20

A petición de justine, Esperanza reservó el hotel para la noche de amigos y familiares del Bar Restaurante de MacT. Durante los diez últimos días de un mes de agosto sofocante, Avery y su cuadrilla, y cualquiera a quien lograra reclutar, cargaron bultos, los llevaron donde tocaba, fregaron y limpiaron el nuevo local. Cuando hacía su última ronda nocturna del hotel, Esperanza veía a menudo las luces al otro lado de la calle y sabía que Avery y Owen aún no habían acabado su jornada. Otras veces veía la camioneta de Willy B. aparcada por allí a última hora de la noche, o se asustaba cuando Ryder y Bobo entraban en su apartamento bastante después de que ella se hubiera acostado.

Ryder solía decir:

—Dios, la Pelirroja es una máquina, no hay quien la pare.

Esperanza ayudaba en lo que podía, colgando cuadros o fregando azulejos y, como con el hotel, fue testigo de la transformación de un espacio abandonado en otro lleno de vida, excitante y con clase.

Pasó casi todo el día del evento haciendo lo que más le gustaba, retoques de última hora, mientras Avery perfeccionaba las recetas, traía ingredientes frescos y celebraba su última reunión de personal.

—Irá bien, ¿no? —Avery hizo un descanso; le llevó a Esperanza una botella de agua y se cogió otra ella.

—Avery, va a ir de maravilla.

—Sí, va a ir bien. —Asintiendo, Avery giró en círculo por la zona del bar—. Ha quedado fenomenal.

—La palabra es «perfecto».

Las luces daban un toque entre contemporáneo y clásico, con formas curiosas y tonos bronce oscuro. Sobre la larga superficie de granito de la barra de caoba colgaban lámparas de techo. Los asientos altos y bajos, y los sofás de cuero invitaban a sentarse en una sala repleta de carácter y textura. Desde el revestimiento de madera rehabilitado hasta el ladrillo al estilo antiguo, las viejas paredes doradas y los detalles de color verde salvia, Avery había creado un espacio que Esperanza imaginaba lleno de gente y de diversión.

—Es exactamente lo que quería. Los fabulosos Montgomery lo han logrado. —Avery se apoyó en el quicio de la puerta, sonrió al ver el baño donde había estado Esperanza haciendo retoques aquí y allá, poniendo jarrones de flores en la encimera, junto al lavabo de cobre, puliendo el marco de bronce del espejo—. Hasta los baños están perfectos.

Avery retrocedió al oír que se abría la puerta del restaurante.

—Lo siento, no he podido venir antes.

—No te disculpes —le dijo a Clare—. ¿Tú has visto lo embarazada que estás?

Clare se frotó la barriga prominente.

—Embarazadísima. —Se dejó las manos allí mientras miraba alrededor—. Parece que ya no me necesitáis. Esto está increíble, Avery.

Los suelos de madera oscura resplandecían. Las luces centelleaban.

—No parece el mismo sitio. Ay, y huele genial.

—Estoy preparando sopa. ¿Tienes hambre?

—A todas horas.

—Vamos a la cocina y la pruebas.

—Después. Quiero echar un vistazo antes. —Clare se dirigió a la zona del bar, le pasó un brazo por la cintura a Esperanza—. Uau, mira cuántos grifos.

—Bueno, es una cervecería —le recordó Avery—. Te ofrecería una cerveza, pero igual a los gemelos no les hace mucha gracia.

—Igual no. El médico me ha dado su visto bueno para que esta noche me beba una copa de vino, saboreando cada sorbo, y brinde por tu local. ¿Dónde están todos? —preguntó Clare.

—La cuadrilla vuelve en… —Miró aterrada el reloj—. Ay, Dios, en una hora más o menos. Es más tarde de lo que pensaba. Siempre pasa igual.

—Si lo tienes todo hecho. —Esperanza le cogió la mano, también a Clare—. Vas a venir al hotel, te vas a tomar un respiro y te vas a dar un baño de espuma.

—No tengo tiempo para baños de espuma.

—Claro que sí, porque ya está todo listo.

—¡Clare se tiene que tomar la sopa!

—Entonces yo le doy la sopa a Clare, echo un vistazo rápido a todo el local y cierro con llave. Tú vete ya, así puedes descansar, darte ese baño, arreglarte y ponerte como la preciosa propietaria del fabuloso restaurante nuevo de Boonsboro.

