3

Escaparse del trabajo era complicado, pero cualquier mujer necesitaba poder contarle sus cosas a sus amigas y oír su opinión. Esperanza se hizo un hueco como pudo después de preparar los desayunos de los huéspedes y antes de que abriera Vesta.

Cruzó corriendo Main Street cuando dieron las diez y fue directa a la pizzería. Clare y Avery ya estaban sentadas a una mesa, estudiando el vestido de novia de Avery en el iPad, otra vez.

—He traído magdalenas. —Dejó la cesta en la mesa y retiró la servilleta roja—. De arándanos, recién salidas del horno. Gracias por reuniros conmigo.

—Parecía muy urgente. —Avery olisqueó las magdalenas, emitió un suave «mmm» y cogió una.

—No es urgente. Solo algo que quería contaros. Sé que estáis ocupadas.

—Nunca demasiado ocupadas. Siéntate —le dijo Clare—. Se te ve agotada, y eso no es normal en ti.

—No, no es normal. Exacto. Es que… —Negando con la cabeza, se sentó—. Tenía problemas con un par de luces —empezó, luego les contó toda la historia.

—Como lo que nos hizo a Owen y a mí. En cierto modo, resulta tierno.

—De tierno nada. Resulta exasperante. Además, él llegó a abrir la ventana, consideró la posibilidad de salir por ella.

—Pues claro.

Esperanza miró a Clare horrorizada.

—¿Pues claro?

—No digo que claro que esa fuera la solución, sino que claro que lo pensó. Cosas de hombres. —Risueña pero comprensiva, Clare le acarició el brazo a Esperanza—. Tengo tres hijos varones, sé de esas cosas.

—Eso es cierto —confirmó Avery.

—Era absurdo, porque los dos llevábamos el móvil encima. Yo propuse llamar a Owen o a Beckett, o a los bomberos.

—Que es lo lógico, y cosa de mujeres. Y seguramente el último recurso, si hubiera riesgo de inanición para un tío.

—El caso es que era absurdo —repitió Esperanza—. Estaba ya de los nervios y le dije lo que pensaba.

—Huy, esto se pone muy interesante. —Avery se frotó las manos.

—Es un grosero y un antipático, nunca me llama por mi nombre. Me trata como si yo no hiciera más que darle la lata, y no es así.

—Desde luego que no —la tranquilizó Clare.

—Hago mi trabajo y no me interpongo en su camino. ¿Y cómo me lo paga? Con sonrisitas burlonas e insultos, eso cuando se molesta en reparar que existo.

—A lo mejor le gustas —sugirió Avery—. Por eso te fastidia o te ignora.

—Ah. —Esperanza se recostó en el respaldo de la silla y asintió con la cabeza—. Podría ser. ¡Si tuviéramos ocho añitos! Le dije que es un chulo, que es lo que pienso. Y él me contestó que yo soy una cursi. No soy cursi.

—Ni mucho menos. Pero…

Esperanza miró a Clare con los ojos fruncidos.

—¿Pero?

—Creo que la gente tiene la idea equivocada de que las mujeres guapas lo son. Cursis, digo.

—Eso sí que es una sandez y un prejuicio. Pero gracias. ¡Ah, y se ha quejado de mis zapatos!

—Territorio peligroso —masculló Avery.

—Parece que os hacía falta aclarar las cosas —sugirió Clare.

—Pues no aclaramos nada, salvo que ahora sabemos lo que piensa el otro.

—¿Cómo conseguisteis salir? —le preguntó Avery.

—Esa es otra —dijo Esperanza, señalándola—. Pensé en lo que me has dicho. En que a Owen y a ti también os lo había hecho. Y le dije que me tenía que besar; entonces se puso chulo con eso. De verdad, tampoco era para tanto, ¿no os parece? No es la primera vez que lo hace, y no se ha muerto, así que…

—Un momento, un momento… rebobina —dijo Avery, describiendo círculos en el aire con los dedos—. ¿Ryder ya te ha besado antes?

—No fue nada.

