14 HORAS, 44 MINUTOS
—ENCUENTRA A EDILIO, Dekka y Brianna —ordenó Sam a Taylor—. Que Edilio y Dekka vayan a la gasolinera. Que Brianna se quede en la calle. Vamos a enfrentarnos a Zil.
Por una vez, Taylor no protestó. Y se marchó de un salto.
Sam respiró hondo el aire frío de la noche e intentó ordenar sus pensamientos. Zil. Tenía que pararlo.
Pero solo veía a Drake. A Drake en las sombras. A Drake detrás de arbustos y árboles. A Drake con su mano de látigo.
A Drake, no a Zil.
Entrecerró los ojos. Esa vez sería distinto. La otra vez no le quedó opción y Drake se abalanzó sobre él. No le quedó otra opción que quedarse ahí y aguantar, aguantar…
Notó que Howard se le acercaba por detrás. Le sorprendió un poco, hasta que entendió que Howard vería todo aquello como una oportunidad para utilizar a Orc y beneficiarse.
—Howard, ¿en qué estado está Orc?
Howard se encogió de hombros.
—Desmayado. Borracho perdido.
Sam maldijo en voz baja.
—Mira a ver si lo puedes despertar.
Iba dando órdenes con el piloto automático puesto. Pero aún le parecía como si estuviera en un sueño. No acababa de centrarse.
Drake. De algún modo ese animal había vuelto. Y estaba vivo.
¿Cómo se suponía que iba a pelear contra alguien a quien no podía matar? Podía manejar a Zil. Pero ¿a Drake?, ¿a un Drake que podía volver de entre los muertos?
Sam se dijo que lo quemaría. Que lo quemaría centímetro a centímetro. Que lo acabaría convirtiendo en un trozo de carbón. Que lo reduciría a cenizas.
Y las esparciría por kilómetros de mar y tierra.
Tenía que matarlo. Destruirlo. Destruir los restos de los restos de los restos.
A ver si así lograba volver…
—Si despierto a Orc, te va a costar —le advirtió Howard—. Se ha peleado con Drake antes.
—Lo quemaré —murmuró Sam para sí—. Lo mataré yo mismo.
Howard pareció pensar que ese comentario se dirigía a Orc o a él, y se escabulló tan rápido como pudo sin decir una palabra más.
No quedaba mucho hasta la gasolinera. Solo unas pocas manzanas.
Sam avanzaba por la calzada. No había luces. Todo estaba en silencio. Sus pasos resonaban. Caminaba con las piernas rígidas por el miedo. Se había olvidado de decir a Taylor que fuera a buscar a Lana. Necesitarían a Lana. Pero a Taylor ya se le ocurriría. Taylor era una chica lista.
Sam recordó cómo lo curó Lana cuando se agotaron los efectos de la morfina, y el dolor, como si fuera una oleada de fuego, lo consumía. Cuando lo tocó, la oleada retrocedió lentamente.
Sam gritó. Estaba seguro de haber gritado.
Gritó hasta que la garganta le quedó en carne viva. Y en las pesadillas a partir de aquella noche.
—Cenizas —dijo Sam.
Solo, en la calle a oscuras, caminando hacia lo que más temía del mundo.
Astrid temblaba. Todas las emociones se agolpaban en su interior. Miedo, Furia. Odio incluso.
Y amor.
—Albert, no tengo ni idea de cuánto tiempo podemos mantener a Sam involucrado en todo esto —decía.
—Estás disgustada —replicó Albert.
—Sí, estoy disgustada. Pero no se trata de eso. Sam está descontrolado. Si alguna vez llegamos a desarrollar un sistema que funcione puede que tengamos que buscar a otra persona para que haga de salvador.
Albert suspiró.
—Astrid, no sabemos qué hay ahí fuera en la noche. Y puede que tengas razón y que Sam esté fuera de control. Pero yo me alegro de que esté ahí preparándose para enfrentarse a lo que sea.
Albert recogió su libreta omnipresente y se marchó.
—No te mueras, Sam, no te mueras —dijo Astrid a una sala vacía y silenciosa.
Taylor se encontró a Edilio ya de camino a la gasolinera. No lo acompañaba más que un soldado, una chica llamada Elizabeth. Ambos llevaban pistolas automáticas, que formaban parte del arsenal que encontraron tiempo atrás en la central nuclear.
Elizabeth se dio la vuelta de golpe y casi se pone a disparar a Taylor cuando apareció de un salto.
—¡Hala! —gritó Taylor.
—Lo siento. Me ha parecido… hemos oído disparos.