—Y cervecería.

—Y cervecería —dijo Esperanza riendo—. Venga, Avery, aprovecha la hora. Será la última que te quede hasta que cierres esta noche.

—Vale. Bien. Me estaré remojando en la increíble bañera de cobre de T y O. Ay, Dios, tal vez debería pasar primero por Vesta para asegurarme de que…

—No. Vete. Ya. —Esperanza la arrastró hasta la puerta, abrió y la sacó fuera—. ¡Adiós!

Riendo, Clare se subió a uno de los taburetes del bar.

—En realidad, no me apetecía mucho la sopa. Solo quería distraerla un poco.

—¿Seguro? Yo la he probado antes. Está deliciosa. Pimiento rojo asado y tomate.

—Uf. Bueno, si insistes. Solo medio cuenco. Para probarla.

—Insisto. Siéntate, anda —añadió Esperanza al ver que Clare se levantaba—. Yo te la traigo.

Disfrutando de aquella cocina novísima, Esperanza sirvió sopa en un cuenco y apagó el fuego. Cuando la sacó, Clare estaba sentada a la barra, vuelta hacia la sala.

—Gracias. Estaba pensando… En el instituto, Avery y yo éramos cocapitanas del equipo de animadoras. Nos llevábamos bien, pero no éramos amigas íntimas. Empezamos a intimar cuando volví a casa, después de que muriera Clint. Me ayudó un montón a montar la librería, a hacer la transición de mi vuelta a casa. Sin ella, nunca te habría conocido a ti. Y aquí estamos.

Probó la sopa y puso los ojos en blanco.

—Maravillosa.

—Sin Avery, yo tampoco te habría conocido a ti, ni sería la gerente del hotel.

—Ni te habrías enamorado de Ryder. —Clare sonrió al ver que se callaba—. Resulta evidente, al menos para alguien con las hormonas disparadas.

—Pensé que lo pasaríamos bien juntos y después quedaríamos como amigos. Enamorarme no formaba parte de mi plan.

—Pues te sienta bien estar enamorada.

—Yo me siento bien por dentro.

—No se lo has dicho.

—Eso sí que no forma parte de mis planes. Estamos bien como estamos, Clare —insistió—. Él me aprecia. No espero más.

—Deberías.

—Lo bueno es estar con alguien que sabes que te aprecia. No que lo supones —aclaró—, que lo sabes. Con alguien que, incluso cuando crees que no hace falta, sale en tu auxilio. Alguien que te manda flores y te compra varitas mágicas. No te voy a decir lo que veo después si me asomo un poco.

—Dame ese gusto. Si te asomaras, ¿qué verías?

—La posibilidad de crear una vida juntos. Supongo que quiero lo que Eliza: amor, un hogar, una familia nacida de mí y del hombre al que amo. Y, por supuesto, mi trabajo, unos músculos bien tonificados y una fabulosa colección de zapatos.

—Esos tres tú ya los tienes, así que voy a invertir la magia de mis hormonas en conseguirte los tres primeros. Venga, frota a los bebés mágicos.

Entre risas, Esperanza obedeció y acarició con cuidado la tripa de Clare.

—Dan pataditas.

—Siempre están o dando pataditas o peleándose encima de mi vejiga. Miedo me da pensar en lo activos que pueden llegar a ser cuando salgan y tengan espacio.

—¿Más sopa?

—No me tientes. Me he tomado el resto del día libre para ayudar aquí y resulta que no hace falta ayuda. Los niños están con mi madre. Papá y ella los traerán esta noche, porque, como bien ha dicho Harry, ellos son familiares y amigos también. Luego se quedarán a dormir en casa de mis padres. Soy libre como el viento.

—También te alojas en Eve y Roarke. Ve a hacer lo que está haciendo Avery. Date un baño de espuma.

—¿Tú sabes cuándo fue la última vez que pude darme un baño de espuma, sola, completamente sola, sin tener que estar pendiente de declaraciones de guerra?

—No.

—Yo tampoco.

—Date uno ahora, y ten el móvil a mano. Si los bebés mágicos y tú no podéis salir de la bañera, me mandas un mensaje de socorro.

—Cruel y considerada a la vez. Va, que te acompaño a hacer la ronda y a cerrar.

Esperanza no disponía de tiempo para un baño de espuma, pero se concedió el capricho. Ryder le había dicho que eligiera habitación, así que había elegido Elizabeth y Darcy. Por sentimentalismo, supuso, y porque pensó que Lizzy disfrutaría de la compañía.