—Eso lo decidiremos nosotras. ¿Cuándo ocurrió?

—Fue… no fue nada. En Nochevieja. Nos encontramos en la cocina de Owen justo cuando empezaba la cuenta atrás. Fue algo embarazoso, y supongo que los dos pensamos que lo sería aún más si no lo hacíamos. Y lo hicimos. No fue nada.

—No paras de decir que no fue nada —observó Clare—. Y así parece algo. Sobre todo teniendo en cuenta que no nos lo habías contado.

—Porque no fue na… —Esperanza se interrumpió—. No tuvo importancia. Ya se me había olvidado. Lo que quiero decir es que no fue más que un recurso. Como en Nochevieja. Nos enfrentábamos a una fantasma romántica, algo que parece una tremenda estupidez, pero es lo que hay. Así que lo hicimos, y se abrió la puerta. Luego sonó el timbre, llegaban mis nuevos huéspedes. Bajé y me fui.

—Repito: rebobina. ¿Has vuelto a besar a Ryder?

—Lo habría asesinado si no hubiéramos conseguido salir de esa habitación. Besarlo me pareció menos sangriento.

—¿Y cómo fue?

Esperanza se levantó y dio vueltas de un lado a otro.

—Se le da bien. Y yo estoy en zona de sequía. En un desierto. Estoy a gusto en el desierto, pero no deja de ser un desierto.

—¿Sentiste algo hacia él? —la instó Clare.

—Sentí algo —reconoció Esperanza—. Se le da bien, y yo estoy en secano. Ahora ya lo he besado, dos veces. Apenas podemos tener una conversación civilizada (borrad eso), ni siquiera podemos conversar sin más, pero lo he besado dos veces. Tengo un problemón, ¿no creéis?

—Voy a dejar que Clare se encargue de esto —decidió Avery—, pero antes quiero decirte que lo único que yo veo son dos adultos sanos, sin ataduras, más atractivos de lo que deberían ser, que establecen un contacto físico agradable.

—Pero que ni siquiera se gustan. Por no mencionar que es uno de mis jefes.

—Os gustaríais si os dierais una oportunidad. Y no es tu jefe. Esa es Justine. Además, creo que os volvéis irritables cuando estáis juntos porque os sentís atraídos.

Clare le dio un golpe en el brazo a Avery.

—¿No me lo ibas a dejar a mí?

—Ah, sí. Todo tuyo.

—Gracias. —Clare miró a Esperanza—. Opino lo mismo. Más o menos.

Esperanza volvió a sentarse.

—Sé que mi jefa es Justine, pero ¿no os parece que él se cree mi jefe también?

—No, y opino que se enfadaría si tú lo hicieras.

Avery frunció el ceño y simuló un tono de voz bronco.

—«Ya tengo bastante de qué ocuparme sin ser tu jefe, por Dios. Eso es cosa de mi madre».

Esperanza rio; notó que se disolvía la tensión de su nuca.

—Lo imitas bien, por lo menos en contenido. Entonces ¿qué me preocupa? Lo ocurrido no ha provocado el problema. Era solo un modo de resolverlo.

—Centrémonos en eso un segundo. —Avery se escurrió en la silla—. Mientras resolvíais el problema, ¿hubo contacto lingual?

—¡Avery! —Riendo, Clare meneó la cabeza, luego lo reconsideró—: Pero… ¿lo hubo?

Con una sonrisa pícara, Esperanza se metió el pelo por detrás de la oreja.

—Las dos me conocéis lo bastante como para saber que, si voy a hacer algo, lo hago bien.

—Admiro eso de ti —le dijo Avery—. ¿Dónde puso él las manos?

—En la puerta; no me tocó. Yo estaba apoyada en ella, así que…

—Mmm. ¿No te encanta contra la puerta? —le preguntó Avery a Clare.

—Uno de mis favoritos. Lástima lo de las manos. Apuesto a que las suyas son de las buenas. Creo que viene de familia.

Esperanza suspiró.

—A pesar de vuestra obsesión por las lenguas y las manos, me siento mejor. Gracias.

