9

El grito hizo que se incorporara como un rayo en la cama a las dos de la madrugada. ¿Soñaba?, se preguntó. ¿Habría sido…?

El segundo la sacó volando de la cama. Esperanza cogió el móvil de camino y salió disparada al pasillo vestida solo con su pijama de pantaloncitos cortos y camiseta de tirantes. Con el corazón en la boca, bajó a toda prisa a la segunda planta, donde cundía el pánico.

La Petarda soltaba un alarido espeluznante detrás de otro mientras su marido, en boxers, agarrándola por los hombros, le gritaba que parara. Alarmados por el jaleo, otros huéspedes iban saliendo de sus habitaciones en distintos estados de desnudez.

Calma, se dijo Esperanza, alguien tenía que mantener la calma.

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? Señora Redman… Señora Redman… Lola, ¡basta ya! —espetó con dureza, y sonó más como una bofetada en la cara que como una ofensa. La mujer inspiró hondo. Su rostro recobró el color.

—No me hable en ese tono.

—Disculpe. ¿Se encuentra bien?

Palideció de nuevo, pero al menos ya no gritaba.

—Hay alguien… algo… ahí dentro. Lo… la he visto de pie junto a mi cama. ¡Me ha tocado!

—Lola, ahí no hay nadie —intervino su marido.

—La he visto. ¡El balcón estaba abierto, de par en par! Ha entrado por ahí.

Cuando todos empezaron a hablar a la vez, Esperanza levantó las manos.

—Un minuto, por favor.

Abrió la puerta de Elizabeth y Darcy, pensando «Maldita sea, Lizzy», y encendió las luces. No vio nada fuera de lugar, pero, desde luego, olía a madreselva. El señor Redman entró detrás de ella, seguido de Jake Karlo. La mujer de Jake sostuvo la puerta, con los ojos como platos mientras se ataba el albornoz del hotel que se había echado por encima.

—Aquí no hay nadie —señaló Redman, y comprobó las puertas del balcón—. Las puertas siguen cerradas desde dentro.

—En el baño tampoco hay nada —anunció Jake, luego se puso a cuatro patas para mirar debajo de la cama—. Todo despejado.

—Ha sido una pesadilla, eso es todo —dijo Redman, y se masajeó la cabeza de pelo cano rapado—. Ha tenido una pesadilla. Lamento mucho las molestias.

—Por favor, señor Redman, no se disculpe.

—Austin —la corrigió el señor Redman, frotándose la cara con una mano—. Voy en calzoncillos. Llámame Austin, por favor. Lamento haber salido así, por cierto. —Suspirando, se acercó a coger uno de los albornoces del colgador del baño.

—Todos vamos igual. —Jake se había puesto los vaqueros tan deprisa que no le había dado tiempo a abrochárselos—. ¿Hay algo que podamos hacer?

—Estoy segura de que está solucionado —le dijo Esperanza—, pero gracias.

Salió al pasillo, donde seguía aún la señora Redman, con los brazos cruzados con fuerza, agarrándose los codos con las manos. Aunque fuera una petarda, temblaba y estaba visiblemente aterrada.

—Austin, a su mujer no le vendría mal un albornoz.

—Me da igual que ahora ya no haya nadie. —Lola alzó la barbilla, trémula—. Me da igual que las puertas del balcón estén cerradas. Ahí había alguien.

—Lola —con una paciencia que encontró admirable, Austin echó el albornoz por encima de los hombros a su mujer—, has tenido una pesadilla, eso es todo. Solamente ha sido una pesadilla.

—La he visto. El balcón estaba abierto y la luz la atravesaba. No pienso volver a entrar en esa habitación. Nos vamos. Nos vamos ahora mismo.

—Son las dos de la madrugada. —Una mezcla de irritación y vergüenza asomó a la paciencia de Austin—. No nos vamos ahora mismo.

—¿Qué les parece si bajo a preparar un poco de té? —propuso Esperanza.

—Eso estaría muy bien —dijo Austin al ver que su mujer guardaba silencio—. Gracias.

—Te echaré una mano.

La mujer de Jake (Casey, recordó Esperanza) se situó a su lado.

—No se moleste.