—Hoy es la gran noche de Avery. —Cómoda con un albornoz del hotel después de la ducha, se aplicó meticulosamente el maquillaje—. Va a ser estupendo. El mayor acontecimiento del pueblo desde que abrieron el hotel, me parece a mí. Todo ha quedado fantástico, y esta noche será solamente para amigos y familiares. Una especie de bautizo y ensayo al mismo tiempo.

Se giró al ver que el estuche de sombra de ojos que había elegido se elevaba en el aire.

—Juguetes de mujeres. Son divertidos. Para hoy he elegido la gris parduzco, un poco de brillo, un vestido rojo de infarto y unos zapatos impresionantes.

Decidió que debía de haber pocas mujeres vivas, o no, a las que no les gustara jugar con el maquillaje. A su juicio, esas se perdían una de las mayores recompensas de la condición femenina.

—Hoy Clare me ha hecho pensar en lo afortunada que soy, de tener este sitio, a mis amigas, de tener a Ryder y a todos los Montgomery. De tenerte a ti.

Se escudriñó con severidad en el espejo de aumento, luego se apartó para tener una visión de conjunto.

—No está mal, ¿eh?

Pasó al dormitorio para vestirse, con calma, disfrutando cada paso, cada fase de la preparación para una gran noche fuera.

Se sentó para abrocharse las sandalias de tacón altísimo, después se levantó para volver a examinar el conjunto justo cuando Ryder entraba, mugriento del trabajo y con una cerveza en la mano.

Ryder se paró en seco, más que nada porque ella lo había dejado petrificado. El vestido, de rojo sirena, se adhería a sus curvas; era corto, de escote pronunciado. La larga línea de sus piernas acababa en sus sandalias plateadas de tacón de aguja. Llevaba pendientes brillantes, y parecía refulgir a la luz de la lámpara de Tiffany.

—Bien —dijo él.

Ella arqueó las cejas; acto seguido giró despacio y le lanzó una mirada seductora por encima del hombro.

—¿Solo bien?

—Vale, estás de infarto.

—Me lo tomaré como un cumplido. —Se estiró el vestido por la cadera—. ¿Un día duro en la oficina?

—Ja. Me han entretenido un poco.

—Pero ¿habéis avanzado?

Ryder se tuvo que recordar que ella quería detalles, de modo que los buscó mientras Esperanza se echaba ese perfume que lo volvía un poquito loco.

—Preliminares aprobados esta mañana y empezamos ya con el aislamiento. Con la cantería exterior.

—Sí que habéis avanzado.

—¿Por qué estás vestida ya?

—Voy a pasarme temprano, para ayudar.

—Yo no voy a llevar traje —dijo a modo de advertencia, amenaza quizá.

—¿Por qué ibas a hacerlo?

—Willy B. lleva traje. Con chaleco. Y corbata. Yo no.

—Muy bien. Como ya estoy lista, me voy a acercar a ver qué puedo hacer.

—Te metería mano si no fuera porque te voy a estropear el modelito.

—Me puedes meter mano luego. —Se acercó, se inclinó, lo justo para que no se le manchara el vestido, y lo besó—. Te veo allí cuando te hayas vestido no de traje, chaleco y corbata.

—Sí. —La vio, aun después de que hubiera salido, resplandeciente, vibrante y más hermosa de lo que nadie tenía derecho a estar.

La máquina de música no paraba, los grifos manaban cerveza y las voces inundaban un espacio demasiado tiempo vacío. Familiares y amigos charlaban con unos y otros mientras tomaban aperitivos, se sentaban y hablaban, hablaban, hablaban, saboreaban los entrantes, y alzaban sus copas para brindar por MacT.

Avery iba de la cocina al comedor, de ahí al bar, y vuelta a la cocina; una pelirroja loca con un vestido verde corto y un anillo de feria colgando de una cadena al cuello.

Por fin Esperanza pudo pararla y darle un fuerte abrazo.

—Ha quedado fenomenal —le dijo Avery—. ¿Ha quedado fenomenal? Tenemos algunos problemas técnicos.

—Ha quedado fenomenal, y no se notan.

—Los estamos solucionando. Velas en las mesas, música, buena comida. Buenos amigos.

—Has hecho diana, Avery. Has dado en el blanco. Como hiciste con Vesta. Vais a estar siempre a tope, día tras día, noche tras noche.