—A tu disposición. —Sonriendo, Avery le apretó la mano a Esperanza—. Cuando digo «a tu disposición», va en serio. Lo vas a tener trabajando a ambos lados del hotel no sé por cuánto tiempo. Las probabilidades de que se repita el problemón son infinitas.

A Esperanza se le volvió a tensar la nuca.

—Yo no quiero más problemones.

—Eso no significa que no vayas a toparte con uno.

—O abrirle la puerta a alguno —añadió Clare.

—Vosotras pensáis así porque ahora mismo vuestra vida se centra en bodas y futuros bebés. Yo estoy volcada en mi trayectoria profesional.

—Nosotras también somos profesionales —señaló Avery.

—Excelentes, además. Y deberíamos volver al trabajo.

Cuando empezaba a levantarse, se abrió la puerta. Entró Justine Montgomery.

Su preciosa melena castaña se escapaba de una coleta mal hecha. Se quitó las gafas de sol de vistosa montura verde y sonrió.

—Hola, chicas.

No había nada de lo que sentirse culpable, se dijo Esperanza. En absoluto.

—¿Asamblea?

—Nos estábamos poniendo al día —terció Clare.

Justine se acercó y le apoyó una mano en el hombro a Clare.

—¿Cómo vamos?

En respuesta, Clare se frotó el vientre.

—Vamos bien.

—Iba a bajar a verte para preguntarte si puedo robarle a los niños a la canguro esta tarde. Me muero por hacer una merienda al aire libre.

—Les encantará.

—Hecho, entonces. En cuanto a ti —señaló a Avery—, me gustaría repasar una vez más el nuevo local y buscar un ratito para hablar de la boda.

—Estoy en ello. He comprado las luces en la página web que me sugeriste. Son perfectas. Puedo pasarme por la obra en cuanto llegue Dave.

—Por mí, genial. En realidad, Esperanza, venía a verte a ti. He encontrado unos muebles para el porche de arriba que me parece que quedarían estupendamente. —Justine abrió su enorme bolso, de vistoso color verde, como la montura de sus gafas, hurgó en él y sacó un folio—. ¿Cómo los ves?

—Perfectos. Informales, parecen cómodos, y los tonos y las texturas, ideales.

—Eso me ha parecido también a mí. Pídelos. Quiero que nos reunamos en algún momento para ver cómo gestionamos los pases de huéspedes para el gimnasio y qué podríamos incluir en un pack para los clientes del hotel. Aún falta mucho tiempo, pero…

—Nunca es demasiado tarde para planificar —terminó la frase Esperanza.

—Exacto. El personal será un factor clave, y debo encontrar un buen gerente. He hecho algunos sondeos.

—A propósito de gerentes, estaba pensando que podríamos empezar a celebrar una reunión de gerentes, quizá cada cuatro o seis semanas. Para coordinar eventos, ideas, planes de marketing.

Justine le dedicó una amplia sonrisa.

—Me gusta.

—Enviaré un correo a todo el mundo para decidir el momento más oportuno. Si se hace a primera hora de la tarde, se puede usar el Comedor. Y yo debería volver.

—No quiero estropearos la fiesta.

—Ya nos hemos puesto al día.

—Entonces me voy contigo, antes de ir a incordiar a mis hijos. Luego os veo. ¿A ti qué te parece un pizarra clarito en lugar del verde del centro de fitness? —le preguntó a Esperanza mientras se dirigían a la puerta.

—Me parece fenomenal.

Avery esperó a que se cerrara la puerta.

—Aquí hay algo.

Contenta, Clare se cruzó las manos sobre el vientre.

—Huy, sí, desde luego que hay algo.

—¿Y qué nos parece?

—Ninguno de los dos es el tipo del otro. Ni de lejos.

—Ya lo creo que no —coincidió Avery.

—A lo mejor por eso me da tan buena espina.

—¡Y a mí! —Avery se levantó de pronto, cogió una CocaCola y un ginger ale de la nevera—. Posiblemente en parte se deba a que nosotras estamos enamoradas de los otros dos hermanos. Queda uno de ellos y una de nosotras.

