16: Lazos de sangre

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Lazos de sangre

La mente de Malus era un torbellino mientras la partida de guerra seguía a la manada de hombres bestia a través del bosque. Kul Hadar, el gran brujo, les había dado muy poca información en el campo de batalla del valle y había aducido que el momento para hablar llegaría cuando regresaran a su campamento, situado en las proximidades. La idea en sí no le gustaba al noble, pero no se encontraba en posición de rehusar. La partida de guerra del brujo había sufrido pocas bajas en la batalla y parecía más que preparada para otra lucha, y Malus no tenía modo alguno de contrarrestar la destreza mágica de Kul Hadar. Malus no contemplaba con placer la perspectiva de una batalla abierta en caso de que el señor de los hombres bestia perdiera la paciencia con los druchii.

Los hombres bestia de Kul Hadar se pusieron rápidamente a saquear los cuerpos de los muertos, y luego, con veloz eficiencia, comenzaron a descuartizar los cadáveres más sanos y gordos. Al cabo de una hora, la manada estaba preparada para ponerse en marcha, y partió rápidamente hacia el oeste. Camino de la salida del valle, Kul Hadar insistió en conducir a la partida de guerra a través del sitio donde él y su manada habían luchado contra los hombres bestia enemigos. En el centro de los cadáveres apilados, Malus vio un círculo de pálidos cuerpos marchitos, cuya anterior musculatura había sido desecada por el paso de un poder invisible que había reducido la carne y los huesos a frágiles cenizas. Los cuerpos se deshicieron en polvo por la vibración de los pesados pasos de los gélidos. El noble tomó nota de lo que veía y recordó la ola de frío que había espesado el aire y desbaratado las filas enemigas. Kul Hadar estaba transmitiéndole un mensaje.

La manada desdeñaba los senderos despejados y avanzaba campo a través, y los nauglirs se veían obligados a caminar con lentitud por el terreno salvaje. El antiguo guía de los druchii iba entonces junto a ellos, señalándoles el camino con enfurecedora arrogancia. Una y otra vez, Malus se sorprendía deseando que la criatura se acercara demasiado a Rencor y perdiera un brazo por su torpeza, pero la oportunidad no surgió en ningún momento.

Tras casi una hora, la manada giró al norte, y la partida de guerra se encontró ascendiendo la empinada ladera de la montaña. El aire era frío, pero ni una leve brisa agitaba los oscuros árboles. Se oía un sonido, casi un tarareo, tan grave que apenas era perceptible. Rencor lo captaba, y de vez en cuando, sacudía la cabeza en un intento de librarse del sonido. Si el hombre bestia guía había reparado en ello, no lo demostró.

Tras otras dos horas de duro avance, habían recorrido tal vez una cuarta parte de la ladera boscosa. Un cuerno sonó de forma lastimosa más adelante, y fue acompañado por débiles gritos. Malus sospechó que habían llegado hasta los centinelas que guardaban el campamento de los hombres bestia. Diez minutos más tarde, la partida de guerra avistó un extenso conjunto de toscos cobertizos construidos con ramas de pino, que rodeaban la entrada de una gran cueva abierta en la ladera de la montaña. Malus apenas logró ver la espalda de Kul Hadar cuando éste desapareció dentro de la cueva. El guía gruñó y ladró al tiempo que les indicaba que se desviaran a la derecha.

El guía los llevó hasta una área razonablemente despejada, cerca de la periferia del campamento, y mediante gestos y gruñidos les dio a entender que debían permanecer allí. Cerca del centro del campamento, alguien había encendido un fuego, y un coro de voces se alzó en una horripilante salmodia de ladridos.

—¡Alto! —ordenó Malus, y bajó cansadamente de la silla de montar.

Le dolía todo, desde el cuello hasta los pies, y estaba cubierto de sangre seca y fluidos menos agradables. El resto de la partida de guerra lo imitó, silenciosa y estoica como siempre.

