Haciendo caso omiso de los obuses de 105 milímetros que martilleaban la carretera y los árboles de alrededor, Sirus se enfrentó cara a cara con los blindados infardi. El Ira de Pardua salió lanzado hacia adelante con un sonido metálico seco de sus orugas y disparó su cañón principal. El disparo de hipervelocidad alcanzó al más próximo de los dos vehículos enemigos y explotó en el pivote trasero de su torreta con tanta fuerza que la montura de la torreta dio un giro de ciento diez grados. Era evidente que el tanque conservaba su fuerza motriz porque continuó su marcha rechinante por la carretera, pero su sistema de puntería estaba averiado y la torreta con su armamento colgaba inerte balanceándose con un movimiento de vaivén. El Ira de Pardua volvió a disparar apenas unos segundos antes de que un obús del segundo tanque enemigo recorriera su flanco derecho de delante atrás. El disparo torció y rompió los guardaorugas y sus fragmentos fueron a caer entre los árboles.
El segundo disparo del Ira no había dado en el blanco. La máquina infardi desarmada estaba ahora a menos de cuarenta metros y su cañón láser montado en el casco empezó a escupir relámpagos azulados contra el Conquistador de Sirus. El otro tanque enemigo estaba tratando de adelantar a su colega herido a fin de tener un campo de tiro más despejado. Avanzó derribando una hilera de árboles jóvenes y de pequeños acestus mientras arrastraba la mitad de su volumen fuera de la carretera atravesando un tramo de monte bajo.
Mientras el furioso fuego láser del tanque averiado rebotaba en el blindaje frontal del Ira de Pardua, Sirus ordenó a sus hombres que atacaran primero al otro tanque que se acercaba. La realineación del cañón les tomó un segundo vital. En ese tiempo, el segundo tanque volvió a disparar y dio de lleno en el Ira. El impacto fue suficiente para desplazar las sesenta y dos toneladas del vehículo blindado varios metros hacia un lado, pero no consiguió penetrar los veinte centímetros de blindaje. Dentro, la tripulación estaba aturdida y su capacidad de hacer blanco había quedado muy mermada. Sirus trataba a gritos de reorganizar el ataque, pero ya tenían al otro tanque encima dispuesto a darles el golpe de gracia.
Un rayo devastador de fuego láser pasó por encima del Ira y atravesó al vehículo atacante por debajo de la torreta. La munición almacenada en el interior estalló y el tanque explotó con tal fuerza que tanto el cuerpo del mismo como las orugas dieron una voltereta lateral transformados en una bola de fuego. La explosión y la metralla abrieron un claro semicircular de veinte metros de radio en la vegetación.
El Destructor Vengador Gris había atacado.
Desde la cabina abierta de su Salamandra que retrocedía a toda máquina, Mkoll vio la larga y baja proa del Destructor. De las lumbreras de ventilación que había en tomo a su enorme cañón láser fijo, salía un calor espeso. Hizo una maniobra para evitar la chatarra incendiada del Conquistador de Farant y se colocó al lado del Ira.
A esas alturas, la tripulación del Ira de Pardua había recuperado sus facultades y rápidamente atacó al otro agresor y le disparó a quemarropa haciendo pedazos su escotilla y sacudiéndolo como a un pelele con el impacto. El tanque empezó a arder.
Para entonces, el trío de Salamandra de exploración había retrocedido lo suficiente como para poder dar la vuelta.
Por su intercomunicador Mkoll dio orden de romper la formación y retirarse.
—¡Retrocedan hasta la señal 00.58 de la carretera!
LeGuin respondió de inmediato, pero Mkoll no recibió respuesta de Sirus.
Ese maldito idiota quiere seguir combatiendo, pensó Mkoll. Desde la unidad de observación táctica de su vehículo, contó por lo menos diez blancos de buen tamaño que avanzaban hacia su posición desde Bhavnager.
De repente apareció Sirus por la mirilla superior del Ira, mirando hacia donde estaba Mkoll entre una nube de humo. El último disparo había inutilizado su sistema de comunicación. Mkoll se aseguró por todos los medios de que Sirus entendiera sus señas.
El Vengador Gris mantuvo su posición y disparó otras dos ráfagas incandescentes contra blancos que Mkoll no podía ver. Pensó que tal vez fuera una táctica disuasoria. ¿Quién se va a atrever a lanzar un tanque de batalla hacia un terreno boscoso sabiendo que lo está esperando un Destructor imperial?
El Ira de Pardua dio marcha atrás rápidamente y giró para seguir a los Salamandra tras invertir su torreta a fin de cubrirse las espaldas. Entonces, al ver que el Ira empezaba también a hacer disparos disuasorios, el Vengador también se dispuso a emprender la retirada y lo hizo con tanto ímpetu que su casco se sacudió y levantó el morro al accionar la tracción de barra de torsión montada sobre poderosos muelles.
Ensordecido y un poco ensangrentado, el escuadrón de reconocimiento emprendió la marcha carretera arriba alejándose del bombardeo que continuó durante otros quince minutos. No hubo ningún indicio de persecución.
Mkoll transmitió a Gaunt la mala nueva.
Sin dejar de vigilar el acceso norte para detectar posibles aproximaciones del enemigo, el escuadrón de reconocimiento esperaba el encuentro con las fuerzas centrales de la guardia de honor en la señal 00.58 de la carretera, un desnivel muy pronunciado del terreno que daba al oeste y se encontraba quince kilómetros al sur de Bhavnager.
El sol estaba bajando y el intenso calor del día empezaba a disiparse. Una brisa del sur traía un aire más fresco desde las brumosas Colinas Sagradas, que podían verse ahora sobresaliendo por encima del extenso manto verde de las selvas pluviales en el horizonte septentrional.
Mkoll se apeó de su Salamandra, pasó junto a Bonin que estaba haciendo una sutura improvisada en la cara de Caober y se dirigió hacia el Ira de Pardua. Se tomó un momento para contemplar las Colinas Sagradas; unas sombrías tierras altas a sesenta kilómetros de distancia. Todavía más allá, a unos cien kilómetros, las majestuosas cumbres serradas de las Colinas Sagradas propiamente dichas, transparentes titanes helados cuyas cumbres se perdían entre celajes de nubes a nueve mil metros sobre el nivel del mar.
Menuda perspectiva.
El hecho de que llegar allí implicase abrirse camino al menos a través de una unidad blindada del enemigo parapetada donde había los únicos depósitos seguros de combustible, atravesar luego la selva pluvial y después unas montañas cada vez más altas, hacía que la perspectiva fuera todavía más escalofriante.
En las colinas vecinas se oían truenos, digno colofón de un día de verano demasiado caluroso. La brisa traía la promesa de lluvia. Masas de nubes grises, tan moteadas como el camuflaje de las naves imperiales, avanzaban desde el norte manchando un cielo que había estado totalmente despejado y azul desde que se disiparon las nieblas matinales.
Quelones pequeños y unos herbívoros parecidos a las cabras pastaban y rumiaban en los ricos pastos de los prados que se extendían más allá del punto de la carretera donde se encontraban. Las esquilas que llevaban al cuello sonaban al ritmo de sus movimientos.
Sirus y sus hombres estaban efectuando reparaciones de emergencia al Ira de Pardua que parecía un gigante herido. Bromeaban y reían con su capitán, recordando los detalles del reciente enfrentamiento y celebrando el hecho de haber salido con vida. Nadie hablaba de los muertos. Más tarde habría tiempo para su reconocimiento. Mkoll estaba seguro que una vez superado el obstáculo de Bhavnager habría que llorar por algo más que por un Conquistador.
Una figura se acercó a él a través de la hierba agitada por el viento. Mkoll supo enseguida que se trataba de LeGuin, al que no había visto hasta entonces. Era un hombre de baja estatura y buena constitución física, de unos treinta años. Llevaba el uniforme de faena de los Pardus y una chaqueta de cuero forrada de piel. Se desabrochó el casco de cuero al acercarse y desconectó sus auriculares.
Tenía la piel más oscura que el común de los Pardus y sus ojos eran de un color azul brillante.
—Una cabeza fría, sargento —dijo tendiendo la mano a Mkoll.
—Hubo un momento en que lo vi muy difícil —respondió Mkoll.
—Y así fue, pero así son los mejores combates.
—Pensé que Sirus iba a volar por los aires —se atrevió a decir Mkoll.
LeGuin sonrió.
—Anselm Sirus es un valiente y glorioso sabueso. También es el mejor jefe que tienen los Conquistador de los Pardus, a excepción de Woll tal vez. Hay rivalidad entre ellos. Los dos son unos ases. Pero a Sirus se le pueden permitir sus actos heroicos, es el mejor de todos.
—Conozco soldados de infantería así —dijo Mkoll con gesto afirmativo—. Pensé que iban a acabar con él ahí mismo. De no haber sido por usted…
—Mi mayor placer en la vida es hacer esto con el cañón de mi Destructor. Me limité a hacer mi trabajo.
El Vengador Gris estaba allí cerca, con el casco medio hundido en un mullido prado. Su imponente morro apuntaba carretera arriba, hacia el norte. Mkoll reflexionó que si alguna vez hubiera pensado en ingresar en una unidad blindada, la máquina de su elección habría sido un Destructor. Hasta donde es posible que más de cincuenta toneladas de veloz potencia blindada actúen con sigilo, el Vengador Gris era un depredador silencioso. Mkoll se sentía identificado con los cazadores. Había sido cazador toda su vida adulta antes de entrar en la guardia, y, a decir verdad, lo había seguido siendo desde entonces.
Algunos de los animales que pastaban en la pradera levantaron de repente la cabeza y empezaron a desplazarse hacia el oeste.
Un minuto después se empezó a oír un sonido atronador que llegaba del sur.
—Ahí vienen —dijo LeGuin.
* * *
La guardia de honor se reunió en el punto acordado y desplegó su fuerza en una firme línea defensiva mirando hacia el norte. Cuando los tanques ocuparon su posición, con las baterías Hydra por detrás de ellos, la infantería descendió de sus transportes y se atrincheró.
—Ahora viene la diversión —dijo a Larkin el soldado Cuu mientras ocupaban sus puestos entre la hierba.
—Espero que no demasiada —farfulló Larkin apuntando su láser largo para hacer una prueba.
Mientras la fuerza se desplegaba, Gaunt convocó a sus jefes de operaciones y de sección para una sesión informativa. Se reunieron en tomo a la parte trasera de su Salamandra. Kleopas, Rawne, Kolea, Hark, la cirujana Curth, los comandantes de los tanques, los jefes de escuadrón y los sargentos de los pelotones. Algunos aportaban placas de datos, otros mapas. La mayoría llevaba en la mano tazas de latón llenas de cafeína recién hecha o cigarros.
—¿Opiniones? —preguntó, dando comienzo a la sesión.
—No nos quedan más de cuatro horas de luz. La mitad se nos irán en ponemos en posición —dijo Kleopas—. Yo me inclino por esperar al amanecer.
—Eso significa que no podremos repostar y emprender la marcha antes de mediodía, siempre y cuando logremos tomar Bhavnager —replicó Rawne—. Medio día eliminado de nuestro calendario así, sin más.
—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Kleopas cínicamente—. ¿Aconseja que sigamos adelante y ataquemos esta noche, mayor?
Algunos Pardus rieron.
—Sí —respondió Rawne fríamente, como si fuera tan obvio que sólo un tonto como Kleopas no pudiera entenderlo—. ¿Por qué desperdiciar las horas de día que nos quedan? ¿Hay otra posibilidad?