—Es la clase de simetría que le gusta a Esperanza. Si no estuviera tan furiosa y recelosa. Pero no es la razón principal. Los queremos, y queremos que sean felices. Que tengan a alguien que los haga felices.

—Ryder sale con muchas chicas, pero…

—Nunca se implica —terminó Clare—. Y ella no sale con nadie. No ha vuelto a salir con nadie desde…

—Jonathan —dijo Avery asqueada.

—Le hizo más daño del que quiere reconocer, ni siquiera a ella misma. Y por eso se ha mentalizado de que no quiere ni necesita salir con nadie ni tener una relación.

—Tú estabas igual —señaló Avery.

—Lo mío era distinto, y yo sí salía un poco.

—Muy poco.

—Muy poco. Pero tenía tres hijos en los que pensar, y un negocio que llevar. Y además, lo que es más importante, no hubo nadie especial hasta Beckett.

Clare bebió despacio.

—Y hay otra cosa, por descabellado que pueda parecer.

—No me asusta lo descabellado.

—Lizzy. De algún modo, fue quien nos dio a Beckett y a mí, y a Owen y a ti, el empujoncito… Nos sirvió de trampolín, por así decirlo. Y míranos.

Tendiéndole a Clare la mano abierta, Avery dijo:

—Casada, embarazada de gemelos.

Clare imitó el gesto.

—Planes de boda. ¿Tú crees que ella sabe algo, ve algo o percibe algo que nosotras no captamos? ¿Algún sentimiento visible o latente?

—Puede. Y eso no es más descabellado que tenerla viviendo en el hotel mientras espera a ese tal Billy.

—Supongo que no. Ojalá pudiéramos averiguar quién era, qué era para ella.

—Cuento con Esperanza y con Owen. Aunque lleve su tiempo, terminarán averiguándolo. —Avery sonrió a Clare a la vez que daba un sorbo a su refresco—. Bueno, y de todo esto, ¿qué les contamos a Owen y a Beckett?

—Pues todo.

—Muy bien. Se pitorrearán de Ryder, y eso lo cabreará. Estando cabreado, será más fácil que lo ocurrido se repita. Y, oye, después de lo del capullo de Jonathan, a Esperanza no le viene mal alguien un poco más auténtico.

—Ryder es auténtico. —A Clare se le escapó una sonrisa—. Le dijo que era un chulo.

—Sí. —Avery se echó hacia atrás, muerta de risa—. Y él va y le contesta que ella es una cursi. Un chulo y una cursi. Sé que está fatal decirlo, pero me encanta.

—Está fatal, estoy de acuerdo contigo. —Alzó la lata y brindó con Avery—. Por la promesa de un verano interesante.

Consiguió evitarlo casi toda una semana. Lo vio; no porque lo anduviera buscando, pero era difícil no ver a Ryder Montgomery yendo de una obra a otra en un pueblo de las dimensiones de Boonsboro.

De MacT a la panadería, y después al gimnasio. Lo había visto charlando con Dick, el barbero, a la puerta del salón de Sherry, o pararse a hablar con los Crawford.

Aquí, allá, en todas partes, se dijo con algo de resentimiento. Para no toparse con él, casi había tenido que enclaustrarse.

Qué ridículo.

No es que no hubiera estado atareada. En su primer verano de vida, el hotel estaba resultando muy popular. Había atendido a dos autores de fuera a los que Clare había invitado para que firmaran libros. Luego había sido aquella pareja tan agradable que había viajado a la zona para celebrar los cincuenta años de su promoción del instituto, y la pareja joven que se había prometido en Titania y Oberón y que ya estaba pensando en pasar su noche de bodas en la misma habitación.

Por el momento, había tenido huéspedes cariñosos, peculiares, exigentes y encantadores. Probablemente todas las opciones intermedias, musitó mientras sacaba la manguera para regar las flores y los arbustos.

