15 HORAS, 27 MINUTOS
ZIL PENSÓ QUE era extraño. Era extraño cómo habían llegado a aquella situación. Extraño lo asustado que estaba, cuánto ruido le hacía el estómago, pero no podía dejar que los demás se enteraran. Porque estaba al mando y todos estaban pendientes de él.
De El Líder. Con la E y L mayúscula, cuando lo decía Turk.
Turk, ese pelota chungo con la pierna mala y cara de rata.
Y Hank. Hank daba miedo. Igual estaba como una cabra. Vale, igual no, seguro. Hank siempre estaba empujando, provocando, exigiendo.
Y los demás… eran veintitrés. Antoine, el drogota gordo. Max, Rudy, Lisa, Trent. Otros a los que Zil apenas conocía. El único que le gustaba realmente a Zil era Lance. Lance molaba. Lance era el guapo y listo que hacía que Zil pensara que igual todo aquello estaba bien, que realmente se merecía ser El Líder, con E y L mayúsculas.
En cualquier caso, ya era tarde para echarse atrás. Había hecho un trato con Caine. Y era un trato muy sencillo. Había dos personas en la ERA a las que Zil debía temer más que a las otras: Sam y Caine. Y Caine ofrecía a Zil la oportunidad de desacreditar a uno y despedirse del otro.
Era ahora o nunca.
Pero primero lo más importante. La gasolina. Y después ya sería demasiado tarde para replantearse nada.
La declaración de guerra total contra los raros quedaba a un minuto de distancia.
Veintitrés chavales metidos en las calles oscuras solos y en grupos de dos, con armas y palos escondidos bajo capuchas y abrigos. Algunos iban erguidos, otros se deslizaban asustados como ratones. Su mayor miedo era que Sam los viera demasiado pronto e intentara detenerlos antes de que pudieran empezar la fiesta.
Zil se rio sin querer.
Turk estaba con él. Ninguno de los dos llevaba armas, no querían llevar nada que sirviera de excusa a Sam para detenerlos.
—Ves, eso es un Líder —recalcó Turk a su manera aduladora—. Te ríes a pesar de todo.
Zil no dijo nada. Tenía el estómago en la garganta.
Podían salir mal tantas cosas… Brianna. Dekka. Taylor. Edilio. Incluso Orc. Raros y partidarios de los raros, traidores. Cualquiera de ellos podía detenerlos de repente.
Zil se sentía como si estuviera al borde de un precipicio.
Pero tenían que ir paso a paso. Primero, la gasolinera.
Y tenía que ser aquella noche. Ahora.
Y la ciudad entera tenía que arder.
De entre el fuego, la Pandilla Humana reuniría a los supervivientes bajo el mando de Zil. Entonces sería el Líder no solo de aquella pandilla de perdedores, sino de todos.
Brittney no sabía dónde había estado. O qué había hecho desde que salió de casa de Brianna. Le venían imágenes a la mente, como planos sueltos sacados de una película. La imagen de un pasadizo bajo una casa. De yacer otra vez en la tierra y sentir el frío en la espalda. De vigas de madera entrecruzadas por encima de ella, como la tapa reconfortante de un ataúd.
Otras imágenes mostraban rocas en la playa. Arena que dificultaba el caminar.
Recordaba que vio a unos chavales. A dos, a lo lejos. Salieron corriendo cuando la vieron. Pero quizás no eran de verdad. Quizás no eran más que fantasmas porque Brittney no estaba totalmente segura de que las personas que veía fueran reales. Parecían reales: los ojos, el pelo y los labios le resultaban conocidos. Pero a veces parecía que les salían luces de puntos donde no debería haberlas.
Costaba saber qué era real y qué no. Lo único que sabía era que Tanner a veces se le aparecía, al lado. Y él era real.
La voz en su mente también era real, la voz que decía que debía servirle, obedecerle, seguir el camino de la verdad y la bondad.
Entonces Brittney recordó que sintió al malvado muy cerca. Muy cerca. Sintió su presencia.
Ah, sí, él había estado allí.
Pero ¿dónde había estado ella? Se lo preguntó a su hermano Tanner, que estaba un poco sucio y tenía las heridas demasiado visibles.
—¿Dónde estoy, Tanner? ¿Cómo he llegado hasta aquí?
—Eres una rosa, un ángel vengador —respondió el niño.
—Sí, pero ¿dónde acabo de estar? Hace un momento. Justo antes de ahora. ¿Dónde estaba?
Se oyó un ruido al final de la manzana. Se acercaron dos personas caminando. Eran Sam y Taylor.
Sam era bueno. Taylor era buena. Ninguno de los dos estaba aliado con el malvado. Pero no parecieron verla. Dejaban estelas de luz ultravioleta al pasar, como si fuera un rastro de baba.
—¿Lo has visto, Tanner?
—¿A quién?
—Al malvado. ¿Has visto al demonio?
Tanner no contestó. Sangraba debido a las heridas horribles que lo mataron.
Brittney lo dejó estar. La verdad es que ya se le había olvidado qué le había preguntado.
—Tengo que encontrar a la profetisa —comentó—. Tengo que salvarla del malvado.
—Sí. —Tanner había adoptado su otro aspecto, llevaba sus vestiduras angelicales. Brillaba precioso, como si fuera una estrella dorada—. Sígueme, hermana. Tenemos que hacer buenas obras.
—Alabado sea Dios —añadió Brittney.
Su hermano se la quedó mirando, y durante un instante le pareció que sonreía. Mostraba los dientes, y sus ojos llameaban con un fuego interior.
—Sí… alabado.