—Atacar desde el aire —dijo el comisario Hark. Los oficiales de los blindados protestaron al unísono.
—¡Oh, por favor! Ésta es una oportunidad magnífica para atacar con los tanques —dijo Sirus—. Déjennos a nosotros.
—Le voy a explicar lo que es, capitán —dijo Gaunt con aire sombrío—. Ésta es una oportunidad magnífica para llevar a cabo una misión para el Dios-Emperador de la manera más rápida y eficiente que podamos. Lo que no es, es una oportunidad para que usted acumule gloria forzando una intervención de los tanques.
—No creo que fuera eso lo que quiso decir Sirus, señor —dijo Kleopas mientras Sirus adoptaba una expresión ceñuda.
—Creo que es exactamente lo que quiso decir —dijo Hark con tono ligero.
—Sea lo que fuere lo que haya querido decir, he estado hablando con el comando de las fuerzas aéreas de asalto en Ansipar. El ejército del aire está colaborando con la evacuación. No quisieron decirme más. Podríamos conseguir que atacaran por el aire si esperamos dos días. Tal como señaló el mayor Rawne, no podemos perder tiempo. Vamos a tomar Bhavnager por nuestros propios medios, a la brava.
Sirus sonrió. Hubo un murmullo generalizado.
Gaunt consultó los informes de evaluación en las placas.
—Sabemos que tienen al menos diez unidades blindadas. Tanques de batalla no imperiales.
—Por lo menos diez —repitió Sirus—. Dudo que hayan enviado a su dotación completa para repeler un asalto.
—¿Tipo y capacidad? —preguntó Gaunt levantando la vista.
—Tanques de fabricación urdeshi, tipo AT70 —dijo LeGuin—. Rendimiento mediocre y escasa frecuencia de disparo. Cañones 105 estándar. Son corrientes aquí, en este subsector, y los favoritos del archienemigo.
—Los han estado produciendo en las fábricas de Urdesh desde que el enemigo se apoderó de ese mundo —dijo LeTaw, otro oficial de los blindados.
—Por el aspecto de los que vi, son del tipo Guadaña —prosiguió LeGuin—. Consumen promethium, tienen un blindaje barato y derrapan por detrás en las curvas. Nuestros Conquistador los superan. A menos que el número sea muy superior, por supuesto.
—Por el martilleo de que fuimos objeto en la carretera, yo diría que también tenían un mínimo de cinco cañones autopropulsados —dijo Sirus.
—Como mínimo —dijo LeGuin—. Pero aún hay otra cosa. Siguieron bombardeando la carretera durante un rato después de nuestra retirada. Apostaría a que fue porque no sabían que nos habíamos ido. Tenían una cadena eficiente de vigías y observadores, pero creo que sus escáners de a bordo son muy inferiores a los nuestros. No tienen auspex ni lectores de paisaje. Si sus observadores no nos ven directamente, están ciegos. Nosotros, en cambio…
—Tomamos nota —dijo Gaunt—. De acuerdo, así es como lo vamos a hacer. Asalto directo siguiendo la carretera. Esta noche. Si pensamos que es arriesgado hacerlo a hora tan tardía, pueden apostar que no lo esperarán. Las unidades blindadas salen de los bosques y se dispersan. La infantería va detrás, apoyando con armas antitanque. Quiero allí dos destacamentos completos de tropas de asalto abriéndose camino hacia el sur de la ciudad. ¿Kolea? ¿Baffels? Ustedes allí. Alrededor de los silos de almacenamiento.
Mostró el emplazamiento en su mapa.
—Aquí está el ganador. Un asalto lateral. Tal vez cuatro o cinco tanques entrando desde el este, con apoyo de la infantería y los Salamandra. El objetivo es el templo para abrirse camino a continuación hacia los depósitos de combustible. Las baterías Hydra dispararán desde la carretera, desde aquí.
—¿Y qué hay de los civiles? —preguntó Hark.
—Yo no he traído ninguno ¿y usted?
Risas generalizadas.
—Bhavnager es un blanco claro y abierto. Lo digo ahora para que no haya error posible. Atacamos esta ciudad con la máxima prevención. Aunque haya civiles, para nosotros no los hay. ¿Entendido?
Los oficiales asintieron sin dudar. Gaunt hizo caso omiso de la mirada aviesa de Curth.
—Kleopas, usted estará al mando del ataque central. Yo dirigiré a los Fantasmas detrás de usted. ¿Rawne? ¿Sirus? A ustedes les toca el asalto por el flanco. ¿Varl? Quiero que usted se ocupe de la vigilancia de la carretera con un pelotón. Permanezca detrás de los Hydra y cubra al tren de transporte y suministros. Hágalos entrar sólo cuando demos la señal de que la ciudad está tomada. La palabra clave para el inicio es «Slaydo», para mantener el avance es «Oktar» y para retirada «Dercius». El canal de voz es betakappa-alfa. El secundario es kappa-beta-beta. ¿Alguna pregunta?
No hubo preguntas. Cuando quedaban menos de dos horas de luz, con el sol abrasando las montañas y una promesa de lluvia en el aire, la guardia de honor cayó sobre Bhavnager.
* * *
El Vengador Gris de LeGuin y el otro Destructor de la compañía, con el nombre Bufón Letal pintado de color carmesí sobre su blindaje, marcharon a la cabeza por la carretera, despejando el perímetro exterior. Entre ambos destruyeron ocho vehículos enemigos, todos tanques de batalla infardi que cubrían los bosquecillos de frutales de los lados de la carretera.
Mkoll entró junto con un pelotón de exploradores. Llegaron montados en los Destructor hasta que alcanzaron al tramo cubierto por los árboles, y a continuación se dispersaron por los bosquecillos. Una oleada de Fantasmas avanzaba flanqueando a los cazadores de tanques, localizando y eliminando los puestos de observación de la línea de señales del enemigo en una acción sigilosa.
El Vengador y el Bufón permanecían apostados junto a los árboles desde donde se dominaba Bhavnager mientras la principal fuerza de asalto pasaba a su lado encabezada por el Corazón Destructivo. El suelo retemblaba y el aire tranquilo era sacudido por un estruendo mecánico. La totalidad de las tropas bajaron de los camiones que iban detrás, y a continuación los transportes retrocedieron hasta la señal 00.60 de la carretera, donde Varl y su unidad vigilaban a los Chimera, los Troyano y los camiones cisterna.
En su momento la palabra clave «Slaydo» puso en marcha el ataque. Bajo el mando de Kleopas, doce máquinas de combate cargaron contra Bhavnager desde el sur, once Conquistador y el único Executor de la compañía, un antiguo tanque de plasma al que apodaban Conflicto.
Para entonces, el enemigo ya había visto el humo y los fogonazos de los disparos del Destructor en los bosques y salieron en masa. Treinta y dos Guadaña AT70, todos ellos pintados de color lima brillante, más siete semiorugas N20 con cañones antitanque de 70 milímetros. El mayor Kleopas tuvo que reconocer que esto superaba con creces la estimación del capitán Sirus de «por lo menos» diez Guadañas y cinco cañones autopropulsados. Ésta iba a ser una auténtica batalla. Una oportunidad de conseguir gloria en el combate. Una oportunidad de encontrar la muerte. El tipo de elección que los Pardus estaban acostumbrados a hacer.
A pesar de las horrorosas perspectivas, Kleopas sonrió para sus adentros.
Los Hydra imperiales, escondidos y alejados, sembraron su lluvia de fuego rápida sobre la ciudad desde la línea arbolada. Dos mil Fantasmas se desplegaron por el acceso abierto siguiendo la carga de la caballería blindada de Kleopas. Armas de menor calibre disparaban sobre ellos desde los límites de la ciudad.
Empezó con toda su intensidad el ataque de los tanques. El escuadrón de Kleopas estaba formado en uve invertida, con el Corazón Destructivo en el vértice. Tenían la ligera ventaja de la inclinación del terreno despejado entre los bosquecillos de frutales y el límite de la ciudad, e iban a más de treinta kilómetros por hora. La formación masiva del enemigo, sin un orden establecido, se abría camino pendiente arriba para salirles al encuentro, lanzando hacia atrás pedruscos y terrones de tierra endurecida arrancados por sus orugas, y desplegándose en una línea larga y desigual.
En el asiento de mando del Corazón, Kleopas comprobaba las lecturas de su auspex, que emitían una luz pálida, amarillenta, en la penumbra de la torreta cerrada, y las comparaba con lo que veía por su periscopio prismático. Se valía para ello de su ojo derecho, no de la prótesis de aumento, una afectación que daba lugar a no pocas bromas entre su tripulación. Kleopas ajustó a continuación sus auriculares con almohadilla de cuero y apartó hacia abajo de un manotazo el cable de su micrófono.
—Adelante y fuego a discreción.
El pelotón de carros Conquistador empezó a disparar. Una docena de cañones lanzaron una ráfaga tras otra. De sus bocas salían bolas brillantes de gas inflamado y el humo de las descargas se extendía hacia atrás formando una estela blanca por encima de sus cascos. Tres AT70 recibieron impactos directos y se desvanecieron en un amasijo de metal y fuego. Otros dos quedaron inutilizados y empezaron a arder. Un semioruga dio una sacudida a todo lo largo cuando un disparo del Conquistador Hombre de Acero atravesó el habitáculo de la tripulación y lo abrió como si fuera una lata de rancho alcanzada por un láser.
El antiguo tanque Executor del Pardus, comandado por el teniente Pauk, avanzaba más lentamente que los rápidos Conquistador y ocupaba el último puesto en la fila de la izquierda. Su potente cañón de plasma lanzó un relámpago rojo de destrucción ladera abajo e hizo explotar la torreta de un AT70 que sembró alrededor una lluvia de metralla y de aceite.
El enemigo respondía disparando colina arriba con furiosa resolución. Las armas principales de los AT70 eran más largas y esbeltas que los pesados cañones de los Conquistador imperiales. Sus disparos hacían más ruido y arrancaban fogonazos en forma de estrella de los retardadores situados en el extremo de sus cañones. Una lluvia de obuses caía sobre las fuerzas imperiales.
LeGuin había dado en el clavo. Eran ejemplares de antigua tecnología estándar subimperial, los Guadaña carecían de guía auspex para calcular el alcance de los láser. También era evidente que no tenían estabilizadores de giro. Una vez apuntados, los cañones de los Conquistador no abandonaban su presa gracias a los amortiguadores inerciales, independientemente de las sacudidas y bandazos que dieran los tanques. Eso significaba que los Conquistador podían disparar y moverse al mismo tiempo sin que su puntería se desviase apreciablemente. Los AT70 disparaban a ojo, y cualquier movimiento o sacudida requería una corrección inmediata del objetivo.
En su puesto del Corazón Destructivo, Kleopas sonrió satisfecho. El enemigo lanzaba ladera arriba cientos de kilos de munición contra ellos, pero la mayor parte erraba el blanco. No estaban diseñados para disparar eficazmente en movimiento. Si sus mandos hubieran tenido el buen sentido de inmovilizar sus tanques y disparar contra las fuerzas imperiales desde puestos estacionarios, a esas alturas iría ganando por puntos.
Aún así, más por suerte que por mérito, el enemigo hizo algunos blancos. El Conquistador conocido como Poderoso Justiciero fue alcanzado simultáneamente por dos proyectiles de diferentes adversarios, explotó y redujo la marcha hasta quedar parado mientras una columna de humo negro y grasiento salía por sus escotillas. El Redoble de Tambor, otro Conquistador, bajo el mando del capitán Hancot recibió un impacto en el lateral derecho, y perdió las orugas en medio de una lluvia de chispazos y de fragmentos de acero. Se sacudió, se detuvo y siguió ardiendo.
