14 HORAS, 5 MINUTOS
DEKKA NO PODÍA quedarse echada sin más. No podía. No cuando había una lucha. No cuando puede que Sam estuviera en peligro.
La mitad de las chicas de la ERA estaban colgadas de Sam, pero Dekka no. Lo que sentía por Sam era distinto. Ellos dos eran soldados. Sam, Edilio y Dekka, más que ninguna otra persona en Perdido Beach, formaban la punta de lanza. Cuando había problemas, ellos tres siempre se involucraban.
Bueno, ellos tres y Brianna.
Pero mejor no pensar mucho en Brianna. La entristecía y hacía que se sintiera miserable y sola. Brianna era quien era. Quería lo que quería. Que no era lo que Dekka quería.
Estaba casi segura de ello. Aunque Dekka nunca se lo había preguntado, nunca había dicho nada.
Se dobló en dos cuando le entró un ataque de tos al levantarse de la cama.
Debía vestirse, al menos. Ponerse algo de ropa, no salir tambaleándose a la calle con el pantalón de pijama de franela y una chaqueta morada con capucha. Pero otro ataque de tos sofocada la debilitó. Tenía que ahorrar energías.
Zapatos. Estaba claro que necesitaba zapatos. Eso era lo mínimo. Se quitó las zapatillas de estar por casa y buscó las deportivas debajo de la cama. Las encontró tras toser más, tanto que casi perdió la voluntad de continuar. Sam no la necesitaba. Lo que fuera que estuviera sucediendo…
Entonces se fijó en el brillo naranja que entraba por la ventana. Apartó las cortinas. El cielo estaba naranja. Vio brillos como libélulas. Abrió la ventana y casi se ahoga con el humo.
La ciudad estaba en llamas.
Dekka se puso las zapatillas. Encontró un pañuelo y el cubo de agua fresca. Bebió agua copiosamente. Iba a pasar mucha sed esa noche. Entonces sumergió el pañuelo en el agua restante, lo empapó y se tapó la boca y la nariz con el revoltijo resultante. Parecía una bandolera en pijama.
Salió a la calle. La imagen era increíble, terrible, irreal. Los chavales pasaban por su lado, solos o en grupos pequeños, mirando por encima del hombro. Llevándose sus escasas posesiones.
Una chica cargada con un montón de vestidos pasó tambaleándose.
—Oye, ¿qué está pasando? —bramó Dekka.
—Está ardiendo todo —respondió la chica, y continuó avanzando.
Dekka la dejó marchar porque vio a un chico que conocía.
—¡Jonas! ¿Qué pasa?
Jonas meneó la cabeza, asustado. Asustado y algo más.
—¡Oye, no te vayas así, que hablo contigo! —saltó Dekka.
—No te hablo, rara. Ya no quiero saber nada de todos vosotros. Esto está pasando por vosotros.
—¿De qué estás hablando? —Pero ya lo había adivinado—. ¿Ha sido Zil quien ha hecho esto?
Jonas le gruñó, con la cara transformada por la rabia.
—¡Muerte a los raros!
—¡Oye, idiota, que eres un soldado!
—¡Ya no! —le espetó Jonas, y salió corriendo.
Dekka temblaba. Estaba muy débil. Era tan impropio de ella… Pero no le cabía duda de lo que tenía que hacer. Si los chavales huían en una dirección, ella tenía que ir en la otra. Hacia el humo. Hacia el brillo naranja que lanzaba llamaradas repentinas, como dedos que quisieran tocar los cielos.
Diana tropezó mientras corría para seguir el ritmo. Caine era quien marcaba la velocidad. El grupo demacrado de chavales de Coates lo seguía al trote; tenían miedo de que los abandonara.
Diana tenía fuerzas suficientes para seguir el ritmo, pero no demasiadas. Y se odiaba a sí misma por tener esas fuerzas. Y detestaba a Caine por dárselas. Por lo que había hecho. Por dónde los había llevado.
Pero, como los demás, corría para mantener el ritmo extenuante.
Cruzaron la carretera. Notó el asfalto liso bajo sus pies. Cruzaron la calle de acceso a la ciudad y atravesaron el patio de la escuela a toda velocidad. Diana pensó en lo raro que resultaba. Antes, el patio de la escuela era el sitio donde los chicos y chicas de la ciudad jugaban a fútbol y se presentaban a pruebas para hacer de animadoras, mientras que ahora corrían como no lo había hecho nadie antes por aquel campo de hierbas crecidas.