—No me importa. Tampoco a mí me vendría mal. Yo de ti —prosiguió, bajando la voz mientras descendían—, añadiría un buen chorro de ese whisky que tenéis en la Biblioteca.

Tentador, se dijo Esperanza.

—Lo sugeriré. —Se dirigió a la cocina y puso la tetera—. ¿Qué le apetece?

—Ya me lo pongo yo misma. Bastante te ha hecho trabajar esa mujer esta noche. No hace falta que digas nada —añadió—. Sé de qué pie cojea. Trabajé de camarera para pagarme la universidad.

Con toda naturalidad, Casey cogió una botella de vino abierta del frigorífico y le quitó el tapón.

—Es de las que te detallan cómo quieren que les traigas lo que han pedido, se quejan de la comida, del servicio, de la mesa, te dan una propina irrisoria y se comportan como si te estuvieran haciendo un inmenso favor dejándote esa miseria.

Mientras hablaba, cogió dos copas del armario y sirvió dos vinos.

—Este hotel es precioso, y ya habéis hecho mucho, muchísimo, por alojarla, con clase. Hay quien, aunque le pusieras un bar en el desierto cuando se muere de sed, protestaría de que el agua no es lo bastante húmeda.

—Por desgracia, es cierto. —Y eso, decidió Esperanza, era todo lo que podía decir al respecto sin pecar de indiscreta—. Aun así, lamento que se hayan despertado.

—No pasa nada. Cualquier emoción es siempre un plus. Además, Jake y yo aún no nos habíamos dormido. —Sonrió y bebió—. Estábamos a punto de hacerlo. Bueno, Esperanza —dijo, subiéndose a un taburete—, háblame del fantasma.

—Yo… —se interrumpió al ver entrar a Jake.

—Las otras mujeres se han llevado a Lola a la Biblioteca. Austin está tomando un whisky con Bob en el porche. Creo que ella está empezando a calmarse un poco.

—Con suerte, el té terminará de tranquilizarla.

—Esperanza estaba a punto de hablarme del fantasma.

—¿Sí? —Le cogió la copa de vino a su esposa y dio un trago—. ¿De qué va?

—A Jake le encantan los fantasmas —explicó Casey—. Siempre que vamos de viaje, buscamos un hotel u hostal antiguo o interesante, con potencial. Como este.

—Hace un par de horas, en el porche, me ha parecido verla. Joven, de época. Quizá del siglo XIX. Solo un instante. Así —chasqueó los dedos—. Y el aire olía dulce.

—Yo no la he visto, pero en lo del perfume tiene razón. Dulce y agradable.

—Vaya nochecita —masculló Esperanza, y calentó con agua una de las teteras de servir.

—No me ha parecido amenazadora ni aterradora, pero supongo que si no te va todo esto y te despierta un fantasma, gritar es una opción como cualquier otra.

—Venga ya. —Casey recuperó su copa de vino—. Gritaba como si el chucho de alguien le estuviera mordisqueando el talón de sus Jimmy Choo. Gritaba tantísimo que ha despertado a Bob y a Connie, que están en la habitación del porche trasero.

—Si no lo hubiera hecho, nos habríamos perdido los calzoncillos de Mickey de Bob. Eso ha sido un plus. Vale —dijo Jake cuando Esperanza le sirvió un vino—. ¿Qué sabes de ella? Sabrás algo. Vives con ella.

Quizá fuera la hora, o la compañía relajada tras el nerviosismo de la situación, pero Esperanza de pronto se encontró explicándoles la historia.

—Se llama Eliza Ford. Vino de Nueva York y murió en septiembre de 1862. Lo que habéis olido es madreselva. Le encanta.

—¡Eso es! No conseguía dar con el olor. —Jake le sonrió—. Madreselva. Todo esto me encanta.

—¿Cómo murió? —preguntó Casey.

—De unas fiebres. Era joven, y de una familia adinerada. Vino aquí en busca de un tal Billy. Aún lo está esperando.

—Qué triste, y qué romántico. ¿Cómo sabes lo de Billy?

—Nos lo ha contado ella —contestó sin más, y terminó de preparar el té—. Una mujer fiel, divertida y, sí, romántica, y del todo inofensiva. Además, casualmente, es antepasada mía.