Ahora tenía seis habitaciones ocupadas: dos hermanas, su madre y tres hijas de las primeras. La noche anterior lo habían pasado de maravilla, y le habían alborotado el hotel. Ojalá durmieran hasta tarde, antes de ir a hacerse sus tratamientos faciales y masajes.

Decididamente organizaría una noche de chicas. Clare y Avery, Justine y Carolee, la madre de Clare, la hija de Carolee. Incluso les pediría a su madre y a su hermana que vinieran de Filadelfia.

Algo de buena comida, algo de vino, mucha charla de boda y de bebés.

Justo lo que necesitaba.

Empapó la tierra, satisfecha de comprobar que los rosales ya habían florecido y cuánto había reverdecido la glicinia. Sus flores habían perfumado el aire de mayo, y las imaginaba brotando de nuevo para la boda de Avery, la próxima primavera.

Canturreó en voz baja, relajada por aquella tarea doméstica, ignorando el ruido de las sierras del edificio del otro lado del aparcamiento. Repasó mentalmente su lista de quehaceres matinales, hasta la tarde y la noche, y concluyó sus planes del día con un rato dedicado a investigar sobre Billy.

Perfecto.

Un ruido a su espalda le hizo dar un respingo y volverse.

—¡Hola! —acertó a decir Ryder antes de que ella, en un acto reflejo, levantase la manguera que apuntaba a su entrepierna. Le dio en plena cara.

—¡Ay, Dios! —dijo ella, apuntando a un lado; nerviosa, controló el chorro.

Despacio, muy despacio, él se quitó las gafas de sol. Se quedó allí plantado, con el pelo y la ropa empapados, los ojos brillantes de ira.

Bobo chapoteó encantado en el charco de agua.

—¿Qué coño haces?

—¡Baja la voz! —le dijo ella instintivamente, alzando la vista hacia el porche—. Tengo huéspedes. Mujeres, muchas.

—¿Y te propones tumbar a manguerazos a cualquier hombre que se te ponga por delante?

—No pretendía… Lo siento. Lo siento mucho. Me has asustado y no…

—¿Te divierte? —le preguntó al ver que no podía contener la risa.

—No. Sí. Sí, claro que me hace gracia, pero no quiere decir que no lo sienta. Lo siento, de verdad —dijo, y escondió la manguera a su espalda al verlo acercarse—. No deberías acercarte con tanto sigilo a una mujer armada con una manguera.

—No me he acercado con sigilo a nadie. Iba andando. —Se apartó de la cara el pelo chorreante—. Déjame echarle un vistazo a esa manguera.

—Ni hablar. Ha sido un accidente. Si te la doy, me mojarás a propósito. Espera aquí y te traigo una toalla.

—No quiero ninguna toalla. Lo que quiero es un puñetero café. Por eso iba, andando como una persona normal, de la obra, que está allí, a la cocina, que está ahí.

—Voy a por un café, y una toalla. —Se situó a una distancia prudencial de él, cerró la llave de paso y entró corriendo dentro.

De camino a la lavandería, sonrió, rio satisfecha y terminó riendo a carcajadas; luego cogió una toalla de la estantería, fue deprisa a la cocina y sirvió un café para llevar, añadió los dos azucarillos que sabía que él solía echarle, y le colocó la tapa.

Puso una magdalena de trocitos de chocolate en una servilleta para endulzarlo y cogió una galleta para perros de sus reservas.

Deprisa, cruzó de nuevo el Vestíbulo, pero se detuvo a asomarse, a asegurarse de que no estaba armado. Tenía un hermano, sabía cómo iban esas cosas.

Serena, con el gesto contrito, salió.

Y trató de no reparar en que el pobre estaba completamente empapado.

—Lo siento.

—Sí, eso ya me lo has dicho. —Sin dejar de mirarla, él cogió la toalla y se frotó el cabello oscuro, mojado y alborotado.

Viendo que iba a echarse a reír otra vez, Esperanza dio a su voz un tono aún más contrito.

—Te he traído una magdalena.

Ryder miró la pasta, con la toalla colgada del hombro.