—Dalvar —llamó el noble—, si estas bestias han acampado aquí, tiene que haber una fuente en las proximidades. Ve a ver si la encuentras. Huelo como un estercolero.

—¿De verdad, mi señor? No me había dado cuenta —respondió el bribón con una sonrisa burlona, y desapareció rápidamente de la vista.

Malus lanzó una feroz mirada a la espalda del hombre, y se puso a desprender torpemente las hebillas de la armadura.

—¿Estás seguro de que es prudente? —preguntó Lhunara, que a pocos metros de distancia examinaba a su montura para ver si tenía heridas.

—Hace tres días que no me quito de encima estos malditos trastos —gruñó Malus—. Si los hombres bestia quisieran matarnos, lo habrían hecho tres horas antes. A este paso, el hedor podría acabar con nosotros, de todos modos.

Las espalderas de Malus chocaron contra el suelo; luego, los avambrazos, y un poco más tarde, el peto y el espaldar. El noble se desperezó con un suspiro y disfrutó del aire frío sobre las mangas de la camisa empapadas de sudor. Se pasó una mano entre el pelo enredado y acartonado, y se frotó sangre seca de las mejillas. «No es un mal aspecto para reuniones sociales o alguna negociación —meditó—, pero no se lo recomendaría a nadie para varios días seguidos».

—¿Cuál es nuestra situación, Lhunara?

—Un muerto. Todos los demás con heridas menores. Los nauglirs están en buena forma, pero empiezan a adelgazar otra vez. Es una lástima que no haya sido posible alimentarlos en el valle.

—Es probable que a Kul Hadar no le hubiese importado, pero no pensé en preguntárselo.

—La munición para las ballestas empieza a escasear, y lo mismo sucede con la comida y el agua. Además, parece que estamos acampados en medio de una horda de hombres bestia.

—De eso último ya me había dado cuenta —respondió Malus, sombrío.

—Y entonces, ¿qué estamos haciendo aquí, mi señor?

—Estamos aquí para ver a Kul Hadar —replicó el noble—. Parece que cuando Urial escribió eso de llevar el cráneo a «Kul Hadar, en el norte», se refería al hombre bestia brujo. Cómo tenía noticia de Kul Hadar, es un misterio. Tal vez el propio Hadar pueda aclarármelo, o tal vez no.

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora?

—Voy a hablar con Hadar, por supuesto —le espetó Malus—. Obviamente, está interesado en alguna clase de negociación, o no nos habría traído hasta el campamento. Sospecho que va tras el cráneo, pero ya lo veremos. Mientras tanto, que los hombres y las monturas descansen. Supongo que sabremos algo antes de que pase mucho tiempo.

Resultó que Kul Hadar los tuvo esperando durante otras tres horas, mientras las llamas del centro del campamento se transformaban en hoguera y el olor a carne asada colmaba el aire. Dalvar encontró la fuente con bastante rapidez, y Malus aprovechó la oportunidad para que él y su partida de guerra se asearan y comieran. Para cuando el hombre bestia guía regresó y le hizo señas a Malus para que lo siguiera, Vanhir y Dalvar hacían guardia mientras la partida de guerra —druchii y nauglirs por igual— dormía sobre el rocoso suelo. Con la armadura puesta una vez más, Malus ascendió por la cuesta hasta la cueva.

Una pálida luz verdosa fluctuaba convulsivamente en la entrada. El noble esperaba encontrar más colonias de hongos resplandecientes, pero se sorprendió al ver que las paredes de piedra estaban desprovistas de toda vida. Justo al otro lado de la boca de la cueva había una pequeña estancia, cuyo suelo estaba cubierto de basura y hedionda carne podrida. Un humo acre flotaba cerca del techo, y corpulentas formas de hombres bestia se inclinaban cerca de las paredes; comían ruidosamente o sorbían vino de enormes pellejos de cuero. Miraron a Malus con hostilidad mal disimulada cuando el guía lo condujo a través de la estancia y por un tosco pasillo serpenteante.

