7 HORAS, 2 MINUTOS
DIANA SE PUSO a llorar cuando Sanjit le plantó el cuenco de Cheerios delante. Vertió leche de la que podía conservarse sin frío, y la leche era tan blanca, y los cereales olían tan bien, y hacían un ruidito tan fantástico al chapotear en el bol azul…
Iba a cogerlos con los dedos hasta que se fijó en la cuchara. Estaba limpia. Brillante.
Con dedos temblorosos, metió la cuchara en los cereales y se la llevó a los labios. Entonces, durante unos instantes, el resto del mundo desapareció. Caine y Penny devoraron sus cuencos, y Bug resultó completamente visible mientras hacía lo mismo. Pero lo único que veía Diana, lo único que sentía era el crujido fresco, el subidón de azúcar, el impacto de reconocerlo.
Sí, aquello era comida.
Las lágrimas se deslizaron por el rostro de Diana hasta la cuchara, lo que añadió un toque salado al segundo mordisco.
Parpadeó y vio que Sanjit la miraba. Tenía la caja de cereales lista en una mano y el cartón de leche en la otra.
Penny se rio y se le cayó cereal y leche de los labios.
—Comida —dijo Caine.
—Comida. —Bug estaba de acuerdo.
—¿Qué más tenéis? —preguntó Caine.
—Tómatelo con calma —le aconsejó Sanjit.
—No me digas cómo hacerlo.
Sanjit no se amilanó.
—No eres la primera persona hambrienta que veo.
—¿Alguien más de Perdido Beach? —quiso saber Caine, bruscamente.
Sanjit intercambió una mirada con el chico más joven, Virtue. Le había dicho a Diana que ese era su nombre de verdad.
—Así que las cosas están bastante mal en el continente —señaló Sanjit.
Caine se terminó los cereales.
—Más.
—Si una persona hambrienta come demasiado de golpe, se pone enferma —le advirtió Sanjit—. Lo acabas vomitando todo.
—Más. —El tono amenazante de Caine era inequívoco.
Sanjit le rellenó el cuenco y, a continuación, hizo lo mismo con los demás.
—Siento que no tengamos Cap’n Crunch o Froot Loops —se disculpó Sanjit—. A Jennifer y Todd les preocupaba el tema nutritivo. Supongo que no les gustaría que les hicieran fotos con niños gordos.
Diana percibió el tono sardónico. Y cuando engulló el segundo cuenco se dio cuenta, también, de que tenía retortijones. Así que se obligó a parar.
—Hay mucha comida —dijo Sanjit amablemente, solo a ella—. Tomaos vuestro tiempo. Dejad que el cuerpo se adapte.
Diana asintió.
—¿Dónde has visto gente hambrienta?
—Donde me crié. Había mendigos. A veces igual se ponían demasiado enfermos para pedir, o tenían una mala racha, y entonces pasaban mucha hambre.
—Gracias por la comida —dijo Diana. Se enjugó las lágrimas y trató de sonreír. Pero entonces recordó que tenía las encías inflamadas y rojas y que su sonrisa no era muy atractiva.
—A veces también tenían el escorbuto —añadió Sanjit—. Vosotros lo tenéis. Os traeré vitaminas a todos. Estaréis mejor en pocos días.
—El escorbuto. —A Diana le parecía ridículo, el escorbuto era algo propio de las películas de piratas.
Caine recorrió la habitación con la mirada, examinándola. Se encontraban en una mesa enorme de madera justo a continuación de la cocina. Podrían caber treinta personas sentadas sobre bancos largos.
—Buen sitio —dijo entonces, agitando la cuchara y señalando la habitación.
—Es la mesa del personal —señaló Virtue—. Pero comemos aquí porque la mesa familiar es incómoda. Y el comedor formal… —dejó de hablar, temiendo decir algo que no debiera.
—Así que sois como superricos —comentó Penny.
—Nuestros padres lo son —dijo Virtue.
—Nuestros padrastros —lo corrigió Sanjit.
—Jennifer y Todd: J-Todd —recordó Caine—. Así los llamaban, ¿no?
—Creo que preferían «Toddifer» —dijo Sanjit.
—Así que, ¿cuánta comida tenéis? —preguntó Caine abruptamente. No le gustaba que Sanjit no temblara de miedo.
Diana se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que alguien no sentía miedo ante Caine. Sanjit no tenía ni idea de a qué se enfrentaba.
Pues bien, Sanjit no tardaría en averiguarlo.
—Choo, ¿cuánta comida tenemos?
Virtue se encogió de hombros.
—Cuando lo calculé, era suficiente para que nos durara seis meses a los dos —respondió.
—¿Solo estáis vosotros dos? —preguntó Diana.
—Pensaba que J-Todd tenían como diez niños o yo que sé —comentó Bug.
—Cinco —dijo Sanjit—. Pero no estábamos todos en la isla.
Diana no se lo creyó. En ese mismo momento, en cuanto las palabras salieron de la boca de Sanjit, no se las creyó. Pero guardó silencio.
—Diana, ¿ya has leído a nuestros dos amigos? —intervino Caine.
Entonces Diana le dijo a Sanjit:
—Tengo que cogerte la mano. Solo un instante.
—¿Por qué? —preguntó Virtue, para defender a su hermano.
—Puedo saber si tienes extrañas… mutaciones —explicó Diana.
