A todo el equipo de Minotauro. En particular, a Paco García, por su apoyo y, sobre todo, su paciencia, que ha desbordado los típicos calificativos de inmensa, santa, etc., mientras escribía El espíritu del mago, una obra que ha ido creciendo en el tiempo y en el espacio. También a Mónica Gallardo, por su estupenda labor de promoción con La Espada de Fuego. A los ilustradores de Opalworks por sus dos espléndidas cubiertas. Y a maquetadores y correctores que han tenido que trabajar contrarreloj y por etapas, como si esto fuera una vuelta ciclista.
A Carlos Guitart, webmaster de www.laespadadefuego.com, por haber creado la página sobre el mundo de Tramórea, que espero que vaya creciendo en contenidos y visitas. ¡Eres un monstruo, Carlos!
A Marimar, que leyó la novela por entregas, me hizo sugerencias, me ayudó en las correcciones y me agredió (con bolas de papel) cuando mataba a algún personaje que le caía simpático.
A mi hermano José, por sus sugerencias, que me hicieron cambiar los puntos de vista de algunos capítulos y añadir otros nuevos.
A mi hija Lydia, que por culpa de este libro me vio menos tiempo durante algunas semanas… o me tuvo que ver pegado al ordenador y con los auriculares.
A mis amigos de Plasencia, que mientras escribía este libro llegaron a creerme desaparecido en combate.
A mis alumnos, que han tenido que soportar los despistes y el extraño estado de ánimo de un profesor que vivía sumergido en el mundo de Tramórea.
A mi buen amigo León Arsenal, por su apoyo a la primera parte de este libro, La Espada de Fuego, y por sus sugerencias siempre originales.
A Sara, por sus mensajes de ánimo.
A mi madre, por la espada y el dragón que hay tras la pantalla de mi ordenador y que me sirven de inspiración.
Y a Cyberdark, por haber existido.