—Es en la gasolinera. Sam está de camino. Me ha dicho que os lleve hacia allí.
Edilio asintió.
—Sí, ya vamos para allá.
Taylor lo agarró y lo llevó aparte para que Elizabeth no pudiera oírlos.
—Sam está peleado con Astrid.
—Genial. Justo lo que necesitábamos: los dos enfrentados. —Edilio se pasó la mano por el pelo cortado a cepillo. Lo seguía llevando corto a diferencia de muchos de los otros chavales, que habían dejado de arreglarse—. No he oído disparar a nadie durante los últimos minutos. Probablemente será algún idiota borracho que se ha conseguido un arma.
—Eso no es lo que ha dicho tu chico —lo corrigió Taylor, hablando rápido—. Ha dicho que estaban atacando la gasolinera.
—¿Caine? —se preguntó Edilio.
—O Drake. O Caine y Drake.
—Drake está muerto —afirmó Edilio, y acto seguido se santiguó—. Al menos eso espero. ¿Dónde está Brianna? ¿Dónde está Dekka?
—Son las siguientes de mi lista —indicó Taylor, y saltó hasta la casa donde se alojaba Dekka. La casa estaba a oscuras a excepción de un sol de Sammy que iluminaba tétricamente el comedor.
—¡Dekka! —gritó Taylor.
Oyó un movimiento procedente de arriba. Taylor saltó hasta el dormitorio y se encontró a Dekka incorporándose y bajando las piernas de la cama.
—Me ha enviado Sam. Me ha dicho que vayas pitando a la gasolinera. Hay alguien disparando.
Dekka tosió. Se tapó la boca y volvió a toser.
—Lo siento, supongo que tengo un… —Volvió a toser, más fuerte—. Estoy bien —consiguió decir.
—Tengas lo que tengas, no me lo contagies —le advirtió Taylor apartándose—. Oye, ¿sabes dónde está Brianna?
La expresión ya de por sí sombría de Dekka se oscureció aún más.
—Está en su casa. Con Jack, por si lo estás buscando también.
—¿Jack? —Taylor se distrajo durante un instante por la posibilidad de un buen cotilleo—. ¿Está con Jack el del ordenador?
—Sí. Jack el del ordenador. ¿Sabes ese friki de gafas que hace estupideces como apagar la central nuclear? Pues ese. Está enfermo y lo está cuidando.
—Vale. Salto a… espera. Me olvidaba. Más vale que vigiles por si viene Drake.
Dekka alzó las cejas de repente.
—¿Qué has dicho?
—Bienvenida a la ERA —respondió Taylor, y cambió de canal. El dormitorio a oscuras de Dekka se convirtió en el de Brianna.
Jack se había instalado un catre en la esquina del dormitorio, pero no estaba echado en él. Estaba sentado en una silla grande de oficina, con los pies subidos a una mesita y envuelto en una manta. Roncaba. Tenías las gafas en el suelo. Brianna estaba en su cama.
—¡Despierta! —gritó Taylor.
Jack ni se movió. Pero Brianna se levantó en menos de lo que el grito de Taylor tardó en reverberar.
—¿Qué estás…? —empezó Brianna, y entonces empezó a toser.
Era raro ver toser a Brianna porque lo hacía rápido. Todo lo hacía rápido. Antes solo era rápida cuando corría, y corría aproximadamente a la velocidad del sonido. Pero últimamente, cada vez más, esa velocidad se traducía también al resto de sus movimientos. Así que ahora tosía mucho más rápido que una persona normal.
Y, así, se sentó tan rápido como se había levantado.
Jack abrió los ojos de golpe.
—¿Eh? —murmuró. Pestañeó un par de veces y palpó en busca de las gafas caídas—. ¿Qué?
—Problemas —dijo Taylor.
—Ya voy —Brianna se levantó otra vez y se sentó de nuevo.
—Está enferma —intervino Jack—. Tiene la gripe o algo. Lo mismo que tenía yo.
—¿Qué quieres decir con que está enferma? —exigió saber Taylor—. Dekka me ha dicho que tú estabas enfermo.
—Lo estaba. Aún lo estoy, un poco, pero estoy mejorando. Ahora lo tiene Brianna.
—Qué interesante… —comentó Taylor lanzando una mirada lasciva.
—¿Qué…? —empezó Brianna, y se puso a toser otra vez.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jack, completando la pregunta de Brianna.
—No quieras saberlo. Cuida de la Brisa. Probablemente Sam puede encargarse de todo este asunto él solito.