—¿De cuáles?

—De trocitos de chocolate.

—Vale. —La cogió, y también el café mientras ella le daba la galleta al perro—. ¿Qué haces regando eso, y a mí, a las siete y media de la mañana?

—Lleva unos días sin llover y tengo huéspedes, por lo que en breve tendré que empezar a preparar el desayuno. Son familia y se acostaron tarde, así que supongo que no madrugarán. Como tenía tiempo… —Se interrumpió, preguntándose por qué se lo estaba explicando todo—. ¿Qué haces tú viniendo a por café a las siete y media de la mañana?

—Había olvidado que hoy Owen viene más tarde. Es él quien trae el café. Suponía que estaría Carolee en la cocina. Necesito su llave para entrar en su casa y poder echarle un vistazo a su fregadero. No traga bien.

No podía decir que no fuera buen sobrino, o hijo, o hermano.

—Vendrá a las ocho. Espera si quieres. Puedo… meter tu ropa en la secadora.

—¿Y a esas huéspedes tuyas no les importaría ver a un hombre desnudo rondando por aquí?

¿A ese grupo?, se dijo ella. Probablemente no.

—Agradecerían el plus, pero no hay nadie en M y P. Puedes esperarme allí.

Desnudo, pensó Esperanza. Huraño, desnudo, fornido.

Ay, qué sequía, por Dios.

—No tengo tiempo para andar esperando. Tengo trabajo. —Le dio un bocado enorme a la magdalena—. No está mal.

Bobo agitó la cola. Cazó al vuelo el trozo que le dio Ryder y lo engulló sin mover más que la cabeza.

—Muchas gracias.

Ryder la observó mientras daba el siguiente mordisco.

—¿Has vuelto a tener problemas con las luces?

—No. Pero hace un par de noches tuve una pareja. Él se le declaró en T y O. Me dieron las gracias por sembrarles la cama de pétalos de rosa. No fui yo.

Miró hacia el hotel.

—Fue un detalle muy bonito. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí.

—Supongo que eso significa que tienes una ayudante.

—Eso parece. ¿Habrá algún problema si me paso luego por el local nuevo de Avery a ver cómo está quedando?

Con los ojos clavados en su rostro, la miró larga y fijamente, luego se los tapó con las gafas de sol.

—¿Por qué iba a haber algún problema?

—Estupendo. —Por resentimiento, imaginó, se privó de ese pequeño placer. Algo de lo que no pudo culpar a nadie más—. Si has terminado con la toalla…

—Sí. —Se la pasó—. Gracias por el café. Y por la ducha.

Insegura, le echó agallas y se tragó la risa.

—De nada.

Ryder salió. Bobo le dedicó a Esperanza su sonrisa de perro feliz, luego se fue trotando detrás de su dueño.

—¿Quién era ese?

La voz que venía de arriba la asustó. Menos mal que ya no llevaba en la mano la manguera. Alzó la mirada y vio a una mujer en bata recostada sobre la barandilla del porche de la segunda planta. Repasó sus archivos mentales.

Courtney, la hermana mediana.

—Buenos días. Ese es uno de los dueños.

—Ñam. —Sonrió a Esperanza con picardía—. Mi ex es alto, moreno y guapo. Supongo que siento cierta debilidad por los de ese tipo.

Esperanza le devolvió la sonrisa.

—¿Y quién no?

—En eso le doy la razón. ¿Podría bajar a desayunar en bata? Creo que hacía por lo menos seis meses que no me sentía tan relajada y no quiero que esto acabe.

—Por supuesto. Hay café recién hecho en la cocina. Enseguida serviré el desayuno.

Courtney suspiró encantada.

—Adoro este lugar.

Yo también, se dijo Esperanza mientras se disponía a guardar la manguera.

Y me siento bastante más calmada, observó. Había tenido una conversación de verdad con Ryder sin que se picaran el uno al otro.

No tenía más que calarlo hasta los huesos primero.

Riendo, volvió a entrar en el hotel para atender a su huésped.