En una bonita tarde de primavera, Avery le daba vueltas y vueltas a su anillo de feria mientras Clare y Esperanza le abrochaban el vestido de novia.
—No estoy nerviosa.
—Claro que no —dijo Esperanza.
—Vale, un poco, pero solo porque quiero estar muy guapa.
—Créeme, lo estás. Vuélvete y mira —le ordenó Clare.
En el dormitorio del Ático, Avery se volvió hacia el espejo de cuerpo entero.
—Ay, sí. Estoy guapa de verdad.
—Lo que estás es preciosa —la corrigió Esperanza—. Avery, estás preciosa. El vestido es increíble. No debería haber dudado de tu buen ojo para comprar por internet.
—Es perfecto. —Encantada, giró para que la falda volara y brillara con ella—. Soy yo.
—Relumbras como una vela. —Clare acarició el pelo brillante de Avery—. Como una llama.
—¡Champán! ¡Rápido! Antes de que me eche a llorar y estropee el maquillaje que con tanto esmero me ha aplicado Esperanza.
—Para la novia y para sus acompañantes. —Esperanza sirvió el espumoso—. Y hasta para la madre de los lactantes.
—Los gemelos pueden con esto. Luke y Logan son tipos duros.
—Míranos: la esposa, la novia y la futura novia. —Avery alzó la copa y brindó por todas ellas—. Tú en septiembre —le dijo a Esperanza.
—Lo estoy deseando. Una locura, porque aún tengo muchísimo que hacer. Pero hoy es tu día, y te prometo que todo está maravillosamente perfecto.
—No podía ser de otro modo. Me caso, acompañada de mis mejores amigas, mi padre, la mujer que me ha hecho de madre desde que era una cría, mis hermanos… Y lo hago en el sitio más hermoso que conozco.
—Voy a mandarle un mensaje al fotógrafo para que suba. Vamos bien de hora —le recordó Esperanza.
Lo comprobó todo. Las flores, la comida, la decoración de las mesas. Las velas, los manteles. Paró lo justo para ayudar a Beckett a pasarles los gemelos y sus tres hermanos a la madre de Clare y a Carolee. Para retocarle la corbata a Ryder, una mera excusa para besarlo.
—¿Por qué no nos casamos ahora? —le preguntó él—. Ya vamos arreglados. Viene un cura.
—En septiembre. —Le dio un beso largo—. Merecerá la pena esperar.
Al momento exacto, agarró a Willy B.
—Gracias a Dios. —Justine le dio una palmada en la cara—. Está tan nervioso como la novia.
—Es mi niña.
—Lo sé, cielo. Ve a por ella, anda.
Esperanza esperó, repartió los pañuelos al ver que a Willy B. se le empañaban los ojos y le dio un último retoque al maquillaje de Avery.
—¿Qué murmuras? —le preguntó a Clare.
—Estoy rezando. Rezo para no oír llorar a los bebés, porque, como los oiga, me empieza a subir la leche.
—Ay, Dios mío. Tenía que haber traído tapones. —Pero, riendo, cogió a Clare de la mano para ir corriendo juntas a la puerta.
Avery quería hacer una entrada triunfal, así que bajaron las escaleras hasta el Patio, donde estaban sentados los invitados y Owen esperaba con sus hermanos.
Todos tan guapos, pensó Esperanza. Todo perfecto. En pocos meses, también ella bajaría esas escaleras para llegar hasta Ryder.
Miró al otro lado, a la carpa blanca donde el centro de fitness Boonsboro se alzaba con su pintura azul claro y sus remates plateados.
Se alegraba de tenerlo ahí, y la apenaba que Ryder ya no se colara por detrás del hotel todos los días.
Se preguntó qué se le ocurriría a Justine ahora y le hacía ilusión saber cuál iba a ser su próximo proyecto.
Luego le apretó la mano a Clare.
—Mira.
En el porche que daba al cenador forrado de flores, estaba Lizzy con su Billy.
—Aún están aquí —dijo Clare en voz baja—. No deja de sorprenderme.
—Son felices aquí. De momento, por lo menos. Este es su hogar.
Y el suyo, se dijo Esperanza. Su pueblo, su casa, su hogar. En él había construido una vida con el hombre al que amaba.
Se volvió, le tiró un beso a la novia y bajó las escaleras rumbo a esa promesa.