—¿Encargarse de qué? —consiguió preguntar Brianna.
Taylor meneó la cabeza despacio, de lado a lado.
—Si dijera que de Drake Merwin, ¿qué me dirías?
—Te diría que está muerto —respondió Jack.
—Ya… —dijo Taylor, y salió de un salto de la habitación.
Sam llegó a la gasolinera. Edilio ya estaba allí. Solo.
Sin perder un segundo, Edilio le explicó:
—He llegado hace un minuto. Con Elizabeth. Aquí no hay nadie excepto Marty, y lo han herido. Le han disparado en la mano. Lo he enviado a Clifftop con Elizabeth para que Lana lo arregle.
—¿Qué está pasando, lo sabes? —preguntó Sam.
—Marty dice que ha venido una multitud. Disparando, gritando: «¡Muerte a los raros!».
Sam frunció el ceño.
—¿De Zil?, ¿de eso se trata? Yo pensaba…
—Ya, ya sé lo que pensabas, colega. Esto no es propio de Drake. Cuando Drake aparece, sabes que es él, ¿verdad? Se asegura de que sepas que es él.
—¿Dónde están tus otros soldados?
—Han salido huyendo. —Edilio estaba disgustado.
—No son más que chavales. Y la gente les disparaba. A oscuras. De repente. Casi todo el mundo saldría huyendo.
—Ya —dijo Edilio, muy brusco. Pero Sam sabía que se sentía avergonzado. El ejército era responsabilidad de Edilio. Escogió a los chavales y los entrenó y motivó tan bien como pudo. Pero no estaba previsto que chicos de doce, trece, catorce años tuvieran que enfrentarse a aquella clase de locura. Ni siquiera ahora.
Nunca.
—¿Hueles eso? —preguntó Edilio.
—Es gasolina. ¿Así que Zil ha robado gasolina? ¿Crees que es eso? ¿Quería utilizar un coche?
En la negra oscuridad Sam no veía el rostro de Edilio, pero sentía que su amigo dudaba.
—No lo sé, Sam. ¿Qué va a hacer con un coche? Porque lo necesita mucho, ¿va y hace esto? Zil es un chungo pero no es completamente estúpido. Tiene que saber que esto es pasarse y que iremos tras él.
Sam asintió.
—Ya.
—¿Estás bien, colega?
Sam no contestó. Intentaba ver en la oscuridad. Buscar entre las sombras. Tenso. Listo.
Pero acabó relajando los puños, y se obligó a tomar aliento.
—Nunca he salido dispuesto a matar a alguien —acabó diciendo.
Edilio esperó.
—Nunca he salido pensando que voy a matar a alguien. Me meto en una pelea y pienso que igual tendré que hacer daño a alguien. Sí, algo así. Y lo he hecho. Ya lo sabes: a ti también te ha pasado.
—Sí, a mí también.
—Pero si es él, quiero decir, si de algún modo Drake ha vuelto… no se tratará solo de hacer lo que tengo que hacer, ¿sabes?
Edilio no respondió.
—He hecho lo que tenía que hacer. Salvar a la gente. O salvarme. Pero esta vez no será así. Si es él, quiero decir.
—Tío, que ha sido Zil. Han sido Zil y la Pandilla Humana.
Sam meneó la cabeza.
—Ya, Zil… Pero sé que está ahí fuera, Edilio. Sé que Drake está ahí fuera. Lo noto…
—Sam…
—Si lo veo, lo mataré. No en defensa propia. No esperaré a que ataque. Si lo veo, lo quemaré.
Edilio lo agarró por los hombros y lo obligó a mirarlo a la cara.
—¡Oye! Escúchame, Sam. Se te está yendo la olla. El problema es Zil, ¿vale? Tenemos problemas de verdad, no necesitamos pesadillas. Y, en cualquier caso, no matamos a sangre fría. Ni siquiera a Drake.
Sam se zafó de las manos que Edilio le había puesto sobre los hombros.
—Si es Drake, lo voy a quemar. Si Astrid y tú y el resto del Consejo quiere arrestarme por ello, pues vale. Pero no voy a compartir mi vida con Drake Merwin.
—Vale, tú haz lo que tengas que hacer, Sam, y yo también lo haré. Pero ahora mismo lo que tenemos que hacer es averiguar qué trama Zil. Así que eso es lo que voy a hacer. ¿Quieres venir? ¿O te quieres quedar aquí en la oscuridad hablando de matar a alguien?
Edilio se marchó dando zancadas, meneando su pistola automática lista para disparar.
Y por primera vez, Sam siguió a Edilio.