—¿En serio? —inquirió Casey espantada—. ¿No bromeas?

—Esto me gusta cada vez más.

—Eso es todo lo que puedo contar. Debo llevarle el té a la señora Redman.

—Espera, que te lo llevo yo. —Jake cogió la bandeja que había preparado—. Eliza tendría que haber venido a nuestra habitación. Nosotros no habríamos gritado como posesos.

—Dudo que a la señora Redman la hubiera divertido tanto. —Además, pensó mientras subían las escaleras, no creía que Lizzy pretendiera divertir.

Eran casi las tres y media cuando al fin reinó de nuevo el silencio en el hotel y sus huéspedes volvieron a la cama. El whisky en el té (el propio Austin echó un poco) funcionó. Cuando Jake y Casey se ofrecieron a cambiarles la habitación, él, agradecido, condujo a Lola, medio dormida, a Titania y Oberón.

De vuelta en su apartamento, Esperanza suspiró hondo.

—Lizzy, ¿en qué estabas pensando? —Con un gran bostezo, se metió despacio en el dormitorio—. Ah, ya sé en qué estabas pensando. Esa mujer es grosera, impertinente, desagradecida y completamente insufrible. La has asustado a propósito, a modo de venganza silenciosa.

Volvió a enchufar el móvil al cargador, luego puso el despertador como precaución antes de meterse en la cama.

—Pues lo has conseguido. Aunque hayamos logrado acostarla, con la ayuda de un par de chorritos de whisky irlandés, su marido no podrá convencerla para que no se vayan mañana, un día antes de lo previsto. Tampoco creo que quiera hacerlo… ya la ha aguantado bastante. Como yo. Así que les arreglaré la factura y me despediré de ellos mañana. Dudo que vuelvan.

Alargó la mano para apagar la luz, pero se quedó a medio camino.

Lizzy no se hizo visible ni tomó forma como una foto en un baño químico. Sencillamente apareció allí, con su melena rubia recogida en la nuca, su vestido gris, no, azul, su vestido azul, algo abombado. En sus labios, una sonrisa de satisfacción.

—Que se vaya con viento fresco —dijo.

—Estás aquí —consiguió decir Esperanza.

—No sé estar en otro sitio. Pero me gusta eso, sobre todo ahora que estás tú.

—Tienes que contarme más para que pueda encontrarlo, encontrarte a Billy. Todo queremos encontrarlo, por ti.

—Se desvanece. —Lizzy alzó las manos, las volvió. Cada vez se veían menos—. Yo me desvanezco. Pero el amor vive. Tú puedes hallar el amor. Eres mi Esperanza.

—Dime su nombre. El resto del nombre.

—Ryder. ¿Ha venido?

—Ha estado aquí antes. Volverá. Dime el nombre completo de Billy.

—Ha estado aquí. —Se llevó ambas manos al pecho—. Cerca, pero muy lejos. Yo estaba enferma, y se desvanece, como una carta antigua. Descansa ahora.

—Eliza… —Pero se fue tan de repente como había aparecido. Esperanza salió de la cama. Mientras aún la tenía fresca, anotó los detalles de aquella conversación breve y surrealista.

No te duermas, se dijo, quédate quieta en la oscuridad, vigilando por si Lizzy vuelve a aparecer. Sin embargo, en cuanto cerró los ojos, cayó rendida.

No se levantó de la cama a rastras, pero casi. Abrió la ducha al máximo, bien caliente; luego, apretando los dientes, la remató con un chorro de agua fría, con la confianza de despertar así tanto su cerebro como su cuerpo.

Al verse la cara en el espejo, le entraron ganas de llorar. Ese día iba a necesitar mucho corrector de ojeras.

Cuando llegó a la cocina, Carolee estaba allí, canturreando mientras preparaba la mezcla de los gofres.

—Lo siento. Llego un poco tarde.

—No, qué va. Tómate un café y cuéntame qué tal anoche.

—Uf, pues tengo mucho que contar.

—Sabía que esa mujer iba a dar problemas.

—Y te quedas corta. —Se sirvió café, se obligó a beberse uno solo primero. Colocó la fruta fresca que había cortado por la noche mientras le contaba a Carolee todos los detalles.