El capitán Endre Woll acabó con su segundo enemigo del día y su tripulación lanzó vítores de alegría. Woll era un as de los tanques, adorado por el regimiento Pardus y principal rival de Sirus. Bajo el nombre Viejo Estroncio grabado en el lateral de su blindaje había una línea de sesenta y una marcas, una por cada enemigo eliminado. Sirus y el Ira de Pardua lo superaban por ocho. Los servomecanismos eléctricos hicieron girar la torreta del Viejo Estroncio y Woll eliminó limpiamente a un AT70 que estaba girando. El ruido dentro de la torreta del Conquistador era ensordecedor, a pesar del retardo del sonido y de los protectores auditivos de la tripulación. Cuando disparaba, la recámara del cañón principal retrocedía dentro del espacio de la torreta con una fuerza de retroceso de noventa toneladas. Los cargadores noveles y los encargados de apuntar el cañón en los campamentos militares Pardus eran entrenados rápidamente para mantenerse alerta y no perder la destreza. Cuando la recámara retrocedía, un deslizador de metal abollado canalizaba hacia atrás la cápsula vacía al rojo vivo y la dejaba caer en la tolva de los cartuchos y entonces el cargador giraba en redondo con un obús fresco del cargador con camisa exterior de agua y lo introducía con la palma de la mano. El encargado de apuntar, consultaba el telémetro y el sensor de viento lateral y obedecía las instrucciones que daba Woll con ayuda del auspex. Woll siempre vigilaba la retícula de blanco desplegada en su periscopio. Como todos los buenos soldados, tenía una confianza limitada en la técnica.
—¡Blanco a las 11:34! —indicó Woll.
—¡11:34, correcto! —repitió el apuntador, dando un tirón al freno de retroceso. El cañón rugió.
Otro Guadaña quedó reducido a una bola de fuego y chatarra.
Los hombres de las unidades blindadas del Pardus estaban instruidos en maniobras móviles de interceptación y ofensiva. Los eficaces sistemas de suspensión por barra de torsión de los Conquistador, y la elevada relación potencia-peso, los hacían más ágiles que la mayoría de los adversarios con los que se medían, ya fuesen monstruos superpesados o vehículos mediocres como los que tripulaban los infardi. Eso transformaba a los Conquistador en perfectas armas de caballería, construidos para combatir sobre la marcha, para cargar, para superar y apabullar al enemigo.
Pero había un momento crucial en cualquier carga con vehículos blindados en que había que tomar la decisión de parar, retroceder o entrar a saco. Kleopas sabía que ese momento estaba cerca. El sueño de cualquier carga de blindados era aplastar totalmente a la formación enemiga, pero los infardi los superaban por tres a uno, y en las afueras de la ciudad se estaban amontonando más tanques. Kleopas lanzó un juramento… los infardi habían reunido una gran fuerza en Bhavnager. El mayor no hacía más que corregir al alza la estimación original de Sirus. Nada que ver con los grandes combates del pasado, esto iba a ser histórico.
Los Conquistador estaban a punto de encontrarse con el enemigo frente a frente. Kleopas tenía tres opciones: parar en seco y combatir manteniendo su posición, atravesar la línea enemiga y disponerse a rematar el trabajo o separarse y hacer maniobras de pinza.
Un combate estático era la última opción por considerar. Daría ocasión a los Guadaña para poner en juego toda su fuerza. Abrirse camino tenía un gran impacto psicológico, pero significaba invertir la posición en el campo de batalla, y los Pardus se encontrarían entonces luchando cuesta arriba, poniendo en riesgo a la infantería que venía detrás.
—¡Pinza tres-cuatro! ¡Pinza ya! —fue la orden que dio Kleopas a su escuadrón. El borde izquierdo de la formación en V siguió adelante con Kleopas a la cabeza, abriéndose camino entre los tanques infardi. El borde derecho, mandado por Woll se desplazó en una línea lateral y fue reduciendo la marcha.
Con un chirrido de las cajas de cambios y los diferenciales, los tanques del ala de Kleopas giraron casi en el sitio, levantando gran profusión de tierra, y aparecieron por detrás de la línea enemiga. Todos los tanques Leman Russ, como los Conquistador, tienen un sistema de oruga que ejerce escasa presión sobre el suelo y poseen una dirección sensible y de gran capacidad de regeneración. Estas vueltas casi coreográficas son características de estas máquinas. Otros seis AT70 volaron por los aires atacados por la espalda, y otros dos y un semioruga cayeron víctima de la línea rezagada de Woll.
La pendiente que se extendía al sur de Bhavnager se convirtió en un cementerio de tanques. El terreno quedó cubierto de fuego y chatarra y por todas partes había restos llameantes.
Las tripulaciones infardi, obligadas a escapar por las escotillas, corrían enceguecidas buscando un lugar donde ponerse a cubierto. Algunos de los Guadaña, botando sobre su anticuada suspensión de muelles, trataban de salir al encuentro de la línea de Kleopas y resultaban atacados por ambos lados. La primera fila de la formación de blindados infardi quedó superada y masacrada, pero la batalla aún no estaba ganada ni mucho menos.
El Hombre de Acero se estremeció y perdió su parte delantera convertida en una bola de fuego. Desde las lindes de la ciudad, un semioruga N20 que había optado sensatamente por combatir sin moverse, le había dado de lleno con su cañón antitanque.
Kleopas palideció al oír por el sistema de voz el grito del capitán Ridas cuando un disparo barrió la torreta de su vehículo. Poco después el Conquistador Orgullo de Memfis fue destruido por un AT70 que se atravesó en su camino. Escupiendo plasma candente, el Conflicto del teniente Pauk igualó el marcador.
Mientras los tanques de Kleopas cambiaban otra vez el sentido de su marcha gracias a su dirección regenerativa, la línea de Woll entró arrolladora por el campo sembrado de chatarra aplastando a su paso los restos de los tanques enemigos. Otros dieciocho AT70 estaban desplegados en torno a los límites meridionales de la ciudad y no dejaban de disparar desde sus posiciones estáticas. El diluvio de obuses era apocalíptico. Woll contó nueve cañones autopropulsados tipo Usurpador que disparaban desde detrás del frente formado por los AT70. Los pesados Usurpador llevaban obuses que eran una copia burda pero eficaz de los Estremecedor imperiales y sobresalían de las plataformas donde estaban emplazados los cañones. Detrás de ellos venían otros doce N20 que avanzaban en fila por la calle del mercado.
Antes de mejorar, todavía se iban a poner peor las cosas.
* * *
—¡En fila! ¡En fila! —gritaba Gaunt, y su orden era repetida por toda la línea de h infantería por los diferentes jefes de pelotón. Los Fantasmas habían formado en posición al borde de la línea de árboles detrás de las cuatro baterías Hydra y llevaban diez minutos observando con sorpresa y admiración el avance de los tanques por la pendiente que tenían a sus pies.
—¡Hombres de Tanith, guerreros de Verghast, vamos a cumplir con el deber que nos impone el Emperador! ¡Adelante! ¡Avanzad por filas!
Trotando al principio y corriendo después, las filas de Fantasmas se lanzaron pendiente abajo a través del inhóspito paisaje con la bayoneta calada.
Algunos obuses caían entre ellos. Por encima de sus cabezas pasaban las trazadoras describiendo su brillante trayectoria. El aire estaba lleno de humo. Kolea conducía el extremo izquierdo del avance, el sargento Baffels el derecho, y Gaunt estaba en algún punto intermedio.
Gaunt permitía que los jefes de asalto que había designado llevaran la delantera, confiado en su capacidad, mientras él se tomaba tiempo para hacer pausas y volverse a alentar e inspirar a los cientos de soldados que avanzaban como un torrente. Blandía bien alta su espada de energía para que todos pudieran verla.
En ese momento echaba de menos a Milo. Pensó que Milo debería haber estado allí, tocando su gaita y llevando a los Fantasmas hacia la batalla. Volvió a gritar, su voz estaba casi ronca.
El comisario Hark avanzaba con los hombres de Baffels. Sus gritos y exhortaciones carecían del fuego enardecedor de las de Gaunt. Él era nuevo entre ellos, no había compartido con ellos todo lo que había compartido Gaunt. Sin embargo, no cesaba de alentarlos.
—Los Destructor inician su avance para apoyarnos —informó a Gaunt el oficial de radio Beltayn mientras avanzaban. Gaunt miró hacia atrás y vio al Vengador Gris y al Bufón Letal alzándose sobre sus muelles de torsión para iniciar la marcha detrás de la infantería. Esto de avanzar protegidos por los blindados era algo nuevo, pensó Gaunt. Era la Guardia Imperial en su versión más eficiente, una cooperación entre las distintas especialidades. Este asalto tenía que acabar en una victoria.
Ana Curth y el equipo médico avanzaban detrás de los Fantasmas. El terreno que cubrían estaba lleno de huellas del furioso combate de los tanques y olía a combustible y a fycelina. Las explosiones habían abierto cráteres por todas partes, de modo que la piedra caliza del estrato inferior había salido a la superficie en grandes terrones. Curth tuvo la sensación de que las propias entrañas de la tierra habían salido al exterior quedando allí expuestas. Era un paisaje muerto y sin duda todavía se extendería más antes de que hubieran terminado con Bhavnager.
Lesp saltó a la izquierda al ver caer a un Fantasma. Otros dos fueron derribados justo delante de ellos por un disparo demasiado largo de un tanque, y Chayker y Foskin corrieron hacia adelante.
—¡Médico! ¡Médico! —El grito partió de la masa de hombres que tenían ante sí.
—¡Ya lo tengo! —le dijo Mtane corriendo por el suelo irregular hacia un Fantasma arrodillado junto a un gimiente camarada destripado.
A Curth todo aquello le parecía un infierno. Era su primera experiencia de lucha abierta a gran escala. Había pasado por los horrores de enfrentamientos urbanos en la Colmena Vervun, pero sólo conocía la experiencia de la guerra en terreno abierto por lo que había leído al respecto. Campos de batalla. Ahora entendía el significado pleno del término. No era fácil impresionar a Ana Curth, sólo la muerte y el dolor no eran suficientes.
Lo que la impresionaba era la furia enardecida, despiadada, de la batalla. La escala, las proporciones, el ruido ensordecedor y espantoso, la carga masiva.
La cantidad de heridos. Las proporciones del dolor y del daño.
—¡Médico!
Asió su maletín de campaña y corrió entre las llamaradas de los obuses que caían y del intenso fuego láser.
Cada vez que pensaba que conocía los horrores de la guerra, ésta la sorprendía con otros nuevos. Se preguntó cuántos hombres como Gaunt podían mantener siquiera un atisbo de cordura después de una vida así.
—¡Médico!
—¡Aquí estoy! ¡Tranquilo! ¡Aquí estoy!
Desde la señal 07.07, empezó el asalto por el flanco. Se congregaron a un kilómetro al este de Bhavnager en una granja de las afueras. Incluso a esta distancia, el estruendo del asalto principal que tenía lugar a cuatro kilómetros de distancia hacía retemblar el suelo.
Rawne escupió en el suelo y levantó el rifle láser que había apoyado contra la pared de ladrillo que cerraba el perímetro de la finca.
—Es hora de irnos —dijo.
El capitán Sirus asintió y corrió a su tanque que lo esperaba, uno de los seis Conquistador que permanecían con los motores en marcha detrás de la granja abandonada.
