Derguín regresó de Etemenanki con la escolta más extraña que jamás acompañó a un Zemalnit. Ariel y él galopaban a lomos de Riamar, mientras la yegua de Baoyim, desembarazada de toda carga, seguía la estela del unicornio. A ambos lados de ellos, dos columnas de inhumanos corrían abriéndose paso entre los pastizales como ríos vivientes. Portavoz le había dicho a Derguín que El-sendero-quebradizo-de-la-pureza jamás permitiría que su caudillo atravesara solo las tierras de los demás clanes.
Derguín observó que en su regreso a la muralla la ruta elegida por los inhumanos describía una curva que primera giraba al oeste y luego de nuevo al este. Portavoz le explicó que aquel camino, aunque más largo, era neutral y no los llevaría a hollar el territorio de ningún clan. Por supuesto, añadió Portavoz, podía producirse un ataque si el estado de ánimo de otro clan se hallaba en una fase agresiva. Por eso los Fiohiortói protegían ambos flancos de su caudillo.
Los inhumanos parecían incansables. Armados con sus garras y sus púas venenosas, era tentador llevarlos a combatir contra los Aifolu. Pero aparecer con cuatrocientos Fiohiortói en medio del valle de Atagaira no parecía demasiado sensato, cuando ni siquiera Derguín sabía hasta qué punto su armadura le otorgaba control sobre sus actos.
Cuando se acercaron a la muralla, Derguín oyó las voces de alarma de las guardianas Atagairas. Sin acercarse demasiado, por si le disparaban alguna flecha, desenvainó la Espada de Fuego y la enarboló en alto para que lo reconocieran. Después licenció a su improvisada tropa. Como homenaje a su caudillo, los Fiohiortói lanzaron dos salvas de dardos. Fue todo un espectáculo ver a cuatrocientos inhumanos desplegar a la vez sus crestas y disparar aquellos proyectiles que volaban entre secos estallidos. Pero cuando se despidió de Portavoz en nombre de todos los demás, Derguín no tuvo tentaciones de enjugarse ninguna lágrima.
—¿Cuándo nos llevareis a la guerra, caudillo? —le dijo Portavoz, mirándole con aquellos ojos inexpresivos como cuentas de azabache—. El yugo-cristalino-de-la-colina y la pulsión-hambrienta-de-la-hierba-elástica se vuelven más insolentes cada día.
—Aún no —respondió Derguín—. Pronto les daremos su merecido. Vosotros esperad mi regreso junto a la bóveda de las estrellas.
Cuando los Fiohiortói desaparecieron en lontananza, las guardianas de la muralla se decidieron por fin a abrir el rastrillo. Baoyim no pudo contener su alegría y abrazó a Derguín. Pero al ver a Ariel, la agarró del codo y le dio un buen capón.
—¡Menudo susto me has dado! ¡Estuvimos buscándote un día entero! ¡Y además me robaste la yegua!
—¡Pero te la he traído! ¡No le ha pasado nada!
—No seas muy severa, Baoyim —dijo Derguín—. Gracias a la desobediencia de Ariel, sigo vivo.
Baoyim no se conformó hasta que tiró de las orejas a Ariel dos o tres veces más, pero luego la levantó en brazos y la estrechó.
—¿Qué tal está tu marca?
—Mucho mejor. Ya casi no me duele —dijo Ariel, rascándose con cuidado el tatuaje en forma de dragón.
Baoyim reparó en que les faltaba un caballo y no traían la estatua de Mikhon Tiq.
—¿Qué ha ocurrido? ¿No has conseguido…?
—No. Ha sido un fracaso, capitana.
—Siento mucho oír eso.
—Aún puedo enmendarlo, espero. Si lo que sospecho es cierto, mi enemigo ha ido a reunirse con los Aifolu. ¿Estás lista para partir, capitana?
—Tan sólo esperaba a que llegaras tú. ¿Es que no vais a descansar? ¿No queréis bañaros, dormir un rato…?
—Cuando haya tiempo. Ahora tenemos que ir a la batalla. Tu reina nos espera.
Al volver por el paso subterráneo, emplearon la mitad de tiempo del que habían empleado en la ida. Ariel y Baoyim cabalgaban sobre Reina, mientras Derguín abría camino a lomos de Riamar. El Zemalnit desenvainó la Espada de Fuego y alumbró el túnel con su luz, mientras tarareaba una canción entre dientes.
—No entiendo por qué está tan contento —le comentó Baoyim a Ariel—. Ha ido hasta ese lugar en vano y además ha perdido a su amigo.
Derguín oyó las palabras de Baoyim y contestó con una carcajada.
—No soy yo quien está contento, Baoyim. Es Zemal la que canta en mi boca. ¡La Espada de Fuego va a la guerra!