Carolee se deshizo en madremías, enserios y nodoycréditos, pero le dio tiempo a contárselo todo al tiempo que preparaban la fruta, el beicon, los zumos y los cereales.

—¡Estarás agotada!

—No tendría por qué ser así, pero este grupo está repleto de noctámbulos.

—¿No te ha enseñado Justine que, aunque un huésped quiera pasarse la noche en vela, tú no tienes por qué hacerlo?

—Sí, pero no puedo acostarme hasta que no se acuestan ellos. Lo intentaré.

—En cuanto terminemos con los desayunos, te subes a dormir una siesta.

—A ver cómo va. De todas formas, hoy nos quedamos en siete habitaciones.

—Que se vaya con viento fresco —susurró Carolee, y Esperanza sonrió.

—Eso fue lo que me dijo ella. Lizzy.

—Qué emoción. —Los ojos color avellana de Carolee brillaron con fuerza—. Habló contigo. Sabía que lo haría tarde o temprano. Y si hubiera podido, habría chocado los cinco con ella por espantar a esa mujer de aquí.

—Nos va a tocar aguantar a muchos huéspedes groseros o difíciles. Son gajes del negocio de la hostelería.

—Siéntate, tómate otro café. Yo voy a poner las mesas.

—Están puestas. Anoche tuve mucho tiempo. ¿Por qué no llenas la cafetera? Yo preparo los huevos.

Le gustaba cómo se organizaban Carolee y ella cuando estaban al completo. También las conversaciones que tenían entre viajes al comedor para llevar la comida y dar los buenos días a los huéspedes.

A pesar del jaleo nocturno, varios se habían levantado temprano y con hambre.

Ella misma le llenó la taza de café a la señora Redman en uno de sus paseos por el Comedor.

—¿Cómo se encuentra?

—Estupendamente, gracias —le contestó, muy digna, pero Esperanza detectó más vergüenza que descortesía en su tono de voz.

Echó un vistazo a los calientaplatos, los rellenó, sacó más jarras de zumo, habló con Connie de los anticuarios más llamativos de la zona y con Mike y su esposa de la excursión que pensaban hacer a Cunningham Falls.

Agradeció que los huéspedes no mencionaran el jaleo de la noche anterior, y supuso que hablarían entre ellos del asunto cuando Lola no pudiera oírlos.

Mientras algunos se tomaban el café con tranquilidad y charlaban un rato y otros subían a coger lo que necesitaban para las aventuras del día, preparó la factura de los Redman.

Austin llamó a la puerta de su despacho.

—Estoy cargando nuestro equipaje en el coche —le dijo—. La llave.

—Gracias. Siento que su estancia no haya sido tan agradable como esperaban.

—No es culpa tuya. Yo sí he disfrutado.

—Eso espero. ¿Quiere que se lo cargue en la tarjeta?

—Sí, perfecto.

—Deme un momento.

—Creo que voy a coger un par de botellas de agua para el viaje.

—Coja lo que quiera.

Al entrar en la cocina, se lo encontró charlando amigablemente con Carolee.

—Gracias, Austin. Conduzca con cuidado.

—Por todas las molestias. —Le cogió la mano y le puso en ella unos billetes.

—No, no es necesario.

—Por favor. Te agradecería que lo aceptaras. Ha sido un placer conoceros. Cuidaos mucho.

Cuando se fue, Esperanza miró los dos billetes de cincuenta doblados que tenía en la mano.

—Su modo de excusarse —dijo Carolee—. No se rehúsa una disculpa sincera.

—Aun con todo, no era necesario. Toma. Tu mitad.

Carolee negó con la cabeza.

—Eso es tuyo, cielo.

—Carolee…

—No. —Para darle mayor énfasis, agitó el dedo—. Es tuyo, te lo has ganado. ¿Por qué no subes a descansar un rato?

—Demasiado café. —La combinación de fatiga y cafeína la hacía sentirse como un hámster agotado que no podía dejar de correr por la rueda—. Quizá luego. Pero Avery abre hoy. Igual me paso por allí, a hablar con ella.

—Sí, te vendrá bien.