Feygor, el segundo de Rawne, preparó su rifle láser y transmitió la orden a las tropas, unos trescientos Fantasmas.
Se había levantado viento y el sol se estaba poniendo. De la estupa en forma de bulbo del templo, situado a un kilómetro de donde se encontraban, se irradiaba una luz dorada.
Rawne ajustó su transmisor.
—Tres a Sirus. ¿Ve usted lo que yo veo?
—Veo el flanco oriental de Bhavnager. Veo el templo.
—Bien. Si está listo… ¡Adelante!
Los seis Conquistador arrancaron con un rugido y marcharon a través de los campos y prados hacia la linde oriental de la ciudad. Detrás de ellos iban los ocho Salamandra que completaban el convoy. Rawne subió de un salto al estribo de uno de los Salamandra de mando, volviéndose para supervisar al grupo de infantería que avanzaba detrás de él.
Los cinco Conquistador que marchaban detrás del Ira de Pardua de Sirus se llamaban Reza tus Oraciones, Capricho de Klara, Tormenta de Acero, Bastardo Afortunado y León de Pardua. Este último era gemelo del Ira. Balanceándose sobre las desigualdades del terreno y los canales de regadío, las máquinas Pardus empezaron a disparar sobre el cercano templo y su recinto. De los distantes impactos se elevaban silenciosas nubes de humo blanco.
Casi de inmediato aparecieron cuatro tanques AT70 por el lado norte del templo. Dos se lanzaron hacia adelante penetrando en el terreno húmedo de los campos. Los otros dos se detuvieron y empezaron a disparar.
El Capricho de Klara, bajo el mando del teniente LeTaw, dejó inutilizado a uno de los que avanzaban con un hermoso disparo largo del que el propio Woll se habría sentido orgulloso. Pero a continuación, mientras avanzaba a tumbos por un terreno cultivado, un proyectil con núcleo de tungsteno alcanzó al Klara de lleno, penetrando el blindaje de la torreta y llegando hasta el habitáculo. LeTaw perdió el brazo derecho y su artillero quedó muerto en el acto. El proyectil incandescente atravesó el revestimiento de agua de la recámara del tanque y no explotó.
El Conquistador viró bruscamente y se detuvo. LeTaw estaba tan atontado por el choque que a duras penas consiguió desprender el arnés de su asiento para mirar a su alrededor. El interior de la torreta estaba teñido con una fina capa de sangre, era todo lo que quedaba de su artillero.
El cargador había caído de su asiento metálico y estaba en el suelo del habitáculo en posición fetal, bañado en sangre.
—Santo Emperador —murmuró LeTaw mirando a través del orificio de bordes mellados que había en el lateral del almacén. Del revestimiento salía un agua sucia que diluía la sangre del suelo. Vio un fuego incipiente dentro del agujero, la onda de calor residual del impacto.
—¡Afuera! —gritó.
El cargador tenía la mirada perdida, el choque lo había desorientado.
—¡Afuera! —repitió LeTaw, tratando de alcanzar la escotilla de emergencia con un brazo que ya no tenía.
Rió ante lo macabro de la situación, se volvió y estiró la mano que le quedaba y oyó al conductor que salia por la escotilla delantera.
Hubo un pequeño estallido. Los conductos del intercambiador de calor que había en el lateral de la torreta, debilitados por el impacto del obús, reventaron lanzando al aire agua hirviendo que alcanzó a LeTaw en pleno rostro antes de caer en cascada y abrasar a su artillero.
LeTaw trató de gritar. Los gritos del cargador resonaban en las paredes interiores del tanque.
El proyectil había cortado los cables eléctricos del pozo inferior de la torreta. Al entrar en contacto el agua con los extremos sueltos de los cables, LeTaw y su artillero murieron electrocutados entre gritos y retorciéndose de dolor.
Tras tomar como blanco un AT70 estacionario, el Tormenta de Acero intercambiaba con él un disparo tras otro. El teniente Hellier, que comandaba el Tormenta, se dio cuenta de que sus amortiguadores inerciales estaban dañados y de que, por lo tanto, su auspex debía de estar inutilizado.
Apagó los sistemas electrónicos y empezó a disparar guiándose por la retícula del periscopio. Le estaba dando a su apuntador las coordenadas de tiro y estaba a punto de hacer un disparo certero, cuando el tanque explotó, se levantó en el aire y se partió en dos.
El Tormenta de Acero había tocado el borde de un campo de minas no detectado hasta el momento que se extendía al este de Bhavnager. El Ira de Pardua se metió en el campo inmediatamente detrás y perdió las sujeciones de su oruga y parte del blindaje lateral al explotar otra mina.
Poniendo la marcha atrás directa, pudo retroceder unos cuantos metros mientras Sirus ordenaba un alto inmediato.
Los tres Conquistador que quedaban aminoraron la marcha detrás de él.
Pisándoles los talones, las formaciones de Salamandra formaron una línea con la infantería agrupada a uno y otro lado. Los disparos de los tres AT70 situados en el otro extremo del campo de minas caían alrededor, abriendo boquetes en el cenagoso sistema de regadío de la granja que ya había quedado marcado con profundos surcos por la rápida marcha de los blindados.
—¡Rastreadores! ¡Rastreadores, adelante! —gritaba Rawne por su transmisor. Dos escuadrones de especialistas, mandado uno de ellos por Shoggy Domor, y el otro por un verghastita llamado Burone, se adelantaron inmediatamente bajo el fuego enemigo.
—¡Unidades de infantería! ¡Apoyo! —gritaba Rawne.
Los Fantasmas empezaron a disparar al borde de la ciudad con rifles láser, y con el soporte de las armas de infantería de grueso calibre que habían traído consigo: ametralladoras pesadas y tres lanzamisiles, además de bolter pesados y cañones automáticos montados sobre los Salamandra.
Los pelotones de rastreadores estaban tremendamente expuestos, efectuando su delicado trabajo mientras los disparos de los tanques y el fuego de armas de menor calibre llovían en torno a ellos. Contaban con su experiencia para despejar un corredor a través del campo… si vivían el tiempo suficiente.
Ahora el avance del segundo frente se estaba demorando peligrosamente.
Más AT70 hicieron su aparición para apoyar al trío que quedaba y también un cuarteto de carros Usurpador pesados autopropulsados. Sirus empezaba a preguntarse con cuánto maldito blindado contaba el enemigo en Bhavnager.
Inmovilizados por las minas, los cuatro Conquistador empezaron a disparar a discreción sobre la posición enemiga con los cañones principales y cureñas coaxiales. En el espacio de unos segundos, el León de Pardua destruyó un cañón autopropulsado llegando incluso a detonar la munición que tenía apilada, y el Bastardo Afortunado dejó inutilizado a un AT70. La detonación del cañón autopropulsado fue de magnitud suficiente como para sembrar metralla por todo el campo de minas y detonar algunas de las minas enterradas.
El Reza tus Oraciones y el Ira de Pardua, el tanque de Sirus, lanzaron algunas ráfagas que barrieron lo que quedaba de la pared norte del templo. El conductor del Ira y un tecnosacerdote Pardus de los Salamandra aprovecharon la oportunidad para hacer reparaciones de emergencia en la sección dañada de la oruga del Conquistador.
En un hoyo de protección abierto por un obús cerca del Salamandra de Rawne, Criid, Caffran y Mkillian instalaron uno de los lanzamisiles que en la jerga del regimiento se conocían como «maldición andante». Constaba de un tubo, para cargar al hombro, de metal pintado de color caqui, una mira directa, un gatillo disparador y aireadores aflautados en el extremo posterior para el escape de los humos del retroceso.
No era habitual que los Fantasmas, especialistas en técnicas de sigilo, desplegaran este tipo de armas pesadas de apoyo; de hecho, Bragg era el único que solía llevar una, pero ahora estaban en medio de una batalla de vehículos blindados. Caffran cargó el lanzamisiles al hombro y disparó a través de la burda retícula de alambre contra el AT70 que había mantenido un duelo con el tristemente aniquilado Tormenta de Acero. Como muchos de los Fantasmas, Caffran se había familiarizado con los «maldición andante» durante la guerra urbana en la Colmena Vervun, donde había usado uno para dejar fuera de combate a cinco tanques de asedio zoicanos.
De hecho, estaba recogiendo uno en los habitáculos en llamas cuando Criid le había salvado la vida en un enfrentamiento con las tropas de asalto zoicanas. Desde entonces habían sido inseparables.
Por encima del estruendo de la lucha, la oyó decir «por Verghast» mientras besaba el misil que le entregaba Mkillian. Lo introdujo en el tubo lanzador.
—¡Cargado! —gritó.
Caffran ya había fijado el objetivo.
—¡Lanzar! —ordenó.
Todos los que estaban cerca repitieron la palabra para tener las bocas abiertas cuando el lanzamisiles disparara. Cualquiera que tuviera la boca cerrada corría el riesgo de que le estallasen los tímpanos por la súbita presión creada por el disparo.
Con un sonido hueco y sibilante, el «maldición andante» disparó el misil contra el enemigo dejando tras de sí una nube de humo que sé fue diluyendo lentamente. Fue un disparo limpio, pero el cohete explotó tras rebotar con impotencia en el pesado blindaje frontal del Guadaña. Como respondiendo a la provocación, el AT70 se dispuso a contraatacar.
—¡Cargar!
—¡Cargado! —gritó Criid.
—¡Disparar!
Esta vez fue mejor. El AT70 se sacudió y empezó a arder. El morro del cañón se inclinó como si el propio tanque estuviera fingiendo estar muerto.
—¡Cargar! ¡Vamos a aseguramos!
—¡Cargado!
—¡Disparar!
Ahora el AT70 en llamas volvió a sacudirse y explotó lanzando al aire partes del motor, trozos de blindaje, segmentos de las orugas y fuego.
Los vítores recorrieron las líneas de infantería.
Luego, imponiéndose al ruido incesante de la lucha, el sonido de otros vítores más potentes.
Rawne saltó de su Salamandra para investigar. Corría agachado ya que las balas trazadoras sobrevolaban su posición.
El primer disparo de Larkin había sido un tiro magnífico.
—Fue definitivo —le dijo el soldado Cuu a Rawne con entusiasmo mientras daba golpecitos a la mira de su riñe láser—. Larks le dio al oficial y lo dejó muerto en el acto.
A una distancia de más de trescientos metros, Larkin había hecho un disparo de primera que atravesó la rejilla de observación de la torreta blindada de uno de los Usurpador y había matado al oficial de artillería. Había sido un disparo increíble.
—¡Eres único, Larks! —gritó el soldado Neskon, habitualmente encargado de un lanzallamas y que ahora se veía reducido a disparar su pistola láser ya que los lanzallamas resultaban redundantes en estas condiciones de medio a largo alcance.
—¿Podrías mejorar eso más de cerca? —le preguntó Rawne a Larkin.
—Me sentiría mejor más lejos, mayor… en otro planeta tal vez —dijo Larkin con acritud.
—Seguro que sí, pero…
—¡Sí, por supuesto que sí! —dijo Larkin.
—Sigue al grupo de Domor al interior del campo. ¿Feygor? Formad un grupo de penetración de cinco hombres alrededor de Larkin. Incluid a otro francotirador si es posible. Avanzad por el corredor despejado y dad cobertura a los rastreadores. Utilizad el alcance reducido para producir daño real. Quiero que elijáis y matéis a oficiales y comandantes.
—¿Acaso no es eso lo que hacemos todos, mayor? —replicó Feygor mientras se disponía a obedecer. La voz del segundo de Rawne había sido siempre profunda y grave, pero en la batalla final por la Puerta de Veyveyr su laringe había quedado deformada por la cicatriz de una quemadura con láser y ahora hablaba con un tono monótono e inexpresivo.