—Como él —Sanjit señaló a Caine.
—Esperemos que no. —El estómago de Diana ya se estaba acomodando y de verdad de verdad quería saber qué más había tras las puertas de la despensa.
Sanjit le dio la mano. Con la palma hacia arriba. Como si fuera un gesto de paz. Con la mano abierta. Confiada. Pero sus ojos indicaban lo contrario.
Diana se la cogió. La mano de Sanjit estaba quieta. La de ella temblaba.
Diana cerró los ojos y se concentró. Llevaba tiempo sin hacerlo. Intentó recordar la última vez. Sus recuerdos se hallaban en fragmentos desperdigados, y resultaba demasiado agotador intentar entenderlos.
Pero sintió que funcionaba. Cerró los ojos con fuerza, aliviada y asustada al mismo tiempo.
—Es un cero —indicó Diana, y entonces se dirigió a Sanjit—. Lo siento, no quería que sonara así…
—No me lo ha parecido… —repuso Sanjit.
—Y ahora tú —dijo Diana a Virtue.
Virtue extendió la mano como si fuera a estrechársela. Con los dedos enroscados como si pensara cerrarlos en un puño. Diana le cogió la mano. Allí había algo. No eran dos barras, no llegaba. Se preguntaba cuál sería su poder, y si él lo sabía siquiera.
Las mutaciones se daban en distintos grados, en distintos momentos. La mayoría de los chavales no parecía desarrollar poderes. Algunos los desarrollaban, pero eran inútiles. Solo había leído cuatro barras dos veces: en Caine y Sam.
—Tiene una —indicó a Caine.
Caine asintió.
—Bien, eso es malo y bueno a la vez. Malo porque si tuvieras poderes importantes podrías serme útil. Y bueno porque, como no es así, no tengo muchos motivos para preocuparme por ti.
—Eso parece un poco estúpido —intervino Sanjit.
Bug y Penny lo miraban sin creérselo.
—Quiero decir, que parece buena idea, pero si lo piensas, pues como que no tiene sentido —se explicó Sanjit—. Si yo tuviera esos poderes de los que hablas, sería una amenaza. No los tengo, así que no soy tan útil como lo sería si los tuviera. «Útil» y «amenazador» son en realidad lo mismo en este caso. —Pero mostró una enorme sonrisa aparentemente inocente al decirlo.
Caine le devolvió la sonrisa. Pero era como si un tiburón sonriera a Nemo.
No, no era así. La sonrisa de Sanjit era más astuta. Como si supiera que lo que hacía era peligroso.
No muchos aguantaban ante Caine. Diana sí. Pero hacía tiempo que sabía que eso era parte de lo que le atraía de ella: Caine necesitaba alguien que no se dejara intimidar.
Pero eso no iba a funcionar con Sanjit. Diana se preguntó si había alguna manera de advertirle de que no se enfrentaba al típico matón de patio de colegio que le haría una trastada.
Diana veía la luz peligrosa en los ojos de Caine. Sentía cómo todos contenían el aliento. Sanjit también debía de hacerlo. Pero aguantó la mirada a Caine y mantuvo la sonrisa contagiosa.
—Tráeme algo más de comer —acabó diciendo Caine.
—Claro que sí. —Sanjit salió y Virtue fue tras él.
—Miente respecto a algo —dijo Caine a Diana en voz baja.
—La mayoría de la gente miente —repuso Diana.
—Pero tú no, Diana. A mí no.
—Claro que no.
—Oculta algo —insistió Caine. Pero entonces Sanjit y Virtue volvieron cargados con una bandeja repleta de latas de melocotón, y una caja de galletas saladas con tubos de gelatina y mantequilla de cacahuete. Lujos inimaginables que valían mucho más que el oro.
Diana pensaba que fuera lo que fuera lo que ocultara Sanjit, no era ni de lejos tan importante como lo que les daba.
Comieron más y más y más. No les importaba que les entraran retortijones. No les importaba que les retumbara la cabeza.
Ni siquiera les importó cuando el cansancio y el agotamiento se apoderaron de ellos y se les fueron cerrando los ojos.
Penny se resbaló de la silla como un borracho que se hubiera desmayado. Diana miró a Caine con los ojos empañados para ver si iba a reaccionar. Pero Caine se limitó a apoyar la cabeza sobre la mesa.
Bug roncaba.
Diana miró a Sanjit, sin poder apenas fijar la vista, y el chico le guiñó el ojo.
—Aah —dijo entonces la chica, y cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza.
—Se va a poner muy feo cuando se despierten —se lamentó Virtue—. Igual deberíamos matarlos.
Sanjit agarró a su hermano y se lo acercó para darle un abrazo rápido.
—Sí, claro. Porque somos un par de asesinos desesperados.
—Aunque Caine igual lo es… Cuando se despierte.
—El Ambien que les he dado debería mantenerlos dormidos al menos durante un rato. Y cuando se despierten, estarán atados. Y nos habremos ido —explicó Sanjit—. O eso espero. Tal y como parece que pintan las cosas, más vale que primero dediquemos un rato a cargar comida. Lo que significa subir y bajar y subir y bajar.
Virtue tragó saliva.
—¿De verdad vamos a hacerlo?
La sonrisa de Sanjit se esfumó.
—Lo voy a intentar, Choo. Es lo único que puedo hacer.