Pasar un rato con una amiga resultaba tan reconfortante como una siesta, se dijo mientras cruzaba Main Street. Además, necesitaba opiniones, consejos, comentarios. Llamó a la puerta de cristal y esperó a que Avery, con el pelo recogido en un moño y el delantal puesto, saliera de la cocina cerrada.

—Hola, ¿qué pasa? Creía que estabais al completo.

—He dejado allí a Carolee. Estoy haciendo un descanso, y tengo un montón de cosas que contarte. Ojalá Clare estuviera también.

—¿Algo interesante? ¿Un buen cotilleo?

—Todo eso y más.

—Ven adentro y cuéntamelo todo. Anoche tuvimos un buen pedido de pizzas y estoy preparando más masa.

—Cojo una Coca-Cola. No debería tomar más cafeína, pero necesito espabilar.

—¿Una noche movidita?

—Todo eso y más. —Pasó dentro, y Avery se puso delante de la encimera de acero inoxidable a cortar masa para cubrir las latas—. Primero, lo de la Petarda.

—¿Hubo fuegos artificiales?

—Siempre estás pensando en lo mismo. La Petarda es Lola Redman.

—Ah, ya sé de qué me hablas —entendió Avery cuando se explicó un poco—. Nosotros también tenemos de esos. Hay clientes con los que se puede tratar y otros con los que no. ¿Te he contado lo del tío de la semana pasada…? Perdona, sigue.

—Y hay más. Aún no sé si contártelo por orden cronológico o de impacto.

—De impacto.

—Aun así, me cuesta decidirme. Así que voy a empezar por el sexo.

—¿Ha habido sexo? —Se llevó a la cadera las manos pringadas de harina—. ¿Cuándo has tenido tiempo para acostarte con alguien desde la última vez que te vi?

—No me he acostado con nadie aún. Me voy a acostar con alguien. Por suerte. El próximo martes por la noche.

—¿Has quedado con un tío para acostarte con él? —La miró con cara de pena y suspiró—. Qué cosas tienes.

—Es una cuestión de logística —señaló Esperanza—. El martes por la noche no tenemos ninguna reserva. No puedo acostarme con nadie si hay huéspedes.

—¿Por qué no? Tienes un apartamento con puerta y cerradura. Sospecho, llámame chiflada si quieres, que algunos de tus huéspedes lo hacen en sus habitaciones.

—Sí, pero no quiero correr riesgos la primera vez. Podría tocarnos otro grupo de esos a los que les gusta trasnochar. Quisiera tener algo más de intimidad.

—¿Vas a tirar la casa por la ventana?

—Hace más de un año —le recordó a Avery—. Puede que ya la haya tirado. Tengo que comprarme ropa interior nueva. Llevo un año sin comprarme lencería sexy y es una pena, muy grande. Para esta ocasión necesito algo nuevo, ¿no te parece?

—Por supuestísimo. Aunque dudo que Ryder le vaya a prestar mucha atención cuando te la arranque.

—Yo no he dicho que vaya a acostarme con Ryder.

—Sé leer entre líneas. —Avery llevó las latas de masa a la nevera de debajo de la encimera y removió la salsa que ya burbujeaba en el fuego—. ¿Vais a salir antes, a cenar o al cine, o iréis directos al asunto?

—Le propuse que pidiéramos comida a domicilio, y le pareció bien. Luego iré directa al asunto.

—Qué tierno. —Avery le sonrió—. ¿Quieres que os prepare algo, una comida de adultos? ¿Uno de los entrantes de MacT?

—No hace falta. La pasta está bien.

—La de Vesta está más que bien, pero ¿por qué no subir un poco el listón? Será mi pequeña aportación al acontecimiento «Esperanza por fin echa un polvo».

—Agradecemos tu apoyo.

—Tú déjamelo a mí. En pago, me vale con que me llames o mandes un mensaje al móvil en cuanto tengas un segundo para confirmarme el «despegue».

—Hecho. ¿Crees que habrá alguna complicación que deba preocuparme? ¿Con Ryder, digo?

—Ryder no es un tío complicado. Él Tarzán, tú Jane. Estoy completamente segura de que todo irá bien. Conozco a algunas de las mujeres con las que ha salido.

—¿Cómo son? Venga, es normal que quiera saberlo, ¿no? —añadió.

