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Aunque me claves los dientes, no quedará en mi interior tu veneno

Un amigo de mi padre murió en la selva del Gabón cuando le cayó de un árbol una mamba negra, que es una de las serpientes más venenosas que existen en el mundo. Según los testigos, aquel pobre hombre no sobrevivió más de dos minutos, ya que tuvo la poca fortuna de que la serpiente le clavara los dientes en el cuello y el veneno, al llegar rápidamente al corazón, se extendió con velocidad por todo su cuerpo.

En la vida hay personas que infringen un terrible daño a sus semejantes. Conozco bien el caso de un niño que con 5 años de edad arrancó una pequeña ramita de un almendro en flor. El niño estaba fascinado contemplando las pequeñas flores blancas, no más de tres o cuatro que salían de esa ramita. Eran como un tesoro que guardaba en la cajonera de su pupitre. La directora del colegio lo descubrió y delante de sus compañeros lo llamó asesino porque, según ella, había matado un árbol. Pidió al resto de los niños que no le hablaran, que lo aislaran, que lo ignoraran. Conozco bien la historia porque aquel niño era yo. La directora me introdujo su veneno y éste hizo su efecto y produjo en aquel momento sentimientos tremendos de vergüenza y de humillación. Aquella mujer no era malvada, sencillamente ignoraba el desatino de sus palabras. Tiempo después me enteré del tremendo desequilibrio mental que padecía y por el cual fue apartada de la enseñanza.

En la vida muchos hemos encontrado o vamos a encontrar personas que nos claven sus colmillos como la mamba negra clavó los suyos a aquel amigo de mi padre. Muchos intentarán introducirnos su veneno y nosotros hemos de evitarlo y si en ese momento no podemos, hemos de evitar que nos siga intoxicando a lo largo de nuestra vida. Existen tres venenos que pueden tener un efecto muy negativo en nosotros si no conocemos sus antídotos y la forma de aplicarlos.

El primero es el veneno de la culpa. Cuando uno lo recibe, no se siente triste por algo que ha hecho, se siente culpable. La tristeza invita a reparar el daño porque te importa la otra persona, mientras que la culpa lleva a reparar el daño para no sentirse culpable. Además, la mayor parte de las veces, la culpa paraliza en lugar de mover a la acción. Hay personas que nos introducen el veneno de la culpa porque saben que de esa manera somos más manipulables. Recuerdo una ocasión en la cual a una persona que trabajaba en una empresa la Llamó su jefe a las diez de la noche a su despacho sin encontrarla allí. Al día siguiente su jefe le comentó que la había llamado a esa hora esperando encontrarle en su despacho y que al no estar allí para coger su llamada, había quedado bastante decepcionado. Ese mismo día su jefe volvió a llamarla a las diez de la noche y mostró su satisfacción al encontrarla en su sitio. No es que tuviera que decirle nada especial, sencillamente quería someterla. El veneno de la culpa había hecho su efecto, una vez más había un dominador y un dominado.

Otro de los venenos es el de la desesperanza. Lo inoculan personas de actitud muy negativa y que solo se sienten cómodas cuando los demás ven las cosas con la misma negrura que ellos. Disfrutan minusvalorando los éxitos y los logros de otros. Llaman a los sueños utopías y gustan de hablar solo de lo que está mal y lo hacen de una forma que lleva a otros a pensar que lo que está mal solo puede llegar a estar peor. Es una actitud vital que se extiende a la totalidad de lo existente y no solo a una parcela de las cosas. Son como agujeros negros que aspiran nuestra energía y nos dejan exhaustos y deprimidos. Junto a ellos, mientras no cambien de mentalidad no puede haber vitalidad ni alegría.

El tercer veneno es el de la humillación, que te hace sentir como si fueras una persona de menor categoría y te lleva a creer que los demás también te ven así. Hay una sensación de sentirse permanentemente juzgado y valorado para ver si se da la talla. Por miedo a no estar a la altura, uno tiende a aislarse y a no probar cosas nuevas. Este veneno fue el utilizado de forma preferente para inocular a los refugiados camboyanos durante el régimen del sanguinario Pol Pot. Los camboyanos que emigraron a Estados Unidos, a diferencia de las personas llegadas de otros lugares en conflicto en el mundo, eran incapaces de abrirse camino allí. Pronto se descubrió lo que les pasaba. Más allá del sufrimiento por sus seres queridos aniquilados por aquel régimen tan cruel, existía algo, un toxico que seguía actuando en ellos y que les originaba un profundísimo sentimiento de inferioridad. De manera sistemas sistemática sus carceleros en Camboya les habían transmitido una y otra vez la idea de que eran seres inferiores, que nunca llegarían a nada. Al final, ellos se lo habían creído. Hasta que no se descubrió ese veneno, estas personas no pudieron disfrutar en Estados Unidos de un nuevo amanecer en sus vidas.

Si queremos vivir como seres libres, nunca justifiquemos lo que hemos hecho de nuestras vidas en base a lo que otros hicieron con nosotros. Si lo hacemos, seremos nosotros quienes mantendremos en nuestro cuerpo la toxicidad de aquel veneno y nuestra vida estará llena de excusas, pero no de resultados. No justifiquemos nuestro rechazo a los demás porque otros nos rechazaron, o nuestro pesimismo porque nunca nadie nos alentó a vivir con alegría. El pasado siempre existirá, pero nuestro futuro puede ser mucho más que nuestro pasado. Seguir dando vueltas una y otra vez a ello es ingerir continuamente un toxico y pensar que va a matar a la otra persona.

Nadie puede determinar nuestro valor y mucho menos cuando ya nos ha colocado una etiqueta. Por todo ello, todo lo negativo que nos puedan decir hará referencia tal vez a lo que hemos hecho y en algunos casos merecerá por nuestra parte más de una reflexión, a lo que no puede hacer referencia es a quienes somos, a nuestra autentica naturaleza, ya que ésa solo la conoce quien nos ha creado.