El fuego estaba en el este, formaba una pared de llamas que bajaba por Sherman. El recorrido que seguían les hacía bajar por Brace Road, a solo dos manzanas del incendio. Pero por Brace irían directos hasta el puerto deportivo.
—¿Y Sam qué? —preguntó alguien—. ¿Qué pasa si nos encontramos con él?
—Idiota —murmuró Caine—. ¿Crees que el fuego es una coincidencia? Todo forma parte de mi plan. Sherman corta el extremo occidental de la ciudad. Los chavales correrán hacia la plaza, hacia el otro lado de Sherman, o bajarán hacia la playa. En cualquier caso, se apartarán de nosotros. Y Sam estará allí con ellos.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Diana de repente. Y se detuvo. Caine y los demás se pararon también. Alguien bajaba directo hacia la mitad de Brace. Al principio resultaba imposible saber si se acercaba hacia ellos o los rehuía. Pero Caine reconoció la silueta al instante.
El pelo de la nuca se le puso de punta. Nadie más tenía ese aspecto.
Nadie.
—No… —susurró.
—¿Seguimos? —preguntó Penny.
Caine no le hizo caso y se volvió hacia Diana.
—¿Estoy… estoy loco?
Diana no respondió. Su expresión horrorizada sirvió de respuesta a Caine.
—Se está apartando —susurró Caine.
El humo se arremolinó y la aparición dejó de verse.
—Una ilusión óptica —comentó Caine.
—¿Así que seguimos todo recto?
Caine meneó la cabeza.
—No. Cambio de planes. Atravesaremos la ciudad. Iremos hacia la playa y luego retrocederemos.
Diana señaló con un dedo tembloroso la calle en llamas que quedaba más adelante.
—¿Y atravesar el fuego? ¿O bajar por las calles que estarán repletas de la gente de Sam?
—Tengo otra idea —señaló Caine, y cruzó rápidamente hasta una valla que rodeaba el patio trasero de la casa más cercana—. Nos haremos nuestro propio camino.
Alzó una mano y la valla se curvó hacia dentro. Entonces hizo un ruido como de algo arrancado y roto y cedió.
—De patio en patio —propuso—. Sigamos.
—¡Lo conseguimos, Líder! ¡Lo conseguimos! —exclamó Hank. Tenía que gritar para que lo oyeran por encima del rugido de las llamas.
Antoine yacía en el suelo, gritando. Se había quitado la camisa para ver la herida en el costado. Yacía allí todo gordo y rechoncho, gritando de dolor.
—¡Compórtate! —le espetó Hank.
—¿Estás loco? —protestó Antoine—. ¡Tengo un agujero dentro! ¡Tengo un agujero dentro! ¡Ay, Dios, cómo me duele!
Perdido Beach estaba ardiendo. Al menos buena parte de él. Zil se subió a una caravana Winnebago del aparcamiento de la playa. Desde allí veía gran parte de la ciudad.
Sherman estaba en llamas. Parecía como si un volcán hubiera entrado en erupción en plena ciudad. Y ahora las llamas avanzaban hacia el centro de la ciudad por Alameda.
Todo había sido obra suya. Creación suya. Y ahora todos sabrían que iba en serio. Ahora todos sabrían que nadie se metía con Zil Sperry.
—¡Llevadme con Lana! —gimió Antoine—. ¡Chicos, tenéis que llevarme con Lana!
El sol no había salido todavía, así que no se veía la columna de humo, pero Zil intuía que debía de ser enorme. No se veía una sola estrella en el cielo.
—¿Creéis que hemos ganado a Sam? —preguntó Lance.
Nadie contestó.
—¿Deberíamos volver a por más gasolina? —preguntó Turk. Como todos los demás, no hacía caso a Antoine.
Zil no conseguía responderle. Parte de él quería quemarlo todo. Hasta la última casa. Todas y cada una de las tiendas vacías e inútiles. Quemarlo todo y bailar sobre una Winnebago mientras todo ardía.
El plan era crear caos. Y ayudar al raro de Caine a escapar.
—Líder, tenemos que saber qué hacer —le insistió Turk.