—Esperanza, lleva saliendo con chicas, y hablo de «salir» —enfatizó haciendo un gesto de comillas en el aire—, desde que era un crío. Ha habido un poco de todo. Lo que he observado es que, cuando dejan de «salir» —volvió a usar las comillas—, siempre quedan como amigos.

—No pido más. Sexo agradable y sin tropiezos con un hombre que me gusta, algo que ya es sorprendente, y que me atrae, algo que no me sorprende en absoluto. Vale —dijo, agitando las manos en el aire—. Resuelto. Veamos el resto de la historia. Me metí en la cama en torno a las doce y media de la noche y, a poco más de las dos, me despertaron unos gritos que venían de abajo.

—Ay, Dios. —Avery dejó de rellenar el plato de los ingredientes—. ¿Qué era?

—Deja que te lo cuente —le dijo Esperanza, y así lo hizo.

Cuando vio que Avery se tronchaba de risa, meneó la cabeza.

—No pensé que fuera a parecerte gracioso. Lizzy y tú tenéis mucho en común.

—Lo hizo aposta. Sabes que sí. Lizzy nos tiene cariño, y la Petarda te estaba tratando como si fueras su criada retrasada en vez de su anfitriona discreta y elegante. Se merecía un buen susto.

—Y se lo llevó. Todo el mundo apiñado en la segunda planta, en ropa interior, albornoz o medio desnudo, incluida yo, y ella berreando como si le hubieran clavado un picahielos en un ojo. Me siento culpable por no haberle dicho que de verdad había visto algo, o a alguien, pero…

—Se habría puesto aún más histérica.

—Exacto. No me pareció acertado. A Jake y Casey sí se lo dije. Él ya había visto a Lizzy antes en el porche. Le va todo eso de los fantasmas, pero no parece darle mal rollo. Estoy casi segura de que hoy se va a pasar la noche rondando por ahí, a ver si consigue que se le vuelva a aparecer. Bueno, al final, con dos tazas de té reforzadas con whisky, conseguimos que Lola volviera a la cama. Pero a la de T y O. Jake y Casey les cedieron la habitación, con lo que a mí me tocó cambiar las sábanas y las toallas de las dos habitaciones, claro. Eso sí, después todo estuvo en calma.

—¿A qué hora volviste a la cama?

—Cerca de las cuatro.

—Dios, debes de estar completamente zombi.

—Cafeína —levantó la Coca-Cola—. Hoy es mi mejor amiga… aparte de ti. Pero la cosa no termina ahí. Luego la vi.

—¿A la Petarda?

—A Lizzy. Eliza. Estaba hablando con ella mientras me preparaba para volver a la cama. A veces lo hago, por si se anima a comunicarse. Y funcionó, oye.

—¿Estaba en tu apartamento?

—No es la primera vez, pero sí es la primera vez que se deja ver. O yo la veo. Y habló conmigo, Avery.

Con los ojos como platos, Avery le cogió la mano a Esperanza.

—¿Qué te dijo? ¿Le preguntaste por Billy?

—Antes que nada, muestra admirable de autocontrol y presencia de ánimo, por cierto.

—Encomiable, sí. ¿Qué te dijo?

—Me lo apunté todo. Creo que palabra por palabra, para enseñárselo a Owen. A todo el mundo, pero sobre todo a él. —Sacó la nota que se había guardado doblada en el bolsillo y se la leyó a Avery.

—¿Y qué tiene esto que ver con Ryder?

—No sé. Yo entiendo que, como es tan romántica, nos quiere emparejar.

—El martes por la noche se pondrá muy contenta.

—Puede, pero quizá la decepcione nuestro planteamiento del amor.

—Quizá no. —Avery alzó los hombros y las manos en un gesto de paz—. Solamente opino. Se desvanece… ella se desvanece. Eso es horrible. Pobre Lizzy. Suena a que ya no lo recuerda, o a que no consigue acordarse de todo. Va y viene. ¿Crees que será eso? ¿Que va y viene, como ella?

—Podría ser eso.

—Sí podría, sí. Ya te conté que yo empecé a notarla, a olerla, cuando me colé en el edificio de cría. Y Beckett empezó a percibir su presencia cuando comenzaron las obras en el hotel. Hacía rondas nocturnas cuando vivía por aquí, hablaba con ella. Fue él quien le puso nombre… Eso sí que es un puntazo, ¿verdad? Lo del nombre.