La luz verde procedía de algún punto más profundo del complejo de cuevas. La iluminación se hacía más fuerte cuanto más se adentraba uno en ellas. Por último, el pasillo desembocó en una cueva más grande. Cuando Malus atravesó el umbral, sintió que una ola de frío le atravesaba el cuerpo como si él hubiese pasado a través de un fantasmal muro de hielo. Bajó la mirada y vio que el suelo estaba cubierto por toscos símbolos trazados con tiza de color pálido. «Las protecciones del brujo», pensó.

El chamán estaba sentado sobre un ancho saliente situado al otro lado de la cueva, y tenía cerca el gran báculo. Los oscuros ojos del brujo lo estudiaban con intensa curiosidad. «Algo lo ha sorprendido —comprendió Malus—. ¿Podría ser el talismán de Nagaira? Tal vez su magia no funciona demasiado bien contra el talismán».

A diferencia de la cueva anterior, ésta estaba sorprendentemente limpia. Había símbolos trazados sobre las paredes y el techo, y en torno a la cámara se veían varias colecciones de frascos, botes, huesos y plumas ordenados encima de estantes de piedra. La estancia estaba iluminada por una fuerte luz verde que emanaba de lo que parecía un enorme cristal facetado y relumbrante que había en el suelo.

Kul Hadar despidió al guía con un gesto de la ancha mano provista de garras. Visto de cerca, el hombre bestia brujo ofrecía un espectáculo atemorizador. Era grande y de constitución fuerte, incluso para ser un hombre bestia; de haberse puesto de pie, su cornuda cabeza habría raspado contra el techo de la cueva, situado a más de dos metros de altura. De su grueso cuello pendían collares de huesos y plumas, así como varios medallones de latón que tenían grabados toscos sigilos. Malus se sintió conmocionado al darse cuenta de que se parecían asombrosamente a las runas que cubrían la reliquia de Urial.

Los negros ojos del brujo lo estudiaban desapasionadamente; el largo hocico y los enormes cuernos lustrosos de macho cabrío le conferían un aura de amenaza sobrenatural. La energía reverberaba en el aire y vibraba en los huesos de Malus.

—Hu’ghul dice que has acudido a los Desiertos del Caos buscándome por mi nombre y con un cráneo en la mano —dijo Kul Hadar.

Malus meditó durante un momento las palabras del hombre bestia. Resultaba desconcertante oír un druhir inteligible tronando en aquel hocico bestial. «¿Más brujería? —se preguntó Malus—. Tal vez». Al fin, asintió con la cabeza.

—Así es.

El noble percibió un ligero temblor en el poderoso cuerpo del hombre bestia, y el febril brillo de sus ojos negros resultó inconfundible. «¡Ah! —pensó Malus—. Interesante».

—¿Y cómo ha averiguado un señor como tú el nombre de Hadar? —inquirió el chamán al mismo tiempo que entrecerraba los ojos con suspicacia.

Malus se encogió falsamente de hombros.

—Le quité el cráneo y algunos documentos a un brujo druchii —replicó—. Los documentos hablaban de muchas cosas que no entendí, pero también mencionaban tu nombre.

Hadar meditó sobre lo que acababa de oír.

—¿Y qué quieres de mí, druchii?

—Quiero el poder que está encerrado en el templo…, lo mismo que tú.

El chamán lo estudió durante varios segundos, y luego rió para sí desde lo más profundo del pecho.