Feygor eligió a Cuu, Banda y el francotirador verghastita Twenish para ir con él y con Larkin.
Bajo el fuego incesante, el quinteto salió a campo abierto. El grupo de Domor, trabajando codo con codo con el de Burone, habían despejado un canal de diez metros de ancho que avanzaba treinta metros hacia el enemigo. Las lindes del corredor estaban cuidadosamente marcadas mediante estacas unidas con cintas tendidas por el soldado Memmo. Ya había muerto un miembro del pelotón de Burone, y Mkor, del grupo de Domor, tenía heridas de metralla en el muslo y el hombro izquierdos.
El equipo de Domor iba un poco más adelantado que el de Burone. La competencia era una cuestión de honor entre los rastreadores de minas Tanith y verghastitas. Domor, por supuesto, tenía la ventaja de sus ojos de aumento capaces de detectar el calor que resultaban un apoyo para sus rastreadores.
El grupo de penetración de Feygor se sumó a ellos. Larkin y Twenish se atrincheraron para apuntar mientras Cuu y Banda les daban cobertura. Los vulnerables rastreadores agradecieron el apoyo adicional.
—Supongo que no podríais haber traído una ametralladora o un «maldición andante» —observó Domor.
—Limítate a rastrear, Shoggy —gruñó Feygor.
Larkin se dio cuenta de que Twenish era un tirador muy bueno. Era uno de los pocos recién llegados verghastitas que se habían especializado como francotiradores antes del Acta de Consolación. Twenish era un soldado de carrera que había pertenecido a Vervun Primario, un hombre de extremidades largas sin el menor sentido del humor. Su láser largo era más nuevo que la hermosa pieza de Larkin con culata de madera de nal; un arma sumamente funcional, con visión nocturna grotescamente ampliada, un soporte de dos patas y una culata de ceramita hecha a medida para él.
Los dos francotiradores, producto de escuelas y de instrucción totalmente divergentes, empezaron a disparar contra los blindados enemigos. Con tres disparos, Larkin eliminó al cargador de un Usurpador, a un jefe de infantería y al comandante de un AT70 que cometió el error de asomarse por la escotilla de su torreta.
Twenish disparaba tiros dobles y rápidos. Si el primero no daba en el blanco, al menos determinaba el alcance y le permitía apuntar en el segundo. Con tres de estos tiros dobles hizo dos blancos excelentes, entre ellos un sacerdote infardi que arengaba a los hombres. A Larkin esto le parecía un esfuerzo inútil. Ya conocía el método de doble disparo, y también sabía que en muchos regimientos de la guardia se enseñaba como método estándar. Él consideraba que era una forma de alertar al enemigo por más rápido que llegara el segundo disparo.
Mientras volvía a apuntar, a Larkin empezó a resultarle irritante la rutina de Twenish. El verghastita era obsesivo: desplegaba un trozo de tela al lado de su posición de tiro y lo usaba para limpiar las lentes de su mira después de cada doble disparo. Como una maldita máquina… disparo-pausa-disparo… limpiar-limpiar… disparo-pausa-disparo. ¡Ya estaba bien de tanta minuciosidad! Larkin tenía ganas de gritar, aunque ya tenía bastante con lo suyo.
El Tanith volvió a acomodarse y de un tiro mató al conductor de un semioruga que penetraba en la línea contraria.
Banda, Cuu y Feygor se arrodillaron entre las desigualdades del terreno y disparaban a discreción contra el enemigo.
Banda era una tiradora excelente, y como muchas de las mujeres verghastitas había optado por esa especialidad al unirse a los Fantasmas. En realidad, había un límite estricto en el número de tiradores y ella había sido rechazada, aunque, con gran satisfacción de Banda, su amiga Nessa lo había conseguido. La mayor parte de los puestos de tirador los ocuparon los francotiradores de Vervun Primario como Twenish que ya venían especializados de origen. Sin embargo, Banda tenía una puntería formidable y de hecho sacaba el mejor partido incluso de un rifle láser estándar…, algo que había demostrado incluso al imbécil del mayor Rawne durante la toma del Universitariat.
Una ráfaga de ametralladora barrió la posición de los rastreadores y tanto el grupo de penetración como todos los demás se lanzaron cuerpo a tierra. El miembro que quedaba del grupo de Burone quedó despedazado, y el propio Burone recibió un disparo en la cadera. Cuando todos se levantaron, Banda fue la primera en darse cuenta de que Twenish estaba muerto, cosido al suelo boca abajo por la ráfaga de disparos de la ametralladora.
Sin dudarlo un instante, dio un salto adelante y se apoderó del rifle largo del verghastita que tuvo que arrancarle de la mano.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —le gritó Larkin.
—Sí, que te jodan, señor francotirador Tanith.
Apuntó. La culata, hecha a medida de Twenish, no le resultaba del todo cómoda, pero insistió. ¡Tenía, en sus manos un rifle láser largo, maldita sea!
No necesitaba de dobles disparos. Un oficial de artillería que corría de un Usurpador a otro se atravesó en su mira reticulada y le voló la cabeza.
—Nada mal —aprobó Larkin.
Banda sonrió y derribó a un fusilero infardi de la balaustrada del templo que estaba a cuatrocientos metros.
—Vaya, vencido en tu propio juego, Larks —le espetó Cuu a Larkin—. Seguro que sí.
—Que te jodan —dijo Larkin. Sabía que Cuu era un tirador excelente, aunque psicótico. Si Cuu quería marcarse un tanto, que se manchara de barro la barriga y usara el maldito láser largo. Al menos Banda estaba entusiasmada, y era muy buena. Siempre lo había sospechado desde que la conoció en el cruce de las calles 281/kl en los suburbios de la Colmena Vervun. ¡Pequeña zorra descarada!
Mientras el grupo de Domor seguía adelante con su nada envidiable tarea y un nuevo equipo de rastreadores corría a reemplazar a la unidad de Burone, los dos francotiradores Fantasmas no pararon de desempeñar su precisa y mortífera misión entre las posiciones enemigas.
—Tres a uno. ¡Estamos en un punto muerto! —le comunicó Rawne a Gaunt por el poderoso transmisor de su Salamandra.
—¿Por cuánto tiempo, tres?
—¡A este paso, una hora para poder llegar siquiera al templo, uno!
—Sigan así y esperen órdenes.
Al sur de Bhavnager, las fuerzas de infantería entraban en tropel en la propia ciudad entre el humo de los escapes de los blindados Pardus. Ahora los tanques atacaban de cerca, en el limitado espacio que ofrecían las estrechas calles de la zona del mercado. El Viejo Estroncio de Woll acabó con tres antitanques N20 durante esta fase de la lucha, y acertó a un Usurpador antes de que pudiera apuntar con su enorme arma aniquiladora de tanques.
El Corazón Destructivo de Kleopas se vio cogido por el fuego cruzado de dos Guadaña, y los Conquistador Xenófobo y No Hagas Ruido aplastaron las paredes de un corral y algunas casas bajas hechas de ladrillo para acudir en su ayuda.
El Executor Conflicto, flanqueado por los Conquistador Toque de Retreta y P48J, aplastaron a un escuadrón de semiorugas e irrumpieron en el recinto de unos silos que quedaban al sudoeste. Los soldados de Kolea avanzaron rápidamente en punta de lanza para brindarles apoyo, teniendo que soportar una serie de feroces enfrentamientos cuerpo a cuerpo en el retumbante interior de los silos. Los exploradores de Mkoll se abrieron paso por el mercado del centro de la ciudad después de una confrontación ambigua y mortífera en los almacenes, donde había apilados fardos de vides secas. Un pelotón dirigido por el cabo Meryn entró combatiendo tras ellos, debiendo enfrentarse al contraataque de cincuenta fusileros infardi.
Los lanzallamas, entre ellos Brostin y Dremmond y el verghastita Lubba, tuvieron una actuación destacada durante esta parte de la batalla en la que dejaron despejados de resistencia infardi los silos cerrados a cal y canto.
Acompañado por el oficial de radio Beltayn, Gaunt avanzaba en medio del humo de promethium y el olor a fycelina. Cogió el microteléfono que le ofrecía Beltayn.
—¡Uno a siete!
—¡Aquí siete, uno! —fue la respuesta de Baffels cuya voz llegaba extrañamente distorsionada por el electromagnetismo.
—El contraataque de tres está en punto muerto. Tenemos que asegurar el depósito de combustible. Quiero que avancen y nos abran un camino. ¿Lo cree posible?
—Haremos lo que podamos, uno.
—Uno a siete. Recibido.
El sargento Baffels se volvió a su pelotón punta de lanza mientras los obuses pasaban silbando por encima de sus cabezas.
—Órdenes interesantes, muchachos —dijo.
La respuesta fue un gruñido generalizado.
—¿Qué diablos quieren que hagamos ahora, Baffels? —preguntó Soric.
—Es sencillo —respondió Baffels—. Vivir o morir. El depósito de combustible. Demos la impresión de ir en serio.
En la señal 00.60 de la carretera, de pie entre los tanques, carros Chimera y Troyano y transportes de tropas aparcados, se podía oír a través de los árboles el estruendo de la batalla que se desarrollaba en Bhavnager.
Los miembros de la sección defensiva de Varl andaban por allí hablando con los ociosos conductores del Munitorium, fumando o limpiando sus equipos.
Varl iba de un lado para otro. Deseaba con todas sus fuerzas entrar en combate. Éste no era un mal destino, pero…
—¿Señor? —Varl miró a su alrededor. El soldado Unkin se acercaba.
—¿Soldado?
—Dice que quiere avanzar.
—¿Quién?
—El, señor. —Unkin señaló al viejo y andrajoso ayatani, Zweil.
—Ya me encargo yo —le dijo Varl a su hombre.
Se dirigió hacia donde estaba el viejo sacerdote.
—Debe permanecer aquí, padre —dijo.
—Nada de eso, sargento Varl —replicó el ayatani Zweil—. En realidad, mi deber es llegar allí, al sendero del Ayolta Amad Infardiri.
—¿El qué, padre?
—El Camino del Peregrino. Hay peregrinos que necesitan de mi ministerio.
—No hay tal…
Una explosión distante, potente, sacudió el aire.
—Voy a ir, sargento Varl. Ahora mismo. Lo contrario sería una profanación.
Varl refunfuñó algo al ver que el anciano sacerdote se alejaba de él y se dirigía a la carretera por entre los bosquecillos de frutales, hacia Bhavnager. Gaunt lo iba a cortar a tiras si algo le sucedía al ayatani.
—Reempláceme —le dijo a Unkin y empezó a correr tras la figura del ayatani que se iba alejando.
—¡Padre! ¡Padre Zweil! ¡Espere!
Por la calle lateral bajaba un humo cáustico que impedía que Kolea pudiera ver algo. En algún punto, calle abajo, cerca del lugar donde la calle se encontraba con la carretera principal, saliendo apenas de la plaza del mercado, se encontraba un semioruga enemigo que disparaba con el arma que tenía montada a bordo sobre todo lo que se movía. De vez en cuando también disparaba su cañón antitanque.
El maldito humo salía de un molino de grano que había allí cerca. El aullido del fuego del láser llenaba toda la calle. Los apretados edificios que bordeaban la vía degradaban la calidad de las transmisiones. A Kolea aquello le recordaba demasiado la lucha en los habitáculos exteriores de la Colmena Vervun.