—Sobre todo porque resultó ser un diminutivo del suyo.

—Ahí lo tienes.

—¿El qué? —preguntó Esperanza.

—Que da un poco de yuyu. —Se llevó los dedos a las sienes como indicando cierta locura—. El caso es que parece que se va fortaleciendo con el hotel.

—¿Quieres decir que la remodelación la ha revivido?

—Algo así, sí. Es su casa, y no estaba en buen estado. Estaba destrozado, sucio, abandonado, ya lo sabes. Era un montón de ventanas rotas, escombros y excrementos de paloma. Eso tiene que ser energía negativa, ¿no crees?

—Para mí los excrementos de paloma son energía muy negativa.

—Después los Montgomery lo fueron devolviendo a la vida, poquito a poco. Y lo hicieron con esmero, hasta con cariño. Fue mucho más que un trabajo.

—Y se nota.

—Y se siente —añadió Avery—. Carolee y tú hacéis lo mismo, todos los días. Lo hacéis con esmero y con cariño, y lo tenéis precioso. Owen piensa que le gusta volver a verlo bonito, y que haya gente por allí. Yo también lo creo. Pero quizá tenga algo que ver también con la energía, positiva en este caso.

Esperanza asintió con la cabeza, pensativa.

—El lugar posee una energía especial y quienes lo ocupan han reavivado la del espíritu de Lizzy. Una teoría interesante.

—Tú estás allí. Vives allí. Es antepasada tuya —dijo Avery—. Eso tiene que suponer mucha más energía.

—Y responsabilidad —añadió Esperanza—. Lo noto. Ella deposita mucha fe en mí, Avery. No quiero decepcionarla.

—Se lo tienes que contar a Owen, desde luego, pero antes tendrías que hablar con Ryder, porque te ha hablado de él. Puede que vuelva cuando él esté allí contigo, que hable con los dos. Puede que, si estáis los dos, la vibración sea mayor. No sé. Podría ser. Igual así consigue decirte el nombre completo de Billy.

—Merece la pena intentarlo. Dale esto a Owen. —Le pasó a Avery la nota—. Tengo otra.

—Por supuesto. Hoy están todos haciendo la barra y los armarios empotrados de mi local. Podrías pasarte, hablar con ellos.

—No puedo dejar sola a Carolee cuando estamos tan ocupadas.

—Yo pasaré por allí de camino a casa. Tienen pensado seguir con eso mañana. Puedo avisarte cuando lo sepa seguro.

—Mañana por la tarde me puedo escapar una o dos horas. Trabajan en casa de su madre, ¿no? En ese edificio grande que parece otra casa.

—Eso es. Yo no trabajo mañana, así que a mí me viene bien a cualquier hora. Se lo digo a Clare, si te parece. Si no tiene nada pendiente, nos reunimos en pleno para estudiar el asunto del fantasma.

Otras voces, otras opiniones, otras historias. Toda ayuda le vendría bien.

—Me pondré de acuerdo con Carolee. Bueno, tengo que volver. No tardarán en limpiar las habitaciones y vamos a tener un buen cargamento de sábanas y toallas.

—Sé que nunca encuentras tiempo para echarte una siesta, pero búscalo hoy. Se te ve cansada.

—Llevo dos kilos de corrector de ojeras aplicado con pericia.

—Te conozco, así que el maquillaje no me engaña. Échate un rato, o al menos deja que Carolee dirija el cotarro esta noche.

—Ahora que la Petarda ya no está, igual se lo digo. Seguro que lo pasa bien con el resto del grupo. Pon a Clare al tanto de lo nuestro. Te veo mañana.

—Si vuelve Lizzy, ¡llámame!

—Lo haré.

Esperanza salió a paso más ligero, luego miró ceñuda al cielo. Las nubes empezaban a tapar el sol. Quizá el parte meteorológico no anunciara lluvia, pero ella reconocía una fuerte tormenta cuando la veía.

Lo que significaba que los clientes seguramente volverían pronto de su salida, o se encerrarían en el hotel y no saldrían.

Tachó de inmediato de su lista aquella posible siesta.