—He sido el kul, el señor chamán, de muchas manadas durante muchos años, druchii. Me apoderé de esta montaña y estudié el templo cuando otros señores llevaban a sus manadas a saquear los débiles reinos de los hombres. Conozco el camino que va más allá de la Puerta del Infinito, y el Cráneo de Ehrenlish es la llave. Durante largo tiempo lo he buscado en los Desiertos del Caos y he hecho pactos con los Poderes Oscuros a cambio de indicios sobre su paradero. Al fin, me enteré de que descansaba en una antigua ciudad situada junto al mar, pero cuando llegué a las ruinas, una banda de bribones druchii había llegado antes y se había llevado la reliquia. —La mirada del chamán destelló de ambición frustrada—. Pero ahora los Poderes Malignos te han traído a ti y a la reliquia de vuelta a mis manos. —Hadar volvió a reír entre dientes al saborear alguna broma privada—. Los dioses son seres volubles, señor Malus. Te ayudaré a atravesar la puerta, druchii, pero mi auxilio no deja de tener un precio.

«Y ahora vamos al meollo del asunto —pensó Malus—. Si el cráneo fuera lo único que necesitas, no estaríamos hablando en este momento; estarías asándome en el fuego de ahí fuera».

—¿Qué deseas?

Hadar se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre las peludas rodillas.

—Al principio, mi manada acataba mi voluntad y me servía fielmente mientras yo luchaba contra las defensas mágicas del templo. Aparte del grandioso poder que contiene, el santuario interior del templo está lleno de tesoros, o eso dice la leyenda. Durante un tiempo, la promesa de riquezas fue suficiente. Pero a medida que pasaban los años sin incursiones gloriosas ni el dulce sabor de la carne de los enemigos humanos, mi manada empezó a inquietarse. Comenzaron a pensar que yo era débil y estúpido.

Malus asintió con la cabeza y se permitió una ligera sonrisa.

—Sé demasiado bien de qué hablas, Kul Hadar.

—Cuando al fin tuve noticia del lugar de descanso del cráneo, reuní a mis campeones y viajé hasta la ciudad perdida, pero mientras estaba fuera, mi teniente, Machuk, se rebeló y reclamó la manada para sí. Cuando yo regresé con las manos vacías, me persiguió por el bosque como a un animal. La partida de cazadores contra la que luchasteis vosotros en el bosque era una de las varias que registran la montaña en mi busca. —El chamán señaló los sigilos tallados en las paredes de la cueva—. Mi magia y el poder de la piedra de disformidad que tengo aquí han bastado para ocultarnos a mí y a mi horda, pero es sólo cuestión de tiempo que nos encuentren.

El noble asintió, pensativo, y cruzó los brazos.

—Quieres que te ayude a recuperar el control de la manada.

El chamán gruñó a modo de asentimiento.

—Sí. Tu grupo es pequeño, pero contáis con gruesas protecciones y armas que matan desde lejos, además de las bestias terroríficas que os llevan a la batalla. Machuk tiene modos de derrotar mi magia, pero no tiene defensa contra vosotros. Si atacamos con rapidez, podremos matarlos a él y sus campeones, y yo recuperaré el control de la manada. Y más importante aún —señaló Hadar al mismo tiempo que alzaba un dedo con garra para recalcar la frase—, recobraré el acceso al soto sagrado que hay en el centro del campamento de la manada. Necesitaré el poder que hay contenido allí para descifrar los secretos del Cráneo de Ehrenlish y averiguar cómo abrir la Puerta del Infinito.

«Y en ese momento, me arrojarás a las manos de tu manada y reclamarás el poder del templo para ti —razonó Malus—. Por supuesto, yo mismo no soy ajeno a la traición».

—Muy bien, Kul Hadar. Tenemos un acuerdo. Yo y mis guerreros recuperaremos para ti el acceso al soto, y tú me revelarás los secretos del cráneo. ¿Y luego?

El chamán sonrió, y se convirtió en una lenta aparición de dientes crueles.

—Pues, luego, el poder del templo será nuestro.

—Esto es una locura —dijo Lhunara, recostada contra un flanco de su nauglir, con los brazos cruzados y una expresión desafiante en los ojos.

El resto de la partida de guerra había rodeado al nauglir, y entonces se agrupaban para enterarse de las noticias que traía su señor.