El pelotón del cabo Meryn, recién salido de un tiroteo en los silos, alcanzó al grupo de Kolea que le hizo señas a Meryn de que abriera un camino a través de los edificios de la izquierda hasta la calle paralela a ésta que frenaba el avance. Meryn asintió.
Bonin, uno de los exploradores, se había desplazado hacia la derecha y había encontrado un pasaje estrecho que daba a un pequeño vertedero detrás de los edificios de la calle. Al oír esto por el transmisor, Kolea envió de inmediato a Venar, Wheln, Fénix y Jajjo para que se unieran a Bonin. Fénix llevaba un «maldición andante» además de su rifle láser.
Desde donde estaba a cubierto, Kolea seguía escrutando las nubes de humo en busca del maldito N20. Al cabo de un rato empezó a disparar hacia el sector de la humareda donde su instinto le decía que se escondía. Estaba seguro de que oía el sonido que producían sus disparos al impactar contra una estructura de metal. Recibió como respuesta la pesada ráfaga de un rifle automático que hizo saltar los escombros acumulados en la calle. Casi de inmediato le siguió el silbido de un proyectil antitanque. El obús que, según cálculos de Kolea, pasó a la altura de sus cabezas, fue a explotar en una vivienda destruida por el fuego que había detrás de su posición. Al pasar a toda velocidad a través del humo, el proyectil iba dejando una extraña estela en espiral.
—Adelántate, vamos, adelántate, bastardo… —decía Kolea a media voz dirigiéndose al semioruga.
—¡Objetivos confirmados! —El susurro llegó directo a su auricular. El tirador Rilke, en un escondite próximo a Kolea, había visto movimiento junto al molino incendiado. Había hecho una advertencia por el transmisor usando la contraseña por si era alguno de los suyos que estuviera fuera de su posición y cruzara la línea de combate. No recibió ningún identificador y Rilke preparó su rifle láser largo y empezó a disparar.
Otros de la formación de Kolea se sumaron a el: Ezlan y Mkoyn por encima de una pared semiderruida cerca de Rilke; Livara, Vivvo y Logias desde las ventanas de una cuadra; las chicas de la tejeduría, Seena y Arilla, desde un agujero a la derecha de Kolea. Desde el otro extremo de la calle les respondieron con fuego de láser y de armas automáticas, debía de ser por lo menos un pelotón.
Seena y Arilla eran, respectivamente, artillera y cargadora de un pesado equipo de ametralladora pesada. Habían aprendido las técnicas en la guerra de Vervun, donde formaban parte de una de las muchas compañías improvisadas de la resistencia. Seena era una chica rolliza de veinticinco años que llevaba una cinta elástica para evitar que sus enormes rizos le cayeran sobre los ojos. Arilla era flaca, apenas tenía dieciocho años.
En cierto modo parecía impropio que la chica más endeble y baja fuera siempre la que llevara el balancín hueco de plastiacero con la munición incorporada. La ametralladora pesada de color negro mate estaba bien afirmada en el borde del agujero para evitar que el trípode se deslizase durante el fuego sostenido. Estas ametralladoras de modelo antiguo podían sacudirse con tanta violencia como uros furiosos. Seena disparaba ráfagas cortas alternadas con salvas más largas que conseguía moviendo de lado a lado el cardán aceitado del arma.
Ezlan y Mkoyn lanzaron algunas cargas explosivas que detonaron con un estampido satisfactorio e hicieron caer la fachada de una herrería a la calle.
El propio Kolea también hizo unos cuantos disparos avanzando a lo largo de la línea defensiva. Otro proyectil antitanque pasó zumbando por encima de sus cabezas, Kolea confiaba en que el ataque de la infantería obligara al semioruga a salir en apoyo de sus tropas. Hizo que Logias y Vivvo prepararan su lanzamisiles.
—Nueve a diecisiete.
—Diecisiete —respondió la voz de Meryn por el enlace.
—¿Qué tenéis?
—Acceso a la siguiente calle. Parece tranquila. Avanzando.
—Seguid adelante. Mantened el contacto.
Una descarga particularmente intensa de fuego láser punteó la pared detrás de él y Kolea se aplastó contra el suelo. Oyó la respuesta de la ametralladora pesada.
—Nueve a treinta y dos.
—Te escucho, nueve.
—¿Ha habido suerte con el semioruga, Bonin?
—Estamos atravesando el vertedero. No podemos encontrar un camino para volver a la calle y salir detrás de ellos. Nosotros… un momento.
Kolea se puso tenso al oír un fuego intenso distorsionado por el transmisor.
—¿Treinta y dos? ¿Treinta y dos?
—¡„. go intenso! ¡Fuego intenso en esta zona! ¡Feth! Tenemos m… —La respuesta de Bonin llegó entrecortada al rebotar la voz en las paredes de los edificios.
—Aquí nueve, treinta y dos. ¡Repita eso! ¡Aquí nueve, treinta y dos!
Del canal sólo salía ruido. Kolea podía oír el tableteo de los disparos por detrás de las estructuras que tenía a la derecha. El pelotón de Bonin necesitaba ayuda. Además, si los rebasaban, Kolea necesitaba saber que la brecha de su flanco quedaba cerrada.
—¡Nueve, necesito aquí tropas de apoyo! ¡Punto del mapa 51.33!
En cuestión de dos minutos, un pelotón había avanzado desde los almacenes siguiendo el camino que sus hombres habían despejado previamente. El viejo amigo de Kolea, el sargento Haller, iba a la cabeza. Kolea describió rápidamente su situación y la situación supuesta del N20 a Haller y a continuación formó un grupo de ataque con Livara, Ezlan, Mkoyn, el soldado Surch y el lanzallamas Lubba del pelotón de Haller.
—Encárgate de esto —indicó Kolea a Haller, y acto seguido condujo a su equipo por el estrecho pasadizo hacia el terreno abierto del otro lado.
Como si hubiera estado esperando que se fuera el héroe verghastita, el semioruga avanzó de repente entre el espeso humo marrón y disparó con su arma principal contra la línea de los Fantasmas. Dos de los hombres de Haller que acababan de llegar cayeron muertos y Logias resultó herido al alcanzarlo las esquirlas que salieron despedidas. Haller corrió con la cabeza gacha entre la lluvia de cenizas ardientes y levantó el lanzamisiles mientras Vivvo ponía a cubierto al aturdido Logias.
—¿Cargado? —preguntó a Viwo a voz en cuello.
—¡Sí, señor! —confirmó Vivvo.
Haller apuntó hacia arriba. Colocó la retícula sobre las estrechas mirillas de la cabina del N20.
—¡Disparar!
El cohete se introdujo en la cabina blindada del semioruga como un abrelatas y la hizo explotar con fuerza suficiente como para hacer girar en redondo el soporte del arma antitanque. Seena y Arilla abrieron fuego a discreción sobre el semioruga con su ametralladora pesada.
De las filas de los Fantasmas se elevaron vítores.
—¡Cargad otra vez! —le dijo Haller a Vivvo—. Quiero asegurarme y matarlo dos veces.
La avanzadilla de Bonin se había encontrado con una oposición feroz y encarnizada ubicada en un edificio dañado por las bombas a un lado del vertedero. Más de veinte armas infardi habían disparado contra ellos y luego, inesperadamente, docenas de guerreros vestidos de verde habían salido cargando armados con clavas, picas y rifles con bayoneta.
Los cinco Fantasmas reaccionaron con un nivel inusitado de improvisación. Fénix había sido alcanzado por los primeros disparos, pero todavía podía combatir, y de rodillas, presentando un blanco lo más pequeño posible, disparaba contra la multitud que se abalanzaba sobre ellos. Wheln y Venar ya habían fijado las bayonetas y fueron directamente al cuerpo a cuerpo, profiriendo gritos que helaban la sangre mientras avanzaban segando vidas. Bonin puso su rifle láser en automático, con lo que agotó la batería rápidamente pero produjo gran daño a la oposición. Jajjo llevaba el «maldición andante» y decidió no malgastar su potencia disuasoria. Al grito de ¡Disparar! se echó el tubo al hombro y disparó el misil antitanque sobre la fachada del edificio del que habían surgido los infardi. La onda expansiva eliminó a varios de los integrantes de la escaramuza y derribó una parte de la pared. A continuación dejó a un lado su lanzamisiles y de un salto se incorporó a la lucha cuerpo a cuerpo, blandiendo su cuchillo de plata.
Una vez agotada su batería, Bonin también se lanzó al combate cuerpo a cuerpo aporreando al enemigo con la culata de su fusil. Los imperiales, instruidos por personas como Feygor y Mkoll en este tipo de pelea, superaban a los adeptos a pesar de la superioridad numérica y armamentística de éstos, pero los infardi estaban frenéticos y eso los transformaba en adversarios letales.
Bonin rompió una mandíbula con un movimiento rápido de su rifle láser y a continuación clavó el cañón de su arma en el plexo solar de otro atacante. Se preguntaba qué diablos los habría impulsado a cargar de ese modo. Era algo extraño, incluso para un enemigo tan impredecible como esa escoria del Caos. Estaban a cubierto y era evidente que tenían fusiles. Podrían haber atacado a la desprotegida unidad de Bonin.
La brutal barahúnda duró cuatro minutos y sólo acabó cuando el último de los infardi quedó muerto o inconsciente. Todos los hombres de Bonin estaban salpicados de sangre enemiga, y el vertedero estaba empapado de ella. Había cadáveres por doquier y todos los Fantasmas tenían cortes y contusiones. Bonin presentaba una herida especialmente profunda en el antebrazo izquierdo y Jajjo se había roto una muñeca.
—¿A qué diablos vino eso? —gruñó Venar, doblado y tratando de recuperar el aliento.
Bonin sentía la adrenalina inundando su cuerpo y el latido acelerado de su propio corazón. Sabía que sus hombres debían de sentir lo mismo y quería aprovecharlo antes de que el enardecimiento de la batalla los abandonase. Insertó una nueva batería en su arma.
—No lo sé, pero quiero saberlo —le respondió a Venar—. Entremos ahí y asegurémonos de que ese maldito lugar es nuestro. Jajjo, usa tu pistola. Wheln, lleva el «maldición andante».
Fénix giró de repente al oír movimiento a sus espaldas, pero era la sección de apoyo de Kolea.
—¡Diablos! —dijo Kolea mirando las sangrientas pruebas de la lucha—. ¿Cargaron sobre vosotros?
—Como unos maníacos posesos —dijo Bonin, haciendo una pausa para rematar con un láser a un infardi que se movió.
—¿Desde allí?
Bonin asintió.
—Tal vez protegieran algo —sugirió Ezlan.
—Vamos a averiguarlo —dijo Kolea.
—Fénix, tú y Jajjo volved a la retaguardia y buscad atención médica. Bonin, Lubba, vosotros en cabeza.
Los nueve hombres avanzaron hacia el interior de las ruinas a través de un boquete que había abierto un cohete de Jajjo. El lanzallamas de Lubba se estremeció y llenó los espacios oscuros con chorros de fuego.
Encontraron al jefe de los infardi tendido inconsciente entre los escombros. Su escudo personal de energía había sido atravesado por la explosión del cohete, y el generador portátil estaba destrozado por allí cerca. Había lanzado a sus hombres a una carga suicida para cubrir su propia huida.
Kolea miró al hombre inconsciente. Alto, nervudo, con la cabeza afeitada y el vientre hinchado. Llevaba la piel de aspecto enfermizo cubierta de símbolos profanos. Bonin a punto estuvo de rematarlo con su cuchillo de plata, pero Kolea se lo impidió.