—Mañana ya estamos completos para la cena, y pasado también. ¿Has visto cómo se asoma la gente a mirar por los ventanales?

—Lo he visto.

—Mira, Clare y Beckett están bailando, y mi padre está hablando con Owen y Ryder a la barra. Esa es mi barra, ¿sabes?

—Ciertamente. Y bien bonita que es.

—Y ese tío que está sentado en uno de los taburetes de mi barra es mi novio. Qué mono. Creo que me voy a casar con él y viviremos felices para siempre.

—Te lo garantizo. Me alegro tanto por ti, Avery. Estoy tan contenta por ti.

—Todos los que me importan están aquí, aquí mismo, en este local. Mi local. ¿Qué más puedo pedir? Anda, siéntate y tómate algo. Necesito comprobar unas cosas.

Pues no me vendría mal, se dijo Esperanza, y se dirigió al bar y a Ryder, que se bajó del taburete y le indicó con la mano que se sentara al verla sonreír perpleja.

—Siéntate tú. Tienes que tener los tobillos destrozados.

—Mis tobillos son de acero, pero gracias. —Se sentó.

—Ponle un poco de ese champán que tenéis —le dijo al barman—. Esta noche estás de champán.

—Gracias. Tú también estás muy bien.

—Claro que no tanto como Willy B.

Willy B., con su traje de chaqueta oscuro de tres piezas y su corbata de topitos, se ruborizó.

—Venga ya.

—¿Dónde está Avery? —preguntó Owen.

—Ha ido a comprobar algo.

—Tiene que sentarse cinco minutos, lo sepa o no. Ya me encargo yo.

Cuando Owen se fue, Willy B. sonrió mirando su cerveza.

—Quiere mucho a mi niña. —Suspiró y echó un vistazo al establecimiento—. Mirad lo que ha hecho mi niña. Lo que habéis hecho todos —corrigió y chocó su jarra con la de Ryder.

—La máquina es ella.

—Voy a decirle que estoy orgulloso de ella.

—Otra vez —comentó Ryder cuando Willy B. se marchó—. No está bebido, solo contentísimo.

—Cuando lo necesite, no tiene más que cruzar la calle y meterse en la cama, así que puede emborracharse un poquito si quiere. Es una gran noche para Avery. Para Boonsboro. Para todos nosotros.

—Sí. —Ryder la miró fijamente a los ojos—. Grande.

Estuvieron allí hasta medianoche, luego se reunieron en el hotel para repasar la velada hasta después de la una. Cuando subió las escaleras por última vez ese día, los tobillos de acero de Esperanza habían empezado a derramar algunas lágrimas.

Otra de las grandes recompensas de la condición femenina, se dijo: quitarse los zapatos, el vestido de infarto, el maquillaje y meterse en una cama repleta de almohadas al lado de un hombre guapo y sexy.

Al entrar en E y D con Ryder, vio la botella de champán.

—Como he dicho antes, hoy estás de champán. Podríamos sentarnos un rato en el porche y beber un poco.

Se despojaría de los zapatos, el vestido y el maquillaje más tarde, se dijo.

—Me parece estupendo.

Salió con él, se sentó en el banco de madera y esperó a que él se uniera a ella. Pero en cuanto le puso una copa de champán en la mano, él se acercó a la barandilla y se apoyó en ella.

Ni loca iba a ponerse a su lado, decidió. Ya no aguantaba esos zapatos.

—Sé que se ha dicho ya muchas veces, y de muchas maneras, pero la fiesta ha estado fenomenal.

—Sí. Avery lo ha hecho muy bien.

Se volvió. Lo dejó ahí.

Se lo había pensado. Le había dado muchas vueltas y tomado una decisión. Pero ahora, al verla, vibrante, resplandeciente, con una copa de espumoso en la mano, se preguntó si había perdido la cabeza.

Miss, chica de ciudad. Sí, estaba allí, era Esperanza, pero eso era parte de ella. Como su perfume, esos ojos seductores, esos zapatos que costaban más que una sierra de mesa decente.

—Odio la ópera. Me niego a escuchar ópera. —Ignoraba por qué había soltado eso de repente. Le había venido a la cabeza.

—Muy bien. A mí tampoco me gusta la ópera.

—Sí, sí te gusta.

—No, no me gusta.

—Tienes un trasto de esos para la ópera.