Un coro de gritos guturales se alzó en torno a la hoguera del centro del campamento. Era evidente que Hadar había hecho correr entre sus campeones la noticia sobre la nueva alianza. Con tanto ruido, Malus podía confiar en que no estuvieran escuchándolos a hurtadillas.

—El plan no está exento de riesgos —concedió—, pero necesitamos a Hadar para abrir la puerta, y no se volverá contra nosotros hasta que haya pacificado a su rebelde manada. No van a limitarse a bajar la cabeza en el instante en que hayamos matado a ese Machuk, y a seguir como si la rebelión nunca hubiese tenido lugar. Mientras no haya consolidado su autoridad, Hadar nos necesitará, y tenemos modos de hacer que la manada continúe inquieta hasta que hayamos averiguado lo que necesitamos acerca del cráneo.

Vanhir negó con la cabeza.

—No estamos tratando con otros druchii, mi señor. No es lo mismo que poner a un señor contra otro mediante promesas de sucesión, o avivar enemistades enterradas para hacer que los miembros de esa manada continúen lanzándose los unos al cuello de los otros.

—No, pero podemos hacer que sigan lo bastante enfadados con Hadar para que él no logre sentirse seguro de su autoridad —replicó Malus—. Por lo que me ha dicho, la manada está resentida con él desde hace años. No se sentirán contentos de que vuelva a gobernarlos, por muchos guerreros que tenga consigo.

—Pero esta vez puede prometerles los tesoros que hay en el templo —señaló Dalvar.

—Ya les prometió eso en el pasado. No se convencerán hasta que les muestre los tesoros… y a esas alturas nosotros habremos averiguado lo que necesitamos saber y nos habremos adelantado.

—¿Y cómo, exactamente, vamos a hacer eso? —inquirió Lhunara—. Ninguno de nosotros es brujo.

—El cráneo continuará en mi poder —replicó Malus—. Estaré presente cada vez que Hadar lo examine. Lo que él averigüe, también lo averiguaré yo. Ya he descubierto que las potentes protecciones de Hadar no funcionan conmigo gracias al talismán de Nagaira —Malus se dio unos golpecitos en el peto, sobre el sitio en que descansaba la esfera mágica—, así que es posible que pueda matarlo en el instante en que descubra lo que necesito saber. Luego, podremos escapar.

—Con una horda de vengativos hombres bestia que pedirán nuestra piel a aullidos —murmuró Vanhir.

—Cuando yo tenga el poder del interior del templo, tendrán numerosas razones para aullar, créeme.

—Mi señor, ¿sabes realmente en qué consiste ese gran poder? —preguntó Lhunara—. ¿Lo sabe alguien?

Malus reprimió una ola de ira.

—Es un poder en el que dos grandes brujos han invertido años de esfuerzo y sustancial riqueza para adquirirlo —replicó con frialdad—. ¿Qué más necesitamos saber? El gran poder halla un modo de hacerse sentir, Lhunara. Me obedecerá a mí tanto como obedecería a Urial o Hadar, y no vacilaré en usarlo contra mis enemigos. Y además de eso… —el noble abrió los brazos para abarcar a toda la partida de guerra—, pensad en las riquezas que guarda el templo. Son riquezas que superan todos vuestros sueños; las suficientes para hacer de cada uno de vosotros un señor por derecho propio. Pensad en eso. Cuando lleguemos al interior podréis coger tanto como pueda transportar vuestro nauglir. Os lo juro.

El resplandor de la avaricia pura derritió las máscaras de incertidumbre de las caras de muchos de los druchii, en particular de Vanhir y Dalvar. Lhunara soltó un sonoro bufido.

—El oro no le sirve de mucho a un cadáver —gruñó—, pero este tema no está abierto a votación, precisamente. Tú has tomado una decisión, y ya está, y que la Madre Oscura esté con todos nosotros. ¿Cuándo partimos?

—Saldremos mañana por la noche y atacaremos al amanecer —dijo Malus—. Hasta entonces, afilad vuestras espadas y reparad las armaduras. Tenemos por delante una dura lucha.