—Llama al jefe. Pregúntale si quiere un prisionero.
En la calle siguiente, la unidad de Meryn había alcanzado a la sección de exploradores de Mkoll y avanzaban juntos. El ruido del combate cuerpo a cuerpo en la calle vecina se oía desde allí, pero Haller había informado a Meryn de que el N20 había sido destruido y le aconsejó seguir adelante.
La noche estaba próxima, y en el cielo oscurecido se veían por todas partes los destellos de los disparos, el relampagueo de las explosiones y el resplandor de las trazadoras. Mkoll calculaba que la batalla no había llegado siquiera a su punto medio. Los Tanith todavía estaban lejos de tomar Bhavnager o de apoderarse de su objetivo primordial: el depósito de combustible.
Resultaba extraño, pero la calle por la que avanzaban, una calleja estrecha bordeada de edificios vacíos y comercios saqueados, no había sido afectada por el combate y estaba intacta, casi pacífica.
Mkoll deseaba que se hiciera de noche de una vez. Ese momento del día en que la luz se convertía en oscuridad era mortal para la vista. La visión nocturna se negaba a fijarse. Las lunas, brillantes, ya estaban en el cielo, empañadas por el humo que les daba un color rojo sangre.
De pronto Meryn hizo un movimiento y disparó. Rápidamente, todos los Fantasmas se dispersaron poniéndose a cubierto. Unas ráfagas esporádicas de disparos de rifle caían sobre ellos, arrancando trozos de ladrillos y estuco de las fachadas de los edificios.
Entonces sonó una gran explosión y una construcción situada a la izquierda de Meryn desapareció en una bola de fuego que se llevó por delante a dos Fantasmas.
—¡Tanques! ¡Tanques!
Achaparrado y pesado como un sapo siniestro, el AT70 aplastó una cerca al salir a la calle, mientras giraba su torreta para volver a disparar contra ellos. El disparo destruyó otra casa.
—¡Preparar lanzamisiles! —gritó Meryn mientras llovían sobre él restos de ladrillos.
—¡Lanzamisiles obstruido!
—¡Por Feth! —farfulló Meryn. La única arma con que contaban para hacer mella en el tanque estaba inservible. Estaban atrapados.
Detrás del Guadaña venían las tropas infardi disparando. Se entabló un serio enfrentamiento con armas de poco calibre que iluminaban la calle en penumbra con su brillo enceguecedor.
El tanque seguía avanzando, aplastando los cuerpos muertos o heridos de sus propios soldados de infantería. Meryn se estremeció. Pronto haría lo mismo con sus chicos.
Desde su posición, podía oír a Mkoll hablando con urgencia por el transmisor. Esperó hasta que Mkoll hiciera una pausa antes de responder.
—Diecisiete, aquí cuatro. ¿Nos replegamos?
—Cuatro a diecisiete. Vea si pueden resistir unos cuantos minutos más. No podemos dejar llegar estas unidades de infantería hasta nuestro flanco.
—Entendido. ¿Qué hay del tanque?
—Déjemelo a mí.
Eso es fácil de decir, pensó Meryn. El tanque estaba a apenas setenta metros, su cañón de 105 milímetros descendió a declinación máxima. Volvió a disparar y abrió un cráter en la calzada al tiempo que empezaba a disparar su arma coaxial. Meryn oyó el grito de dos Fantasmas a los que habían alcanzado los proyectiles de la ametralladora pesada. Llegaban soldados infardi por todas partes. Esto se estaba convirtiendo en un ataque en toda regla.
Meryn se preguntaba qué diablos pensaba hacer Mkoll con el tanque. Confiaba en que no fiiera nada tan descabellado como una carrera suicida con una bolsa de cargas explosivas. Ni siquiera Mkoll estaba tan loco. ¿O sí? De todos modos, esperaba que Mkoll se sacara algo de la manga. No tardarían en tener encima al AT70.
Su transmisor crepitó.
—Unidades de infantería, todos a cubierto.
¿Qué diablos…?
Una columna horizontal de luz, tan gruesa como el muslo de Meryn, recorrió la estrecha calle desde atrás. Era tan brillante que la imagen residual quedó impregnada en las retinas de Meryn durante varios minutos. Todo se llenó de olor a ozono.
El AT70 estalló.
Su torreta y su arma principal, girando como la carraca que un niño ha arrojado lejos, se separó del casco en llamas y demolió el piso superior de una casa. El propio casco se abrió como la cáscara de una nuez de nal al asarla y diseminó fuego y fragmentos metálicos por doquier.
—¡Diablos! —balbuceó Meryn.
—A moverse, todos a un lado —se oyó por el transmisor.
El Vengador Gris de LeGuin rodaba calle adelante. Sin luces, era como la sombra de un siniestro depredador.
—Los tragos corren por mi cuenta —dijo Mkoll al tanque.
—Le tomo la palabra. En formación detrás de mí. Vamos a rematar esto.
Los Fantasmas salieron de sus escondites y corrieron detrás del tanque que avanzaba, disparando ráfagas hacia el interior de las casas circundantes. El Vengador pasó por encima de los restos del Guadaña. Los infardi se dieron a la fuga.
Meryn sonrió. En un segundo, el sentido de la batalla había cambiado por completo. Ahora eran ellos los que avanzaban con un tanque.
A medio kilómetro de distancia, el Corazón Destructivo y el P48J lograron irrumpir por fin en el mercado. Su avance constante se había visto demorado por un trío de N20 y el casco del Corazón mostraba las cicatrices oscuras del encuentro.
Kleopas apartó la mirada del periscopio prismático por primera vez en lo que le habían parecido horas.
—¿Carga? —preguntó.
—Las últimas veinte —dijo su apuntador después de comprobar los proyectiles que quedaban en el cargador con camisa de agua.
Disparos de armas de poco calibre empezaron a rebotar en el mantelete. Kleopas miró en derredor e identificó al menos tres grupos de ataque de tropas infardi en el lado norte del recinto del mercado. Los dos Conquistador entraron derribando los tenderetes de madera, destrozándolos y desgarrando los toldos. El P48J arrastraba uno como si fiiera un pendón.
El equipo de artillería del Corazón cargó y disparó contra uno de los grupos de ataque enemigos.
—No malgasten proyectiles sobre blancos inútiles, estamos bajos de munición —gruñó Kleopas. Tiró de una palanca de control de fuego y apuntó hacia arriba con el bolter coaxial. El cañón pesado destruyó una posición infardi en medio de una nube de polvo. El P48J lo imitó, también debía de andar escaso de munición, pensó Kleopas, y entre ambos pulverizaron a la infantería enemiga.
El auspex de Kleopas indicó de repente la presencia de dos elementos de movimiento rápido. Un par de tanques ligeros de fabricación urdeshi, SteG 4s que se bamboleaban sobre tres pares de neumáticos enormes, avanzaban a toda máquina hacia el interior de la plaza, con los faros encendidos. Sus diminutas torretas sólo llevaban cañones de 40 milímetros que parecían palillos, pero si tenían munición con núcleo de tungsteno, o proyectiles perforantes, serían capaces de producir daño a las altivas máquinas imperiales.
—Apuntad a ése —dijo Kleopas señalando en su pantalla de contraluz mientras comprobaba el periscopio—. Ahora vamos a usar nuestra fuerza.
El sargento Baffels se sentía muy presionado. Sudaba profusamente y sentía náuseas. El feroz combate era de lo peor, pero él ya había tenido experiencias iguales anteriormente. Lo que lo atribulaba era la responsabilidad del mando.
La punta oriental del asalto de la infantería se había abierto camino a través de Bhavnager hasta cruzar la carretera principal. Ahora, con el templo a la derecha, combatían por las calles situadas al norte del mercado hacia el depósito de combustible. El propio Gaunt había encargado a Baffels despejar la ruta hacia el depósito y él se prometió que no le fallaría.
El coronel-comisario le había dado el mando del escuadrón en Verghast. No es que él lo estuviera ansiando, pero ni por un momento había dejado de apreciar el honor que le había hecho. Ahora Gaunt le confiaba la fase crucial de la batalla, lo que resultaba un peso desmesurado para él.
Casi un millar de Fantasmas entraban en la ciudad detrás de él, un pelotón tras otro, dándose apoyo. El plan original había sido que ellos, y un número similar a las órdenes de Kolea, abrieran vías paralelas en las defensas de Bhavnager dando acceso al lugar mientras Rawne tomaba el depósito al norte. Ahora que Kolea y Rawne estaban prácticamente bloqueados, todo dependía de él.
Baffels pensaba mucho en Kolea, habitualmente con cierto sentimiento de envidia. Kolea, el gran héroe de guerra, al que el mando se le daba de una forma tan natural. Las tropas lo adoraban, harían cualquier cosa por él. Para ser justos, Baffels nunca había visto que un soldado desobedeciese una de sus órdenes, pero no se sentía merecedor. Hasta la Colmena Vervun, había sido siempre un soldado corriente y moliente. ¿Por qué entonces tenían que hacer lo que él decía?
También pensaba en Milo. Milo, su amigo, su compinche en el batallón. A menudo creía que era a Milo a quien le habría correspondido el mando.
La brigada de Baffels se había abierto camino esforzadamente por las calles al este del mercado, ganando cada metro con dificultad. Baffels llevaba consigo al comisario Hark, pero no estaba seguro de que le sirviera de gran ayuda. Los hombres le tenían miedo y lo consideraban sospechoso de todo tipo de motivos siniestros. Estaba bien tener un miedo saludable a los comisarios, eso Baffels lo sabía, para eso estaban, y el nuevo comisario del regimiento, había que reconocerlo, hacía su trabajo y lo hacía bien. Tal como había demostrado el día antes durante la emboscada, Hark era casi imperturbable y tenía un dominio confiado y ágil de las tácticas de guerra. No sólo animaba a los hombres rezagados del grupo de Baffels a seguir adelante sino que dirigía y canalizaba sus esfuerzos de tal modo que complementaba a la perfección las órdenes del sargento.
Sin embargo, Baffels sabía que los hombres despreciaban a Hark, despreciaban aquello que representaba. Baffels lo sabía porque era lo que él mismo sentía. Hark era agente de Lugo y estaba aquí para orquestar la destitución de Gaunt.
La primera línea del asalto de Baffels tuvo que emplearse en una lucha especialmente feroz en una intersección entre las instalaciones abandonadas de una escuela esholi y los corrales de ganado del mercado. A pesar de los esfuerzos monumentales del pelotón de Soric, seguían bloqueados, sometidos al fuego pesado de las semiorugas N20 y algunos curiosos tanques ligeros de seis ruedas.
Hark, tras elegir a un grupo formado por Nehn, Mkendrick, Raess, Vulli, Muril, Tokar, Cown y Garond, había tratado de tender un puente con la unidad de Soric y romper el bloqueo, pero se encontraron inmovilizados casi de inmediato.
Entonces, más por suerte que porque obedeciera a un plan, los blindados Pardus irrumpieron por la carretera oriental para darles apoyo: el Executor Conflicto, los Conquistador No Hagas Ruido y Viejo Estroncio, y el Destructor Bufón Letal. Entre todos transformaron las calles nororientales en un caos terrorífico y fueron sembrando el terreno de tanques en llamas y carcasas de tanques ligeros. Baffels hizo que sus tropas avanzaran detrás de ellos en el impulso final hacia el depósito que estaba sólo a unas cuantas calles de allí. Había sido un combate sangriento y lento, pero Baffels había hecho lo que Gaunt le había pedido.