Mientras daba un sorbo a su champán, ella lo miró perpleja.

—¿Qué trasto?

—Esos… esos binoculares pijos.

—Los gemelos de teatro. —Ella rio—. Cierto, pero no son solo para la ópera. También resultan útiles para espiar a obreros sexis en los días calurosos de verano cuando se quitan la camiseta.

Él esbozó una sonrisa.

—¿Ah, sí?

—Sí. Y para el ballet, y…

La sonrisa se desdibujó.

—Tampoco pienso ir al ballet.

—Lo siento mucho por ti.

—Ni a ver películas de autor, de otros países, ni nada… nada con subtítulos.

Esperanza ladeó la cabeza.

—¿Y cuándo te he propuesto yo ir a ver una película de autor?

—Yo lo digo por si acaso. Ni películas de chicas —añadió rotundo, agitando la mano en el aire—. Completamente descartadas.

Luego ladeó la cabeza hacia el otro lado.

—De vez en cuando me gusta una buena comedia romántica. Te la cambiaría por dos películas de acción.

—Bueno. Siempre que haya algún desnudo parcial.

Ay, la hacía reír. La hacía temblar. Respiró hondo.

—Yo odio el fútbol.

El rostro de Ryder se contrajo como si sufriera un dolor agudo.

—Dios.

—Sin embargo, no me opongo a que un hombre disfrute una tarde de domingo de un partido en su enorme televisor o en el campo, mientras no se pintarrajee la cara como si estuviera mal de la cabeza.

—¿Tú me has visto alguna vez pintarme la cara?

—Yo lo digo por si acaso —lo imitó—. Yo no me vería obligada a arrastrarlo al ballet, que a él no le gustaría, y él no se sentiría obligado a arrastrarme a un partido. El baloncesto sí me gusta.

Intrigado, Ryder se acercó al banco, cogió la copa de champán que se había servido y no había pensado que le apeteciera de verdad.

—¿Sí?

—Sí. Me gusta la velocidad, y los uniformes, el drama. Tampoco me disgusta el béisbol. Pero me reservo mi opinión hasta que vea un partido en el campo.

—¿Ligas menores o mayores?

—Creo que debería probar ambas para poder llegar a una conclusión, o dictar alguna norma definitiva al respecto.

—Vale, parece justo. No quiero más almohadas en la cama que la que usas.

Ella negó con la cabeza, bebió muy despacio, preguntándose si eso le calmaría el corazón desbocado.

—No, ni hablar. En eso no cedo. Las quitas por la noche y las vuelves a poner por la mañana. Son dos minutos y dan un aire más elegante y acogedor el dormitorio. En esa cuestión, soy inamovible.

Ryder se sentó en el banco y estiró las piernas. Tras pensarlo un poco, decidió que no merecía la pena discutir por eso, y lo de las almohadas no era para tanto.

—Yo me niego a ir de compras contigo, para cargar bolsas y que me preguntes si un vestido te hace el culo gordo.

—Te juro por lo más sagrado que eres la última persona a la que me llevaría de compras. Además, a mí ningún vestido me hace el culo gordo. Apúntalo, grábatelo en la memoria.

—Lo tengo.

Suspiró. No, el champán no le había serenado el corazón, pero no importaba. Le gustaba alborotado.

—¿Qué estamos haciendo, Ryder?

—Tú ya sabes lo que estamos haciendo.

—Quiero oírtelo decir, si no te importa.

—Debí suponerlo. —Tuvo que levantarse otra vez, acercarse a la barandilla—. Desde el primer instante. Entraste, subiste las escaleras y sentí como si me sacudiera un rayo. No me gustó.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Me mantuve alejado de ti.

—Cuando menos —murmuró ella.

—Mantuve las distancias. Luego tú quisiste sexo.

—Ay, Ryder. —Rio y meneó la cabeza—. Bueno, eso es cierto.

—Así que te di una oportunidad. Se supone que solo iba a ser sexo, ¿no?

—Sí.

—No pasaba nada porque nos gustáramos. Es mejor así. O nos conociéramos un poco, hasta ahí bien. Sin embargo, cuanto más te conocía, menos era solo sexo. Eso tampoco me gustaba.

—Hay que ver lo mal que lo has pasado.

—¿Ves, ese tonito, por qué me engancha tanto? Tú me enganchas, Esperanza, del cuello, de las entrañas, de las pelotas, del corazón.

