas que atraían la mirada y atormentaban el alma.
Una vez en terreno abierto, la partida de guerra corrió a toda velocidad por el camino mientras el bosque estallaba en aullidos y gritos, pues los cazadores reaccionaron ante el característico sonido de pesados pasos sobre el adoquinado. Malus hizo que los caballeros continuaran corriendo al límite de lo que eran capaces los nauglirs, y se adentraron cada vez más en el valle de la montaña.
Los sonidos de persecución disminuyeron tras ellos. Los jinetes recorrieron un kilómetro y medio más; luego, tres. Malus comenzaba a creer que habían dejado atrás lo peor cuando Rencor superó una curva, y allí, justo delante, vio una veintena de hombres bestia acorazados y dispuestos en algo parecido a una formación ante un arco de irregular mármol veteado. Más allá del arco de piedra el aire hervía de locura y destrucción; la muerte de mundos encarnada en una forma tangible. Al fin, habían llegado a la Puerta del Infinito.
Menos de cien metros separaban a los druchii del contingente de hombres bestia. Malus no sabía si habían sido despachados horas antes, como precaución por parte de Kul Hadar, o si habían participado en la persecución y simplemente habían acudido al único sitio al que sabían que se dirigiría la partida de guerra. Aguardaban resueltamente, con la espalda vuelta hacia la silenciosa tormenta ultraterrena, y Malus vio de inmediato que la mortífera barrera representaba un peligro para los caballeros que corrían hacia ella. Alzó una mano y ordenó a los guerreros que frenaran y avanzaran al paso.
Si arremetían a toda velocidad contra los hombres bestia y hallaban poca resistencia, existía el riesgo de que los nauglirs, lanzados a la carrera, pasaran de largo y penetraran de cabeza en la tormenta antes de ser capaces de detenerse. Malus no quería ni pensar en lo que le sucedería a alguien lo bastante desafortunado como para atravesar la sobrenatural barrera.
—¡Ballestas! —ordenó.
Mientras avanzaban al paso, los jinetes prepararon las armas.
—¡Disparad a discreción! —dijo Malus, y dejó ir una saeta contra uno de los hombres bestia de primera línea.
Los cuatro guardias dispararon a la vez y otros cuatro hombres bestia cayeron. Para cuando los druchii acabaron de cargar las armas, ambos bandos se hallaban a menos de cincuenta metros de distancia, y el hombre bestia que estaba al mando del contingente había comprendido la difícil situación en que se encontraban él y sus guerreros. En lugar de permanecer quietos y dejarse matar con flechas, el jefe lanzó un aullido, y los hombres bestia cargaron contra los druchii.
—¡Una andanada más! —gritó Malus, y las cinco ballestas dispararon al mismo tiempo.
Cayeron otros tres hombres bestia, y luego los druchii desenvainaron las espadas y espolearon a las monturas para que avanzaran al trote. Cuando estaban a menos de veinte metros de los enemigos, los caballeros lanzaron las monturas al galope y, momentos después, ambos bandos chocaron.
Tal vez aquellos hombres bestia no estuviesen entre los guerreros escogidos de Yaghan, pero a pesar de ello sabían un par de cosas sobre cómo tratar con la caballería. El último de los guardias de Dalvar fue derribado al suelo cuando dos hombres bestia clavaron las hachas en el pecho del nauglir. Antes de que el guerrero pudiera ponerse de pie, otro hombre bestia se le acercó y le aplastó la cabeza con un martillo de guerra a dos manos.
Los guerreros que Malus tenía delante intentaron apartarse hacia los lados para evitar las fauces de Rencor y herir al gélido en la cara. Uno de los hombres bestia calculó mal y acabó con la cabeza reventada entre las mandíbulas del nauglir. El otro le abrió al gélido un largo tajo de bordes desiguales en el cuello con el espadón a dos manos. El icor regó la cara y el pecho del hombre bestia y lo cegó momentáneamente. Malus se inclinó hacia fuera de la silla y atravesó la garganta del guerrero con la espada.
Junto a Malus, Vanhir se veía gravemente presionado por ambos lados por tres hombres bestia. Su gélido ya retrocedía ante los guerreros, sacudiendo el hocico y echando sangre por las fosas nasales a causa de un tajo que tenía por encima de la boca.
Malus le dio rienda suelta a Rencor y dejó que el gélido saltara sobre uno de los hombres bestia mientras él dirigía un mortífero tajo contra la parte posterior de la cabeza de otro guerrero. Rencor aplastó a la víctima con las zarpas, en tanto Malus hendía la nuca de su objetivo y hacía gritar al hombre bestia de conmoción y pánico. Vanhir cercenó el brazo derecho del tercer guerrero, y al cabo de pocos minutos, los hombres bestia supervivientes se retiraban corriendo por el largo camino a la toda velocidad.
—Preparad las ballestas y formad ante la puerta —ordenó Malus, atento al coro de aullidos y rugidos que resonaban por el largo túnel boscoso por donde habían llegado.
El noble hizo avanzar a Rencor por el camino hacia la entrada de piedra. El gélido llegó hasta diez metros de la puerta tras la cual se hallaban las violentas energías, y se negó a dar un paso más.
—La verdad es que no te lo reprocho —murmuró Malus, y bajó de la silla de montar.
Lhunara, Vanhir y Dalvar, los únicos que quedaban de los once caballeros que habían salido con él de Hag Graef, detuvieron las monturas junto a Rencor y apuntaron con las ballestas hacia el final del camino. Por el salvaje estruendo que resonaba a lo largo del boscoso pasaje, daba la impresión de que todos los demonios de la oscuridad exterior les pisaban los talones a los druchii.
Malus metió una mano dentro de la alforja y sacó el Cráneo de Ehrenlish. Pareció que la ennegrecida reliquia lo miraba ferozmente con tangible aborrecimiento. Antes, la sensación podría haberlo trastornado; entonces, sin embargo, conocía al espíritu que estaba atrapado allí dentro.
El noble se volvió a contemplar las violentas energías del otro lado del portal. El aire mismo parecía alternativamente gélido y cargado de voraces energías; rayos de colores violeta y verde atravesaban hinchadas nubes de rojo y púrpura. De un segundo a otro, el espectáculo que tenía lugar más allá del portal mutaba y rielaba. En un momento dado, Malus contemplaba vastas llanuras desiertas y rojas como la sangre, y al siguiente, tenía la impresión de mirar hacia un extenso cielo estrellado, iluminado por centenares de soles antiguos. Otro destello, y veía una planicie interminable sometida a un despiadado sol rojo. Numerosísimos ejércitos luchaban sobre la llanura empapada en sangre, librando una guerra sin fin. Otro destello, y contemplaba un territorio con un cielo sin luna. Bajo las frías estrellas, una ruinosa ciudad de ciclópeas torres aguardaba a que despertaran dioses dormidos y ahogaran el universo en sangre.
Malus observaba la demente mezcla de imágenes y sabía, en lo más hondo de sí mismo, que estaba contemplando unos territorios que no eran de este mundo. Veía llanuras que incluso los dioses temían hollar, y sabía que si entraba en aquella violenta tormenta se perdería para toda la eternidad como un puñado de arena arrojado a un mar tormentoso.
El noble aferró con fuerza el Cráneo de Ehrenlish. Sintió las energías de la reliquia reverberando a través de sus manos cuando la sombra se encaró con la terrible protección que había contribuido a crear en el pasado.
«Lo que puedes hacer, espíritu demoníaco, también puedes deshacerlo», pensó Malus, salvajemente. Reunió todo su valor y comenzó a atravesar lenta y decididamente el terrible portal.