La demora había dado al propio Gaunt la oportunidad de avanzar con el frente. A Baffels le llenó de alegría el verlo, y Hark delegó inmediatamente en el coronel-comisario.
Gaunt se acercó a la posición de Baffels en medio del zigzag que el fuego de los láser dibujaba en el aire nocturno.
—Ha hecho usted un buen trabajo —le dijo Gaunt al sargento.
—Me temo que nos ha llevado mucho tiempo, señor —respondió Baffels.
—Era inevitable. Los ershul no van a rendirse sin pelear.
—¿Los ershul, señor?
—Una palabra que me enseñó esta tarde el ayatani Zweil. ¿Puede oler eso?
—Sí, señor —respondió Baffels al percibir en el aire el apestoso olor a combustible de promethium.
—Vamos a rematar esto —dijo Gaunt.
Apoyados por el fuego devastador de los Pardus, los Fantasmas siguieron su avance hacia el depósito. Al frente de una columna, Gaunt se encontró de golpe cara a cara con los infardi que se habían atrincherado para tender una emboscada a sus hombres. Su espada de energía refulgía y su bolter escupía fuego. En tomo a él, Uril, Haijeon, Soric y Lillo, algunos de los mejores verghastitas, demostraban ser unos dignos Fantasmas. Fue el primero de los diecisiete choques cuerpo a cuerpo que encontrarían en su camino.
En el quinto, un enrevesado enfrentamiento para despejar un callejón, la casualidad reunió a Gaunt y a Hark en medio de la barahúnda.
—Tengo que decir, Gaunt… que pelea usted bien.
—Sea lo que sea, que el Emperador nos proteja —murmuró Gaunt, decapitando a un infardi que cargó contra él con la espada de energía de la Casa Sondar.
—Usted sigue sin fiarse de mí ¿verdad? —dijo Hark mientras destruía un nido de ametralladoras del enemigo con una sola descarga.
—¿Y eso le sorprende mucho? —replicó Gaunt cáusticamente, y sin esperar respuesta partió al frente de sus Fantasmas hacia el siguiente asalto.
El sargento Bray era el jefe del primer pelotón del grupo de Baffels que llegó al depósito de combustible propiamente dicho. Se encontró con una fila de graneros enormes y rechonchos tanques de combustible guardados por más de cien infardi bien parapetados que contaban con el apoyo de tres AT70 y un par de carros Usurpador.
Los lanzamisiles de Bray se pusieron enseguida manos a la obra. Fue la resistencia más pertinaz que habían encontrado hasta el momento, y eso que el ataque no había sido precisamente una merienda campestre hasta ahora. Bray solicitó apoyo de las unidades blindadas.
Gaunt, Baffels, Soric y Hark acudieron también, cada uno con una sólida formación de Fantasmas, en apoyo de la posición de Bray. Gaunt tenía un regusto a victoria, pero también de derrota, entremezclados. La experiencia le decía que era el momento de vencer o morir. Si resistían y avanzaban, la ciudad sería suya y destruirían al enemigo. Si no…
Obuses, láser y ráfagas de ametralladora fue el recibimiento que dieron a su formación. Vio avanzar a los Pardus que aplastaban cercas y atravesaban zanjas para abrirse camino hacia el recinto del depósito. El Conflicto acabó con un Usurpador, y el Bufón Letal dejó inutilizado a un Guadaña. El suelo nocturno se iluminaba con una tormenta de explosiones y trazadoras.
—¡Reagruparse! ¡Reagruparse! —gritaba Baffels mientras los obuses surcaban el aire. La sección de Soric fue ganando terreno y atravesó la cerca meridional antes de ser repelida por fuego pesado de las tropas infardi. La sección de Hark estaba acorralada en una esquina.
Gaunt fue el primero en ver el Baneblade y se le heló la sangre en las venas.
Trescientas toneladas de tanque superpesado, una máquina imperial capturada y puesta al servicio del enemigo. Salió como quien no quiere la cosa de detrás del depósito, elevando la enorme arma de su torreta.
Un monstruo. Un monstruo de acero salido de las mismas fauces del infierno.
—¡Baneblade! ¡Baneblade enemigo en 61.78! —gritó Gaunt por el intercomunicador.
El capitán Woll, comandante del Viejo Estroncio, no daba crédito a sus oídos.
Su auspex detectó al gigante un segundo antes de que disparara y borrara del mapa al Conquistador No Hagas Ruido.
Woll apuntó y disparó, pero su proyectil apenas hizo mella en el enorme casco de la máquina.
Las torretas secundaria y lateral del Baneblade empezaron a disparar contra las posiciones imperiales produciendo una matanza espantosa. Los curtidos y leales Fantasmas fueron presa del terror y salieron en desbandada al ver que el Baneblade se les venía encima.
—¡No os mováis! ¡No cedáis, indignos bastardos! —vociferaba Hark al ver a los Fantasmas que huían—. ¡Cumplimos la misión del Emperador! ¡No os mováis u os enfrentaréis a mi ira!
Hark se vio sacudido súbitamente hacia atrás cuando Gaunt le sujetó la muñeca con fuerza y desvió su pistola de plasma del pretendido blanco.
—A los Fantasmas los castigo yo. Yo, y no usted. Además, es un maldito Baneblade, necio. Yo también correría. Ahora, ayúdeme.
Las secciones de Soric y Bray lanzaban misiles antitanque contra el amenazador gigante, pero sin grandes resultados. El Bufón Letal le envió dos certeros disparos, pero seguía avanzando. Los blindados y la infantería infardi avanzaban tras él.
Gaunt se dio cuenta de que su instinto no lo había engañado. Éste había sido el momento de vencer o morir. Estaban muertos.
Con sus armas escupiendo fuego, el Baneblade infardi obligaba a los Primeros de Tanith a una indigna retirada.
Baffels no estaba dispuesto a dejar que se salieran con la suya. Seguía decidido a probar que Gaunt había estado acertado al elegirlo para el mando. Iba a salir victorioso de esto, iba a tomar el objetivo. Estaba…
Mientras alrededor de él los hombres huían, se apoderó de un «maldición errante», cargó un cohete y apuntó al monstruoso tanque. Ahora estaba a menos de veinte metros de distancia. Era un dragón gigante de cuyas fauces salía fuego y que tapaba las estrellas.
Baffels fijó la cuadrícula sobre una mirilla próxima a lo que él pensaba que sería el lugar del conductor. Mantuvo con firmeza el tubo y disparó.
Hubo una brillante llamarada y por un momento Baffels pensó que lo había conseguido, que se había convertido en un héroe como el maldito Gol Kolea, pero el Baneblade estaba apenas contusionado y uno de sus cañones coaxiales secundarios mató a Baffels de una ráfaga de disparos.
El ariete de Rawne llegó por fin al templo de Bhavnager a las nueve y treinta y cinco. Para entonces ya era noche cerrada y la ciudad era un hervidero de fuego y explosiones.
Su lento avance por el campo minado se había acelerado cuando Larkin y Domor improvisaron un plan.
Los ojos protésicos de Domor eran capaces de detectar muchas minas enterradas superficialmente. De modo que se las iba señalando a Larkin y éste y Banda las hacían explotar con disparos certeros.
Los rastreadores habían avanzado otros treinta metros, y para entonces, ya puesto el sol, los tanques de Sirus se habían ocupado de los blindados enemigos. Entonces, los tanques avanzaron por el pasadizo que había despejado Domor y bajaron sus palas de combate para limpiar los últimos metros ahora que ya no estaban bajo el fuego enemigo.
El templo estaba destrozado. Las tejas doradas que imitaban escamas de pescado caían de la otrora gloriosa estupa. En la nave principal ardían granadas incendiarias. Las banderas votivas ardían y se retorcían en la brisa.
Por fin avanzaban contra el depósito de combustible desde el este.
El capitán Sirus iba adelante con el Ira de Pardua, cuyas orugas habían sido reparadas. Había oído la ahogada y absurda transmisión desde el frente sur de que habían tropezado con un Baneblade.
Si era cierto, él quería un trozo. Algo que Woll no conseguiría superar jamás.
El Ira de Pardua llegó donde estaba el Baneblade enemigo, en el espacio abierto del campo del depósito. Advertido por su auspex de la presencia del Ira, el Baneblade había empezado a girar.
Sirus cargó obuses perforadores de blindaje en su recámara y abrió dos agujeros en el casco del tanque enemigo. Pocos comandantes de tanques Pardus llevaban ese tipo de munición como cosa habitual, porque pocos esperaban encontrar algo más duro que ellos mismos, pero Sirus era un filósofo de la táctica y no le importaba sacrificar unos cuantos espacios valiosos en su cargador por si acaso.
Ahora el secreto estaba en apuntar a los agujeros hechos por las perforadoras y hacer volar al enemigo desde dentro con un proyectil de alto explosivo.
El Baneblade herido puso su torreta de través, apuntó al Ira de Pardua y lo destruyó con un solo disparo de su cañón principal.
Sirus quedó incinerado mientras disfrutaba de su triunfo. Sólo le duró un instante. Un instante de éxito con el que sueñan todos los comandantes de tanque. Había herido a la bestia. Ya podía morir tranquilo.
El Ira de Pardua explotó, sembrando a su alrededor restos de blindaje con la onda expansiva.
El Viejo Estroncio avanzó desde atrás derribando a su paso edificios situados al sur del depósito. Woll nunca había llevado proyectiles perforadores como Sirus, pero vaya si iba a aprovecharse de la ventaja.
Haciendo caso omiso de su auspex y apuntando a simple vista con la ayuda de su determinador de alcance y su indicador de viento de lado, Woll envió un proyectil de alto explosivo por uno de los profundos orificios abiertos por Sirus en el blindaje del Baneblade.
Hubo una breve pausa tras la cual el tanque superpesado explotó en una erupción titánica de calor, ruido y luz.
Gaunt y Soric, con ayuda de Hark y de los jefes de escuadrón, consiguieron reducir el pánico de los Fantasmas y reagruparlos para la marcha final hacia el depósito de combustible. El propio Soric dirigió la carga a través del espacio abierto que los separaba del depósito, más allá de los restos llameantes del Baneblade.
Para entonces, los hombres de Rawne ya habían llegado detrás del valiente Ira de Pardua y estaban despejando el depósito de los últimos infardi. El tiroteo era incesante y Rawne sabía que tenía que recuperar el tiempo perdido.
Poco antes de la once anunció por el transmisor que había tomado el depósito.
Los elementos infardi que sobrevivieron huyeron hacia el norte internándose en la selva, más allá de Bhavnager. Ahora la ciudad estaba en manos imperiales.
Mientras los médicos evolucionaban a su alrededor en la noche empañada por el humo, Gaunt encontró al ayatani Zweil arrodillado sobre el cadáver destrozado del sargento Baffels. El sargento Varl permanecía atento a su lado, observando.
—Lo siento, jefe. Insistió. Quería estar aquí —le dijo Varl a Gaunt.
Gaunt asintió.
—Gracias por cuidar de él, Varl —dijo dirigiéndose a Zweil.
—Este hombre fue una pérdida muy especial —dijo Zweil volviéndose a mirar a Gaunt—. Su esfuerzo fue decisivo.
—¿Se lo ha dicho alguien o usted lo percibe, padre?
—Lo último. ¿Me equivoco?
—No, en absoluto. Baffels abrió el camino hacia el depósito. Cumplió su deber más allá de lo exigible. No podría haber pedido más.
Zweil cerró los ojos nublados de Baffels.
—Eso fue lo que sentí. Bueno, ahora todo se acabó —dijo—. Duerme bien, peregrino. Has llegado al final de tu viaje.