A ella se le cortó la respiración. Qué tontería. Qué maravilla.

—Has dicho corazón.

—No dejaba de pensar que era por tu físico, porque tu físico es de los que quitan el hipo a un hombre. Pero eso no es más que un accesorio agradable. Mucho. Pero no es por tu físico. Es por cómo eres. Todo andaba por ahí, buscando su sitio, hasta que hizo clic y encajó. Listo. Tú. Desnuda en la hierba al amanecer. Eso fue.

—Yo lo vi antes —consiguió decir ella—, pero no mucho antes.

—Así que te lo voy a decir. —Bebió otra vez—. Se lo he dicho a mi madre, y a Carolee; a mi abuela y, estando lo bastante borracho, hasta a mis hermanos, pero nunca se lo he dicho a una mujer. No está bien decir algo de lo que no estás seguro, o usarlo para allanar el camino.

—Espera. —Dejó la copa, se levantó y fue con él, a su lado, con Main Street de fondo, mirándolo a los ojos—. Dímelo ahora.

—Te quiero. Y no me importa.

Rio. El corazón le botaba de alegría, pero rio y le cogió la cara con las manos.

—Te quiero. Y a mí tampoco me importa.

—No soy poeta.

—No, Ryder, no eres poeta, pero me defiendes. Me dices la verdad. Me haces reír y me haces querer. Me dejas ser y percibes quién soy. Y te has enamorado de mí aun cuando no querías.

Él le agarró las muñecas.

—No voy a parar.

—No, no pares.

Ella se inclinó hacia él, sobre él, se dejó inundar de esa maravillosa sensación y dejó que su corazón la surcara.

—Soy feliz de quererte. Feliz de tenerte, exactamente como eres. Feliz de que me lo hayas dicho esta noche, esta noche de amigos y familiares, esta noche de hogar.

—Antes me agobiaba que fueras perfecta.

—Ay, Ryder.

—Me equivocaba. —La apartó un poco, para verla—. Lo que eres es perfecta para mí. Así que… —Se metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita y la abrió.

Ella miró el diamante, luego a él.

—¿Me…? —La sorpresa y la alegría no le permitían encontrar las palabras—. ¿Me has comprado un anillo?

—Pues claro que te he comprado un anillo —dijo él indignado—. ¿Por quién me has tomado?

—¿Por quién te he tomado? —Intentó recobrar el aliento, pero no pudo. Y miró embobada el anillo, que brillaba como una estrella bajo las luces del porche—. Exactamente por quien eres. Exactamente.

—Te quiero, así que nos casamos.

Ella extendió la mano, le señaló el dedo anular.

—Bien. —Él cogió el anillo, se lo calzó en el dedo.

—Me vale —dijo ella en voz baja—. ¿Cómo has sabido la talla?

—Medí uno de los tuyos.

—Qué suerte tengo de casarme con un manitas.

—Cuando lo hagas, te mudarás. Mi esposa no va a vivir en el hotel.

—Ah. —Detalles, se dijo Esperanza. Los detalles y ajustes se le daban bien. Así que lo abrazó—. Seguro que a Carolee no le importará ocupar el apartamento de la gerente y cambiar turnos conmigo. Ya lo arreglaremos.

—Más adelante —decidió él.

—Más adelante —coincidió ella, y se perdió en él—. Qué bonito. Qué bonito es todo.

Apoyó la cabeza en su hombro y empezó a suspirar. De pronto, exclamó sin aliento:

—Ryder. Ay, Dios, Ryder, mira. Allí. —Señaló al otro extremo del porche.

Estaban juntos entre las sombras, fundidos en un abrazo. Él llevaba las ropas toscas de un obrero, no un uniforme rasgado y ensangrentado. Esperanza vio cómo Billy agarraba con el puño el vestido de Lizzy por la espalda, como le hacía Ryder a ella.

—La ha encontrado. Su Billy la ha encontrado. Se han encontrado. Ya están los dos juntos.

—No llores. Venga.

—Lloro si lo necesito. Acostúmbrate. Después de tanto tiempo, después de tanta espera, lo han conseguido. Te pareces un poco a él. A su Billy.

—Puede. No sé.

—Yo sí. Creo que tú le has enseñado el camino. No sé cómo. Da igual cómo. —Sus ojos se toparon con los de Lizzy un instante. Gozo con gozo—. Todo el mundo está donde tiene que estar.