—Ayudadme —gimió Antoine—. Tenemos que seguir juntos, ¿no, no?
—Antoine, cállate o te callaré yo —le espetó Hank.
—Me ha hecho un agujero. ¡Míralo, míralo!
Hank levantó la vista hacia Zil, pero el chico apartó la mirada. No tenía respuesta para el problema de Antoine.
Lo cierto era que Zil detestaba ver heridas de cualquier tipo. Siempre le había dado aprensión la sangre. Y el vistazo rápido que lanzó en dirección a la herida de Antoine le revolvió el estómago.
Lo cual tampoco debió de servir mucho de ayuda a Antoine.
—Vamos, Antoine, ven conmigo —dijo entonces Hank.
—¿Qué? ¿Qué estás…? Me portaré bien, pero es que me duele, colega. Pero mucho.
—Vamos, tío —le insistió Hank—. Te llevaré con Lana, vamos.
Hank se inclinó y tiró de Antoine, que se esforzaba por ponerse en pie. Antoine chilló de dolor.
Zil bajó por la escalera que estaba sujeta a la parte trasera de la Winnebago.
—¿Tú qué crees, Lance? —Lance el guapo. El alto, guay y listo de Lance. Zil deseó, y no por primera vez, que la Pandilla Humana se pareciera a Lance. Lance le hacía dar buena imagen. Mientras que con el gordo y borracho de Antoine, Turk que iba arrastrando el pie y Hank con su cara horrible de hurón parecía que estuviera rodeado de perdedores.
Lance reflexionó:
—Los chavales están repartidos por todas partes. Todos confundidos. ¿Qué hacemos si deciden que somos los responsables de quemar la ciudad y nos atacan?
Turk se rio, desdeñoso.
—Como si el Líder no hubiera pensado en eso. Diremos a la gente que ha sido Sam.
Zil se sorprendió ante la sugerencia de Lance. No había pensado en ello, pero era evidente que Turk sí.
—Sam no —lo corrigió Zil, improvisando—. Echaremos la culpa a Caine. Los chavales no se creerán que haya sido Sam. Decimos que ha sido Caine y todos nos creerán.
—Los chavales nos vieron arrojar cócteles molotov —les recordó Lance.
Turk se burló:
—Colega, ¿es que no lo sabes? La gente se cree toda clase de cosas si les dices que son verdad. La gente cree en platillos volantes y cosas así.
—Ha sido Caine —insistió Zil, inventándose lo que decía mientras hablaba. Y cada vez le gustaba más lo que decía—. Caine puede obligar a la gente a hacer lo que quiere, ¿verdad? Así que ha utilizado sus poderes para obligarnos.
—¡Sí! —Los ojos de Turk se iluminaron—. Sí, porque quería hacernos quedar mal. Quería que nos culparan a nosotros porque es un raro y nosotros nos enfrentamos a los raros.
Hank reapareció y se colocó detrás de Lance. El contraste entre ambos quedaba aún más patente cuando estaban uno cerca del otro.
—¿Dónde está Toine? —preguntó Turk.
—Lo he dejado tirado en la playa —informó Hank—. No lo conseguirá. No con ese agujero dentro. Solo nos retrasaría…
—Entonces será el primero en dar su vida por la Pandilla Humana —afirmó solemnemente Turk—. Es la hostia. Es muy fuerte. Asesinado por Sam.
Entonces Zil se percató de algo.
—Para que la gente se crea que Caine es el responsable de todo esto, tenemos que pelearnos con Caine.
—¿Pelearnos con Caine? —dijo Turk, sin entenderlo. E inconscientemente dio un paso atrás.
Zil sonrió.
—No tenemos que ganar. Solo tenemos que fingir que es verdad.
Turk asintió.
—Ah, qué listo, Líder. Todos creerán que Caine nos utilizó y que luego conseguimos espantarlo.
Zil dudaba que todos fueran a creérselo. Pero algunos sí. Y esa duda haría que Sam tardara en reaccionar mientras el Consejo intentaba entender todo lo que estaba pasando.
Cada hora de caos haría más fuerte a Zil.
¿Habría podido su hermano mayor, Zane, tramarlo todo igual de bien? ¿Y habría tenido el valor de llevarlo a cabo? Seguramente no. Zane se habría puesto de parte de Sam.
Casi le daba pena que no estuviera allí.